Desde el aspecto especial de la venida del Señor que completa Su gracia para los que Le esperan, mediante el traslado de ellos a Su presencia en el aire, el apóstol se vuelve ahora al hecho más general de “aquel día” (versículo 4), cuando él trata con el mundo conforme al testimonio concurrente del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. La reunión de los santos con Él, los que duermen o los que viven, transformados a la imagen de Su gloria, es una revelación nueva, y es presentada aquí como tal. No así la aparición o día del Señor, el cual había formado la esencia de muchas profecías, y, yo creo que podemos decir, de todos los profetas desde que el tiempo comenzó. Pues se trata de una época y, de hecho, un período de ninguna manera secundario en importancia manifiesta comparado con otro, afectando a toda criatura en el cielo y en la tierra, y exhibiendo la inmensa transformación que Dios llevará a cabo entonces en honor de Su Hijo conforme a Su Palabra desde el principio.
“Mas respecto de los tiempos y las sazones, hermanos, no tenéis necesidad de que se os escriba nada. Porque vosotros mismos sabéis perfectamente que, como ladrón en la noche, así viene el día del Señor. Cuando los hombres estén diciendo: ¡Paz y seguridad! entonces mismo vendrá sobre ellos repentina destrucción, como dolores de parto sobre la que está encinta; y no podrán escaparse. Vosotros empero, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día a vosotros os sorprenda como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas. No durmamos, pues, como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Porque los que duermen, duermen de noche, y los que se embriagan, de noche se embriagan: mas en cuanto a nosotros que somos del día (lit. “a nosotros siendo de día”), seamos sobrios, vistiéndonos la coraza de fe y amor, y por yelmo, la esperanza de salvación: porque Dios no nos ha destinado para la ira, sino para alcanzar la salvación, por medio de nuestro Señor Jesucristo; el cual murió por nosotros, para que, ora que, en aquel día, estemos velando o durmiendo, vivamos juntamente con él. Por lo cual exhortaos los unos a los otros, y edificaos los unos a los otros, así como también lo hacéis” (versículos 1-11—VM).
Se debe observar que no hay ninguna mención, ninguna mezcla, de “los tiempos y las sazones” (o, “los tiempos y las épocas”—LBLA), con la presencia del Señor para reunir a los Suyos con Él en lo alto. Esta, nuestra esperanza, está totalmente aparte de los períodos definidos de los cuales trata la profecía. Aquí, cuando “el día del Señor” está en consideración, ellos se mencionan especialmente; pues aquel día es el acontecimiento más trascendental incluido dentro de su alcance. No es improbable deducir de la lectura de 2 Tesalonicenses 2:5, que el apóstol ya les había enseñado oralmente acerca de ello, así como él ciertamente hizo de circunstancias antecedentes. Pero no es necesario asumir que él les había enseñado tanto como se pudiese saber, ni siquiera que él alguna vez, por escrito y oralmente, hubiese entrado en detalle acerca del día del Señor. Realmente no había necesidad para ello, debido a que no hay otro tema que el Antiguo Testamento trate más amplia y minuciosamente que este. Ya era, por consiguiente, un asunto de conocimiento común y familiar entre los santos. Con todo, la exactitud del conocimiento de ellos sólo es mencionada aquí en lo que se refiere a la cierta y súbita e improvisa llegada del día del Señor. No había necesidad de escribir nada ahora, pues ellos conocían perfectamente que el día de Jehová viene así como ladrón en la noche. El apóstol puede no haber entrado en detalles; pero esta verdad grande y solemne formaba parte de su consciente convicción interior (versículos 1-2). Ellos sabían perfectamente, no como algunos dicen extrañamente que el tiempo de esto es incierto, sino que Su venida es cierta, y no menos terrible que inesperada.
