1 Corintios: El mantenimiento del orden en la asamblea local

Table of Contents

1. Un breve resumen de la epístola
2. La primera epístola de Pablo a los Corintios
3. 1) Fracaso en mantener la unidad en la asamblea: Capítulos 1:10-4:21
4. 2) Fracaso en juzgar el mal moral: Capítulo 5:1-13
5. 3) Fracaso en resolver disputas personales: Capítulo 6:1-11
6. 4) Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la moralidad: Capítulos 6:12-7:40
7. 5) Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la idolatría: Capítulos 8:1-11:1
8. 6) Fracaso en entender el liderazgo y su señal: Capítulo 11:2-16
9. 7) Fracaso en tener sobriedad y reverencia en la Cena del Señor: Capítulo 11:17-34
10. 8) Fracaso en comprender la naturaleza y el uso de los dones en la asamblea: Capítulos 12-14
11. 9) Fracaso en el mantenimiento de la sana doctrina: Capítulo 15
12. 10) Fracaso en relación a las ofrendas: Capítulo 16:1-4
13. Exhortaciones finales: Capítulo 16:5-24

Un breve resumen de la epístola

Los capítulos 1–10:14 tratan de la asamblea en su aspecto como la casa de Dios y lidian con asuntos que conciernen a la santidad de la asamblea local.
Los capítulos 10:15–16:24 tratan de la asamblea en su aspecto como el cuerpo de Cristo y lidian con los privilegios de la asamblea local.
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Los capítulos 1–6 lidian con asuntos entre los corintios que fueron reportados al apóstol (capítulo 1:11).
Los capítulos 7–11:16 lidian con preguntas que los corintios habían escrito al apóstol (capítulo 7:1).
Los capítulos 11:17–16:23 lidian con más asuntos que fueron reportados al apóstol concernientes a las funciones de la asamblea (capítulo 11:18).
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También vemos a los tres enemigos del cristiano trabajando en los capítulos 1–10:
•  Capítulos 1–4: La sabiduría del mundo.
•  Capítulos 5–7: Los deseos de la carne.
•  Capítulos 8–10: El poder de los demonios.
El apóstol muestra cómo estas tres cosas pueden destruir una asamblea local, y proporciona el remedio de Dios para lidiar con ellos.
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Nótese: Todas las Escrituras citadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina-Valera Antigua (RVA), a menos de que se indique lo contrario. Aunque la mayoría de los lectores probablemente estén más familiarizados con la versión Reina-Valera de 1960 (RVR1960), ésta tiene derechos de autor, por lo que se ha utilizado la RVA. En los lugares donde la RVA no provee el sentido correcto, se han traducido pasajes de las traducciones de King James, J. N. Darby, o W. Kelly para ayudar a transmitir los pensamientos de la obra original en inglés.

La primera epístola de Pablo a los Corintios

Mantenimiento del orden en la asamblea local
En la asamblea de Corinto existían graves desórdenes que fueron el motivo por el que la epístola fue escrita. El apóstol Pablo había estado con los corintios durante 18 meses y sin lugar a duda no habría permitido que tales cosas continuaran mientras él estaba allí. Es de suponer, por tanto, que las cosas en la asamblea de Corinto se habían deteriorado considerablemente.
Pablo optó por escribir a los corintios respecto a los problemas que había entre ellos, en vez de visitarlos en persona. De haber ido a Corinto, habría tenido que usar su autoridad apostólica como vara de corrección y juzgar a muchos de ellos que eran culpables (1 Corintios 4:21). Por ello, en misericordia, se mantuvo alejado y les escribió esperando que Dios produjera en ellos el arrepentimiento por el que arreglarían las cosas que estaban en desorden (2 Corintios 1:23). Así pues, la epístola trata varios asuntos concernientes al orden interno de la asamblea local, así como su responsabilidad pública. Considera la asamblea de Dios en sus privilegios y responsabilidades en la tierra y presenta el orden establecido por Dios para su funcionamiento normal. De este modo, se nos brinda intuición divina para el mantenimiento del orden en una asamblea cristiana local.
Introducción de la epístola
Capítulo 1:1-9.— Pablo establece su condición de apóstol al comienzo para que los santos de Corinto entendiesen claramente que las cosas que iba a escribir respecto a los desórdenes que había entre ellos no eran prejuicios personales suyos, sino mandatos apostólicos del Señor (1 Corintios 14:37).
Las instrucciones que da no sólo se aplican a la asamblea de Corinto, sino también a “todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar”. Esto significa que la epístola es aplicable a todas las asambleas cristianas, tanto entonces como ahora. Al estar escrita de manera correctiva, se nos instruye en cuanto a cómo debemos lidiar con tales problemas si surgieran en la Iglesia de hoy.
Diez desórdenes abordados y corregidos
Pablo procede a corregir al menos diez desórdenes en la asamblea de Corinto. De este modo, en sus observaciones se nos brinda una exposición compuesta de lo que debe caracterizar a una asamblea local de cristianos. Son:
•  Fracaso en mantener la unidad en la asamblea.
•  Fracaso en juzgar el mal moral.
•  Fracaso en resolver disputas personales.
•  Fracaso en entender la libertad cristiana en relación con la moralidad.
•  Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la idolatría.
•  Fracaso en entender el liderazgo y su señal.
•  Fracaso en tener sobriedad en la Cena del Señor.
•  Fracaso en relación a la naturaleza y el uso de dones.
•  Fracaso en el mantenimiento de la sana doctrina.
•  Fracaso en relación a las ofrendas.
Versículos 3-9.— Antes de lanzarse a las cosas que necesitaban corrección, el apóstol alaba a los corintios por todo aquello que provenía de Dios en ellos. Esto haría que los corintios estuviesen más dispuestos a recibir sus próximas exhortaciones. Este es un principio que deberíamos tener en cuenta. El amor cristiano elogiará, si es posible, antes de corregir.

1) Fracaso en mantener la unidad en la asamblea: Capítulos 1:10-4:21

Las características de la división
Capítulo 1:10-16.— Llegó a los oídos de Pablo que había disensiones en la asamblea local de Corinto y de inmediato se dispuso a abordar este problema. Era preciso corregir primero este desorden, ya que si no se restablecía la unidad en la asamblea no habría poder para lidiar con los otros males que habían de ser juzgados. La toma de decisiones en la asamblea sería prácticamente imposible si la asamblea seguía en un estado de división.
Los corintios estaban andando como hombres carnales y estaban inmersos en el mundo que los rodeaba, el cual estaba lleno de escuelas de opinión bajo varios filósofos. De la misma manera, formaron diferentes partidos en la asamblea bajo el liderazgo de ciertos hombres dotados y se organizaron en torno a ellos según sus preferencias personales. Sin embargo, esta idea mundana ponía en peligro el testimonio público de la unidad de la asamblea de Corinto. Era un problema básico de que el mundo y el pensamiento mundano se habían introducido en la asamblea.
Versículo 10.— Pablo comienza por rogar a los corintios, en “el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, que este tal no sea el caso entre ellos, y que procuren corregir el problema de inmediato. Al invocar el nombre del Señor, estaba mostrando que no era sólo su idea para ellos, sino que era la voluntad del Señor (capítulo 14:37). Y al proceder como lo hacían, claramente no estaban viviendo bajo la autoridad de Su Señorío.
Les dice que para que una asamblea exista en un estado saludable, no puede haber “divisiones [cismas]” (traducción J. N. Darby; es la misma palabra en griego) entre ellos. Esto hace referencia a una ruptura interna entre los hermanos, incluso si todos ellos están reuniéndose externamente como un único conjunto. Luego, dice que en una asamblea debidamente ordenada según la voluntad de Dios estarán “perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”. Al afirmar esto, Pablo busca llegar a su conciencia, y realmente pone el dedo en la llaga de cómo suceden estas cosas. Las divisiones entre el pueblo del Señor comienzan con algo tan pequeño como las diferencias de “opinión” y parecer (versículo 10, traducción J. N. Darby). Estas diferencias llevarán a “contiendas” (versículo 11). Y, si no se juzgan las contiendas y los conflictos, se convertirán en “divisiones [cismas]” (versículos 12-13).
Más adelante en la epístola, Pablo dice a los corintios que las “divisiones [cismas]”, si no se juzgan, acaban conduciendo a “herejías [sectas]” (capítulo 11:18-19). Este es un tema aún más serio. Una secta o una herejía (“hairesis” en griego) es una ruptura o división externa entre los santos, donde un partido se separa y se reúne independientemente. Esto significa que el problema de la división entre los santos en Corinto era un mal severo, y que necesitaba ser corregido inmediatamente.
Versículo 11.— Este problema entre ellos no era simplemente un rumor; Pablo nombra la fuente de la que había oído estas cosas. Era “por los que son de Cloé”. Esto enfatiza un principio que siempre debe ser aplicado al tratar con problemas en la asamblea: todo debe hacerse “en la boca de dos ó de tres testigos” (2 Corintios 13:1).
Versículos 12-13.— Los partidos o divisiones que se habían formado entre los corintios no eran en realidad en torno a “Pablo”, “Apolos” y “Cefas” (Pedro), aunque utiliza su propio nombre y los nombres de otros obreros prominentes. En el capítulo 4:6, él menciona que a propósito había “transferido, en aplicación” (traducción J. N. Darby) los nombres de los líderes que había entre ellos a sí mismo y a los otros siervos del Señor para dar a entender su punto a los corintios. Utilizando tacto y delicadeza espirituales, no quiso identificar por nombre a las personas en torno a las cuales se juntaban, para que no dijeran que Pablo estaba celoso de ellas. Por eso, se utilizó a sí mismo y a Apolos, etc., a modo de ilustración. Cada vez que hace referencia a esas facciones y a sus líderes, traslada la aplicación a él mismo y a Apolos, etc. (1 Corintios 1:12; 3:4,22; 4:6). De todas las divisiones que había en medio de ellos, el “yo de Cristo” era quizás lo peor de todo, ya que implicaba que ¡ellos eran los únicos que eran de Cristo!
Versículos 14-17.— Tales eran las inclinaciones de los corintios, que Pablo estuvo agradecido por dejar que otros hicieran el bautismo cuando estuvo entre ellos, para que no se levantasen a su nombre y formaran un partido en torno a él. Sin embargo, bautizó a “Crispo” y “Gayo” y a “la familia de Estéfanas”, los primeros creyentes de aquella región (1 Corintios 16:15). A partir de entonces, dejó que otros hicieran esa labor para que no pareciera que él era el fundador de una nueva secta. Este es un principio sabio y debería actuarse hoy en día en el servicio cristiano. Aquellos que son prominentes y dotados deberían diferir ciertas tareas a otros en la obra del Señor para quitarse protagonismo. Esto ayudará a disipar cualquier idea que el pueblo del Señor pueda tener de querer juntarse alrededor de un determinado siervo.
La causa de división: La intrusión de la sabiduría humana en la asamblea
En los capítulos 1:17–2:16, Pablo rastrea la causa de tales divisiones entre los corintios hasta su origen: la intrusión de la sabiduría mundana en la asamblea. Al ser convertidos del mundo, los corintios trajeron mucho exceso de carga con ellos. Los griegos tenían sus diversas escuelas de filosofía a las que se adherían, y estos estimados santos pensaban que lo mismo ocurría con el cristianismo. Pero estaban totalmente equivocados. La triste realidad era que tales cosas únicamente conducían a la formación de partidos entre ellos. Siendo este el caso, Pablo procede a exponer la inutilidad de la sabiduría del hombre en las cosas de Dios.
Versículo 17.— “La cruz de Cristo” es la respuesta de Dios a la sabiduría del mundo. El apóstol señala la cruz para mostrar a los corintios que toda la sabiduría del mundo ha sido juzgada por Dios allí, y por lo tanto, no tiene lugar en la asamblea. (No nos referimos a los conocimientos que el hombre ha adquirido en los campos de la ciencia, la medicina, la tecnología, etc., sino a la supuesta sabiduría y a las filosofías de la vida del mundo, es decir, a las cosas que pertenecen a los valores esenciales de la vida que son morales y espirituales).
La cruz es la prueba suprema de la insensatez de la sabiduría mundana. Los hombres, en su supuesta sabiduría, miraron a Cristo cuando vino a este mundo y no vieron ningún valor en Él, y pidieron su crucifixión. Por lo tanto, Pablo no quiso darle un lugar en su predicación y enseñanza, y exhortó a los corintios a hacer lo mismo. Tampoco nosotros debemos darle un lugar en nuestro ministerio. La sabiduría de este mundo no tiene lugar en la asamblea. Si el evangelio ha de ser transmitido utilizando los métodos de sabiduría del hombre, entonces la cruz de Cristo es “hecha vana”, porque el propósito mismo de la cruz es glorificar a Dios sobre la cuestión del pecado y juzgar todo lo que es del hombre en la carne, incluyendo su supuesta sabiduría. El evangelio anuncia que toda esa filosofía y sabiduría humana ha sido juzgada en la cruz; ¿cómo podríamos entonces implementarla en nuestra predicación y servicio para el Señor?
Para enfatizar esto, el apóstol continúa mostrando la futilidad de la sabiduría del hombre:
•  En primer lugar, en transmitir el Evangelio a las almas perdidas (capítulo 1:18-31).
•  En segundo lugar, en enseñar a los santos la enseñanza de Dios (capítulo 2:1-16).
La futilidad de la sabiduría humana en ayudar a los hombres a entender el evangelio
Versículos 18-20.— La sabiduría y la filosofía humanas, tanto al comunicar el evangelio como al recibirlo, sólo han impedido a los hombres ver el valor de la obra de Cristo en la cruz. Pablo dice: “La palabra de la cruz es locura á los que se pierden”. Los sabios de este mundo no ven la gloria de la Persona que colgó en ella, ni ven el amor de Dios que dio a su Hijo para morir allí. No ven la santidad de Dios que exigió tal sacrificio, ni la ruina total del hombre que debe ser juzgado. La sabiduría del mundo queda así expuesta como inservible y como un obstáculo en las cosas divinas.
Algunos de los que enseñaban en la asamblea de Corinto intentaban hacer que el evangelio fuera intelectualmente respetable. Su ocupación en la sabiduría mundana les hacía sensibles a aquellos aspectos del mensaje cristiano que eran ofensivos para los filósofos y el público en general. No querían abandonar la fe; sólo querían redefinirla para que fuera más aceptable para los hombres del mundo. Pablo muestra que simplemente no se pueden mezclar las dos cosas, porque son totalmente opuestas. Los principios, los motivos y los objetivos del hombre son opuestos a los de Dios, y sólo son un obstáculo para entender las cosas de Dios. La mente natural del hombre jamás podrá conocer la verdad de Dios, excepto por la revelación de la Palabra de Dios (Job 11:7; 1 Corintios 2:14). Por lo tanto, en la cruz, Dios ha destruido “la sabiduría de los sabios” al juzgar todo el orden del hombre según la carne. Ahora se puede decir: “¿Qué es del sabio? ¿qué del escriba? ¿qué del escudriñador de este siglo?”. Todo ha sido dejado de lado (Romanos 8:3).
Versículos 21-25.— Puesto que el mundo, con su sabiduría, ha demostrado que no puede conocer a Dios, Dios se ha complacido en bendecir al hombre sobre un principio totalmente diferente: la fe. Por medio de “la locura de la predicación” Él quiere “salvar á los creyentes”. Esto exalta la “potencia de Dios, y sabiduría de Dios”. No es que el mundo piense que el medio de predicación sea una locura, porque el mundo también usa ese medio; es aquello que se predica lo que es una locura para ellos.
Versículos 26-29.— La “vocación” de los santos de Corinto fue una prueba remarcable de este mismo punto. Ellos no eran de la clase de grandes filósofos y sabios, o ricos, o famosos en la sociedad; tales personas usualmente son obstaculizadas por su intelecto y su posición en la vida. Pablo menciona tres clases de personas importantes en este mundo que suelen tropezar con el evangelio:
1) “Sabio”: el altamente educado (intelecto).
2) “Poderoso”: el famoso y rico (riquezas).
3) “Noble”: los de la alta sociedad, la nobleza, (nacimiento), etc.
Para enseñar la lección de la vacuidad de la sabiduría humana, Dios ha escogido a propósito a “lo necio”, “lo flaco”, “lo vil” y “lo menos preciado” de este mundo para tener y comunicar Su verdad. De esta manera, ningún hombre sabio según la carne, si se salva, tiene un argumento del cual gloriarse (jactarse).
Versículos 30-31.— El capítulo termina con el apóstol hablando de Cristo en gloria, y de la posición del creyente ante Dios en Él. Esto se ve en la expresión “en Cristo Jesús”, que hace referencia a Él resucitado y ascendido en las alturas. Así, Él es presentado como la fuente de la verdadera “sabiduría”. ¿Dónde está entonces la verdadera sabiduría? Está en un Hombre glorificado en el cielo. No necesitamos recurrir a los sabios del mundo y a sus principios filosóficos para obtener sabiduría; la tenemos en Cristo. El cristiano no sólo tiene “sabiduría” en Cristo, sino que también tiene “justificación”, “santificación” y “redención”. ¿Necesitamos justificación? La tenemos en Cristo (2 Corintios 5:21). ¿Necesitamos santificación y redención? Las tenemos en Cristo (Hebreos 10:10,14; Romanos 8:23). Todo lo que necesitamos está en Cristo. No tenemos necesidad de buscar nada fuera de Él. Por lo tanto, si ha de haber algún tipo de jactancia o gloria, debe ser en Cristo y en lo que tenemos en Él (versículo 31).
Por lo tanto, el capítulo 1 Presenta a Cristo en la cruz (crucificado) como una declaración del juicio de Dios sobre el hombre en la carne (Romanos 8:3). También presenta a Cristo en gloria como la medida de la posición del creyente ante Dios y sus bendiciones y recursos en Él (Efesios 1:3).
La futilidad de la sabiduría humana en ayudar a los santos a aprender la verdad de Dios
En el capítulo 2, el apóstol continúa exponiendo la futilidad de la sabiduría del hombre en la enseñanza de la verdad a los santos. Por lo tanto, la sabiduría humana no puede ayudar a una persona a entender el evangelio (capítulo 1), ni puede ayudar al creyente a aprender la verdad de Dios (capítulo 2). Pablo señala su propio ministerio como una demostración de esto. Rehusó la carne en sí mismo y en su ministerio para que no hubiera ningún obstáculo a la obra del Espíritu de Dios en las almas. Cuando vino a Corinto, no apeló al hombre natural, negándose a utilizar la “altivez de palabra” o cualquier otra muestra de sabiduría humana. Evitó a propósito utilizar tales métodos para comunicar la verdad.
•  Versículo 1: El estilo de su predicación era “no ... con altivez de palabra”.
•  Versículo 2: El tema de su predicación era “Jesucristo ... crucificado”.
•  Versículo 3: El espíritu que caracterizaba su predicación era “con flaqueza, y mucho temor y temblor”.
•  Versículo 4: La fuente de poder en su predicación era “el Espíritu”.
•  Versículo 5: El propósito de su predicación era que su “fe no esté fundada en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios”.
Versículos 6-9.— Pablo hace referencia a la sabiduría muchas veces en los versículos iniciales del capítulo dos; en todos los casos es para desacreditarla por completo. Podríamos concluir de esto que la sabiduría es algo de lo que el cristiano debería desconfiar y rehuir. Podríamos pensar que la fe cristiana es sólo para los sentimientos y las emociones de una persona y que no tiene nada que ofrecer al hombre racional. Sin embargo, Pablo no dice eso. Dijo: “Hablamos sabiduría ... ” (versículo 6), lo que demuestra que valoraba la sabiduría, pero era un cierto tipo de sabiduría la que respaldaba y trataba de comunicar: la sabiduría divina, que es la que sólo se encuentra en Cristo (1 Corintios 1:30).
Aún más, trató de ministrar la verdadera sabiduría de Dios “entre perfectos”: aquellos que eran adultos o creyentes maduros. Esto muestra que Pablo no ministraría la verdad para complacer la mente filosófica griega. Ni tampoco ministraría las cosas de Dios de una manera que complaciera al cristiano carnal. En lugar de eso, buscó alcanzar a aquellos en su audiencia que estaban avanzando espiritualmente, y dejar que ellos enseñaran a los demás en la medida en que fueran capaces de recibirlo. No obstante, hay algunos hoy en día que insisten en que el ministerio en las reuniones debe estar al nivel del creyente más joven. Parece que quieren que todo se mantenga al nivel de no mucho más que una Escuela Dominical. Pero este no era el modo en que Pablo operaba. No es que se negara a soltar “á sabiendas de los manojos” a los jóvenes en su ministerio (Rut 2:16; 1 Corintios 3:1-2), sino que el impulso principal de su labor ministerial era alcanzar a los creyentes maduros de su audiencia (“los perfectos”). Si ellos recibían su doctrina y se edificaban en ella, podían a su vez transmitirla a los demás. Pablo instruyó a Timoteo para que hiciera lo mismo. Le dijo que enseñara la verdad a “hombres fieles” que enseñasen también a otros (2 Timoteo 2:2). Ministrar a los que eran “perfectos” no requería una manera intelectual de hablar, ya que incluso las verdades más profundas de la Biblia pueden ser ministradas con sencillez para que todos los que lo deseen lo entiendan.
Dijo que la sabiduría de Dios se encuentra “en misterio”, que es un secreto que sólo puede conocerse si Dios lo desvela (versículo 7). La indagación filosófica del hombre nunca podrá encontrarla (Job 11:7). Los grandes del mundo, “los príncipes”, lo demostraron al no ver la sabiduría de Dios en Cristo, y así, “crucificaron al Señor de gloria” (versículo 8).
Pablo cita a Isaías para demostrar que el modo en que el hombre adquiere sabiduría y conocimiento es totalmente inadecuado en las cosas de Dios (versículo 9). Los hombres tienen tres vías principales de aprendizaje: el “ojo”observación—; la “oreja”tradición— (escuchar las cosas que han sido transmitidas por generaciones anteriores); y el “corazón”intuición— (por los instintos del corazón). Pero nótese: El pasaje que cita está en forma negativa. El “ojo no vió, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre”. Estos tres métodos, por sí mismos, no pueden encontrar la sabiduría de Dios. De ahí que la verdad de Dios no se descubra por los sentidos naturales del hombre, sin importar lo agudos que puedan ser en un individuo. Por lo tanto, es inútil utilizar tales métodos para tratar de aprender la verdad.
Cómo se adquiere la verdadera sabiduría
La interrogante que surge por consiguiente es: “¿Cómo se adquiere, entonces, la verdadera sabiduría?”. En la segunda mitad del capítulo, Pablo muestra que la verdadera sabiduría proviene toda de Dios, que es su fuente, y que sólo puede ser obtenida por el poder del Espíritu de Dios.
Desde el versículo 7 hasta el final del capítulo, traza una cadena de sucesos por los que Dios nos ha proporcionado la verdad. En primer lugar, fue predestinada (establecida) antes de que las edades de los tiempos comenzaran, antes de que todo lo natural fuera creado. Puesto que ha existido antes de lo natural, está completamente fuera del ámbito de lo natural. De ahí que el hombre natural, aunque sea inteligente, la desconozca porque sólo tiene una intuición natural. La mayor prueba de ello es que “los príncipes de este siglo” crucificaron a Cristo. “Si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria” (versículo 8).
Versículo 9b.— En segundo lugar, la verdad de Dios tenía que ser preparada para nosotros. Dios no podía dar estas cosas preciosas a los hombres sino sobre la base justa que fue puesta por Cristo al realizar la redención. Su trabajo en la redención preparó el camino para que Dios la trajera a nosotros.
Versículos 10-12.— En tercer lugar, aquello que ha sido predestinado y preparado para los redimidos ha requerido el poder del Espíritu de Dios para hacérselo llegar. Por lo tanto, fue revelado a vasos especiales (los apóstoles) “por el Espíritu”, vasos que fueron establecidos con el propósito de llevar la verdad a los santos. “Nosotros”, en el versículo 10, hace referencia a los apóstoles. A ellos se les concedieron revelaciones especiales de la verdad con el propósito de entregárnosla, “para que conozcamos lo que Dios nos ha dado”. “Lo profundo de Dios” no hace referencia a la profecía, sino a la enseñanza del misterio de Cristo y de la Iglesia, y a todas las verdades relacionadas que tienen que ver con la posición y la práctica cristianas, que hasta ahora habían estado “escondidas” en el corazón de Dios (Efesios 3:9; Colosenses 1:26).
Versículo 13.— En cuarto lugar, el medio por el cual los apóstoles comunicaron la verdad a los santos era a través de “palabras” otorgadas divinamente. No son necesariamente las palabras que usarían los sabios intelectuales del mundo, sino “las que enseña el Espíritu, comunicando lo espiritual por medio espiritual” (traducción J. N. Darby). Los apóstoles, a pesar de lo piadosos y dotados que fuesen, no eran más que hombres con limitaciones humanas. No tenían poder en sí mismos para transmitir la verdad a los santos con la absoluta fidelidad y perfección en que les había sido revelada. Por lo tanto, era necesaria una acción adicional del Espíritu. El “medio” espiritual por el que comunicaron la verdad es el de la inspiración divina. En la Iglesia primitiva, los apóstoles dieron a conocer la verdad a los santos en el ministerio oral, pero también fueron guiados por inspiración para escribirla para nosotros en las Escrituras del Nuevo Testamento; esto se llama “inspiración verbal”, que es los pensamientos de Dios dados en “palabras” elegidas por Dios. Algunos han pensado que “comunicando lo espiritual por medio espiritual” se refiere a nuestras labores en el ministerio cristiano de comunicar la verdad a otros. Pero este versículo realmente no está hablando de nuestro ministerio, sino del trabajo de los apóstoles bajo inspiración.
Versículos 14-16.— En quinto lugar, hay todavía otra cosa necesaria para que la verdad sea recibida y comprendida por los santos. Tiene que ser examinada espiritualmente. No basta con tener un alma salva con una vida nueva para recibir la verdad; el creyente necesita que el Espíritu de Dios que mora en él le ayude a asimilarla. Esto se llama iluminación. El Espíritu de Dios ilumina el alma, haciendo que el creyente entienda la verdad. Sin embargo, ser “espiritual” va más allá de poseer el Espíritu; implica una condición en la que uno está bajo el control del Espíritu. Esto muestra que una condición espiritual del alma en nosotros es imperativa para aprender la verdad. Si andamos en el poder del Espíritu de Dios no contristado, Él nos dará el discernimiento espiritual para conocer la verdad (1 Juan 2:20-21,27). “El hombre natural” (el alma perdida; traducción King James) no puede recibir las cosas de Dios porque no tiene la capacidad espiritual para hacerlo. “Empero el espiritual juzga todas las cosas”.
Estas cinco cosas muestran que Dios obra desde ambos extremos al llevar la verdad a los santos. Él predestinó y preparó la verdad, luego la reveló a los apóstoles, inspirándoles a escribirla en las Sagradas Escrituras. Pero también obra en los santos para producir una condición del alma que los ilumine y los capacite para asimilarla.
Por tanto, en conexión con el dar y el recibir la verdad de Dios, hay cinco eslabones:
1) Predestinación (versículo 7)
2) Preparación (versículo 9)
3) Revelación (versículo 10)
4) Inspiración (versículo 13)
5) Iluminación (versículos 14-16)
Como resumen de los dos primeros capítulos, Pablo ha declarado dos grandes cosas para la corrección y bendición de la asamblea de Corinto: la cruz de Cristo y el Espíritu de Dios. La cruz expulsa al hombre, y el Espíritu introduce a Dios. El gran resultado es que los santos son instruidos en “la mente de Cristo” (versículo 16), lo que significa que tienen la habilidad de pensar en términos espirituales y conocer la verdad de Dios. Pero nótese: Todo este proceso de traernos la verdad está totalmente fuera de los recursos del hombre natural y su sabiduría. Esto prueba concluyentemente que la sabiduría y filosofía del hombre no tiene valor en las cosas de Dios y que no se le debe dar un lugar en la asamblea.
Si hay algún obstáculo para que los cristianos aprendan la verdad ahora, tiene que ver totalmente con su condición de alma. Si no entendemos una determinada parte de la Escritura, es porque:
1) No hemos leído el pasaje con suficiente atención.
2) Hemos traído ideas preconcebidas a la Palabra y estamos intentando interpretar la Escritura a partir de esas nociones.
3) Nuestra voluntad está actuando y no queremos la verdad.
Las consecuencias de la sabiduría mundana en la asamblea
En el capítulo 3:1-17, el apóstol continúa exponiendo los peligros de la sabiduría humana. En los capítulos 1–2, ha mostrado que la sabiduría mundana no producirá nada positivo en las cosas de Dios. Ahora, en el tercer capítulo, muestra que en realidad tiene graves efectos negativos en la asamblea.
Pablo procede a hablar a los corintios de las tristes consecuencias que se derivan de la implementación de la sabiduría mundana entre los santos. Lejos de ser provechosa, es destructiva para la vida de la asamblea. Él muestra que:
•  Empequeñece a los santos (versículos 1-2).
•  Divide la asamblea (versículos 3-8).
•  Contamina la casa de Dios (versículos 9-17).
1) Se impide el crecimiento espiritual
Capítulo 3:1-2.— En primer lugar, la sabiduría mundana, siendo lo opuesto a la sabiduría de Dios, es contraproducente para el crecimiento espiritual de los santos. Las ideas humanas en la filosofía no sólo no dan a los santos la verdad de Dios por la cual crecerían; ¡en realidad atrofia el crecimiento! Los corintios eran una prueba viviente de esto. Eran enanos espirituales. Pablo les escribió esta epístola unos cinco años después de que se habían convertido en cristianos, y en el momento de escribirla todavía eran “niños en Cristo”. Esto era para su vergüenza.
El apóstol hace referencia a tres condiciones en esta parte de la epístola. Al final del capítulo 2, habló de los que eran “espirituales” (un creyente que posee el Espíritu y es controlado por Él) y de los que eran “naturales” (una persona perdida que no tiene el Espíritu). Ahora en el capítulo 3, habla de los que eran “carnales”. Esto se refiere a una persona que es salva, que posee el Espíritu, pero que no vive bajo el control del Espíritu.
El problema con la mayoría de los corintios era que estaban en una condición carnal. Para probar esto, Pablo señala el hecho de que él no podía ministrarles “lo profundo de Dios” (“vianda”), sino sólo las enseñanzas elementales de la fe cristiana (“leche”). Sencillamente, no estaban en condiciones de asimilar nada más.
2) Se desarrolla un espíritu de rivalidad
Capítulo 3:3-8.— Otro resultado negativo de promover la sabiduría mundana es que fomenta la rivalidad en la asamblea. Hacer partidos, por supuesto, no produce unidad piadosa, sino más bien, aviva la carne con “celos, y contiendas” (versículo 3). Los corintios habían copiado las maneras del mundo de jactarse en sus fundadores de ciertas escuelas de pensamiento, diciendo: “Yo cierto soy de Pablo; y el otro: Yo de Apolos”. Esto llevó al orgullo de partido: cada uno trataba de defender a su maestro favorito. Esta rivalidad polarizó a los santos y creó “divisiones” entre ellos y sólo confirmó su estado carnal (versículo 4).
Que haya un estado de agitación como de aguas convulsas (contención y divisiones) en una asamblea local, significa que la asamblea está en un estado decaído o “carnal”. Si los santos están distraídos con peleas internas y problemas entre sí, no pueden alimentarse y crecer juntos. Es imperativo, por lo tanto, tener “aguas de reposo” en la asamblea (Salmo 23:2). El apóstol explica que los dotados maestros que había entre ellos no debían rivalizar entre sí. Cada uno tenía un lugar diferente que ocupar en el cuerpo, y cada uno tenía un servicio diferente que desempeñar. Fue el Señor quien les dio sus dones distintivos, y por lo tanto, era imposible compararlos cuando había tal diversidad de servicio (versículo 5).
Lejos de poner a los obreros en rivalidad, Pablo muestra que deben estar unidos en sus labores. Habla de sí mismo y de Apolos como ejemplo. Uno “plantó” y el otro “regó”. Su trabajo se complementaba. No competían entre sí como rivales; trabajaban juntos hacia el mismo fin común. Además, cualquier resultado que produjeran sus labores no era obra de ellos, sino de Dios. Dice: “Dios ha dado el crecimiento”. Por lo tanto, estaba completamente fuera de lugar exaltar a los siervos del Señor cuando en realidad todo era obra de Dios (versículo 6).
Los siervos del Señor no deben verse a sí mismos como “algo”, ya sea el que “planta” o el que “riega” (versículos 7-8). Si vamos a ser usados por Él en Su viña, necesitamos vernos a nosotros mismos tal como somos: no somos nada. La actitud del apóstol refleja esto; él dijo: “¿Qué pues es Pablo?”. Este es el espíritu correcto que debemos tener. Una de las cosas que Dios hace en Su entrenamiento a Sus siervos es reducirlos a un tamaño útil. Si somos demasiado grandes a nuestros ojos, o a los ojos de los santos, probablemente no seremos usados por el Señor de ninguna manera perceptible. Si aquellos que sirven en el ministerio público se ven a sí mismos como algo importante entre el pueblo de Dios, esto podría suscitar orgullo en aquellos que los buscan para el ministerio, y llevarlos a vanagloriarse de esos siervos, lo que a su vez podría llevar a la formación de un partido. A un hermano de avanzada edad que fue muy usado por el Señor en su vida, se le preguntó cuándo fue la primera vez que el Señor comenzó a usarlo. Respondió: “¡Cuando me di cuenta de que Él no me necesitaba!”. Esto es algo importante que todos los que sirven al Señor deben entender. Él no nos necesita a ninguno de nosotros, aunque a veces se complace en utilizarnos. Cuando lo hace, debemos considerarlo un privilegio, y tratar de llevar a cabo ese trabajo con humildad.
3) Trae corrupción mundana a la casa de Dios y una pérdida de recompensa
Capítulo 3:9-17.— Una tercera consecuencia negativa de ingerir y propagar la sabiduría mundana es que trae la contaminación a la casa de Dios, lo que resulta en una pérdida de recompensa para el obrero.
El apóstol muestra que, cuando se trabaja en la casa de Dios, es posible construir con malos materiales que no contarán con la aprobación del Señor. Esto lleva al apóstol a hablar de la calidad de la obra con la que se debe trabajar para obtener la aprobación del Señor. La obra de cada siervo será examinada en el tribunal de Cristo. Pablo señala el hecho solemne de que cuando se revisen nuestras labores, podrían “ser perdidas”. Promover la sabiduría mundana y apoyar la división entre los santos es un desperdicio de energía que podría utilizarse para edificar la casa de Dios. Ello no soportará la prueba del tribunal de Cristo. Todos aquellos que hacen su trabajo de manera carnal “sufrirán pérdida” (traducción J. N. Darby).
Versículo 9.— Se utilizan dos figuras para describir el ámbito en el que los siervos del Señor han de trabajar para Él; una es la “labranza de Dios” (una viña) y la otra es el “edificio de Dios” (una casa). Presentan dos aspectos de la esfera del obrero. Los versículos siguientes se centran especialmente en el aspecto de la casa (1 Timoteo 3:15).
Versículos 10-11.— La asamblea como casa de Dios tiene dos aspectos. En primer lugar, los creyentes son vistos como “piedras vivas” en la casa (Mateo 16:18; Efesios 2:20-21; 1 Pedro 2:5; Hebreos 3:6). Cristo es visto como el Constructor (Mateo 16:18), y todos los que componen la casa en este aspecto son genuinos. En segundo lugar, está el aspecto de la casa de Dios en el que se incluye la profesión (Efesios 2:22; 1 Timoteo 3:15; 2 Timoteo 2:20-21). Es decir, abarca a todos los que hacen profesión en Cristo, sean verdaderamente salvos o no. En este aspecto, se considera que los hombres forman parte del edificio, y por lo tanto, existe la posibilidad de que se construya con material malo en la casa. Pablo dice: “Cada uno vea cómo sobreedifica”. Todo lo que se construye debe estar conforme con el “fundamento”, que es Cristo mismo, a fin de obtener la aprobación de Dios (versículo 11). Esto demuestra que hay una responsabilidad vinculada a la obra en la casa de Dios.
Tres tipos de materiales buenos y tres tipos malos
Versículos 12-13.— Los corintios necesitaban entender que aunque algunos en esa asamblea habían asumido el papel de enseñar, eso no significaba necesariamente que estuvieran obrando bajo la aprobación de Dios. Uno puede encontrarse haciendo (lo que cree que es) una obra para Dios, pero sin ser una obra de Dios —es decir, Dios no es el Autor de ella—. Pablo, por tanto, indica que hay quien puede obrar o construir en la casa de Dios con materiales totalmente inadecuados. Las buenas intenciones no son el criterio para la aprobación de Dios, sino el estar en conformidad con la verdad.
Hace referencia a tres tipos de materiales buenos que son figurativos del trabajo que cuenta con la aprobación del Señor.
•  El “oro” alude a la gloria de Dios; por ejemplo, las labores que pertenecen a la exaltación de la gloria de Dios en Cristo.
•  La “plata” alude a la obra redentora de Cristo (Éxodo 30:12-16); por ejemplo, las labores en el Evangelio y la enseñanza que ayuda a establecer a los creyentes en las bendiciones del Evangelio.
•  Las “piedras preciosas” aluden a la formación de Cristo en los santos de Dios (Malaquías 3:17); por ejemplo, las labores que pertenecen al perfeccionamiento de los santos en su andar con el Señor.
También hace referencia a tres tipos de material malo que son figurativos del trabajo que no contará con la aprobación del Señor. Lamentablemente, los corintios habían traído estas tres cosas a la asamblea.
•  La “madera” alude a lo que es natural y meramente humano (Amós 2:9; Marcos 8:24; Lucas 3:9; Isaías 2:12-13; 7:2; 10:16-19).
•  El “heno” alude a lo que es carnal (Isaías 40:6; 1 Pedro 1:24).
•  La “hojarasca” alude a lo que es absolutamente perverso (Job 21:17-18; Malaquías 4:1).
Tres tipos de edificadores en la casa de Dios
Seguidamente, Pablo habla de tres clases de edificadores en la casa de Dios. Cada uno de estos edificadores se indica en el texto con las palabras: “Si alguno ... ” (versículos 14-15,17).
Versículo 14.— Un buen constructor es un creyente temeroso de Dios que se esfuerza “legítimamente” en sus labores (2 Timoteo 2:5). Pablo habla de sí mismo como “perito arquitecto” bajo Cristo, que puso “el fundamento” en Corinto, predicando primero el Evangelio por el cual se salvaron (versículo 10). Él sería un ejemplo de buen constructor. Procuró trabajar conforme a los principios de la Palabra de Dios y, por lo tanto, su obra resistirá la prueba del tribunal. “Recibirá recompensa”.
Versículo 15.— Un mal constructor es un verdadero creyente, pero uno que trabaja bajo sus propios principios en ignorancia o en desacato de la Palabra de Dios. “La obra ... será perdida: él empero será salvo”.
Versículos 16-17.— Un constructor corrupto es uno que no es salvo, y contamina la casa de Dios con su presencia y sus doctrinas. Las obras de los de esta clase suelen ser las que atacan a la Persona de Cristo y la obra de Cristo o socavan la fe cristiana de alguna manera.
“El espíritu de Dios” habita en la casa de Dios, el templo de Dios. No sólo habita en los santos, sino que también habita entre ellos colectivamente, que aquí es el aspecto de la presencia del Espíritu (véase también Juan 14:17: “con vosotros” y “en vosotros”). “Vosotros”, en el versículo 16, es plural y se refiere a los santos colectivamente. Esto significa que es posible para una persona perdida (un mero profesante) moverse entre los santos y estar donde el Espíritu de Dios está obrando. Es así que se le hace partícipe del Espíritu Santo de una manera externa. Pero como ocupa un lugar privilegiado en la casa de Dios, se le hace responsable de sus acciones, y su fin es el juicio: “Dios destruirá al tal”. El rey Acaz es una figura de quien contamina la casa de Dios como constructor corrupto (2 Reyes 16:10-16).
El apóstol utiliza la expresión “no sabéis” diez veces en la epístola. Los corintios se jactaban de sus conocimientos, pero es terrible lo que no sabían. Parece que no sabían que:
•  Los santos colectivamente son el templo de Dios: capítulo 3:16.
•  Un poco de levadura leuda toda la masa: capítulo 5:6.
•  Los santos han de juzgar al mundo: capítulo 6:2.
•  Los santos han de juzgar a los ángeles: capítulo 6:3.
•  Los injustos no poseerán el reino: capítulo 6:9.
•  Los cuerpos de los santos son miembros de Cristo: capítulo 6:15.
•  El que se junta con una ramera, es hecho con ella un cuerpo: capítulo 6:16.
•  Los cuerpos de los santos son templo del Espíritu Santo: capítulo 6:19.
•  Los que ministran las cosas santas viven de aquellas cosas que fueron ofrecidas: capítulo 9:13.
•  Los que corren en una carrera corren contra todos los participantes: capítulo 9:24.
El remedio para la división
En los capítulos 3:18–4:21, Pablo procede a dar el remedio para el problema de división en la asamblea.
1) Una visión adecuada de nosotros mismos
Capítulo 3:18.— Para solucionar el problema de división en una asamblea, primero debemos tener una visión correcta de nosotros mismos. Muchos de los corintios tenían una elevada opinión de sí mismos intelectualmente. Se consideraban a sí mismos entendidos en sabiduría filosófica; era en gran medida parte de su cultura. Se gloriaban en los principios insignificantes de la sabiduría mundana, que tendían a cegar sus ojos y a engañar sus corazones. Ser capaz de hablar en los términos filosóficos de la sabiduría del mundo puede dar a uno un falso sentido de importancia. Por eso Pablo advierte del carácter engañoso de la misma, diciendo: “Nadie se engañe á sí mismo”. Luego los invita a juzgarse a sí mismos, diciendo: “si alguno entre vosotros parece ser sabio en este siglo, hágase simple, para ser sabio”. Por lo tanto, necesitaban un cambio en su forma de pensar que diera como resultado una visión adecuada de sí mismos ante Dios. Esto se aplicaría particularmente a aquellos que tenían los roles de enseñanza en Corinto.
Pensar que nosotros mismos somos algo importante en la asamblea no es, por supuesto, más que orgullo. Ya que el corazón es intrínsecamente engañoso (Jeremías 17:9), es difícil detectar esto en nuestros corazones. Sin embargo, el orgullo no juzgado suele estar en el fondo de toda división (Proverbios 13:10; 28:25; 1 Timoteo 6:4; 1 Corintios 4:6). J. N. Darby dijo que el orgullo es la causa de la división, y la humildad es el secreto de la unidad y la verdadera comunión. ¡Qué gran verdad! Si cada persona en una asamblea local juzgara el orgullo de su corazón, no se desarrollarían contiendas ni divisiones. El hermano Darby también dijo que necesitamos ver la carne en nosotros mismos y a Cristo en nuestros hermanos. Esto nos guardaría de ser críticos y de imponernos en la asamblea.
2) Una visión adecuada de la sabiduría del mundo
Capítulo 3:19-20.— Pablo prosiguió a declarar una segunda cosa que conduciría a curar las divisiones entre ellos. Dijo: “La sabiduría de este mundo es necedad para con Dios”. Al decir esto, les estaba diciendo a los corintios que necesitaban ver la sabiduría del mundo como lo que realmente era ante Dios: “necedad”. Necesitaban tener una visión adecuada de ella —verla como Dios la ve— y echarla fuera de la asamblea. Era el fondo de las divisiones en Corinto, y ya era hora de que dejaran de pensar mundanamente.
Mientras que la sabiduría mundana en temas morales y espirituales puede inspirar el respeto de los hombres naturales y carnales, sólo es “necedad para con Dios”. Pablo cita un par de pasajes del Antiguo Testamento para confirmar el hecho de que la sabiduría humana es necia y vana (Job 5:13; Salmo 94:11). ¡Qué paradoja! El mundo piensa que el Evangelio de Dios es necio (capítulos 1:18; 2:14), pero Dios dice que la sabiduría del mundo es “necedad”. Por lo tanto, debemos contentarnos con ser considerados necios a los ojos del mundo y no preocuparnos por tratar de ser aceptables para el mundo. Tenemos que aceptar el hecho de que los cristianos aparentan ser necios a los ojos de la gente del mundo.
3) Una visión adecuada de aquellos que ministran la Palabra
Capítulos 3:21–4:5.— En tercer lugar, en la asamblea de Corinto había quienes exaltaban demasiado a sus maestros, poniéndolos en un pedestal. Los corintios se gloriaban en sus maestros, en torno a los cuales se concentraban. Tenían una visión distorsionada de la grandeza de los que ministraban entre ellos y tendían a venerarlos de una manera carnal. Veían a “los hombres ... que andan como árboles” (Marcos 8:24), y tenían “en admiración las personas” (Judas 16). Necesitaban cesar y desistir de esto inmediatamente porque este énfasis indebido en gloriarse de los hombres avivaba el espíritu partidista. Alimentaba las contiendas y creaba rivalidades entre los santos de Corinto, causando lamentables divisiones.
El remedio del apóstol para esto fue que “ninguno se gloríe en los hombres” (versículo 21). Dice, “porque todo es vuestro”; ya se trate de los siervos del Señor, o de todas las cosas del mundo —tanto en el tiempo presente como en el venidero—, ¡incluso “sea la vida, sea la muerte”! (versículos 22-23). Todo pertenece al cristiano porque es coheredero con Cristo, quien es el “heredero de todo” (Romanos 8:17; Hebreos 1:2). Comprender su posición digna “en Cristo” (que es estar en el lugar de Cristo ante Dios) liberaría a los corintios de gloriarse de ciertos maestros y concentrarse en torno a ellos porque hacer tal cosa estaba por debajo de la dignidad de la posición cristiana. Como cristianos, no pertenecemos a los hombres ni a sus partidos porque todas las cosas nos pertenecen en Cristo. Por lo tanto, no les pertenecemos a ellos, ¡ellos nos pertenecen a nosotros! Han sido entregados a la Iglesia como siervos para ayudarnos a comprender la revelación de Dios y a andar a la luz de ella (Efesios 4:11). Entender esto curará cualquier idea que podamos tener de poner a los siervos del Señor en un pedestal y ser reunidos bajo sus pies como seguidores de ellos.
En el capítulo 4, Pablo continúa elaborando sobre este punto, mostrando que no corresponde a los santos estar evaluando los diversos dones que Cristo ha dado a la Iglesia. La tendencia entre los santos es valorar a los siervos de Dios por su conocimiento o elocuencia, pero es algo puramente carnal. Debemos considerarlos a todos simplemente como “ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios”, sin rango alguno (versículo 1). ¡El verdadero valor de un siervo a los ojos de Dios se mide por su fidelidad y no por su popularidad entre los santos! (versículo 2).
Es más, si alguien empezaba a calificar a los siervos del Señor conforme a sus criterios personales, debía seguir el ejemplo del apóstol. Dijo que tales prácticas propias de la carne eran “muy poco” para él, porque no confiaba en su capacidad para evaluar correctamente (versículo 3). Pablo no juzgaba sus propias labores, sino que lo dejaba todo “hasta” que viniera el Señor. Entonces Él evaluará todo correctamente en Su tribunal (Romanos 14:10; 2 Corintios 5:10). En ese momento, el Señor indagará incluso en los motivos que hay detrás de nuestras acciones de servicio. Él “aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones”.
En el capítulo 3:13-15, habló de que el Señor juzgará nuestras obras de servicio en el tribunal; aquí habla de que Él juzgará nuestros motivos en el servicio. Esto demuestra que sólo una Persona divina, que tiene atributos omniscientes, puede evaluar adecuadamente el servicio de Sus siervos. La Escritura dice que “á Él toca el pesar las acciones” (1 Samuel 2:3). Sólo Él es capaz de sopesar los motivos de una acción. Esto demuestra la insensatez de las meras criaturas que intentan tal tarea. El cristiano más espiritual y sincero, siendo un mero humano, no puede pesar los motivos del corazón de otra persona; mucho menos pueden hacerlo los cristianos carnales como lo eran los corintios. Cuando Pablo dijo “no juzguéis nada antes de tiempo”, se refería a los motivos del corazón en el servicio. En otras partes se nos dice que juzguemos las palabras de una persona, su ministerio oral y sus acciones (1 Corintios 5:12; 10:15; 14:29). En el tribunal de Cristo, Él hallará motivo para recompensar a cada uno de los Suyos por lo que hayan hecho por amor de Su nombre. “Entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza” (versículos 4-5).
4) Emular los caminos de Pablo en Cristo
Capítulo 4:6-21.— Las palabras finales sobre este tema se dirigen a los líderes de los partidos que se habían desarrollado entre los corintios. La forma en que se comportaban contribuía a la polarización de los santos en sus divisiones. Pablo, por tanto, tenía unas palabras para ellos. Podían ayudar a disipar los deseos de los santos de ponerlos en un pedestal emulando los “caminos cuáles sean en Cristo” del apóstol (versículo 17). De ahí que Pablo señale su propia manera humilde de vivir mientras servía al Señor; es un modelo a seguir para nosotros (1 Corintios 11:1; 1 Timoteo 1:16). Esto es algo que todos los santos deben emular, no sólo los que toman la iniciativa en el ministerio público.
A lo largo de estos capítulos iniciales, Pablo había “pasado” el “ejemplo” de estas cosas referentes a los líderes de los partidos en Corinto tanto a sí mismo como a Apolos, cuando en realidad, eran ciertos maestros en medio de ellos en torno a quienes se estaban concentrando. Hizo esto para no exponer a esos líderes por sus nombres y evitar cualquier conflicto abierto que pudiera surgir de ello. Ahora menciona otra razón por la que lo hizo: “ ... para que en nosotros aprendáis á no saber más de lo que está escrito, hinchándoos por causa de otro el uno contra el otro” (versículo 6). Los que enseñaban en Corinto necesitaban desesperadamente “aprender” cómo comportarse en el servicio observando los caminos de Pablo y Apolos. Los apóstoles y los que servían con ellos eran modelos a seguir por otros siervos. Muy al contrario de estar “hinchado” de orgullo “el uno contra el otro” (como los maestros corintios), Pablo y Apolos estaban revestidos de humildad (1 Pedro 5:5). Necesitaban ser “imitadores” del apóstol (versículo 16), imitando sus “caminos” (versículo 17). Él colaboraba con los demás siervos de Dios en armonía bajo el señorío de Cristo.
En el versículo 7, se dirige directamente a los líderes, diciendo: “¿Quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido?”. Aparentemente, se gloriaban en que su don era distinto de los demás dones. Pero si se diferenciaba de otros por el don de un siervo, de todos modos, era únicamente aquello que había recibido de Dios. ¿Cómo, pues, podría vanagloriarse como si fuera algo que hubiera producido por su propia fuerza? Utilizar lo que Dios nos ha dado para promover nuestra propia gloria en la asamblea no es más que una vergonzosa muestra de un orgullo carente de juicio. Hacer del ministerio público un ámbito de competencia no hacía más que agravar el problema de la división. El uso de un don espiritual no tiene el propósito de exaltarse a uno mismo, sino el de la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios 4:16).
Era evidente que los maestros corintios vivían para el presente —para “ya”— y buscaban la alabanza de los hombres (versículo 8). En contraste con esto, los verdaderos siervos de Dios vivían con miras al futuro (al tribunal de Cristo) —un tiempo que Pablo llama “entonces” (versículo 5)— cuando tendrían la alabanza de Dios. ¡Qué contraste tan sorprendente! Esto demuestra que había algo seriamente equivocado en la visión que los corintios tenían del cristianismo. Vivían como “reyes”, lo cual estaba completamente fuera de lugar para quienes deberían ser peregrinos (versículo 8). Su estilo de vida no concordaba con el carácter peregrino del cristianismo. Pablo deseaba que el tiempo del reinado hubiera llegado de verdad, y entonces todos los santos podrían reinar juntos, pero no era el momento para eso, porque todavía estamos viviendo en el tiempo del rechazo de Cristo. La actitud correcta para nosotros ahora, en el tiempo de la ausencia de Cristo, es la de lamentarnos y ayunar y abstenernos de los placeres mundanos (Marcos 2:20; 2 Samuel 19:24; 1 Pedro 2:11).
En los versículos 9-10, Pablo vuelve a referirse al estilo de vida de “los apóstoles”, que eran modelos de carácter y propósito cristianos. Alude al anfiteatro romano (donde los cristianos eran echados a los leones como espectáculo) para mostrar que los apóstoles eran igualmente un “espectáculo” para todos. Sin embargo, su anfiteatro era mucho mayor. Era el universo entero; tanto los ángeles como los hombres (el cielo y la tierra) estaban mirando. Y ¿qué es lo que veían?, hombres rechazados por el mundo, que los consideraba “necios”, “flacos” y “viles” (versículo 10). Los apóstoles se conformaban con ser considerados como tales por quienes crucificaron a su Salvador. Por el contrario, los corintios intentaban ganarse el favor del mundo. Con su conocimiento de las cosas divinas intentaban ser “prudentes”, “fuertes” y “nobles” a los ojos del mundo (versículo 10). Es imposible hacer la revelación cristiana agradable al hombre mundano sin comprometerla de alguna manera, pero esto era lo que los maestros corintios estaban haciendo.
Por otra parte, los apóstoles estaban pagando el precio de predicar la verdad. “Hambrearon, y tenían sed”, etc. (versículo 11). Además, “trabajaban” con sus propias “manos” para sostener su labor, cosa que evidentemente no hacían los maestros entre los corintios, quienes vivían a costa de los donativos de los santos de Corinto (1 Corintios 9:12; 2 Corintios 2:17). En resumen, los apóstoles sufrían el reproche y la persecución del mundo, mientras que los corintios y sus maestros cortejaban el favor del mundo. Algo no cuadraba bien aquí (versículos 12-13). Pablo dijo a Timoteo: “Y también todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Vivir un cristianismo normal resulta naturalmente en el rechazo del mundo.
El apóstol quería que entendieran que decía estas cosas porque los amaba, llamándolos “mis hijos amados”. Les advirtió porque había serios peligros en perseguir el favor del mundo (versículo 14). Puede que tuvieran muchos “ayos” (maestros), pero ¿dónde estaban los “padres” entre ellos que señalaran fielmente este peligro? (versículo 15). Pablo, en cambio, había sido un padre espiritual entre los corintios, sacrificándose por el bien de los santos. Esto es lo que deberían haber hecho los maestros locales en torno a los cuales se estaban concentrando.
Pablo concluye sus observaciones diciendo: “Os ruego que me imitéis” (versículo 16). Este es el modelo de conducta para todos en la asamblea local. Él y los demás apóstoles andaban con humildad. No buscaban un lugar en este mundo (Jeremías 45:5).
Para ayudar a los corintios en esta dificultad de la división, Pablo envió a Timoteo para recordarles de sus “caminos cuáles sean en Cristo”, que era el remedio divino para todas esas dificultades. Su modelo de conducta era para “todas partes en todas las iglesias” (versículo 17). Es esencial para las asambleas continuar felizmente en unidad. Timoteo apoyaría esto con su palabra y su conducta entre ellos. Si todos en la asamblea practicaran estas cosas, el problema de la división en su seno se solucionaría.
Un resumen de la solución de Pablo para las divisiones
En resumen, la solución del apóstol para la división en una asamblea local es la siguiente:
•  Tener una visión adecuada de nosotros mismos: comprender que no somos nada. Necesitamos ver la carne en nosotros mismos y a Cristo en nuestros hermanos (capítulo 3:18).
•  Tener una visión adecuada de la sabiduría del mundo: entendiendo que ella no es nada. Sabiendo esto, no querremos darle un lugar en la asamblea (capítulo 3:19-20).
•  Tener una visión adecuada de aquellos que ministran la Palabra: entendiendo que ellos no son nada. Por lo tanto, debemos tener cuidado de no ponerlos en un pedestal y gloriarnos en ellos (capítulo 3:21–4:5).
•  Emular la conducta de humildad y abnegación de los apóstoles: porque procuraron no ser nada para que Cristo lo fuera todo (capítulo 4:6-21).
Capítulo 4:18-20.— Pablo preveía que habría resistencia a sus correcciones y concluye con una palabra de advertencia a aquellos que presuponía que harían de manera diferente. Teniendo la causa y la cura de la división claramente expuestas ante ellos, los corintios eran responsables de seguir las instrucciones que el apóstol les había dado. Si había quienes no escuchaban su consejo, imaginando que no eran más que palabras vanas, Pablo les advertía que tendría que acudir a ellos en juicio, y entonces conocerían no sólo su “palabra”, sino también su “poder” (traducción J. N. Darby) apostólico. Les recuerda que el reino de Dios no se caracteriza por las palabras, sino por el poder moral y espiritual. Les dijo: “¿Qué queréis?”. En otras palabras, la elección era de ellos. Si elegían no dar por válida su solución para la división, se vería obligado a acudir a ellos en juicio para corregir los problemas entre ellos.
•  El capítulo 4:6-8 es una amonestación por estar “hinchados”.
•  El capítulo 4:9-16 es un ejemplo de no estar “hinchado”.
•  El capítulo 4:17-20 es una advertencia a aquellos que están “hinchados”.

