3 Juan: El recibimiento de los verdaderos siervos de Dios

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1. La tercera epístola de Juan

La tercera epístola de Juan

Introducción
La tercera epístola complementa a la segunda de muchas maneras. En la segunda epístola, se nos habla de aquellos a quienes no deberíamos recibir ni tener comunión con ellos, y en la tercera epístola, se nos dice a quienes debemos recibir y tener comunión con ellos. Por lo tanto, una puerta cerrada caracteriza la epístola anterior, porque tiene que ver con el cómo debemos tratar a los maestros malvados; mientras que una puerta abierta caracteriza la tercera epístola, porque tiene que ver con el cómo debemos tratar a los verdaderos siervos del Señor quienes traen la verdad. En pocas palabras, todos aquellos quienes sostienen error respecto a la Persona de Cristo deben ser rechazados, y todos aquellos que enseñan la verdad respecto a Su Persona y obra deben ser recibidos y ayudados de cualquier manera en que podamos asistirlos. Por consiguiente, el hermano W. Kelly dijo, “La palabra clave de la tercera epístola es ‘recibir’, como las palabras claves de la segunda son ‘no recibir’” (Exposición de las Epístolas de Juan, p. 408). Por lo tanto, las dos epístolas se compensan la una a la otra.
Esta es la única epístola “tercera” en la Biblia. Si las “segundas” epístolas asumen la ruptura y ruina del testimonio cristiano, la existencia de una tercera epístola sugiera que las condiciones de ruina descritas en las segundas epístolas han progresado. En esta tercera epístola, tenemos una situación en una asamblea en la cual ésta ha perdido su poder para hacer frente al mal que está en medio. Un hombre se había levantado y tomado el control de la asamblea y la estaba usando para alcanzar sus propios y egoístas intereses, y la asamblea no tenía poder administrativo para enfrentarlo. Bajo condiciones normales, si un hombre así se levantara de tal manera, la asamblea lo frenaría y lo vigilaría a partir de ese momento. Pero en este caso, las cosas estaban en un estado tan débil que no había poder moral ni espiritual en la asamblea para frenar al hombre. El apóstol Juan le escribe a Gaio para aconsejarlo respecto a esta problemática situación.
Tres hombres son mencionados en esta epístola: Gaio, Diótrefes y Demetrio. Cada uno sirve para darnos una lección sobre cómo debemos andar en nuestras asambleas locales en los últimos días del testimonio cristiano.
Gaio
Versículo 1.— Juan abre con el saludo: “El anciano al muy amado Gaio, al cual yo amo en verdad”. Como en la segunda epístola Juan no se identifica, pero el estilo de la escritura es suya inconfundiblemente. A diferencia de la segunda epístola, la persona a quien Juan le escribe es nombrada; es dirigida “al muy amado Gaio”. Su nombre aparece cinto veces en las Escrituras (Hechos 19:29; 20:4; Romanos 16:23; 1 Corintios 1:14; 3 Juan 1), pero no se sabe si todas las referencias que llevan este nombre se refieren a la misma persona.
Vemos en Gaio a un santo de mente espiritual cuyos intereses estaban centrados en el Señor y en Su pueblo. ¡Que loable! No es sorpresa que Juan dijera que lo amaba “en verdad”. La verdad ocupa un lugar destacado en la epístola. Hay:
•  Amor en verdad (versículo 1).
•  Mantenerse firme en la verdad (versículo 3a).
•  Andar en la verdad (versículos 3b, 4).
•  Cooperar a la verdad (versículo 8).
•  Tener un buen testimonio de la verdad (versículo 12).
Versículo 2.— Antes de elogiarlo por sus labores de ayuda a los siervos del Señor, Juan menciona su preocupación por la salud de Gaio. Dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas cosas, y que tengas salud, así como tu alma está en prosperidad”. Vemos aquí la tierna preocupación del apóstol por el bienestar personal de Gaio. Nos enseña que deberíamos cuidarnos genuinamente los unos a los otros a un nivel natural, como también a un nivel espiritual. Mientras que la salud física de Gaio estaba fallando, su salud espiritual era buena. En estos últimos tiempos, ¡es a menudo al contrario! El deseo de Juan era que la salud física de Gaio fuera igual de buena a su salud espiritual porque necesitaba buena salud para poder llevar a cabo su ministerio de ayudar a los siervos del Señor.
