«Entregados a Muerte»

 •  9 min. read  •  grade level: 14
Listen from:
Hemos hablado acerca de la importancia de estar «llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús», pero el versículo que sigue de inmediato nos lleva un paso más adelante. En 2 Corintios 4:11 leemos: «Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.» Podemos haber sentido la necesidad de llevar en el cuerpo la muerte del Señor Jesús, e incluso podemos haberla llevado hasta cierto punto, queriendo realmente hacer frente a aquello que no agrada al Señor. Si siempre lo hiciéramos de manera perfecta, el versículo 11 no tendría que estar ahí. Pero el Señor ve cosas en nuestras vidas que nosotros no vemos — quizá cosas que no consideramos demasiado malas, quizá una actitud a la que hemos estado acostumbrados durante largo tiempo, o algún motivo oculto que no pensamos que esté ejerciendo tal efecto en nuestras vidas. Entonces somos «entregados a muerte»: una declaración enérgica. ¿Qué significa esto? Significa que el Señor permite circunstancias en nuestras vidas para exponer ante nosotros aquel motivo oculto, aquel pecado que no vemos, o que al menos no consideramos demasiado grave. Es la misericordia de Dios la que hace esto, porque entonces podemos ver con más claridad qué es lo que está estorbando nuestro pleno goce de Cristo, y podemos librarnos de ello. Pero, ¡cuántas veces nos rebelamos contra los tratos del Señor con nosotros, y no aprendemos la lección! Consideramos las circunstancias en sí mismas, o quizá a las personas involucradas en ellas, y rehusamos dejar que el Señor nos muestre que Él ha permitido la dificultad.
Tenemos que recordar que nunca hay causas segundas para Dios. Cuando hemos aceptado la prueba como de parte del Señor, y sólo de parte de Él, entonces podemos acudir a Él en el espíritu de Hebreos 12:11, ejercitados en la disciplina, y descubriendo que produce «fruto apacible de justicia». Si hay otros involucrados y han actuado injustamente con nosotros, podemos dejar esto en manos del Señor; Él tratará con ellos. Que Dios nos dé la gracia para aceptar todas nuestras circunstancias de parte de Él, y luego ir a Él y preguntarle por qué las ha permitido. Si lo hacemos así, entonces Él puede mostrarnos cosas en nuestros corazones que tenemos que afrontar. Entonces la vida de Jesús se exhibirá más y más en nosotros, en lugar de la vieja naturaleza de pecado. Si este es el propósito de Dios en las pruebas, ¿no hace que todo ello valga la pena?
Nunca deberíamos permitirnos el lujo de la autocompasión. A todos nos gusta hacerlo en ocasiones. Hemos oído de gente que celebran lo que se llama «una reunión de plañideras». Varias personas (¡a veces sólo dos!) se reúnen y a su turno se van relatando los males que han sufrido de parte de otros, de cómo han abusado de ellos, de la manera en que los demás se han aprovechado de ellos, y así. Hay una sutil satisfacción en relatar todos esos males, y que luego alguien te diga: «¡Oh, qué terrible; qué lástima!» Yo mismo he sido culpable de esto alguna vez, y he tenido que admitir ante el Señor que no era otra cosa que pecado. Con ello dejaba actuar a mi naturaleza pecaminosa. Dios nos ha dado el ejemplo de Uno que siempre sentía compasión por los otros en cada situación, incluso cuando él estaba en medio del más atroz sufrimiento. Cuando estamos ocupados con Cristo, Dios nos dará la gracia de sentir simpatía incluso por aquellos que nos están haciendo el mayor daño.
Para ilustrar cómo el Señor Jesús quiere que vivamos, querría referirme a un incidente en Su vida.
«Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres: Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. Él les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre. Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos. Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:20-28).
Aquí, el Señor muestra a Sus discípulos que el cristianismo no está caracterizado por lo que encuentra, sino por lo que introduce. Nuestro bendito Salvador vino no para ser servido, sino para servir, y Él nos ha dejado un ejemplo para nosotros. ¿Te encuentras en alguna situación difícil en casa o en el trabajo? Dios te dará la gracia para hacer frente a tal situación, primero de todo dándote paz en tu alma acerca de esta situación, y luego ayudándote a mostrar algo del amor y de la gracia de Cristo a otros. ¿Hay una situación difícil en tu asamblea local? El Señor puede también usarte para ser ayuda. Un andar piadoso coherente nunca dejará de ser observado.