2) Fracaso en juzgar el mal moral: Capítulo 5:1-13

El versículo 21 del capítulo 4 debe ir junto con el capítulo 5. El apóstol pasa a tratar otro problema entre ellos. En relación con esto, él pregunta a los corintios si quieren que él venga a ellos con vara de corrección o con espíritu de amor y mansedumbre. Se refería sobre todo a un caso flagrante de inmoralidad que no se juzgaba en medio de ellos. Si seguían sin hacer nada al respecto, Pablo se vería obligado a actuar con autoridad apostólica para juzgarlos con “vara”. Sin embargo, si hacían caso de la advertencia y la corrección del apóstol, él vendría a ellos con “caridad [amor]” y “espíritu de mansedumbre”. Este caso entre los corintios era “universalmente reportado” (traducción J. N. Darby) entre los santos; sin embargo, los corintios no habían hecho nada al respecto (versículo 1). La naturaleza de este pecado “ni aun se nombraba entre los Gentiles”. Sin embargo, ¡se encontraba en el círculo cristiano! Era preciso que se hiciese algo.
La actitud adecuada que debe tomar la asamblea en ejercer disciplina en santidad
Versículos 1-2.— Se puede argüir que los corintios no habían recibido hasta entonces ninguna instrucción específica para un caso así y, en consecuencia, no sabían qué hacer. Si ese fuera el caso, el apóstol señala que al menos podrían haber tenido la sensibilidad moral de lamentarse por ello. De haber “lamentado” y suplicado al Señor al respecto, Él habría actuado mediante un golpe de juicio gubernamental, por el cual “fuese quitado de en medio ... el que hizo tal obra” entre ellos (versículo 2). Pablo se refería a que el Señor se llevaría a esa persona a su hogar en el cielo a través de la muerte. El apóstol Juan se refiere a esta misma acción gubernamental, diciendo: “Hay pecado de muerte” (1 Juan 5:16). El Señor también habló de ello cuando dijo: “Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, [Mi Padre] le quitará” (Juan 15:2). Véase también Santiago 5:19-20.
Esto demuestra que el lamento es la actitud apropiada que se debe tomar cuando la asamblea local tiene que lidiar con el pecado en medio suyo (Josué 7:6-9; Jueces 20:26). Cada individuo debe poner su mano sobre su propio corazón en juicio propio dándose cuenta de que ellos mismos pudieron haber cometido ese pecado. Deben tratar el pecado como propio. Esto se llama comer “la ofrenda por el pecado” (traducción King James, Levítico 6:25-26; 2 Corintios 2:2-4). Estamos llamados a juzgar a los tales en la conciencia de nuestra propia pecaminosidad: “considerándote á ti mismo, porque tú no seas también tentado” (Gálatas 6:1; 1 Corintios 10:12). Cada persona en la asamblea debe preguntarse: “¿He contribuido de alguna manera a la caída de esa persona?” ¿Se había cuidado debidamente al descarriado? ¿Había sido pastoreado? ¿Se había orado por ellos? ¿Les dimos un ejemplo piadoso?
Pero en lugar de ser humillados por tal cosa en medio de ellos, ¡los corintios estaban “hinchados”! Eran bastante insensibles al respecto. Su carnalidad se había manifestado no sólo en la presencia de divisiones entre ellos, sino también en su extrema laxitud moral. Estaban ocupados con sus dones y gloriándose en ellos cuando deberían haber puesto sus rostros en el suelo.
Tres razones por las que el mal debe ser juzgado en la asamblea
El apóstol procede a darnos tres grandes razones por las que el mal debe ser juzgado en la asamblea. Las instrucciones aquí dadas proporcionan a la Iglesia luz sobre lo que debe hacer si tales pecados surgen en medio suyo.
1) El mantenimiento de la gloria del Señor
Versículos 3-4.— El nombre del Señor había sido asociado con el pecado en medio de ellos y necesitaba ser reivindicado. Por lo tanto, se instó a la asamblea a llevar a cabo un juicio administrativo excomulgando a la persona en cuestión. Al excluir al infractor de la comunión, el nombre del Señor quedaba disociado del mal y, de ese modo, Su nombre quedaba exonerado.
En el versículo 4, el apóstol les da el modo de proceder. Aunque no se encontraba presente, él sabía lo que debía hacerse, y se lo presentó a los corintios. Cuando estaban “juntados” como asamblea, debían actuar en su capacidad administrativa, excomulgando a la persona (versículo 13). Esta acción tendría la autoridad del Señor: “El poder de nuestro Señor Jesucristo”. La acción debía llevarse a cabo cuando estuvieran reunidos en asamblea, por lo que el Señor estaría en medio de ellos, dando así Su autoridad a la acción. Se hace referencia a esto en Mateo 18:18,20, donde dice: “Todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo ... Porque donde están dos ó tres congregados en Mi nombre, allí estoy en medio de ellos”.
2) La corrección y restauración del transgresor
Versículo 5.— Hay otra razón por la cual la persona debe ser puesta fuera de la comunión: “Para destrucción de la carne, para que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús”. La persona en cuestión necesitaba ser corregida y restaurada. Su voluntad necesitaba ser quebrantada para que el arrepentimiento produjera su fruto. Ser apartado de la comunión de los santos obraría con tal fin. El hecho de que se le quite el calor del círculo cristiano de comunión y se le deje en la frialdad del mundo, está calculado para producir el arrepentimiento necesario. Sería entregado al dominio o esfera de Satanás, que es el mundo.
La “destrucción de la carne” hace referencia al cuerpo. Esto muestra que lo más que Satanás puede hacer es tocar el cuerpo del hijo de Dios. Job es un ejemplo. En última instancia, podría conducir a la muerte si el arrepentimiento no hubiera obrado en el alma del hombre. Si llegara a eso, “el espíritu” del hombre todavía sería “salvo” porque Satanás no puede tocar la posición eternamente segura del cristiano en Cristo.
Toda disciplina de la asamblea debe tener en vista la corrección y restauración del transgresor. La asamblea no excluye a tal persona de la comunión para deshacerse de ella. La excomulgación es para desbaratar el curso deliberado del individuo, para que sienta lo que ha hecho y se arrepienta. Luego, la asamblea tiene el dichoso privilegio de restituirlo a la comunión. La censura impuesta a la persona puede ser “desatada” (Mateo 18:18). En el caso de este individuo en Corinto, eso es exactamente lo que sucedió. Al ser apartado, su voluntad fue quebrantada y se produjo el arrepentimiento necesario, con lo cual fue restaurado al Señor y a la comunión de sus hermanos (2 Corintios 2:6-11).
3) La pureza de la asamblea
Versículos 6-11.— El apóstol menciona una tercera razón por la que era necesaria la excomunión. Puesto que la santidad conviene a la casa de Dios (Salmo 93:5), la asamblea es responsable de mantener la santidad en medio suyo. Hay dos razones para ello: en primer lugar, para que sea un lugar adecuado en medio del cual habite el Señor; y en segundo lugar, para que el carácter leudante del mal no permee toda la asamblea, y muchos se vean afectados por el mal y sigan tales caminos.
Para enseñar esta importante lección, Pablo utiliza la ilustración de una masa. Tal como la levadura en una parte de una masa impregna toda ella, el mal que se deja sin juzgar en la asamblea se propaga. “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (versículo 6). Esto enseña la valiosa lección de que la asociación con el mal contamina. Esto es cierto tanto si se trata de un mal doctrinal (2 Timoteo 2:16-18; 2 Juan 9-11; Gálatas 5:9), de un mal moral (Josué 7:11; Jueces 20:13) o de un mal eclesiástico (1 Corintios 10:15-23; Hageo 2:11-13).
Aunque no hayamos cometido el pecado, si estamos en comunión con una persona que lo comete, entonces estamos asociados con ello. El principio de asociación con el mal se ilustra en el caso del pecado de Acán. Cuando éste pecó, Dios dijo: “Israel ha pecado” (Josué 7:11). Nada condena más claramente la falsa idea de que el pecado en una persona concierne sólo a esa persona y no involucra a los demás con quienes está en comunión. Muy al contrario, Dios considera la tolerancia del mal en una asamblea como complicidad con éste.
La responsabilidad de la asamblea de Corinto era: “Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura”. El apóstol quería que llevaran su estado colectivo hasta el mismo nivel de su posición ante Dios, como siendo “sin levadura” (versículo 7). Necesitaban ser en la práctica lo que eran en posición. Cortar la levadura en la asamblea poniendo al hombre incestuoso fuera de la comunión haría esto en un sentido colectivo.
Así pues, el apóstol quería hacer que celebraran la “fiesta”, no con indiferencia hacia el pecado, sino “en ázimos de sinceridad y de verdad” (versículo 8). La “fiesta” no se refiere sólo a la Cena del Señor, sino a todo el período de la vida del creyente en la tierra. Toda nuestra vida debe ser una “fiesta” de comunión con Dios en santa separación del pecado. No debe celebrarse con “vieja levadura”, que es una referencia a los pecados anteriores a la conversión que podrían surgir en la vida de un creyente.
En los versículos 9-10 el apóstol muestra que el ejercicio de la disciplina piadosa sólo puede practicarse dentro del círculo cristiano. Intentar ejercer tal disciplina con el hombre del mundo sería imposible. El cristiano no tiene por qué tratar de enderezar al mundo. Al decir “no absolutamente con los fornicarios de este mundo”, estaba haciendo concesiones para tales situaciones en las que el cristiano podría tener la obligación de comer con un fornicario no salvo de este mundo, tal vez con un jefe. Él explica que, para intentar llevar a cabo la disciplina hacia el perdido de este mundo, uno tendría que “salir del mundo” totalmente, lo cual es imposible.
Se apresura a decir que, “si alguno llamándose hermano” cometiera tal pecado, “no os envolváis” con él (versículo 11). Es decir, no debemos estar en su compañía ni mostrar ninguna comunión con él, ni siquiera para comer en conjunto. Al ser rechazado por la comunidad cristiana, el hombre experimentaría la gravedad de lo que ha hecho, y el arrepentimiento comenzaría a obrar en su alma.
El apóstol también menciona que la necesidad de excomulgar no se limitaba a un “fornicario”, sino que incluía a aquel que es “avaro”, “idólatra”, “maldiciente”, “borracho”, “ladrón”, etc. No es una lista completa, pues no se nombra a un asesino ni a un blasfemo, pero seguramente serían excomulgados, como los demás que menciona.
La responsabilidad de la asamblea local
Versículos 12-13.— El apóstol concluye diciendo que no somos responsables de juzgar a los que están fuera del círculo cristiano: “Los que están fuera”. Dios hará esto a su debido tiempo. Pero somos responsables de juzgar el pecado en una persona que está “dentro” del círculo cristiano de comunión. Y dice: “Quitad pues á ese malo de entre vosotros”. Nótese que no llama hermano a la persona en cuestión, sino “malo”. Esto se debe a que si una persona no ha juzgado el curso del pecado en el que se encuentra, es cuestionable si es un verdadero hijo de Dios, porque el cristianismo normal es que cada hermano y hermana viva una vida santa para la gloria de Dios. Si alguien hace lo contrario, hay una interrogante en cuanto a si él o ella es verdaderamente creyente. El hombre en este capítulo demostró ser un verdadero creyente por su arrepentimiento, visto más adelante en 2 Corintios 2:6-11. Hasta este punto, él no había mostrado arrepentimiento, y por lo tanto, fue llamado “malo”.
“Dentro” y “fuera”
En estos versículos Pablo indica que hay un “dentro” y un “fuera” en relación con la comunión de la asamblea. En los días en que el apóstol Pablo escribió a los corintios, no había otras congregaciones de creyentes aparte de las que estaban en el terreno de la Iglesia. Las lamentables divisiones sectarias externas en el testimonio cristiano aún no se habían desarrollado. En aquel entonces existía “toda la Iglesia”, fuera de ella sólo había “indoctos” o “no creyentes” (1 Corintios 14:23). Los que se llamaban “hermanos” estaban en la única congregación de cristianos que estaban reunidos al nombre del Señor (Mateo 18:20). Cuando la asamblea de Corinto actuó para expulsar al fornicario, actuaron en nombre de toda la Iglesia. Por lo tanto, él estaba fuera de la comunión de toda la Iglesia de Dios en la tierra. Si alguien estaba fuera de la asamblea en aquel entonces, se encontraba en el mundo donde no tendría comunión cristiana.
Hoy en día las cosas son diferentes debido a la ruina del testimonio cristiano. Como resultado, hay una gran cantidad de congregaciones de cristianos creadas por el hombre reuniéndose independientemente unos de otros. Hoy en día si una persona es apartada de entre los santos reunidos al nombre del Señor, aunque está universalmente fuera de la comunión de los santos así reunidos, no está necesariamente fuera de la comunión cristiana. Fácilmente podría ir a otro grupo de cristianos y sentirse bien recibido allí. La pregunta es: “¿Está esa persona ‘fuera’ en el sentido en que Pablo hablaba en los días de la Iglesia primitiva?”. Hoy día, debido a la ruina, tendríamos que decir: “No”. No puede ser puesta en un lugar donde no hay comunión cristiana, pero la persona todavía puede ser puesta “fuera” de la comunión de los santos que se reúnen en el terreno del un solo cuerpo. El “dentro” y el “fuera”, ya sea en ese entonces o ahora, tiene que ver con estar dentro o fuera de la comunión de los santos reunidos en el nombre del Señor donde Él está en medio de acuerdo con Mateo 18:20.
Puesto que el partimiento del pan es la reunión en la que se expresa nuestra comunión en la Mesa del Señor (1 Corintios 10:16-17), el “dentro” y el “fuera” deben estar marcados externamente para distinguir a los que están en comunión y a los que no lo están. Los que no están partiendo el pan deberían sentarse atrás. Esto era especialmente necesario en los primeros días de los hermanos cuando las reuniones eran muy grandes. Sin esto, sería difícil saber quién estaba en comunión y quien no y podría llevar a confusión. No hay una regla en cuanto a esto, pero todas las cosas deben hacerse decentemente y con orden (1 Corintios 14:40). A. P. (Lord) Cecil dijo: “No me queda duda de que el dentro y el fuera de las asambleas deben estar marcados exteriormente y mantenerse diferenciados: de lo contrario hay confusión.”