Con esto se contrasta la fatal seguridad ilusoria de los hombres alrededor de ellos, del mundo. “Cuando estén diciendo: Paz y seguridad, entonces la destrucción vendrá sobre ellos repentinamente, como dolores de parto a una mujer que está encinta, y no escaparán” (versículo 3—LBLA). En 2 Pedro 3 es más bien semejante incredulidad burladora tal como se halla entre los filósofos, quienes señalan la estabilidad sustancial de todas las cosas visibles en medio del cambio y desarrollo superficiales. Aquí se trata más bien de la exención tranquila interna y externa del peligro, a través de la confianza en el estado social y político de la humanidad; sin embargo, no sin inquietas incertidumbres que delatan el real desasosiego y el temor subyacente de aquellos que no conocen a Dios y a Su Cristo. Así como fue con los hombres cuando el diluvio vino y barrió con todos aquellos que despreciaron la advertencia de Dios por medio de Noé; así como fue cuando, después de una advertencia más débil y aún más breve en los días de Lot, el merecido juicio cayó sobre las ciudades contaminadas de la llanura; así será en el día cuando el Hijo del Hombre sea revelado. Destrucción repentina, efectivamente, se cierne sobre aquellos que confían en ellos mismos y en sus pensamientos, rechazando el testimonio de Dios. Este es el juicio de los vivos; y, se ha de observar, no está acompañado de ningún vestigio de un juicio de los muertos, ni siquiera de que la tierra va a ser quemada, no obstante ambas cosas han de seguir a su propio y debido tiempo. Se trata del fin del siglo (fin de la edad), pero no del mundo materialmente hablando. Como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Y ellos no escaparán de ninguna manera, no más que la mujer encinta cuando llega su hora y el dolor de parto le sobreviene. Es una ignorancia no espiritual, por no decir una locura, aplicar esto a la destrucción de Jerusalén o a la muerte, como algunos han hecho y lo hacen. Se trata del día del Señor que ha de venir sobre el mundo.
El apóstol, sin embargo, declara inmediata y cuidadosamente cuán diferente es la porción de los fieles. “Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, como para que aquel día os sorprenda como un ladrón. Todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día. No somos hijos de la noche ni de las tinieblas” (versículos 4-5—RVA). Él no teme que el hecho de que supiesen de qué manera la gracia los había diferenciado del resto de la humanidad pudiese poner en peligro a los creyentes recién convertidos en Tesalónica, o a cualquiera otros, ya que su propósito aquí, como en otra parte, es recalcar esta diferenciación sobre ellos indeleblemente. Él dice, en primer lugar, que ellos no estaban en tinieblas, como para que el día los sorprendiera como un ladrón; en segundo lugar, que todos ellos eran hijos de luz e hijos del día. No solamente ellos eran diferentes del mundo que está en tinieblas y los que son del mundo son los objetos del juicio del Señor, sino que eran partícipes positivos de la naturaleza y bienaventuranza divinas. De hecho, tal cosa es peculiar de ser hijos de Dios generalmente, ya que él añade, “No somos hijos de la noche ni de las tinieblas”. Nosotros somos de Dios, Quien es luz, y en Quien no hay ningunas tinieblas.
Pero el privilegio conocido y disfrutado por el creyente es el factor más importante y el incentivo mismo de la responsabilidad; y por ello el apóstol procede a exhortar. “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (versículo 6). Si somos hijos de Dios, ello es un profundo manantial de gozo en Cristo y de acción de gracias a nuestro Padre, pero ¡cuán instantáneo e inalienable es el llamado a andar de acuerdo a la relación! Así aquí, si se trata de hijos de luz y del día, dormir—la indiferencia a la voluntad del Señor—no nos conviene, sino la vigilancia y la sobriedad, como aquellos que obtienen su vida de Él, Quien es la única luz verdadera, e introducirá el día, tan libre de agitación como de descuidado sosiego. Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.
