La Gran Ciudad De Babilonia
(Apocalipsis 18)
Los capítulos 17 y 18 tienen una profunda importancia así como solemnidad para los cristianos, por cuanto ahí tenemos una completa exposición del terrible carácter de la última fase de la cristiandad corrupta y de su final condenación. En el capítulo 17 hemos visto que el corrupto sistema religioso que a lo largo de los siglos ha profesado ser la iglesia de Dios y que encuentra su mayor expresión en el Papado será finalmente hallada en una impía alianza con un imperio mundial que deriva su poder del abismo. Aunque profesando el Nombre de Cristo, esta falsa iglesia es totalmente infiel a Cristo, como queda establecido bajo la figura de la falsa mujer.
(Vv. 1-3) En el capítulo 18 vemos este mismo corrupto sistema religioso expuesto bajo la figura de una gran ciudad imponente, y aprendemos que el Papado, que durante años ha pretendido ser de forma exclusiva la iglesia de Dios, y por ello «morada de Dios por el Espíritu», llegará, en su terrible fin, a ser «guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible». Estas solemnes verdades son anunciadas por un ángel del cielo que, investido con gran autoridad, ilumina las tinieblas de la tierra con la gloria del cielo. Con una voz fuerte que nadie puede contradecir, el ángel anuncia la caída de este falso sistema, y con unas pocas y breves palabras recapitula su mal efecto sobre el mundo en general. «Todas las naciones» han sido totalmente engañadas por su embriagadora influencia. Los reyes han sido alentados al mal por su impía asociación con ella; y los mundanos «se han enriquecido de la potencia de sus deleites».
(Vv. 4-8) A la vista del terrible carácter de este sistema de corrupción, y del abrumador juicio que va a sobrevenir, Juan oye una voz del cielo—que de seguro es la voz de Cristo—y que dice: «Salid de ella, pueblo mío, para que no os hagáis partícipes de sus pecados, ni recibáis nada procedente de sus plagas». Al comienzo del período cristiano los creyentes eran exhortados a «salir» de entre los idólatras del mundo pagano, y ser «separados» (2 Co 6:17-18). Al final del período cristiano, en el que nos toca vivir a nosotros, los creyentes son exhortados a «salir» de la corrompida Cristiandad profesante representada en toda la plenitud de su maldad por el Papado. No somos llamados ni a reformarla ni a derribarla; pero debemos salir de ella, para no participar de sus pecados. Babilonia significa «confusión», y no podríamos encontrar palabra más adecuada para expresar el terrible resultado de que aquello que profesa el nombre de Cristo esté señalado por la amistad con el mundo, que es enemistad para con Dios. Termina con la forma externa de la religión empleada como un manto para cubrir «los deseos de la carne, la codicia de los ojos, y la soberbia de la vida» (cf. 1 Jn 2:16). Y somos advertidos contra estos pecados. Nuestro peligro es que, incluso como verdaderos creyentes, podamos caer en «sus pecados». ¿Cuáles son sus pecados? ¿No es éste su pecado distintivo, que, profesando ser la iglesia de Dios, este terrible sistema sea la negación práctica del cristianismo? Ha osado asociar el nombre de Cristo con todos los disfrutes mundanos y concupiscencias carnales. En lugar de dar refugio al pueblo del Señor, ha sido durante siglos perseguidora de los santos. En lugar de exaltar a Cristo se ha glorificado a sí misma. En lugar de seguir a Cristo y desprenderse de la vida presente, ha vivido en placeres. En lugar de tomar el camino de extranjera y peregrina como llamada fuera de este mundo, ha reinado como reina en este mundo.
Para escapar a estos pecados, somos exhortados a «salir» de ella y a apartarnos totalmente de las corrupciones de la Cristiandad. Nuestro lugar como creyentes es fuera del campamento, para reunirnos a Cristo, que es objeto de vituperio en el mundo.
Somos advertidos de que el juicio de este sistema religioso mundano será repentino y abrumador. Aquella que se ha jactado de que jamás verá duelo, caerá bajo «muerte, duelo y hambre». Por muy poderosamente establecida que pueda aparecer ante los hombres, su caída será completa: «será quemada con fuego», porque «poderoso es Dios el Señor, que la ha sentenciado». No les toca a los creyentes emprender una cruzada contra la maldad de Roma. Dios, que es «poderoso», le pagará a su tiempo «el doble» por todas las desdichas que ha ocasionado al verdadero pueblo de Dios. Nuestra responsabilidad, como creyentes, es obedecer las palabras del Señor: «Salid de ella, pueblo mío.»
