Muerte, el estado intermedio, resurrección, y el destino final

 
El tema sobre la vida después de la muerte provoca mucho interés, y siempre surgen preguntas cuando el tema entra en la conversación. Aunque puede que nunca tengamos todas nuestras preguntas satisfactoriamente respondidas mientras estemos aquí en este mundo, estamos agradecidos de que el evangelio “sacó á la luz” muchas cosas acerca de “la vida [para el alma] y la inmortalidad [incorruptibilidad] [para el cuerpo](2 Timoteo 1:10).
La Biblia no fue escrita para satisfacer la curiosidad humana, sino para ocuparnos con el Señor Jesucristo, quien es el único que puede llenar nuestros corazones y mentes. Sin embargo, Dios se ha complacido en revelarnos muchas cosas en su Palabra con respecto al futuro de nuestras almas, para nuestro “cumplimiento de la esperanza” (Hebreos 6:11). “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres” (1 Corintios 15:19). Afortunadamente, también tenemos esperanza en el próximo mundo.
Las siguientes observaciones se basan en algunas declaraciones de la Palabra de Dios acerca de la muerte, el estado intermedio, la resurrección, y el destino final de los seres humanos.
Muerte
El hombre es un ser trino, es decir, está compuesto de tres partes. La Biblia dice: “para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:23). Su espíritu es la parte inteligente de su ser que está consciente de Dios (Job 32:8; Isaías 29:24). Su alma es la sede de sus emociones, apetitos y deseos (Génesis 27:4; Cantares 1:7). Y su cuerpo es, por supuesto, la parte física de su ser.
La muerte física ocurre en un ser humano cuando el alma y el espíritu se separan del cuerpo. Santiago dice, “el cuerpo sin espíritu está muerto” (Santiago 2:26). La Escritura lo define como “...ausentes del cuerpo” (2 Corintios 5:8). Véase también Génesis 35:18, 49:33; Job 14:1010But man dieth, and wasteth away: yea, man giveth up the ghost, and where is he? (Job 14:10); Eclesiastés 12:7; Lucas 23:46; Hechos 7:59.
La “muerte” se usa en las Escrituras por lo menos de siete maneras diferentes. En todos los casos tiene el sentido de separación, y no de extinción, como suelen pensar algunos.
La muerte física es tener el alma y el espíritu separados del cuerpo (Santiago 2:26).
La muerte espiritual es estar separado espiritualmente de Dios al no tener una vida nueva (Efesios 2:1; Colosenses 2:13).
La muerte segunda es estar eternamente separado de Dios en el lago de fuego (Apocalipsis 20:6, 14).
La muerte por apostasía es separarse de Dios abandonando la profesión de fe (Judas 12; Apocalipsis 8:9).
La muerte judicial es la separación posicional de todo el orden del pecado que llegó bajo el liderazgo de Adán, por medio de la muerte de Cristo (Romanos 6:2, 7:6; Colosenses 3:3).
La muerte moral es ser separado de la comunión con Dios (Romanos 8:13; 1 Timoteo 5:6).
¡Es aleccionador pensar que el pecado es la causa de cada uno de estos aspectos de la muerte! En verdad, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
La Biblia nos dice que sólo hay dos estados en los que una persona muere (físicamente). Uno puede morir “en el Señor” (Apocalipsis 14:13) o puede “morir en [sus] pecados” (Juan 8:24). Morir en sus pecados es pasar de este mundo sin haber tenido sus pecados perdonados judicialmente delante Dios, por medio de la obra de Cristo en la cruz. La persona que muere en esa horrible condición será responsable de pagar el precio de sus propios pecados bajo el justo juicio de Dios por toda la eternidad. Morir en el Señor es morir estando a salvo y seguro de todo juicio bajo el amparo de la sangre de Cristo, el Hijo de Dios (Juan 5:24; 1 Juan 1:7).
La muerte de un creyente, “estimada es en los ojos de Jehová” (Salmo 116:15), mientras que la muerte de un incrédulo es algo en lo que Dios no se complace, pues ha dicho: “Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la muerte del impío” (Ezequiel 33:11). Dios no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Razones para la muerte de un creyente
A la muerte de un creyente se le llama “dormir” en la Escritura, y se refiere a su cuerpo, porque el alma no duerme (2 Samuel 7:12; Juan 11:11; Hechos 7:60, 13:36; 1 Corintios 11:30, 15:6, 15:18, 15:20, 15:51; 1 Tesalonicenses 4:14, 5:10). Mateo 27:52 dice claramente: “Muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron”.
Hay quizás tres razones principales para la muerte de un creyente.
En primer lugar, puede ser para “la gloria de Dios” (Juan 11:4, 21:18-19; Filipenses 1:20). Un creyente puede ser llamado a morir como mártir o por alguna otra causa, para dar testimonio del Señor a aquellos que lo presencian.
En segundo lugar, el creyente muere porque su trabajo de servicio para el Señor en la tierra se ha completado (Hechos 7:60, 13:36; 2 Timoteo 4:7; 2 Pedro 1:14).
En tercer lugar, el creyente puede morir bajo la mano castigadora de Dios. Es posible que un cristiano se comporte tan mal en este mundo y dé tan mal testimonio del Señor, que Dios lo termine retirando de su lugar como testimonio en la tierra. Sería llamado a casa en el cielo (Juan 15:2; Hechos 5:1-11; 1 Corintios 5:2, 11:30; Santiago 5:20; 1 Juan 5:16).
La victoria de Cristo sobre la muerte
Cristo ha pasado por la muerte y ha ganado una gran victoria sobre ella para los hijos de Dios. Hebreos 2:14-15 dice, “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es á saber, al diablo, y librar á los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos á servidumbre”.
Antes de la muerte y resurrección de Cristo, Satanás había ejercido “el imperio de la muerte” sobre las conciencias de los hombres, haciéndoles temer lo que hay más allá. Ha usado “al rey de los espantos” (que es el miedo a la muerte) para su ventaja, manteniendo a los hombres en la esclavitud y el miedo (Job 18:14). “El imperio de la muerte” no es el poder de quitarle la vida a una persona. Satanás no tiene el poder de quitarle la vida a una persona, sólo Dios tiene el poder de la vida y la muerte en Su mano (Daniel 5:2323But hast lifted up thyself against the Lord of heaven; and they have brought the vessels of his house before thee, and thou, and thy lords, thy wives, and thy concubines, have drunk wine in them; and thou hast praised the gods of silver, and gold, of brass, iron, wood, and stone, which see not, nor hear, nor know: and the God in whose hand thy breath is, and whose are all thy ways, hast thou not glorified: (Daniel 5:23); Job 2:66And the Lord said unto Satan, Behold, he is in thine hand; but save his life. (Job 2:6)). Más bien, es el temor a la muerte, el “factor miedo”. “El imperio de la muerte” tampoco es el poder de Satanás para engañar a los cristianos con sus artimañas. Los verdaderos creyentes pueden ser, y a menudo son, engañados por sus “asechanzas” (Efesios 6:11), a pesar de que Dios ha hecho amplia provisión para nosotros contra ellas, en “toda la armadura de Dios”.
Cristo ha ido a la muerte y ha robado al diablo su poder para aterrorizar al creyente con la muerte. Al otro lado de la muerte, el Señor es victorioso. Él tiene “las llaves del infierno y de la muerte” en su mano, y dice, “Yo soy ... el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Apocalipsis 1:18). Cristo ha vencido a la muerte habiendo soltado sus “dolores” (Hechos 2:24). Los “dolores de la muerte” son los temores que uno puede tener en cuanto a lo que hay más allá de la muerte. Ya que Cristo ha soltado los dolores, el creyente iluminado que se enfrenta a la muerte no tiene nada que temer. Cristo ha bajado al “polvo de la muerte” y la ha anulado (Salmo 22:15), y también ha dejado solo su “sombra”, para que los hijos de Dios atraviesen por ella (Salmo 23:4). Podemos ser llamados a pasar por la muerte en sí, pero su “aguijón”, o “dolores” (el terror), es quitado (1 Corintios 15:55). Esta maravillosa noticia nos ha sido traída por medio del evangelio (2 Timoteo 1:10).