Luego sigue un breve pero vívido retrato del mundo adormecido y del cristiano despierto. “Mas en cuanto a nosotros que somos del día (lit., “siendo de día”), seamos sobrios, vistiéndonos la coraza de fe y amor, y por yelmo, la esperanza de salvación” (versículos 7-8—VM). El dormir es propio de la noche, y también lo es el exceso: los hombres hacen naturalmente en la oscuridad lo que ellos no les gustaría hacer en la luz. Se trata de la práctica común e innegable de los hombres que es traída, de este modo, ante la mente. ¿A qué es exhortado el cristiano? No es exactamente, como en la “Authorized Version” Inglesa según la Vúlgata, etc., “Pero nosotros, que somos del día” (RVR60), lo cual requeriría la contracción de la preposición de y del artículo el, sino que literalmente: ‘que nosotros, siendo de día, seamos sobrios, habiéndonos puestos la coraza de la fe y el amor, y la esperanza de salvación por yelmo’. Así el creyente es llamado a estar armado como vigilante y sobrio. Pero las armas aquí, pues se le hablaba directamente sólo a cristianos recién convertidos, no son ofensivas, sino solamente defensivas: las tres características de su vida aquí abajo, fe, amor, y esperanza. Nosotros hemos visto cómo son utilizadas en el capítulo 1 de esta Epístola; aquí, estas características reaparecen en el último capítulo. De hecho ellas no pueden estar ausentes si habláramos de los principios motivadores de Cristo, ya sea en la verdad o en la práctica; y de ahí que ellos son más o menos prominentes en todos los escritos apostólicos.
Se debe entender que la palabra “salvación” es utilizada aquí en el sentido final o completo, cuando el cuerpo compartirá la aplicación de ese poder misericordioso que ya ha tratado con el alma. El creyente ya tiene vida eterna y redención en el Hijo de Dios, y recibe así el fin de su fe, la salvación del alma; él está, por tanto, esperando la salvación de su cuerpo (Filipenses 3:21) en la venida de Cristo como Salvador, quien transformará nuestro cuerpo de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, según la operación de aquel poder que Él tiene para sujetar también a Sí mismo todas las cosas. “Porque no nos ha destinado Dios para ira, sino para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que ya sea que estemos despiertos o dormidos, vivamos juntamente con Él” (versículos 9-10—LBLA). Estas son palabras claras que remontan a Dios la gracia soberana que diferencia a los santos del mundo, desde el primero al último, y hace de Cristo y Su muerte el momento crucial de toda bendición para los que acuden a Él, ya que Su ira permanece sobre quienes no obedecen a Su Hijo. No obstante, así como los intérpretes de la ley son propensos a hallar en la ley más dificultades y evasiones que cualquier otra clase de personas, así lo hacen los teólogos en la Palabra escrita, para deshonra de Dios y para daño de todos los que confían en ellos. ¿Pudieron algunas mentes, salvo aquellas pervertidas por teólogos sistemáticos, haber permitido un pensamiento tan bajo como el que sostiene que aquí se alude al despertar o dormir físico? Sin embargo, el Dr. Whitby pensó así; e incluso Calvino dice que no sería inapropiado que nosotros interpretásemos esto como significando el dormir común y que es dudoso lo que se quiere dar a entender ahora por estar dormidos y estar despiertos (o, velando), pues parecería como que él quiso decir vida y muerte, y este significado sería más completo. Ciertamente este piadoso y sabio hombre da aquí un sonido incierto con la trompeta. Sería mejor no proferir ninguna opinión en absoluto que dejar al lector bajo una confusión tal de pensamientos. Pero incluso esto no es la profundidad más baja, pues ¡no han faltado hombres que desean que el apóstol enseñe que las palabras llevan la misma fuerza ética en el versículo 10 como en los versículos 6 y 7! y la necesaria deducción de esto sería que, ya sea que estemos espiritualmente despiertos (velando) o perezosos, disfrutaremos igualmente la porción de la bienaventuranza eterna juntos con Cristo. ¿Acaso no suena esto extraordinariamente como indiferencia moral?
