Este capítulo nos presenta un carácter del ministerio que es importante considerar. A menudo vemos un siervo del Señor que ha recibido de Él un don espiritual, ejercerlo independientemente de su estado moral, resultando de ello que este estado no corresponde al valor de lo que le fue confiado. El apóstol se muestra aquí personalmente al nivel del ministerio que ejercía y su estado moral no se separaba jamás. Es lo que daba a este servicio un tal valor en medio de ellos, en favor de los cuales se ejercía. Su persona y su conducta eran la reproducción de lo que predicaba. Su palabra correspondía a sus actos, y el estado de su corazón correspondía a su palabra. Seguía en todo el ejemplo de su Maestro. Cuando los hombres preguntaban al Señor quién era, respondía: “exactamente lo que os digo”. En contraste con la conducta de Pablo, hallamos en este capítulo la de los falsos apóstoles y falsos doctores. Los Corintios acababan de escapar, por el ministerio del apóstol en su primera epístola, a los ardides de Satán para destruir esta asamblea de Dios, introduciendo el espíritu carnal y la falta de vigilancia, precursores de la corrupción y el mal. Habiendo la epístola producido su efecto, los Corintios habían sido restaurados. La tristeza, el arrepentimiento, el celo para juzgar el mal y purificarse, habían sido tales que el apóstol podía decirles: “me glorío de vosotros”. Podía parecer que una asamblea librada tan completamente debía serlo de una manera definitiva; pero estén seguros que a la primera victoria que alcancéis sobre Satán éste preparará el segundo ataque. Ante este peligro, los Corintios parecían no haber tenido ninguna aprensión, y sin embargo el mal estaba ya allí, amenazador, y obraba sordamente en medio de ellos, en primer lugar para separarlos del apóstol y a continuación para destruirlos.
Ante estos peligros, hemos de vigilar y velar sin cesar, no solamente como individuos, sino como asamblea. Puede ser que Dios nos haya dado alguna victoria librándonos de cosas que eran trabas para nuestra vida cristiana. No nos durmamos sobre los laureles, que Satán, nuestro enemigo no duerme. Sabe cubrirse con mil disfraces (versículos 11,14-15), y si no ha logrado sus propósitos la primera vez, volverá a la carga, con seducciones tan sutiles a fin de aplastarnos. Hablando de este peligro a los Corintios el apóstol no nombra siquiera a estos adversarios, los llama “hombres”, “un hombre”. Es preciso que sea su obra lo que les desenmascare, por lo demás el peligro que representa es de todo tiempo y no se identifica particularmente a hombre alguno. Su trabajo subterráneo tenía por finalidad, como aún hoy es el caso, minar la autoridad de la palabra que se ha transmitido. Estas gentes buscaban despreciar el valor personal que los Corintios habían atribuido a Pablo hasta entonces. Eran lo suficiente osados para pensar que él, que había caminado entre ellos, teniendo a Cristo por modelo y que había sufrido por el Evangelio, “andaba según la carne” (versículo 2). Se guardaban bien de negar el valor de sus cartas inspiradas: “Las cartas son graves y fuertes; pero la potencia corporal flaca, y la palabra menospreciable” (versículo 10). Cuando está lejos, muestra su autoridad, pero cuando está presente no muestra ninguna, ved cuan “bajo es entre vosotros” (versículo 1). Más adelante, en el versículo 12, hallamos que estos falsos apóstoles y estos “obreros fraudulentos” (versículos 11,13) —pues en aquel tiempo muchos se tomaban para sí el título de apóstol en las asambleas— “midiéndose a sí mismos” situaban su autoridad propia en comparación con la aparente debilidad de Pablo. Pero si Satán buscaba anular la autoridad del siervo de Dios en la estimación de aquellos hacia —o en favor— de los cuales ejercía su ministerio, a fin de cuentas era para atacar a Cristo (2 Corintios 11:44For if he that cometh preacheth another Jesus, whom we have not preached, or if ye receive another spirit, which ye have not received, or another gospel, which ye have not accepted, ye might well bear with him. (2 Corinthians 11:4)). En apariencia esto podría ser considerado como una lucha de hombre a hombre; en realidad era la guerra de Satán contra el Señor. Arruinando la autoridad del apóstol, no solamente ponían trabas ante él, sino que la obra del Señor quedaba perdida entre los creyentes.
En el versículo 1, Pablo habla de sí mismo: “Empero yo, Pablo, os ruego por la modestia y la mansedumbre de Cristo, yo que presente ciertamente soy bajo entre vosotros, mas ausente soy confiado entre vosotros”. Era exactamente lo que sus adversarios decían de él; y lo aceptaba. Había usado de confianza cuando estaba ausente; cuando estaba entre ellos se dirigía con temor y temblor; esto era verdad. Y ahora les exhorta “por la mansedumbre y dulzura de Cristo”; es lo que quería mostrar a ojos de todos. Había aprendido a conocer el carácter del Señor y lo reproducía entre los Corintios. No eran la mansedumbre ni la humildad de Pablo, sino las de Cristo; la mansedumbre que abandona todos sus derechos para servir a los demás, la humildad que no imputa el mal, que busca el bien por doquier y lo introduce en todas sus relaciones humanas.
