Mejor Que La Plata Y El Oro

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“Quisiera comprar una Biblia.”
El señor Wilson miraba al africano alto y sonriente de pie delante de él. “Pero Sakaya, tú no sabes leer. ¿De qué provecho te será la Biblia?
Sakaya parecía un poco desanimado, pero insistió en que quería una copia del Nuevo Testamento en su propio idioma. Cierto era que no podía leer, pero en su corazón había un amor profundo por el autor de este libro, y mucho deseaba tener un ejemplar.
“Siento tener que privarte de un ejemplar”, dijo el Sr. Wilson. “Me quedan muy pocos ahora y no sé cuándo conseguiré más. Siento que debo guardar estos pocos ejemplares para los que saben leer, para obtener de ellos el mayor provecho.”
Al día siguiente Sakaya estuvo de regreso con otra petición. “Habrá algún cargamento que necesite llevar a alguna parte?”
“Sí hay”, fue la contestación. “Allá en la costa tengo un cargamento de sesenta libras de vidrio. ¿Te gustaría traérmelo? También tengo algo que puedes llevar a la costa.”
A la mañana siguiente Sakaya empezó su viaje a la costa de cuatrocientos ochenta km. a pie, con un cargamento sobre su cabeza, y un muchacho acompañándolo, llevando alimentos y unas pocas cosas para el largo viaje.
Un mes más tarde el Sr. Wilson, miraba por la ventana de su casa y alcanzó a ver a Sakaya llegando con el cargamento de vidrio sobre la cabeza, vestido solo con un pantalón, con una buena sonrisa en la cara y el sudor brillando en su piel negra. Mientras el misionero corrió a recibirlo, el africano colocó el cargamento cuidadosamente sobre el suelo y entonces golpeaba sus manos.
“Moyo, mwane”, saludó respetuosamente Sakaya, golpeándose las manos.
El Sr. Wilson también golpeaba las manos contestando: “Moyo mwata” (saludos, hermano mayor) y nuevamente golpeaba sus manos. “¿Qué chismes traes Sakaya?”
Con gusto Sakaya se acomodó y empezó a relatar al Sr. Wilson todos los detalles de su viaje de novecientos sesenta km. a pie, ida y vuelta, y el misionero escuchaba con interés. Terminando su informe, Sakaya preguntó al Sr. Wilson cortésmente: “Y qué chismes tiene Ud.?”
Así que el Sr. Wilson reportó los acontecimientos del mes que duraba la ausencia de Sakaya. Entonces poniéndose de pie dijo: “Ven a la casa ahora Sakaya y te pagaré por tu trabajo.”
Dentro de la casa se dirigió a Sakaya, preguntándole: “¿Qué te gustaría, dinero o tela?”
Después de una breve pausa Sakaya preguntó: “De veras me dará lo que yo quiera?”
Como era una formalidad el Sr. Wilson contestó: “Por supuesto, puedes tener lo que te guste ¿será dinero o tela?”
Otra vez Sakaya preguntó: “Está seguro de que realmente puedo tener lo que yo quiera?”
“Sí, puedes tener lo que quieras, tela o—dinero.”
Pero otra vez Sakaya preguntó: “Pero realmente puedo tener cualquier cosa que yo quiera?”
Y otra vez, pacientemente, el misionero le aseguró que sí, podría tener cualquier cosa que él quisiera.
Entonces contestó Sakaya sencillamente: “Si puedo tener lo que realmente quiero, quisiera tener un Nuevo Testamento.”
Después de eso fue cosa muy común ver a Sakaya sentado en la sombra con el Nuevo Testamento en su mano señalando con su dedo negro y grande las palabras mientras lenta y laboriosamente deletreaba las palabras preciosas que estaba aprendiendo a leer.
Un viaje de casi mil km. bajo el calor del sol africano llevando un cargamento pesado sobre su cabeza había sido un precio ínfimo en paga por el tesoro de la Palabra de Dios para este cristiano nuevo que amaba al Señor.
El gran rey David dijo hace mucho tiempo:
Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado.
(Salmo 19:10)