El Deán Alford, para tomar un caso reciente, parece estar en una situación apurada no pequeña en cuanto a todo esto en sus observaciones sobre el pasaje (3:278,279, ed. IV), pues escribe: ‘¿En qué sentido? seguramente no en un sentido ético, como arriba: pues los que duermen serán sorprendidos por Él como un ladrón, y Su día será para ellos tinieblas, no luz. Si no es en un sentido ético, debe ser en aquel de vivir o morir, y el sentido como Romanos 14:8. [Pues no podemos adoptar el sentido frívolo dado por Whitby, ya mencionado:‘ya sea que Él venga en la noche, y así nos encuentre tomando nuestro descanso natural, o en el día cuando estamos despertándonos’]. Entendido de esta forma, sin embargo, sería a expensas de la perspicacia, viendo que γρηγορεῖν y καθεύδειν han sido utilizados éticamente a través de todo este pasaje. Si nosotros deseamos preservar la uniformidad de la metáfora, podemos [aunque yo no estoy satisfecho con esto] interpretar en este sentido: que nuestro Señor murió por nosotros, que ya sea que estemos despiertos (velemos) [son los que forman parte de los que velan o están despiertos, es decir, los ya cristianos], o que durmamos [son los que forman parte de los que duermen, es decir, inconversos] nosotros viviremos, etc. Así sería igual a ‘quien murió para que todos los hombres puedan salvarse’: quien vino, no sólo para llamar a los justos, sino a los pecadores a la vida. Existe para esta interpretación la gran objeción de que confunde con el λοιποί, el ἡμᾶς, de los que se habla claramente como establecidos por Dios no para ira sino para περιποίησιν σωτηρίας. Así, yo creo, que el sentido vivimos o morimos debe ser aceptado, y la falta de claridad con él.’
Claro que Alford tiene razón al aceptar el sentido de vivir o morir, pero se equivoca y es irreverente al imputar falta de claridad a la Escritura. El vio a Pablo solamente y no al Espíritu Santo guiándole y guardándole perfectamente, en lo que está escrito. Apliquen el razonamiento del Deán a un modo parecido de discurso en Mateo 8:21,22. (“Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos”). ¿Hubo falta de claridad en las palabras del Señor Jesús? o, en 1 Corintios 8, el giro inesperado pero llamativo dado a la palabra “edificada” (RVR1865, Septuaginta) = “estimulada” (RVR60, RVA, LBLA) = “fortalecida” (VM) en el versículo 10, ¿destruye la claridad? Realmente da la fuerza en cada ejemplo: es solamente la percepción de los hombres lo que falla, con el defecto aún peor de falta de fe en la Palabra de Dios. Si ellos sintieran su propia deficiencia pero reconocieran la perfección de la Escritura, esta sería la actitud correcta, y ellos aprenderían, en lugar de consentir una asunción que cubre la ignorancia en ellos mismos, daña a los demás, y es una gran irreverencia para con Dios.
El versículo 10 es realmente la conclusión de la respuesta a la dificultad de los Tesalonicenses en cuanto a los muertos, y el Espíritu Santo parece haber utilizado con denuedo las palabras griegas γρ. y κ. éticamente en los versículos 6 y 7, y metafóricamente aquí, debido a que Él dio por hecho que la mente de Cristo estaba en los santos, la cual no podía entender mal Sus diferentes propósitos en los dos casos. Cristo murió por nosotros, para que, sea que estemos vivos o muertos, nosotros vivamos juntamente con Él. Es vivir junto con Él donde Él está y como Él está, glorificado en las alturas. Y así como el apóstol llamó a los santos en 1 Tesalonicenses 4:18 a alentarse o animarse unos a otros con estas palabras, él lo repite aquí en el versículo 11, con el llamamiento añadido a edificarse unos a otros; porque conocer el juicio solemne que está por caer sobre el mundo en el día del Señor debería edificar más a los creyentes consolados y regocijándose en su esperanza apropiada en Su venida.
A continuación el apóstol se vuelve a una necesidad raramente, si es que alguna vez, sentida entre los fieles, incluso donde la corriente de la fe y el amor es aún fresca y fuerte, el debido reconocimiento de aquellos que trabajan y toman la conducción de parte de sus hermanos.
“Y os rogamos, hermanos, que conozcáis a los que trabajan en medio de vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; y que los estiméis altamente en amor, a causa de su obra. Tened paz entre vosotros mismos” (versículos 12-13—VM).