Cuando el Señor estuvo en el huerto de Getsemaní (lo digo con reverencia), podría haber pensado sólo en sí mismo. En lugar de esto, Sus pensamientos se dirigían a Sus discípulos, y les dijo: «Velad y orad, para que no entréis en tentación» (Mateo 26:41). Cuando llegaron los soldados para prenderle, dijo: «Si me buscáis a mí, dejad ir a éstos» (Juan 18:8). Cuando Pedro le negó luego, el Señor se volvió y lo miró, indudablemente con una mirada afectuosa y compasiva. Cuando le clavaban en la cruz, dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Cuando el ladrón a su lado, que hasta hacía poco le injuriaba, le dijo: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino», Él le respondió: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:42-43). Cuando vio a Su madre junto a la cruz, como hijo mayor de la familia asumió la responsabilidad de disponer para su bienestar, y la encomendó a Juan. En todo momento, Sus pensamientos fueron para los demás y no para Sí mismo. De seguro que tú y yo nos inclinamos en humilde adoración ante una gracia tal, dándonos cuenta de que nunca llegaremos a ello mientras estemos aquí abajo. Como hemos observado antes, Dios está comenzando esta obra en nosotros aquí abajo, y si Cristo está llenando nuestros corazones, entonces podemos pedir la gracia para reaccionar ante las diversas situaciones como Él lo hacía. Si me centro en el mal que otros están haciendo, yo mismo actuaré mal. Si centro mi mirada en el Señor, en tanto que otros puedan hacerse culpables de malas acciones, podré reaccionar haciendo lo bueno.
Si alguien está haciendo algo bueno, podré sentir con ellos y ser para ayuda y aliento de ellos. Pero si están haciendo algo malo, podré sentir por ellos. Puedo acudir al Señor por la gracia para serles de ayuda, incluso si estoy sufriendo por el mal que estén haciendo. Esto es siempre algo difícil, y a veces hay situaciones en las que, hablando humanamente, parecería totalmente imposible. Hay situaciones en las que el mal hecho es tan grande y el daño emocional tan profundo que parece imposible tener gracia para sentirlo por el que ha hecho el mal. No querría en absoluto minimizar la gravedad de algunos de esos males. Pero luego somos devueltos a la cruz, y allí se nos recuerda Hebreos 12:3: «Considerar A AQUEL que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.» Nadie ha pasado nunca por dolores como los que padeció nuestro bendito Salvador, y Él los pasó en solitario. Lo que le guardó (y de nuevo lo digo con reverencia) fue el gozo que había sido puesto delante de Él, y en esto Él nos ha dejado ejemplo. Creo que lo digo con todo mi corazón, que en tanto que la diferencia entre una situación y otra pueda serlo de grado, el principio se mantiene. Una situación puede que demande más gracia que otra, pero «Él da más gracia» (Santiago 4:6). Decir que puede haber una situación que pueda surgir en nuestras vidas en la que Él no podría dar gracia para actuar en conformidad a Su Palabra significa negar Su total suficiencia.
Recuerdo una vez que estaba hablando con una muchacha que procedía de un hogar muy difícil; su padre no la había tratado demasiado bien. Después de escucharla por un cierto tiempo, pude simpatizar con el dolor que ella sentía. Tenía todas las razones para sentirse amargada y resentida acerca de lo que había experimentado. Cuando llegué a conocerla un poco mejor, y habíamos hablado acerca del remedio para aquellos sentimientos, le dije: «¿Puedes ir más allá de tu propio dolor y sentir simpatía por tu padre, que probablemente se siente también dolido, y necesita ayuda?» Ella nunca había pensado en esto antes. La sabiduría mundana diría que hemos de expresar aquella ira, que tenemos que confrontar al que ha hecho el mal, que tenemos que hacerles sentir cuánto hemos sido dañados. Pero la sabiduría de Dios nos muestra que podemos llevar nuestro dolor al Señor y tratarlo con Él a solas. (Y es importante tratar con este daño: encubrirlo y pretender que no nos ha sucedido nada no es la respuesta.) A veces, un amigo y confidente de confianza pueden sernos de mucha ayuda para ayudarnos a resolver las muchas emociones en conflicto en un momento así. Pero si no tenemos a mano a una persona así, recordemos que el Señor Jesús pasó la agonía de la cruz en el huerto de Getsemaní a solas con Su Padre. Allí fue donde le brotó el sudor en Su frente y donde pidió al Padre si podía pasar la copa de Él. Luego, ante el mundo, Sus pensamientos pudieron dirigirse a los demás.
No está mal expresar el daño sentido, y quizá dar salida a los sentimientos que se agolpan en nuestros corazones; no, sino que es más bien una cosa muy necesaria al hacer frente a algunas de esas terribles experiencias. Tampoco está mal confrontar a quien mal ha hecho y hacerle ver cuánto nos ha hecho sufrir. Si se hace de una manera correcta y bajo las circunstancias adecuadas, puede que sea de gran utilidad para resolver la cuestión. Pero recordemos que el Señor lo comprende mejor que ningún otro. Luego Él nos dará la gracia, primero para gozar de paz en nosotros mismos, y luego para tener los mejores sentimientos hacia el que ha hecho el mal.