Versículos 3-4.— Entonces Juan elogia a Gaio por andar en la verdad. Dice: “Ciertamente me gocé mucho cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, así como tú andas en la verdad. No tengo yo mayor gozo que éste, el oír que mis hijos andan en la verdad”. Los siervos del Señor que circulaban entre los santos reportaron a Juan la benevolencia de Gaio, y Juan menciona esto como prueba viviente de que la verdad está “en” él. No solo aprendió la verdad, sino que se volvió una parte integral de él, y por lo tanto gobernaba en su vida. De ahí que Juan hable de él como “reteniendo firme a la verdad” y “andando en la verdad” (traducción J. N. Darby).
Incluyendo a Gaio entre los que Juan califica como “mis hijos” sugiera que Gaio podría haber sido uno de los conversos de Juan. Pablo habla de Timoteo, Tito y Onésimo de manera similar (1 Timoteo 1:2; 2 Timoteo 1:2; Tito 1:4; Filemón 9); Pedro también habla así de Juan Marcos (1 Pedro 5:13).
Versículos 5-8.— Gaio no solo amaba la verdad, también amaba a los hermanos. Esto era expresado en su hospitalidad. Juan lo elogia por su buen hacer, indicando: “Amado, fielmente haces todo lo que haces para con los hermanos, y con los extranjeros, los cuales han dado testimonio de tu amor en presencia de la iglesia: á los cuales si ayudares como conviene según Dios, harás bien. Porque ellos partieron por amor de su nombre, no tomando nada de los Gentiles”. Gaio amaba a los santos y quería verlos edificados en la verdad, y así, usó sus recursos materiales para ayudar a los que viajaban enseñando la verdad. No hay indicio de que él mismo tuviera un don para el ministerio público de la Palabra, pero trató de ayudar a los que lo tenían. Esto es loable.
Las traducciones Reina-Valera del versículo 5 parecen indicar que había dos clases de santos a los cuales Gaio ministraba: hermanos y extranjeros. Pero mejores traducciones, como la LBLA, traducen el versículo como: “los hermanos, y sobre todo cuando se trata de extraños”, indicando una sola clase. Eran hermanos que eran extranjeros en esa zona. Estos extranjeros eran siervos del Señor que iban al exterior predicando el evangelio y enseñando la verdad, y Gaio mostró hospitalidad hacia ellos. Él siguió la exhortación dada en Hebreos 13:2: “No os olvidéis de mostrar hospitalidad a extraños” (LBLA, nota al pie de página). Estos ministros itinerantes de la Palabra dieron testimonio del amor de Gaio “en presencia de la iglesia”, y Juan lo alentó a continuar en ese buen trabajo de ministrar a sus necesidades temporales “según Dios”.
Estos hermanos partieron con fe, confiando en que el Señor les sostendría. Entendieron que no debían tomar “nada” de los gentiles entre los que iban predicando, para no falsear la gracia de Dios ante los ojos del mundo. Tal práctica podría haber dado a los perdidos el falso fundamento en el cual descansar pensando que podrían ganar la salvación y favor de Dios con buenas obras (Romanos 4:4-5; Efesios 2:8-9; Tito 3:5). La práctica de estos siervos de “no tomar nada de los gentiles” es ilustrada en el rechazo de Eliseo a los dones de Naamán (2 Reyes 5:5,15-16). Las Escrituras indican que estos siervos del Señor deben ser apoyados por los santos (1 Corintios 9:1-18; Gálatas 6:6; Filipenses 4:11-12; Hebreos 13:16). Esto es lo que Gaio estaba haciendo. Las campañas de recaudación de fondos en la cristiandad evangélica de la actualidad ignoran este principio; muchos ruegan a menudo por apoyo financiero de audiencias mixtas de personas salvas y perdidas. Todo este tipo de actividades son reprendidas por el trato del Señor con Giezi quien corrió tras Naamán y recibió de él talentos y mudas de ropa; al hacerlo se convirtió en leproso (2 Reyes 5:20-27).
Juan añade: “Nosotros, pues, debemos recibir á los tales, para que seamos cooperadores á la verdad” (versículo 8). Al decir “nosotros”, Juan estaba indicando que todos los santos deben participar en este ministerio en la medida de sus posibilidades, y no dejarlo a unos pocos, como suele ser la tendencia. Vemos de esto que la verdad y el amor marcaron la vida de Gaio, y los santos de todas partes se beneficiaron de ello.
