El Dragón
(Apocalipsis 11:19–12)
En la anterior división de Apocalipsis, del capítulo 6 al 11:18, hemos tenido un desarrollo profético de una serie de juicios que tendrán lugar sobre la tierra entre el arrebatamiento de la iglesia y la manifestación de Cristo para reclamar Su reino.
En la división que sigue, del capítulo 11:19 hasta el capítulo 19:10, se nos dan detalles tocantes a líderes, y a grandes acontecimientos en el cielo y en la tierra durante este tiempo solemne. Luego, acabada esta división parentética, tenemos en la división que sigue, desde el capítulo 19:11 hasta 21:8, el desarrollo del futuro de nuevo continuado desde la aparición de Cristo y hasta el estado eterno.
En la sección inicial de esta nueva división, capítulo 11:19 hasta el fin del capítulo 13, pasan ante nosotros los impulsores principales de la oposición a Dios, a Cristo y a Su pueblo, durante el período de los tres Ayes, o últimos tres juicios de las trompetas, un período, como hemos aprendido, de tres años y medio que precederán inmediatamente a la manifestación de Cristo. Durante este tiempo terrible, cuando llegará toda maldad a su culminación, habrá una trinidad de maldad al frente—el dragón, o Satanás (cap. 12); la primera bestia, o cabeza del Imperio Romano avivado (13:1-10); y la segunda bestia, o Anticristo (13:11-18).
(11:19) Esta división de Apocalipsis parecería mejor comenzarla desde el último versículo del capítulo 11, como introducción de las escenas que siguen. En este versículo tenemos una indicación simbólica de que Dios está a punto de reanudar Sus tratos públicos con la nación de Israel, porque vemos el templo de Dios abierto en el cielo y descubrimos el arca del pacto. Sabemos por el Antiguo Testamento que el templo habla de la morada de Dios, y el arca de la misma presencia de Dios, en medio de Su pueblo terrenal. ¿No nos dice esta visión que a pesar de la larga historia de fracasos de Israel, Dios permanece fiel a Su pacto con Su antiguo pueblo? Hubo un tiempo en que el arca estaba en el templo sobre la tierra, testimonio del pacto de Dios con Israel y prenda de Su presencia en medio de ellos. Debido a la idolatría de la nación, el templo fue destruido y quitada el arca del pacto; y aunque el templo fue reconstruido después de la cautividad, sin embargo el arca, el testimonio de la presencia inmediata de Dios, jamás fue restaurada. Ahora vemos que el arca había permanecido, por así decirlo, en el cielo, y por ello permanece el pacto con Israel; aunque debido al mal estado de ellos no ha habido testimonio público de esto sobre la tierra durante largos siglos. Fue un secreto abrigado en el cielo para ser desvelado para consolación de un piadoso remanente en Israel en la época en que Dios vuelva de nuevo a llevar a la nación a la bendición.
(12:12) De acuerdo con la visión del templo y del arca, Israel viene en el acto ante nosotros bajo la figura de una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y con una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Esta visión es simbólica, no de la nación de Israel en su fracaso, como se ve en la historia, sino de Israel según el propósito de Dios, tal como la ve el cielo. Así, la mujer es mencionada como una gran señal en el cielo. Es la visión que hay en el cielo de Israel. Vestida del sol expone ciertamente la supremacía de Israel sobre las naciones. La luna bajo sus pies implicaría que toda otra autoridad entre las naciones se derivará de Israel y estará subordinada a ella. La corona de doce estrellas puede referirse a la administración de las doce tribus.
(Vv. 35) Sigue una visión histórica de Israel como la nación de la que nació Cristo al mundo, y de las circunstancias en las que vino. La mujer con dolores de parto recuerda los padecimientos que pasó la nación antes del nacimiento de Cristo. Todo había fracasado—el pueblo, los sacerdotes y los reyes—e Israel había ido a la cautividad en medio de todas las circunstancias de humillación, padecimiento y dolor. Se había restaurado un remanente, sólo para recaer en una muerta formalidad. Cuando finalmente llegó el momento del nacimiento de Cristo, sólo había un dolorido remanente, en medio de una nación sometida y pisoteada, que esperaba la redención en Jerusalén. En medio de todas estas humillaciones finalmente surge el clamor: «¡Un niño nos ha nacido!»