3) Fracaso en resolver disputas personales: Capítulo 6:1-11

Pablo aborda un tercer desorden entre los santos de Corinto: los litigios entre cristianos. Los corintios se llevaban unos a otros a los tribunales para resolver sus disputas personales, y el apóstol les reprende por ello.
Tres razones por las que los cristianos no deben llevarse los unos a los otros a los tribunales
Él procede a dar tres razones por las que ellos no deberían llevar sus asuntos ante los magistrados “injustos” en el sistema legal del mundo (versículo 1).
1) Versículos 2-5.— El cristiano no necesita llevar a su hermano a los tribunales porque, al tener el Espíritu y la mente de Cristo, es capaz de juzgar más correctamente que los hombres no regenerados del mundo (1 Corintios 2:10-16). La competencia del creyente para juzgar es tal que Dios va a hacer a los santos “juzgar al mundo” en el Milenio (Daniel 7:22; Apocalipsis 20:4). Esto no implicará el juicio eterno por los pecados, sino el juicio en los asuntos administrativos del “siglo venidero”: el Milenio (Marcos 10:30; Efesios 1:21; Hebreos 2:5).
El razonamiento del apóstol es indiscutible: “Si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?”. Los cristianos no sólo juzgarán en los asuntos del mundo venidero, sino que también han de “juzgar á los ángeles (caídos) después de que el Milenio haya transcurrido. (Los ángeles elegidos no necesitan ser juzgados). Puesto que esto es así, ¿por qué necesitarían llevar sus problemas ante los jueces “injustos” de este mundo?
En los versículos 4-5, el apóstol los reprende por tal insensatez. Les dice: “Poned para juzgar á los que son de menor estima en la iglesia”, y ellos serían competentes para resolver sus problemas. Él pregunta: “¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno que pueda juzgar entre sus hermanos?”.
2) Versículo 6.— El cristiano no debería llevar a su hermano a los tribunales porque da un mal testimonio ante el mundo. Dice: “Hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los infieles”. Los cristianos han de manifestar un testimonio de amor y unidad ante el mundo. Cuando los del mundo ven que los cristianos no se llevan bien entre sí, les da ocasión de blasfemar contra el Señor (compárese Romanos 2:24; Filipenses 2:14-16). Ya que un cristiano lleva el nombre del Señor, tiene que ser muy cuidadoso con lo que hace. Por lo tanto, es imprudente exponer nuestros “trapos sucios” ante el mundo (2 Samuel 1:19-20). Debería ser resuelto dentro de la comunidad cristiana.
Somos la única Biblia que el mundo descuidado leerá,
Somos el evangelio del pecador; somos el credo de los escarnecedores,
Somos el último mensaje del Señor,
¿Y si la escritura está torcida?
¿Y si la impresión es borrosa?
3) Versículos 7-8.— El cristiano no defiende sus derechos cuando cree que ha sido defraudado, porque se sale del carácter cristiano. Pablo pregunta: “¿Por qué no sufrís antes la injuria? ¿por qué no sufrís antes ser defraudados?”. Sería mejor sufrir la pérdida que dar al mundo una ocasión de blasfemar el nombre del Señor; tal sería el proceder cristiano. El espíritu de la gracia cristiana consiste en sufrir los agravios, encomendándolos al Señor, que está sobre todas las cosas, y Él los enmendará a Su tiempo (1 Pedro 2:20-23; Hebreos 10:34; 2 Samuel 19:24-30).
Advertencia a la multitud mixta
Versículos 9-11.— Con las horrendas prácticas reportadas entre los corintios, Pablo tenía razones para creer que había algunos entre ellos que eran meros profesantes y no verdaderos creyentes en absoluto. De ahí que a lo largo de la epístola se dirija a los corintios como una multitud mixta (1 Corintios 1:2: “de ellos y nuestro”). La presencia de meros profesantes entre ellos es quizás lo que produjo varios de sus problemas. Estas personas actuaban naturalmente según principios egoístas y mundanos, y así traían impureza a la asamblea. Sabiendo esto, el apóstol da aquí una advertencia solemne.
Les recuerda que viene el juicio para todos los que son característicamente “injustos”. Un creyente puede actuar injustamente en una circunstancia determinada, pero el que vive así habitualmente no es salvo y no “poseerá el reino de Dios”. Estar exteriormente en terreno cristiano a través de la profesión no es lo que asegura nuestra seguridad eterna. Uno necesita ser “lavado”, “santificado” y “justificado”. Algunos de los corintios habían sido marcados por los pecados que el apóstol enumera, pero ahora eran salvos y necesitaban tener cuidado de no volver a esos pecados anteriores. Les recuerda lo que son por la gracia de Dios y, entonces, en la siguiente sección (capítulos 6:12–10:13), les exhorta a vivir conforme a su posición.
Ser “lavados” (tiempo aoristo en griego) es algo que ocurre una vez para siempre (Juan 13:10). Es la limpieza moral que resulta del nuevo nacimiento (vivificación). Ellos fueron lavados de su vieja condición y fueron “santificados” (apartados) a una nueva posición ante Dios. Cuando la santificación es mencionada antes de la justificación en las Escrituras, siempre se trata de santificación absoluta (posicional). También fueron “justificados”, lo cual es ser absueltos de toda acusación contra nosotros al ser colocados en una nueva posición ante Dios en Cristo, donde ya no se nos puede imputar ninguna acusación de pecado (Romanos 8:1). El cristiano está “justificado en Cristo” (Gálatas 2:17). “En Cristo” es una expresión utilizada por Pablo en sus epístolas para denotar la posición de aceptación del creyente ante Dios. El nuevo lugar en el que se encuentra Cristo como resucitado y sentado en lo alto de la gloria es también nuestro lugar. (Isaías 50:8; Romanos 8:33-34). Estar “en Cristo” es estar en el lugar de Cristo ante Dios. ¡El mismo lugar de aceptación en el que Él está ante Dios, pertenece al creyente!
Así, los corintios, siendo lavados, santificados y justificados, fueron traídos bajo el Señorío de Cristo —“en el nombre del Señor Jesús”— y se esperaba que reconocieran Su Señorío en sus vidas de manera práctica.

4) Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la moralidad: Capítulos 6:12-7:40

Ya que algunos en Corinto habían vivido en sus días de inconversos conforme al estilo de vida corrupto y perverso mencionado en los versículos 9-10, corrían el peligro de recaer en sus viejos hábitos y pecados. Esto lleva al apóstol a emprender una larga disertación sobre el tema de la libertad cristiana en relación con la santidad y el testimonio. Este será su tema desde el capítulo 6:12 hasta el capítulo 11:1. Había varias cosas que tratar en este amplio tema. Los aborda bajo dos epígrafes: la moralidad (capítulos 6:12–7:40) y la idolatría (capítulos 8:1–11:1).
Pablo aborda primero el tema de la moralidad en relación con nuestro cuerpo (capítulo 6:13-20); después en relación con nuestra pareja matrimonial (capítulo 7), antes de pasar a tratar de la idolatría en los capítulos 8–10. Utiliza su propia vida como ejemplo de cómo deben comportarse los cristianos en relación con la libertad, excepto en el caso del matrimonio.
Los santos de Corinto habían malinterpretado totalmente el tema de la libertad cristiana. Pensaban que significaba que podían permitirse cosas, ya fueran morales o espirituales, por las que Cristo sufrió y murió para sacarlos de ellas. Muchos utilizaban su supuesta libertad cristiana para vivir a su antojo. Esto tenía un efecto sobre los demás en la asamblea, de modo que la asamblea en su conjunto estaba en un estado deplorable. El apóstol, por lo tanto, aborda el tema con ellos a la luz del Señorío de Cristo. La enseñanza de Pablo sobre la libertad cristiana es muy necesaria hoy en día, porque la Iglesia en general se encuentra en un estado similar al de los corintios. La libertad cristiana es igualmente malentendida y mal utilizada en nuestros días.
En pocas palabras, la libertad cristiana no es libertad para la carnalidad. Por lo tanto, la libertad no es una licencia. La verdadera libertad cristiana es libertad para que el Espíritu que mora en cada creyente actúe, no guiándole a vivir para sí mismo, sino para Cristo.
Dos principios rectores
Versículo 12.— El motivo subyacente en las acciones del hombre natural es la autogratificación. Todo lo que hace con su cuerpo lo hace con tal fin, aunque el motivo pueda estar oculto a veces. Para el cristiano, esto no debe ser así. El apóstol procede a dar a los corintios dos grandes principios que deben regir las acciones de todo cristiano.
Él dice, “todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen”. Esto es lo primero que debe gobernar nuestra libertad cristiana. Habiendo sido salvos y traídos bajo el Señorío de Cristo, nuestra libertad ha de ser regulada por si aquello que permitimos es espiritualmente provechoso o no. (Cuando el apóstol habla de que “todas las cosas” son lícitas, se refiere a todas las cosas que son moralmente correctas. El pecado, por supuesto, no es lícito para un cristiano en ningún momento). El punto que él está tratando aquí es que, aunque ciertas cosas puedan ser moralmente correctas (lícitas), pueden no ser provechosas para un cristiano, en lo que concierne a su salud espiritual y testimonio.
Entonces, en segundo lugar, dice, “todas las cosas me son lícitas, mas yo no me meteré debajo de potestad de nada”. Este es otro gran principio que debería regular nuestra libertad. Si la cosa que permitimos tiene poder sobre nosotros, en el sentido de que nos cautiva y esclaviza, entonces es algo que no deberíamos estar haciendo. No deberíamos permitir nada en nuestras vidas que nos vaya a dominar y controlar aparte del Señorío de Cristo. Estos dos principios subyacentes deben sobrevenir (interpretar) el curso de todas nuestras acciones como cristianos.
Esta larga sección sobre el uso y el abuso de la libertad cristiana comienza y termina con el apóstol citando estos mismos dos principios subyacentes (capítulo 6:12; 10:23). Sirven de introducción y conclusión a su tratado sobre el tema.
Libertad cristiana en relación con nuestros cuerpos
Capítulo 6:13-20.— Al abordar este tema de la libertad en relación con nuestros cuerpos, Pablo se centra en los dos mayores apetitos del cuerpo: la comida y el sexo. Estas cosas no son malas en sí mismas, pero si se permiten fuera y más allá de las limitaciones dadas por Dios, es pecado. Él muestra que existe el peligro de que una persona use esas cosas correctas de una manera equivocada y, en consecuencia, caiga bajo el poder de ellas.
Habla primero de la comida. Es posible caer bajo el poder de las “viandas” (comida) en la autoindulgencia y convertirse en un glotón. Luego pasa a hablar de la fornicación (sexo ilícito), dando cuatro razones por las que el cristiano no puede involucrarse en tal cosa.
Cuatro razones por las que no entregamos nuestro cuerpo a la gratificación de la carne
1) Nuestros cuerpos están destinados al honor y la gloria cuando reinemos con Cristo en Su reino. “Dios que levantó al Señor, también á nosotros nos levantará con Su poder” para ese propósito (versículo 14). Teniendo un propósito tan elevado y santo para nuestros cuerpos, no podemos acertadamente hacerlos “miembros de una ramera” (versículo 15). Al estar “juntos con el Señor” por “un Espíritu” somos miembros de Su cuerpo; simplemente no podemos usarlos para un propósito tan impío. Se opone completamente a aquello para lo que hemos sido traídos como miembros de Su cuerpo (versículos 16-17).
2) La persona que se involucra en inmoralidad peca “contra su propio cuerpo” (versículo 18). Abre una “herida” (traducción J. N. Darby) que nunca sana apropiadamente (Proverbios 6:27-28,33), y como resultado, se vuelve susceptible a caer de nuevo en ese pecado a partir de entonces. También acarrea el juicio gubernamental de Dios en nuestras vidas (2 Samuel 12:10-12).
3) Nuestros cuerpos son “templo del Espíritu Santo”, y no podemos vincular al Espíritu —que es un Huésped divino morando en nosotros— con el pecado (versículo 19). El Espíritu será contristado, y no tendrá libertad para obrar en nuestras vidas para bendición (Efesios 4:30).
4) Hemos sido “comprados ... por precio”, y nuestros cuerpos ya no nos pertenecen (versículo 20). Pertenecen al Señor y son para que Él los use como sea de Su agrado. Por lo tanto, no somos libres de hacer lo que queramos con nuestros cuerpos; ellos han sido comprados con otro propósito: glorificar a Dios. La gran motivación que lleva al cristiano a reconocer esto, y a entregar su cuerpo para el uso de glorificar a Cristo, es el “precio” que Él pagó: Sus sufrimientos expiatorios. ¿Cómo podría un cristiano de corazón verdadero continuar con pecados en su vida que costaron al Señor las agonías del Calvario? ¿Cómo podríamos complacernos en algo que a Él le costó sufrimiento? Fue el amor lo que Le llevó a entregarse por nosotros (Gálatas 1:4; 2:20; Efesios 5:25; 1 Timoteo 2:6; Tito 2:14). La respuesta normal de nuestra parte, por lo tanto, debería ser la voluntad de entregarnos (nuestros cuerpos) a Él para promover Su gloria, y así, vivir una vida santa para Él. A lo largo de este pasaje, Pablo ha mostrado que el cuerpo del cristiano no debe usarse para la GRATIFICACIÓN, sino para la GLORIFICACIÓN de Dios.
Libertad cristiana en relación con el matrimonio
Capítulo 7:1-40.— Los temas tratados en los capítulos 7–11 Son la respuesta del apóstol a las preguntas que los corintios le habían escrito sobre sus preocupaciones. En el capítulo 7, continúa el tema de la libertad, hablando de ella en una esfera un poco más amplia: el matrimonio.
La licitud del matrimonio y sus deberes
Versículos 1-9.— El apóstol habla primeramente de la licitud del matrimonio y sus deberes. Habla de la forma legítima de Dios de evitar la tentación de fornicación: estar casado, mediante el cual se pueden satisfacer lícitamente los apetitos naturales del cuerpo. Dice: “Cada uno tenga su mujer, y cada una tenga su marido” (versículo 2). Nótese que está escrito en singular, porque la poligamia no es el ideal de Dios. En el principio, Él diseñó el matrimonio para un hombre y una mujer (Marcos 10:6-8). Los polígamos pueden estar en comunión en la Mesa del Señor cuando se convierten, pero no debían estar en un lugar de manejo de los asuntos administrativos de la asamblea (1 Timoteo 3:2). Esta afirmación del apóstol echa por tierra la idea católica del celibato (1 Timoteo 4:3). Pablo insiste en que “cada” hombre y mujer en el cristianismo tiene la libertad de casarse, incluso los que ministran la Palabra (1 Corintios 9:5).
En los versículos 3-5 detalla algunas de las responsabilidades del matrimonio. Los cónyuges no deben “defraudarse [privarse]” sexualmente el uno al otro de sus cuerpos, porque existe un peligro real de que Satanás los tiente en su incontinencia (falta de autocontrol) en la inmoralidad fuera del matrimonio. La única excepción es para un ejercicio especial de oración, y eso sólo por un plazo determinado.
En los versículos 6-9, Pablo tiene la delicadeza de mostrar que no está ordenando a los santos que se casen en los versículos anteriores, sino más bien, les está aconsejando. Tienen esa libertad, pero algunos pueden, como Pablo, tener el “don de Dios” de renunciar al matrimonio para servir mejor al Señor “sin impedimento” (versículo 35). Sin embargo, si uno no puede “contenerse [controlarse]”, debe casarse, pues es mejor casarse que “arder” (traducción J. N. Darby) en lujuria.
Matrimonios con problemas
En los versículos 10-24, Pablo da sus comentarios para los matrimonios con problemas. Considera dos escenarios. El primero es un matrimonio cristiano en el que tanto el marido como la mujer son salvos (versículos 10-11). Si la esposa se separa por alguna razón, debe permanecer separada de él y no volver a casarse. Del mismo modo, el marido no debe divorciarse de su mujer si ella se marcha. La razón de esto es que puede haber una oportunidad más adelante para “reconciliarse”. Si uno o ambos siguieran adelante y se volvieran a casar, esto lo haría imposible. Este fue un mandamiento apostólico del Señor (“denuncio, no yo, sino el Señor”).
En el segundo escenario Pablo no estaba dando un mandato apostólico del Señor, sino su consejo apostólico. Trata de un matrimonio de no creyentes, en el cual uno de los cónyuges es hecho salvo. Así, resulta en un matrimonio mixto: uno de los cónyuges es salvo y el otro no (versículos 12-24). Él no está haciendo referencia a un cristiano que ha desobedecido las Escrituras y se ha casado con un incrédulo. Es, más bien, una situación que prevalecía en lugares donde el evangelio era nuevo: donde la gracia de Dios penetra en un hogar en el que tanto el marido como la mujer están perdidos, y uno se convierte. Hay misericordia en tales casos, como sigue explicando el apóstol.
Muestra que el cónyuge incrédulo está en un lugar de favor externo en el cristianismo. “El marido incrédulo es santificado por la esposa (creyente) (versículo 14; traducción King James). En el Antiguo Testamento, si un judío se casaba con una pagana (o viceversa), él se profanaba a sí mismo (Esdras 9:1-5; Nehemías 3:23-28). En el cristianismo, es al revés; si la gracia de Dios ha obrado en un hogar y uno se salva, la pareja incrédula es santificada por su conexión con su pareja creyente. Aunque sea santificada, ¡sigue siendo incrédula! Esto puede sonar extraño, pero es una santificación “externa” o “relativa” solamente.
En tales matrimonios mixtos, si hay deserción voluntaria por parte del incrédulo, el creyente es libre de volver a casarse. Nótese: el apóstol no da libertad para que el cónyuge creyente se aparte y se vuelva a casar (versículos 15-16). Por lo tanto, la Escritura permite el nuevo matrimonio bajo tres condiciones:
•  Muerte (Romanos 7:2; 1 Corintios 7:39).
•  Deserción (1 Corintios 7:15).
•  Infidelidad (Mateo 19:9).
Puesto que la tendencia del corazón humano es querer cambios, en los versículos 17-24 el apóstol pasa a hablar de la llamada de Dios que viene a personas en diversas situaciones de la vida. El principio general es permanecer en el llamado donde la persona ha sido llamada. Sin embargo, si una persona podía librarse de la condición de servidumbre, debía “hacer uso” (no abuso) de esa libertad para servir al Señor (versículo 21; traducción King James).
Consejo apostólico para los solteros
En los versículos 25-40, Pablo da su “parecer” a los solteros, ya sean hombres o mujeres. (La palabra “virgen” se utiliza para cualquiera de los dos). Su consejo general es que si uno realmente tiene ante sí el servicio del Señor y ha recibido un “don” de Dios para vivir libre de lujuria en su estado de soltero, debe permanecer soltero. Da tres razones para permanecer soltero:
En primer lugar, debido a la condición hostil del mundo hacia la fe cristiana, existía una posibilidad muy real de martirio. Estaba “la necesidad que apremia” de la persecución romana. Con las circunstancias de tener esposa y familia, las responsabilidades de uno hacia ellas eran mayores. Había una preocupación por su seguridad y una posibilidad muy real de enviudar y tener hijos huérfanos, etc. De ahí que Pablo juzgue que, si una persona podía recibirlo, entonces sería bueno para un cristiano permanecer soltero (versículos 25-26).
En segundo lugar, hay “aflicción de carne” en el matrimonio (versículos 27-28). No es que el matrimonio no sea gratificante, pero las dificultades vienen con él. Los problemas a causa de tener la naturaleza humana caída (la carne) se multiplican en el matrimonio. Ya es suficientemente difícil para una persona que tiene la naturaleza pecaminosa en su interior mantener la carne en el lugar de la muerte, mucho más vivir con otra persona que también tiene la carne. Cuando dos personas se convierten en una sola carne, hay dos voluntades y dos personalidades con diferentes gustos y desagrados, etc. La convivencia requiere gracia. Permaneciendo soltero, una persona puede “evitar” esas dificultades.
En tercer lugar, hay preocupaciones en el matrimonio (versículos 29-35). El cristiano debe vivir teniendo en cuenta que “el tiempo es corto”, pues nuestra expectativa es la venida del Señor en cualquier momento. Este mundo pasará pronto. Por lo tanto, todo debe priorizarse hacia la devoción a la voluntad de Dios. Sin embargo, en el matrimonio hay responsabilidades para mantener una relación y una vida familiar felices. Las alegrías y las penas, y las posesiones de la vida que acompañan al matrimonio, tienen una forma de apremiar nuestro tiempo. La persona casada se ve obligada a usar las cosas temporales de este mundo (pero “como los que no usan” de ellas) para “agradar á su mujer”, mientras que una persona soltera no necesita involucrarse en tales cosas, y por lo tanto, estará más libre de ataduras terrenales para servir al Señor. En los versículos 32-34 da un ejemplo. La persona soltera tiene más tiempo para “sin impedimento ... llegarse al Señor”.
Versículos 36-38.— Sin embargo, si uno tiene dificultades para controlar sus deseos sexuales, él (o ella) debe entregar su virginidad en matrimonio, pues es mejor “casarse que arder” en lujuria (versículo 9, traducción J. N. Darby ). Una persona no debe sentirse culpable al hacerlo: ha obrado “bien”. Pero el cristiano que “tiene libertad de su voluntad”, teniendo un “don” de Dios para ello, hace aún “mejor” permaneciendo soltero.
Versículos 39-40.— En cuanto al volver a casarse, el apóstol da un consejo. Los viudos, y los que se han divorciado con respaldo bíblico, son libres de casarse con quien mejor les parezca, pero deben casarse “en el Señor”. Esto es algo más elevado como principio que casarse “en Cristo”. “En Cristo”, como hemos señalado anteriormente en la epístola, es la posición de cada cristiano ante Dios en la aceptación de Cristo. No toma en consideración la condición del creyente. Por lo tanto, casarse “en Cristo” sería casarse con otro cristiano, sin considerar su condición personal o interés en las cosas del Señor. Sin embargo, Pablo no les dice que se casen “en Cristo”, sino que se casen “en el Señor”. Esta es una cosa más elevada en la cual ambas personas en el matrimonio reconocen el Señorío de Cristo en sus vidas de manera práctica. Por lo tanto, un matrimonio cristiano debe ser una unión en la cual ambas personas en la relación reconocen el Señorío de Cristo.

5) Fracaso en entender la libertad cristiana en relación a la idolatría: Capítulos 8:1-11:1

