Apocalipsis 20

Revelation 20  •  22 min. read  •  grade level: 15
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La Nueva Jerusalén
(Apocalipsis 21:9–22:5)
Desde el versículo 11 del capítulo 19 hemos visto un desvelamiento de grandes eventos del porvenir que serán introducidos por la manifestación de Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, y que nos llevan a través de los días mileniales al estado eterno.
En el curso de Apocalipsis se ve de vez en cuando que el registro de los acontecimientos se interrumpe a fin de traer ante nosotros verdades profundamente importantes respecto a ciertas personas y acontecimientos. Así, en esta sección final, habiendo visto el cumplimiento de todo el propósito de Dios en el estado eterno, somos retrotraídos en pensamiento para aprender detalles importantes en cuanto a la bienaventuranza de la iglesia en relación con el mundo durante los días mileniales.
(V. 9) Uno de los siete ángeles que tenía las siete copas, y que poco tiempo antes había mostrado a Juan el juicio sobre la gran ramera bajo la figura de la gran ciudad de Babilonia, viene ahora a hablar con el apóstol y a desvelarle las glorias de «la novia», la esposa del Cordero, bajo la figura de la «santa ciudad de Jerusalén».
En una ciudad vemos recapitulados los largos siglos del mal y de corrupción que han marcado a la Cristiandad profesante; en la otra ciudad vemos el glorioso fin de todas las pruebas y padecimientos del verdadero pueblo de Dios.
A juzgar por lo que tenemos delante de nuestros ojos, podemos quedar engañados acerca del verdadero carácter de la gran profesión que es tan imponente ante los ojos de los hombres, o desalentados por la debilidad y vituperio que prevalece entre el pueblo de Dios. Pero no somos dejados a formarnos nuestra propia estimación del mal de aquello que profesa el Nombre de Cristo sobre la tierra; tampoco se nos deja a nuestras propias conclusiones acerca de la gloria que espera al verdadero pueblo de Dios según los eternos consejos de Dios.
Por medio del ministerio del ángel aprendemos que la inmensa profesión, con toda su exhibición de riquezas, poder y sabiduría humana, es a la vista de Dios sólo una mujer falsa que va a juicio, mientras que el verdadero pueblo de Dios, exteriormente tan débil e insignificante, está yendo hacia el gran día de las bodas del Cordero, por fin para ser exhibido ante el mundo en toda la gloria de Cristo como «la novia, la esposa del Cordero».
Haremos bien en observar estas palabras, porque no es sólo la iglesia como la novia lo que ve el apóstol, sino «sino «la novia, la esposa del Cordero». Sólo en el cielo es la iglesia llamada la esposa del Cordero. En la tierra, desde el día de Pentecostés, ha existido la iglesia compuesta de verdaderos creyentes, en relación con Cristo como Su novia (2 Co 11:2), pero la iglesia no queda completada hasta el arrebatamiento, a lo que sigue el gran día del que se dice: «Han llegado las bodas del Cordero». Después del día de las bodas, la iglesia será exhibida con toda la hermosura que Cristo ha puesto sobre ella como «la novia, la esposa del Cordero».
Sabemos por las Escrituras que el pueblo terrenal de Dios, Israel, es contemplado en relación con Cristo bajo la figura de una novia, pero que como tales son la novia del Rey; la iglesia es la novia del Cordero. Todos los santos, terrenales o celestiales, tendrán relación con Cristo en base de Su muerte; pero la novia terrenal será presentada como «la reina con oro de Ofir» a Cristo el Rey, cuando, a través del juicio, habrá alcanzado Su trono terrenal (Sal 45). Para conseguir Su novia celestial, Cristo ha de tomar ciertamente el camino de padecimientos como el Cordero, que «amó a la iglesia, y se dio a sí mismo por ella». Habiendo tomado el camino de la cruz para conseguir Su novia, y habiendo actuado en juicio contra la mujer falsa, la iglesia es presentada a Cristo como iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Las bodas del Cordero tienen lugar antes que Cristo venga como Rey de reyes y Señor de señores para tomar Su trono terrenal.