Este gran acontecimiento hace manifestarse en el acto al gran enemigo de Cristo. Si había un remanente piadoso, esperando anhelante la venida de Cristo y la redención de que iban a ser objeto, también estaba el gran enemigo esperando Su venida para intentar destruirle. Es acerca de este gran enemigo de Cristo y del hombre que se ocupa principalmente este capítulo.
No tenemos duda alguna de quién es el dragón. Es descrito en el versículo 9 como «la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás». Así, tras toda la maldad del hombre, que en los días anteriores a la venida de Cristo culminará llegando a su más terrible altura, se nos permite ver que Satanás será el impulsor principal. Se nos presentarán hombres malvados, pero son instrumentos de Satanás, que será el instigador de su maldad.
El dragón es contemplado en la visión como teniendo siete cabezas y diez cuernos, y siete coronas sobre sus cabezas. Estos términos son casi idénticos a los empleados para describir a la bestia, o cabeza del Imperio Romano, en el capítulo 13:1. Los símbolos, así, presentan a Satanás como identificado con el imperio, e intentando, por medio de su cabeza, obtener un poder universal sobre la tierra. Las siete cabezas sugieren la idea de un poder director completo, mientras que los diez cuernos sugieren los instrumentos por medio de los que ejerce su poder. El Imperio Romano, como sabemos, será avivado en una forma de diez reinos (Ap 17:12). Aquí, las coronas están sobre las cabezas. En el capítulo 13 están sobre los cuernos. Si se trata de la fuente de la autoridad regia del imperio, ésta se encuentra en Satanás; pero a los ojos de los hombres la autoridad regia es vista en los diez reyes; puede que sea por esta razón que en el capítulo 13:1 están coronados los cuernos.
Su cola que arrastró a una tercera parte del cielo puede constituir una alusión simbólica al falso profeta, o segunda bestia de Apocalipsis 13, así como las siete cabezas y los diez cuernos señalan a la primera bestia. Esto podemos deducirlo de un notable pasaje en Isaías 9:15, donde leemos: «El profeta que enseña mentira, es la cola.» Podemos así aprender que la cola representa la mortífera influencia espiritual que sigue a que la autoridad caiga en poder del diablo. Si la influencia de la primera bestia es la de llevar a los hombres bajo la sujeción a la tiranía de un dictador diabólico, la influencia de la segunda bestia terminará separando a los hombres de todo temor o conocimiento de Dios.
El Hijo varón es descrito como Aquel que ha de regir a todas las naciones con vara de hierro. Nadie puede poner en duda que este lenguaje sólo puede aplicarse a Cristo. En el momento en que oímos de la oposición del diablo, presentado como aquel que a lo largo de los siglos, desde el día en que apareció como la serpiente en el Huerto del Edén hasta que aparezca como el dragón en Apocalipsis, está mortalmente enfrentado a los derechos de Cristo. Querría usurpar el poder que pertenece a Cristo y que Cristo tiene destinado a blandir como gobernante de todas las naciones. Aspirando a esta autoridad universal, intentó devorar a Cristo cuando nació. La gran lucha que ha marcado a los siglos y que ha estado detrás de todos los conflictos de los hombres es: ¿Quién ha de tener el derecho universal sobre la tierra? ¿Cristo, o el diablo? El resultado no puede ponerse en duda ni por un momento, aunque pueda en ocasiones parecer que el diablo está triunfando.
La vida y la muerte del Señor Jesús son aquí pasadas por alto en silencio, y se nos dice que el hijo fue arrebatado al cielo. Aquí el tema no es la justa base de la bendición para los hombres que se encuentra en la cruz, sino el pacto de Dios con Israel y Sus caminos para llevar este pacto a su cumplimiento.