En el capítulo 8 el apóstol continúa el tema de la libertad cristiana, pero en relación con la idolatría. En los capítulos 6:12–7:40 abordó el tema en la esfera de los asuntos morales; ahora lo mira en relación con los asuntos espirituales. En el capítulo 8 aborda la libertad del cristiano en relación con cómo afectará a la comunidad cristiana, y luego en los capítulos 9–10 la mira en relación con los que están fuera: el testimonio público del cristianismo ante el mundo. Así pues, trata el tema desde el punto más pequeño y lo amplía hasta lo máximo. Empieza por nuestro propio cuerpo (capítulo 6), luego pasa a nuestra pareja (capítulo 7), después a nuestros hermanos con los que andamos (capítulo 8) y, por último, ante el mundo (capítulos 9–10).
La libertad cristiana en relación con nuestros hermanos
Capítulo 8:1-13.— En Corinto había quienes se estaban dando la libertad de comer comidas ofrecidas a los ídolos, pero al hacerlo, corrían el peligro de ser tropiezo para alguno de sus hermanos. Pablo, por lo tanto, procede a corregir esto dándoles un principio universal que regularía la libertad cristiana en relación con las cosas ofrecidas a los ídolos.
Este capítulo es similar a Romanos 14, ya que ambos abordan el uso y el abuso de la libertad cristiana. No obstante, hay una diferencia: Romanos 14 se refiere al judío débil que se ha convertido del judaísmo, mientras que 1 Corintios 8 se refiere al gentil débil que se ha convertido de la idolatría.
La diferencia entre el conocimiento y el amor
Versículos 1-3.— Muchos en Corinto entendieron que como un ídolo no era nada, la comida no significaba ningún problema para Dios. Pensaban que eran libres de actuar como quisieran con respecto a la comida ofrecida a un ídolo y que no habría restricciones. Pablo les enseña que sus libertades necesitaban ser reguladas para no hacer caer a los que eran “débiles” en la fe.
Una persona podría saber que un ídolo no es nada, y por lo tanto, entrar en un templo de ídolos y comer comida ofrecida a un ídolo (versículo 10), o comprar en el mercado comida que fue ofrecida a un ídolo (capítulo 10:25). Pero esto plantea una pregunta: “¿Sería correcto hacerlo si hiciese tropezar a nuestro hermano?”. Pablo muestra en este capítulo que el conocimiento (ciencia) en sí mismo no es suficiente para guiarnos en estos asuntos. Esta pregunta no puede ser respondida meramente por la “ciencia”, sin embargo, puede ser zanjada por la “caridad [amor]”. El conocimiento sin la ejercitación del amor puede llevar a una persona a actuar sin considerar el efecto que su acto puede tener en los demás.
Esto lleva al apóstol a comparar el conocimiento y el amor. La “ciencia” que no se tiene en comunión con el Señor tiende a hinchar a una persona de orgullo; mientras que la “caridad [amor]” considera el bienestar de nuestro hermano (versículo 1). Esta es una diferencia significativa: el conocimiento tiende a hincharnos a nosotros mismos, mientras que el amor hace crecer (edifica) a los demás. El conocimiento nos hace ocuparnos de la cosa en cuestión (de sus méritos y deméritos), pero el amor considera al hermano. Si el conocimiento fuese el único principio aplicado en el caso, conduciría a una arrogancia absoluta, y con seguridad a la ofensa. Pablo no estaba menospreciando el conocimiento, sino mostrando que este ha de tenerse en amor.
Luego pasa a decir que, puesto que ninguno de nosotros conoce la verdad en su totalidad, ya que ahora sólo podemos conocerla en parte (1 Corintios 13:9), debemos ser cuidadosos de hacer uso de nuestro conocimiento sin considerar que quizá no tengamos las cosas del todo claras. Si uno se hace a la idea de que ha adquirido conocimientos y se muestra satisfecho por ello, está demostrando que carece de entendimiento sobre cómo debe tenerse y practicarse (versículo 2). Además, si una persona ama a Dios en verdad, se manifestará en sus acciones hacia su hermano cristiano (1 Juan 5:1-2). Aquel que aborde este tema de la libertad desde el punto de vista del amor será “conocido” de Dios en el sentido de que Él reparará en esa persona y le dará un sentido especial de Su aprobación (versículo 3).
La diferencia entre los ídolos y el Dios verdadero
Versículos 4-6.— La cuestión de comer alimentos ofrecidos a los ídolos lleva al apóstol a establecer una breve pero importante comparación entre los ídolos y el Dios verdadero. Los ídolos solamente son “llamados dioses” porque son, o meras falsificaciones, o manifestaciones de demonios. Ninguno de ellos es realmente un dios. Saber esto permite comprender que no hay nada en un ídolo.
El conocimiento ha de ser regulado por el amor
Versículos 7-10.— Como todos estamos en diferentes etapas de crecimiento, no todos los cristianos han adquirido este conocimiento respecto a los ídolos. Algunos no habían sido capaces de superar los prejuicios tan profundamente arraigados en sus respectivos ámbitos con respecto a los ídolos. Eran “débiles” en el sentido de ser deficientes en el conocimiento cristiano. Algunos de los conversos salidos del paganismo no estaban totalmente convencidos de que los ídolos fueran nulidades y de que las comidas que se les ofrecían no fueran diferentes de las demás. Hay que tener cuidado de no causar tropiezo a tales personas (versículo 9). Para algunos, comer comida ofrecida a los ídolos podía llevar a una mala conciencia, y el abandono de una buena conciencia podía llevar a una persona a hacer algo que la destruiría —causar que “pereciera”— en el sentido de hacer naufragar su vida y testimonio cristianos (versículo 10). Por supuesto, el tal no perecería en el sentido de perder su salvación, porque el Señor dijo que Sus ovejas “no perecerán para siempre” (Juan 10:28).
En los versículos 11-12, se hace hincapié en la seriedad de causar perjuicio a un hermano en Cristo que es débil. Si el Señor amó tanto a esa persona que estuvo dispuesto a morir por ella, ¿no deberíamos ser cuidadosos de no obstaculizar su progreso espiritual haciendo algo que le hiciera tropezar? Sería un pecado “contra Cristo”.
En el versículo 13, concluye sus observaciones planteando un sencillo principio que regularía nuestra libertad con respecto a nuestro hermano cristiano. Antes de ejercer nuestra libertad en un área determinada no prohibida por las Escrituras, debemos considerar qué efecto tendrá en nuestro hermano. Si lo que permitimos puede hacerle tropezar, entonces tenemos que prescindir de ello. El amor haría eso. En todos estos asuntos, el cristiano no sólo debe usar el conocimiento, sino también el amor.
Este principio que Pablo ha presentado ante los corintios es esencial para la salud y el bienestar de una asamblea local. Tiene una amplia aplicación en todas las cosas que tienen que ver con la vida en la asamblea que son de importancia secundaria, es decir, cosas que no atacan o socavan la Persona y la obra de Cristo. Si este principio se pusiera en práctica en nuestras interacciones los unos con los otros, habría muchas menos ofensas dadas y recibidas.
El conocimiento tiende a ver las cosas en blanco y negro, sin considerar ningún otro factor condicionante. Una persona que actúa meramente en esa línea ve las cosas como correctas o incorrectas. A menudo irán por ahí corrigiendo a otros en la asamblea sobre pequeños asuntos que consideran incorrectos, pensando que están haciendo un servicio a Dios. Pero a menudo dejan un rastro de ofensa tras de sí. Se sienten justificados en sus acciones y lo atribuyen a que son fieles. Desafortunadamente, tratar las cosas sólo en la línea del conocimiento suele ser destructivo para una vida de asamblea feliz. No contribuye a la paz (Romanos 14:19). El amor divino, por otro lado, considera a nuestro hermano “por el cual Cristo murió” y tiene cuidado de no causar perjuicio en estos asuntos secundarios. No comprometerá principios, pero también considera el estado y la etapa de crecimiento en aquellos a quienes busca alcanzar. El amor espera sus oportunidades y lidia con las cosas con el amor de Cristo.
Libertad cristiana en relación con el servicio al Señor
Capítulos 9:1–10:14.— En el capítulo 9, Pablo continúa con el tema de la libertad cristiana, aplicándola al servicio del Señor. Se desvía del tema de la libertad en relación con la idolatría para ilustrar lo que dijo en el capítulo 8. Concretamente, que debemos estar dispuestos a renunciar a ciertas libertades por el testimonio del Señor. Una vez más, recurre a su propia vida y a su experiencia de vida. De nuevo, utiliza su propia vida y ministerio como ejemplo. Se aferra a dos “derechos” (traducción de J. N. Darby) o libertades en particular que él tenía como siervo del Señor y muestra que, aunque tenía todo el “derecho” a esas libertades, renunció a ellas por el bien de llegar a otros y ayudarlos.
Las constataciones del apostolado de Pablo
Versículos 1-3.— Su condición de apóstol era algo que algunos entre los corintios cuestionaban, ya que no estaba entre los doce elegidos por el Señor en la tierra. Afirma que es apóstol porque había “visto a Jesús nuestro Señor” (Hechos 9:4-5). Otra evidencia de su apostolado fue la asamblea de Corinto. Su existencia se debía a su labor (Hechos 18:1-11). Dice: “¿No sois vosotros mi obra en el Señor?”. Estas fueron dos constataciones de su apostolado. Una vez establecido esto, retoma dos áreas específicas en las que tenía “potestad” (un “derecho” legítimo; traducción J. N. Darby) como siervo del Señor para tomar parte (versículos 4-27).
El “derecho” de Pablo de tomar parte de las misericordias ordinarias en la vida natural
Versículos 4-5.— En primer lugar, habla de su libertad para tomar parte de las misericordias ordinarias de la vida: “comer y beber” (versículo 4), y “traer consigo una hermana mujer también” (versículo 5). Siendo siervo del Señor, tenía esa potestad [“derecho”]. Tenía la libertad de tomar parte de las cosas normales de la vida, y señala a los “otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas” (Pedro) quienes participaban legítimamente de esa libertad.
El “derecho” de Pablo a ser asistido económicamente por aquellos a quienes ministraba
Versículos 6-14.— En segundo lugar, Pablo tenía derecho a ser asistido financieramente por aquellos a quienes ministraba. Él tenía el “derecho” de “dejar de trabajar” (a tiempo completo) y de recibir ayuda en “bienes materiales” a cambio de su ministerio en “cosas espirituales” (versículo 7). Él procede a enumerar varias cosas para respaldar este derecho:
1) Remunerar a los trabajadores es lo habitual. Cita tres ejemplos de la vida ordinaria: un soldado, un agricultor y un pastor (versículo 8). El trabajo para el Señor no debe tratarse con menos importancia.
2) Es conforme a la Ley mosaica (versículos 8-9). Cita Deuteronomio 25:4 para demostrar que la Ley de Moisés apoyaba esta práctica como principio. No se escribió únicamente porque Dios cuida de los bueyes (que son la figura de los siervos del Señor), sino fue escrito “para nosotros” (versículo 10).
3) El sistema del tabernáculo y el “santuario” que fue establecido por Dios apoyaba la idea de pagar a aquellos que hacían el trabajo (los sacerdotes y los levitas). Los que “sirven al altar participan del altar” (versículo 13; Números 18:8-20).
4) Era ejercido por otros trabajadores cristianos. Si los tales tenían “derecho” a ser mantenidos por aquellos a quienes ministraban, ¿por qué Pablo no? Después de todo, él era su padre espiritual en la fe, y, por lo tanto, tenía derecho a sus cosas “carnales” (versículo 11).
5) El Señor lo decretó para Sus discípulos cuando fueron enviados a predicar (Lucas 10:7). “A los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (versículo 14). En este sentido, Él estableció el ejemplo para los trabajadores cristianos.
El principio de renuncia al “derecho” propio para la bendición de otros
Versículos 15-23.— Habiendo establecido que él tenía tales “derechos”, Pablo se apresuró a decir: “Pero de nada de esto me aproveché” (versículos 12,15). Él tenía “derecho” a tales libertades, pero eligió no ejercer esos derechos porque no quería ser un tropiezo para nadie a quien predicara. Renunció a ellos para poder llegar a más almas. Por ejemplo, cuando estaba entre los corintios, trabajaba con Aquila y Priscila haciendo tiendas, que era su profesión mutua (Hechos 18:1-2; 20:34; 2 Tesalonicenses 3:7-9). Esto ilustra maravillosamente el hecho de que la vida y el servicio cristianos consisten en hacer sacrificios por los demás; su objetivo no es agradarse a uno mismo. El Señor Jesús es nuestro gran ejemplo. Él “no se agradó a Sí mismo” (Romanos 15:1-3).
Versículos 17-18.— Pablo se sintió obligado a predicar el evangelio, y lo hizo “de voluntad”. Se lanzó al ministerio de la Palabra con abnegación. Aunque rechazó la recompensa material, él sabía que no estaba sin recompensa por su trabajo. Podía gloriarse de que el evangelio era predicado “sin coste” (traducción King James), y tenía el gozo de cosechar: viendo cómo se salvaban las almas.
Versículo 19.— En un sentido, negarse a ejercer su “derecho” le dio mayor libertad. Le hizo “libre para con todos”, en el sentido de que no dependía de ningún humano para ayuda financiera, y, por lo tanto, sería menos probable que fuera influenciado por sus deseos. De este modo, pretendía hacerse “siervo de todos” para “ganar á más” personas con el Evangelio. Renunció a su derecho de libertad cristiana para llegar a ellos y se hizo “como” ellos, en lo que se refería a sus costumbres. Se adaptaría a aquellos a quienes buscaba alcanzar con el evangelio si eso no comprometía la enseñanza. Era una restricción voluntaria de su libertad y muestra hasta donde llegaría su amor por las almas para llegar a ellas con el evangelio.
Versículos 20-21.— Cuando trataba de llegar a los “judíos”, renunciaba a su derecho de libertad cristiana y se hacía como judío”. Hizo esto, dice, para poder “ganar... á los que están sujetos á la ley”. Nótese: Él no dice que formalmente tomó de nuevo la posición de ser judío; dice que se hizo como judío. Esto sería en costumbres, hábitos, cuestiones dietéticas, etc. Y viceversa, cuando se dirigía a “los que son sin ley” (los gentiles) sería como si... fuera sin ley”. En caso de que alguien pudiera pensar que esto incluía abandonar su moral y vivir como los paganos, añade en un paréntesis: “No estando yo sin ley de Dios, mas en la ley de Cristo” (versículo 21). Esto significa que seguiría las costumbres de los gentiles en la medida de lo posible sin comprometer los principios de santidad y espiritualidad. Este era el tipo de sabiduría que ganaba almas (Proverbios 11:30); implicaba abnegación.
Versículos 22-23.— Pablo dice: “Me he hecho á los flacos flaco, por ganar á los flacos”. Es decir, para aquellos que eran de entendimiento sencillo en cuanto a los temas divinos, él tenía cuidado de reducir las cosas a su nivel cuando se comunicaba con ellos, usando términos más simples para expresar la verdad. Con ellos se centraba en la enseñanza elemental. De este modo, se adaptaba a las diversas situaciones en las que se encontraba la gente, pero al mismo tiempo tenía cuidado de no comprometer los principios de santidad y verdad.
En el capítulo 8, el amor no permitía al apóstol hacer nada que causase perjuicio en la conciencia de sus hermanos más débiles. En el capítulo 9, su amor fue más allá —más allá del entorno cristiano— y no le permitió hacer cosas que pudieran causar perjuicio a los no creyentes a quienes daba testimonio. Al renunciar deliberadamente a sus derechos o libertades cristianas para ganar a aquellos a quienes ministraba, fue un ejemplo para los corintios del amor cristiano normal que se sacrifica para la bendición de los demás. Esto muestra que todos esos derechos en la libertad cristiana deben estar sujetos a los intereses de Cristo y Su testimonio en el evangelio.
La necesidad de tener dominio propio en el ejercicio de la libertad cristiana
Versículos 24-27.— Prosigue mostrando que una persona tiene que tener cuidado al tomarse libertades por otra razón: podría tener un efecto negativo sobre sí misma, pudiendo caer bajo el poder de los apetitos carnales del cuerpo. Habiendo hablado de la necesidad de la abnegación en la renuncia a los propios derechos o libertades, habla ahora de la necesidad del dominio propio sobre los instintos más bajos de la naturaleza humana. Más adelante hablará de la necesidad del juicio propio (1 Corintios 10:12; 11:28).
Indica que los atletas del mundo “se abstienen” (tienen autocontrol) en todas las cosas mientras se entrenan para competir por “una corona corruptible” en sus juegos —una alusión a los Juegos Olímpicos originales (versículos 24-25; 2 Timoteo 2:5, traducción J. N. Darby)—. Del mismo modo, un cristiano al servicio del Señor también debe usar el dominio propio para tener la aprobación del Señor en el día de gloria venidero. Para ganar “el premio” uno tenía que vivir y servir en la viña de Dios en conformidad con los principios de Dios. Para hacer esto requería mantener el cuerpo “bajo” control (traducción King James).
En los versículos 26-27, Pablo se puso a sí mismo como ejemplo en el dominio propio. Tuvo cuidado de no complacerse en los apetitos del cuerpo, sino de mantenerlo en “servidumbre” para que no fuera un estorbo para él en el servicio. Se dice que el cuerpo es un buen siervo, pero un mal amo.
Muestra que es posible que alguien que predicaba acabe como un “reprobado”. La palabra “reprobado” sin duda se refiere a un alma perdida (Romanos 1:28; 2 Corintios 13:5-7; 2 Timoteo 3:8; Tito 1:16). No debemos deducir de esto que un cristiano puede perder su salvación. El tema en cuestión en el capítulo es la predicación, no la salvación. Es posible que una persona se dedique a la predicación y sin embargo no sea salva, y, por lo tanto, termine siendo un reprobado. Judas Iscariote era una persona así. El hombre del que habló el Señor en Mateo 7:22 es otro ejemplo. Hay muchos que son así a día de hoy en la profesión cristiana.
Él menciona esto porque había algunos predicando entre ellos que no parecían ser genuinos en absoluto. Su habitual indulgencia en las cosas carnales (tomándose libertades) sin dominio propio sacó a la relucir que algo estaba terriblemente mal. Si uno continúa con tales actividades, puede ser que no sea salvo en absoluto.
Algunos han considerado que, puesto que la palabra significa “desaprobado” o “rechazado”, Pablo quería decir que se rechazaba el ministerio de un hombre, no a él personalmente. Por consiguiente, su ministerio sería rechazado porque su vida estaba en desorden. Esto ciertamente sería verdad, pero la palabra “reprobado” no debe entenderse en ese sentido limitado. No se utiliza de este modo en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. Quiere decir que toda la persona es rechazada porque está perdida. J. N. Darby dijo: “Ser un reprobado es estar perdido, es ser castigado con la destrucción eterna de la presencia del Señor”. Pablo se lo había “pasado por ejemplo” a sí mismo (1 Corintios 4:6) y así trató el asunto con delicadeza, sin señalar a nadie en particular. Lo que quiere decir aquí es que quería demostrar con su forma de vida al completo (al tener su cuerpo en sujeción) que él no era uno de esos réprobos.
Abusar de la libertad cristiana acarrea la mano de Dios sobre nosotros en forma de juicio gubernamental
Capítulo 10:1-14.— Estando así las cosas, Pablo pasa a dirigirse a la multitud mezclada entre los corintios y advierte a los que eran meros profesantes del peligro del juicio de Dios. Esto demuestra que es algo muy grave estar conectado externamente con el testimonio de Dios sin ser genuino.
Él muestra que todos los que se identifican con el testimonio cristiano van a ser probados en cuanto a su autenticidad, o su falta de ella. E incluso si una persona fuere un verdadero creyente, participar de los privilegios espirituales no garantiza su preservación. Si no se sostuvo en tener su cuerpo “bajo” (traducción King James), sino que abusó de su libertad, él se sometería a las formas de trato gubernamentales de Dios.
Señala a Israel como un ejemplo. Se les dieron algunos privilegios maravillosos en su relación con Jehová; sin embargo, cuando fueron probados en el desierto, muchos de ellos demostraron no ser auténticos en absoluto. Enumera cinco grandes privilegios que tenía Israel y luego pasa a hablar de cinco males diferentes en los que cayeron y la correspondiente disciplina de Dios. El resultado final fue que fueron apartados del testimonio del Señor. “Fueron postrados en el desierto” (versículo 5). Deuteronomio 2:14 dice que fueron “acabados ... en medio del campo”.
Los privilegios que tenían son, como principio, los mismos que tienen los cristianos; sólo que nosotros los tenemos en mayor medida. Y los males en que cayeron son los mismos males en que pueden caer los cristianos. Además, el juicio gubernamental que cayó sobre ellos es, como principio, el mismo que puede caer sobre nosotros. Sus tratos con Israel demuestran la posibilidad muy real de ser zarandeados del testimonio de Dios hoy.
Cinco grandes privilegios
Versículo 1.— “La nube”: tenían Su presencia divina con ellos. Los cristianos también tienen la presencia del Señor con ellos (Mateo 28:20; Hebreos 13:5).
Versículo 1.— “Todos pasaron la mar”: tuvieron una liberación divina. Los cristianos han experimentado una gran liberación en la muerte de Cristo (Gálatas 1:3-4).
Versículo 2.— “Todos en Moisés fueron bautizados”: tenían un líder divinamente designado. Los cristianos tienen a Cristo como su Líder (1 Pedro 2:25).
Versículo 3.— “Todos comieron la misma vianda espiritual”: tenían una provisión divina de alimento (el maná). Los cristianos tienen a Cristo como su alimento (Juan 6:47-58).
Versículo 4.— “Todos bebieron la misma bebida espiritual”: tenían una provisión divina de agua corriente. Los cristianos tienen la provisión divina del Espíritu de Dios que les ha sido dado y que brota en el disfrute de la vida eterna (Juan 4:14).
Cinco males y su correspondiente disciplina
Versículos 6-11.— Tener tales privilegios hizo que los hijos de Israel fueran muy responsables ante Dios, porque con cada privilegio hay una responsabilidad. Ya que los cristianos tienen esos privilegios en mayor medida, somos aún más responsables que Israel. Si abusamos de nuestra libertad y vivimos según la carne, Dios pondrá Su mano sobre nosotros en un trato gubernamental por el cual seremos enseñados mediante la disciplina a andar en santidad. Es un hecho solemne: Dios juzga a Su pueblo de una manera gubernamental si es necesario, pero por supuesto, no en forma eterna. Pedro dice: “Porque escrito está: Sed santos, porque Yo soy santo. Y si invocáis por Padre á aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conversad en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:16-17). Dice también: “El que quiere amar la vida, y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártase del mal, y haga bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y Sus oídos atentos á sus oraciones: pero el rostro del Señor está sobre aquellos que hacen mal” (1 Pedro 3:10-12). De nuevo dice: “Es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, ¿qué será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 Pedro 4:17).
Al utilizar la historia de Israel como ejemplo, Pablo muestra que hay al menos cinco formas diferentes en las que una persona puede ser apartada de la comunión a la que todos los cristianos están llamados (1 Corintios 1:9). (El apóstol no las aborda en orden cronológico).
Codiciar lo mundano (versículo 6; Números 11:4-6,33-34)
Los hijos de Israel querían los alimentos de Egipto, y Dios se los dio, pero también envió flaqueza a sus almas (Salmo 106:14-15). Por insistir en tener esas cosas, perecieron bajo el juicio de Dios, y así, fueron quitados de Su testimonio a través de una plaga del Señor. Esta es una figura de los cristianos que codician el mundo e insisten en ello hasta el punto de ser arrastrados. Dios permite que la “plaga” de la influencia del mundo los afecte, por lo cual son arrastrados por ella y por lo tanto separados.
Practicar la idolatría (versículo 7; Éxodo 32:1-8,25-29)
Los hijos de Israel adoraron el becerro de oro y lo llamaron fiesta a Jehová. En consecuencia, se volvieron insensibles por esa forma de corrupción espiritual (Éxodo 32:6,18,25; Salmo 115:4-8). Fueron juzgados por la mano de sus hermanos que actuaban en nombre de Dios (Éxodo 32:26-28). Esta es una figura de aquellos que se involucran en el mal espiritual (puede ser doctrinal o eclesiológico), por lo que caen bajo el juicio administrativo de la excomunión por la mano de sus hermanos.
Involucrarse en la inmoralidad (versículo 8; Números 25:1-9)
Los hijos de Israel fueron invitados a fornicar con las hijas de Moab. El juicio cayó sobre ellos por la jabalina de Finés y por la plaga del Señor. Esta es una figura de la excomunión por mal moral (1 Corintios 5:11-13).
Tentar al Señor (versículo 9; Números 21:4-9)
Los hijos de Israel tentaron al Señor cuestionando la sabiduría de Sus tratos. Dios envió serpientes entre ellos y muchos perecieron. Nosotros también podemos cuestionar la sabiduría de Dios en Su voluntad soberana en nuestras vidas, pero es un pecado que Él no toma a la ligera. Lo que le sucedió a Israel es una figura de cómo Dios permite que Satanás, “la serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9), nos someta a una prueba especial por la cual somos removidos de alguna manera. Se trata de un golpe del juicio de Dios.
Murmuración y queja (versículo 10; Números 16:1-3,41-50)
Este pueblo murmuró y se quejó de un trato del Señor con un grupo de hombres que se levantó en rebelión contra el liderazgo designado por Dios en Israel. Coré y su compañía habían formado un grupo para desafiar el orden sacerdotal de Dios. Creyeron que tenían una causa justificada al desafiar la posición de Moisés y Aarón, pero Dios se los llevó en juicio. Después que cayó el juicio, el pueblo aquí mencionado simpatizó con los rebeldes que fueron juzgados. Murmuraron y acusaron a Moisés y Aarón de haberlos matado. Estos también cayeron bajo el juicio de Dios y fueron barridos. Es una figura de los que simpatizan con un grupo que se ha apartado de la asamblea por alguna causa. El juicio de Dios sobre los tales es que sean barridos con el partido y sacados de la comunión donde el Señor está en medio. Ha habido muchos que han sido apartados de esta manera —en las llamadas “divisiones” que ocurren entre el pueblo de Dios.
Versículos 11-13.— El apóstol ha dado una larga advertencia a todos los que podrían tener la inclinación de abusar de la libertad cristiana complaciéndose en la carne de alguna manera. Ha demostrado que no podemos hacerlo sin incurrir en la disciplina de Dios. Nos recuerda que las cosas que les sucedieron (a Israel) fueron escritas como “figuras” para “nuestra admonición”. En otras palabras, se supone que debemos aprender de estas cosas.
Concluye haciendo una llamada al juicio propio, diciendo: “El que piensa estar firme, mire no caiga”. La soberbia y la confianza en uno mismo conducen a la caída (Proverbios 16:18). Por si hubiera alguno que pensara que las tentaciones a las que se enfrentaba eran demasiado grandes, añade las palabras alentadoras: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar”.
La libertad cristiana en relación con la Mesa del Señor y la comunión con los ídolos
Capítulos 10:15–11:1.— El apóstol ha abordado la libertad cristiana en relación con nuestro hermano en Cristo (capítulo 8) y en relación con nuestro servicio al Señor (capítulo 9:1–10:14). Ahora aborda la libertad cristiana en relación con la comunión en la “Mesa del Señor” (capítulo 10:15–11:1).
En las Escrituras, una “mesa” simboliza la comunión. En el caso de la “Mesa del Señor”, simboliza el terreno de comunión que Dios tiene para todos los cristianos, donde la autoridad del Señor es reconocida y acatada. Es una base espiritual de principios sobre la cual se expresa la comunión cristiana y se exhibe en la práctica la unidad del cuerpo. La Escritura no dice “las mesas” del Señor (plural), sino la “Mesa” del Señor (singular), porque sólo hay un terreno de comunión al que los cristianos son llamados y que el Señor reconoce mediante Su presencia en medio de ellos (1 Corintios 1:9; Mateo 18:20).
El principio de identificación
Versículos 15-20.— En estos versículos, el apóstol establece un principio básico con respecto a la comunión, y luego lo aplica a la situación de Corinto. Podríamos llamarlo el principio de identificación. Es decir, al participar en un servicio religioso de cualquier tipo nos identificamos con todo lo que el sistema defiende y representa, creamos o no personalmente en tales cosas. Nuestro acto de tomar parte con ellos es una expresión de nuestra comunión con todo lo que existe allí. Él muestra que esto es cierto tanto en el culto y la comunión cristianos, como también en el judaísmo y en el paganismo. En cada caso, existe el principio de identificación.
Con respecto al cristianismo, dijo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (versículo 16). De esto se desprende claramente que nuestro acto de partir el pan (participar de la Cena del Señor) es una expresión de nuestra comunión con el Señor y Su Mesa y con todos aquellos con quienes partimos el pan.
Con respecto a Israel (judaísmo), muestra que existe el mismo principio, diciendo: “Mirad a Israel según la carne: ¿no están los que comen los sacrificios en comunión con el altar?” (versículo 18, traducción W. Kelly). Quien participa de los sacrificios en el altar judío se identifica con todo lo que el altar representa.
También muestra que el mismo principio se aplica a la idolatría en el paganismo, diciendo: “Lo que los Gentiles sacrifican, á los demonios lo sacrifican, y no á Dios: y no querría que vosotros fueseis partícipes [tuvieseis comunión] con los demonios” (versículo 20, traducción King James). Aquellos que participan de la “copa de los demonios” están en comunión con los demonios.
Versículos 21-22.— El apóstol entonces razona con los corintios acerca de su descuido con respecto a sus asociaciones. Aparentemente, ellos habían estado participando de cosas que estaban en templos paganos y no pensaron en ello. Pero Dios no quiere que Su pueblo esté en comunión con el mal espiritual o con su práctica (2 Corintios 6:14-18). Al hacerlo, estaban identificando “la Mesa del Señor” con la mesa de los demonios. Por lo tanto, Pablo quería que desistieran inmediatamente, diciendo: “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios: no podéis ser partícipes de la Mesa del Señor, y de la mesa de los demonios” (versículo 21).
Este principio de identificación tiene una aplicación mucho más amplia que la idolatría. El punto que Pablo establece en estos versículos es que si participamos de la Mesa del Señor, debemos vigilar que no participemos de nada que sea inconsistente con ella y su santidad. Significa que partir el pan en la Mesa del Señor exige la separación de todas las otras mesas, ya sea en el judaísmo, o en el paganismo, o incluso en los lugares de culto cristiano no bíblicos de la cristiandad. Estar en “comunión” con la “sangre” y el “cuerpo” de Cristo en la Mesa del Señor exige necesariamente la exclusión de todas las demás comuniones. Ignorar tal separación es provocar al Señor para que actúe en un trato gubernamental de juicio, como lo hizo con Israel (versículo 22).
Hay muchas mesas hechas por el hombre (comuniones) en el mundo cristiano hoy, pero el Señor no puede consentir su existencia con Su presencia en medio de ellos colectivamente. Al hacerlo, Él estaría consintiendo las muchas divisiones en el testimonio cristiano. Él está con todos los cristianos individualmente en todo momento (Mateo 28:20; Hebreos 13:5), así que en cierto sentido Él está con ellos. Sin embargo, Él no puede estar en medio de las diversas comuniones cristianas en el sentido de Mateo 18:20, que es Su presencia colectivamente, aprobando el terreno mismo sobre el que se reúne Su pueblo y autorizando sus actos administrativos. Él simplemente no está en cada lugar de esta manera donde los cristianos se reúnen. Por lo tanto, si los que comen en la Mesa del Señor comen también en estas otras mesas (ya sean cristianas escindidas, judías o paganas), podrían incurrir en el juicio gubernamental del Padre (1 Corintios 11:27-32; 1 Pedro 1:16-17).
Algunos se preguntan: “Si sólo hay una Mesa del Señor, y significa el único terreno de comunión cristiana que Él reconoce, entonces ¿qué grupo de cristianos la tiene?”. Esta pregunta ha puesto el enfoque en el lugar equivocado. Se centra en las personas que están en la Mesa del Señor. Nuestra respuesta en cuanto a quién tiene la Mesa del Señor es: ¡el Señor! Es Su mesa, y Él está guiando a los creyentes que son ejercitados a ella. Siempre hay el peligro de cambiar el enfoque desde el Señor que está en medio hacia las personas que el Espíritu de Dios ha reunido y decir que son ellos quienes tienen la Mesa del Señor. Esto es un error; nuestro enfoque debe estar en Cristo. Nuestro acto de reunirnos debería estar “á Él” (Hebreos 13:13).
La comunión expresada en la Mesa del Señor al partir el pan abarca a todos los verdaderos cristianos, aunque no todos estén en Su mesa. Vemos en el “un pan” a cada miembro del cuerpo de Cristo (versículo 17). La Mesa del Señor es donde todos los cristianos deben estar. Puesto que la profesión cristiana hoy está en ruinas, y hay cientos de comuniones cristianas que afirman tener al Señor en medio de ellas, los cristianos que son ejercitados deben buscar ese lugar de designación del Señor donde está Su mesa, usando los recursos que Dios ha dado: los principios de la Palabra de Dios, la oración y la dirección del Espíritu de Dios (Salmo 25:9; Proverbios 25:2; Lucas 22:10). Todo se reduce a este simple hecho: no puede haber dos (o más) comuniones de cristianos en la tierra con las que el Señor se identifique como que están en el terreno divino de la reunión. Cristo no está dividido (1 Corintios 1:13).
Pan con levadura o sin levadura en el partimiento del pan
Algunos se han preguntado si en el partimiento del pan debía haber pan con levadura o sin levadura. En el tiempo en que el Señor instituyó la celebración de Su memoria, sin duda usaron pan sin levadura, porque los judíos no debían tener nada con levadura en sus casas durante la Pascua (Éxodo 13:7). El Señor seguramente habría celebrado la cena de la Pascua de acuerdo con las Escrituras. Sin embargo, recordemos que cuando instituyó la Cena del Señor todavía estaba en un ambiente judío. Era para los discípulos judíos, que esperaban el establecimiento del reino en la tierra (Mateo 26:26-30). Carecía de su significado cristiano en aquel momento. El ministerio de Pablo en este capítulo la sitúa en el lugar cristiano que le corresponde y le da su significado cristiano. En griego, la palabra “pan” (versículo 17) implica pan fermentado, es decir, con levadura. El pan sin levadura nunca es traducido tan solo como “pan” en el Nuevo Testamento. Ya que Pablo habla del pan usado en la Cena como “pan”, es bastante aceptable tener pan con levadura en el partimiento del pan.
Preguntas difíciles sobre la identificación
Versículos 23-30.— Después de advertir sobre la comunión con la idolatría por identificación, el apóstol responde a algunas preguntas que podrían surgir en relación al consumo de alimentos en ámbitos fuera de los templos de los ídolos. Se presentarían dificultades en los lugares de mercado y en las comidas en casas privadas donde se había ofrecido comida a algún ídolo. El mundo pagano estaba lleno de ídolos, y la mayoría de los cadáveres de animales que se vendían en los mercados y se comían en las casas habían sido sacrificados con motivo de los sacrificios de ídolos. Siendo así, la pregunta era: “¿Qué habrían de hacer en tales situaciones?”.
Él vuelve al gran principio que estableció en el capítulo 6:12 Con respecto a la libertad cristiana. Dice: “Todo me es lícito, mas no todo conviene [no todo es provechoso]”. Nótese que se lo aplica a sí mismo, pues cada uno debe estar “plenamente persuadido de su propia mente” (Romanos 14:5, traducción King James). Les recuerda el principio básico del sacrificio cristiano por los demás, diciendo: “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (versículo 24).
Si había quienes tenían una conciencia débil respecto a tales cosas (1 Corintios 8:7), debían tener cuidado con lo que hacían, no preguntando de dónde procedía la carne al comprarla o comerla. Debían hacerlo así por la “conciencia” de ese hermano débil. Si estaban en un banquete, no debían hacer preguntas sobre la procedencia de la carne para poder decir honestamente que no conocían la procedencia de la carne (versículo 25). Pero si alguien en la cena les decía voluntariamente que era “sacrificado á los ídolos”, no debían comerla para proteger la conciencia del hermano débil. Este es el tipo de solicitud cristiana piadosa que debemos tener los unos por los otros (versículos 27-28).
Por lo tanto, nos regimos en cierta medida por la “conciencia ... no tuya, sino del otro” (es decir, la de nuestro hermano). El amor genuino y la preocupación por el otro nos harían felices de renunciar a cierta libertad para que nuestro hermano que es débil no tuviese tropiezo (versículos 29-30).
Otros dos principios de la libertad cristiana
Versículos 31-33: Antes de concluir sus observaciones sobre la libertad cristiana, da dos principios más que deben regirnos. Ya ha hablado de dos grandes principios cuando abrió el tema: primero, que sólo debemos participar de algo cuando sea espiritualmente “de provecho” (1 Corintios 6:12a, traducción J. N. Darby), y segundo, cuando no nos someta a su “potestad” de manera esclavizante (1 Corintios 6:12b). Ahora añade otros dos principios.
Si nos dedicamos a alguna libertad, debemos asegurarnos de que lo hacemos para “la gloria de Dios” (versículo 31). Si se hace meramente para uno mismo, entonces probablemente no sea para la gloria de Dios. Otro principio subyacente es asegurarnos de “no ofender” en lo que permitimos (versículo 32). Este cuidado no es sólo hacia nuestros hermanos; dice, “á Judíos, y á Gentiles, y á la iglesia de Dios”. Debemos tener cuidado de no ofender a nadie, ya que todas las personas del mundo pertenecen a una u otra de estas tres clases. Nuestra libertad, por lo tanto, debe ser regulada con respecto al testimonio público del cristianismo en general (versículo 33). El propósito de hacer tales sacrificios en la libertad cristiana no está en buscar nuestro propio beneficio, sino el bien de los demás, “para que sean salvos”.
El evangelio es escrito un capítulo por día,
Por las acciones que uno hace y por las palabras que uno diga,
Los hombres leen lo que escribes, tanto lo desleal como lo verdadero;
Di, ¿cuál es, según tú, el evangelio?
Resumen de los cuatro grandes principios que deben regir nuestra libertad cristiana
Pablo ha tocado cuatro grandes principios que rigen el ejercicio de la libertad cristiana:
1) Sólo debemos tomar parte de algo cuando sea espiritualmente “de provecho” (1 Corintios 6:12a, traducción J. N. Darby).
2) Sólo debemos tomar parte de algo si no nos somete a su “potestad” de manera esclavizante (1 Corintios 6:12b).
3) Sólo debemos tomar parte de algo si es para “la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).
4) Sólo debemos tomar parte de algo si no hace tropezar a nuestros hermanos (1 Corintios 8:13). Hemos de ser “sin ofensa” a otros (1 Corintios 10:32).
La vida de Pablo fue un magnífico ejemplo de ello. Por eso termina sus comentarios sobre la libertad cristiana diciendo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).

6) Fracaso en entender el liderazgo y su señal: Capítulo 11:2-16

Pablo pasa a otro desorden entre los santos de Corinto: la incomprensión del liderazgo y su señal. La primera parte del capítulo 11 da instrucciones muy claras para que las hermanas se cubran la cabeza cuando temas divinos son tratados. Al parecer, esto no se practicaba en Corinto, por lo que el apóstol trató de corregirlo.
Desde el versículo 17 de este capítulo hasta el final de la epístola, aborda los desórdenes que existían cuando los santos estaban juntos “en asamblea” (traducción J. N. Darby), cuando se reunían para el culto y el ministerio. Esto lo indica la frase: “Cuando os juntáis”. Se dice siete veces en los capítulos finales de la epístola (capítulo 11:17,18,20,33,34; 14:23,26). Puesto que las reuniones de asamblea no aparecen hasta el versículo 17, el tema de la cubierta de la cabeza (versículos 2-16) no puede limitarse a las reuniones de asamblea. Su ámbito de aplicación es más extenso que cuando la asamblea se reúne y se aplica siempre que la Palabra de Dios esté abierta y se lea, y siempre que se esté orando, ya sea en reuniones públicas o en privado.
Los principios envueltos en el uso de la cubierta de la cabeza
El apóstol se lanza inmediatamente a explicar el significado del liderazgo y su signo. Muestra que los actos de descubrir la cabeza de los hermanos y cubrir la cabeza de las hermanas son una manifestación de los principios envueltos en la confesión del cristianismo. En el cristianismo, la “cabeza” de un hombre (un hermano) representa a Cristo, y la “cabeza” de una mujer representa al hombre. Dice:
“Quiero que sepáis, que Cristo es la cabeza de todo varón; y el varón es la cabeza de la mujer; y Dios la cabeza de Cristo” (versículo 3). Puesto que esto es así, los hermanos deben descubrirse la cabeza cuando se entablan temas divinos. Al hacerlo, reconocen que toda la gloria pertenece a Cristo. Se trata de un acto intencionado por parte de los hermanos y debe realizarse con ese fin, pues dice: “El varón no ha de cubrir la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios” (versículo 7).
Por otra parte, la mujer en el cristianismo representa la gloria del hombre. Dice: “La mujer es gloria del varón. Porque el varón no es de la mujer, sino la mujer del varón. Porque tampoco el varón fué criado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual, la mujer debe tener señal de potestad sobre su cabeza, por causa de los ángeles” (versículos 7-10). El cabello de la mujer es una señal de la gloria natural del primer hombre. Es su velo permanente de gloria y belleza (versículo 15). El cabello de la mujer, por lo tanto, debe ser cubierto cuando las cosas divinas están en discusión debido a lo que representa. Cuando las hermanas llevan la cabeza cubierta, están proclamando el hecho de que no reconocemos que el primer hombre tenga ningún lugar en el cristianismo. Es una confesión de que el hombre y su gloria no tienen lugar en las cosas divinas.
Dice en el versículo 5: “Toda mujer que ora ó profetiza...”. Estas dos cosas abarcan toda la esfera de la actividad de una persona en el área espiritual. Orar es la esfera del sacerdocio, y profetizar es la esfera del ministerio. Orar es hacia Dios y profetizar es hacia nuestros semejantes. El cabello de la mujer, por lo tanto, debe estar cubierto cuando cualquiera de estas esferas está siendo ejercida. Puede ser cuando está orando, o cuando está en presencia de otra persona que está orando, añadiendo su ‘Amén’; o puede ser cuando se está ministrando la Palabra de Dios.
El apóstol añade: “...por causa de los ángeles” (versículo 10). Dios ha establecido un cierto orden en Su creación. Los hombres y mujeres cristianos no deben descuidar este orden, sino recordar que son un espectáculo designado de forma divina. Los ángeles, al igual que los hombres, están aprendiendo la multiforme sabiduría de Dios en Sus tratos con los cristianos de la tierra (1 Corintios 4:9; Efesios 3:10).
Disputas sobre el uso de las cubiertas de cabeza
La historia nos dice que este tema no ha sido un problema en la Iglesia hasta aproximadamente los últimos 60 años. Hoy en día es un tema muy discutido. Uno de los argumentos es que estas instrucciones del apóstol Pablo eran sólo para los corintios de aquella época y, por lo tanto, no tienen aplicación a nuestros días. La necesidad de cubrirse la cabeza se explica como una antigua costumbre cultural que no tiene ninguna aplicación para las mujeres de hoy. ¿Qué cristiano podría albergar la idea de que parte de su Biblia del Nuevo Testamento no tiene nada que decirles? más bien, ¿no se trata de alguien que está tratando deliberadamente de eludir la enseñanza de un determinado pasaje? Recordemos al lector que lo que Pablo enseñó en relación con cubrirse la cabeza no es algo que se diera exclusivamente a los corintios de aquel tiempo, sino que es para “todos ... en cualquier lugar” (1 Corintios 1:2).
Hacer del velo algo cultural de aquellos días es una farsa. Pablo no hace ningún comentario con ese fin. Enseñar tal cosa es inferir algo que no está en las Escrituras. Él ha explicado la razón para su uso: es una confesión de que el primer hombre no tiene lugar en el cristianismo. Si este pasaje fuera algo sólo para los primeros días de la Iglesia y no para hoy, ¡entonces realmente estamos diciendo que la enseñanza del liderazgo de Cristo no es necesaria hoy! Sin percatarse de ello, los que sostienen tales argumentos están sugiriendo que al primer hombre se le debe dar un lugar en la asamblea de hoy. Tal era el problema en la asamblea de Corinto, y tal es nuestro problema hoy.
Además, si cubrirse la cabeza era sólo para aquel entonces, ¿por qué es que la Iglesia en su mayoría ha acatado estas instrucciones desde sus inicios hasta hace unos 60 años? Es decir, ¡más de 1900 años! ¿Se ha estado equivocando la Iglesia al hacerlo todos esos años y sólo recientemente ha llegado al conocimiento de la verdad? Más bien pensaríamos que es lo que Pablo le dijo a Timoteo cuando dijo: “Vendrá tiempo cuando ni sufrirán la sana doctrina... y apartarán de la verdad el oído” (2 Timoteo 4:3-4). Tal es el carácter de los últimos días.
Dos cubiertas para la cabeza
Otro argumento es que la mujer no necesita poner una cubierta artificial sobre su cabeza porque su cabello le ha sido dado para ese propósito. Esto se toma del versículo 15 que dice: “Por el contrario, á la mujer criar el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello”. Este es un malentendido común. La idea viene de no ver que hay dos coberturas mencionadas en este pasaje. El apóstol utilizó a propósito dos palabras diferentes para distinguirlas. Desafortunadamente, en la mayoría de las Biblias en español, los traductores no han indicado esto; y, por lo tanto, el lector podría honestamente concluir que el cabello de la mujer es una cubierta suficiente.
La palabra en el idioma original para “cubierta” en los versículos 4-6 es “katakalupo”, que indica una cubierta artificial para el cabello, como un sombrero o un pañuelo, etc. La palabra en el versículo 15 es “peribolaiou”, que indica el pelo natural de uno enrollado alrededor de la cabeza. El lenguaje moderno podría llamarlo peinado o algo parecido. Por tanto, el cabello de la mujer es un velo (o cubierta) de gloria y belleza que la naturaleza le ha dado. Representa la gloria natural del primer hombre. (El artículo “el” no debería estar en el texto del versículo 7b. No es “del varón”, sino simplemente “de varón”). Por lo tanto, su cabeza debe cubrirse con una cubierta artificial. De este modo, confesamos que no reconocemos que el primer hombre tenga cabida en el cristianismo.
Si el cabello es la cubierta a la que se refieren los versículos 4-7, entonces los hombres tienen una cubierta en la cabeza, pues también tienen cabello. Y si ese fuera el caso, entonces ¿cómo podrían orar y profetizar en obediencia a la Palabra de Dios, puesto que los hermanos no deben ministrar con sus cabezas cubiertas? (versículo 4). La única otra opción si uno desea ministrar la Palabra es ser rapado (versículos 5-6). Con toda seguridad, los que tienen estas objeciones no quieren decir que todos los hermanos que oran y ministran la Palabra públicamente deben llevar la cabeza rapada. Y si creen eso, ¿por qué no lo practican?
El Espíritu de Dios parece haber previsto este tiempo en que vivimos, en el que habría quienes disputarían estas cosas. Por eso el apóstol dice: “Si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (versículo 16). El “nosotros” en este versículo se refiere a los apóstoles a quienes se les dio la responsabilidad de sentar las bases del cristianismo a través de su ministerio. Dice que si hay quienes quieren discutir sobre estas cosas, que sepan que “nosotros” no tenemos “tal costumbre” de que las mujeres aparezcan con la cabeza descubierta cuando se tratan temas divinos. No transmitieron tal costumbre a la Iglesia; ni en Corinto, ni en ninguna de “las iglesias de Dios”.
¿Debería cubrirse la cabeza al cantar himnos?
Hay quienes se preguntan si las hermanas deben cubrirse la cabeza cuando cantan himnos. El versículo 5 dice que las hermanas deben cubrirse la cabeza cuando oran o profetizan. Esto, como se mencionó, se refiere a las dos esferas en las que una hermana se desempeña ante Dios: el sacerdocio y el ministerio. Colosenses 3:16 indica que el canto espiritual tiene ambas dimensiones. Dice: “Enseñándoos y exhortándoos los unos á los otros con salmos é himnos y canciones espirituales, con gracia cantando en vuestros corazones al Señor”. A la luz de este versículo diríamos que las hermanas deben estar cubiertas.
Los “himnos” son composiciones dirigidas a Personas divinas. Algunos son oraciones y otros expresan adoración. Estos entran en la categoría del sacerdocio. El versículo citado dice que se cantan “al Señor”. Los “salmos” y las “canciones espirituales”, en cambio, son composiciones que deben instruirnos en la verdad. Hay (o al menos debería haber) una dimensión de “enseñanza y exhortación” en ellos, que es la esfera del ministerio. Por lo tanto, en los cantos de himnos las hermanas deben llevar la cabeza cubierta y, en consecuencia, los hermanos deben ir descubiertos, porque están participando en una función sacerdotal y ministerial.

