2 Corintios 3 y 4:1-6

2 Corinthians 3; 2 Corinthians 4:1‑6
Hemos considerado que todo este pasaje presenta la oposición más completa entre el ministerio de la ley y el Espíritu. Los dos ministerios no concuerdan en punto alguno. El de la ley es un ministerio de muerte y no puede hacer otra cosa que condenar. La ley aún en su carácter menos severo, tal como Dios la hizo conocer a Moisés cuando por segunda vez le dio las tablas, no podía hacer otra cosa que condenar. Un régimen en que la ley está mezclada con misericordia, régimen bajo el cual de hecho Israel se hallaba (pues no se hallaba bajo el régimen de la ley pura), es mortal para aquellos que lo aceptan. Aún ahora, los que no siendo judíos y nombrándose cristianos, se sitúan bajo ese régimen mixto, no pueden esperar más que una condenación absoluta, pues la ley no es sólo un ministerio de muerte, sino también de condenación. El hombre se halla bajo la sentencia pronunciada por la ley y esta sentencia es irrevocable.
Todo hombre situado bajo la ley no halla otra cosa que esto, pero Dios emplea este modo para convencerle de pecado, a fin de instruirlo sobre su propio estado y conducirlo a reconocer que sólo la gracia de Dios puede proveer un sacrificio que le libre de la maldición de la ley. Por la venida del Señor, que trajo la gracia a los pecadores, todo el sistema de la ley como medio de justificación, no cuenta.
Si la ley es un ministerio de muerte y de condenación, el ministerio cristiano es, como hemos visto, el del Espíritu y de la justicia. Pero hallamos aún otra cosa en el pasaje que hemos leído: El Evangelio que el apóstol presentaba era el Evangelio de la gloria y traía el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:4-64In whom the god of this world hath blinded the minds of them which believe not, lest the light of the glorious gospel of Christ, who is the image of God, should shine unto them. 5For we preach not ourselves, but Christ Jesus the Lord; and ourselves your servants for Jesus' sake. 6For God, who commanded the light to shine out of darkness, hath shined in our hearts, to give the light of the knowledge of the glory of God in the face of Jesus Christ. (2 Corinthians 4:4‑6)). A menudo, en los escritos de Pablo, es hablado del Evangelio (o buenas nuevas) de la gloria. Muchos ven solamente la idea que el Señor después de haber cumplido la obra de la redención ha ascendido a la gloria. En efecto, esto es una buena nueva, pero el término va más lejos. La gloria es el conjunto de todas las perfecciones de Dios, puestas en luz desde la cruz. ¿Quién, pues, las hace conocer? ¿Dónde puedo verlas? En la faz de Jesucristo. Es en Él, que Dios ha manifestado Su odio contra el pecado, Su justicia que debía condenarlo y lo ha condenado, en efecto, en la persona del Salvador. Es allá que Dios ha manifestado Su santidad, una santidad que no puede ver el mal ni soportarlo en Su presencia. Es allá que Dios ha mostrado Su majestad, la grandeza del Dios soberano que se digna ocuparse de Sus criaturas. Es allá que Dios ha hecho brillar Su amor; el punto culminante de Sus perfecciones, un amor que ha tomado en favor nuestro el sublime nombre de la gracia. La gracia ha venido a buscarnos al fondo del abismo donde el pecado nos hacía yacer, a fin de salvarnos y conducirnos a Dios. He aquí lo que es el Evangelio de la gloria de Dios. En el capítulo 3:18, el apóstol nos muestra que todos podemos presentarnos ante esta gloria y penetrarnos de ella. No existe más el miedo, delante de esta gloria: La justicia de Dios ha sido plenamente satisfecha por el don de Cristo. ¿Cómo podrá esta justicia alcanzarme en condenación, si después de haber alcanzado a mi Salvador —esta misma justicia— lo ha hecho sentar a la diestra de Dios? Es una cosa pasada; el amor de Dios ha resplandecido una vez en mi favor. A menudo pienso en la palabra resplandecer, el amor ha sido manifestado radiante y, espontáneamente puesto en plena luz, en este lugar sombrío, donde el Hijo de Dios, rechazado de los hombres, ha sido crucificado. ¿Puedo ver un amor más completo que el que ha sido mostrado en la cruz?