Al comienzo de Apocalipsis vemos la iglesia en su total fracaso como testigo responsable de Cristo en la tierra. Además, vemos que la raíz del fracaso fue la pérdida de afecto de novia para con Cristo. Debería haber estado «como una novia ataviada para su esposo» esperando el día de la boda. Pero fracasó en su afecto para Cristo, y el Señor tiene que pronunciar estas tristes palabras: «Has dejado tu primer amor.» La iglesia tendría que haber estado unida a Cristo por «amor» y resplandeciendo ante el mundo como «luz». Marcada con «amor» y «luz» habría sido un verdadero testimonio para Cristo. Al fracasar en su amor para con Cristo, el Señor tiene que decirle: «Arrepiéntete ... pues si no vengo en seguida a ti, y quitaré tu candelero de su lugar.» Habiendo dejado su primer amor por Cristo, la iglesia perdió su luz delante de los hombres.
Volviendo al final de Apocalipsis, se nos permite ver que a pesar de todos sus graves fracasos, la iglesia será por fin presentada ante el mundo en su verdadero carácter como «la novia, la esposa del Cordero». Como la novia, la esposa será vista con verdadero afecto hacia Cristo, y resplandecerá entonces como luz delante del mundo en todo el encanto de Cristo. Cristo será glorificado en los santos. Ésta es entonces la bienaventuranza de esta gran Escritura: pone delante de nosotros a la iglesia según el corazón de Cristo. Si conseguimos algún atisbo de lo que Cristo quiere que seamos en el futuro, comenzaremos a aprender lo que Cristo quiere que seamos moralmente ya ahora.
(Vv. 10-11) Para ver esta gran visión, el apóstol Juan fue llevado en el espíritu a un monte grande y alto. Es liberado de las cosas de la tierra para tener su mente ocupada en las cosas de arriba. Las corrupciones de Babilonia habían sido contempladas desde un desierto, pero las glorias de «la ciudad santa de Jerusalén» sólo se pueden ver desde un «monte alto». La detección y discernimiento del mal no exige una gran elevación moral. El hombre del mundo puede llegar muy lejos en su condena de las corrupciones de la cristiandad; pero la mente natural es totalmente incapaz de entrar en las cosas de Dios. Incluso para los verdaderos santos, es sólo en tanto que son elevados por encima de las cosas de la tierra y caminan en separación de las corrupciones de la cristiandad, que podrán apreciar las glorias venideras de «la novia, la esposa del Cordero».
Desde esta elevada posición pasa delante del apóstol la visión de una ciudad gloriosa. El ángel dice: «Yo te mostraré la novia, la esposa del Cordero»; en realidad, ve una ciudad. Evidentemente, entonces, esta ciudad resplandeciente es empleada como figura para exhibir a la iglesia en gloria.
En la hermosa descripción que sigue se nos permite primero ver el carácter de la ciudad. Es una «ciudad santa»; desciende «del cielo», proviene «de junto a Dios»; tiene «la gloria de Dios»; y es una ciudad con «fulgor».
¿Quién puede dejar de ver que éstos son precisamente los rasgos que se exhibieron en perfección infinita en Cristo, Él mismo, al pasar a través de este mundo como Hombre perfecto? Al nacer, Él es llamado «lo santo que va a nacer» de María (Lc 1:35). De nuevo leemos que Él es «santo, inocente, sin mancha». Además, Él puede hablar de sí mismo como «el que descendió del cielo» (Jn 3:13). Luego puede decir: «Yo de Dios he salido y he venido» (Jn 8:42). Luego leemos de «La gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Co 4:6). Él es también descrito como la luz que «resplandece en las tinieblas» (Jn 1:5).
Los mismos términos que son empleados para describir los atrayentes rasgos de Cristo se aplican aquí a la iglesia en gloria. La iglesia que tan penosamente ha fracasado en representar a Cristo en el tiempo de Su ausencia será finalmente exhibida en toda la hermosura de Cristo en el día de la gloria. Será vista como «santa» en su naturaleza, «celestial» en su carácter, «de Dios» en cuanto a su origen, manifestando «la gloria de Dios» y con el «fulgor» de una piedra de lo más preciado para reflejar la gloria de Cristo.