7) Fracaso en tener sobriedad y reverencia en la Cena del Señor: Capítulo 11:17-34

En este punto de la epístola, el apóstol pasa a referirse a los asuntos de la asamblea cuando se reunían para el culto y el ministerio. Dice: “En primer lugar, cuando os reunáis en asamblea...” (traducción J. N. Darby). Como se mencionó anteriormente, esta frase aparece siete veces a lo largo de los siguientes capítulos, indicando que ahora está tratando desórdenes que tienen que ver con los santos cuando están juntos “en asamblea”. Es significativo que antes de hablar del ministerio en la asamblea, que es el ejercicio del don, se refiera a su comportamiento en la Cena del Señor. Esta es la esfera del sacerdocio donde se ofrece la alabanza y la adoración. Puesto que la adoración debería preceder siempre al ejercicio del don en el servicio, se refiere a esto en primer lugar.
La oración, la alabanza y la adoración pertenecen a la esfera del sacerdocio. La Escritura enseña que todo creyente es un sacerdote (1 Pedro 2:5; Apocalipsis 1:6; 5:10), y cuando la asamblea está reunida los hermanos deben estar en una buena condición espiritual para que el Espíritu de Dios pueda guiarlos a actuar como portavoz de la asamblea, expresando públicamente su dependencia de Dios y su adoración a Dios (1 Timoteo 2:8). La Cena del Señor es quizás la reunión preeminente de la Iglesia. No es una reunión para el ejercicio del don, sino para la memoria del Señor en Su muerte. No se le llama una reunión de “adoración”, pero la adoración ciertamente fluye de los corazones de los santos cuando están ocupados en los sufrimientos del Señor en la muerte. Es un tiempo en el que los santos pueden ejercer su sacerdocio colectivamente ofreciendo adoración y alabanza al Padre y al Hijo.
Deshonrando la Cena del Señor
Versículos 17-19.— Tan graves desórdenes existían en la asamblea de Corinto, que la Cena del Señor, que debería haber sido para su bendición, se había convertido en ocasión para traer sobre ellos los juicios gubernamentales de Dios. De ahí que Pablo diga: “No por mejor sino por peor os juntáis”. Venir a “la Cena del Señor” en un estado tan deplorable era sólo para su “peor” en el sentido de que estaban sufriendo bajo los tratos gubernamentales de Dios por ello, como los versículos 27-32 indican.
El partimiento del pan es la forma en que los miembros del cuerpo de Cristo expresan su unidad, tal como se establece en su participación del “un pan” (1 Corintios 10:17). Sin embargo, la reunión de los santos en Corinto para esa celebración sólo manifestaba un estado de división entre ellos. La misma celebración que se suponía que debía manifestar su unidad, ¡manifestaba su espíritu de división! Dice: “Hay entre vosotros disensiones”. Esto era para vergüenza de ellos.
Además, ya que había disensiones, les dice “preciso es que haya entre vosotros aun herejías”. Una división (un cisma) es una ruptura interna entre los santos, pero una herejía (una secta) es una partición externa entre los santos en la que un partido se separa y ya no se reúne en comunión con los demás. Pablo advierte que si esas disensiones (cismas) no eran tratadas, tarde o temprano se convertirían en una herejía. Era, y sigue siendo, la forma que tiene Satanás de destruir la asamblea desde dentro. El apóstol dice que si las cosas llegan a ese punto, “los que son probados” se han de “manifestar”. En otras palabras, Dios permite estas cosas para probarnos, y nuestro estado se manifestará por el lado que tomemos en la herejía.
Versículos 20-22.— Los corintios aparentemente se reunían para una fiesta social preliminar. Luego, al final de esta, participaban de la Cena del Señor como una especie de añadido. Este fue un terrible malentendido del propósito de la Cena del Señor. Pablo no lo habría permitido cuando estuvo allí con ellos durante 18 meses (Hechos 18:11), así que sus reuniones deben haberse deteriorado considerablemente en su ausencia. Como unos eran pobres y otros ricos, se forjaron divisiones naturales entre ellos mientras comían. Algunos llevaban una elaborada comida para darse un capricho, pero otros pasaban “hambre”. Esto era diametralmente opuesto al propósito del partimiento del pan en la Mesa del Señor. Su reunión se había convertido así en una negación práctica tanto de la Cena del Señor como de la verdad de la asamblea de Dios. Para corregir esto, les dice que no deben mezclar una fiesta social con la celebración de la memoria. Podían tener sus fiestas sociales en casa.
El significado de la Cena del Señor
En los versículos 23-26, pasa a hablar del verdadero propósito de la Cena del Señor. El escenario en el que el Señor la instituyó es efectivamente conmovedor. La misma noche en que la maldad del hombre alcanzó su punto culminante con la traición a Cristo, Su amor se manifestó en todo su esplendor. Cuando la lujuria llevó a la traición, ¡el amor instituyó la Cena! El amor y el afecto fue el escenario en el que se instituyó, y el amor y el aprecio es la manera en que se debe tomar.
No es llamada una “reunión de adoración”; con todo, la adoración en la Cena se eleva espontáneamente al Padre y al Hijo. Con los corazones de los que participan de la Cena completamente tocados por la gratitud, la adoración no puede evitar surgir de esa escena. No venimos a recordar nuestros pecados al partir el pan, sino Su amor que sufrió para quitar nuestros pecados. Este conmovedor memorial de la muerte del Señor contrasta fuertemente con la fiesta de borrachos a la que los corintios, por su insensibilidad, habían reducido la Cena.
La costumbre de la Iglesia primitiva era partir el pan “el día primero de la semana” (Hechos 20:7). Esto no era simplemente algo que los santos de Troas hacían localmente; era lo que los discípulos hacían universalmente. Esto es lo que la Iglesia debería estar haciendo hoy, pero, lamentablemente, la Iglesia ha dejado en desuso esta celebración preeminente. Algunos grupos cristianos tienen una forma de celebrar la Cena del Señor una vez al mes; otros, trimestralmente.
La diferencia entre la Mesa del Señor y la Cena del Señor
Un error común es confundir “la Mesa del Señor” con “la Cena del Señor”. A menudo estos dos términos se usan indistintamente como si no hubiera diferencia entre ellos.
•  “La Mesa del Señor” es un término simbólico que hace referencia al terreno de comunión sobre el cual los miembros del cuerpo de Cristo se reúnen y donde la autoridad del Señor es reconocida y reverenciada (1 Corintios 10:21).
•  “La Cena del Señor”, por otro lado, es una ordenanza literal de la que participan los cristianos cuando recuerdan al Señor en Su muerte al partir el pan (1 Corintios 11:20,23-26).
No debemos pensar que la Mesa del Señor es una mesa física que los hermanos colocan en medio de la sala sobre la que ponen los emblemas. Tampoco debemos pensar que la Mesa del Señor es el acto de partir el pan. Como mencionado, es un término simbólico. Si estamos verdaderamente reunidos al nombre del Señor por el Espíritu Santo, estamos en “la Mesa del Señor” 24 horas al día, siete días a la semana, pero sólo comemos “la Cena del Señor” a una hora específica en el día del Señor, una vez a la semana. En condiciones normales, una persona debe venir a la Mesa del Señor una vez en su vida, cuando entra en comunión práctica con los que se reúnen al nombre del Señor, pero debe venir a la Cena del Señor cada semana. La Cena del Señor (el acto de partir el pan) debe comerse en la Mesa del Señor —el terreno de comunión sobre el cual el Espíritu reúne a los miembros del cuerpo de Cristo—. Por lo tanto, sería incorrecto decir que vamos a la Mesa del Señor en el día del Señor, sino más bien, que vamos a participar de la Cena del Señor en ese día. Personas bien intencionadas pueden decir cosas como: “El hermano fulano de tal se levantó a la Mesa del Señor para dar gracias”, pero el comentario sería más adecuado si se dijera que el hermano fulano de tal se levantó a la Cena del Señor para dar gracias.
Cuando una persona es recibida en comunión, es recibida a “la Mesa del Señor” donde tiene el privilegio de comer “la Cena del Señor”. Si una persona es “quitada” bajo un acto administrativo de juicio por la asamblea (1 Corintios 5:13), es quitada de “la Mesa del Señor”, no meramente de “la Cena del Señor”. Es puesto fuera de la comunión de los santos reunidos en el nombre del Señor como un todo, lo cual incluiría el privilegio de partir el pan. Algunos piensan que el comer mencionado en 1 Corintios 5:11 Se refiere a comer la Cena del Señor. Por lo tanto, concluyen que no debemos partir el pan con él, pero podemos tener comunión con él de forma individual. Sin embargo, tiene que ver con cualquier tipo de comida, ya sea en el partimiento del pan o en una comida común en nuestros hogares.
Se puede hacer la pregunta: “¿Pueden los que no están en ‘la Mesa del Señor’, sino en las diversas organizaciones eclesiásticas creadas por el hombre, participar de ‘la Cena del Señor’ donde están?”. J. N. Darby dijo: “Pueden recordar individualmente la muerte del Señor, y en ese sentido tener la Cena del Señor”. W. Potter dijo: “Tomemos por ejemplo las mesas en las diversas denominaciones: para estos cristianos la mesa con ellos es la del Señor y la cena Suya, y como tal participan de ella. Algunos de nosotros estuvimos durante años en una u otra de estas mesas, y allí con toda sinceridad, por falta de más luz. ¿Podría decirse en verdad que nunca habíamos participado de la Cena del Señor hasta que fuimos encontrados entre los que se reunían sobre terreno bíblico? Seguramente no, aunque la forma en que habíamos participado de ella no era conforme a las Escrituras”. Los cristianos pueden comer la Cena del Señor en sus denominaciones, pero si se va a comer correctamente, debe hacerse en “la Mesa del Señor”.
Dos aspectos del partimiento del pan
La cena se menciona en los capítulos 10–11 de dos maneras. Algunas diferencias son:
El capítulo 10:15-17 es el acto colectivo de partir el pan; dice: “La copa de bendición que [nosotros] bendecimos” y “el pan que [nosotros] partimos”, mientras que el capítulo 11:23-26 es el acto individual de partir el pan. Dice: “[vosotros] haced esto ... ”.
En el capítulo 10:15-17 “el pan”, visto en su estado intacto, representa el cuerpo místico de Cristo, mientras que el “pan” del capítulo 11:23-26 representa el cuerpo físico del Señor en el que sufrió y murió.
El capítulo 10:15-17 pone “la copa de bendición” primero, seguida luego por “el pan”, porque está hablando de nuestro título para estar a la mesa como creyentes redimidos, que es el resultado de Su sangre derramada. En el capítulo 11:23-26 el orden se invierte, poniendo primero el partimiento del pan, luego seguido por el beber de la copa, que es el orden en que se debe tomar (Lucas 22:19-20). Esto se debe a que tomamos la cena en memoria de Él en Su muerte, y Él sufrió en Su cuerpo primero, luego después de morir derramó Su sangre.
En el capítulo 10:16-17, el partimiento del pan está en conexión con “la Mesa del Señor”, en la cual mostramos la comunión del cuerpo de Cristo (versículo 21). En el capítulo 11:26, el partimiento del pan está en conexión con “la Cena del Señor”, en la cual mostramos la muerte de Cristo.
El capítulo 10:15-22 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantenernos separados de todas las demás mesas (comuniones; ya sean mesas cristianas cismáticas, mesas judías, o mesas idólatras), mientras que el capítulo 11:23-32 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantener la pureza en nuestra vida personal.
Muchos han pensado que, puesto que los cristianos beben de la “copa” (que representa la sangre de Cristo), ellos son aquellos con los que se establece el Nuevo Pacto. Es cierto que la copa está relacionada con la “sangre del Nuevo Pacto” (Mateo 26:28), pero el Nuevo Pacto es lo que el Señor establecerá con Israel cuando sea restaurado en un día venidero (Jeremías 31:31-34). El Antiguo Pacto se hizo con Israel y se selló con sangre de toros y machos cabríos. El Nuevo Pacto también se hará con Israel, pero con la sangre de Cristo.
Es un equívoco común pensar que el Nuevo Pacto se hace con la Iglesia. La Iglesia toma parte de las bendiciones espirituales del Nuevo Pacto, sin estar formalmente en el Nuevo Pacto, porque descansa en la fe sobre el mismo fundamento de la obra consumada de Cristo, de la que habla la sangre. De hecho, siempre que se menciona en las Escrituras el establecimiento del Nuevo Pacto, se especifica que es con “la casa de Israel” y “la casa de Judá” (Hebreos 8:8). Además, el hecho de que se trate de un “nuevo” acuerdo, o pacto, implica que ha existido algún acuerdo previo. Se llama “nuevo” porque ha sido introducido para sustituir al antiguo. Por lo tanto, el Nuevo Pacto es hecho con aquellos (Israel) que tenían el antiguo. Los gentiles que están siendo hechos salvos de entre las naciones durante este tiempo presente (Hechos 15:14) nunca han tenido ningún acuerdo o pacto previo con Dios. No es con ellos que se podría hacer un “nuevo” pacto. Del mismo modo, uno no le diría a una persona con la que nunca ha tenido ningún trato previo: “Hagamos un nuevo trato”. En ese caso no lo llamarías “nuevo”.
El versículo 26 nos dice que esta celebración de la memoria es algo que debe llevarse a cabo “hasta que [Él] venga”. No podemos dejar de pensar que, si el Señor nos ha pedido que hagamos algo, Él proveerá una manera en la que se pueda hacer, incluso en este día tan tardío en la historia de la Iglesia.
Seis cosas que el Señor nos ha pedido que hagamos “hasta” que Él venga
1) Seguirle por el camino de la fe (Juan 21:22).
2) Mantener firme la verdad que Dios nos ha dado (Apocalipsis 2:25).
3) Ocuparse (negociar) en el campo del servicio (Lucas 19:13).
4) No juzgar los motivos de los demás (1 Corintios 4:5).
5) Tener paciencia (Santiago 5:7).
6) Recordarle en Su muerte (1 Corintios 11:26).
El peligro de participar en la Cena de una manera indigna
Versículos 27-32.— El apóstol les recuerda la posibilidad muy real de participar de la Cena de una manera indigna. La provisión y el remedio de Dios para cualquiera que tuviera una mala condición del alma es el auto juicio. Dice: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa”. Por lo tanto, si nuestra conciencia nos acusa, tiene que haber un autoexamen honesto seguido de un auto juicio exhaustivo (versículo 28). Incluso si nuestra conciencia no nos acusa directamente, es un buen hábito escudriñar nuestros corazones en juicio propio antes de tomar la Cena (Salmos 26:2-6; 139:23-24). Puede haber cosas en nuestro corazón de las que no seamos conscientes y que estropeen nuestro disfrute de ese privilegio (Job 34:32).
Participar de manera indigna sería comer la Cena sin habernos juzgado a nosotros mismos. Si uno hace eso, “juicio come y bebe para sí”. Aparentemente, esto estaba sucediendo en Corinto, y la prueba de ello era que la mano de Dios estaba sobre ellos en juicio gubernamental. Algunos estaban “enfermos y debilitados”, y muchos habían sido llevados a la muerte (“sueño”, versículo 30). Pablo dijo que, si se hubieran juzgado a sí mismos, esto no habría sucedido. Dice: “Si nos examinásemos á nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados” (versículo 31). Nótese que se incluye a sí mismo en la necesidad de juzgarse a sí mismo, diciendo: “Nosotros ... ”. Esto se debe a que ningún santo en la tierra está más allá de la necesidad de juzgarse a sí mismo. Además, nuestro juicio propio no debe ser superficial. No debemos juzgar sólo nuestros caminos, sino a “nosotros mismos”. Esto iría a las raíces más internas de nuestros pensamientos y motivos. Necesitamos juzgar la condición misma de nuestras almas que nos ha llevado a los actos impíos que hemos hecho.
Estos versículos nos dicen que no podemos hacer lo que queramos en las cosas santas de Dios. Es una cosa solemne ser puesto de lado a través de un trato gubernamental de Dios, y aún más solemne ser quitado del lugar de testimonio en la tierra a través de la muerte. Pablo dice: “ ... y muchos duermen”. El apóstol Juan también habla de esto, diciendo: “Hay pecado de muerte”. Esto no significa que un cristiano pierde su salvación, sino que sería quitado del lugar de testimonio en la tierra a través de la muerte porque su vida es una deshonra para el Señor (Juan 15:2; Santiago 5:20; Hechos 5:1-11; 1 Juan 5:16).
Versículos 33-34.— Nótese que al corregir las graves irregularidades que eran evidentes entre los corintios en la Cena del Señor, no hay ninguna sugerencia de tener algún ministro oficial designado. Más bien, Pablo los encomienda a la dirección del Espíritu. Esto es aludido en el hecho de que él dice que, si ellos estaban en una condición correcta y se esperaban “unos a otros”, el Espíritu de Dios quien es el Líder designado por Dios sobre todos los procedimientos en la asamblea, corregiría el desorden.

8) Fracaso en comprender la naturaleza y el uso de los dones en la asamblea: Capítulos 12-14