El apóstol compara ahora la gloria, manifestada bajo la ley, con la gloria puesta plenamente en luz bajo el régimen de la gracia. Toma para ello el ejemplo de Moisés (versículo 7). Había una cierta gloria bajo la ley, pero no la gloria. Podéis daros cuenta leyendo Éxodo 22:18,18Thou shalt not suffer a witch to live. (Exodus 22:18) donde después del pecado del becerro de oro, Moisés pide a Dios que le deje ver Su gloria. El Señor responde que esto no es posible (versículos 20-23); Moisés no podía ver la faz de Dios; Éste permanecía solo en Su propia gloria; la nube era Su morada gloriosa y nadie podía pasarla. Sólo bajo el régimen de la gracia los discípulos pueden entrar en la nube y oír al Padre que les habla a propósito de Su Hijo. A pesar de esta negativa, el Señor hace conocer a Moisés todo Su bien (Éxodo 33:1919And he said, I will make all my goodness pass before thee, and I will proclaim the name of the Lord before thee; and will be gracious to whom I will be gracious, and will show mercy on whom I will show mercy. (Exodus 33:19)), es decir parte de Su gloria, en la medida en que ella podía ser revelada bajo la ley (Éxodo 34:6-76And the Lord passed by before him, and proclaimed, The Lord, The Lord God, merciful and gracious, longsuffering, and abundant in goodness and truth, 7Keeping mercy for thousands, forgiving iniquity and transgression and sin, and that will by no means clear the guilty; visiting the iniquity of the fathers upon the children, and upon the children's children, unto the third and to the fourth generation. (Exodus 34:6‑7)). Parecería de primera intención que aquí entramos bajo el régimen de la gracia. En manera alguna. Dios, que no puede negarse a Sí mismo consiente en anticipar que Él es un Dios de misericordia, de bondad y de paciencia, pero un Dios que “no puede tener por inocente al culpable y visita la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación”.
Moisés, el mediador de la ley, era por así decir, el único hombre en Israel que no estuvo bajo la ley. Conocía algunos rasgos preciosos del carácter de Dios en gracia y podía gozar de ellos. En estas condiciones sale de la presencia de Dios y se presenta ante el pueblo (Éxodo 34:29-3529And it came to pass, when Moses came down from mount Sinai with the two tables of testimony in Moses' hand, when he came down from the mount, that Moses wist not that the skin of his face shone while he talked with him. 30And when Aaron and all the children of Israel saw Moses, behold, the skin of his face shone; and they were afraid to come nigh him. 31And Moses called unto them; and Aaron and all the rulers of the congregation returned unto him: and Moses talked with them. 32And afterward all the children of Israel came nigh: and he gave them in commandment all that the Lord had spoken with him in mount Sinai. 33And till Moses had done speaking with them, he put a vail on his face. 34But when Moses went in before the Lord to speak with him, he took the vail off, until he came out. And he came out, and spake unto the children of Israel that which he was commanded. 35And the children of Israel saw the face of Moses, that the skin of Moses' face shone: and Moses put the vail upon his face again, until he went in to speak with him. (Exodus 34:29‑35)). ¿Qué sucede? ¡Su rostro resplandece! Aquellos pocos rayos de la gloria de Dios que había recibido brillaban sobre su rostro. La visión de esta gloria, ¿cautivará al pueblo? Todo lo contrario: “temieron de acercarse a él”. Tenían miedo de la gloria porque contenía los elementos del juicio. Entonces Moisés pone un velo sobre su rostro. Este hecho es el punto de partida de todo nuestro pasaje.
Pero Moisés no pone solamente un velo sobre su rostro porque los hijos de Israel no habían podido soportar esta luz; lo pone a fin de que el pueblo no fijase sus ojos sobre la consumación de las cosas que debían tener fin. No debían ver la gloria; si la hubiesen visto tal como nosotros la vemos, habrían salido bajo el régimen en el cual Dios los había situado y habrían visto a Cristo en todas las ordenanzas de la ley. El régimen de la Ley hubiese terminado y toda la continuación de los caminos de Dios en relación con los hombres hubiese sido interrumpido. Nosotros vemos en Su faz todo el conjunto de la gloria de Dios en favor nuestro y descubrimos cosas maravillosas.
Dios se sirve de estos descubrimientos para hacernos apreciar el tesoro que poseemos de Él y para llenarnos del deseo de imitar nuestro modelo.
El apóstol nos muestra a continuación, que este velo que está sobre la faz de Moisés se halla también, para los judíos, sobre las Escrituras. Es un juicio sobre ellos, según Isaías 6. Lo único que debían ver en las Escrituras es Cristo, y es precisamente lo que no veían. Saben de cuantas letras y sílabas se componen las Escrituras pero nada conocen de la persona del Salvador. Es lo que hallamos aquí: El velo está sobre la faz de Moisés que habría podido darles razón de la gloria de Dios; está sobre las Escrituras que les habrían hecho conocer a Cristo y, aun otra cosa: ¡el velo está sobre sus propios corazones! (versículo 16).
En cambio hoy, ¡qué diferencia! ¡Podemos considerar a cara descubierta la gloria del Señor! El velo está quitado de la faz de nuestro Moisés, el Señor Jesús; podemos permanecer ante Él para contemplarle en plena libertad. Todo lo que Dios es, toda Su gloria ha sido manifestada en el Hijo del hombre y en el Hijo de Dios por la redención. El resultado de esta contemplación es que somos transformados en la misma imagen. ¡Bienaventurados los creyentes que entran con esta plena libertad, ante la faz descubierta de Jesucristo y están lo suficientemente ocupados con Sus perfecciones para reproducirlas en su marcha aquí! Tomad en cuenta estas palabras: “Por tanto nosotros todos mirando a cara descubierta”. No hay velo alguno sobre la faz de Jesucristo, ni tampoco sobre nuestro rostro. Nuestros ojos están ahora abiertos, los de Israel lo estarán más tarde según Isaías 29:18,18And in that day shall the deaf hear the words of the book, and the eyes of the blind shall see out of obscurity, and out of darkness. (Isaiah 29:18) y según nuestro pasaje (versículo 16): “Mas cuando se convirtieren al Señor el velo se quitará”.