Aquí, pues, tenemos a la iglesia según el corazón de Cristo y los consejos eternos de Dios. Si queremos aprender la bienaventuranza de estos consejos, establecidos desde antes de la fundación del mundo, hemos de contemplar la gloria venidera para ver la iglesia exhibida en todo el encanto de Cristo. A la luz de esta gloria venidera la gloria efímera de este mundo se oscurece mucho, y sus más altos honores pierden su encanto. Además, si vemos el carácter que la iglesia va a tener en la gloria, aprendemos lo que la iglesia debería ser ya ahora.
(Vv. 12-14) Hemos visto las marcas de la ciudad, exponiendo el cautivador carácter de Cristo que será exhibido en la iglesia en el día venidero. En los versículos que siguen, pasan delante de nosotros el muro, las puertas y los fundamentos de la ciudad, todo ello hablándonos de la seguridad, protección y estabilidad de la ciudad, recordándonos que la iglesia ha de ser guardada del mal del mundo si ha de ser un testimonio para Cristo y una bendición para el mundo. Así, el muro nos habla de protección de todo enemigo, y de la exclusión de todo lo que no sea conforme a Cristo, así como de la efusión de bendiciones al mundo.
En los días de la antigüedad, cuando la condición del pueblo de Dios había llegado a ser tan mala que Jehová tuvo que derramar el juicio sobre ellos, el solemne mensaje dado por medio de Jeremías fue: «He aquí que yo convoco a todas las familias de los reinos del norte, dice Jehová; y vendrán, y pondrá cada uno su trono a la entrada de las puertas de Jerusalén, y junto a todos sus muros en derredor» (Jer 1:1515For, lo, I will call all the families of the kingdoms of the north, saith the Lord; and they shall come, and they shall set every one his throne at the entering of the gates of Jerusalem, and against all the walls thereof round about, and against all the cities of Judah. (Jeremiah 1:15)). Y así sucedió, porque leemos que el enemigo entró y «acamparon a la puerta de en medio», y «derribaron los muros de Jerusalén» (Jer 39:38).
Lo mismo que en los días de la antigüedad, así es en el día de hoy; la cristiandad profesante se ha vuelto tan corrompida que no puede excluir el mal, y ya no es un testimonio para el mundo. Los muros y las puertas están en ruinas. Y en el caso de los que tratan de ajustarse a la verdad en un día de ruina, se verá que el incesante ataque del enemigo es sobre los «muros» y las «puertas». ¡Qué bien sabe el enemigo que si dejamos entrada libre a aquello que es contrario a la palabra y a lo que es opuesto a Cristo, seremos arrastrados de vuelta a las corrupciones de la Cristiandad y dejaremos de ser de testimonio para el Señor!
En el día de la gloria, ningún mal entrará en la ciudad, y no habrá nada que obstaculice el derramamiento de bendición al mundo. En la ciudad hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados de la ciudad, y los nombres de las tribus de Israel están sobre las puertas, lo que indica de seguro que la bendición manará a través de la iglesia primero a Israel y luego a los cuatro cabos de la tierra.
Además, en cada puerta hay un ángel. En la Escritura vemos constantemente a ángeles empleados como guardianes del pueblo de Dios, como leemos, «El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende» (Sal 34:7; Hch 12:7-10). También aparecen como ejecutores de juicio gubernamental sobre los malvados, como en el caso de Herodes, de quien leemos: «un ángel del Señor le hirió» (Hch 12:23). Además, los ángeles son empleados como mensajeros del Señor entre la tierra y el cielo, como el Señor puede decir: «Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre» (Jn 1:51).
Así en el día milenial los ángeles tendrán una posición subordinada en relación con la iglesia, pero seguirán en las puertas en su carácter de guardianes, y dispuestos para actuar como mensajeros de Dios.