(Vv. 9-19) En los versículos que siguen tenemos la lamentación de «los reyes de la tierra» y de «los mercaderes de la tierra» por la caída de este vil sistema. Los diez reyes, bajo la bestia, podrán ser empleados para su destrucción. Pero cuando la hayan destruido, estos reyes y mercaderes se darán cuenta de cuánto de la grandeza material de sus grandes ciudades y cómo la prosperidad de su comercio dependía de este falso sistema. Al descubrir que su destrucción es una inmensa pérdida, tanto social como comercialmente, se lamentarán de su caída. Los mercaderes de la tierra que han sido enriquecidos por su amor por magníficos edificios y lujos terrenales se lamentarán de que «ninguno compra más sus mercancías». ¡Qué terrible condenación de la Cristiandad profesante, saber que está apoyada por los reyes porque añade a su grandeza y lujos terrenales, y por los mercaderes porque es una fructífera fuente de comercio y de beneficio! La Cristiandad corrompida termina volviéndose el mayor poder sobre la tierra para impulsar la mundanidad, el lujo y el beneficio material. En este malvado sistema, todo se torna en un medio de beneficio mundano, desde oro hasta cuerpos y almas de hombres. Y obsérvese que en las cosas entre las que comercia, el primer puesto lo tiene el «oro», y el último las «almas de hombres», como siendo, en estima de ella, lo de menos importancia. En el juicio de Dios, todo aquello será consumido (v. 17). Quedará desnuda de sus riquezas terrenales (v. 14) y quedará «desolada» (v. 19).
(V. 20) Si sobre la tierra los reyes y mercaderes se lamentan de su caída, en el cielo los santos, apóstoles y profetas son llamados a regocijarse, porque en su caída Dios vengará los sufrimientos de Su pueblo a manos de ella. No les toca a los creyentes buscar vengarse por su cuenta. La palabra es: «No os venguéis a vosotros mismos, amados, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Sal 94:1; Ro 12:19).
(Vv. 21-24) En los versículos finales se nos presentan tres verdades principales que recapitulan la instrucción de este capítulo acerca del horrible carácter y terrible fin de la Cristiandad corrupta. Primero, aprendemos cómo esta corrupción religiosa aparece a los ojos de los hombres; segundo, vemos su verdadero carácter a los ojos de Dios; y tercero, se nos cuenta del abrumador juicio mediante el que será para siempre eliminada de la tierra.
Primero, a los ojos de los hombres se trata de un imponente sistema, porque es designado como una «ciudad fuerte». Ocho veces en el curso de estos capítulos se hace referencia a ella como ciudad grande o fuerte. Hay en ella todo lo que pueda atraer al hombre natural. En el versículo 22 leemos de la música con que atrae al oído natural; de los «artífices» que han llenado Europa con magníficos edificios que gratifican a los ojos. Luego se encuentra dentro el «molino» que nos habla del comercio por el que ha enriquecido a los hombres con riquezas materiales. En ella se encuentra la luz artificial de la lámpara que habla de su atracción sobre los sentimientos naturales, y la voz del novio y de la novia, que hablan de gozo natural.
Segundo, tenemos las señales destacadas de este sistema corrompido tal como lo ve Dios. Leemos: Tus mercaderes eran los magnates de la tierra; pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones. Y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido degollados sobre la tierra» (La Cristiandad profesante termina en un sistema que es exactamente lo contrario a lo que la iglesia de Dios es llamada a ser. En primer lugar, está marcada por los «mercaderes», y por ello caracterizada por riquezas materiales, en lugar de por «las inescrutables riquezas de Cristo». En segundo lugar, está señalada por «magnates», en lugar de por los débiles y humildes del mundo que Dios ha escogido. En tercer lugar, los de Babilonia son «de la tierra» y no personas celestiales. En cuarto lugar, este sistema está evidentemente, por sus «hechicerías», bajo la influencia de espíritus malignos y no del Santo Espíritu de Dios. En quinto lugar, por medio de ella son «engañadas» todas las naciones; de este modo propaga el error y no la verdad. En sexto lugar, en ella se encuentra «la sangre de los profetas y de los santos». De este modo, persigue a la grey de Dios en lugar de cuidar de ella. Finalmente, «todos los que han sido degollados sobre la tierra» fueron hallados en ella, lo que expone que está marcada por la muerte, y no por la vida.
Tercero, aprendemos que un juicio abrumador pondrá fin a la historia de la corrupta Cristiandad. Durante quince siglos este terrible sistema ha estado engañando al mundo, pero al final su juicio vendrá «en un día» o en «una hora» (vv. 8,10,17,19). Lo mismo que una gran piedra de molino que sea arrojada en el mar, para no ser más hallada, su juicio es abrumador y definitivo. Es destacable cómo el Espíritu de Dios repite las palabras «nunca más» o «ya más». Cuando sea derribada, nunca más será hallada. Su entusiasmante música que atrae al oído natural no se oirá ya más. Su mercancía con la que se habían enriquecido sus mercaderes y habían sido engrandecidos no se hallará más. Su luz natural que atrae al intelecto natural no alumbrará más; y sus placeres naturales no serán ya más.