Como se ha mencionado, la muerte es una condición del cuerpo después de que el alma y el espíritu se separan de él. Es un estado temporal, ya que todos los muertos resucitarán, tanto los salvos como los perdidos. La Escritura dice, “Porque, así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22 – traducción J. N. Darby).
El temor a la muerte ha sido “anulado” para el creyente, por medio de la muerte y resurrección del Señor Jesucristo (2 Timoteo 1:10 – traducción J. N. Darby). Sin embargo, el cuerpo del creyente sigue estando sujeto a la muerte y no tendrá “victoria” sobre la muerte física hasta que el Señor venga (1 Corintios 15:54, 15:57). Incluso después de la venida del Señor, la muerte seguirá estando en la creación y no será “deshecha” por el Señor hasta el final del Milenio (1 Corintios 15:26; Apocalipsis 20:14). Por lo tanto, para el creyente, la muerte es quitada ahora, y él está esperando su victoria sobre ella; y luego, más tarde, la muerte será totalmente destruida .
Tres grupos de personas que no morirán
Hay al menos tres grupos de personas que nunca experimentarán la muerte física.
•  Cristianos que estarán vivos en la tierra cuando el Señor venga: el Arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:15-18). Serán llamados al cielo sin pasar por la muerte.
•  Aquellos en la tierra en el momento de la Aparición de Cristo (al final de la Gran Tribulación) que han rechazado el evangelio de la gracia de Dios serán tomados en ese momento por los ángeles y lanzados vivos al lago de fuego (Mateo 13:40-42, 13:49-50, 24:40-41, 25:31-46).
•  Los santos del Milenio (judíos y gentiles convertidos) que serán transportados de esta tierra presente a la “tierra nueva” al final del reino de 1000 años de Cristo (2 Pedro 3:12-13).
La muerte no es el final de la existencia
A las personas les gusta pensar que la muerte es el final de la existencia, para que puedan vivir a su gusto y escapar de las consecuencias de sus pecados. Sin embargo, la muerte no significa la extinción. Todo el tenor de la Palabra de Dios afirma que hay vida después de la muerte. La Biblia enseña que todos los muertos “viven [para] Él” (Lucas 20:38). Aunque el cuerpo muera, el alma y el espíritu siguen viviendo. El cuerpo humano es mortal, es decir, está sujeto a la muerte (Romanos 6:12, 8:11; 1 Corintios 15:53-54; 2 Corintios 4:11), pero el alma y el espíritu son inmortales y no están sujetos a la muerte. Cuando Dios creó al hombre, éste se convirtió en un “alma viviente”, no en un alma moribunda (Génesis 2:7). En la Biblia nunca se usa el término “mortal” en relación con el alma.
La Escritura dice: “Está establecido á los hombres que mueran una vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). Esto muestra claramente que hay un más allá cuando una persona muere. Para aquellos que mueren en sus pecados, esto resultará en un juicio. ¡Pero no puede haber un juicio de algo que ha dejado de existir! El relato del Señor sobre el hombre rico y Lázaro confirma este hecho (Lucas 16:19-31). Indica claramente que hay vida después de la muerte. Eclesiastés 12:7 nos dice que el espíritu de una persona no deja de existir cuando muere, sino que regresa a Dios para dar cuenta de sus acciones (Romanos 14:12).
El Señor Jesús afirmó este hecho cuando los saduceos se enfrentaron a Él. Citó Éxodo 3:6, cuando Dios dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Mateo 22:32). Si esos patriarcas hubieran dejado de existir cuando murieron, Dios no podría haberse presentado como su Dios. Además, el Señor le dijo al ladrón moribundo que estaría con Él en el paraíso después de su muerte (Lucas 23:43). El Apóstol Pablo también dijo: “Mas confiamos, y más quisiéramos partir del cuerpo, y estar presentes al Señor” (2 Corintios 5:8). Estar “presentes al Señor”, después de que uno muere, significa que la persona definitivamente aún está viva.
El estado intermedio
Cuando ocurre la muerte física, el alma y el espíritu pasan a un estado intermedio. Así como la muerte es una condición temporal para el cuerpo, también lo es la condición del espíritu y el alma cuando se separan del cuerpo. Todos los que pasan a este estado intermedio serán sacados de él algún día. Este estado también ha sido llamado “el estado desnudado” (2 Corintios 5:4).
La tumba (“qeber” o “mnemeion”)
La tumba es la custodia del cuerpo mientras el espíritu y el alma se han separado de él a través de la muerte. Aunque muchos cuerpos nunca han sido enterrados adecuadamente (algunos han sido comidos por animales, otros han sido quemados, etc.), en la Escritura, un cuerpo muerto, en cualquier estado que esté, se considera como estando en la tumba.
La palabra en el hebreo del Antiguo Testamento para la tumba, o un sepulcro, es “Qeber”. Es un lugar literal o físico, un sitio de entierro real. En el caso de Abraham, ese lugar de enterramiento fue “delante de Mamre” (Génesis 50:13). En el caso de Saúl y Jonatán fue “en Sela, en el sepulcro de Cis” (2 Samuel 21:14). “Qeber” es algo que puede ser cavado (Génesis 50:5), y se dice que el cuerpo de una persona entra en él (1 Reyes 13:30; 2 Reyes 13:21; Jeremías 26:23).
En el Nuevo Testamento la palabra griega para la tumba es “Mnemeion”. Puede ser traducida como “sepulcro” (Mateo 27:60; Marcos 6:29; Juan 19:41) o “monumento” (Mateo 23:29).
La tumba es un lugar temporal para los cadáveres, porque el Señor dijo: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y ... saldrán” (Juan 5:28-29). Hablaremos más sobre esto cuando consideremos el tema de la resurrección.
“Seol” o “Hades”
Aunque los cuerpos de los hombres que han muerto están en la tumba, sus espíritus y almas desencarnados pasan al mundo de los espíritus invisibles. El nombre bíblico para esta condición temporal de espíritus y almas desencarnadas es “Seol” o “Hades”. Así como “Qeber” y “Mnemeion” son las palabras hebreas y griegas para referirse a la tumba o el sepulcro, “Seol” y “Hades” son las palabras hebreas y griegas para referirse al mundo invisible de almas y espíritus desencarnados, el estado desencarnado. Son simplemente dos palabras diferentes de dos idiomas diferentes que describen una misma cosa. Esto se puede probar fácilmente comparando el Salmo 16:10 con Hechos 2:27. Estas dos palabras del idioma original han sido adoptadas en el texto de la mayoría de las traducciones al español.
Desafortunadamente, ni la versión inglesa King James (KJV) ni la versión Reina-Valera Antigua (RVA) en español, que suelen ser traducciones fiables, utilizan “Seol” y “Hades” en sus textos (al contrario de la mayoría de las otras traducciones), sino que traducen las dos palabras como “infierno”, “tumba” o “foso”. Esto ha llevado a una considerable confusión, ya que la tumba es un lugar temporal de cadáveres y el infierno es la morada eterna de los perdidos, no la condición temporal de los espíritus desencarnados. En el Antiguo Testamento, “Seol” ha sido erróneamente traducido como “tumba” (31 veces), “infierno” (31 veces) y “foso” (3 veces) en la KJV. En el Nuevo Testamento, “Hades” ha sido erróneamente traducido como “infierno” en nueve pasajes de la RVA (Mateo 11:23, 16:18; Lucas 10:15, 16:23; Hechos 2:27, 2:31; Apocalipsis 1:18, 6:8, 20:13-14). Haríamos bien en repasar nuestros Nuevos Testamentos y marcar estos pasajes como “Hades”, en lugar de “infierno”, para poner fin a la confusión en nuestros estudios bíblicos futuros.
El “Seol” o “Hades” no es un lugar, sino una condición con dos estados opuestos en él. Simplemente significa “el mundo invisible de los espíritus incorpóreos”. La nota al pie de página de la traducción de J. N. Darby en Mateo 11:23 da una explicación útil de esta condición de los espíritus y almas desencarnados. Dice, “‘Hades’, como ‘Seol’ en el Antiguo Testamento (ver nota en Salmo 6:5) es una expresión muy ambigua utilizada generalmente para designar el estado temporal de los espíritus apartados, el mundo invisible o no visto de los espíritus, en el cual, hasta la llegada de Cristo, descansaban las tinieblas y la oscuridad”.
Dos estados en “Seol” o “Hades”
Como se ha mencionado, “Seol” o “Hades” son términos generales que tienen que ver con almas y espíritus difuntos sin describir su estado. Se utilizan en las Escrituras para los justos que han fallecido (Génesis 37:35; Job 14:13; Hechos 2:27; 1 Corintios 15:55 – el texto griego), y también para los malvados que han fallecido (Salmo 9:17; Salmo 31:17; Ezequiel 31:16-17; Mateo 11:23; Lucas 16:23).
Con la venida del Señor Jesús a este mundo, hemos tenido el privilegio de saber más que lo que se reveló en el Antiguo Testamento acerca del estado incorpóreo. El Señor enseñó que hay dos estados opuestos en el mundo de los espíritus. Hay un estado de felicidad para los justos en el cielo, y un estado de tormento para los perdidos.
La descripción que dio el Señor del “hombre rico” y “Lázaro” lo indica (Lucas 16:19-31). No es exactamente una parábola, ya que no lleva las marcas de sus otras parábolas. Por ejemplo, el Señor nunca usó nombres de personas en sus parábolas, pero aquí sí. El relato es, más bien, una historia real de dos personas. Se da en un escenario judío porque ese era su público, y, por lo tanto, se utiliza mucho simbolismo. Si tomamos la historia literalmente, nos quedaremos con todo tipo de ideas equivocadas. Por ejemplo, pensaríamos que la gente en una eternidad perdida puede mirar hacia arriba y ver a la gente en el cielo, y que pueden hablar entre ellos.
Un opositor podría decirnos que, si los ojos y la lengua del rico son simbólicos, también lo deben ser sus tormentos y la llama. Y tienen toda la razón. Los tormentos físicos descritos en este relato son simbólicos de los tormentos espirituales que afectan al alma y al espíritu. Son antropomorfismos, es decir, el uso de rasgos humanos para simbolizar ciertas cosas reales. Por ejemplo, las Escrituras hablan del “ojo” de Dios, o la “mano” de Dios. Dios no tiene un cuerpo con ojos y manos porque Él es espíritu (Juan 4:24). Pero los rasgos humanos, como el ojo, se utilizan para simbolizar el hecho de que Dios lo sabe todo (Su omnisciencia). Su poder actúa en todas partes y a menudo se utiliza bajo la figura de una “mano” (Su omnipotencia). Del mismo modo, el alma y el espíritu incorpóreo del rico en el Hades no tenía ojos ni dedos, etc. Tales antropomorfismos se utilizan para describir su tormento en términos que podemos entender.
Algunos han imaginado que sus seres queridos difuntos en el cielo los miran con desprecio mientras viven aquí en la tierra, pero las Escrituras no apoyan esta idea. El relato del hombre rico y Lázaro muestra que las personas en el estado desencarnado son plenamente conscientes, tienen recuerdos y emociones, etc. Sin embargo, no son conscientes de las cosas que están sucediendo actualmente en este mundo, ya que están en otro mundo. Job 14, que ha sido llamado “el gran capítulo del Antiguo Testamento sobre la resurrección”, habla de personas en el estado desencarnado que no tienen conocimiento del estado actual o de los eventos en la tierra. El verso 21 dice, “Sus hijos serán honrados, y él no lo sabrá; O serán humillados, y no entenderá de ellos”. Salomón también dijo, “los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5). Es decir, no saben nada de lo que está pasando en la tierra. Cuando Samuel fue llamado del mundo de los espíritus muertos invisibles, tuvo que ser informado de la condición actual de Israel (1 Samuel 28:15-19). Lo mismo se dice de Abraham (Isaías 63:16).
Otros han asumido erróneamente que estos versículos que acabamos de citar enseñan que las almas difuntas están dormidas o inconscientes, que es una doctrina llamada “el dormir del alma”. Pero no se refiere a eso en absoluto. Lucas 16:19-31 muestra de forma concluyente que todas las almas son conscientes después de la muerte. El Señor mismo dijo que todos los muertos “viven [para] Él” (Lucas 20:38). El contexto de Eclesiastés tiene que ver con lo que está “debajo del sol” (Eclesiastés 1:3, etc.), que es una expresión que se refiere a la vida en este mundo. Los versículos como Eclesiastés 9:5 deben ser tomados en su contexto. Por lo tanto, dice que los “muertos nada saben” en cuanto a lo que está pasando en este mundo. Del mismo modo, no sabemos lo que está sucediendo en este momento en el Palacio de Buckingham porque no estamos allí para tomarlo en cuenta, pero eso no significa que estemos inconscientes. Simplemente no estamos allí para saber.
Como se ha mencionado, hay dos condiciones opuestas en el estado desencarnado. Una es el “paraíso” (Lucas 23:43) y la otra es el “encarcelamiento” (1 Pedro 3:19). Los justos, aquellos que han muerto con fe, están en el “paraíso”. Los inicuos, los que han muerto sin fe, están “encarcelados”.
Una ilustración que el hermano Albert Hayhoe utilizó es útil para entender esta división que existe en el “Seol”, o “Hades”. Dijo que el salón de reunión en la ciudad donde vivía estaba construido de tal manera que, al entrar en ella, uno se encontraba con medio tramo de escaleras hacia el piso superior, y medio tramo de escaleras hacia el sótano. Dijo que, si veíamos a alguien en la calle entrar en ese edificio, esa persona desaparecería detrás de las puertas (lo que él comparaba con la muerte), y no sabríamos a dónde fue, si al piso superior o al inferior. Lo mismo ocurre cuando una persona pasa por la muerte. Su cuerpo va a la tumba, pero su alma y espíritu van al “Hades” (Seol), ya sea al “paraíso” o al “encarcelamiento”.
Paraíso
Los justos en el “Seol” o el “Hades” están en el “paraíso” con Cristo (Lucas 23:43; 2 Corintios 12:1-4; Apocalipsis 2:7). “Paraíso” significa “el jardín de las delicias”, y describe el estado de los justos en el cielo que descansan en bienaventuranza. Es lo que el Apóstol Pablo llama del “tercer cielo”, que es la presencia inmediata de Dios (2 Corintios 12:1-4).
Los justos en el “paraíso” incluirían a todos los que han muerto en la fe y también a los que han muerto en la infancia, que eran menores de la edad del entendimiento (2 Samuel 12:23; 1 Reyes 14:13). El Señor dijo: “sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:10). Usó la palabra “ángeles” para sus espíritus incorpóreos. También se usa así con Pedro en Hechos 12:15. Aunque las almas y espíritus de los infantes difuntos están en el cielo (paraíso), no son parte de la Iglesia de Dios. Los que componen la Iglesia han sido sellados con el Espíritu de Dios al creer en el evangelio de su salvación (Efesios 1:13). Esto requiere fe y cierta inteligencia en el mensaje del evangelio. Los infantes difuntos estarán entre los amigos del “Esposo” (Juan 3:29). Tendrán una porción bendita con Cristo en la resurrección, y reinarán con Él sobre la tierra en el Milenio.
Se dice que los santos que están en el “paraíso” están “desnudados” (2 Corintios 5:4), y que están “con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23; Lucas 23:43). Están en el cielo, pero todavía no han sido glorificados. Están esperando (como nosotros estamos esperando en la tierra) la venida del Señor. Cuando Él venga, efectuará la primera resurrección, en la cual ellos y nosotros seremos glorificados. Tanto los santos que están vivos en la tierra, como los santos que han fallecido, ambos están esperando. La diferencia es que los santos que han fallecido están en una sala de espera más brillante en el cielo. Se dirá más sobre esto cuando consideremos el tema de la resurrección.
Los judíos creían que su antepasado Abraham estaba en el lugar más alto de la felicidad. Por lo tanto, cuando el Señor habló de que Lázaro estaba en el “seno de Abraham”, entendieron claramente que se refería a este estado de felicidad (Lucas 16:22). Este es un término figurativo; no hay un lugar literal en el seno de Abraham para los justos bienaventurados.
Como se mencionó anteriormente, el evangelio nos ha dado mucha más luz acerca del estado intermedio que la que tenían los santos del Antiguo Testamento. Ahora podemos hablar más definitivamente sobre los justos en esa condición. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento, la palabra “Hades” casi desaparece en aplicación a los justos. Sólo se usa dos veces de esa manera: al hablar del Señor cuando estaba en el estado desencarnado (Hechos 2:27), y para los santos en el momento de la primera resurrección (1 Corintios 15:55 – el texto griego). Como ya sabemos específicamente que la condición de los santos es estar en el “paraíso”, no es necesario usar el término ambiguo y general de “Hades”.
Para ilustrar esto, podríamos hablar de una persona que sabemos que ha ido a Gran Bretaña. Pero después de saber dónde anduvo exactamente, hablaríamos del lugar específico al que ha ido. No sólo decimos que la persona está en Gran Bretaña; decimos que está en Londres. Por lo tanto, con los creyentes que han partido de este mundo a través de la muerte, no nos referimos a ellos como si estuvieran en el “Hades”, aunque lo estén. La inteligencia cristiana sobre este tema nos permite decir que están “con Cristo” en el cielo, en el “paraíso”.
Aunque los difuntos que han sido justificados están en un estado intermedio al estar separados de sus cuerpos, sus almas y espíritus están en una condición fija de felicidad en el “paraíso”. Cuando sean resucitados y glorificados en la primera resurrección, continuarán por la eternidad en ese estado de dicha.
Prisión
Los inicuos que se encuentran en el “Hades” (Seol) están “encarcelados” (1 Pedro 3:19). Es una condición de tormento (Lucas 16:23). Esa prisión es un “lugar de retención”, por así decirlo, de los malvados que se han desincorporado. Mientras que su condición encarcelada es temporal, su estado de tormento es eterno. Es una condición fija. Una vez que una persona sale de este mundo en sus pecados, está en una eternidad perdida, ¡y ninguna oración le servirá entonces! Job dijo: “Porque yo conozco que me reduces á la muerte; Y á la casa determinada á todo viviente. De hecho, no [puede] la oración cuando Él extiende [Su] mano: aunque clamen cuando Él los quebrantare” (Job 30:23-24 – traducción J. N. Darby). El Señor mismo dijo que sólo tenía poder para perdonar los pecados en la tierra (Mateo 9:6). Una vez que una persona toma su último aliento y pasa a una eternidad perdida, el gran poder del perdón de Cristo no puede alcanzarlo allí. ¡Qué solemne!
Isaías 24:21-22 dice: “Y acontecerá en aquel día, que Jehová visitará sobre el ejército sublime en lo alto, y sobre los reyes de la tierra que hay sobre la tierra. Y serán amontonados como se amontonan encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán visitados después de muchos días”. El “ejército sublime en lo alto” es Satanás y sus ángeles caídos. Justo después de la aparición de Cristo, serán tomados y arrojados a la “mazmorra”. Ver también Apocalipsis 20:1-3. Los “reyes de la tierra” son los ejércitos de las naciones que se reunirán en la tierra de Israel. Serán juzgados en ese momento. Serán matados, y sus almas y espíritus serán arrojados a la “prisión”. Serán retenidos allí por “muchos días” (durante el Milenio), y luego “visitados” por una nueva ejecución del juicio y asignados al lago de fuego.
Como en Hechos 2:27 se dice que el alma del Señor entró en el Hades después de su muerte (pero antes de que resucitara), algunos han imaginado que bajó a la “prisión” y predicó el evangelio a los espíritus de los hombres desencarnados allí, dándoles una segunda oportunidad para salir de ese lugar. El versículo utilizado para apoyar esta idea es 1 Pedro 3:18-20. Dice: “Porque también Cristo padeció una vez por los injustos, para llevarnos á Dios, siendo á la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; En el cual también fué y predicó á los espíritus encarcelados; Los cuales en otro tiempo fueron desobedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, cuando se aparejaba el arca; en la cual pocas, es á saber, ocho personas fueron salvas por agua”.
Esto, sin embargo, es torcer las Escrituras. Se asume erróneamente que el Hades es exclusivamente una condición de sufrimiento. Y, sobre esa falsa idea, la gente concluye erróneamente que después de la muerte, el Señor entró en ese lugar donde están los espíritus incorpóreos de los hombres malvados, y les predicó. Eso no es lo que el pasaje de 1 Pedro 3 está enseñando. Pedro habla de la resurrección del Señor, y no de su espíritu en el estado incorpóreo. Él se refiere a la obra del Espíritu Santo, diciendo: “En la cual [en el Espíritu] también fue [el Señor Jesús] y predicó a los espíritus [que están] encarcelados”. El punto del pasaje es que el mismo Espíritu que levantó al Señor Jesucristo de la muerte también estaba activo en los días de Noé cuando predicó al mundo antes del diluvio. Hablar a los hombres en la tierra por el Espíritu Santo era la forma en que el Señor trabajaba en tiempos del Antiguo Testamento. Advirtió: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre” (Génesis 6:3; Salmo 139:7). Pedro afirma esto en el primer capítulo de su epístola, diciéndonos que “el Espíritu de Cristo” era el poder que daba testimonio en los tiempos del Antiguo Testamento (1 Pedro 1:11).
Los “espíritus” de aquellos hombres a los que Noé predicó hace mucho tiempo están ahora “encarcelados” porque rechazaron el mensaje que Dios les dio cuando aún estaban vivos en la tierra (1 Pedro 4:6). Para no confundir en cuanto a cuándo fue que Cristo predicó a esas personas por medio del Espíritu, Pedro añade, “Los cuales en otro tiempo fueron desobedientes, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé”. Esto prueba que fue en los días de Noé, y no cuando Cristo fue desincorporado en el intervalo entre su muerte y resurrección. No hay ni una palabra en el pasaje que indique que el Señor, en su estado incorpóreo, fue y predicó en la “cárcel”. Tampoco dice que estas personas eran espíritus incorpóreos cuando se les predicó; la predicación tuvo lugar cuando estaban vivos en la tierra (en sus cuerpos) en los días de Noé.
Tal interpretación es irracional y plantea más preguntas que respuestas. Es absurdo pensar que cuando el Señor murió, que de todas las personas “encarceladas” que había en el Hades, Él escogería a una generación de personas–relativamente pocas– para ofrecerles una segunda oportunidad. ¿Qué de aquellos que vivieron durante otros períodos del Antiguo Testamento? ¿Por qué el Señor no les daría una segunda oportunidad también? ¿Y qué hay de los que han muerto y han sido “encarcelados” después de que el Señor resucitó de entre los muertos, durante este período de la Iglesia actual? ¿Por qué no les daría una segunda oportunidad también? ¿Y cómo tendrían esa oportunidad si murieron después de que Él resucitó de los muertos? El Señor tendría que morir de nuevo para bajar a la “cárcel” en el Hades a predicarles. Esto es absurdo. Si la doctrina de una segunda oportunidad después de la muerte fuera cierta, entonces ¿por qué el apóstol Pablo diría, “he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salud”? (2 Corintios 6:2) ¿Por qué la necesidad de urgencia en el evangelio?
La Escritura es clara: una vez que una persona muere y pasa al estado de tormento porque sus pecados no han sido expiados, ese estado es “constituido” o fijo. Saldrán de la prisión cuando resuciten, pero no saldrán de ese estado de tormento. Esto se enfatiza en el relato del hombre rico y Lázaro. “Y además de todo esto, una grande sima está constituida entre nosotros y vosotros, que los que quisieren pasar de aquí á vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lucas 16:26).
El abismo (o pozo o mazmorra)
El “abismo” o “pozo” o “mazmorra” es un lugar de confinamiento temporal para los espíritus angélicos malvados (Isaías 24:21-22; Lucas 8:31; Apocalipsis 9:1-2, 9:11, 11:7, 17:8, 20:1-3).
Aunque los ángeles no mueran (Lucas 20:35-36), aquellos que sean malvados serán consignados al “abismo” cuando Cristo establezca su reino milenario (Isaías 24:21-22). Algunos ángeles malvados están en el “abismo” ahora. El Apóstol Pedro dijo, “Porque si Dios no perdonó á los ángeles que habían pecado, sino que habiéndolos despeñado en el infierno [al abismo más profundo de oscuridad] con cadenas de oscuridad, los entregó para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4 – traducción J. N. Darby). La palabra erróneamente traducida como “infierno” aquí en la versión Reina-Valera Antigua, no es “Gehenna” sino “Tártaro” en el griego. Debería ser traducida como “al abismo más profundo de oscuridad” (traducción de J. N. Darby). Aparentemente, este es un lugar especial de confinamiento solitario en el “abismo”.
Algunos de los ángeles caídos en los días de Noé pecaron de una manera tan corrupta que Dios intervino en el juicio y los arrojó a la “al abismo más profundo de oscuridad”. Judas añade más luz al respecto, diciendo, “Y á los ángeles que no guardaron su dignidad [estado original], mas dejaron su habitación, los ha reservado debajo de oscuridad en prisiones eternas hasta el juicio del gran día” (Judas versículo 6). En el tiempo del diluvio, algunos de los ángeles que cayeron con Satanás antes de la creación eligieron no mantener su “estado original”, que era sin sexo (Mateo 22:30). Ellos “dejaron su habitación”, que estaba en los cielos, y bajaron y se involucraron en una práctica degenerada de cohabitación con “las hijas de los hombres” (Génesis 6:4). Aparentemente, su diseño era hacer una súper raza de seres. Se nos dice que había “gigantes”, “valientes” y “varones de nombre” en la tierra en aquellos días (Génesis 6:4). Tal práctica era tan corrupta que Dios los destruyó a todos en el juicio del diluvio, excepto a “ocho” personas (1 Pedro 3:20). Los ángeles impíos involucrados en esta práctica fueron arrojados a “al abismo más profundo de oscuridad”. Esta práctica fue tan corrupta que Dios ha dejado una cubierta sobre ella, y nos ha dicho muy poco sobre ella en su Palabra.
El “abismo” es un lugar temporal de juicio en el que los ángeles caídos son retenidos hasta “el juicio del gran día” (Judas versículo 6), que será al final de los tiempos (Apocalipsis 20:10). Aunque esas criaturas impías estarán confinadas en el “abismo” hasta ese día, sus influencias malignas serán soltadas en la tierra una vez más en la Gran Tribulación bajo la dirección del Anticristo (Apocalipsis 9:1-11).
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En resumen, hay tres palabras usadas en las Escrituras para describir el estado temporal de todos los seres creados por Dios, que se encuentran en el mundo de los espíritus invisibles:
•  “Paraíso” para los hombres justos.
•  “Encarcelamiento” para los hombres impíos.
•  “Abismo” para Satanás y los ángeles impíos.
Resurrección
Así como la muerte (física) es la separación del alma y espíritu del cuerpo (Santiago 2:26), la resurrección es la reunión del alma y el espíritu con el cuerpo (1 Reyes 17:21-22; Lucas 8:55). Todos los que mueren, ya sean justos o impíos, experimentarán la resurrección, ya que la muerte es una condición temporal. El sepulcro es sólo un custodio temporal del cuerpo, y el Hades es sólo un custodio temporal del alma y del espíritu.
Aunque todos los que mueren resucitarán, no todos los muertos resucitarán simultáneamente. Hay dos resurrecciones. El Señor dijo: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; Y los que hicieron bien, saldrán á resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á resurrección de condenación” (Juan 5:28-29; Hechos 24:15). La “primera resurrección” (Apocalipsis 20:4-6), también llamada “resurrección de vida” (Juan 5:29) y “resurrección de los justos” (Lucas 14:14), es una resurrección de personas justas solamente. La segunda resurrección, que se llama “resurrección de condenación” (Juan 5:29) y “resurrección de injustos” (Hechos 24:15), es una resurrección de personas impías que han muerto en sus pecados. Hay mil años entre estas dos resurrecciones.
La primera resurrección
La primera resurrección es una resurrección “de entre los muertos” (traducción J. N. Darby de Mateo 17:9; Filipenses 3:11; Colosenses 1:18, etc.), porque es selectiva en el sentido de que los justos son llamados “de entre” los impíos. Esto tiene lugar en tres fases:
En primer lugar, Cristo ha sido levantado de entre los muertos como una muestra de lo que vendrá para los santos. Él es “las primicias”. Él está ahora en el cielo en su cuerpo glorificado (Filipenses 3:21). Entonces, en Su venida (el Arrebatamiento), los santos que duermen (que han fallecido) serán levantados de entre los muertos. Estos son todos los justos desde Abel (el primer hombre que murió) hasta la última persona que muere antes del Arrebatamiento. Entonces se dirá: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro [Hades], tu victoria?” (1 Corintios 15:55). La “muerte”, la cual ha llevado el cuerpo, no podrá retenerlo más tiempo. El “Hades”, en el que se encuentran los espíritus difuntos, perderá su victoria de mantenerlos en ese estado separado. Subirán junto con los santos que estarán vivos en la tierra en ese momento para encontrarse con el Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4:15-18). Por último, cualquiera que haya muerto en la fe durante el tiempo de la semana setenta de Daniel (el período de la Tribulación), será resucitado al final de ese período de siete años (Apocalipsis 14:13). Para resumir estos tres, hay:
•  En primer lugar, “Cristo las primicias” (1 Corintios 15:23; Mateo 28:1-8).
•  En segundo lugar, “los que son de Cristo, en su venida”, el Arrebatamiento (1 Corintios 15:23; 1 Tesalonicenses 4:15-18; Hebreos 11:40).
•  En tercer lugar, los que se convierten a Dios durante el período de la Tribulación y son martirizados (Apocalipsis 6:9-11, 11:7-9, 15:2-4) y luego son levantados al final de la Gran Tribulación (Apocalipsis 11:11-12, 14:13).
El momento de la resurrección y la glorificación de los santos es en la venida del Señor, el Arrebatamiento. Éste ha sido llamado “El momento para el cual todos los demás momentos han sido hechos”. Todos los justos que han muerto en las edades pasadas, empezando con Abel, hasta la última alma salvada durante el período de la Iglesia, ¡juntos verán el rostro del Señor por primera vez! Aquellos en el estado incorpóreo en el Hades (Seol) no han mirado todavía el rostro del Señor, aunque sus espíritus están con Él en el paraíso. Actualmente participan en las alegrías del cielo sin sus cuerpos. Pero cuando seamos glorificados juntos, todos veremos su rostro por primera vez. Dios se ha propuesto que haya un momento definido de alegría y victoria cuando nuestros ojos se encuentren con los suyos por primera vez. ¡Qué momento será ese!
Para el creyente, la resurrección es el aspecto completo y final de su liberación de todos los efectos y consecuencias del pecado (Romanos 8:11, 8:23; Efesios 4:30). Los cuerpos de los santos que viven se vestirán de “inmortalidad”, y los cuerpos de los santos que han muerto se vestirán de “incorrupción” (1 Corintios 15:53-54). Seremos “juntamente con él ... glorificados” (Romanos 8:17). La Biblia habla de ello como “ser sobrevestidos de aquella nuestra habitación celestial” (2 Corintios 5:2).
Los santos que han partido para estar con Cristo no reciben cuerpos “nuevos” en la venida del Señor, aunque a menudo oímos a la gente decir que sí. Enseñar que los santos recibirán cuerpos nuevos y diferentes en Su venida, en cierto sentido, niega la resurrección de los cuerpos en los que vivían antes. Si reciben nuevos cuerpos en la venida del Señor, ¡entonces sus viejos cuerpos no se levantan de entre los muertos después de todo! Las Escrituras tienen cuidado de nunca decir que el cuerpo de la resurrección es nuevo en ese sentido. Cuando se habla de la resurrección, siempre dice “transformados” (1 Corintios 15:51-52; Filipenses 3:21; Job 14:14). Esto define con mayor precisión lo que sucede en el momento de la resurrección. Ese cuerpo viejo será levantado, transformado, y glorificado, todo “en un momento, en un abrir de ojo, á la final trompeta” (1 Corintios 15:52).
Cuando sean glorificados, los santos no tendrán sus enfermedades, vejez, etcétera, sino que estarán en “el rocío de [su] juventud” como Cristo (Compare el Salmo 110:3 con Filipenses 3:21). Su naturaleza caída a causa del pecado será erradicada para siempre, y no pecarán más (Hebreos 11:40, 12:23 – “hechos perfectos”; 1 Juan 3:2).
A menudo, la gente habla de aquellos que han partido para estar con Cristo en el estado intermedio, como si estuvieran en la gloria. No queremos ser de “los que hacían pecar al hombre en palabra” (Isaías 29:21), pero esto no es muy exacto, ya que aún no están glorificados. El estado incorpóreo no es la gloria. No serán glorificados hasta que sean llamados en la venida del Señor (el Arrebatamiento). Cristo está en gloria ahora (en un estado glorificado; véase 1 Pedro 1:21; 2 Corintios 3:18), y está esperando a llevar a su pueblo a esa condición de gloria en Su venida.
Esto es confuso para algunos porque (según su manera de pensar) si Cristo está en la gloria, y los santos difuntos están “con Cristo” (Filipenses 1:23), entonces ellos también deben estar en la gloria. Este malentendido proviene de asumir que la expresión convencional, “en la gloria”, se refiere a un lugar donde el Señor está en el cielo. Sin embargo, no es un lugar, sino una condición glorificada. El Señor Jesús está en una condición glorificada en el cielo “con” los santos difuntos que aún no están en esa condición.
Todos los muertos que tienen su parte en la primera resurrección vivirán y reinarán con Cristo en los cielos durante el Milenio (Apocalipsis 20:4-6). Serán moralmente “semejantes” a Cristo (1 Juan 3:2) y físicamente “semejantes” a Cristo (Filipenses 3:21). La Escritura dice: “Porque si fuimos plantados juntamente en él á la semejanza de su muerte, así también lo seremos á la de su resurrección” (Romanos 6:5).
La segunda resurrección
La primera resurrección tendrá lugar antes del Milenio, pero la segunda resurrección tendrá lugar después del Milenio (Apocalipsis 20:7, 20:11-15). Los impíos muertos serán levantados juntos para estar de pie ante el “gran trono blanco” y recibirán su sentencia de juicio eterno. Todos los que participen en esta resurrección, que es el resto de los muertos, serán arrojados al “lago de fuego”. Esto es muy triste y solemne.
La reencarnación (una creencia de muchas religiones orientales) supone que las almas de los muertos vuelven a la tierra en diferentes formas para vivir de nuevo, lo que es una cosa falsa (Hebreos 9:27). Decir que la Biblia apoya esta noción es ridículo. La idea de la reencarnación es que una persona vuelve como otra persona o animal. Hay 10 o 12 Personas en las Escrituras que fueron resucitadas de la muerte, pero siempre volvieron en su propio cuerpo y fueron la misma persona. Malaquías 4:5-6 y Mateo 11:14 han sido utilizados para apoyar la idea errónea. El Señor habló de Juan el Bautista como Elías, pero no hablaba literalmente, sino que Juan saldría en su ministerio con el mismo carácter y espíritu que Elías. Lucas 1:17 confirma esto, diciendo, “Porque él irá delante de él con el espíritu y virtud de Elías, para convertir los corazones de los padres á los hijos, y los rebeldes á la prudencia de los justos, para aparejar al Señor un pueblo apercibido”.
La Biblia enseña que una vez que una persona muere, no regresa a la tierra para vivir de nuevo. Dice: “Está establecido á los hombres que mueran una vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). Solo los impíos caerán bajo juicio, porque todos los que tienen fe han sido liberados del juicio de sus pecados. El Señor dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á vida” (Juan 5:24).
El Señor Jesús dijo acerca de los muertos: “Porque no pueden ya más morir” (Lucas 20:36). Esto confirma que no pueden seguir volviendo a la tierra para vivir y morir una y otra vez. El Rey David podía decir de su hijo que murió: “¿Podré yo hacerle volver? Yo voy á él, mas él no volverá á mí” (2 Samuel 12:23). Véase también Eclesiastés 12:7.
Destino final
Tres Destinos Finales, Pero Dos Condiciones Finales
Muchos confunden el destino final del hombre con su condición final. La Biblia enseña que sólo hay dos condiciones finales para el hombre: o ser bendecido por Dios con Cristo, o estar bajo la condenación de Dios en el infierno (el lago de fuego). Pero la Biblia también enseña que hay tres destinos o lugares distintos en los que los hombres pasarán la eternidad.
•  En primer lugar, el Señor pudo “preparar” un lugar en la casa del Padre para los santos celestiales, como resultado de su entrada en el cielo como un Hombre glorificado (Juan 14:3).
•  En segundo lugar, los santos terrenales heredarán el reino en la tierra, que ha sido “preparado” para ellos (Mateo 25:34).
•  En tercer lugar, el lago de fuego ha sido “preparado” para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41).
El cielo
En el momento del Arrebatamiento, los santos de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento serán glorificados juntos y serán llamados a la “casa [del] Padre” en el cielo (Juan 14:2-3). Los santos que han muerto, y están actualmente incorpóreos en el estado separado, no están en “la casa [del] Padre” ahora. La casa del Padre no es un estado intermedio, sino la morada final y eterna de los santos glorificados. La casa del Padre es más que la gloria; es donde el corazón del Padre se muestra y Él mismo es conocido en la gloria. Aunque los santos glorificados no verán al Padre (porque “Dios es Espíritu” – Juan 4:24), disfrutarán de Su presencia y conocerán Su corazón de amor en su plenitud. El creyente puede disfrutar del amor y la presencia del Padre ahora por el Espíritu (Juan 14:21, 14:23), pero en aquel día será en su plenitud.
Habrá un feliz reencuentro de los santos que han sido separados por la muerte. Parece que se reconocerán el uno al otro en ese día, así como Pedro, Jacobo y Juan reconocieron a Moisés y Elías en el Monte de la Transfiguración, aunque nunca los habían conocido (Lucas 9:28-36).
La glorificación de los hijos de Dios ocurre en el Arrebatamiento (Romanos 8:17), pero la manifestación de los hijos de Dios es en la Aparición de Cristo (Romanos 8:19). Cuando el Señor venga del cielo en Su Aparición, traerá Consigo a Sus santos glorificados, y se manifestarán como tales ante el mundo. El Apóstol Juan dijo: “Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes á él” (1 Juan 3:2). Él vendrá “para ser glorificado en sus santos, y á hacerse admirable en aquel día en todos los que creyeron” (2 Tesalonicenses 1:10).
Los santos celestiales vivirán y reinarán con Cristo sobre la tierra en el Milenio (Salmo 103:19; Daniel 7:22, 7:27; Apocalipsis 20:4). Después del reinado de Cristo por 1000 años, los santos celestiales vivirán con Él por la eternidad en los “cielos nuevos” que Dios preparará (2 Pedro 3:13). Este es su destino eterno.
La tierra
Después de que el Señor llame a sus santos celestiales a la casa del Padre (en el Arrebatamiento), comenzará una obra en la tierra para salvar a un remanente de Israel y a una gran multitud de gentiles que tendrán su porción en la tierra durante el Milenio (Apocalipsis 7). Estos son los santos terrenales de Dios que tienen una herencia y un destino terrenales (Salmo 37:9). Ellos vivirán y reinarán con Cristo en la tierra durante el Milenio.
Después de que el Milenio haya terminado, estos santos terrenales serán glorificados y transportados a una “tierra nueva” donde vivirán por la eternidad en comunión con el Señor (2 Pedro 3:13). Este es su destino eterno.
El infierno
El “infierno” es la morada final y eterna de los perdidos. Dios no tenía la intención de que algún ser humano terminara en el infierno. Fue preparado para “el diablo y para sus ángeles”, pero es triste decir que muchos seres humanos tendrán su final allí porque rechazaron cada gesto de la gracia de Dios hacia ellos.
“Infierno” es la traducción en español de la palabra griega “Gehenna”. “Gehenna” se refiere al valle de Hinnom, que es un valle en las afueras de Jerusalén (en el sur), al que conducía la puerta del Muladar. Era el lugar donde los habitantes de la ciudad quemaban sus desechos. Allí había un fuego llamado “Topheth” para ese propósito; ardía constantemente, día y noche (2 Reyes 23:10; Isaías 30:33; Jeremías 7:31-32). Como el fuego en el valle de Hinnom nunca se apagaba, era una figura apta para referirse a la eternidad del infierno.
El Señor fue el primero en revelar la verdad del estado final de los perdidos. Él es el único en la Biblia que ha usado la palabra “Gehenna”, excepto su hermano Jacobo (Santiago), que la usó sólo una vez (Santiago 3:6). Como se ha mencionado, “Gehenna” se suele traducir como “infierno”, pero en un par de ocasiones se traduce como “infierno del fuego”, lo que es bastante apropiado, porque “fuego” en las Escrituras es una figura de juicio. [Nota del traductor: En varias ocasiones, esta palabra aparece simplemente como “Gehenna” en la Reina-Valera Antigua.]
Como se dijo antes, la Reina-Valera Antigua traduce incorrectamente la palabra griega “Hades” como “infierno”, y ha causado cierta confusión. Estamos agradecidos de decir que la Reina-Valera Antigua traduce correctamente la palabra griega “Gehenna” como “infierno” o “infierno del fuego”, y simplemente deja la palabra “Gehenna” como tal en algunas ocasiones. Esto se puede ver en los siguientes pasajes: Mateo 5:22, 5:29, 5:30, 10:28, 18:9, 23:15, 23:33; Marcos 9:43, 9:45, 9:47; Lucas 12:5; Santiago 3:6. (Todos los demás lugares en el nuevo testamento de la versión Reina-Valera Antigua donde se usa “infierno” son incorrectos, y deben ser traducidos como “Hades”.)
“Infierno” (Gehenna) y “el lago de fuego” (Apocalipsis 20:14-15) son el mismo lugar. Es la morada final de los perdidos. “El lago de fuego” es una expresión simbólica que indica el juicio eterno. Un “lago” es un lugar de confinamiento; el agua fluye hacia él desde ríos y arroyos y está contenida allí. El “fuego”, como dijimos, es una figura de juicio. Por lo tanto, “el lago de fuego” es un lugar de confinamiento bajo el juicio de Dios.
Un daño incalculable ha sido hecho por los predicadores que se fijan detalladamente en los términos usados en la Escritura para describir el castigo eterno en un sentido literal. Esto lleva a muchas contradicciones. Por ejemplo, si el “fuego” fuera literal, entonces los cuerpos de los perdidos arrojados al lago de fuego se quemarían y desaparecerían. Una persona no estaría en el infierno para siempre. Otra descripción de este destino final de los perdidos es “las tinieblas de afuera” (Mateo 22:13). Pero esta descripción, si se toma literalmente, contradice la primera. El fuego, como todos sabemos, produce luz, ¡lo que significa que no habría oscuridad allí! Además, se nos dice que los perdidos serán atados “de pies y de manos” y arrojados al infierno donde habrá “lloro y crujir de dientes” (Mateo 22:13). Si el fuego fuera algo literal, quemaría las ataduras y estarían sueltos. ¿Y cómo podrían llorar y crujir los dientes si sus cuerpos se quemaran?
La respuesta, por supuesto, es que todos estos términos son simbólicos. Ya hemos explicado el significado simbólico de un “lago” y de “fuego”, así que pasaremos a algunas de las otras figuras. “Las tinieblas de afuera” significa soledad extrema. ¡Individuos en el infierno jamás volverán a ver a otra persona! La gente habla de tener muchos amigos allí, pero eso no es cierto. Estar “atado” indica que la persona no será libre de hacer su propia voluntad. En la tierra vivieron para hacer su propia voluntad en independencia de Dios; en el infierno esa libertad será quitada para siempre. Habrá “llanto”, lo que indica autocompasión. Y también habrá “crujir de dientes”, que es el lanzamiento de insultos y maldiciones a Dios (Mateo 8:12, 13:42, 13:50, 24:51, 25:30). Compare Hechos 7:54 y Apocalipsis 16:10-11.
La diferencia entre la prisión en el Hades y el infierno
El “Hades” es una condición temporal de espíritus y almas incorpóreas; mientras que el “infierno” (Gehenna) es un lugar eterno de los perdidos, donde se arroja la persona entera, incluyendo el cuerpo. Una es una condición y la otra es un lugar. El “Hades” afecta sólo al espíritu y al alma, mientras que el “infierno” afecta a toda la persona, a su espíritu, alma y cuerpo. El Señor dijo, “...que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 5:29). El cuerpo no va al “Hades”, pero sí al “infierno”. Ver también Mateo 18:9.
Se ha utilizado una ilustración para mostrar la diferencia entre la condición temporal de los perdidos en el “Hades” y la condición final de los perdidos en el “infierno” (el lago de fuego). Supongamos que se encuentra a una persona infringiendo la ley, y que al ser aprehendida es puesta en la cárcel del condado, que es un lugar de confinamiento temporal. Permanece allí hasta la fecha de su juicio, en el cual es llevado ante un juez en el tribunal de justicia y es condenado por su delito. Luego es transferido a la penitenciaría del estado donde cumple su condena. La cárcel del condado podría representar la prisión en el “Hades” y la penitenciaría del estado al “infierno”. Por supuesto, en el caso del “infierno”, una persona nunca termina de cumplir su sentencia.
El juicio de los vivos y los muertos
Contrariamente a lo que muchos piensan, no hay nadie en el “infierno” (el lago de fuego) hoy en día. Hay dos grupos de malvados que serán arrojados al infierno en dos momentos diferentes.
El primer grupo será arrojado allí en la aparición de Cristo. En ese momento, el Señor enviará a sus ángeles y ellos saldrán por Su reino (la esfera en la tierra donde se ha profesado el nombre de Cristo, es decir, la cristiandad), y arrojarán a los malvados al lago de fuego. El Señor dijo: “Enviará el Hijo del hombre sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego: allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13:41-42). También dijo: “Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán á los malos de entre los justos, y los echarán en el horno del fuego: allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13:49-50). Mateo 24:40-41 añade: “Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado: Dos mujeres moliendo á un molinillo; la una será tomada, y la otra será dejada”.
Los primeros de este grupo inicial en ser arrojados al “infierno” (el lago de fuego) son la Bestia y el falso profeta (el Anticristo) (Apocalipsis 19:20).
Aquellos que serán tratados en ese momento son las personas más responsables sobre la faz de la tierra. Ellos han escuchado el evangelio de la gracia de Dios (Hechos 20:24) y han profesado ser creyentes, pero no lo son, o han sido rotundamente rechazadores de él. Han disfrutado, más o menos, de los beneficios y privilegios que el cristianismo ha traído a este mundo, pero nunca han recibido a Cristo como su Salvador personal. No vendrán ante “el gran trono blanco” (Apocalipsis 20:11-15) al final de los tiempos para ser juzgados porque no hay necesidad de ello. Han estado cara a cara, por así decirlo, con el Juez mismo, y han sido sorprendidos con las manos en la masa en su aparición. Él los asignará directamente al infierno. Este juicio se llama el juicio de “los vivos” (2 Timoteo 4:1; 1 Pedro 4:5), porque es un juicio de personas vivas. Estas personas no morirán; ¡son arrojadas vivas al lago de fuego!
El segundo grupo de personas que serán arrojadas al “infierno” (el lago de fuego) son los muertos, los que están “encarcelados” en el estado intermedio. Como se mencionó anteriormente, todos los que han muerto en sus pecados serán resucitados al final de los 1000 años del reinado de Cristo (el Milenio). Esa es la segunda resurrección. Estarán de pie ante el Señor en “el gran trono blanco” para ser sentenciados a su castigo eterno (Apocalipsis 20:11-15, 21:8). Al ser resucitados, estarán allí vivos, y serán lanzados vivos al “lago de fuego”. De hecho, toda persona que es arrojada al infierno va allí con vida. Sus cuerpos serán constituidos para durar a través de las edades eternas y existirán en “la segunda muerte” para siempre. ¡Qué cosa tan solemne!
Castigo eterno
Algunos piensan que la “eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:9; Filipenses 3:19; Mateo 7:13; 2 Pedro 2:1, 2:12, 3:16, etc.) significa que la gente es consumida por el fuego del juicio de Dios, y luego dejan de existir. Esta falsa doctrina se le llama Aniquilación. Nuestra experiencia con aquellos que niegan el castigo eterno es que apelan poco o nada a las Escrituras, y hacen mucho énfasis en el sentimiento y la razón humana. Sin embargo, debemos dejar que la santa Palabra de Dios resuelva la cuestión. Ella indica que la “eterna perdición” no tiene que ver con la pérdida del ser, sino con la pérdida del bienestar.
Está claro en Job 30:24 que los perdidos siguen existiendo después de morir. Dice que “clamarán” incluso después de haber sido destruidos.
Apocalipsis 19:20 nos dice que la Bestia y el falso profeta fueron lanzados vivos al lago de fuego. Luego, en el capítulo 20 se nos dice que el diablo será atado en el abismo durante todo el Milenio y luego será soltado. Y después de una breve rebelión leemos: “Y el diablo que los engañaba, fué lanzado en el lago de fuego y azufre, donde está la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche para siempre jamás” (Apocalipsis 20:10). Note: ¡la Bestia y el falso profeta seguían allí en el lago de fuego después del reinado de mil años de Cristo! No dejaron de existir.
El Señor Jesús dijo: “El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está [permanece] sobre él” (Juan 3:36). “Está [permanece]” es algo continuo. Si la ira de Dios permanece en el incrédulo, debe estar la existencia del incrédulo para que permanezca en él.
De nuevo, Apocalipsis 14:11 dice que “el humo del tormento de ellos sube para siempre jamás”. El tormento significa una condición que requiere una persona viva para soportarlo. No se puede atormentar algo que no existe.
El Señor también dijo, “Donde el gusano de ellos no muere” (Marcos 9:48). Esto indica que los tormentos de una conciencia culpable no cesarán en las personas perdidas que están bajo el castigo eterno.
Varias Escrituras nos dicen que el fuego del juicio de Dios “nunca se apaga” (Mateo 3:12; Marcos 9:43, 9:45; Lucas 3:17). ¿Qué necesidad habría de que continuara el fuego si los que son arrojados allí son aniquilados inmediatamente?
Algunos nos dicen que la muerte misma es el juicio. Pero las Escrituras dicen: “Está establecido á los hombres que mueran una vez, y después [de la muerte] el juicio” (Hebreos 9:27). Si “después” de la muerte es el juicio, ¿cómo podría ser la muerte el juicio?
En las Escrituras, “perdición” no significa aniquilar algo, ni que cese su existencia. La palabra es “Apollumi” en el griego, y se usa cuando el Señor, el Buen Pastor, encuentra a su oveja “perdida”. Dijo: “Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido [Apollumi] (Lucas 15:6). ¿Podría el Señor haber encontrado algo que había dejado de existir? ¿No existíamos antes de ser recogidos y salvados por el Señor? El apóstol Pablo usa la misma palabra, diciendo: “si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden [Apollumi] está encubierto” (2 Corintios 4:3). ¿Podríamos decir que los pecadores incrédulos de este mundo han dejado de existir cuando todavía están vivos y se mueven por la tierra?
Incluso en nuestro lenguaje ordinario, “perdición” no significa el cese de la existencia. Por ejemplo, si se toma un hacha y se destruye una hermosa mesa, habría tanto material tirado en un montón inútil en el suelo como cuando se sentaba como una hermosa y útil mesa. Una vez que ha sido destruida, ya no es útil para el propósito para el que fue hecha. Lo mismo ocurre con la perdición de los seres humanos. El hombre fue hecho para la gloria de Dios (Isaías 43:21; Apocalipsis 4:11). Si entra en la “eterna perdición”, ya no puede ser salvado y usado para el propósito por el que fue creado. Se llama perdición “eterna” porque no hay recuperación de esa condición; es eterna (Marcos 3:29).
El juez de toda la tierra hará lo que es justo
En el infierno no habrá niños ni personas con discapacidades intelectuales que no hayan alcanzado una edad de responsabilidad (Deuteronomio 1:39; Jonás 4:11). Dios es fiel y justo para no permitir que ninguno de esos “pequeños” perezca en una eternidad perdida (Mateo 18:10-14). Ellos son contados bajo el amparo de la sangre de Cristo, aunque no sean capaces de apreciarlo inteligentemente. Con respecto a estas personas, podemos consolarnos en la Palabra de Dios que dice, “El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Génesis 18:25). Las personas que sí terminan en una eternidad perdida son aquellas que son responsables al haber tenido muchas oportunidades de creer en el testimonio que Dios les ha dado de Sí mismo, pero lo han rechazado voluntaria y conscientemente.
Tampoco habrá nadie en el infierno (el lago de fuego) arrepintiéndose de su pecado y sintiendo una lástima genuina por lo que ha hecho en su vida. El corazón del hombre no cambiará al encontrarse en circunstancias diferentes. Los hombres que odian el evangelio hoy, también lo odiarán en ese entonces. Como se ha mencionado, habrá “llanto”, pero sólo por autocompasión. También habrá el “crujir de dientes”, pero es sólo el desahogo de su ira contra Dios, lanzando insultos y maldiciones contra Él.
Esto demuestra que el dolor y el sufrimiento no llevan a una persona al arrepentimiento. Las Escrituras dicen que es la “benignidad” de Dios la que lleva al arrepentimiento (Romanos 2:4), y no habrá ninguna bondad de Dios mostrada a los que están en el infierno. Fuera del nuevo nacimiento, los corazones de los hombres no cambiarán. El Señor dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es”, lo que significa que la naturaleza caída del pecado en el hombre no puede ser cambiada, ya sea por la cultura, la educación o el sufrimiento (Juan 3:6). Esta es la razón por la que el hombre necesita una nueva naturaleza, la cual se le da cuando es nacido de nuevo.
¡Además, los que están en el infierno ya no serán amados por Dios! El Señor dijo de Jacob (un creyente) y de Esaú (un incrédulo): “amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Malaquías 1:2-3). Esto no se dijo cuando ellos estaban aún con vida, sino mucho después de que estos dos hombres hubieran fallecido. Dios ama a todos los hombres mientras están aquí en la tierra (Juan 3:16), pero si han rechazado su gracia y testimonio, y han muerto en sus pecados, Él deja de amarlos. Dios una vez amó a Esaú, pero él murió como un rechazador de Dios, y ahora ya no es amado por Dios. Qué cosa tan solemne; ¡nadie en el infierno podrá decir que nunca fue amado por Dios!
La morada final de los ángeles malvados
El diablo y sus ángeles que serán confinados en el “abismo” serán arrojados al lago de fuego (Mateo 25:41), para que toda criatura impía e impenitente tenga su parte en la eterna perdición. Los santos de Dios tendrán su parte en juzgarlos (1 Corintios 6:3).
B. Anstey
Primera edición en inglés—junio 1990
Segunda edición en inglés—enero 2007
Primera edición en español—enero 2021
MUERTE, EL ESTADO INTERMEDIO, RESURRECCIÓN,
Y EL DESTINO FINAL— Lo que la Biblia Enseña Sobre la Vida Después de la Muerte
B. Anstey
Primera edición en inglés—junio 1990
Segunda edición en inglés—enero 2007
Primera edición en español—enero 2021
VERSIÓN IMPRESO—1.1
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Primera edición en español – mayo de 2021
Nota: Toda referencia de la Santa Escritura es de la versión Reina-Valera Antigua.
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