Además, el muro de la ciudad tenía doce fundamentos y sobre ellos los nombres de «los doce apóstoles del Cordero». En la Escritura se mantiene cuidadosamente el carácter singular de la iglesia por la forma en que se distingue de todo lo que ha habido antes. De carácter celestial, fue guardada en secreto desde la fundación del mundo, y su existencia sobre la tierra no es el desarrollo de ningún reino terrenal. «En otras generaciones no fue dado a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Ef 3:5). Por ello, aunque se puedan encontrar los nombres de las tribus de Israel en las puertas, no están en los fundamentos. El testimonio de la iglesia puede salir a las doce tribus, pero la revelación de la iglesia fue hecha a los doce apóstoles. Así, el apóstol Pablo puede decir: «[Sois] sobreedificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Ef 2:20). El carácter singular de la iglesia puede quedar totalmente perdido en la corrupta Cristiandad profesante, pero quedará claramente establecido en el día de la gloria.
(Vv. 15-17) Siguen las medidas de la ciudad, y demuestran que la ciudad «se halla establecida en cuadro». Así, la ciudad es sometida a prueba, porque no sólo se dan las medidas, sino que el ángel «la midió», con el resultado de que todo se encuentra en perfecta proporción. En la actualidad, ¡ay!, una verdad puede ser presentada, y otra descuidada. En el día venidero, toda verdad será expuesta en la iglesia en perfecta relación con toda otra verdad y así la iglesia quedará perfectamente ajustada para presentar a Cristo delante del mundo.
(Vv. 18-21) En estos versículos llegamos a los materiales con los que la ciudad está edificada. Los muros, de jaspe; los fundamentos, adornados con toda clase de piedras preciosas; las puertas eran doce perlas; las calles de oro puro. En la Cristiandad, el hombre ha erigido un vasto sistema que profesa el Nombre de Cristo, pero en el que se ha introducido aquello que es falso y una negación de Su Nombre: madera, heno y paja. Al contemplar más adelante, vemos en la iglesia en gloria sólo lo que es real: oro y piedras preciosas.
Ya en la primera parte de Apocalipsis se ha empleado el jaspe para simbolizar la gloria de Dios (4:3). Ahora leemos que el muro, que excluye todo mal, es de jaspe, y por ello testigo de la gloria de Dios. Nada que se quede corto de esta gloria tendrá parte en la iglesia glorificada. Aquella iglesia, o compañía de creyentes, que deje de excluir el mal deja de ser testigo para Dios.
«La ciudad era de oro puro, semejante al cristal puro.» El oro habla de la justicia divina en la que tiene parte cada creyente. En la actualidad, ¡ay!, la exhibición práctica de esta justicia es a menudo estorbada por la escoria de la carne. En el día de la gloria habrá sólo «oro puro». Ningunos motivos ocultos e indignos echarán jamás a perder nuestra práctica ni se agazaparán bajo nuestras palabras. Nada oscurecerá el buen oro, sino que será «semejante al cristal puro».
Los fundamentos, adornados de piedras preciosas, parecen simbolizar las diversas perfecciones de Cristo. La fuente de luz se encuentra en Dios y el Cordero, pero las piedras reflejan la luz y así exhiben las glorias de Cristo ante el mundo.
La perla, como sabemos por las propias palabras del Señor, se emplea para exponer el gran valor de la iglesia a Sus ojos (Mt 13:46). Así, cuando leemos que «cada una de las puertas era una perla», se nos asegura que en el día de la gloria habrá la manifestación, ante cada rincón del mundo, de la unidad de la iglesia, así como del gran precio de la iglesia a los ojos de Cristo.
Además, la calle de oro puro nos recuerda que en la iglesia en gloria no habrá nada que contamine nuestro andar, y por ello no habrá necesidad de andar con lomos ceñidos. Además, no habrá nada que esconder unos de otros, porque la calle no sólo será de oro puro, sino que será «como cristal transparente».
(Vv. 22-23) El manantial y fuente de toda bendición en esta gloriosa ciudad es que Dios se revela plenamente en ella. No hay templo en el que Dios se oculte tras un velo. Toda la ciudad está llena de la gloria de Dios revelada en Cristo, porque leemos: «La gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.» Cristo será siempre Aquel en quien Dios es revelado. Además, es presentado como el Cordero, porque como tal no sólo declara la gloria de Dios, sino que prepara a su pueblo para la gloria. El sol y la luna habían desde luego declarado a su tiempo la gloria de Dios en la obra de Sus manos (Sal 19); pero en la iglesia en gloria, el testigo eterno de la gloria de Dios será el Cordero.