Se asume comúnmente que las personas indicadas por estas expresiones de trabajo espiritual, admonición, o presidencia, eran obispos o ancianos. Pero esto es arruinar la enseñanza y el valor especiales de lo que se insta aquí; así como es una equivocación acerca de la orden apostólica tal como es presentada en la Escritura dar por sentado que alguno fuese designado en la asamblea Tesalonicense para el cargo de sobreveedor (obispo) durante la estancia tan breve como fue la primera visita, entre los convertidos, todo ellos necesariamente neófitos aún en las cosas de Dios, por muy brillantes, y fervientes, y prometedores que fuesen. Para el lector meticuloso de Hechos 13:14, no se necesita ningún argumento para demostrar que era en la segunda visita, a menos que la primera fuera de larga duración, que el apóstol designaba o escogía para los discípulos, ancianos en cada asamblea. La sabiduría de esto, si no la necesidad para ello, será evidente para cualquier mente sobria que reflexiona, incluso si no hemos tenido la prohibición positiva a Timoteo de cualesquiera de tales personas de una función tal (1 Timoteo 3:6). Pues ciertamente, independientemente de lo que hagan los Papas, sería severo en extremo suponer que el apóstol en su propia elección de sobreveedores (obispos) descuidase el principio que él tan seriamente manda sobre su verdadero hijo en la fe.
Indudablemente los ancianos, u obispos, debían ser honrados, especialmente aquellos que trabajaban en la palabra y en la enseñanza (1 Timoteo 5:17). Pero la lección de peso inculcada en las otras Escrituras que estamos considerando es que, antes de que hubiera una relación oficial semejante, los que trabajaban entre los santos, tomaban la conducción de ellos en el Señor, y amonestaban a los santos, son considerados por el apóstol como teniendo derecho no sólo al reconocimiento en su trabajo, sino a ser tenidos en mucha estima y amor por causa de su obra. Muy probablemente ellos eran simplemente las personas adecuadas para que un apóstol, o para que un delegado apostólico como Tito, las designara como ancianos. Pero en el entretanto, e independientemente, esto estableció un principio muy importante, y bastante saludable para los mismos santos así como para los que no tenían aún ningún título exterior: nada más que un don espiritual ejercido en fe y amor, con el deseo sincero por la gloria del Señor en la condición saludable, feliz y santa de sus hermanos.
Este estado de cosas entre los Tesalonicenses tampoco es un caso excepcional en absoluto; en otros lugares podemos ver lo que es análogo. Así, entre los santos en Roma, donde (por lo que la Escritura enseña) ningún apóstol había estado aún, nosotros encontramos dones que son estimulados en la Epístola a ser ejercitados, enseñando, exhortando, presidiendo o dirigiendo, etc. (Romanos 12:6-8). Ellos no tenían aún designación Apostólica; y conforme a ello, nosotros no oímos de cargos tales como obispos o diáconos. Pero es una equivocación sacar por conclusión de esto que había o que no podía haber ninguno que tomase la conducción; pues Romanos 12 exhorta explícitamente a tales personas a ejercitar su don, incluso si no tenían ninguna designación externa.
De forma similar, en las Epístolas a la iglesia en Corinto, nosotros no hallamos ningún vestigio de ancianos; hallamos más bien la prueba de que ellos no existían aún allí. Pues si hubiesen existido, ¿no sería extraño ignorarles en ausencia de una disciplina piadosa tal como vemos en 1 Corintios 5:6, y en presencia de un desorden tal que deshonraba allí la Cena del Señor (1 Corintios 11), por no mencionar la confusión en la asamblea (1 Corintios 14), y la heterodoxia que estaba germinando en medio de ellos (1 Corintios 15)? Si no había ancianos allí, uno podía entender que estos males yacieran directamente a la puerta de la asamblea sin referencia a algunos individuos designados para dirigir. La ausencia de ellos es prontamente explicada: la asamblea Corintia era aún joven, no obstante lo vigorosa. Era habitual designar en una visita posterior a aquellos de entre los hermanos en quienes el Señor dio a los apóstoles el descubrir por medio de una observación cuidadosa, calificaciones dignas para el cargo de sobreveedor (obispo). Con todo, ellos no carecían entretanto de los que se dedicaban, como la familia de Estéfanas, al servicio de los santos (1 Corintios 16:15,16); y el apóstol encarga someterse (sujetarse) a cada uno y a todos los que ayudan y trabajan.
