Enterrado Por Un Elefante

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¡Elefantes! Allí estuvieron corriendo pacíficamente en la jungla, delante de ellos. Parecían enormes y sin miedo, dominadores feroces de la selva negra Uturi. Para los pigmeos agachados el aire estaba lleno del olor excitante de los elefantes. Agarrando tensamente sus lanzas y sus cuchillos se acercaron centímetro por centímetro cerca y más cerca de los elefantes.
Aunque para los pigmeos, que viven en dos aldeas cerca de Lolwa en Zaire, este es un juego de caza conocido por los siglos, nunca ha perdido su emoción. Lo que a los hombres pequeños y negros les falta en estatura está compensado por su valor y destreza. A veces se acercan calladamente a los elefantes que están comiendo, los que parecen perder su sentido del peligro, mientras comen. Un hombre correrá rápidamente adelante y debajo de uno de ellos, y entonces meterá su lanza directamente hacia arriba a las partes vitales del estómago. El elefante se pone furioso de dolor, cargando hacia adelante del pigmeo, alzando sobre sus patas traseras temblando y pataleando. El pigmeo agarra su lanza con toda su fuerza hasta que el elefante caiga muerto.
En otras ocasiones el pigmeo esperará el momento oportuno para saltar al lado del elefante que está comiendo para cortar el tendón en una de sus patas traseras. El pigmeo tiene que ser veloz y seguro, sobre todo, para retirarse. Haciendo sonar su trompa furiosamente atacará en toda dirección buscándolo. Finalmente regresará a comer, arrastrando su pata inútil. Nuevamente el pigmeo volverá al ataque cortando el tendón en la otra pata, y el elefante caerá sin fuerzas al suelo. Rápidamente otros pigmeos se juntan al primero y matan el elefante enviando su lanza al estómago. Al regresar los cazadores victoriosos, la aldea entera gozará la generosa provisión de carne fresca.
En esta ocasión los cazadores se estaban acercando a un elefante para matarlo. El pigmeo más cercano con músculos tensos salió adelante para cortar la pata delantera del enorme elefante—¡pero no tuvo la rapidez suficiente! Un ligero cambio en la dirección del viento fue suficiente para alertar al elefante. Percibió el rostro de su enemigo. Con una rapidez admirable se movió para atacar a su cazador.
¡Tendido sobre el suelo yacía el pigmeo aparentemente muerto ya! Rápido como había reaccionado el elefante, aún más velozmente el pigmeo había reaccionado y ahora yacía haciéndose el muerto, sin moverse. El elefante parecía aturdido. Cuando movió al hombre con su trompa este no respondió nada. Alzándolo con su trompa lo llevó a través de la selva por un poco menos que un kilómetro, y luego lo dejó caer al suelo para seguir caminando una corta distancia. El pigmeo continuó haciéndose el muerto, porque sabía las costumbres de los elefantes. A los pocos momentos el elefante viró sospechadamente para comprobar si el hombre se había movido. Una vez más agarró con su trompa el cuerpo de su enemigo llevándolo por otra distancia igual a la anterior, por la selva para nuevamente dejarlo caer al suelo. Una vez más seguía caminando para regresar a ver si el hombre se había movido. Por tercera vez llevó al hombre por la selva pero esta vez al dejarlo caer al suelo procedió a cavar un pozo para enterrarlo.
A una distancia prudencial en cuclillas en la selva los demás cazadores miraban con asombro al elefante que rápidamente cavaba un hueco de poca profundidad. Al tener el hueco de tamaño suficiente el elefante una vez más recogió al pigmeo metiéndolo en el hueco, volvió a colocar la tierra encima del hombre tapándolo por completo—con excepción de la cabeza. Luego pensando seguramente que había hecho un buen trabajo al deshacerse de su enemigo, el elefante se internó en la jungla para no regresar más.
Al asegurarse los cazadores que el elefante ya no estaba fingiendo, sino que se había desaparecido en la selva corrieron socorrer al hombre desenterrándolo. Estaba todavía con vida pero muy golpeado y lastimado por causa del maltrato del elefante y el efecto de sus colmillos, así que los cazadores lo llevaron al dispensario médico del misionero. Los médicos y enfermeras cristianos tenían mucho interés en el paciente poco común. Por alguna razón Dios había evitado que el elefante destruyera al hombre. ¿Sería para llegar a donde ellos para aprender del amor de Dios para con él?
El pigmeo con su experiencia escalofriante, de estar enterrado vivo, todavía fresca en su mente, escuchó con admiración la historia de la muerte, sepultura, y resurrección del Salvador, a favor de él. Meditando acerca de todas las malas acciones que había hecho en su vida, estaba convencido de que Dios le había permitido esta experiencia para que se diera cuenta del horror de ser sepultado sin el conocimiento del perdón de los pecados. Antes de salir del hospital él recibió al Señor Jesucristo como su Salvador. Hoy en día vive para dar gracias a Dios por la experiencia de estar enterrado vivo por un elefante.
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Desde que ocurrió este relato, dos hermanos de este hombre han tenido experiencias similares con elefantes que han tratado de enterrarlos. Un hermano fue cogido por el elefante en el momento de intentar cortarle el tendón. El elefante le echó al suelo y le pegó tres veces en el pecho, rompiendo sus costillas. Dio la vuelta y a poca distancia empezó a cavar un hueco para enterrarlo. El viento estuvo a favor de los cazadores de modo que pudieron acercarse silenciosamente al hombre y recogerlo y huir con él.
Aunque esta sea una experiencia rara, los elefantes son conocidos por su memoria fabulosa respecto a sus enemigos. Con referencia a esta familia parecía haber tenido sólo venganza en sus corazones.