El siguiente capítulo, 2 Tesalonicenses 3, cierra la epístola con diversos deseos y una oración por ellos para que el Señor dirija sus corazones al amor de Dios y a la paciencia de Cristo. La nota clave se mantiene así desde el primero hasta el último. Como Cristo espera venir, así debemos hacerlo nosotros, para que podamos encontrarnos con Él entonces. Pero el Apóstol no tendría esta esperanza ni el Señor mismo deshonrado por el reproche de los caminos desordenados. Y así, en ninguna parte ordena más el deber de la industria honorable, apelando a su propio ejemplo, que en las epístolas que más insisten en la venida de Cristo como la esperanza próxima y constante del cristiano. Si alguno pervertía tal verdad, o cualquier otra, a la ociosidad y el desorden, debía ser marcado como indigno de la compañía cristiana, no por supuesto considerado un enemigo (como los malvados o herejes), sino amonestado como un hermano. La ociosidad es fructífera de desorden y enemiga de paz, que el Apóstol deseaba para ellos del Señor de la paz misma siempre y en todos los sentidos.
¡Que prestemos atención seriamente a la verdad y a su aplicación inmediata a nuestras conciencias y caminos! Que Dios nos dé energía tranquila sin inquietud ni emoción, pero tanto más tranquilamente, debido a la cercanía realizada del regreso del Señor, y las solemnes consecuencias para toda la humanidad Oh por un celo ferviente y ardiente; por abnegación del amor; por corazones dedicados a Cristo, que podrían advertir a los hombres de su inminente destrucción, para que, si no han sido ganados por Su amor, al menos puedan temblar ante la ruina inextricable sin esperanza en la que su incredulidad pronto los dejará para siempre.