Las Bestias
(Apocalipsis 13)
Los cuarenta y dos meses del versículo 5, o tres y medio años, indican claramente que los acontecimientos predichos en este capítulo tendrán lugar durante la última media semana de las setenta semanas de Daniel—el período inmediatamente anterior a la manifestación y reino de Cristo. Por el capítulo anterior aprendemos que durante este tiempo terrible, cuando la maldad del hombre alcanza su cima, el gran poder detrás de todo el mal será el diablo. En este capítulo vemos los dos grandes instrumentos de mal que el diablo empleará y que aparecerán ante el mundo, simbolizados por dos bestias. La primera bestia representa claramente el poder político o Imperio Romano avivado que encuentra expresión en su cabeza (vv. 1-10). La segunda bestia, o poder religioso, es ciertamente el Anticristo o falso profeta (vv. 11-18).
(V. 1) En esta visión, Juan ve a la primera bestia surgir del mar. Como símbolo, el agitado mar es a menudo empleado para denotar a las naciones en una condición de desorden y revolución. ¿No hemos de aprender entonces que surgirá un gran poder imperial de en medio de una condición de anarquía y confusión, cuyas características se exponen bajo la figura de una bestia «que tenía diez cuernos y siete cabezas; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo»?
La destacada figura de este poder será que, como una bestia, actuará sin tener en absoluto en cuenta a Dios. En base de la profecía en Daniel 7:7-87After this I saw in the night visions, and behold a fourth beast, dreadful and terrible, and strong exceedingly; and it had great iron teeth: it devoured and brake in pieces, and stamped the residue with the feet of it: and it was diverse from all the beasts that were before it; and it had ten horns. 8I considered the horns, and, behold, there came up among them another little horn, before whom there were three of the first horns plucked up by the roots: and, behold, in this horn were eyes like the eyes of man, and a mouth speaking great things. (Daniel 7:7‑8), y también por la luz adicional dada por Apocalipsis 17:8-13, podemos llegar a la conclusión de que esta bestia exhibe al Imperio Romano avivado. Las profecías de Daniel, bajo las figuras de cuatro bestias, predicen los cuatro grandes imperios mundiales que ejercerán el gobierno durante los tiempos de los gentiles. El primero de estos imperios es asemejado a un león; el segundo a un oso; del tercero se dice que es semejante a un leopardo. En cuanto a la cuarta bestia, Daniel no puede encontrar nada en la naturaleza a lo que poder asemejarla. La describe como «espantosa y terrible» y «diferente de todas las bestias que vi antes de ella». Además, dice, «tenía diez cuernos». En este capítulo de Apocalipsis tenemos otra vez una bestia con diez cuernos, y en el capítulo diecisiete esta bestia de diez cuernos y siete cabezas es conectada con «siete montes». ¿No es evidente que todas estas escrituras se refieren a la misma bestia, y que este poder imperial es el Imperio Romano avivado con su centro en Roma, la ciudad de las siete colinas? Sobre las siete cabezas Juan ve nombres de blasfemia que indican que este último imperio mundial no sólo será ignorante de Dios, como una bestia, sino que será deliberadamente contrario a Dios.
(V. 2) Además, la bestia que Juan ve es asemejada a un leopardo, un oso y un león. Es evidente, por tanto, que este último imperio mundial durante los tiempos de los gentiles reunirá y combinará en sí mismo todos los rasgos de maldad de los tres primeros imperios mundiales. Además, aprendemos que este último imperio tendrá una fuente satánica directa, porque el poder de su trono y autoridad se derivan del dragón, que, como sabemos por el último capítulo, es la «vieja serpiente», «el diablo y Satanás».
(Vv. 3-4) Por Apocalipsis 17:9-10 aprendemos que las siete cabezas no sólo denotan siete montes, sino también «siete reyes» o formas de gobierno. Juan ve una de estas cabezas herida de muerte, lo que indudablemente denota la destrucción del poder imperial de Roma, lo cual, como sabemos por la historia, ha llevado a la rotura del Imperio Romano como poder político mundial durante muchos siglos. En base de esta Escritura y de Apocalipsis 17, aprendemos que este imperio será avivado como se denota en la curación de la herida mortal. Este avivamiento será una maravilla para todo el mundo y suscitará una admiración por un poder con el que no se puede comparar ningún otro, y con el que nadie osará hacer la guerra. Sin embargo, alabar y loar este imperio será en realidad adorar al diablo.
(Vv. 5-7) En los versículos que siguen se nos permite ver las marcas destacadas de este imperio avivado, personificado en su cabeza. En primer lugar, la cabeza de este imperio, como todos los otros dictadores que intentan gobernar el mundo, querrá sobre todas las cosas exaltarse y jactarse en sí mismo, como leemos, porque tendrá «una boca [para hablar] palabras arrogantes y blasfemias».
Segundo, tras la boca que se jacta con arrogancia habrá un corazón que aborrece a Dios, porque abrirá «su boca en blasfemias contra Dios».