Pero cuando está lejos dice: “Tenemos la potestad”. Y en el versículo 8 añade: “La cual el Señor nos dio para edificación y no para vuestra destrucción”. Así es que se servía de ella, cuando estaba lejos, porque no quería destruirlos sino edificarlos. Es por lo que había, cuando su primera carta, renunciado a usar de su autoridad en medio de ellos para librar el malo a Satán. Mas cuanto a los adversarios dice: “Ruego pues, que cuando estuviera presente, no tenga que ser atrevido con la confianza que estoy en ánimo de ser resuelto para con algunos, que nos tienen como si anduviésemos según la carne” (versículo 2). Muestra que si no logra alcanzar un efecto sobre estos hombres, estará obligado a venir a destruirlos. Esta arma, Dios la había puesto en su mano; podía emplearla contra estos falsos apóstoles, pero no lo hacía a causa de los santos. Quería en primer lugar que la “obediencia de ellos fuera cumplida” por su autoridad para edificación. Después de esto obrará inmediatamente con las armas de poder para vengar toda desobediencia (versículos 3-6).
En el versículo 12, acusa a estos hombres de compararse o “medirse a sí mismos”. Cuando se compara a los demás, el cristiano, como el resto de los otros, adquiere una buena opinión de sí. Cuando se compara a sí mismo, se presenta a los otros como siendo un modelo, y esto es el “colmo del orgullo”, pues es suplantar a Cristo. Pero puede aún llegar compararse “a Cristo”. Cuando esto tiene lugar, los últimos reductos de la humildad son derrumbados, pues ¿cómo es posible tener un criterio favorable de sí mismo, cuando se está ante Dios? Esto hacía el apóstol, y de tal manera que su carácter se fundía en el de Cristo. Para exhortar a los otros, por así decir, se escondía detrás de su Maestro. Recordémonos, cada vez que estamos en presencia de Cristo, entonces somos verdaderamente humildes, pero no lo somos de una manera “habitual” si no permanecemos “habitualmente” en Su presencia. Puede ser que me juzgue severamente en el momento que me encuentre allí y momentos después, tenga una buena opinión de mí al haber abandonado aquel lugar. En el apóstol no encontramos que sea así, porque él era continuamente “manifiesto a Dios”. Al final de esta epístola dice: “nada soy” (2 Corintios 12:1111I am become a fool in glorying; ye have compelled me: for I ought to have been commended of you: for in nothing am I behind the very chiefest apostles, though I be nothing. (2 Corinthians 12:11)) ¿Pensaba realmente lo que decía? Sí, porque lo que decía era exactamente lo que era. Había talmente desaparecido a sus propios ojos, que cuando quería hablar de sí no se encontraba. Dice: “Conozco un hombre en Cristo”; no tenía nombre. Sin embargo este mismo hombre en Cristo, obligado de nuevo al servicio en este mundo, después de haber subido al tercer cielo, corre el peligro de enorgullecerse y de pensar en sí, pues el riesgo siempre está presente. Pero el Señor en Su amor le envía un ángel de Satán que le abofetee, a fin de que permanezca en la posición de olvido propia donde la gracia le situó.
Al final del capítulo hallamos estas palabras: mas el que se gloría, gloríese en el Señor” (versículo 17). El apóstol repite dos veces “me glorío de vosotros”. Había mostrado lo que Dios en Su gracia había producido en sus corazones, pero no se gloriaba en ellos. Si se trataba de sí, decía: “Si es menester gloriarse, me gloriaré yo de lo que es de mi flaqueza” (2 Corintios 11:3030If I must needs glory, I will glory of the things which concern mine infirmities. (2 Corinthians 11:30)). En esto, en efecto, me es permitido gloriarme. Cuando el que venía de ser consagrado apóstol de los gentiles había sido bajado en un serón, por una ventana a través del muro de Damasco, le venía bien el gloriarse; lo mismo que desde el principio de su carrera no había nunca cesado de ser abofeteado por un mensajero de Satanás. “Porque no el que se alaba a sí mismo” —añade— “el tal es aprobado; mas aquel a quien Dios alaba” (versículo 18). Es lo que nosotros debemos buscar en toda nuestra vida cristiana. No hablemos de nosotros; no nos atribuyamos importancia alguna. El Señor recomienda aquel que aprueba. Cuando Sus siervos son verdaderamente humildes, tiene cuidado de prepararles un lugar de honra y una influencia bendita sobre otros a la gloria de Cristo.