El Remanente
(Apocalipsis 14)
En los capítulos 12 y 13 se nos ha instruido acerca de las actividades de Satanás y de sus principales instrumentos durante los tres años y medio que ponen fin a la edad presente. En este terrible tiempo se permitirá que llegue a su culminación todo el mal que el hombre pueda inventar bajo la conducción de Satanás. Sin embargo, aprendemos ahora, en el capítulo 14, que durante este tiempo solemne, Dios, que es sobre todos, estará obrando consiguiéndose un pueblo para las bendiciones del reino y llevando a los malvados a juicio.
(Vv. 1-5) Desde los versículos iniciales de este capítulo aprendemos que Dios tendrá un fiel remanente de creyentes que serán preservados a través de los horrores que marcarán el reinado de las bestias. Este remanente nos es presentado en una visión que ve Juan de ciento cuarenta y cuatro mil santos, asociados con el Cordero en el monte de Sión. Como figura, Sión habla de la actuación de Dios en gracia soberana en relación con Israel, en contraste con Sus tratos bajo la ley en el monte de Sinaí (véase Salmo 78:65-68; He 12:18-22). ¿No expone toda esta escena, en forma simbólica, que en estos días finales Dios intervendrá en gracia soberana en favor de un piadoso remanente de los judíos, que serán redimidos de la tierra, asociados con Cristo como el Cordero sufriente, preservados a través de la persecución, para que lleguen a ser las primicias para Dios y el Cordero de la gran cosecha de almas que serán recogidas de las naciones para gozar de la gloria del reino de Cristo?
Este remanente dará testimonio público de Dios y del Cordero, porque, en contraste a los seguidores de la bestia, tendrán en sus frentes el Nombre del Cordero, y el Nombre de Su Padre. Aunque pasen a través de las miserias del mundo, tendrán el gozo del cielo, porque cantan un nuevo cántico que sólo los redimidos pueden cantar. Aprendemos, también, bajo la figura de que «no se contaminaron con mujeres», que serán guardados en separación de las asombrosas contaminaciones de los días que les tocará vivir—una condición que, como sabemos por otras Escrituras, será similar a los días antes del diluvio y a los días que precedieron al juicio de Sodoma (Lc 17:26-30). Además, no sólo estarán separados del mal, sino que serán también un testimonio positivo para Cristo, porque serán fieles seguidores del «Cordero por dondequiera que va». No intentarán escapar a los sufrimientos ni a la persecución con ninguna falsa pretensión, porque no habrá «mentira» en sus labios, y en su conducta práctica serán «sin mancha».
(Vv. 6-7) Además, aprendemos que aunque en este solemne tiempo el mal llegará a su culminación, sin embargo el mundo no quedará sin testimonio para Dios. Habrá una proclamación mundial del «evangelio eterno». Será predicado a «los que habitan sobre la tierra»—aquella clase especial que echan de sí todo temor de Dios y buscan todo en este mundo. Será también proclamado «a toda nación, tribu, lengua y pueblo». Desde el principio de la historia hasta el fin, hay sólo un camino de salvación para el hombre caído: mediante la sangre de Cristo, porque no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual puedan ser salvos. Esta buena nueva es verdaderamente, entonces, el «evangelio eterno» que es proclamado a todos. Pero si el evangelio que trae salvación al hombre es siempre el mismo, el fin a la vista puede variar en diferentes ocasiones. Hoy, el evangelio de la gracia de Dios tiene a la vista el llamamiento de un pueblo a salir de este mundo para bendición celestial. El evangelio predicado en el día venidero conseguirá a un pueblo para el reino terrenal de Cristo. Además, cuando el mundo haya caído bajo el temor de hombres malvados y adore a la bestia, se advertirá a los hombres así: «Temed a Dios, y dadle gloria», y «adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas». Además, a los hombres se les advertirá que «la hora de su juicio ha llegado». Será un evangelio de bendición con advertencias de un inminente juicio.
(V. 8) Luego aprendemos que durante estos solemnes días, la gran Babilonia caerá. Este falso sistema que durante largos siglos, con una profesión de cristianismo, ha estado en realidad corrompiendo a todas las naciones, no sólo caerá bajo el juicio de Dios, sino que caerá bajo los hombres, porque, tal como leemos algo más adelante, las naciones, bajo la conducción de la bestia, destruirán este falso sistema (17:15-18).
(Vv. 9-12) Se hace evidente que en estas solemnes circunstancias habrá los seguidores de la bestia con su marca sobre ellos (13:15-18), y los seguidores del Cordero con Su marca en sus frentes. Habrá la proclamación de la bestia mandando a todos los que moran en la tierra que adoren la imagen de la bestia; y habrá el evangelio eterno mandando a los hombres que teman a Dios, el Creador y Juez. Habrá el decreto de la bestia de que nadie puede comprar ni vender sin la marca de la bestia. Habrá también la advertencia de Dios de que el tormento eterno será la parte de los que reciban la marca de la bestia. Tal como se ha dicho: «Ahora se ha de elegir entre Dios y Satanás, entre Cristo y Anticristo, entre el Espíritu de verdad y el espíritu de error: y esta elección, una vez que ha sido tomada, es definitiva e irrevocable, y sus resultados son eternos e inalterables.» Rehusar la marca de la bestia, obedecer a Dios y ser fieles a Jesús demandará la perseverancia de los santos.
(V. 13) La perseverancia de los que rehúsen la marca de la bestia y obedezcan a Dios y se mantengan firmes en su fe en Jesús puede desde luego llevar, y en muchos casos llevará, a una muerte de mártir. Estos podrían temer que se perderán las bendiciones del reino, pero se verán alentados por la certidumbre de que, lejos de perderse ninguna bendición, recibirán una especial, porque la palabra a los tales es: «Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en adelante.» Descansarán de sus obras y tendrán su recompensa, porque sus obras les siguen.
(Vv. 14-20) En las dos escenas finales del capítulo tenemos, en primer lugar, una visión del Hijo del Hombre segando la mies de la tierra, y, en segundo lugar, la vendimia de la tierra, y las uvas de la vid de la tierra echadas al gran lagar de la ira de Dios. ¿No establecen estas dos visiones, en lenguaje simbólico, que estos solemnes días terminarán con el recogimiento de los que tienen «la fe de Jesús» para bendición milenial, mientras que los malvados, asemejados a las uvas de un lagar, caen bajo un juicio abrumador, como se denota en que son pisados en el lagar fuera de la ciudad?
Recapitulando la instrucción de este capítulo tan profundamente importante, que desarrolla los tratos de Dios en los años finales de esta edad, vemos: Primero, que habrá un remanente piadoso de los judíos asociados con Cristo, siguiendo a Cristo y preservado para la bendición del reino (1-5).
Segundo, se proclamará un testimonio evangélico a todas las naciones, con advertencias de un juicio inminente (6-7).
Tercero, la corrompida cristiandad, bajo la figura de aquella gran ciudad Babilonia, caerá y vendrá a su fin (8).
Cuarto, los adoradores de la bestia caerán bajo un juicio eterno (9-12).
Quinto, los verdaderos creyentes que durante este terrible tiempo sean fieles hasta la muerte tendrán su recompensa (13).
Sexto, todo el pueblo de Dios—los que por la gracia han aceptado el «evangelio eterno»—serán una rica cosecha para Dios (14-16).
Séptimo, los que han rechazado el testimonio de Dios y han adorado la bestia caerán bajo la venganza de la ira de Dios (17-20).