En Éfeso había, como aprendemos de la lectura de Hechos 20, ancianos o supervisores (obispos); pero esto no obstaculizaba la libre acción de aquellos que eran dones del Señor, fueran pastores u otros (Efesios 4), quienes podían no tener el cargo local de ancianos. La misma observación se aplica a Filipos, donde se menciona expresamente a obispos (supervisores) y diáconos, pero como allí podía haber, y sin duda lo hubo, el ejercicio de dones en la enseñanza y presidiendo antes que tales supervisores aparecieran, de modo que no había nada en su presencia que obstaculizara la libertad del Espíritu en la asamblea. Comparen también Colosenses 2:19 con Colosenses 4:17, Hebreos 13:7,17,24. El pasaje en 1 Pedro 4:11 ilustra y confirma el mismo principio: un pasaje precioso para nosotros ahora, cuando no podemos tener visitas apostólicas, o la designación llevada a cabo entonces ordenadamente de un cargo local como ellos fueron autorizados a hacerlo. Pero nosotros podemos y debemos reconocer mucho más diligentemente a todos los que el Señor da para el orden y la edificación de la asamblea, así como oímos a los apóstoles exhortar a los santos en muchos lugares que lo hagan, donde no había ancianos, e incluso donde y cuando los había.
Si aún no había ninguna nominación oficial de los ancianos en Tesalónica se podría preguntar, ¿cómo iban a conocer los santos las personas correctas que debían reconocer, honrar, y amar como tales? La respuesta es, que el Espíritu Santo se los daría a conocer, si no con la información y ciertamente no con la autoridad, de un apóstol, pero lo bastante suficiente para guiar a los santos para todos los propósitos prácticos. Por consiguiente, el apóstol dice aquí, “os rogamos, hermanos, que conozcáis a los que trabajan en medio de vosotros,” etc. (versículo 12—VM). Aquí estaba la autoridad de la Palabra; el Espíritu Santo haría el resto, a menos que el orgullo del yo y la soberbia o la envidia lo impidieran. Incluso tanto servicio de trabajo dedicado y de conducción tomada en humildad y admonición fiel se daría conocer en la conciencia, del modo que lo haría aún más prontamente al corazón si los santos caminaban con Dios. Con todo, esto era tan nuevo entre los cristianos, que incluso dedicados estudiosos hallan gran dificultad en descubrir el significado de la palabra Griega εἰδέυαι (eidénai = conozcáis), mientras que su fuerza aquí es su constante utilización. Si los santos pueden conocer un hermano para amarle, del mismo modo pueden conocer a aquellos que Dios usa para bendición y conducción de ellos, y, si ellos están correctos delante de Él, los respetarán aún más para no encubrir lo que está mal, aunque sea doloroso por un momento. “Si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo 6:22—VM). Tú no puedes amar del modo que se exhorta aquí a menos que los conozcas, así como es imposible dar amor fraternal si no podemos decir quiénes son nuestros hermanos.
Tener paz entre nosotros es de gran importancia para tal reconocimiento ya que el reconocimiento conduce a ello. Así se da a entender aquí.
Pero no hay ninguna aprobación para el pensamiento poco afectuoso, descuidado, de que los que trabajan han de tomar a su cargo la carga completa de los santos, especialmente la que precisa de coraje moral y paciencia. Esto se manda, no (como Crisóstomo dice con respecto a este pasaje) a los que dirigen, sino también a los hermanos en general. “Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos” (versículo 14—LBLA). El amor solo puede obrar así, contemplar a los santos tal como ellos son a los ojos de Dios, y afligirse por el asolamiento que Satanás haría en ese jardín santo del Señor, por cuya voluntad y gloria el amor es celoso. Tal debe ser nuestra forma de obrar con nuestros hermanos.
A continuación sigue un racimo de cortas exhortaciones concisas casi hasta el final, que tratan primeramente con nuestro espíritu o estado personalmente; después con nuestro andar más público.
“Mirád que ninguno dé a otro mal por mal; ántes seguíd siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos.
Estád siempre gozosos.
Orád sin cesar.
En todo dad gracias; porque esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús acerca de vosotros.
No apaguéis el Espíritu.