(V. 6) Al llegar a este punto pasamos de la historia a la profecía aún por cumplir. Desde la ascensión de Cristo hasta la gloria somos llevados en pensamiento a la huida de la mujer al desierto. No hay mención de los diecinueve siglos que han transcurrido y durante los que la iglesia ha estado siendo recogida del mundo. El número de días mencionados señalan de nuevo a la última media semana de las setenta semanas de Daniel. Aquí, entonces, vemos a la nación de Israel representada por un piadoso remanente que huirá al desierto durante los tres años y medio de la gran tribulación. Su huida es inmediatamente conectada con la ascensión de Cristo, porque todos sus sufrimientos se deberán a la ausencia de Cristo, así como cesarán con la manifestación de Cristo. El reino de la bestia transformará el mundo en un desierto para este piadoso remanente. Encontrarán su refugio y bendición en tomar su puesto fuera y aparte del mundo político y religioso de su tiempo con su terrible violencia y corrupción. Mantenerse aparte del sistema del mundo puede ciertamente involucrar sufrimiento, pero dará bendición espiritual, porque en el lugar afuera que Dios ha preparado, este remanente será alimentado durante mil doscientos sesenta días, del mismo modo que el Señor puede decir, por medio del profeta Oseas: «He aquí que yo la voy a seducir y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón» (Os 2:14).
Así como en el tiempo venidero la bendición de los piadosos se encontrará fuera de y en separación del mundo político y religioso, lo mismo en nuestro tiempo, cuando todo está dirigiéndose a la apostasía y rebelión contra Dios, el único verdadero puesto de bendición para el creyente está fuera del campamento, reunidos a Cristo. Es desde luego un lugar de vituperio, pero conducirá a una rica bendición espiritual.
(Vv. 7-11) Ahora se nos permite mirar detrás de las escenas sobre la tierra para aprender qué cosas van a tener lugar en el cielo. Puede parecer asombroso que Satanás tenga acceso a cielo, pero que así es en cierta manera queda evidente en el Libro de Job y otras escrituras del Antiguo Testamento. Además, aprendemos que llega el tiempo en que su poder será desafiado y será derribado del cielo; si queda roto su poder en el lugar más alto, sabe que tiene poco tiempo en la esfera inferior de la tierra. En el cielo, a lo largo de los siglos, ha sido el acusador de los hermanos; pero Cristo ha sido el abogado de ellos. Los pecados del pueblo de Dios que suscitan las acusaciones del diablo suscitan también la actividad de Cristo como defensor. Tienen ellos una perfecta respuesta a todas las acusaciones del diablo. Pueden reconocer, tristes y humillados, la verdad de sus acusaciones, pero apelan a la preciosa sangre que purifica de todo pecado. Libres así en su conciencia por la sangre, pueden mantener «la palabra de su testimonio», hasta la muerte.
(V. 12) Los cielos son llamados a regocijarse de que Satanás ha sido echado fuera, porque en este acontecimiento se ve que Dios está a punto de intervenir para la salvación de Su pueblo terrenal y establecer el reino de Dios bajo el gran poder de Cristo. Pero si la expulsión de Satanás trae gozo a los que moran en los cielos, será un Ay para los que moran en la tierra, porque el diablo, que sabe que tiene poco tiempo, estará lleno de ira.
(Vv. 13-17) La ira del diablo tendrá su mayor expresión contra la nación de Israel. Contra esta terrible persecución, durante el tiempo de la gran tribulación, la providencia de Dios abrirá un camino de escape para los piadosos. Su seguridad se encontrará en mantenerse apartados del mundo, según las propias palabras del Señor a Sus discípulos, cuando, contemplando este tiempo, les dijo: «Los que estén en Judea, huyan a los montes» (Mt 24:16-21).
La forma de la persecución de Satanás se simboliza mediante un torrente de agua que brota de la boca de la serpiente, denotando, probablemente, a las naciones en un terrible estado de conmoción, intentando barrer a los judíos de la faz de la tierra, como se significa con las palabras: «para que fuese arrastrada por el río». «La tierra ayudó a la mujer» puede denotar que, en los caminos providenciales de Dios, habrá alguna mitigación de esta implacable persecución por parte de las secciones más ordenadas y civilizadas del mundo. Como siempre, lo que suscita la oposición de Satanás será que el remanente obedece a Dios y tiene el testimonio de Jesús.