Tercero, el que aborrece a Dios se opondrá al pueblo de Dios, porque leemos que hará «guerra contra los santos», y, por un tiempo estrictamente limitado, se le permitirá vencerlos.
Cuarto, por un cierto tiempo, se permitirá a este terrible poder que ejerza una influencia universal sobre los hombres, porque se le dará poder «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».
(V. 8) Luego se nos presenta el terrible efecto de este poder sobre «todos los moradores de la tierra». Los que tengan todos sus pensamientos y deseos centrados en la tierra, y quieran excluir totalmente toda creencia en Dios o en el más allá, se deleitarán en encontrar a un líder de un poder irresistible que se oponga a Dios y a Sus santos. Adorarán con agrado a este instrumento de Satanás, demostrando ciertamente que no están entre aquellos cuyos nombres han sido escritos desde la fundación del mundo en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado.
(Vv. 9-10) Sigue una solemne advertencia: «Si alguno tiene oído, oiga.» Si tenemos fe para creer en Dios, prestemos atención a lo que dice Dios, cuando nos dice que el que lleva a otros a cautividad llegará al final a ser él cautivo; y que a su tiempo, quien mata a espada, al final llegará a un fin violento. Esta solemne certidumbre de que el juicio alcanzará finalmente a los malvados capacita a los santos para esperar pacientes y con fe en Dios, que Él hará frente a los malvados y asegurará la bendición de Su pueblo perseguido.
(Vv. 11-18) En los versículos restantes del capítulo tenemos la visión de una segunda bestia que Juan ve subiendo de la tierra, lo que denota una condición ordenada de la sociedad en contraste con la primera bestia que surge del mar, el símbolo de la sociedad en una condición de confusión y anarquía.
En la visión, esta bestia tiene dos cuernos como un cordero. ¿No es esto la pretensión de parecerse a Cristo y de buscar de este modo asumir el puesto de un líder religioso, así como la primera bestia asume la posición de líder político? Sin embargo, aunque tiene la apariencia de un cordero, habla como un dragón. Lo mismo que la primera bestia, será un activo instrumento del diablo.
Una comparación de la descripción de esta bestia con la del «hombre de pecado» descrito en la Segunda Epístola a los Tesalonicenses 2:3-12 llevará a la conclusión de que ambos pasajes describen a la misma persona, y que presentan igualmente al Anticristo predicho por el apóstol Juan en su epístola como quien iba a aparecer al final de la edad (1 Jn 2:18). Es sólo en la Epístola de Juan que se designa al Anticristo por este nombre. Ahí su carácter es totalmente religioso y es presentado como un apóstata herético que niega verdades fundamentales en cuanto a las Personas Divinas en relación tanto con el judaísmo como con el cristianismo. Niega que Jesús sea el Cristo—la esperanza del judío; además, niega al Padre y al Hijo, la revelación fundamental del cristianismo.
Por la mención del templo en 2 Tesalonicenses 2 podemos deducir que esta segunda bestia, o guía religioso, tendrá su sede en Jerusalén; mientras que la primera bestia, o líder político, tendrá su centro en Occidente, en la ciudad de las siete colinas, Roma.
Esta segunda bestia, bajo el poder de Satanás, empleará su autoridad para conducir a los que moran sobre la tierra para dejar totalmente de lado todo temor de Dios, exaltando al hombre como objeto de culto. Habiendo rehusado a Cristo, estos moradores de la tierra serán engañados por medio de los milagros que este hombre podrá llevar a cabo. Como resultado, se establecerá la forma más crasa de idolatría que haya conocido el mundo en el mismo ámbito que había tenido en el pasado la luz del cristianismo. La primera bestia, mientras que asombrará al mundo avivando el Imperio Romano, aparentemente no hará ningún milagro. Esta segunda bestia, energizada por Satanás, hace grandes maravillas, hasta hacer que descienda fuego del cielo. Elías, en su época, recibió poder de Dios para hacer descender fuego del cielo para dar testimonio del verdadero Dios y denunciar el culto a un ídolo. Lo que Elías hizo por el poder de Dios, el Anticristo lo imitará por el poder del diablo, para apartar del verdadero Dios a la adoración del ídolo o imagen de la bestia. En tiempos de Elías, cuando el fuego dejó en evidencia a los idólatras, los profetas de Baal fueron muertos. En los días venideros, quedando engañados los hombres por la maravilla del fuego del cielo para adorar al ídolo, los que rehúsen adorar a la imagen serán muertos (1 R 18:36-40).
Este malvado afirmará una autoridad religiosa universal sobre todos—pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos. Para imponer su autoridad, insistirá que se dé muestra pública de sometimiento a la primera bestia mediante una marca pública en la mano derecha y en la frente, sin la cual será humanamente imposible existir, porque sin esta marca nadie podrá comprar ni vender.