No menospreciéis las profecías. Examinádlo todo: retenéd lo que fuere bueno.
Apartáos de toda apariencia de mal” (versículos 15-22; RVR1865).
La gracia es la característica del evangelio; y así como la fuente está en Dios mismo como es mostrado en Cristo, así lo querría Él en Sus hijos, no justicia humana, para el justo contra el inicuo, sino amor desprendido haciendo bien al malo y sufriendo el mal de parte de ellos. Así Él querría que no fuéramos vencidos por el mal sino vencer el mal con el bien (Romanos 12:21). Tal es el Cristianismo en la práctica por sobre el paganismo y el Judaísmo igualmente. Así es uno con el otro, y para con todos, y así Pedro no menos que Pablo: “Pero si cuando hacéis lo bueno sufrís por ello y lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios” (1 Pedro 2:20—LBLA).
Tampoco el cristiano debería una mala impresión de su Dios y Padre o de la porción que incluso ahora él posee en Su gracia, no más que de sus perspectivas. Con qué gozo los discípulos regresaron ¡incluso cuando su Maestro partió al cielo! Y el Espíritu Santo vino a su debido tiempo a hacer el gozo inagotable (Juan 4:14). ¿Qué ha habido allí desde entonces para secar la fuente? “Estad siempre gozosos” (versículo 16).
Pero nosotros aún estamos en el cuerpo y en el mundo, así como ellos estaban. Por tanto la Palabra es “Orad sin cesar”; así como vemos a aquellos que volvieron con gran gozo desde el monte que se llama del Olivar, perseverando unánimes resueltamente en oración con María la madre de Jesús, no todavía la abominación de orar a ella o a Sus hermanos. Con todo, esta debida expresión de dependencia creciente en Dios nunca debería ser sin acción de gracias, pero así como nosotros en todo, lo cual de otra manera nos haría estar ansiosos, mediante la oración y la súplica debemos dar a conocer nuestras peticiones a Dios (Filipenses 4:6), del mismo modo somos exhortados aquí: “Dad gracias en todo” (versículo 18). Y como un espíritu constante de acción de gracias es exactamente lo contrario de lo quejumbroso de la naturaleza, debido a múltiple sufrimiento y disgusto y desengaño, el apóstol refuerza este llamamiento con una razón añadida, “porque esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús acerca de vosotros” (versículo 18—LBLA). De otra manera pronto en la decadencia de la Cristiandad se habría contado con ligereza y presunción. Cuán verdaderamente el apóstol dice en su segunda Epístola, “porque no todos tienen la fe” (2 Tesalonicenses 3:2—VM).
A continuación tenemos una breve pero plena exhortación en cuanto a nuestra forma de obrar en público. No se trata aquí del llamamiento personal de Efesios 4, “no contristéis”, sino, “no apaguéis el Espíritu” (versículo 19—LBLA), seguido de “no menospreciéis las profecías” (versículo 20—LBLA), lo cual sirve para fijar su verdadero significado. Ambas exhortaciones dan por sentada y por existente la libre acción del Espíritu Santo en la asamblea, donde Él no debe ser obstaculizado en Su movimiento general incluso por medio del más pequeño de los miembros de Cristo, no más que menospreciado en la forma más alta de tratar con las almas, o “las profecías”. Por otra parte, a los santos no se les debe imponer demandas altas o exclusivas que nunca son necesitadas por, y que serían repulsivas para, el verdaderamente espiritual. Ellos tenían que examinar todo, retener lo bueno, abstenerse de toda forma de mal. Mediante la palabra Griega έἶδος traducida “especie” en la RVR60, “apariencia” en la RVR1865 y RVR1909 Actualizada, “género” en la BJ, lo que realmente se quiere significar es clase o forma.
Esta breve pero plena exhortación es seguida por una hermosa oración apropiada. “Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (versículos 23-24—LBLA). El apóstol encomienda así a sus amados hijos en la fe al mismo Dios de paz, después de haber insistido en la responsabilidad de ellos tan comprensivamente; y esto, tanto generalmente como en detalle. Esta es la razón de la distinción del espíritu, el alma, y el cuerpo, el hombre completo interior y exterior, e incluso el interior dividido en espíritu y alma, para que ellos puedan procurar que Dios les coloque aparte completamente, y que cada átomo adentro así como afuera, sea preservado entero irreprensible para la venida de Cristo.