(Vv. 24-27) Por estos versículos aprendemos la relación de la iglesia en gloria con la tierra milenial. La iglesia había sido dejada en este mundo para resplandecer como luz para Cristo en medio de una generación torcida y perversa. ¡Ay!, al fallar en su afecto de novia para con Cristo, ha dejado de exhibirlo ante el mundo. El amor falló y la luz se apagó. Pero cuando amanezca este día de gloria, la iglesia se ve en su afecto nupcial por Cristo y como luz delante del mundo. El Cordero que es la luz de la ciudad resplandecerá delante del mundo por medio de la iglesia. Cristo será glorificado en los santos. Además, la iglesia será testigo de las riquezas de la gracia de Dios según aquella palabra: «Para mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia en su benignidad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2:7). Al aprender de Cristo y de la gracia de Dios por medio de la luz de la ciudad, los reyes de la tierra llevarán su gloria a ella, dando así homenaje a Aquel que es la luz de la ciudad.
Además, la bendición que manará a través de la ciudad a las naciones será incesante, porque las puertas no serán cerradas de día, y ninguna oscuridad empañará jamás la luz, porque allá no habrá noche. Además, si la luz y la bendición pasan a través de las puertas al mundo, se nos asegura que «no entrará en ella ninguna cosa inmunda». Hoy, bajo la afirmación de querer llevar bendición al mundo, podemos ser contaminados por el mundo. En el día de la gloria el mundo recibirá bendición por medio de la iglesia, y la iglesia no será contaminada por el mundo.
(22:12) Hemos visto que sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero entrarán en la ciudad. Ahora vemos la provisión eterna para el sustento de la vida. La vida de los creyentes es ciertamente vida eterna, pero no es menos una vida dependiente. No es una vida aparte de Cristo. «El río» y «el árbol» son símbolos que de manera muy bendita traen a Cristo ante nuestras almas. Además, nos hablan de Cristo en relación con la «vida», porque el río es «un río limpio de agua de vida», y el árbol es «el árbol de la vida». Cristo es no sólo la fuente de vida por medio de quien recibimos vida, según Sus propias conmovedoras palabras, «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente», sino que, como río de la vida Él es Aquel que sustenta la vida que da. Así, el apóstol Pablo puede decir: «Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá 2:20). La nueva vida es sustentada por Cristo en todo Su maravilloso amor como el objeto delante del alma. ¡Ay!, puede que sea sólo débilmente que mantenemos nuestra mirada sobre Cristo, y que así vivimos de manera débil la nueva vida que tenemos. En el día de la gloria, la nueva vida será sostenida y disfrutada plenamente, cuando, sin dejación ni estorbos, tendremos a Cristo delante del alma y asi beberemos del río del agua de vida. Así podemos decir:
¡Oh, Cristo!, Él es la fuente,
El profundo y dulce pozo de amor!
Sus corrientes en la tierra he gustado,
Y más abundantes arriba beberé.
Además, el río de la vida es «resplandeciente como cristal». Todo pequeño reflejo de Cristo que veamos los unos en los otros nos ayudará a sostener la nueva vida; pero en nosotros la corriente queda a menudo contaminada y enfangada por las cosas de la tierra, y por ello refleja poco del atractivo de Cristo. En Cristo, el río del agua de la vida es «resplandeciente como cristal». «Todo él es un encanto» (Cnt 5:16).
El río procede del «trono de Dios y del Cordero». Dios es la bendita fuente de vida, porque es «la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes de los tiempos eternos» (Tit 1:22In hope of eternal life, which God, that cannot lie, promised before the world began; (Titus 1:2)). Pero nos viene por medio de Cristo como el Cordero—Aquel que fue «levantado ... para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna».
Además, si la vida en nosotros es una vida dependiente, es también una vida fructífera. Si Cristo es el río de la vida de quien bebemos para sustentar la vida, Él es también el árbol de la vida del que nos alimentamos para que nuestras vidas puedan ser fructíferas. Ya ahora, si, como la esposa del Cantar, nos sentamos bajo Su sombra, descubriremos que Su fruto es dulce a nuestro paladar, y permaneciendo en Su amor daremos fruto según en nuestra pequeña medida reflejemos Sus excelencias.