No parece haber ninguna indicación del sentido simbólico del número de la bestia. Indudablemente, quedará claro en el momento necesario. Mientras tanto, tenemos que cuidarnos de sacar deducciones que puedan exponernos a todas las imaginaciones de la mente humana.
Sabemos que la edad presente es designada por el Señor como «los tiempos de los gentiles» (Lc 21:24). Por la profecía de Daniel aprendemos que estos tiempos comenzaron cuando el gobierno del mundo fue quitado a los judíos, que habían caído en idolatría, y fue puesto en manos de los gentiles, representados por Nabucodonosor, a quien le fue dicho: «El Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad»; y allí donde moren hijos de hombres, le había sido «dado dominio sobre todo» (Dn 2:37-38).
¡Ay!, así como el judío se había desmoronado, igualmente los gentiles fallaron totalmente en el cumplimiento de la responsabilidad que Dios les había dado para que gobernasen el mundo. Este fracaso fue manifiesto desde el comienzo, porque Nabucodonosor, como otro autor ha dicho, «en lugar de conducirse con humildad como hombre delante de Dios—como ante Aquel que le había dado su poder—, por una parte, se exaltó a sí mismo, y por la otra, devastó el mundo para satisfacer su voluntad.»
Lo mismo que en el caso del primer líder de los gentiles, a lo largo de los siglos dictadores y demócratas han empleado diferentes formas de gobierno, en rebelión contra Dios y con una implacable crueldad contra los hombres, en su búsqueda de la propia exaltación y engrandecimiento. Se ha observado que a lo largo de los siglos el mundo ha estado tratando de controlar el mal y de rectificar atropellos, bien por medio de demócratas, bien por medio de dictadores. Por una parte, los hombres encuentran que la democracia pura es demasiado débil para controlar las pasiones de los hombres, y cuando el resultado del gobierno de demócratas puros ha sido una absoluta confusión, los hombres han buscado alivio sometiéndose a un dictador, así como la Revolución Francesa fue seguida por el establecimiento de Napoleón. Por otra parte, las naciones descubren pronto que el gobierno de los dictadores es demasiado represivo y que acaba con que a los hombres se les arrebata toda libertad. Esto lleva de nuevo a las naciones en movimiento pendular a una forma de democracia extremada.
La solemne realidad es que ni demócratas ni dictadores pueden controlar el poder del mal que está obrando bajo la superficie. El diablo es el príncipe de este mundo, y su poder, que lleva a los hombres a rebelarse contra Dios y a destruirse unos a otros por la tiranía y la guerra, es demasiado grande para que el hombre lo controle con su propio poder. No es asombroso, entonces, que los corazones de los hombres desmayarán «por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra» (Lc 21:26), y que empleen este proverbio: «Después de nosotros, el Diluvio». Pero, como se ha observado, esto es sólo una expresión exagerada de la importancia que se dan a sí mismos, y, podríamos añadir, una confesión de su impotencia por rectificar los males del mundo.
Por estos dos solemnes capítulos de Apocalipsis—el 12 y el 13—sabemos que los tiempos de los gentiles terminarán en la más terrible forma de dictadura que el mundo haya jamás conocido. La Cristiandad, que habrá apostatado de Dios, caerá en una absoluta anarquía y confusión, de la que los hombres buscarán alivio sometiéndose a un poder que, aunque energizado por Satanás y blasfemando contra Dios, podrá aparentemente poner fin a las guerras y sacar orden del caos, porque los hombres dirán: «¿Quién como la bestia, y quién puede luchar contra ella?» El resultado será que esta era terminará repitiendo la idolatría con la que comenzó, sólo que de una manera más terrible. Así como Nabucodonosor erigió su imagen de oro ante la que todos los hombres habían de postrarse y adorar, igualmente, en los últimos días, todos los moradores de la tierra tendrán que adorar la imagen de la bestia, o morir.
Los hombres están soñando con un «nuevo orden» que esperan introducir con sus esfuerzos y que conseguirá un mundo de paz y prosperidad. Pero, como alguien ha dicho: «En lugar de permitirnos esperar un progreso continuado del bien, hemos de esperar el progreso del mal. ... Hemos de esperar el mal, hasta que se vuelva tan flagrante que será necesario que el Señor lo juzgue. ... El Nuevo Testamento nos presenta constantemente el mal como en aumento hasta el fin, y que Satanás lo impulsará hasta que el Señor destruya su poder.»
Sin embargo, y por muy terrible que sea el fin de esta presente edad, el creyente puede afrontarlo con serenidad y paciencia, con fe en Dios, mientras espera la gloria que se encuentra al final. En el capítulo siguiente aprenderemos que hay Uno que puede vencer todo el poder del mal, asegurar la gloria de Dios y llevar a Su pueblo a la bendición prometida. Allí veremos al Hijo del Hombre con una corona de victoria sobre Su cabeza y la aguzada hoz del juicio en Su mano.