Sería bueno agregar que “el alma” es el asiento de la personalidad, “el espíritu” es más bien la expresión de la capacidad. De ahí que el alma, con sus afectos, es el “YO” responsable; así como el espíritu es esa facultad más elevada capaz de conocer a Dios, pero también es capaz de indecible infortunio al rechazarle a Él. El mismo Dios de paz nos reclama y nos santifica completamente. Para esto nosotros deberíamos orar, como el apóstol por los santos en Tesalónica, para que pudiesen ser preservados completamente irreprensibles, y en todo aspecto, en la venida de nuestro Señor. Y para nuestro consuelo él añade que, así como Aquel que nos llama es fiel, del mismo modo Él cumplirá Su propósito. Paz con Dios, la paz de Dios, el Dios de paz; tal es el orden de la entrada del alma a, y la experimentación del alma de, la bendición por medio de nuestro Señor Jesús, así como el Espíritu Santo es la persona que efectúa este maravilloso propósito de nuestro Padre ya sea ahora en medida, o absoluta y perfectamente en la venida de Cristo, una esperanza que nunca está separada en la Escritura de ninguna parte de la vida Cristiana.
Pero hay otra cualidad característica de esa vida al cual el apóstol invita a los santos. “Hermanos, orad por nosotros” (versículo 25). ¡Qué gracia! Nosotros podemos entender fácilmente a un Abraham orando por un Abimelec, y quizás también a un Abraham más culpable intercediendo por un príncipe culpable del mundo que había hecho un mal que no conocía plenamente. Pero cuán bendito que es el privilegio de los santos de orar por el más honrado de los siervos de Dios, ¡y que él busca y valora sus oraciones! Luego sigue una cálida expresión de salutación amorosa a los hermanos, a todos los hermanos.
Pero hay otra palabra de marcada importancia presentada con peculiar solemnidad. “Os conjuro por el Señor que esta carta se lea a todos los [santos] hermanos” (versículo 27—BJ). Nosotros podemos concebir cuan apropiado y necesario fue esto cuando el apóstol envió su primera Epístola. Era una comunicación en la forma de una carta, tan característica del Cristianismo en su intimidad afectuosa así como en su simplicidad. Profundidades de gracia y verdad tiene en su naturaleza, cualquiera sea la forma la que pueda ser presentada oralmente o escrita. Pero siendo una carta, y la primera de las que envió el apóstol, el hará que las cosas que él escribe sean reconocidas como mandamientos del Señor, y leídas a todos como involucrándolos a todos en el Señor. Porque aunque él no presenta su título de apóstol, cuando él se pudo regocijar solamente que esta aserción era innecesaria, él escribe en la más plena conciencia de ello (1 Tesalonicenses 2:6), e implica aquí su autoridad más plena, pero sin embargo, estaría en contacto con el miembro más pequeño del cuerpo de Cristo, ya que él desea finalmente que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ellos (versículo 28). No se trataba de que él sospechase de la integridad de los que estaban sobre ellos en el Señor, sino que quería dejar impresa sobre todos los santos la solemnidad de una comunicación inspirada nueva. Y verdaderamente, mientras más reflexionemos sobre el interés de Dios en Su gracia para hacer que el corazón del apóstol se descubra de esta forma, conducido y llenado con la adecuada verdad para Sus hijos, más se elevará el valor que nosotros le otorguemos a tales infalibles palabras de amor divino.
W. Kelly (1820–1906)
Traducido del inglés por: B.R.C.O.—Noviembre 2006.Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción: BJ = Biblia de Jerusalén KJV1769 = King James 1769 Version of the Holy BIble (conocida también como la “Authorized Version”)
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también como Santa Biblia “Vida Abundante”)
RVR1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA)
RVR1909 = Versión Reina-Valera Revisión 1909 (con permiso de Trinitarian Bible Society, London, England)
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas—1166 PERROY, Suiza).