En el día de la gloria no habrá nada que estorbe el deleite de nuestras almas al alimentarnos de Cristo. Ya no habrá más «querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida», porque el árbol estará «en medio de la calle de la ciudad», accesible y libre para todos en aquella bella ciudad. Además, el fruto no es sólo gratuito, sino que está siempre disponible, porque el árbol de vida da «cada mes su fruto».
Así, al contemplar esta gloriosa ciudad, vemos que es el propósito eterno de Dios que los santos encuentren en Cristo a Aquel que sustenta la vida, y que hace hermosa la vida con la belleza que Él ha puesto en nosotros. Si éste es Su propósito para nosotros en gloria, es Su deseo para nosotros ya ahora. ¡Ay!, es poco lo que podemos ahora beber del agua de vida, o alimentarnos del árbol de la vida, pero muy pronto será nuestra porción eterna
Beber del perenne río de vida,
Comer del perenne alimento de vida,
Cristo el fruto de vida y Dador—
A salvo por Su sangre redentora.
Además, aprendemos que «las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones». La iglesia en gloria, más allá de todos sus dolores, gozará del fruto del árbol de vida. Pero en la tierra las naciones habrán pasado a través de los dolores de la tribulación que se abatirán sobre todo el mundo. Aquel que trae fruto a la iglesia dará sanidad a las naciones, porque «Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas» (Sal 147:3).
(Vv. 3-5) Mirando atrás al Huerto del Edén recordamos que el árbol de vida estaba ahí, y que «salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos», y que Dios descendió para pasear con el hombre en esta bella escena. ¡Ay!, el hombre había pecado y Dios no pudo morar con el hombre; el camino al árbol de la vida quedó cerrado y cayó la maldición sobre todo. Mirando adelante se nos permite ver esta visión de la iglesia en gloria, y encontrar otra vez el árbol, y el río, y disponible para todos, porque allá no habrá más maldición.
Al ser quitada para siempre la maldición, puede quedar cumplido el propósito de Dios de morar en medio de Su pueblo. Así leemos: «El trono de Dios y del Cordero estará en ella.» Además, los santos glorificados se deleitarán en servir a Aquel que mora en medio de ellos. En su paso a través del tiempo, pueden haber sido siervos pobres y sin provecho; en la gloria venidera, liberados de todo motivo indigno, le servirán con un propósito genuino y devoción de corazón.
Por fin, en toda la proximidad e intimidad de Su presencia verán Su rostro, y Su Nombre estará en las frentes de ellos. Verán Su hermosura y, al mirar a los redimidos, Él verá Su propio carácter glorioso reflejado en los rostros de ellos. Ya ahora, al contemplar por fe la gloria del Señor, somos cambiados a Su imagen de gloria en gloria; pero cuando por fin la fe sea cambiada en vista, y le veamos cara a cara, quedaremos totalmente conformados a Su imagen. Veremos Su rostro, y Él será visto en nuestros rostros.
Mirar adentro sin mancha ver,
Fuera, ni rastro de maldición;
No más lágrimas verter ni dolor sentir,
Sino cara a cara a Él poder ver.
Además leemos que «No habrá allí más noche». Ahora nuestra mirada queda a menudo oscurecida por las neblinas de la tierra—«vemos mediante espejo, borrosamente» (1 Co 13:12), pero cuando por fin le veamos «cara a cara», las tinieblas habrán pasado, porque no habrá noche allá, y conoceremos como somos conocidos. Nuestro conocimiento no será resultado de ningunas ayudas artificiales ni provendrán de fuentes naturales. No necesitaremos «luz de lámpara, ni ... luz de sol», porque la fuente de toda luz en aquel día de gloria será el mismo Señor Dios.
Además, la iglesia estará asociada por toda la eternidad con Cristo, porque leemos: «Reinarán por los siglos de los siglos.»
Dios y el Cordero allá
La luz y el templo serán,
Y radiantes huestes por siempre
El misterio desvelado compartirán.