Diótrefes
Versículos 9-10.— En marcado contraste con la conducta de Gaio, Juan menciona a Diótrefes. Dice: “Yo he escrito á la iglesia: mas Diótrefes, que ama tener el primado entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo viniere, recordaré las obras que hace parlando con palabras maliciosas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe á los hermanos, y prohíbe á los que los quieren recibir, y los echa de la iglesia”. El hermano H. Smith dijo, “Si en Gaio tenemos un bello ejemplo de un santo gobernado por la verdad, en Diótrefes tenemos una solemne advertencia de la forma en que toda la vida cristiana puede verse empañada por la vanidad no juzgada de la carne” (The Epistles of John, página 43).
Diótrefes no consideró al apóstol Juan, y en lugar de recibir a los siervos itinerantes del Señor, los rechazaba, y prohibía a los que, como Gaio, los recibían, ¡incluso hasta el punto de expulsarlos de la asamblea! Es claro que era un hombre celoso. Veía a Juan y a los hermanos que iban ministrando la Palabra como rivales a los que había que acabar. Le molestaba cualquier ministerio externo de los que viajaban; lo veía como una interferencia. El hermano F. B. Hole sugiere que la razón por la que rechazaba a estos hermanos es que los veía como “hombres sin autorización, y que él defendía lo que era ordenado y oficial”, pero en realidad solo era un caso de celos (Epistles, vol. 3, página 194).
Diótrefes era un anciano que se había salido de control. El hombre era “un pequeño papa” que pretendía controlar todo y a todos en la asamblea. Estaba haciendo lo que el apóstol Pedro advirtió a los ancianos que no hicieran: estaba enseñoreándose del rebaño (1 Pedro 5:3). Inflado de orgullo y prepotencia, ¡tenía la idea de que el rebaño de Dios era su rebaño! Gaio se caracterizó por amor, pero este hombre fue marcado por otro tipo de amor totalmente diferente, era el amor a sí mismo. Juan dice: Él “ama tener el primado”. Lamentablemente, a través de los años muchos han seguido el ejemplo de Diótrefes de egoísmo, y en consecuencia se han desgarrado asambleas. Seamos advertidos.
Los males que marcaron a Diótrefes
•  Prepotencia: amaba tener el primado.
•  Menospreció la autoridad apostólica al ocultar una carta del apóstol Juan para los hermanos.
•  Acusó injustamente a Juan y a aquellos que trabajaban con él con palabras maliciosas.
•  Se opuso al testimonio activo en el evangelio negándose a ayudar a los que habían salido a trabajar en la palabra y la doctrina.
•  Puso trabas a los que querían recibir a los obreros viajantes.
•  Actuando unilateralmente, excomulgó a los hermanos que se interpusieron en su camino.
Podríamos preguntarnos porqué Juan no le dijo a Gaio que reuniera a los hermanos y enfrentaran al hombre, y lo pusieran en disciplina. Anteriormente, cuando las cosas en la casa de Dios estaban más ordenadas, esto se podría haber hecho, pero las condiciones eran tales en esta asamblea que no había poder moral para hacerlo. Todos los que se enfrentaron a Diótrefes fueron excomulgados de la asamblea, y estando afuera, ya no podían ser de ayuda en la asamblea. Por lo tanto, tener un enfrentamiento no era la respuesta, tales confrontaciones solo resultan en más víctimas. Por eso, Juan no le dice a Gaio que luche contra Diótrefes. Luchar contra un hombre carnal puede dar lugar a que la carne en nosotros se levante, y no podemos usar la carne para tratar con la carne. ¡Esto sería como intentar apagar un incendio con un balde de gasolina! Juan tampoco le dice a Gaio que se vaya y busque otra asamblea en otra localidad. Tal acción no manifiesta amor genuino y preocupación por el rebaño. El Señor dijo que un “asalariado” deja el rebaño cuando los tiempos son difíciles, porque “no tiene cuidado de las ovejas” (Zacarías 11:17; Juan 10:12-13). Irse no era la respuesta.
