En el comienzo del Evangelio de Lucas nos llama la atención la expresión profunda y vívida de intimidad entre el cielo y la tierra la cual se halla y se siente estar allí. Es la necesidad y flaqueza del hombre lo que abre la puerta celestial; pero una vez abierta, se abre por completo.
Zacarías y Elizabet eran ambos justos delante de Dios, andando en todas las ordenanzas y mandamientos del Señor, sin reprensión. Pertenecían a la familia sacerdotal, de la simiente de Aarón. Pero no fue la justicia de ellos lo que les abrió el cielo, sino su necesidad y flaquezas. Elizabet era estéril, y ambos estaban bien entrados en años. Y su punto de verdadera bendición estribaba en eso, estribaba en su pena y flaqueza. Porque a la esposa estéril y al marido sin hijo viene Gabriel con una promesa del cielo. Pero, como dijimos, la puerta del cielo, al abrirse una vez, se abre en toda su extensión. Los ángeles son todo acción y gozo; y no importa que sea en el templo en la ciudad regia, santa, o en una aldea distante en la despreciada Galilea, Gabriel con igual disposición visitaba a cada uno y a ambos. La gloria de Dios, así como la multitud de ángeles, llenan también las campiñas de Belén. El Espíritu Santo, en Su divina luz y poder, hinche Sus vasos elegidos, y el Hijo Mismo asume forma de carne. El cielo y la tierra se acercan mucho el uno al otro. La acción y el gozo que habían comenzado en el cielo, son sentidos y correspondidos desde la escena aquí abajo. Los pastores, las mujeres favorecidas, el anciano sacerdote, y el niño no nacido aún, comparten el santo entusiasmo del momento; y los santos que esperan salen del lugar de expectación.
No sé de ninguna escritura más delicada que Lucas capítulos uno y dos en este carácter. Fue como en un momento, en un abrir de ojos; pero, una bendita transición se llevó a efecto: “El cielo desciende a saludar a nuestra alma”. La tierra aprende, y aprende en la boca de estos prodigiosos testigos, que la puerta del cielo ciertamente se había abierto enteramente para ella. Y la intimidad fue profunda, según el servicio y la gracia fueron preciosos. El ángel llama a Zacarías y a María por sus nombres, y habla a ellos también de Elizabet por nombre —un lenguaje o estilo el cual hace que el corazón conozca su significado inmediatamente.
Podríamos bendecir al Señor por esto; y debiéramos hacerlo así, si nosotros un poco más sencillamente, con un poco más de fe, prosiguiéramos en el sentido de la cercanía y la realidad del cielo.
Jacob y Esteban, en sus días, y de igual manera, tuvieron el cielo abierto para ellos, y les fue dado saber también el interés personal de ellos en él. Una escalera fue puesta a la vista de Jacob, y mientras el extremo superior de ella entraba en el cielo, el pie de ella descansaba exactamente sobre el punto donde él estaba acostado. Fue un lugar bajo y deshonrado; testigo también de su yerro, así como de su miseria. Pero la escalera lo adoptó; y la voz del Señor Quien estaba en Su gloria por encima de ella, habló a Jacob de bendición, de seguridad, de guía, y de herencia.
Esteban, igualmente, vio el cielo abierto, y la gloria allí: pero el Hijo del Hombre estaba parado a la diestra de Dios. Y esto le dijo al mártir, como la escalera le había dicho al patriarca, que él y sus circunstancias en aquel momento mismo constituían el pensamiento y el objeto del cielo.
Y así fue, conforme a estas maneras, en estos días distante de Jacob y Esteban —distante el uno del otro así como distante de nosotros—. Pero el tiempo no distingue. La fe ve estos mismos cielos ahora; y aprende también, como los antiguos, que son nuestros. Ella aprende que hay vínculos entre ellos y nuestras circunstancias. A ojo de la fe hay una escalera: el cielo yace abierto delante de ella, y “Jesucristo Hombre” es visto allí —el Mediador del nuevo pacto, el Pontífice, el Abogado para con el Padre. Aquel que simpatiza; el Precursor también, dentro de aquellos lugares de gloria.
Jesús ha ascendido, y la acción actual en los cielos, donde Él ha ido, la fe sabe que es toda “por nosotros”. Nuestra necesidad, así como nuestro dolor, es recordada allá. Los sufrimientos de Jacob fueron los de un penitente: los de Esteban fueron los de mi mártir. Pero el cielo fue el cielo de Jacob así como el cielo de Esteban.
Pero, aunque esto es así, esto no es todo. La fe conoce otro secreto o misterio en el cielo. Ella sabe que si el Señor tomó, como efectivamente lo hizo, Su sitio en el cielo, en estos caracteres de gracia por nosotros, Él lo ocupó igualmente como Aquel a quien el hombre había despreciado y el mundo rechazado. Esta está igualmente entre las comprensiones que la fe tiene de los cielos donde el Señor Jesús, el Hijo de Dios, está sentado ahora.
El Señor Jesús murió bajo la mano de Dios. Su alma fue hecha una ofrenda por el pecado. “Jehová quiso quebrantarlo” (Isaías 53:1010Yet it pleased the Lord to bruise him; he hath put him to grief: when thou shalt make his soul an offering for sin, he shall see his seed, he shall prolong his days, and the pleasure of the Lord shall prosper in his hand. (Isaiah 53:10)). Y Él resucitó como Él que había así muerto, dando testimonio Su resurrección de la aceptación del sacrificio; y Él ascendió a los cielos en el mismo carácter también, para llevar a efecto allí el propósito de la gracia de Dios en tal muerte y tal resurrección.
Pero el Señor Jesús murió también bajo la mano del hombre; esto es, la mano impía del hombre estaba en aquella muerte, tanto y tan seguramente como la gracia infinita de Dios. Él fue rechazado por los labradores, aborrecido por el mundo, arrojado, crucificado y matado. Este es otro carácter de Su muerte. Y Su resurrección y ascensión fueron en ese carácter también, partes o etapas en la historia de Aquel que el mundo había rechazado; Su resurrección, consiguientemente, dando fe del juicio de este mundo (Hechos 17:3131Because he hath appointed a day, in the which he will judge the world in righteousness by that man whom he hath ordained; whereof he hath given assurance unto all men, in that he hath raised him from the dead. (Acts 17:31)); y Su ascensión llevándole a Él a esperar un día cuando Sus enemigos serán puestos por estrado de Sus pies (Hebreos 10:1313From henceforth expecting till his enemies be made his footstool. (Hebrews 10:13)).
Estas distinciones nos dan a entender las distintas visiones que la fe, a la luz de la Palabra, tiene del Jesús ascendido; viéndole a Él, como lo hace, en gracia sacerdotal allí, haciendo intercesión por nosotros, y, al mismo tiempo, aguardando, como en expectación, el juicio de Sus enemigos.
El evangelio publica el primero de estos misterios; esto es, la muerte del Señor Jesús bajo la mano de Dios por nosotros, y Su resurrección y ascensión, como en armonía con tal muerte. