Nuevo Nacimiento

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El nuevo nacimiento (nacer de nuevo) es un acto soberano de Dios en transmitir vida divina a los hombres (Juan 1:13, 3:1-8; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23; 1 Juan 2:29). Es esencialmente lo mismo que la vivificación (Efesios 2:1, 2:5; Colosenses 2:13) pues ambos términos se refieren a la acción inicial de Dios en comunicar vida divina a una persona. El nuevo nacimiento no es una bendición exclusivamente cristiana, pues todos los hijos de Dios en todas las épocas fueron y serán nacidos de Dios.
Como resultado de ser nacido de nuevo, los hombres tienen sus facultades espirituales despertadas, y, por lo tanto, son hechos conscientes de su responsabilidad para con Dios. Habiendo recibido vida y fe por medio de esta acción de Dios, ellos tienen la capacidad de comprender el evangelio y de creer en el Señor Jesucristo; y una vez lo hacen, son salvos. Sin esta obra inicial de Dios en los hombres, ninguno jamás se arrepentiría y vendría a Cristo para salvación. (Ver Libre Albedrío)
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Hay cuatro errores comunes entre los cristianos en cuanto al nuevo nacimiento:
El primero tiene que ver con cómo y cuando una persona nace de nuevo. La mayoría de los cristianos dirá que una persona nace de nuevo cuando cree en el Señor Jesucristo. Sin embargo, la Escritura no enseña esto. Eso es “poner el carro delante de los bueyes” por así decirlo. Una persona no cree en el Señor Jesús para nacer de nuevo, sino más bien, ella cree porque ha nacido de nuevo (Juan 1:12-13; 1 Juan 5:1). En cuanto al orden de estas cosas, Dios actúa primero, y soberanamente imparte vida por medio del nuevo nacimiento, mediante el cual la fe es dada a la persona (Efesios 2:8) y, por lo tanto, ella es capaz de creer y ser salva, cuando el evangelio le es presentado. Por lo tanto, el nuevo nacimiento no es el resultado de que una persona venga a Dios y crea en el Señor Jesucristo, sino el resultado del comunicar de la vida divina de parte de Dios a su alma, permitiéndole entonces recurrir a Él en arrepentimiento y creer en el Señor Jesucristo.
A. J. Pollock dijo: “Juan 1:12-13 nos dice que los que recibieron a Cristo fueron aquellos que ‘no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios.’ Una cosa es experimentar el nuevo nacimiento; otra cosa es recibir a Cristo, y Juan 1:12-13 hace esto muy claro. Si yo, como hombre no regenerado, fuese capaz de ejercer la fe para provocar el nuevo nacimiento, entonces sería de ‘voluntad de carne’ y de ‘voluntad de varón,’ pero se nos dice claramente que no es así. Es ‘de Dios’ (Juan 1:13), ‘de Su voluntad’ (Santiago 1:18), ‘por la Palabra de Dios’ (1 Pedro 1:23) y debemos dejarlo de esa manera... ¿Cómo puede el hombre en la carne por un acto de su propia voluntad producir vida divina? Ella debe venir de Dios” (Scripture Truth, vol. 30, p. 48).
Comentando sobre este mismo pasaje (Juan 1:12-13), W. Scott dijo: “sólo los nacidos de Dios son capaces de recibirle” (Bible Handbook, New Testament, p. 191). C. Stanley lo explicó de la misma forma: “El nuevo nacimiento explica cómo es que alguien puede recibirle a Él” (Election, p. 17). F. G. Patterson también dijo: “Ciertamente es el incrédulo el que es vivificado, de lo contrario vendría a ser creyente por medio de su propia acción. ¿Dónde entonces estaría la verdad de Juan 1:10-13 y Santiago 1:18? Si Dios no nos vivificase por la Palabra, nunca seríamos salvos” (Scripture Notes and Queries, p. 122).
“No ... de sangre” significa que el nuevo nacimiento no es transmitido a una persona a través del linaje familiar (o sea, por ser descendiente de Abraham, o por tener padres cristianos). “Ni de voluntad de carne” significa que el nuevo nacimiento no es el resultado de que hombres en la carne elijan nacer de nuevo. “Ni de voluntad de varón” significa que el nuevo nacimiento no resulta de personas bien intencionadas deseándolo para otros. “Mas de Dios” significa que es totalmente una obra soberana de Dios (Santiago 1:18).
En segundo lugar, los cristianos confunden el nuevo nacimiento con la salvación, pero estos términos no son sinónimos en la Escritura. Hacer que estas dos cosas signifiquen lo mismo lleva a la confusión. W. Potter hizo hincapié en esto: “‘Ni sabes de dónde viene, ni á dónde vaya,’ se refiere al Espíritu de Dios, no a la salvación. Se refiere al nacer de nuevo: ‘así es todo aquel que es nacido del Espíritu.’ Debemos mantener las verdades de la Escritura en sus propias conexiones con la Escritura: Cuando ella habla del nuevo nacimiento, no está hablando de la salvación, y es ahí donde encontramos tanta confusión” (Gathering Up The Fragments, p. 226).
J. N. Darby dijo: “No debemos confundir la salvación manifestada con ser nacido de Dios” (Letters, vol. 3, p. 118). Él también dijo: “La Iglesia ha perdido la noción de lo que es ser salvo. Las personas piensan que es suficiente nacer de nuevo” (Collected Writings, vol. 28, p. 368).
W. Kelly dijo: “No debemos confundir, como los predicadores e instructores populares hacen, la recepción de la vida con la salvación... Es un gran error, por lo tanto, hablar de ‘salvación en un instante’, ‘liberación en seguida’ o cualquier otra de las frases comunes de avivamiento superficial, que ignoran la Palabra de Dios y brotan de la confusión entre vida y salvación” (An Exposition of the Acts, págs. 131-132).
La distinción entre estas dos operaciones de Dios se había perdido por siglos. W. Kelly afirmó: “El hecho es que la teología en todas sus vertientes, papista o protestante, calvinista o arminiana, de alguna forma ha perdido y pasado por alto esta verdad tan trascendental: que primero es la obra del Espíritu en separar a un alma renovada para Dios antes de, y con la finalidad de, su justificación” (Epistles of Peter, p. 12).
La verdad es que Dios comienza la obra en un alma por medio del nuevo nacimiento, y luego cuando la persona descansa por la fe en lo que Cristo ha hecho en la cruz, es salvada y sellada con el Espíritu Santo (Efesios 1:13). Estas son dos acciones distintas del Espíritu: una es el principio de la obra de Dios en un alma y la otra es la culminación de esta. Habrá un intervalo de tiempo entre estas dos acciones; puede ser de unos minutos, o en algunos casos, pueden ser años. Cuando una persona nace de nuevo está a salvo del juicio, pero cuando recibe a Cristo es salvada y sellada con el Espíritu Santo. Los siguientes pasajes muestran que el nuevo nacimiento precede al creer en Cristo para salvación:
•  Juan 1:12-13: Los que “creen en Su nombre” son los que han sido “engendrados” [nacidos] de Dios.
•  Juan 3:3-8, 3:14-17: En cuanto al orden de la obra de Dios en las almas, el Señor habló primero de “nacer otra vez” por la Palabra de Dios y por el Espíritu de Dios antes de hablar de ser “salvo” por creer en el Hijo de Dios.
•  Juan 5:21, 5:24: Nuevamente, el Señor habló de la obra de Dios en dar vida a las almas antes de hablar de creer en Él para vida eterna.
•  Juan 6:44-47: El Señor habló de la obra de Su Padre en atraer personas, que es el efecto de nacer de nuevo, antes de decir que los que fueron atraídos creyeron en Él.
•  Efesios 2:1-5, 2:8: Al delinear la actividad del amor de Dios y de Su misericordia para con nosotros, el apóstol Pablo se refirió a Su obra de vivificar a las almas primero, y luego habló de aquellos a quienes Dios había vivificado como siendo salvos “por gracia” por medio de la fe.
•  2 Tesalonicenses 2:13-14: Pablo habla de la “santificación del Espíritu” que es el resultado del nuevo nacimiento, antes de la fe (el creer) de una persona en la verdad del evangelio.
•  1 Pedro 1:2: Pedro habla de la “santificación del Espíritu” (el resultado del nuevo nacimiento) como aquello que precede al “obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (que es el apropiarse, por la fe, de la obra de Cristo en la cruz para la salvación).
•  1 Pedro 1:22-23: Pedro habla de la purificación del alma mediante la obediencia a la verdad del evangelio, y esto es el resultado de “haber nacido de nuevo” (traducción W. Kelly).