Habiendo abordado los desórdenes en relación con la Cena del Señor en la que se ejerce el sacerdocio del creyente, el apóstol aborda ahora algunos desórdenes en la esfera del don. Como ya se ha dicho, el sacerdocio y el don son dos esferas diferentes en la asamblea. La oración, la alabanza y la adoración son a Dios y pertenecen a la esfera del sacerdocio, pero el ministerio de la Palabra es a los hombres y pertenece a la esfera del don. Nuestros privilegios en ambas esferas no se limitan a cuando los santos están reunidos “en asamblea”. Una persona debería ejercer su don dondequiera y cuandoquiera que sea guiada por el Espíritu a hacerlo, sin comprometer los principios. Pero ese no es el tema aquí; en estos capítulos el apóstol está abordando la naturaleza y el uso de los dones en la asamblea.
Hay algunas diferencias entre estas dos esferas en la asamblea. Por ejemplo, todos los hermanos deben ejercitarse en ser guiados públicamente por el Espíritu en la esfera del sacerdocio. Sin embargo, cuando se trata de la esfera del don en la asamblea, en condiciones normales, sólo aquellos (hermanos) que tienen el don de ministrar la Palabra deben funcionar en la esfera del ministerio. Mientras que todos los hermanos tienen una función pública en la asamblea en la esfera del sacerdocio (porque todos somos sacerdotes), no todos pueden tener un don para el ministerio público de la Palabra. Por lo tanto, no debemos insistir en que cada hermano en la reunión comparta sus comentarios en la esfera del ministerio. Las Escrituras no apoyan la idea de que todos sean ministros en este sentido. Es un malentendido de muchos de los que han sido introducidos a la enseñanza del sacerdocio de todos los creyentes. Erróneamente piensan que como cada hermano debe ejercer su sacerdocio en la asamblea,
cada hermano también debe ministrar la Palabra públicamente en la asamblea. Sin embargo, esto es confundir estas dos esferas.
En los capítulos 12–14, vemos cómo deben funcionar los dones cuando la Iglesia está reunida en asamblea. El capítulo 12 habla de la entrega de dones a la asamblea. El capítulo 14 habla del ejercicio de los dones en la asamblea. Pero en medio, en el capítulo 13, tenemos un paréntesis que nos da el motivo para ejercer los dones, que es el amor. El capítulo 12 nos da la maquinaria, el capítulo 13 el aceite que hará que la maquinaria funcione sin problemas, y en el capítulo 14 tenemos la maquinaria en acción produciendo edificación para todos. Este es el cristianismo normal. Es triste decirlo, pero el orden de las cosas presentado en estos capítulos ha sido en gran parte abandonado en el cristianismo moderno.
Los grandes principios de las manifestaciones del Espíritu en el ministerio en la Asamblea
Capítulo 12:1-11.— El tema del capítulo 12 no es exactamente el cuerpo de Cristo; son las “manifestaciones” del Espíritu en la esfera del don en la asamblea. Se introduce el cuerpo de Cristo porque es el instrumento que el Espíritu utiliza para Sus manifestaciones. ¿Y qué es lo que el Espíritu busca manifestar? ¡Es a Cristo! El cuerpo es el vaso del Espíritu para expresar a Cristo. Dios en Su bondad ha concedido a la Iglesia una variedad de dones con el singular propósito de glorificar a Cristo.
Versículo 1.— Dado que los corintios fueron hechos salvos desde la idolatría, la cual está llena de expresiones extáticas y balbuceos, tenían algunos malentendidos en cuanto a cómo el Espíritu conduce en Sus manifestaciones en la asamblea. El apóstol, por lo tanto, procede a aclarar esto en los versículos iniciales del capítulo, estableciendo algunos principios generales. Un idólatra que practica sus devociones frente a sus “ídolos mudos” es “llevado” de una manera completamente diferente a ser guiado por el Espíritu de Dios en el ministerio cristiano. La adoración a los ídolos en el paganismo se caracteriza por muchas expresiones extáticas y confusión (Hechos 19:34). Los corintios definitivamente necesitaban entender la verdadera naturaleza de las “manifestaciones espirituales” (versículo 1, traducción J. N. Darby) en la asamblea.
1) Las verdaderas “manifestaciones espirituales” exaltan a Cristo
Versículos 2-3.— El primer gran principio del ministerio que el apóstol establece es que todas las “manifestaciones” del Espíritu exaltarán a Jesús como Señor. Dice: “Por tanto os hago saber, que nadie que hable por Espíritu de Dios, llama anatema á Jesús; y nadie puede llamar á Jesús Señor, sino por Espíritu Santo” (versículo 3). El Señor también dijo: “Él [el Espíritu] Me glorificará” (Juan 16:14). Por lo tanto, la evidencia de la dirección del Espíritu en el ministerio en la asamblea es que Cristo siempre será exaltado y nunca se hablará de Él peyorativamente. Él siempre conduce a la confesión de Jesús como Señor.
Es significativo que ningún espíritu maligno registrado en los eventos de la vida del Señor en los cuatro Evangelios jamás lo llamó Señor. Sin embargo, eso no significa que las personas falsas no puedan decir la palabra “Señor” (por ejemplo, Mateo 7:21-23; 25:11). Lo que Pablo quiere decir aquí es que no reconocerán la autoridad de Su Señorío.
Con este gran principio en la mano, somos capaces de probar el espíritu con el que los hombres hablan en la asamblea. No se trata de distinguir si uno es creyente o no, sino de probar el espíritu con el que los hombres hablan. La gran pregunta es: “¿Lo que dicen en el ministerio exalta a Cristo como Señor?”. Esto era importante en aquel tiempo porque el Nuevo Testamento todavía no existía, y los santos dependían del ministerio oral. El diablo trató de corromper este medio en la Iglesia primitiva introduciendo falsas doctrinas en la asamblea. De ahí la necesidad de juzgar lo que se decía, y todavía hoy. En pocas palabras, cuando alguien ministra la Palabra en la asamblea, y Cristo es honrado en los comentarios que se hacen, es de Dios. Si Él no lo es, no es de Dios.
2) Las verdaderas “manifestaciones espirituales” emanan de Dios
Versículos 4-6.— El segundo gran principio que tiene que ver con las “manifestaciones espirituales” en la asamblea es que no hay nada del hombre (o del diablo) en ella, aunque a Dios le agrada usar a los hombres como Su vehículo. Todo lo que tiene que ver con el hombre en la carne está totalmente excluido en el verdadero ministerio cristiano.
Vemos a toda la Divinidad activa en las manifestaciones de principio a fin. Aunque hay diversidad de “dones”, “ministerios” y “operaciones”, todos proceden de Dios con una unidad de propósito: glorificar a Cristo. Ya sea que se trate de la entrega del don, o de la conducción del don, o del resultado de su operación en las almas, todo es de Dios (versículos 4-6).
Versículo 4.— El Espíritu da los “dones”.
Versículo 5.— El Señor dirige los dones en varios “ministerios”.
Versículo 6.— Dios produce los resultados en las almas por Sus “operaciones”.
Nótese que no hay mención del requisito de entrenamiento teológico (seminario) y la designación de una persona antes de que pueda ejercer su don y funcionar en el ministerio en la asamblea. Todas esas ideas son creadas por el hombre y se entrometen en el orden de Dios para el ministerio. El orden de Dios en el ministerio cristiano es que aquellos que poseen un don espiritual para ministrar la Palabra deben tener libertad para ejercerlo en la asamblea según sean guiados por el Espíritu para hacerlo. La posesión de un don espiritual es la autorización de Dios para usarlo (1 Pedro 4:10-11).
3) Las verdaderas “manifestaciones espirituales” no estarán concentradas en un solo hombre
Versículos 7-10.— El tercer gran principio del ministerio en la asamblea es que Cristo ha distribuido dones por el Espíritu a los varios miembros de Su cuerpo, y estos dones no los tiene todos un solo hombre. El apóstol dice: Á éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; á otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; á otro...”. Queda perfectamente claro que un solo hombre no posee todos los dones. Esto significa que la asamblea necesita más de un hombre para ministrar si quiere obtener el beneficio de los dones en medio suyo. La asamblea necesita la participación en el ministerio de la Palabra de todos los que tienen un don para ello.
El versículo 7 dice: “Á cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho”. Esto podría traducirse, “...para provecho de todos”. Dios quiere que cada hermano que tiene un don para ministrar la Palabra ejerza su don en la asamblea para que todos puedan beneficiarse de ello. La naturaleza misma del cristianismo es tal que el don espiritual de una persona no es para sí mismo, sino para el beneficio de los otros miembros del cuerpo.
Un hombre puede tener más de un don, pero está claro en este pasaje que no tiene todos los dones. El capítulo 14:31 dice: “Porque podéis todos profetizar uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados”. Esto indica que todos los que puedan deben tener libertad en la asamblea para ministrar la Palabra.
Hay una diferencia entre los dones aquí mencionados y los de Efesios 4:11. Aquí se refiere al don espiritual en sí que el Espíritu de Dios transmite o deposita en el creyente cuando es hecho salvo, que lo habilita para ministrar en cierta capacidad. Los dones en Efesios 4 son personas que han sido dadas a la Iglesia para la obra del ministerio, y para la edificación de los santos en la santísima fe. La persona misma es considerada como el don a la Iglesia. Los mencionados en Efesios 4 poseerán una o más manifestaciones espirituales como se menciona aquí. Por ejemplo, “la palabra de sabiduría” es el don espiritual que tendría un pastor (versículo 8). La “palabra” aquí no es la Palabra de Dios, sino la capacidad de comunicar pensamientos espirituales. Todos los santos deben tener sabiduría (1 Corintios 1:30; Santiago 1:5), pero no todos los santos tienen la “palabra” de sabiduría, que es un don para expresar la sabiduría de Dios en términos claros. Del mismo modo, “la palabra de ciencia” es el don espiritual que tendría un maestro. Tiene la capacidad de expresar la verdad de Dios de forma ordenada y comprensible. Una vez más, todos los santos deben conocer la verdad (Efesios 1:17-23; Judas 3,20), pero no todos tendrán la “palabra” de ciencia para expresarla verbalmente en beneficio de todos.
En los versículos 9-10 el apóstol nombra algunos de los dones de “señales” (1 Corintios 14:22) que el Espíritu manifestó en la Iglesia primitiva antes de que se completara la revelación de la Palabra de Dios escrita. Estos dones eran para la inauguración del testimonio cristiano, mientras que los pastores, maestros y evangelistas, como se encuentran en Efesios 4, son para la edificación espiritual. Se nos dice que los dones de señales “cesarían” (1 Corintios 13:8), pero no se menciona que los dones para la edificación cesarían. Ellos están presentes en la Iglesia hoy.
Aquellos que hoy afirman tener tales dones como “lenguas” y “dones de sanidad”, etc., son impostores. Pablo nos dice que en los últimos días habría tales impostores en el testimonio cristiano. Ellos, como Janes y Jambres, realizarán señales y prodigios de imitación y engañarán los corazones de los ingenuos (2 Tesalonicenses 2:9; 2 Timoteo 3:8). El don de “lenguas” es el poder de hablar en una lengua extranjera comprensible (Hechos 2:6-8; 1 Corintios 14:10). Las personas hoy en día que afirman hablar en lenguas no hablan en ningún idioma conocido. Algunos de ellos incluso afirman ser apóstoles, pero en realidad son “falsos apóstoles” (2 Corintios 11:13; Apocalipsis 2:2). El apostolado (Efesios 4:11) no es un don que exista hoy en la Iglesia. Fue dado para construir el fundamento de la Iglesia, y eso ya ha sido puesto (Efesios 2:20). Sin embargo, el ministerio de los apóstoles todavía está con nosotros en lo que el Espíritu de Dios les dio para escribir en el Nuevo Testamento.
4) El Espíritu de Dios debe tener libertad en la asamblea de emplear a quien le plazca para producir “manifestaciones espirituales”
Versículo 11.— El cuarto gran principio del ministerio cristiano es que cuando los santos se reúnen en asamblea, el Espíritu de Dios debe tener su debido derecho de emplear a quien le plazca para hablar. Los dones deben operar en la asamblea por el “mismo” Espíritu que distribuyó el don al individuo cuando fue salvo. Pablo dice: “Todas estas cosas [dones] obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo particularmente á cada uno como quiere”. El Nuevo Testamento no conoce otro orden para el ministerio que el de la dirección soberana del Espíritu Santo en la asamblea. Las Escrituras asumen que los santos tienen la fe necesaria para confiar en la dirección del Espíritu en el ministerio. Si permitimos que Él dirija en la asamblea, tomará los dones que haya en una reunión de cristianos y los usará para la edificación de todos.
El principio es simple. El Espíritu Santo está en la asamblea buscando usar los dones como Él elija para la edificación de todos. Este es el orden de Dios para el ministerio cristiano. Desafortunadamente, el sistema clerical/laico hecho por el hombre en la Iglesia de hoy impide esta acción libre del Espíritu. Él no puede repartir particularmente a cada uno como quiere, porque el denominacional-ismo ha establecido un orden de cosas donde un hombre ocupa ese lugar de dirigir la asamblea. Los hombres hablan de “dirigir” la adoración o “conducir” un servicio. La presidencia del Espíritu Santo es negada en tal práctica. Él podría desear llamar a una persona en la reunión para el ministerio, pero es bloqueado y obstaculizado por el orden humano. Hoy en día, en muchas denominaciones eclesiásticas, los servicios se organizan de antemano, a veces con días de antelación. Puede que se haga con buenas intenciones, pero no es el orden de Dios para el ministerio en la asamblea.
El vehículo por el cual el Espíritu hace sus manifestaciones: el cuerpo de Cristo
Capítulo 12:12-31.— El apóstol continúa hablando del instrumento a través del cual el Espíritu haría Sus “manifestaciones”: el cuerpo de Cristo con sus muchos miembros. Se remonta al principio y habla de cómo surgió el cuerpo en primer lugar.
La formación del cuerpo de Cristo
Versículos 12-13.— Utiliza la figura del cuerpo humano y concluye diciendo: “...así también es el Cristo” (traducción J. N. Darby). “El Cristo” es un término utilizado por el apóstol en sus epístolas para denotar la unión mística de Cristo y Su Iglesia: la Cabeza en unión con el cuerpo. Es “mística” en el sentido de que no puede verse con el ojo humano. Es bueno observar que, aunque la palabra “cuerpo” se utiliza muchas veces en el capítulo, ¡el cuerpo de Cristo sólo se menciona dos veces! En el versículo 13 se menciona en su aspecto universal, y en el versículo 27 en su aspecto local. Todas las demás menciones de un “cuerpo” en el capítulo se refieren a un cuerpo humano como figura.
Habla de cómo el cuerpo de Cristo llegó a existir por primera vez, diciendo: “Porque por un Espíritu somos todos [todos hemos sido] bautizados en un cuerpo”. Fue una acción corporativa del Espíritu que tuvo lugar históricamente en el día de Pentecostés (Hechos 2) y se amplió para incluir a los gentiles en Hechos 10. El Espíritu de Dios tomó a los creyentes individuales que se encontraban en el aposento alto y los unió en una unidad mediante Su presencia al habitarlos. Así fueron llevados a una unión con Cristo, la Cabeza ascendida en el cielo. Esto fue una cosa de una vez para siempre. J. N. Darby señala que la acción de bautizar del Espíritu en este versículo está en el tiempo aoristo en el griego, lo que significa que fue un acto de una vez para siempre. El Espíritu de Dios ya no está actuando en la capacidad de bautizar hoy porque Su obra de bautizar se efectuó para formar el cuerpo de Cristo. Eso se ha hecho una vez y para siempre. Si Él siguiera bautizando hoy, estaría formando más y más cuerpos, lo cual, por supuesto, no es cierto, pues hay solo un cuerpo” (Efesios 4:4).
El hecho de que el bautismo del Espíritu fue una acción histórica para formar el un cuerpo de Cristo, y no una acción presente, puede verse mirando las siete referencias al bautismo del Espíritu en las Escrituras. Cinco de estas referencias miran hacia adelante, desde el momento en que fueron pronunciadas, hacia alguna acción futura del Espíritu, sin especificar cuándo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; Hechos 1:5). Las referencias sexta y séptima (Hechos 11:16; 1 Corintios 12:13) apuntan hacia atrás en el tiempo a alguna acción del Espíritu. La única acción significativa del Espíritu que ocurrió entre estos dos grupos de versículos es lo que sucedió en Pentecostés, cuando el Espíritu de Dios vino a formar y residir en la Iglesia.
Contrariamente al pensamiento popular, el bautismo del Espíritu no es una experiencia posterior a la salvación ni una acción del Espíritu para poner a un creyente en el un cuerpo cuando es hecho salvo. En las Escrituras, ser bautizado con el Espíritu no es visto como una experiencia individual. No hay una sola referencia en las Escrituras a un individuo siendo bautizado con el Espíritu. “Os” en la versión Reina Valera es colectivo y se refiere a una compañía de creyentes (Mateo 3:11). El versículo 13 no dice, como algunos imaginan, “Hemos sido todos bautizados en el un cuerpo” (añadiendo el artículo “el”, que no está en el texto). Añadir el artículo “el” cambia considerablemente el significado y supone que el cuerpo ya existía antes de que tuviera lugar el bautismo. Si ese fuera el caso, entonces indicaría que hoy los individuos son añadidos al cuerpo a través del bautismo del Espíritu. Sin embargo, el versículo dice que fueron “bautizados en un cuerpo”, lo que significa que el bautismo es lo que formó el cuerpo único. Los cristianos de hoy son parte del “un cuerpo”, pero no llegaron allí por el bautismo del Espíritu. Fueron colocados en el cuerpo cuando creyeron en el evangelio y fueron “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13). Por lo tanto, fueron añadidos a un cuerpo ya bautizado.
Algunos podrían preguntarse que si esto fuera así, por qué Pablo habló de “judíos” y “gentiles” siendo bautizados en un cuerpo cuando no había gentiles en Pentecostés. Esto es porque Pablo estaba hablando representativamente. Dijo: “[Nosotros]”—la compañía cristiana en su conjunto— “todos hemos sido bautizados en un cuerpo”. No todos estaban allí en ese día inaugural, pero todos son parte del cuerpo de Cristo que fue bautizado entonces.
Es algo como la constitución de una empresa. Se constituye una vez, y puede que fuera hace cien años. Y ahora que la empresa se ha constituido, cada vez que contrata a un nuevo empleado no necesita constituirse de nuevo. Tampoco existe cosa tal como que cada nuevo empleado de la empresa sea constituido. El nuevo empleado simplemente se añade a una empresa ya constituida. Para llevar la ilustración un poco más allá, supongamos que escuchamos una de las reuniones del consejo de administración de esa empresa y oímos a uno de los directores decir: “Nos constituimos hace 125 años”. No tendríamos ningún problema en entender lo que quiere decir. Pero alguien que no entendiera muy bien el idioma castellano podría decir: “¿Qué quiere decir esa persona? Ninguna de estas personas en esta reunión tiene más de 60 años. ¿Cómo puede hablar de lo que hicieron hace 125 años?”. Bueno, por supuesto, es porque el director estaba hablando representativamente de la empresa en su conjunto. Del mismo modo, en 1 Corintios 12:13, Pablo estaba hablando de lo que es cierto del cuerpo de Cristo, del que él y los corintios formaban parte. Al formar parte de la compañía cristiana, Pablo y los corintios (y nosotros también) estamos todos incluidos en el bautismo que tuvo lugar en Pentecostés, cuando fuimos hechos salvos y traídos dentro del un cuerpo por el sello del Espíritu.
Dos enemigos de la unidad en el cuerpo de Cristo
En los versículos 14-24, el apóstol utiliza la figura del cuerpo humano para enseñarnos algunas lecciones prácticas relacionadas con las manifestaciones del Espíritu en el cuerpo de Cristo. Advierte de dos enemigos en específico que perturban la unidad y, por tanto, impiden las manifestaciones del Espíritu en la asamblea.
Descontentamiento
Versículos 14-19.— El primer enemigo de la unidad es el descontentamiento. El apóstol utiliza la figura de un cuerpo humano para abordar este problema. Muestra que en un cuerpo humano sería ridículo que “el pie” dijera que ya que no podía tener la función de “la mano” iba a dejar de ser parte del cuerpo. Pero, lamentablemente, en el cuerpo de Cristo existe el peligro de que algunos de sus miembros se sientan descontentos con el lugar que ocupan. Cuando este tipo de descontento está presente en un miembro del cuerpo de Cristo, llevará a la persona a buscar una función en el cuerpo que no le ha sido dada. Por ejemplo, un evangelista podría buscar la función de maestro.
El apóstol responde a este problema mostrando que Dios quiere que haya diversidad en la unidad del cuerpo, diciendo: “Pues ni tampoco el cuerpo es un miembro, sino muchos” (versículo 14). En otras palabras, el cuerpo humano no consiste en que todos sus miembros sean manos o pies; del mismo modo, los miembros del cuerpo de Cristo no son todos maestros o evangelistas. Si así fuera, se perdería la diversidad en el cuerpo.
El remedio para esto es reconocer la acción soberana de Dios. Él, y no el hombre, ha designado el lugar de los miembros en el cuerpo humano “como quiso”. Y lo mismo sucede en el cuerpo de Cristo. La cura para esto es llegar a la presencia de Dios en oración y aprender de Él cuál es nuestro lugar en el cuerpo de Cristo y estar contentos con ello. No seremos felices hasta que aceptemos el lugar y la función que Dios nos ha dado. Hasta el momento en que nos sometamos a la soberanía de Dios en esto, probablemente seremos una molestia para nuestros hermanos en el ministerio, y, por lo tanto, perturbaremos la unidad.
Desdén
Versículos 20-24.— El segundo enemigo es el desdén. El apóstol otra vez usa la figura del cuerpo humano para enfrentar esto, diciendo: “Mas ahora muchos miembros son á la verdad, empero un cuerpo” (versículo 20). Esto muestra que debe haber unidad en la diversidad de los miembros de un cuerpo. En un cuerpo humano nunca hay un momento en que los miembros más prominentes miran con desdén a los menos prominentes, y dicen: “No tengo necesidad de vosotros” (versículo 21). Pero lamentablemente, existe este peligro en el cuerpo de Cristo. Esta actitud destruye la unidad.
El apóstol advierte contra este peligro señalando el hecho de que en la creación de nuestros cuerpos Dios ha concedido a propósito “más abundante honor” (traducción King James) a los miembros invisibles que a los que se ven a los ojos del público (versículos 22-23). Los miembros menos prominentes del cuerpo humano son más importantes que los prominentes. Una persona podría arreglárselas sin una mano o un pie, pero no puede vivir sin un corazón o un hígado, etc. El apóstol utiliza esto como ilustración de cómo no debemos menospreciar a los miembros menos prominentes del cuerpo de Cristo.
El remedio para este problema, de nuevo, es someterse a la soberanía de Dios. “Dios ordenó el cuerpo [humano] (versículo 24). Lo ha construido de tal manera que cada miembro es valioso y tiene algo que aportar al conjunto de la persona. Del mismo modo, en el cuerpo de Cristo, Dios lo ha formado de tal manera que la contribución de cada miembro es necesaria para el bienestar conjunto (Efesios 4:16). Nosotros, por lo tanto, necesitamos reconocer esto, y permitir que cada miembro funcione en el papel que Dios le ha dado.
Desafortunadamente, el orden clerical artificial en la Iglesia de hoy trata a los miembros del cuerpo de Cristo que podrían ministrar la Palabra públicamente como si no fueran importantes. (Nos referimos al sistema clerical/laico, donde una persona —un supuesto “Pastor” o “Ministro”— maneja el ministerio público en nombre de la congregación). Es involuntario, pero este es el resultado neto de ese orden de cosas. Al impedir que tales miembros funcionen en el ministerio público en la asamblea, ese sistema está diciendo esencialmente: “No tengo necesidad de vosotros”. Como se mencionó, no se hace con malas intenciones hacia los otros miembros del cuerpo de Cristo; sin embargo, obstaculiza a aquellos miembros que puedan tener un don para ministrar la Palabra en la asamblea al limitar el ministerio a una sola persona que tiene el derecho oficial para ello.
Ya que no hay “división [cisma]” (traducción J. N. Darby) en el cuerpo humano y todos los miembros actúan conjuntamente en concertación con el mismo “interés los unos por los otros”, los miembros en el cuerpo de Cristo también deben trabajar juntos en armonía (versículo 25). Así como en el cuerpo humano hay simpatía y apoyo —“si un miembro padece, todos los miembros á una se duelen”— también debe haber esa misma simpatía y apoyo entre los miembros del cuerpo de Cristo (versículo 26). Podríamos preguntarnos cómo es posible sentir compasión por un miembro del cuerpo de Cristo cuando nunca hemos oído hablar de esa persona. Tal vez un miembro que sufre vive en otro continente y pertenece a alguna comunión divergente de creyentes. Creemos que la respuesta está en el versículo siguiente. El apóstol matiza sus observaciones hablando del cuerpo de Cristo en su aspecto local (versículo 27). Si todos en una ciudad o pueblo estuvieran juntos en la misma comunión (como lo estaban en aquel tiempo, y deberían estarlo hoy), sabrían de cualquier miembro que estuviera sufriendo, y todos sufrirían con esa persona.
El versículo 27 dice: “Vosotros sois cuerpo de Cristo” (traducción J. N. Darby). Nótese que no dice “nosotros”, sino “vosotros”, refiriéndose a los corintios. El versículo, tal como se traduce en la Reina Valera Antigua, que dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”, es incorrecto. El artículo el debe omitirse, porque significaría todo el cuerpo de Cristo, que los corintios no eran. Ninguna congregación local de cristianos puede proclamar ser el cuerpo de Cristo; el cuerpo consiste en todos aquellos en la tierra que creen en el Señor Jesucristo y son sellados con el Espíritu Santo.
Hamilton Smith ilustra la exhortación del apóstol aquí pidiéndonos que imaginemos que vemos a un general de una compañía local de soldados exhortando a sus hombres. Él podría decir: “Recuerden, hombres, ustedes son Guardias de Coldstream”. Él no diría, “Ustedes son los Guardias de Coldstream” porque ellos son sólo una compañía local en ese vasto regimiento. En este versículo Pablo simplemente está afirmando que la asamblea local en Corinto era la representante de todo el cuerpo de Cristo. Y, en lo que se refiere a una compañía local, ellos debían saber de los miembros del cuerpo en esa localidad que estaban sufriendo, y así sufrir con ellos.
Por lo tanto, el primer enemigo destruye la diversidad, y el segundo rompe la unidad. En verdad, ningún miembro es preeminente, y todos los miembros son indispensables.
Este pasaje no debe aplicarse a las asambleas, sino a los miembros individuales del cuerpo. Es importante ver esto, porque podríamos tener la idea de que cada asamblea local debe consultar con las otras asambleas locales antes de actuar administrativamente, por ejemplo, en asuntos de disciplina. Una asamblea local reunida según las Escrituras es la representante de todas las asambleas reunidas de manera similar sobre el terreno de todo el cuerpo de Cristo y actúa en nombre del cuerpo en general.
El orden de la importancia de los dones en el Cuerpo de Cristo
Versículos 28-31.— Los corintios tenían ideas distorsionadas de la importancia de ciertos dones en la asamblea. Se inclinaban por los dones milagrosos porque eran vistosos y ponían a la persona en el centro de atención. Para aclararlos, el apóstol establece el orden de importancia de los dones según Dios. No es una lista completa. Dios ha puesto los dones no milagrosos, fundacionales, en primer lugar en importancia. Les siguen los dones de edificación y, por último, los dones de señales milagrosas. Los Corintios lo tenían al revés. Todos los dones son importantes, pero es significativo que cada vez que el apóstol enumera los dones, “lenguas” —el don del que los corintios estaban enamorados— está al final de la lista (capítulo 12:6-10,28; 13:8; 14:26).
Concluye diciendo: “Procurad los mejores dones”. El verbo en este versículo en el idioma original está en plural, y, por lo tanto, la exhortación se refiere a la asamblea como un todo, no a individuos procurando los mejores dones. Si fuera una exhortación a los individuos, entonces nos estaría animando a procurar el don de otra persona, lo que contradiría lo que enseñó anteriormente en el capítulo, es decir, que debemos estar contentos con el don que se nos ha dado. Pablo les está exhortando a que colectivamente “procuren” y oren para que Dios suscite una buena provisión de dones de edificación (“los mejores dones”) en medio de ellos, tales como enseñar y profetizar. Entonces la asamblea sería edificada y construida sobre la “santísima fe” (Judas 20).
Continúa diciendo que hay algo aún más importante en una asamblea que la presencia de “los mejores dones”: es la “caridad [amor]”. Servirse unos a otros en amor es verdaderamente el “camino más excelente”.
El motivo para el uso de los dones: Amor
Capítulo 13:1-13.— Procede a explicar el “camino más excelente” en el capítulo 13 dando un hermoso tratado sobre el amor. La gente tiende a divorciar este capítulo de su contexto y aplicarlo a todo tipo de situaciones en la vida, como las relaciones matrimoniales y la vida familiar. No queremos restar nada de esas aplicaciones, porque tienen su lugar, pero el contexto es el amor en el ejercicio de nuestro don de ministrar la Palabra en la asamblea. Los dones deben ejercerse en amor, que es el verdadero espíritu de servicio. Como se mencionó, este capítulo nos da el “aceite” que hará que la maquinaria del capítulo 12 (los dones) funcione bien en la asamblea.
La preeminencia del amor
Versículos 1-3.— El apóstol comienza afirmando que todo lo que naturalmente podríamos pensar que es necesario para que una asamblea local funcione provechosamente no es tan importante como el amor. Aunque hubiera una gran elocuencia (versículo 1), un gran don (versículo 2a), un gran conocimiento y comprensión de la verdad (versículo 2b), una fe heroica (versículo 2c), y una tremenda abnegación por los demás (versículo 3a) —incluso una convicción que llevara al martirio (versículo 3b)— todo eso no nos serviría de nada si no se hiciera en amor. El apóstol menciona esto aquí porque eran cosas de las que los corintios se gloriaban. Pero aun con todo lo que tenían en dones y conocimiento no eran una asamblea espiritualmente saludable. Esto muestra que las manifestaciones externas de poder y conocimiento no son lo que constituye una asamblea saludable.
Pablo continúa y muestra que hay algo más grande que todas estas cosas: el amor. Los corintios estaban usando sus dones para exhibirse, que en realidad es la carne actuando en las cosas de Dios. Si todo lo anterior se hace para atraer la atención hacia uno mismo, tal exhibición vana no tendría valor. El amor no haría eso.
Las cualidades del amor
En los versículos 4-8a, Pablo habla de 16 características del amor. Las primeras siete cualidades apuntan a la necesidad de la renuncia completa de uno mismo: el guardarse a uno mismo en una posición baja cuando se ministra la Palabra. Las últimas nueve cualidades se refieren a cómo debemos comportarnos en presencia de la carne si ésta se manifiesta en el ministerio.
1) “Sufrido [paciente]”: Esto reprende a un espíritu impaciente al ministrar la Palabra. La carne no puede esperar para hablar, pero el amor es “paciente” y esperará la dirección del Espíritu para traer una palabra “á tiempo” (Mateo 24:45). El que carece de esta cualidad del amor manifestará una falta de dominio propio para mantener su espíritu “sujeto” (capítulo 14:32). Nos recuerda al sacerdote del Antiguo Testamento que tenía “sarna” (Levítico 21:20); no debía actuar en el santuario. Una persona con sarna, o comezón, como todos sabemos, no puede quedarse quieta. Otro ejemplo de la falta de control del propio espíritu en el ministerio es el joven “Ahimaas”, que estaba ansioso por correr con un mensaje, e insistía en hacerlo. Pero cuando llegó ante su auditorio no tenía nada que decir (compárese 2 Samuel 18:19-32). El rey Salomón dijo: “¿Ves a un hombre que se precipita en sus palabras? Hay más esperanza en un necio que en él” (Proverbios 29:20). El verdadero amor puede y esperará el tiempo de Dios para hablar, y cuando sea el tiempo de Dios, la persona gobernada por tal amor traerá algo que será provechoso para la asamblea.
2) “Benigno”: Esto reprende la tendencia a ministrar sin considerar debidamente la situación de los santos. El amor divino tendrá en cuenta dónde se encuentran los santos, considerando por lo que están pasando (sus problemas, penas y sentimientos, etc.), y hará observaciones en el ministerio con la debida consideración. Tal bondad tocará sus corazones y recibirán el ministerio. Puede haber necesidad de reprender, pero nunca de regañar a los santos; hacer así podría causar perder su atención. Ezequiel se sentó “donde ellos estaban sentados” antes de abrir la boca para hablar a su auditorio (Ezequiel 3:15). Si aquellos a quienes ministramos ven que lo que decimos viene de amor genuino y preocupación por ellos, ganaremos su oído, y ellos recibirán lo que tenemos que decir. Si sale de nuestro corazón, llegará a sus corazones (Rut 2:13; 2 Samuel 19:14). El Señor Jesús es nuestro gran ejemplo. Él ministraba en la sinagoga con “palabras de gracia” (Lucas 4:22).
3) “No tiene envidia”: Esto reprende el deseo de igualar o sobresalir a alguien más en el ministerio. A la carne le gustaría superar a otros en un ministerio público; sin embargo, la asamblea no es una arena de competición. El amor no haría eso. Los dones deben complementarse unos a otros en su ejercicio para edificar a los santos; no deben rivalizar unos con otros. Todo ese tipo de competencia demuestra que el amor por los santos no está en acción (Filipenses 1:15-16).
4) “No hace sinrazón”: Esto reprende la tendencia a hacer comentarios ofensivos en el ministerio. “Hacer sinrazón” implica ser grosero e insultante. Esto no tiene lugar en el ministerio. Hacer “sinrazón” es apresurarse a decir algo de manera contenciosa. Puede que tengamos que hablar a la conciencia, pero no tenemos que ser ofensivos. Si el Espíritu de Dios nos está moviendo en el ministerio, Él tocará las conciencias de aquellos en la audiencia y los traerá bajo convicción. Algunos ministran como si fuera su responsabilidad convencer a otros, y como resultado, se ponen agresivos. Pero no es nuestro trabajo convencer a las personas. A veces pensamos que, porque es necesario llegar a la conciencia, tenemos la libertad de ofender en nuestros comentarios, y lo hacemos pasar como si estuviéramos siendo fieles. Esto no es de Dios. No hay razón para machacar a los santos. Se nos recuerda al “buey” que “corneaba” a un hombre o a una mujer; debía ser “apedreado” hasta la muerte bajo la ley del Antiguo Testamento (Éxodo 21:28-32). Un “buey” es una figura del siervo del Señor que trilla el grano para su amo (1 Corintios 9:9). La lapidación es una figura del juicio (corporativo) de la asamblea. Somos responsables ante nuestra asamblea local por nuestras acciones en el ministerio. Si nos comportamos de manera ofensiva en el ministerio público, podríamos caer bajo el juicio corporativo de la asamblea.
5) “No se ensancha”: Esto reprende la prepotencia en el ministerio, que no es más que orgullo. Diótrefes amaba tener la preeminencia entre sus hermanos (3 Juan 9). Podemos tener nuestro ministerio en gran estima, pero ponernos por delante no es amor. En Romanos 12:3, el apóstol advierte que no debemos tener un alto concepto de nosotros mismos, ni de nuestro don. El deseo de ser vistos y oídos es de la carne. El amor, en cambio, se contenta con el lugar inferior.
6) “No es injurioso [indecoroso]” (traducción King James): Esto reprende la conducta indecorosa en las reuniones. Una persona puede tener buenas intenciones, pero si su comportamiento es impropio de quien es, no será una buena señal a los ojos de los santos. Es probable que no le tomen en serio. Tal vez un ejemplo de comportamiento indecoroso sería el de un hermano menor que intenta actuar (y ministrar) en el papel de un hermano mayor. Él puede decir todo correctamente, pero hay algo indecoroso en ello. O tal vez podría ser un evangelista tratando de ministrar en el papel de un profeta o maestro cuando no tiene el don para ello. No estamos diciendo que un evangelista no deba ministrar la Palabra en la asamblea, sino que no debe asumir el papel de maestro o profeta. Todo comportamiento de este tipo es indecoroso.
7) “No busca lo suyo”: Esto reprende el egoísmo. La carne piensa primero en sí misma y busca sus propios intereses. Será evidente en uno que hace uso de una cantidad desmesurada de tiempo en las reuniones en el ministerio, y así deja poco o ningún espacio para que otros hablen. Seguir sin parar en el ministerio, o tener alguna agenda personal en el ministerio, es egoísmo. El amor no haría eso. El amor por oír a uno mismo hablar no es amor por los santos.