Amados, Dios nos ha abierto los ojos, pero nosotros debemos tenerlos abiertos. Podríamos cerrarlos fácilmente; entre las manos de Satán, todo lo que hay en el mundo contribuye a cegarnos si no paramos cuenta. Entonces, perdiendo de vista la gloria de Dios, quedamos frenados y, lo que es peor, retrocedemos en nuestro desarrollo espiritual y el nombre de Cristo pronto es borrado de nuestros corazones para ser reemplazados por otras cosas que nos acreditan a los ojos del mundo.
Después de haber hablado de los judíos, el apóstol pasa a los gentiles o naciones (2 Corintios 4:1-61Therefore seeing we have this ministry, as we have received mercy, we faint not; 2But have renounced the hidden things of dishonesty, not walking in craftiness, nor handling the word of God deceitfully; but by manifestation of the truth commending ourselves to every man's conscience in the sight of God. 3But if our gospel be hid, it is hid to them that are lost: 4In whom the god of this world hath blinded the minds of them which believe not, lest the light of the glorious gospel of Christ, who is the image of God, should shine unto them. 5For we preach not ourselves, but Christ Jesus the Lord; and ourselves your servants for Jesus' sake. 6For God, who commanded the light to shine out of darkness, hath shined in our hearts, to give the light of the knowledge of the glory of God in the face of Jesus Christ. (2 Corinthians 4:1‑6)). “Encomendándonos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios”. Pablo haciendo lo contrario de lo que Moisés había tenido que hacer: Radiante de la gloria que contemplaba en la faz de Jesucristo, se presentaba ante el mundo, llevando sobre su rostro, como Esteban, el reflejo de esta gloria, fruto de la obra de gracia cumplida por los pecadores: “Que si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto, en los cuales el dios de este siglo cegó los entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es imagen de Dios” (versículos 3-4). ¿Cómo han recibido las naciones el Evangelio? También hay un velo sobre sus corazones. ¿No lo constatamos acaso en el mundo que nos rodea y que llevando el nombre de Cristo es enteramente extraño al Evangelio de Su gloria? En efecto, Satán ha logrado poner un espeso velo sobre el corazón de los hombres que se hallan en contacto con la plena luz del Evangelio.
El apóstol (versículo 6) era un vaso de elección destinado a llevar el Evangelio al mundo. Dios había hecho, en relación con él, una cosa maravillosa, infinitamente más grande que la misma creación del mundo —y ciertamente la creación del mundo no es una cosa sin consecuencias!—. Después de la creación, cuando “las tinieblas estaban sobre la faz del abismo ... ”, Dios dijo: “sea la luz” y fue la luz. La luz atraviesa las tinieblas y desde este momento brilla. Pero tocante al corazón del hombre: “y la luz en las tinieblas resplandece, mas las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1:55And the light shineth in darkness; and the darkness comprehended it not. (John 1:5)). El apóstol describe el estado de su corazón desde su conversión: “porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. La luz de Dios, más radiante que la del sol de la creación, ha resplandecido en el corazón de Saulo de Tarso y paralelamente también en las tinieblas de nuestros corazones, para manifestarse allí, en toda su plenitud. Es una nueva creación, tan superior a la primera, como el cielo es superior a la tierra, una creación que no tiene por teatro el mundo entero, sino el pobre corazón del hombre débil y tenebroso, estrecho y limitado, el cual Dios ha hecha tal, capacitándolo para contenerle, así como toda la luz de Su gloria resplandeciendo en la faz de un hombre. Las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas. Todo lo que Dios es en amor ha venido a habitar en el corazón de un hombre a fin de resplandecer. ¿Pero con qué fin? No a fin de que el apóstol (y nosotros también) la guarde para sí, sino para que brille y resplandezca sobre todos aquellos los cuales el ministerio de Cristo la presente. Sin duda que el apóstol goza profundamente para sí, y espero que nosotros también, pero el fin de la luz es resplandecer hacia afuera, aunque al propio tiempo llene de su resplandor los corazones en los cuales vino a brillar.
Concédanos el Señor saber apreciar esta inmensa gracia. Aunque seamos débiles y sin ser vasos de elección como el apóstol, Dios nos ha hecho depositarios de todo lo que Él es, en la persona de Cristo, a fin de que le manifestemos exteriormente en nuestra vida y que nuestras almas sean atraídas al conocimiento de Su Persona o que otras sean animadas por nosotros al camino de la fe y del testimonio.