•  Levítico 8:1-35: Esto es figura del nuevo nacimiento, la salvación y el sello del Espíritu. Los hijos de Aarón fueron primero “lavados con agua” (nuevo nacimiento), entonces fueron traídos al altar para presenciar y ser identificados con la muerte de un animal que fue sacrificado. La sangre de la víctima fue puesta en la oreja derecha, en el dedo pulgar de la mano derecha y el dedo pulgar del pie derecho (simbolizando la apropiación por la fe de la obra de Cristo en expiación para la salvación del alma). Por último, fueron ungidos con aceite, que es una figura del sello del Espíritu.
J. N. Darby dijo: “La morada del Espíritu Santo es una cosa muy diferente a la fuerza vivificante del Espíritu... Los ejemplos dados en los Hechos, donde hay un intervalo de tiempo, nos hacen sensibles a la distinción de ambos” (Collected Writings, vol. 26, p. 89).
De la misma forma, A. P. Cecil dijo: “Creo que la Escritura claramente enseña no sólo una distinción entre el nuevo nacimiento y el sello del Espíritu, sino también un intervalo entre las dos cosas. Puede ser largo o corto; pero el intervalo de tiempo está ahí, de la misma manera que cuando un hombre primero construye una casa y luego habita en ella” (Helps By the Way, vol. 3, NS, p. 175).
En tercer lugar, los cristianos, casi universalmente, confunden el nuevo nacimiento con la regeneración; pero estas cosas, tampoco son lo mismo. Ambas se refieren a un nuevo comienzo, pero son diferentes comienzos. El nuevo nacimiento es un nuevo comienzo interior en una persona que recibe vida divina. La regeneración, por el otro lado, es un nuevo comienzo exterior, en la vida de un creyente, a través de la purificación de su vida de una forma práctica. Los hombres no pueden ver la nueva vida transmitida en el nuevo nacimiento, pero ellos deben ser capaces de ver el cambio exterior en la vida del que es salvo. Habrá una notable ruptura con las cosas profanas y mundanas que él una vez buscaba. (Ver Regeneración).
En cuarto lugar, los cristianos muchas veces confunden el nuevo nacimiento con la vida eterna, pero tampoco son sinónimos. Ambos tienen que ver con la posesión de la vida divina, pero de una manera diferente. Nacer de nuevo es tener la vida divina como si fuera en embrión, por así decirlo; mientras que la vida eterna tiene que ver con poseer esa vida en el conocimiento de nuestra relación con el Padre y el Hijo (Juan 17:3), en el terreno de la redención (Juan 3:14-15) y en el poder del Espíritu morando en nosotros (Juan 4:14). A la posesión de este carácter de la vida se le llama, “vida eterna.” Para ello el Hijo de Dios tenía que venir al mundo (Juan 10:10).
Los creyentes que vivieron antes de la venida de Cristo no podrían haber tenido este carácter de vida divina, aunque ellos ciertamente nacieron de nuevo. J. N. Darby dijo: “en cuanto a los santos del Antiguo Testamento, la vida eterna no formaba ninguna parte de la revelación del Antiguo Testamento, aun suponiendo que los santos del Antiguo Testamento la tuvieran” (Notes and Jottings, p. 351). No estamos diciendo que hay dos tipos de vida divina—hay solamente un tipo de vida divina—la vida de Cristo (Juan 1:4). Los santos del Antiguo Testamento tenían la misma vida divina que los cristianos, pero no tenían la revelación de la verdad concerniente al Padre y al Hijo, a la obra de la redención y al sello del Espíritu. Por lo tanto, la Escritura no llama “vida eterna” a la vida divina que ellos tenían.
Esta vida más abundante, que es la vida eterna (Juan 10:10), no es llamada así porque esté describiendo la duración de esa vida, sino porque está describiendo su carácter. Es el propio carácter de la vida que el Padre y el Hijo disfrutaban en comunión el Uno con el Otro en la eternidad, antes de la fundación del mundo. Los cristianos nacen de nuevo (Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23) así como los santos del Antiguo Testamento, pero al recibir a Cristo como su Salvador, los primeros tienen algo más: ellos tienen “vida eterna” (Juan 3:15-16).
Otra distinción entre el nuevo nacimiento y la vida eterna es que la vida divina transmitida a los pecadores a través del nuevo nacimiento es hecha sin ninguna acción consciente de su parte (Juan 3:8, 5:21), mientras que la vida eterna es dada a una persona cuando conscientemente cree en el Señor Jesucristo y Lo recibe como su Salvador (Juan 3:16, 3:36, 5:40, 6:47). (Véase Vida Eterna)