En resumen, estas características morales del amor son realmente una descripción de la vida y ministerio del Señor Jesús.
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Como se ha mencionado, las siguientes nueve cualidades parecen estar más relacionadas con cómo debemos comportarnos en presencia de la carnalidad que se ejerce en el ministerio. Estas cualidades tienen una aplicación especial para aquellos en la asamblea que están bajo el son del ministerio. Cuando ciertas personas son impacientes, no amables, celosas y competitivas, ofensivas y pendencieras, orgullosas, sin modales y egoístas (que son realmente lo opuesto a las primeras siete cualidades), el amor encontrará una manera de tratar con ello. Esto es necesario para que evitemos enfrentamientos que deshonran a Dios en las reuniones de la asamblea. De forma similar, en Efesios 4:2 Se nos dice que seamos humildes y mansos, pero cuando nos encontramos con los que no lo son, continúa y dice que debemos ser pacientes y tolerantes en presencia de tales.
8) “No se irrita”: Si vienen ataques maliciosos de alguna persona confrontadora en su ministerio, el amor no buscará represalias. Salomón dijo: “La cordura del hombre detiene su furor; y su honra es disimular la ofensa” (Proverbios 19:11). En presencia de una persona contenciosa, el amor no se dejará arrastrar a una pelea de palabras en una reunión (o después de una reunión), porque todo ese tipo de actividad es obra de la carne.
9) “No piensa [imputa] el mal”: Si en el ministerio se hacen comentarios que son cuestionables, el amor no sacará conclusiones precipitadas y asumirá que la persona tiene malas intenciones. La carne puede soportar muy poco sin resentimiento. Se apresura a imaginar malos motivos, pero el amor no juzgará los motivos de otros en su ministerio.
10) “No se huelga [regocija] de la injusticia”: A la carne le encanta ocuparse del mal. En cada uno de nosotros, hay aquello que quiere prestar oídos para enterarse de los males de otros. Pero no hay lugar para esto en la asamblea; nunca producirá una comunión feliz.
11) “Se huelga [regocija] de la verdad”: El amor se regocija al oír la verdad pregonada, y no se ofende si el Señor se vale de otra persona para exponerla.
12) “Todo lo sufre”: La palabra “sufre” puede traducirse como “cubre”. Algunas versiones traducen esta palabra como “protege”. Sufrir las cosas, en este sentido, es ocultar las faltas de los demás y no hacerlas públicas innecesariamente. El apóstol Pedro confirma esto, diciendo: “La caridad [el amor] cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). El punto aquí es que el ministerio en la asamblea nunca debe exponer las fallas personales de alguien.
13) “Todo lo cree”: Esto no significa que el amor sea ciego, sino que no es suspicaz. El apóstol, en otra parte, advierte del pecado de “malas sospechas” (1 Timoteo 6:4). En condiciones normales, el amor creerá y recibirá la verdad cuando se exponga en el ministerio en la asamblea sin discutir ni disputar. Lamentablemente, algunas personas no pueden recibir nada sin antes tener una lucha sobre ello. El amor no hace eso. Los bereanos son un ejemplo de la manera en que debemos recibir la verdad, especialmente cuando conocemos a la persona de quien viene. Ellos “recibieron la palabra con toda solicitud” y luego fueron a casa y la confirmaron en las Escrituras (Hechos 17:11).
14) “Todo lo espera”: Esto significa que el amor es positivo y motivador. Si alguien ministra en la asamblea sin mucha sustancia, el amor encontrará algo positivo en ello que pueda ser usado para edificación.
15) “Todo lo soporta”: Si la Palabra de Dios es ministrada a la conciencia en el poder del Espíritu, probablemente habrá oposición a ella. La carne resiente el ministerio que golpea la conciencia y tal vez perseguirá al que lo entrega. En ese caso, el amor soportará los ataques en quietud ante el Señor (1 Pedro 2:23).
16) “Nunca deja de ser”: Si hay oposición o falta de interés en la enseñanza que entregamos al pueblo del Señor en el ministerio, el amor nunca dejará de buscar la bendición de los que se oponen o son indiferentes a ella. La carne lo tomará como algo personal y se amargará por ello, pero el amor nunca dejará de buscar el bien de aquellos con los que es difícil llevarse bien en la asamblea.
Así, el apóstol muestra que el amor es superior a todo don y conocimiento y es verdaderamente el “camino más excelente” para la vida y el ministerio en la asamblea.
La permanencia del amor
Versículos 8-13.— El apóstol concluye su tratado sobre el amor hablando de su carácter permanente. Todos los dones pasarán, ya sean los dones de señales como las “lenguas”, o los dones de edificación como las “profecías” o la palabra de “ciencia”. Esto sucederá cuando “lo que es perfecto” haya venido. Esto se refiere a la perfección de la gloria venidera. No necesitaremos los dones para ministrarnos entonces; tendremos a Cristo delante de nosotros en nuestro estado glorificado.
Aunque “en parte conocemos” y “en parte profetizamos”, toda la verdad ha sido revelada hoy en la Palabra escrita de Dios. Las revelaciones dadas al apóstol Pablo fueron “para completar la Palabra de Dios” con respecto al gran misterio de Cristo y la Iglesia (Colosenses 1:25-26, traducción J. N. Darby). Otros fueron inspirados a escribir epístolas después de la muerte de Pablo, pero no añadieron nada a aquellas revelaciones.
El apóstol continúa diciendo que al igual que un niño madura y desecha las cosas de niño, lo mismo ocurriría con la Iglesia (versículo 1). Una vez que el fundamento fue puesto a través del ministerio de los apóstoles y profetas (Efesios 2:20) y la escritura de la Palabra de Dios fue completada, habría el despojo de los dones de señales. Menciona esto para ejercitar a los corintios. Se jactaban de poseer dones que afirmarían a los santos (1 Corintios 1:4-7), pero no habían madurado. Todavía estaban enamorados de los dones que marcan la infancia. ¿Por qué no dejaban de lado esas cosas y se centraban en el ejercicio de los dones que establecerían y edificarían a los santos? Si en verdad estuvieran establecidos en la fe y tan bien enseñados en la verdad como ellos imaginaban, entonces no habrían estado ocupados con los dones de lenguas, etc.
Tres razones para el cese de los dones de “señales”
1) Los dones de “señales” fueron dados por Dios para dar testimonio a Israel de que Dios estaba a punto de traer el reino como lo prometieron los profetas del Antiguo Testamento. Hebreos 2:4 dice: “Testificando juntamente con ellos (los judíos) Dios, con señales y milagros, y diversas maravillas, y repartimientos del Espíritu Santo”. También 1 Corintios 14:21-22 dice: “En otras lenguas y en otros labios hablaré á este pueblo; y ni aun así Me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas por señal son, no á los fieles, sino á los infieles”. Véase también Hechos 2:22. La sanidad, las lenguas y los milagros eran una demostración de “las virtudes del siglo venidero”: el Milenio (Hebreos 6:5). Si los judíos hubieran recibido al Mesías (Cristo) tal como se presentaba en el evangelio, Él habría establecido el reino con todas sus bendiciones externas.
El tiempo de la “visita” de Jehová a la nación había llegado con la venida del Señor Jesús (Lucas 1:78, 19:44), pero aun con todas esas señales y prodigios que rodearon Su ministerio (Lucas 7:22), la nación no lo reconocería. Los judíos rechazaron todo tal testimonio de Dios, tanto en el ministerio del Señor Jesús como se registra en los cuatro evangelios, y en el ministerio de los apóstoles en los primeros capítulos de los Hechos. Por lo tanto, han sido apartados nacionalmente por un tiempo en los tratos de Dios. Mientras tanto, Él visitaría a los gentiles “para tomar de ellos pueblo para Su nombre”, y ellos compondrían la Iglesia (Hechos 15:14). Véase también Romanos 11:11. Puesto que Dios ya no está presentando el reino a Israel, esas señales ya no son necesarias para ese propósito.
2) Puesto que Israel ha sido puesto a un lado en los tratos dispensacionales de Dios, y Él está llegando a los gentiles con el evangelio, los dones de señales también fueron usados para dar testimonio al mundo de que Dios había establecido una cosa nueva en la tierra: el testimonio cristiano. Eran un complemento de la Palabra de Dios predicada, usada para autenticar el ministerio de los apóstoles como enviados de Dios. Romanos 15:18-19 dice: “Porque no osaría hablar alguna cosa que Cristo no haya hecho por mí para la obediencia de los Gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de milagros y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios”. Marcos 16:16-20 confirma que estas cosas seguirían a los siervos del Señor cuando fueran a predicar a las naciones.
Ahora que el testimonio cristiano ha sido establecido en la tierra y el fundamento de la Iglesia ha sido puesto (Efesios 2:20), esas cosas ya no se usan. Una mirada rápida a la historia de la Iglesia da testimonio de este hecho. No hay constancia del uso de dones milagrosos después del primer siglo, excepto por algún raro renegado o impostor (2 Timoteo 3:8). La Escritura no promete que los dones milagrosos de “señales” continuarían, pero sí dice que los dones para edificación continuarán hasta que la Iglesia alcance la perfección, que es cuando venga el Señor (Efesios 4:11-13).
3) Otra razón para el cese de los dones de “señales” es la ruina del testimonio de la Iglesia. Al principio, la Iglesia era una compañía separada, desposada con el Señor como una virgen casta que esperaba la venida de su Señor. Entonces estaba en un buen estado. El deleite del Señor fue prodigar sobre ella muchas muestras de Su poder y gloria en aquellos primeros días (Hechos 4:33; 1 Corintios 1:7). Sin embargo, con el paso del tiempo, la Iglesia comenzó a desviarse, y aparecieron la disensión, el pecado y el fracaso. Esto comenzó ya en el primer siglo. Esto naturalmente entristeció al Señor, y hubo cierta reserva de Su parte para otorgar a la Iglesia las muestras de Su poder como una vez lo hizo. La Iglesia de hoy se ha alejado mucho de las intenciones originales de Dios con mucha ruina, fracaso e infidelidad. De hecho, hay tanta indiferencia a las demandas de Cristo, y tanto orden hecho por el hombre construido en la Iglesia de hoy, que una persona no sabría que es la misma Iglesia de la que leemos en la Palabra de Dios (Mateo 13:31-32). Por lo tanto, no podemos esperar ver los dones milagrosos de los días de Pentecostés hoy. Al hacerlo, el Señor estaría consintiendo con el bajo estado de la Iglesia. En el mejor de los casos, la Iglesia de hoy sólo puede jactarse de tener “un poco de potencia” (Apocalipsis 3:8).
Versículo 13.— La “fe” y la “esperanza” son buenas compañeras de viaje mientras estamos aquí en el desierto, pero nos separamos de ellas a la puerta del cielo. Sólo el “amor” puede recorrer la distancia de la eternidad. Es superior a todo don.
Cuatro cosas que deben regir el ejercicio de los dones en la asamblea
Capítulo 14:1-33.— El apóstol continúa dando algunos principios simples que deben gobernar el ministerio oral en la asamblea. Usando el “aceite” del capítulo 13, los dones deben ser regulados por el amor y el discernimiento. Da cuatro principios que han de regir.
1) Profetizar (ministrar) con amor
Versículo 1.— Él exhorta a los Corintios a “seguir la caridad [amor]” como se esboza en el capítulo 13. Él ha declarado las características del amor, pero ahora les exhorta a aplicarlas a sus reuniones para el ministerio. Es lo primero que debe regir el ejercicio del don en la asamblea.
Todo movimiento hacia los santos en el ministerio debe provenir del amor por ellos. Por lo tanto, no es el amor de oírse hablar a uno mismo, sino el amor por el bienestar de los santos. Cuando lo que tenemos que decir sale de nuestro corazón, llegará al corazón de nuestros hermanos. Por lo tanto, debían “procurar” y orar por “manifestaciones espirituales” en medio de ellos en forma de “profecía”, en lugar de la exhibición externa de dones de “señales”. La profecía en aquel tiempo era la presentación de la verdad cristiana que aún no había sido escrita en el Nuevo Testamento. También es la manifestación de la mente de Dios en el momento presente sobre el lado práctico de las cosas. Este último es el carácter de la profecía que todavía se ejerce hoy en el ministerio, ya que las Escrituras del Nuevo Testamento se han completado. Tal don fortalece y anima a los santos y los edifica en la santísima fe (Judas 20). El ejercicio de los dones de señales, por otro lado, no establece a una persona en la fe, sino más bien, tiende a llamar la atención a la persona que ejerce ese don, lo que podría conducir al orgullo y la vanagloria.
2) Profetizando (ministrando) con sustancia
Versículos 2-4.— La siguiente cosa que debe gobernar el ejercicio de los dones en la asamblea es que los que escuchan deben ser edificados a través de lo que se ministra. Una persona puede estar llena de amor por sus hermanos, deseando su bien y bendición, pero lo que tiene que decir carece de sustancia, y, por lo tanto, no es provechoso. Desafortunadamente, esto mismo estaba sucediendo en Corinto. Había quienes hablaban en la asamblea con el don de “lenguas” (el poder de comunicarse en una lengua extranjera comprensible: versículo 11; Hechos 2:6-8), pero no tenían intérprete. Consecuentemente, nadie sabía lo que se estaba diciendo: “nadie le entiende” (versículo 2). El resultado neto fue que no fue de provecho para la asamblea.
Una persona que habla en la asamblea con otra “lengua” y sin intérprete está hablando sólo “para Dios”, porque sólo Dios entiende esa lengua extranjera. Por ejemplo, si alguien en una asamblea de lengua inglesa se levantara y hablara en lengua letona, pero no hubiera nadie en esa asamblea que supiera letón para traducir lo que se dijo, sólo Dios sabría lo que la persona estaba diciendo. Podría estar comunicando una enseñanza valiosa, tal vez algo de los “misterios” de Dios —enseñanzas cristianas que estaban “escondidas en Dios” antes de que se completara el Nuevo Testamento (Romanos 16:25-26; 1 Corintios 4:1; Efesios 3:4-6; Colosenses 1:25-27; 1 Timoteo 3:9) —, pero nadie en la asamblea sacaría provecho de ello.
En este capítulo, Pablo no condena el uso de “lenguas”, sino más bien, el abuso de “lenguas” (versículos 5,18-19,39). Su punto es que este don solo debe ser usado en la asamblea en las reuniones cuando pueda ser para edificación. Esto requeriría un intérprete. El principio en el que el apóstol insiste aquí es monumental. Debemos asegurarnos de no ocupar el tiempo en las reuniones de la asamblea con cosas que tienen poca o ninguna sustancia espiritual. Esto requerirá discernimiento por parte de quienes se sientan impulsados a hablar, porque a todo el mundo le gusta pensar que tiene algo provechoso que comunicar. En el caso de los Corintios, fue el mal uso del don de “lenguas”, pero sin importar que don pueda ser, el principio que el apóstol da aquí es lo suficientemente amplio para aplicarse a todos los dones. Cada don espiritual puede ser mal usado. Pablo sigue hablando del triple propósito de la profecía en el versículo 4:
•  “Edificación” es la instrucción de los santos en la santísima fe mediante la sana enseñanza (Judas 20). Si los santos son deficientes en algún punto de doctrina en la fe cristiana, este tipo de ministerio cubrirá esa necesidad. Sirve para nuestro entendimiento.
•  “Exhortación” consiste en estimular a los santos en algún aspecto de la práctica cristiana. Si los santos carecen de algún aspecto práctico en su vida, este tipo de ministerio cubrirá esa necesidad (Hageo 1:13-14). Sirve para nuestras conciencias.
• “Consuelo” consiste en animar a los santos. Es el ministerio que anima a los santos a seguir adelante en el camino de la fe. Sirve para nuestros corazones (Rut 2:13).
Estas tres cosas se ven en Hechos 14:22. Dice: “Confirmando [estableciendo] los ánimos de los discípulos, exhortándoles á que permaneciesen en la fe, y que es menester que por muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Establecerlos es el efecto de la “edificación”. Exhortarlos es, por supuesto, “exhortación”. Y alentarlos con respecto a las tribulaciones por las que estaban pasando es “consuelo”. Podemos ver de esto que profetizar tiene una amplia aplicación con respecto a las necesidades espirituales de los santos.
Los versículos 2 y 4a no están hablando de alguien usando el don de lenguas para mejorar su relación espiritual con Dios. Los dones espirituales no han sido dados a los santos para su edificación personal (propósitos devocionales). Su uso siempre tiene en vista el beneficio de los otros miembros del cuerpo. Los dones son para “provecho de todos”, es decir, de todos los demás miembros del cuerpo (1 Corintios 12:7). El apóstol usa la palabra “edifica” en sentido negativo en el versículo 4a, cuando dice: “Él que habla lengua extraña, á sí mismo se edifica”. Edificar, como hemos dicho, significa construir. Pero en este caso, era usar el don meramente para edificarse a sí mismos en un espectáculo carnal, en lugar de ministrar para el bien y la bendición de la asamblea.
3) Profetizando (ministrando) con inteligibilidad
Versículos 5-25.— El apóstol toca otro punto. Una persona puede tener amor genuino por los santos y sentir que lo que tiene que decir tiene sustancia espiritual real, pero puede carecer de la habilidad de expresar sus pensamientos claramente (de una manera ordenada), y, por lo tanto, su hablar no sería de provecho para los santos. La persona puede estar llena de amor, pero ser bastante ignorante de la enseñanza, o carecer de discernimiento en cuanto a la forma en que la debe transmitir; todo ese hablar no será de provecho. De ahí la necesidad de hablar con caridad, pero también con claridad.
En esta parte del capítulo, Pablo muestra que, si una persona no habla con claridad o inteligibilidad, en realidad está dando “sonido incierto” en la asamblea. Utiliza tres instrumentos musicales para ilustrar la necesidad de claridad en el ministerio: una “flauta”, una “vihuela” y una “trompeta”. Su punto es que, si la verdad no se expone claramente, la gente no sabrá cómo responder a ella porque no sabrán lo que se está diciendo.
Versículos 10-11.— El punto que él está haciendo aquí es que si no hay un intérprete en la asamblea cuando una persona usa su don de hablar en lenguas, entonces será como dos extranjeros tratando de hablar el uno con el otro. Ninguno de ellos conoce el idioma de la otra persona, y por lo tanto no se entenderán. Pablo dice: “Tantos géneros de voces ... hay en el mundo, y nada hay mudo [que sea indistinguible]. Mas si yo ignorare el valor de la voz, seré bárbaro [extranjero] para el que habla, y el que habla será bárbaro [extranjero] para mí” (con aportes de la traducción J. N. Darby). Insiste en que ninguna lengua es “indistinguible”. Esto prueba que el don de lenguas es el poder de hablar en una lengua extranjera comprensible. En las Escrituras, los idiomas usados cuando uno ejercitaba el don de lenguas eran idiomas inteligibles. Hechos 2:6-8 apoya esto. Los versículos 10-11 destruyen las falsas nociones de los llamados cristianos pentecostales y carismáticos que piensan que sus balbuceos ininteligibles (que ellos llaman el don de lenguas) son idiomas que ningún otro humano conoce.
Siendo gentiles convertidos, los corintios estaban en peligro de pensar que el don de lenguas era algo con lo que ellos estaban familiarizados en sus días de inconversos cuando cantaban y hacían sus devociones ante sus ídolos (1 Corintios 12:2). Sin embargo, el habla extática e ininteligible usada por los idólatras no es el don de lenguas.
En los versículos 13-17, Pablo amplía el tema y aplica el principio de la necesidad de claridad en el ejercicio público de nuestro sacerdocio, aunque no sea el tema del capítulo. Habla de cantar y orar y muestra que la claridad también es necesaria en ese ámbito en la asamblea. Cuando alguien ora audiblemente en la asamblea, debería estar hablando como portavoz de la asamblea. Pero si la asamblea no le entiende, no puede dar su “amén” a lo que se dice.
En los versículos 18-22, el apóstol muestra que el lugar apropiado para el don de lenguas es el campo misionero. Él dice: “Hablo lenguas más que todos vosotros: Pero en la iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi sentido...”. Aquí, él nos dice que él usaba lenguas más que todos los Corintios; sin embargo, lo hacía cuando él estaba fuera de la asamblea en el campo misionero. Cuando entraba en la asamblea, prefería hablar “cinco palabras” en una lengua que todos pudieran entender que usar “diez mil palabras” en una lengua (un idioma extranjero) que nadie entendía. No estaba menospreciando el don de lenguas; simplemente les estaba recordando el lugar adecuado para su uso. Concluye diciéndoles que el don de lenguas debía usarse principalmente fuera de la asamblea como “señal” para los que no creen. Debían seguir su ejemplo en esto.
Los resultados del ministerio dirigido por el Espíritu en la asamblea
Versículos 23-25.— Si la Iglesia se reuniera de acuerdo con el orden de Dios para el ministerio, donde al Espíritu de Dios se le da Su lugar legítimo en la asamblea para dirigir en todas las cosas, habría un testimonio poderoso para aquellos que vinieran a tales reuniones.
El mensaje en la palabra profética presentada en el ministerio debe ser tan claro que aun el creyente más simple lo entienda. Aun si alguien ministra “lo profundo de Dios” (capítulo 2:10), debe ser presentado claramente. La falta de claridad marca un ministerio pobre. El buen ministerio, por otro lado, se caracteriza por exponer la verdad “evidentemente”. Este fue el caso del ministerio del apóstol Pablo (Gálatas 3:1, traducción King James). Cuando esto es así, un visitante (un incrédulo o un creyente “indocto”) que viene a la asamblea será:
1) “Convencido”: Su conciencia es tocada.
2) “Juzgado”: Será llevado a juicio propio.
3) “Lo oculto de su corazón se hace manifiesto”: Los motivos ocultos de su corazón son expuestos y escudriñados en la presencia de Dios.
4) “Se postrará”: Reconocerá humildemente que todo lo que procede de allí viene de Dios.
5) “Adorará á Dios”: Reconocerá que la presencia de Dios está allí.
6) “Declarará que verdaderamente Dios está en vosotros”: Se convertirá en testigo, llevando un informe de sus hallazgos a otros lugares.
Los resultados poco provechosos de hablar en lenguas en la Asamblea sin un intérprete
•  Versículos 13-15.— Desde el punto de vista del que habla: infructuoso.
•  Versículos 16-20.— Desde el punto de vista de la asamblea: no edificada.
•  Versículos 23-25.— Desde el punto de vista del visitante: no convencido.
Seis restricciones impuestas al uso de lenguas en la Asamblea
1) Lo que se dice debe ser para la edificación de todos (versículos 26,31).
2) Sólo dos o tres a lo sumo (versículo 27).
3) Sólo por turno: de uno en uno (versículo 27).
4) Sólo con la presencia de un intérprete (versículo 28).
5) Sólo bajo completo dominio propio (versículo 32).
6) Sólo los hermanos hablan en lenguas (versículos 29,34).
4) Profetizando (ministrando) bajo el control del Espíritu
Versículos 26-33.— Cuando los santos están juntos para el ministerio en la asamblea, debe haber libertad para que varios tomen parte como guiados por el Espíritu (capítulo 12:7-11). Pero existe el peligro de abusar de esta libertad; esto es precisamente lo que los corintios estaban haciendo. Cuando se reunían para el ministerio, uno tenía “salmo”, otro tenía “doctrina”, otro tenía “lengua”, etc. Todos querían demostrar lo que tenían y clamaban por una oportunidad para hablar. En el afán de una persona por hablar, cortaba la palabra al que ya estaba hablando (versículo 30). Esto convirtió sus reuniones en un barullo. Era una confusión. Lo que Pablo estaba diciendo en el versículo 26 podría ser parafraseado como: “¿Cómo es, pues, hermanos, que vuestras reuniones son un barullo?”. Este versículo no es un modelo para que las asambleas sigan al permitir a los santos la libertad de ministrar como guiados por el Espíritu. Debe haber esa libertad en la asamblea, como Pablo ha enseñado en el capítulo 12:7-11, pero este versículo 26 es una exposición del clamor carnal de los corintios por una oportunidad para hablar.
Este abuso de la libertad cristiana en el ministerio no podría ser acusado a la mayoría de las denominaciones cristianas y a las congregaciones no denominacionales de hoy donde un hombre (el pastor o ministro) preside en el ministerio. Ellos no tienen un orden de cosas en sus iglesias que permita a los miembros del cuerpo ministrar la Palabra como guiados por el Espíritu, y, por lo tanto, no podrían ser acusados de abusar de este orden Escritural. Las iglesias de la cristiandad no han abusado del orden de Dios, ¡lo han dejado de lado por completo!
Para corregir el problema en Corinto, Pablo les dijo que, aunque todos tuvieran algo que decir, eso no significaba que todos tuvieran que hablar necesariamente. Debían esperar la dirección del Espíritu de Dios. Los santos deben quitarse del camino, por así decirlo, y permitir que el Espíritu de Dios dirija la nueva vida en ellos en la dirección que Él elija.
Algunos piensan que la libertad del Espíritu en el ministerio es libertad para que los santos hablen en las reuniones, en contraposición con tener un ministerio unipersonal. Sin embargo, la dirección del Espíritu no es la libertad de los santos para hablar como les plazca en la asamblea, sino ¡la libertad del Espíritu para dirigir a quien a ÉL le plazca! Por lo tanto, no debemos hablar a menos que seamos guiados por el Espíritu a hacerlo. El problema en la asamblea de Corinto es que habían convertido la libertad cristiana en el ministerio, dada por Dios, en libertad para la carne.
Algunos piensan que si cada hermano presente en la asamblea habla en un estudio bíblico, que el Espíritu de Dios ha tenido verdadera libertad. Esto también es un malentendido. Proviene de confundir dos esferas distintas de actividad en la asamblea: el sacerdocio y el don. En el cristianismo, todo el mundo es sacerdote, y cada hermano debe tener la libertad de orar y alabar a Dios en la asamblea, guiado por el Espíritu. Sin embargo, en la esfera del don donde se ministra la Palabra de Dios, no todos son capaces de ministrar edificación a los santos. Insistir en que cada hermano tome parte en esta esfera llevará a confusión. Esta noción errónea ha sido llamada, “ministerio de todo hombre”. En realidad, niega que el Señor ha dado una variedad de dones —algunos para ministrar la Palabra públicamente y otros no—. La Escritura indica que no todos los dones son para el ministerio público de la Palabra. Algunos de ellos son para enseñar, predicar, exhortar y profetizar, pero otros como pastorear, ayudar, dar, gobernar y mostrar misericordia, etc., son más de naturaleza privada (Efesios 4:11; 1 Corintios 12:28; Romanos 12:8). Insistir en que todos los santos deben ministrar la Palabra públicamente en las reuniones es poner a aquellos que tal vez no tengan un don para ello en un lugar donde podrían avergonzarse a sí mismos, y no edificar a la asamblea. Estos versículos ciertamente no enseñan el “ministerio de un solo hombre” en la asamblea, pero tampoco animan el “ministerio de todos los hombres” en la asamblea.
Como se mencionó, la libertad del Espíritu estaba siendo abusada en Corinto en su mal uso de las lenguas. La respuesta de Pablo es esperar en la dirección del Espíritu, que se evidenciaría en hermanos hablando “por turno [separadamente]”, es decir, uno a la vez (versículo 27). El amor y el cuidado por el bien de la asamblea, como se menciona en el capítulo 13, haría que los que hablan tengan un intérprete; de lo contrario, deben “callar” (versículo 28). Esta corrección condena la práctica del llamado “movimiento de lenguas” de hoy en día, donde la mayoría de la congregación habla simultáneamente en un balbuceo ininteligible, que ellos imaginan que es el don de lenguas. Ellos hacen su balbuceo todos al mismo tiempo, lo cual este pasaje claramente denuncia (versículo 27). Además, un gran porcentaje de estos balbuceadores son mujeres, lo que este pasaje también denuncia (versículos 29,34).
Cuando se trata de profetizar, necesitamos ser guiados por el Espíritu. El orden según Dios en la asamblea es tal que, si el Señor da algo a “otro que estuviere sentado ... calle el primero” (versículo 30). Esto evitaría que los hermanos se atropellaran unos a otros. Además, el apóstol dice que la profecía debe limitarse a “dos o tres” a lo sumo, porque los santos sólo pueden recibir este tanto a la vez.
Si una persona es impulsada por la carne, y se apresura y toma el tiempo con discursos sin provecho que no edifican a los santos, debía ser detenida por “los demás” que están juzgando (versículo 29). Si una persona piensa que lo que tiene que decir es provechoso y edificante, e insiste en hablar, pero en realidad tiene poca o ninguna sustancia y claridad, la asamblea debe intervenir y ejercer este tipo de disciplina piadosa, llamándole a guardar silencio en las reuniones. Una asamblea bíblica es responsable de “juzgar” el ministerio en medio suyo.
Así pues, la asamblea no es una plataforma para la carne. Pablo añade en el versículo 32 que “los espíritus de los que profetizaren, sujétense á los profetas”. Esto significa que una persona debe saber ejercer el autocontrol y debe abstenerse de hablar en tales ocasiones. A veces oiremos a un hermano decir: “No pude evitarlo; tuve que decir tal y tal...”. Lo que realmente está diciendo es que no es capaz de controlar su propio espíritu (Proverbios 25:28).
Tres cosas que frenarían el ministerio carnal en la asamblea
•  Versículos 26-30.— Dar lugar a la dirección del Espíritu (modo verbal imperativo).
•  Versículo 32.— Los profetas ejerciendo dominio propio sobre sus espíritus.
•  Versículo 29.— La asamblea ejerciendo disciplina administrativa sobre los que no se someten a la dirección del Espíritu y no controlan sus propios espíritus.
Se debe dar libertad para que “todos profeticen” en la asamblea, pero se debe hacerse “uno por uno”, que es uno a la vez. Bajo condiciones normales, el Espíritu de Dios usará a aquellos que tienen un don para ministrar la Palabra. Pero si no hay nadie con el don de profetizar en la asamblea, o los que pueden ministrar la Palabra están en un estado espiritual bajo, el Espíritu de Dios usará a quien pueda.
Aunque estos versículos se refieren principalmente a una reunión abierta, los principios que aquí expone son lo suficientemente amplios como para aplicarse también a los estudios bíblicos (1 Timoteo 4:13). El resultado neto de reuniones ordenadas dirigidas por el Espíritu es la “edificación” (versículo 26) y la “paz” (versículo 33) en la asamblea.
Resumen de los cuatro grandes principios que el apóstol ha dado para el ministerio en la asamblea
1) Debe hacerse en amor. Esto requiere un genuino cuidado y preocupación por los santos.
2) Debe tener alguna sustancia espiritual que edifique a los santos. Esto requiere tener algún conocimiento de la verdad.
3) Debe ser comprensible. Esto requiere algún don para comunicar la verdad.
4) Debe estar bajo el control del Espíritu de Dios. Esto requiere una buena condición de alma para discernir la dirección del Espíritu.
En un ministerio centrado en Cristo y lleno del Espíritu en la asamblea, el Espíritu Santo preside, el amor prevalece, la edificación procede, y la claridad se difunde; y las manifestaciones espirituales son atestiguadas para beneficio de los presentes.
La esfera de las hermanas en las reuniones públicas
Versículos 34-35.— En la asamblea de Corinto, las hermanas hablaban en las reuniones para el ministerio. Puede ser que estuvieran haciendo preguntas. El apóstol aprovecha esta oportunidad para mostrar la esfera que Dios quiere que las hermanas ocupen en las reuniones públicas. No debían “hablar”, sino que estar “sujetas, como también la ley dice”. Cuando una hermana ejerce su don de ministrar la Palabra, se la llama “profetisa” (véase 2 Reyes 22:14). Es significativo que en el versículo 29, Pablo diga: “los profetas hablen”. No dijo: “los profetas y las profetisas”.
Algunos piensan de forma errónea que Pablo no estaba prohibiendo a las hermanas que ministraran la Palabra en la asamblea, sino simplemente restringiendo su tendencia a charlar entre ellas durante las reuniones, y ser así disruptivas. Sin embargo, la palabra “hablar” aquí es la misma palabra que se utiliza en el versículo 29, que se refiere a los hermanos (profetas) hablando de las Escrituras. Por lo tanto, si significaba charlar en el versículo 34, entonces significa charlar en el versículo 29. Cuesta creer que el apóstol estuviera animando a los “profetas” a charlar en la reunión, en lugar de ministrar la Palabra. Es un sinsentido. Las hermanas estaban hablando de temas espirituales, tal vez haciendo preguntas en las reuniones.
El remedio de Pablo para las preguntas que las hermanas podrían haber tenido era preguntar a los varones en el hogar, en lugar de en las reuniones. Dijo: “Pregunten en casa á sus maridos”. Algunos se preguntan qué debían hacer las hermanas si no tenían marido. La respuesta está en que “maridos” no se refiere exclusivamente a los hombres casados, sino más bien a los varones. La palabra “maridos” también puede traducirse como “varones”, y quizás debería traducirse así aquí (véase Hechos 1:16; 13:38). Por lo tanto, si una hermana no tenía marido, podía pedírselo a uno de los hermanos. Pablo no estaba prohibiendo del todo que las hermanas oraran o profetizaran. 1 Corintios 11:5 permite tal actividad (véase también Hechos 21:9). Sin embargo, este capítulo establece claramente que tal ministerio de las mujeres no está permitido “en las asambleas”. La esfera de profetizar de las hermanas está en el ámbito doméstico, fuera de las reuniones públicas de la asamblea.
Muchos cristianos estarán de acuerdo en que Dios tiene roles distintivos para el hombre y la mujer, y creen que deben ser observados, pero sólo en nuestras relaciones familiares en el hogar. Cuando se trata de la asamblea, piensan que tales distinciones de hombre y mujer no deben tenerse en cuenta porque la Palabra de Dios dice: “No hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). Muchos teólogos creen que esta afirmación universal prevalece sobre los dictados más estrictos de las otras afirmaciones de Pablo en 1 Corintios 14:34-35 y 1 Timoteo 2:11-12.
Este malentendido se debe a que no se distingue entre posición y práctica. La clave que desentraña esta aparente contradicción reside en comprender lo que significa el término “en Cristo Jesús”. Se refiere al lugar de aceptación del creyente ante Dios en la misma posición que Cristo ocupa ahora como Hombre en gloria. En pocas palabras: “En Cristo” significa estar en el lugar de Cristo ante Dios. Es nuestra posición ante Dios en la nueva creación y está inseparablemente ligada a la morada del Espíritu Santo. Pablo lo utiliza muchas veces en sus epístolas (Romanos 8:1; Efesios 1:3; 2 Corintios 5:17; Gálatas 6:15; Efesios 2:13, etc.). El punto en Gálatas 3:28 es que todos los creyentes, independientemente de su nacionalidad, origen social o sexo, son igualmente bendecidos en ese lugar de aceptación ante Dios. Es un término posicional. Sin embargo, 1 Corintios 14:34-40 y 1 Timoteo 2:11-15 se refieren al orden práctico de las cosas entre los cristianos en la tierra. Gálatas 3 está hablando de lo que somos “en Cristo”, pero 1 Corintios 14 habla de lo que debemos hacer “en las asambleas”. Una es ante Dios en el cielo; la otra es entre los hombres en la tierra. Cuando entendamos la diferencia entre las dos cosas, veremos que los lugares y servicios de hermanos y hermanas en la asamblea son muy distintos.
Algunos piensan que esta prohibición de que las mujeres hablaran en la asamblea se aplicaba sólo a Corinto en aquel tiempo, que era una ciudad que se destacaba particularmente por tener mujeres ruidosas y descaradas. Se nos dice que estas mujeres corintias continuaban con sus viejos hábitos después de haber sido salvas, y por lo tanto, provocaban altercados en las reuniones. La respuesta de Pablo a este problema local fue hacerlas callar hasta que supieran comportarse mejor. Por lo tanto, se concluye que este mandato del apóstol no tiene aplicación a las mujeres en la Iglesia de hoy.
Nuevamente, es pura suposición decir que las mujeres actuaban de esta manera. La Escritura no dice que este fuera el problema. Además, simplemente no es cierta la idea de que estas instrucciones eran sólo para Corinto. El comienzo de esta epístola muestra que los principios dados en la epístola son para más que aquellos en esa asamblea, sino á todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar (capítulo 1:2). Este mismo pasaje en cuestión, 1 Corintios 14, nos dice claramente que este mandato era para todas las iglesias de los santos”, no sólo para los de Corinto (versículos 33-34).
Versículos 36-38.— Pablo parece anticipar objeciones a las instrucciones que ha dado en este capítulo, y por lo tanto, se apresura a recordar a los corintios que las cosas que él enseñaba eran “mandamientos del Señor”. No eran sus sentimientos o creencias personales. Añade que la prueba de la espiritualidad de una persona se verá en su reconocimiento de que estas cosas venían del Señor.
Luego concluye el tema con un último principio rector: “Hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40).

