En el primer capítulo, donde se nos presenta el punto de cambio, leemos: “Entonces Samuel tomó el cuerno de aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y el Espíritu de Jehová vino sobre David desde aquel día en adelante. Entonces Samuel se levantó y fue a Ramá. Pero el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y un espíritu malo de Jehová lo turbó”. Por lo tanto, es evidente que se nos señala la terrible contraparte cuando el Espíritu de Jehová se va, y un espíritu maligno molesta a uno en presencia de la bendición divina y el favor que descansa sobre el otro. Lo mismo puede ser, en principio, siempre cierto; pero se verificará en la cristiandad en una escala gigantesca, y el tiempo se está acelerando rápidamente para esa catástrofe. Porque la carne ha despreciado durante mucho tiempo el testimonio de Dios y la gracia del Espíritu Santo, habrá un cambio marcado cuando el poder de Satanás se libere de la restricción que ahora obstaculiza (2 Tesalonicenses 2). Y, de hecho, siempre debe ser así. Porque es imposible que Satanás pudiera obrar en toda su energía hasta que todo el poder del bien hubiera llegado primero, y después, podemos agregar, se haya ido.
En consecuencia, la presencia de nuestro Señor Jesucristo, como sabemos, fue la señal para un inmenso paso en la manifestación del poder del diablo. Nunca se le llama “el príncipe del mundo”, o “el dios de este mundo”, hasta después del advenimiento de nuestro Señor. Y, por lo tanto, no tengo ninguna duda de que la verdad del evangelio y el llamado de la iglesia de Dios han proporcionado una ocasión para Satanás, no para tales demostraciones de actividad demoníaca como las que confrontaron a Aquel que es el poder de Dios, sino para sacar a relucir lo que es por el presente su obra maestra en engaño espiritual y error venenoso. El reino de la ordenanza y la tradición, la anti-iglesia, debe su idea a la iglesia de Dios, pero por supuesto corrompida para deshonrar a Dios y destruir al hombre; como de nuevo, cuando el Señor está a punto de traer al primogénito al mundo, Satanás, sabiendo muy bien lo que viene, tratará de anticiparse en el Anticristo, y así llevar al mundo a sus engaños finales.
Hay un incidente ante nosotros al final del capítulo que hay que sopesar mucho, y creo que muy instructivo. David, aunque todavía no había mostrado una sola señal ante el hombre de aquello de lo que Dios lo separó de entre sus hermanos, es sin embargo presentado para un servicio notable. Saúl, como se nos dice ahora, estaba preocupado por un espíritu maligno. “Y Saúl dijo a sus siervos: Provéanme ahora un hombre que pueda jugar bien, y tráiganmelo. Entonces respondió uno de los siervos, y dijo: He aquí, he visto a un hijo de Isaí el betlemita, que es astuto en el juego, y un hombre poderoso y valiente, y un hombre de guerra, y prudente en los asuntos, y una persona amable, y Jehová está con él. Por tanto, Saúl envió mensajeros a Isaí, y dijo: Envíame a David tu hijo, que está con las ovejas”. Esta es la primera circunstancia que trae al ungido de Jehová a la compañía de Saúl. Parece haber sido sólo el más pasajero conocido que se formó con el rey.