Juan prometió venir “en breve” (versículo 14) para tratar con Diótrefes con juicio apostólico, porque él, como Pablo (1 Corintios 4:21; 2 Corintios 1:23), tenía autoridad apostólica del Señor y podía ejercer juicio en una asamblea, si era necesario. Si Juan llegó allí o no, no lo sabemos; era un hombre muy anciano en ese momento, pero con esta promesa en la mano, Gaio y los hermanos debían esperar la llegada de Juan. Lo que debemos deducir de esto es que cuando existan condiciones donde no queda poder moral en la asamblea para tratar con personas como Diótrefes, debemos confiar en el Señor y esperar a que Él intervenga. Por supuesto, no podemos esperar a que venga un apóstol y organice las cosas por nosotros, porque no hay apóstoles en la tierra en la actualidad. Pero el Señor puede intervenir providencialmente y tratar la situación (1 Corintios 11:30; 2 Timoteo 4:14; 1 Juan 5:16), cuando nos hemos humillado en cuanto a nuestro bajo estado que ha permitido que tal situación se desarrolle en primer lugar. Esto lo vemos en los discursos del Señor a las siete iglesias. Cuando el ángel de la iglesia (los lideres responsables) en Tiatira no quiso, o no pudo, tratar con Jezabel, el Señor (siendo Hijo sobre la casa de Dios; Hebreos 3:6), prometió intervenir y juzgarla a ella y a sus hijos (Apocalipsis 2:22-23).
Versículo 11.— Así, Gaio y los hermanos no debían hundirse en el desánimo ante las malas acciones de Diótrefes, sino esperar a que el Señor interviniera, ya fuera por medio de la llegada de Juan o por el trato directo del Señor con él. Mientras tanto, ellos debían “vencer con el bien el mal” (Romanos 12:21). Juan dice: “Amado, no imites lo malo sino lo bueno” (LBLA). En el contexto de la situación que enfrentaban Gaio y los hermanos, enfrentar a Diótrefes bajo los mismos principios que él actuaba sería seguir el mal. Tal acción no tendría la bendición del Señor. Juan deseaba que los santos allí continuaran con sus buenas obras, a pesar de que sería de mucho disgusto para Diótrefes.
En el típico estilo abstracto de Juan, resume las cosas en absolutos, es decir, lo que caracteriza a los que son verdaderos y a los que son falsos. Dice: “El que hace bien es de Dios: mas el que hace mal, no ha visto á Dios”.
Demetrio
Versículo 12.— Juan entonces señala a Demetrio como ejemplo que nosotros debemos seguir. Dice: “Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la misma verdad: y también nosotros damos testimonio; y vosotros habéis conocido que nuestro testimonio es verdadero”. Tener buen testimonio de “todos” es bastante increíble. Necesariamente esto incluiría a Diótrefes, ¿no es así? No es que Diótrefes aprobara Demetrio; ¡la única persona que él aprobaba era a sí mismo! Era que Demetrio se comportaba de tal manera que Diótrefes no pudo encontrar nada en su contra. El hecho de que Demetrio tuviera buen testimonio, no solo entre los hombres, sino también de “la misma verdad”, significa que él no cedió en ninguna parte de la verdad al vivir ante el tirano. Se rehusó a dejarse engatusar o atemorizar para que no hiciera lo que creía que el Señor quería que hiciera. No se iría, ni lucharía. Siguió tranquilamente con el Señor, y esto contó con la aprobación del apóstol. Él es nuestro modelo en estas situaciones. La lección aquí es que debemos enfrentar a los que son como Diótrefes con el espíritu de Demetrio, mientras esperamos a que el Señor intervenga.
Saludos finales
Versículos 13-14.— Juan tenía más para decir, pero pensó que sería mejor dejarlo para una visita personal que planeaba hacer “en breve”. Sus saludos finales indican que él anhelaba comunión cristiana, no solo con Gaio, sino con todos “los amigos” que estaban allí. Cierra con: “Saluda tú á los amigos por nombre”. Esto no incluía a Diótrefes; él era un creyente, pero no un amigo de Juan, ni de la verdad. El Señor definió lo que un verdadero amigo era: uno que hacía lo que Él mandaba (Juan 15:14).
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Publicado por:
CHRISTIAN TRUTH PUBLISHING
9-B Appledale Road
Hamer Bay (Mactier), ON P0C 1H0
CANADÁ
Primera edición en inglés: mayo de 2019
Primera edición en español: agosto de 2024
VERSIÓN 1.0
Nota: La mayoría de las Escrituras citadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina-Valera Antigua. Aunque la mayoría de los lectores probablemente están más familiarizados con la versión de 1960, ésta tiene derechos de autor, por lo que hemos utilizado la Antigua versión. En las instancias donde la Antigua versión no provee el sentido correcto, se ha usado La Biblia de las Américas (LBLA) o se han traducido pasajes de las traducciones de King James, J. N. Darby, o W. Kelly para ayudar a transmitir los pensamientos de la obra original en inglés. Estas versiones, en especial la de J. N. Darby, son fieles traducciones de los idiomas originales.
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