9) Fracaso en el mantenimiento de la sana doctrina: Capítulo 15

La asamblea local es responsable de defender la sana doctrina
El apóstol pasa a enfatizar la importancia de que la asamblea local mantenga la sana doctrina. La asamblea, como casa de Dios, debe ser “columna y apoyo de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Como “columna”, debe dar testimonio de toda la enseñanza de Dios sosteniéndola; como “apoyo”, debe sostener la verdad por medio de la piedad práctica en la vida de los santos. Lamentablemente, los corintios estaban desviados en esto. Algunos de ellos habían abandonado la doctrina fundamental de la resurrección y muchos otros carecían de piedad práctica.
Abandonar esta gran piedra angular de la fe cristiana era algo serio, porque cortaba el fundamento mismo sobre el que estaban. “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?” (Salmo 11:3). Tal vez vino a través de la influencia de los saduceos que niegan la resurrección (Mateo 22:23; Hechos 23:8). Cualquiera que haya sido la fuente, definitivamente era peor que lo que “Himeneo y Fileto” estaban proponiendo (2 Timoteo 2:17-18). Estos dos maestros errados no negaban la resurrección, pero tenían la cronología de los eventos concernientes a la resurrección en un orden equivocado. Enseñaban que la resurrección ya había pasado. Los corintios, sin embargo, estaban sosteniendo algo mucho peor: ¡estaban negando la resurrección por completo! El apóstol sabiamente dejó este error, el más grave de todos, para corregirlo al final de su epístola. El capítulo comienza con la muerte de Cristo y termina con Su venida.
El Evangelio se basa en la resurrección de Cristo
Versículos 1-2.— Les vuelve a “declarar” los primeros principios del evangelio. Les aseguró que los que verdaderamente habían “recibido” el evangelio eran “salvos”. Pero añade: “...si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano”. Esto era para la conciencia de aquellos que eran meros profesantes entre ellos que habían dejado ir la enseñanza de la resurrección. Retener la verdad del evangelio prueba la realidad de la fe de una persona. Un verdadero creyente se aferrará a los fundamentos del evangelio, pero el mero profesante puede que no. Abandonar algo tan fundamental como la resurrección, pone en duda si tal persona es realmente salva. Lo que Pablo estaba diciendo es que el que manipula los fundamentos del evangelio corta el mismo suelo bajo sus pies sobre el cual profesa estar parado. Estaba diciendo: “¿Estás seguro de que realmente quieres negar la resurrección? Pues hacer así sólo prueba que nunca fuiste salvo en primer lugar”.
Un cristiano puede llegar a tener defectos en algunos puntos de la enseñanza y renunciar a algo que una vez sostuvo, pero no renunciará a las piedras angulares de la fe. Sólo un apóstata haría eso. Nótese: el apóstol no está diciendo que si alguien no “retiene” la enseñanza del evangelio perdería su salvación, sino que si alguien no “retiene” los fundamentos del evangelio es porque nunca fue salvo en primer lugar. Por lo tanto, si la resurrección fuera sólo un mito, entonces la creencia de los corintios era “en vano” porque todo lo que habían recibido en el cristianismo dependía de ella. No era que fueran deficientes en la fe, sino que estaban equivocados en lo que creían. Creer algo “en vano” es creer algo que no es cierto.
El hecho de la resurrección
El apóstol se dispone a probar la realidad de la resurrección señalando cuatro cosas:
1) Resurrección atestiguada por las Escrituras
Versículos 3-4.— Comienza con la prueba más autoritaria de todas: las Sagradas Escrituras. Se estaba refiriendo, por supuesto, a las Escrituras del Antiguo Testamento, ya que el Nuevo Testamento aún no se había escrito. Dice: “Cristo fué muerto por nuestros pecados conforme á las Escrituras”. Y luego: “Resucitó al tercer día, conforme á las Escrituras”. No se molesta en citar los diversos pasajes, pues ellos, llenos de todo conocimiento (capítulo 1:5), los conocían.
Sin embargo, el Antiguo Testamento abunda en pasajes que nos dicen que el Mesías moriría y resucitaría. Sería un Mesías con sufrimientos antes de ser un Mesías reinante. Hay más de 25 profecías del Antiguo Testamento que tienen su cumplimiento en la muerte y resurrección de Cristo (Salmos 16:10-11; 18:4-5; 22:15,21b; 31:1-5; 102:24; Isaías 53:9-11, etc.). Sólo un infiel negaría las Escrituras. “Las palabras de Jehová, palabras limpias; plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces” (Salmo 12:6). “El cielo y la tierra pasarán, mas Mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35). “Para siempre, oh Jehová, permanece Tu palabra en los cielos” (Salmo 119:89).
Cuatro hechos fundamentales del Evangelio
1) “Cristo fué muerto por nuestros pecados”: para quitar nuestros pecados (1 Juan 3:5).
2) “Fué sepultado”: para que nosotros seamos quitados de en medio (Romanos 6:5-6; Gálatas 2:20).
3) “Resucitó”: para traernos a una nueva posición ante Dios (Romanos 4:25–5:2).
4) “Apareció”: para ser objeto de nuestra fe (Juan 20:20).
Doce razones por las que dios resucitó al Señor Jesús de los muertos
1) Cumplir las Escrituras (1 Corintios 15:3-4).
2) Demostrar que el Señor Jesús es el Hijo de Dios (Romanos 1:4).
3) Poner un sello de aprobación a la obra consumada del Señor en la cruz (1 Pedro 1:21).
4) Que el Señor fuese presentado como objeto de fe para la salvación (Romanos 10:9).
5) Para nuestra justificación (Romanos 4:25).
6) Para que el Señor sea la Cabeza de la raza de la nueva creación (Colosenses 1:18).
7) Para que el Señor pudiera llevar a cabo Su intercesión sumo-sacerdotal actual (Romanos 8:34; Hebreos 7:25).
8) Para que demos fruto a Dios en nuestras vidas (Romanos 7:4).
9) Para que el Señor sea las primicias de los que duermen (1 Corintios 15:20).
10) Fortalecer la fe de Sus discípulos para que dieran testimonio de Él (Hechos 2:32-36).
11) Demostrar el poder de Dios para traer el reino según las promesas del Antiguo Testamento (Efesios 1:19-20).
12) Para dar seguridad a todos los hombres del juicio venidero (Hechos 17:31).
2) Resurrección atestiguada por testigos oculares
Versículos 5-28.— El apóstol procede a dar varios fieles testigos oculares que vieron al Señor después de que resucitó de los muertos, confirmando así la resurrección. Todas estas apariciones ocurrieron en un período de “cuarenta días” después de la resurrección del Señor (Hechos 1:3). Se las ha llamado cristofanías. Nótese que no menciona las apariciones del Señor a las mujeres (Mateo 28:9-10; Juan 20:11-18). No es que no se pudiera confiar en ellas, sino que no corresponde a las hermanas ser testigos públicos del testimonio cristiano.
Seis testigos
1) Versículo 5a.— “Cefas”. Esto fue en referencia a la restauración privada de Pedro al Señor.
2) Versículo 5b.— “Los doce”. Se trata de un término administrativo y no del número real de apóstoles. En realidad, el Señor sólo se apareció a diez de los apóstoles en esta ocasión (Lucas 24:36-48; Juan 20:19-23). Judas se había ahorcado y Tomás no estaba presente. Además, Matías no fue elegido hasta que se completaron todas las apariciones del Señor en la resurrección. Los otros diez ocupaban el cargo administrativo del apostolado en ese momento, lo que significa “los doce”.
3) Versículo 6.— “Quinientos hermanos”. Se trataba, al parecer, de creyentes galileos.
4) Versículo 7a.— “Jacobo”.
5) Versículo 7b.— “Todos los apóstoles”.
6) Versículo 8.— “Me apareció á mí (Pablo).
Efectos prácticos de la doctrina de la resurrección
Versículos 8-10.— En caso de que alguien piense que la verdad de la resurrección es meramente un credo formal del cristianismo que no tiene relación práctica con la vida cristiana, Pablo hace una digresión para mostrar que tal noción es falsa. La doctrina de la resurrección de Cristo tiene un gran poder práctico para transformar vidas. Cambió radicalmente la vida de Pablo.
Versículo 8.— Le transformó. Su llamamiento fue tal que “nació fuera del tiempo debido” (Hechos 9:1-9, traducción King James). Esto es una referencia a que nació prematuramente antes de que un remanente de la nación de Israel creyera en Él en un día venidero. Fue uno de los que “confiaron de antemano” en Cristo (Efesios 1:12, traducción King James).
Versículo 9.— Produjo humildad en él. Su valoración sobre sí mismo era que “no era digno de ser llamado apóstol”.
Versículo 10a.— Le dio un profundo sentido de aprecio por la gracia de Dios. Dijo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”.
Versículo 10b.— Le produjo un ardiente deseo de servir al Señor con toda su energía. Dijo: “He trabajado más que todos ellos”.
Versículo 11.— Le dio poder al mensaje del evangelio que predicaba para que las almas sean llevadas a creer. La conversión de los corintios fue un ejemplo. Dice: “...y así habéis creído”.
Las graves consecuencias de negar la resurrección
Versículos 12-19.— Pablo pasa a exponer las graves consecuencias de negar la resurrección. Las repercusiones son devastadoras. (Nótese los siete “si” en estos versículos). Si no hay resurrección:
1) Las Escrituras no son verdaderas (versículo 12).
2) Cristo mismo no ha resucitado y, por tanto, no tenemos Salvador (versículo 13).
3) La predicación de los apóstoles y la fe de los corintios eran vanas: habían creído en una fábula (versículo 14).
4) Los apóstoles eran falsos testigos en los que no se podía confiar (versículos 15-16).
5) Los corintios seguían en sus pecados ante Dios, y por lo tanto, se dirigían a una eternidad de perdición (versículo 17).
6) Los santos que dormían perecieron (versículo 18).
7) Los cristianos serían los más miserables, al no tener esperanza en este mundo (versículo 19).
Los resultados de gran alcance de la resurrección
Versículos 20-28.— A continuación abre un paréntesis en el que traza los resultados de gran alcance de la resurrección (véase la traducción J. N. Darby). Muestra que Dios no sólo vencerá a la muerte mediante la resurrección, sino que también vencerá la causa de la muerte, que es el pecado.
No sólo Cristo ha resucitado de los muertos, sino que también todos los hombres resucitarán de los muertos, tanto los salvados como los perdidos. Utiliza dos términos para indicar esto; habla de la resurrección de entre los muertos” (versículo 20, traducción J. N. Darby) y “la resurrección de los muertos” (versículo 21). La resurrección de entre los muertos también se llama “la primera resurrección” (Apocalipsis 20:5), y “la resurrección de los justos” (Lucas 14:14), e implica sólo a las personas justas. Hay por lo menos diez relatos en las Escrituras de personas que fueron resucitadas de los muertos, pero ninguna de ellas era del orden de la primera resurrección (1 Reyes 17:21-22; 2 Reyes 4:34-36; 13:20-21; Mateo 9:24-25; 27:52-53; Lucas 7:11-15; Juan 11:38-44; Hechos 9:36-41; 14:19-20; 20:9-12). Los que resuciten de entre los muertos en la primera resurrección lo harán en una condición glorificada (Filipenses 3:21). Cada uno de estos diez relatos mencionados de personas que fueron resucitadas de los muertos, murieron de nuevo, y, por lo tanto, esperan la resurrección.
La primera resurrección tiene tres fases: Cristo ha sido resucitado primero como “las primicias” (versículo 23; Hechos 26:23). La segunda fase ocurrirá en Su venida (el Arrebatamiento), cuando resucite a los justos que han muerto a lo largo del tiempo: “los que son de Cristo, en Su venida” (versículo 23; 1 Tesalonicenses 4:15-18). La tercera fase involucra a aquellos que morirán como mártires durante el período de la Tribulación. Serán resucitados al final de la Gran Tribulación (Apocalipsis 6:9-11; 14:13).
La resurrección “de” los muertos es un término que habla de la resurrección de una manera general, que incluye a los perdidos. Dice: “En Cristo todos serán vivificados” (versículo 22). Los perdidos resucitarán al final de los tiempos (después del Milenio) y serán juzgados entonces (Apocalipsis 20:11-15).
Cuando llegue “el fin” de los tiempos (versículo 24), es decir, después del Milenio, el Señor entregará el reino a Dios en un estado de perfección. Ni Adán, ni Moisés, ni Salomón, ni Israel, ni la Iglesia, han mantenido el testimonio que les fue encomendado. Cada vaso de testimonio a través de los tiempos se ha roto y ha fallado. Sólo habrá Un Administrador fiel de lo que ha sido puesto en Su mano: Cristo. Habiendo recibido el reino de parte de Dios (Lucas 19:12), Él mantendrá perfectamente la gloria de Dios en él durante 1000 años (Isaías 32:1). Luego, cuando el tiempo haya llegado a su fin, se lo devolverá a Dios, no sólo en las mismas condiciones en que lo recibió, sino con una gloria mayor. Cuando Él reciba el reino, no todos los enemigos serán derribados, sino que, habiéndolo entregado en Su mano, los pondrá a todos bajo Sus pies. “Todo imperio, y toda potencia y potestad” en el cielo y en la tierra serán tratados en justicia por Cristo. La misma “muerte” será el último enemigo en ser eliminado (versículo 26). El Señor no devolverá el reino a Dios hasta que lo haya llevado a un estado de perfección. Este será el fruto de la reconciliación en su sentido más pleno (Colosenses 1:20). ¿Podríamos imaginar que Él entregara a Dios un estado de cosas imperfecto? Al final, Él creará unos cielos y una tierra nuevos en los que todo lo creado quedará libre de los efectos del pecado (2 Pedro 3:12-13; Apocalipsis 21:1-8).
Aquel Día de Dios, el reino será entregado al Padre para que el Hijo sea libre de dedicarse plenamente a Su esposa (Apocalipsis 21:2). Ser Hombre para siempre significará que estará “sujetó á Él” (Dios) para siempre (versículo 28).
3) La resurrección atestiguada en las convicciones de los cristianos piadosos
Versículos 29-34.— El apóstol reanuda su argumentación a favor del hecho de la resurrección planteando algunas preguntas. Estas giran en torno a las convicciones de los cristianos piadosos y sinceros.
Al hablar de ser “bautizado por [en lugar de] los muertos”, Pablo no estaba enseñando que si una persona moría en sus pecados podía ser ayudada por alguien que fuera bautizado en su nombre. Si las Escrituras enseñan que una persona no puede salvarse a sí misma siendo bautizada (1 Pedro 3:21), entonces con certeza no puede salvar a alguien más a través de ese acto. Los “muertos” referidos aquí no son personas perdidas, sino cristianos que han terminado su vida de servicio en testimonio para el Señor y han ido a estar con Él. Los que estaban siendo bautizados “en lugar de” los muertos eran nuevos creyentes que estaban siendo salvos y entrando en las filas del testimonio cristiano en lugar de los que habían muerto. El bautismo es la manera formal en que alguien toma su lugar en las filas cristianas.
En aquellos días, había una alta probabilidad de que si uno recibía a Cristo como su Salvador, y era bautizado para Cristo, podía morir como mártir. Pablo menciona este riesgo en su vida, diciendo: “Cada día muero”. Se refería a su encuentro con hombres violentos en Éfeso, a los que llama “bestias” (Hechos 19:23-41; 1 Corintios 16:8-9). Se refería a su exposición diaria a la muerte física, y no a una muerte experimental de aplicación en su alma, como algunos han pensado erróneamente. No se exhorta a los cristianos a morir; están muertos posicionalmente (Romanos 6:2,8).
Lo que Pablo estaba diciendo es que existía una posibilidad muy real de morir al ocupar el lugar del testimonio cristiano. Su pregunta era: “¿Por qué querría alguien entrar en ese lugar y probablemente morir, si no hay esperanza después de la muerte? ¿Por qué querría alguien poner su vida en ‘peligro’ si no hubiera nada más allá de esta vida por lo que vivir? ¿Por qué entonces los creyentes estarían dispuestos a soportar persecuciones y hacer sacrificios?”.
Lo que quiere decir el apóstol es que la convicción de los cristianos de estar dispuestos a ponerse del lado de Cristo es un testimonio convincente de que existe la resurrección. Aquellos estimados creyentes estaban tan convencidos de ello que estaban dispuestos a jugarse la vida. Negar la resurrección sólo destruye los incentivos para vivir y servir al Señor. Si no hubiera nada más allá de la muerte, entonces una persona bien podría decir: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (versículo 32). El motivo imperioso para una vida y un servicio cristianos rectos es que hay todo por lo que vivir después de la muerte. ¿Por qué molestarse en vivir una vida santa? ¿Por qué molestarse en servir al Señor si no fuera así?
Pablo atribuye la incomprensión que ellos tenían de este punto fundamental de la fe cristiana a malas asociaciones. Dice: “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (versículo 33). Los corintios habían tenido contacto con malos maestros, y esto les había afectado negativamente. El apóstol advierte que las consecuencias de la impregnación de tal doctrina errónea sobre la resurrección también habían conducido a una mala moral. (Algunas versiones traducen “costumbres” como “morales”). Es un hecho; la mala doctrina lleva a la mala práctica. Corrompe las buenas costumbres. Les exhorta, por tanto, a “velar” en la rectitud práctica “y no pecar”. Tales malas comunicaciones eran pecado, y los estaba corrompiendo. Necesitaban separarse de tales maestros que los estaban corrompiendo. En su segunda epístola trata extensamente este tema.
4) La resurrección atestiguada en la creación
Versículos 35-41.— El apóstol pasa a dar otra prueba de la resurrección: la creación misma. Se enfrenta a las objeciones racionalistas de los que negaban la resurrección apuntando a la naturaleza (versículo 35). Los racionalistas intentan explotar el hecho de que los creyentes no pueden explicar realmente la resurrección. Pero dice que es una postura insensata (“necio”) porque tampoco pueden explicar muchas cosas de la creación de Dios.
Pablo habla de tres similitudes en la creación que demuestran que Dios es perfectamente capaz de hacer cuerpos de resurrección:
1) “Grano”: El método creador de Dios de germinar semillas refleja la resurrección (versículos 36-37). La semilla que se planta en la tierra muere, pero de ella brota la vida de una nueva planta (Juan 12:24). Dios hace de ella un cuerpo nuevo (versículo 38).
2) “Carne”: El método creador de Dios en la creación terrestre refleja Su poder para cambiar los cuerpos en nuevas formas. Muchas criaturas comienzan con una forma particular, pero con el tiempo Dios les da un cuerpo diferente. Tomemos como ejemplo una mariposa; la oruga entra en su capullo y permanece en estado latente durante un tiempo para luego emerger con una forma totalmente diferente (versículo 39).
3) Cuerpos “celestiales” y “terrestres”: Vemos la obra de Dios en la creación inanimada. Los cuerpos “terrestres” son las montañas y colinas, etc., que impregnan el paisaje. Muchos de ellos tenían antaño una forma diferente, pero debido a la actividad volcánica su forma ha cambiado por completo. Los cuerpos “celestiales” son el “sol”, la “luna” y las “estrellas”. Estos también han tenido formas diferentes, pero a través de lo que los astrónomos llaman “nacimiento de estrellas”, se desarrollan en formas nuevas y diferentes (versículos 40-41). (Los “cuerpos celestiales” no son ángeles, como algunos han pensado. Los ángeles no tienen cuerpo; son “espíritus”: Hebreos 1:7).
La manera de la resurrección
Versículos 42-50.— Pablo habla entonces de la realidad de la resurrección del cuerpo humano, diciendo: “Así también es la resurrección de los muertos” (versículo 42). Si Dios puede hacerlo de diversas maneras en la creación, también puede hacerlo con el cuerpo humano.
Procede a hablarnos de la manera en que sucederá. Muestra que, en la resurrección, los santos no recibirán un cuerpo “nuevo”, como dicen algunos, sino que se producirá una “transformación” milagrosa en el mismo cuerpo en el que vivían (Filipenses 3:21). Para enfatizar esto, dice: “Este —el mismo cuerpo que murió— resucita...” (mencionado cuatro veces en los versículos 42-44). Esto es importante, porque decir que los santos recibirán cuerpos nuevos realmente niega la resurrección de los cuerpos en los que una vez vivieron. Si van a recibir cuerpos completamente nuevos, ¡entonces sus viejos cuerpos realmente no resucitarán de entre los muertos después de todo! Para evitar esto, la Escritura tiene cuidado de nunca decir que los cuerpos de resurrección de los santos son “nuevos” en ese sentido. Cuando habla de resurrección, siempre dice “cambiados” (Job 14:14; 1 Corintios 15:51-52; Filipenses 3:21). Esto define con mayor precisión lo que sucederá en el momento de la resurrección. Ese viejo cuerpo será resucitado, cambiado y glorificado, todo “en un momento, en un abrir de ojo, á la final trompeta” (versículo 52).
Da cuatro descripciones de la muerte y la sepultura, y luego cuatro descripciones correspondientes de la resurrección y el estado glorificado del cuerpo humano:
1) “Corrupción”  ... “incorrupción” (versículo 42). Esto se refiere a la condición.
2) “Vergüenza”  ... “gloria” (versículo 43). Esto se refiere a la apariencia.
3) “Flaqueza”  ... “potencia” (versículo 43). Esto se refiere a la capacidad.
4) “Natural”  ... “espiritual” (versículo 44, traducción King James). Esto se refiere al carácter.
No debemos confundir lo que es natural y lo que es pecaminoso. Nunca se dice que el “primer hombre” (versículo 45) sea pecaminoso, mientras que el “viejo hombre” no es más que pecado (Romanos 6:6; Efesios 4:22). Cuando Cristo vino a este mundo se convirtió en el “segundo Hombre”, pero no fue hasta que resucitó de entre los muertos que se convirtió en el “postrer Adam”. Como el “segundo Hombre”, Él exhibió un nuevo orden de humanidad en perfección moral durante Su vida aquí. En la resurrección como el “postrer Adam”, nada lo reemplazará a Él y a la raza de la nueva creación bajo Él. No habrá otra cabeza y otra raza de hombres posteriormente. Esta raza de hombres de la nueva creación es la última raza de hombres que Dios hará. Es una raza perfecta que no puede ser tocada por el pecado, ni puede ser mejorada, y, por lo tanto, no habrá necesidad de ninguna otra raza que la reemplace.
Algunos contrastes son dados para ayudarnos a entender la vasta diferencia entre las dos razas de hombres bajo Adán y Cristo.
•  Adán fue “hecho”.
•  Cristo no fue hecho.
•  Adán era de ánima viviente (natural).
•  Cristo es un “espíritu vivificante” (espiritual).
•  Adán era una criatura.
•  Cristo es el Creador.
Como “espíritu vivificante”, el Señor como el Postrer Adán sopló sobre los discípulos, y así, simbólicamente los vinculó con Él bajo Su Liderazgo en esta raza de hombres de la nueva creación (Juan 20:22). Ahora, para todos los que creen en el Señor Jesucristo, son hechos parte de esa raza y son nuevas criaturas en Cristo en virtud del nuevo nacimiento y la morada del Espíritu Santo (2 Corintios 5:17). Habrá plena conformidad de cada miembro de esta raza con Cristo, la Cabeza, aunque todavía no se ve. Ahora poseen la nueva vida que pertenece a ese nuevo orden de la creación, pero dentro de poco “traerán también la imagen del celestial” (versículo 49) en el sentido de que todos serán glorificados físicamente como Cristo en Su venida (1 Juan 3:2). El nuevo orden de la humanidad introducido por Cristo en la resurrección es:
•  Versículo 47: celestial en origen.
•  Versículo 48: celestial en carácter.
•  Versículo 49: celestial en destino.
Cuando sean glorificados, los santos no tendrán dolencias y efectos de la vejez, etc. Ellos estarán en “el rocío” de su “juventud” como Cristo, quien estará en “el rocío” de Su “juventud” (compárese Salmo 110:3 con Filipenses 3:21). Sus naturalezas pecaminosas caídas serán erradicadas para siempre, y no pecarán más (Hebreos 11:40; 12:23: “perfeccionados”).
Los frágiles cuerpos de humillación que tenemos ahora “no pueden heredar el reino de Dios” en su condición actual (versículo 50); requerirán un cambio. Esto lleva al apóstol a decirnos cómo y cuándo obtendremos estos cuerpos espirituales e incorruptibles.
El momento de la resurrección
Versículos 51-58.— Procede a hablarnos del “misterio” de la resurrección y glorificación de los santos. Dice: “No todos dormiremos”, lo que significa que no todos los santos morirán y, por lo tanto, necesitarán la resurrección. Pero nos asegura que todos seremos transformados” en ese estado glorificado.
Identifica dos clases de santos que se encuentran actualmente en dos estados diferentes: los que han muerto y los que están vivos en la tierra. Uno es el “corruptible”, y el otro es el “mortal”. El “corruptible” se refiere a los cuerpos de los santos que han muerto. Sus cuerpos se están descomponiendo en la tumba, pero “en un momento, en un abrir de ojo” los “corruptibles” se vestirán de “incorrupción”. Lo “mortal” se refiere a los cuerpos de los santos que aún viven. En ese mismo momento, lo “mortal” se vestirá de “inmortalidad”. Esto demuestra que sólo aquellos cuyos cuerpos están en estado de corrupción (los muertos en Cristo) experimentarán la resurrección. Los santos vivos no necesitarán la resurrección, pero sí necesitan ser “transformados” en su estado glorificado.
Contrariamente a lo que muchos piensan, este pasaje no habla del Arrebatamiento. Es verdad que la glorificación de los santos y el Arrebatamiento ocurrirán al mismo tiempo —“en un momento, en un abrir de ojo”— pero el llamado en sí de los santos al cielo no se menciona aquí. La palabra “arrebatamiento” significa arrancar o arrebatar. Esto es lo que sucederá a los santos en ese momento, pero este pasaje no llega a hablar de ello, centrándose más bien en el cambio de los cuerpos de los santos. La mención de “la final trompeta” sincroniza este pasaje con 1 Tesalonicenses 4:15-17 que habla del arrebatamiento de los santos al cielo; por lo tanto, sabemos que sucederá en ese momento. Es el “final” evento en la tierra en relación con los tratos actuales de Dios con los hombres en el día de gracia.
Los versículos 55-56 nos dicen que en el mismo escenario donde ha reinado la muerte (este mundo) habrá una victoria triunfante, y se exclamará: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro [Hades], tu victoria?”. Es una “victoria” doble. La “muerte”, que ha reclamado el cuerpo, y el “Hades”, que ha retenido los espíritus desencarnados de los santos, sucumbirán ambos a la victoria de Cristo.
Las tres fases de la derrota de la muerte
La eliminación total y definitiva de la muerte en la creación se produce en tres fases:
En primer lugar, para el creyente, la muerte queda “anulada” ahora mediante la resurrección de Cristo (2 Timoteo 1:10, traducción J. N. Darby). Es decir, el temible factor de la muerte ha sido eliminado. Puesto que Cristo ha descendido al “polvo de la muerte” y la ha anulado (Salmo 22:15), no queda nada más que su “sombra” para que el hijo de Dios la atraviese (Salmo 23:4). Antes de la muerte y resurrección de Cristo, Satanás había ejercido “el imperio de la muerte” sobre las conciencias de los hombres haciéndoles temer lo que había más allá. Se ha servido del “rey de los espantos”, que es el miedo a la muerte, en su provecho, manteniendo a los hombres en la esclavitud y el temor (Job 18:14). Pero Cristo ha entrado en la muerte y ha despojado al diablo de su poder para aterrorizar al creyente con la muerte. Al otro lado de la muerte, el Señor está ahora con “las llaves del Hades y de la muerte” en su mano, y dice: “Yo soy  ... el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos, Amén. Y tengo las llaves del Hades y de la muerte” (Apocalipsis 1:18, traducción J. N. Darby). Él ha vencido a la muerte habiendo desatado sus “dolores” (Hechos 2:24, traducción de W. Kelly). Los dolores son temores relacionados con lo que hay más allá de la muerte. Puesto que Cristo ha desatado los dolores de la muerte, el creyente iluminado que se enfrenta a ella no necesita temer.
En segundo lugar, en la venida del Señor, Él efectuará una gran “victoria” sobre la muerte y el Hades. Los cuerpos de los santos vivos serán “transformados” a un estado glorificado, en el cual ya no serán afectados por la muerte (Filipenses 3:21). Los santos que han fallecido serán resucitados y también “transformados” en un estado glorificado. Por lo tanto, ellos tampoco estarán sujetos a la muerte.
En tercer lugar, después del Milenio el Señor destruirá la muerte por completo, arrojando “el Hades y la muerte” al “lago de fuego” (Apocalipsis 20:14, traducción J. N. Darby; 1 Corintios 15:26).
Por lo tanto, ha habido una anulación de la muerte ahora, pero habrá una gran victoria sobre la muerte en la venida del Señor (en lo que respecta a los santos); y luego, después del Milenio, habrá la destrucción de la muerte por completo. Estos hechos relativos a la victoria de Cristo sobre la muerte llevan al apóstol a hablar de dos efectos prácticos que deberían producirse en todo cristiano de mente correcta. El primero es la acción de gracias (versículo 57), y el segundo es la energía en el servicio al Señor (versículo 58). Qué tremendo poder tiene la resurrección en nuestras vidas en la práctica, y qué maravillosa esperanza nos da. Cristo está vivo por la resurrección, y Él nos resucitará para vivir con Él (1 Tesalonicenses 5:10). ¿Qué mayor incentivo, qué mayor motivo podríamos tener para vivir y servirle?

10) Fracaso en relación a las ofrendas: Capítulo 16:1-4

Versículos 1-4.— El apóstol trata de una cosa más que necesitaba ser puesta en orden en Corinto: “la colecta”. Aparentemente, los corintios no tenían una colecta semanal regular. Lo que iba a decirles al respecto no era algo específico para ellos solos. Había enseñado lo mismo a “las iglesias de Galacia”.
Las colectas de los santos debían utilizarse para las necesidades del pueblo del Señor. Podría ser para Sus siervos de quienes recibimos ayuda espiritual (Filipenses 4:14-18), o para las necesidades especiales de los pobres del rebaño (2 Corintios 8–9). En esta ocasión Pablo no hablaba de una colecta para los que ministraban la Palabra, sino para “los pobres de los santos que están en Jerusalem” (Romanos 15:25-26). Vemos aquí la sabiduría del apóstol al dirigirse a los santos sobre este tema. Si la colecta a la que se refiere hubiera sido para los obreros, se podría haber interpretado que, después de todo, realmente quería un donativo de ellos, a pesar de que dijo que no lo aceptaría de ellos (capítulo 9). Pero ésa no era en absoluto su intención (2 Corintios 12:17). Con mucho tacto, esperó a que llegara el momento en que había una necesidad en otro lado. Entonces hablaría de la colecta y de cómo debe ser repartida, sin que nadie pensara que la quería para sí mismo.
Los santos de Jerusalén eran pobres por varias razones. Su fe en el Señor Jesús les había acarreado una dura “persecución” (Hechos 8:1), y a muchos de ellos se les confiscaron sus posesiones terrenales (Hebreos 10:34). Algunos de ellos fueron asesinados, por lo que dejaron viudas y huérfanos que necesitaban sustento. También hubo una “grande hambre” en esa zona, y esto afectó a los santos en gran manera (Hechos 11:28-30). Lo que empeoraba las cosas era que los santos de Jerusalén, en su celo por el Señor, habían vendido sus posesiones, sus tierras y sus casas (Hechos 2:44-45; 4:34-35). Cuando llegaron los problemas, éstos se agravaron, porque no tenían en dónde hallar comida y refugio.
Nuestro Dios de toda sabiduría tenía buenas razones para permitir que surgiera la necesidad en Jerusalén y Judea. Se convirtió en una ocasión para que los cristianos gentiles tuvieran comunión con los creyentes judíos, uniéndolos así de una manera muy práctica. Los santos judíos pudieron haber pensado que no necesitaban a los creyentes gentiles, o que los gentiles estaban en una clase por debajo de ellos, pero este regalo de los santos gentiles a los santos judíos necesitados en Jerusalén ayudó a disipar estos pensamientos. Hizo que los creyentes judíos elevaran sus corazones en acción de gracias en genuino aprecio por sus hermanos gentiles (2 Corintios 9:11-13). Si había alguna reserva hacia los gentiles convertidos antes de esta prueba, esta expresión de amor y comunión la disipó.
Pablo les dijo que debían tener cuidado de hacer una colecta regular “cada primer día de la semana”. Este era el día en que los santos se reunían universalmente para partir el pan (Hechos 20:7). Hebreos 13:15-16 conecta este tipo de ofrenda con el “sacrificio de alabanza”. Ambas son una función sacerdotal. De hecho, se dice que ambos son un “sacrificio” a Dios. Todas estas ofrendas monetarias se dan al Señor como parte de nuestra adoración. Dado que este pasaje en 1 Corintios 16 se sincroniza con Hechos 20:7 cuando los santos se reunieron para partir el pan, es justo suponer que ambas ofrendas a Dios se darían al mismo tiempo en la celebración de la memoria.
Pablo dijo que “cada uno” en comunión debía dar en la colecta. Algunos han pensado erróneamente que el marido que es la cabeza de la casa (y el que generalmente trae el dinero a la casa) debe dar en nombre de su familia. Por lo tanto, no es necesario que la esposa también contribuya. Esto es lo que se hacía en el judaísmo (Números 7:2), y era correcto y apropiado para los judíos en esa religión natural. Sin embargo, el cristianismo contrasta directamente con el judaísmo (Juan 4:21-24). Practicar tal cosa en el cristianismo es confundir las relaciones naturales con las nuevas relaciones espirituales a las que hemos sido introducidos en el cuerpo de Cristo. En el cristianismo, no adoramos a Dios como miembros de una familia, sino como miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:17). La esposa es miembro del cuerpo de Cristo tanto como su marido y debe participar en este aspecto del culto. Esta idea errónea puede haber sido tomada inadvertidamente del denominacionalismo cristiano. Tales organizaciones se acercan a Dios en lo que llaman “Adoración Familiar”, pero es un malentendido de la verdadera adoración cristiana. Puesto que tanto los hermanos como las hermanas son sacerdotes, ninguno debe ser impedido en esta función sacerdotal (Hebreos 13:15-16). Una hermana soltera da en la colecta, y cuando se case, esta función sacerdotal no debe serle quitada por haberse casado.
Los fondos debían guardarse hasta el momento en que alguien que viajara a Jerusalén pudiera llevarles el regalo. Nótese que todo lo que tenga que ver con el manejo del dinero del Señor debe hacerse libre de toda sospecha. Como conocían mejor que nadie el carácter de los que estaban en aquella asamblea, Pablo dijo que debían elegir a “quienquiera que sea que” les pareciera mejor para llevar los fondos (versículo 3, traducción King James; 2 Corintios 8:19). De este modo estarían “procurando las cosas honestas, no sólo delante del Señor, mas aun delante de los hombres” (2 Corintios 8:21).

Exhortaciones finales: Capítulo 16:5-24

Antes de concluir la epístola, el apóstol da a los corintios algunas exhortaciones prácticas que espera que les sirva de ánimo para hacer la voluntad de Dios junto con las cosas a las que había exhortado en la epístola.
Aplazamiento de la visita de Pablo a Corinto
Versículos 5-9.— Pablo les habla de sus planes de visitar las asambleas en “Macedonia”, y también de venir a ellos en Corinto, pero por el momento se quedaría en “Éfeso” porque allí había una puerta abierta al evangelio (versículos 8-9). Esto muestra que no es malo que el siervo del Señor tenga un itinerario mientras sirve al Señor.
El versículo 6 indica que, aunque el siervo puede tener planes definidos en sus viajes, también debe ser flexible en esos planes. Dijo que le gustaría ir a Corinto si el Señor le abría el camino (versículos 5-6), pero por el momento había pospuesto el viaje (versículo 7). Si hubiera ido a Corinto, habría tenido que usar su autoridad apostólica como vara de corrección y juzgar a muchos de los que estaban en falta. En lugar de eso, esperó y buscó el arrepentimiento en ellos y el enderezamiento de los desórdenes en la asamblea. No se les dijo eso directamente aquí, porque podría haberles dado una razón equivocada para corregir las cosas. Por lo tanto, sabiamente desistió, y esperó a que el Espíritu de Dios obrara en ellos para producir los frutos necesarios de arrepentimiento. Más tarde, cuando hubieron corregido los desórdenes en medio suyo, escribió la segunda epístola y tuvo la libertad de decirles por qué no había venido en aquel momento. Fue para “ser indulgente” (2 Corintios 1:23). Habría tenido que usar su facultad apostólica de forma disciplinaria (1 Corintios 4:21: “con vara”).
El servicio bajo el señorío de Cristo
Versículos 10-18.— En todo este pasaje final vemos un hermoso cuadro de los diversos siervos del Señor trabajando en Su viña. Algunos viajaban de un lugar a otro ministrando al pueblo del Señor, como “Pablo”, “Timoteo” y “Apolos”. Otros como “Estéfanas”, “Fortunato” y “Achâico” estaban sirviendo a nivel local. Todos ellos se encuentran trabajando bajo el Señorío de Cristo y siendo dirigidos por Él en su trabajo. No se menciona que se reportaran a una junta misionera que los despachara a su lugar de trabajo designado, como se suele hacer hoy en día. Tal idea interfiere con las responsabilidades inmediatas de los siervos bajo el Señorío de Cristo y es creada por el hombre.
Este capítulo muestra que cuando Cristo da dones (Efesios 4:11), ellos son directamente responsables ante Él en su ministerio. La Cabeza de la Iglesia está en el cielo, y si ellos miran hacia Él, Él dirigirá a los miembros de Su cuerpo en su esfera de ministerio. Encontramos que en los primeros días del cristianismo la obra del Señor no se llevó a cabo bajo una organización de hombres, ni siquiera los apóstoles. Esa era, y sigue siendo, únicamente la obra del Espíritu de Dios. Lo que Él hizo entonces podemos contar con que lo haga ahora. La Escritura dice: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a Su mies” (Mateo 9:38). Y también: “Ministrando pues éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme á Bernabé y á Saulo para la obra para la cual los he llamado. Entonces habiendo ayunado y orado, y puesto las manos encima de ellos, despidiéronlos. Y ellos, enviados así por el Espíritu Santo, descendieron á Seleucia” (Hechos 13:2-4).
Estas referencias indican que los siervos del Señor deben ser libres para actuar bajo Su dirección inmediata. La Escritura no sabe nada de los siervos del Señor siendo controlados por una organización terrestre de hombres, sino por el Señor a través del Espíritu Santo. El Señor, por el Espíritu, envió a Pablo y Bernabé al campo, y no se menciona que ellos se reportaran a una junta para recibir dirección y apoyo en ese servicio. Tampoco se menciona a los siervos del Señor en aquel tiempo ir a un seminario antes de ministrar. La posesión de un don para ministrar la Palabra era su autorización para usar ese don (1 Pedro 4:10-11). Lo mismo debería ocurrir hoy en día.
La Iglesia debe reconocer un don como uno que es enviado por el Señor y debe dar a esa persona “las diestras de compañía” en el trabajo que realiza, como ocurrió en Antioquía con Bernabé y Saulo (Hechos 13:3; Gálatas 2:9). Esto podría incluir un donativo económico. Pero la Iglesia, o cualquier organización para-eclesiástica, involucrada en el trabajo de enviar siervos al campo de servicio está realmente interfiriendo con la responsabilidad inmediata del siervo de actuar bajo el mandato del Señor. Tienden a convertirse en siervos de esa organización para cumplir sus objetivos y son hechos responsables ante ella en su ministerio.
No vemos tal cosa en este pasaje ni en ningún otro pasaje de las Escrituras. Anteriormente en la epístola, Pablo dijo que animaría a Timoteo a ir a Corinto para recordarles sus caminos en Cristo y exhortarles en cuanto a su responsabilidad de poner las cosas en orden (1 Corintios 4:17). Este era un bonito deseo de Pablo, pero hasta ahí llegaría. Ningún apóstol tenía autoridad sobre otro siervo para enviarlo a una obra si ese otro no se sentía impulsado a hacerlo. Un apóstol podría recomendarlo, y podría animar a uno en esa dirección, pero en la práctica, una persona tiene que sentirse guiada por el Señor. Él dice aquí: “Y si llegare Timoteo ... ” (versículo 10). Esto muestra que, aunque el apóstol deseaba que Timoteo fuera a Corinto, entendía que Timoteo tenía que ser dirigido por el Señor en ello. Existía la posibilidad de que Timoteo no se sintiera impulsado a ir.
Pablo exhortó a los corintios que “si” venía, que lo dejaran estar entre ellos “seguramente”. Timoteo era un joven y tímido obrero, y necesitaban darle espacio para que ejerciera su don en el ministerio. Con la confusión que había en sus reuniones (capítulo 14:26), alguien como Timoteo nunca tendría oportunidad para decir una palabra. Por eso Pablo dijo: “Por tanto, nadie le tenga en poco” (versículo 11). Timoteo no solo hacía “la obra del Señor”, sino que él lo hacía de la misma manera y con el mismo espíritu “como” el apóstol Pablo. Esto fue un gran elogio en verdad.
Vemos aquí que “Apolos” tampoco estaba bajo la dirección apostólica (versículo 12). Pablo dijo que él “deseaba en gran manera” (traducción King James) que Apolos fuera a Corinto, pero Apolos tenía otros lugares en su corazón. Apolos miró al Señor y se sintió dirigido a no ir en ese momento. El apóstol, habiendo expresado su deseo, respetó sus convicciones y dejó al siervo del Señor en libertad de actuar ante su Maestro.
Podríamos preguntarnos que, si Pablo no iría a Corinto a causa de los problemas, por qué animaría a otros siervos a ir. La razón, creemos, es que él era un apóstol y se vería obligado a actuar en juicio entre ellos. Al cargar con tal responsabilidad, deseaba que otros fueran y procuraran llevarlos al arrepentimiento, para que cuando él llegara, no tuviera que actuar en juicio.
Los versículos 13-14 indican que la asamblea de Corinto no dependía de que los siervos del Señor vinieran a corregir las cosas; ellos mismos eran directamente responsables ante el Señor de poner las cosas en orden. Siguen cinco pequeñas exhortaciones. Todas ellas estaban dirigidas a incitar a los corintios a actuar en relación con la necesidad de poner en orden los desórdenes de su asamblea. Dice: “Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. Todas vuestras cosas sean hechas con caridad [amor]”.
Vemos en el caso de “Estéfanas”, “Fortunato” y “Achâico”, que ellos también estaban haciendo la obra del Señor. Pero lo hacían principalmente en un ámbito local. “La casa de Estéfanas” se nos presenta como modelo de liderazgo en la asamblea. Se caracterizaban por cuidar del rebaño. Se habían “dedicado al ministerio [servicio] de los santos” (versículo 15). Este es un hermoso elogio. No se lee que Pablo hubiera nombrado ancianos en aquella asamblea (tal vez debido a su carnalidad); sin embargo, aunque no había nadie en aquel lugar oficialmente, la labor de supervisión continuaba.
Este es un modelo para nosotros hoy en día, ya que no tenemos apóstoles que nombren ancianos en nuestras asambleas. El Espíritu de Dios todavía puede levantar a algunos para tomar el liderazgo y cuidar del rebaño, y el trabajo de supervisión todavía puede continuar (Hechos 20:28). Es sólo que no tenemos ningún poder apostólico para nombrarlos oficialmente. Los corintios debían “sujetarse” a los tales (versículo 16) y “reconocerlos” en ese lugar (versículo 18). Compárese también Hebreos 13:17 y 1 Tesalonicenses 5:11-12.
Como en el caso de los otros siervos del Señor, encontramos que “Estéfanas”, “Fortunato” y “Achâico” no estaban bajo ninguna dirección apostólica. Habían acudido al apóstol por su propia voluntad, guiados por el Señor, y le habían suministrado cosas que “faltaban” por parte de la asamblea de Corinto (versículo 17). Esto hace referencia a su comunión práctica con el apóstol que la asamblea en su conjunto no compartía. Ante esta carencia, estos tres hermanos proveyeron a Pablo de su propio bolsillo.
Saludos finales
Versículos 19-24.— El apóstol saluda a varias asambleas y a algunas personas para cerrar la epístola. Pablo quería que los corintios supieran que, aunque había cosas serias en su asamblea que necesitaban ser corregidas, las otras asambleas todavía estaban en comunión con ellos y los saludaban. Esto era para confirmar a los corintios que las demás asambleas no los habían abandonado. Si se negaban a corregir esas cosas, habría que tomar medidas por las cuales serían rechazados como asamblea, pero hasta que llegara ese momento, seguían en comunión. Este es un principio importante. La presencia de pecado en una asamblea no significa que automáticamente deje de ser una asamblea congregada al nombre del Señor (Mateo 18:20). Sólo después de tener paciencia y amonestar a una asamblea que demuestra estar albergando pecado en medio suyo por voluntad propia, se debe tomar una medida para limpiar el nombre del Señor. Por otra parte la asamblea que está más cerca del problema moralmente —en el sentido de haber tenido alguna interacción previa con ella en relación con el asunto en cuestión— debe actuar en nombre de las asambleas en general para rechazar a la asamblea que ha cometido la falta. Puede que no sea la asamblea más cercana geográficamente, pero sí la más cercana moralmente al problema.
Pablo concluye con una solemne advertencia a cualquiera de ellos que pudiera no ser salvo. Dice: “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. Maranatha” (versículo 22). “Anatema. Maranatha” significa ser maldito cuando venga el Señor. Ha aludido, en varios lugares de la epístola, al hecho de que era muy probable que hubiera entre ellos algunos que fueran simples profesantes. Todo verdadero creyente “amará” al Señor Jesucristo. Demuestra su amor a Él guardando Sus mandamientos (Juan 14:15; 1 Corintios 14:37). Aquellos que no andan en obediencia demuestran ser falsos, y Pablo les advierte que les espera un juicio inevitable.
La “gracia” del Señor Jesucristo y el “amor” del apóstol son encomendados a los corintios como motivo final para impulsarles a la práctica en el manejo de las diversas cosas que necesitaban ser atendidas con respecto a los desórdenes en su asamblea (versículos 23-24).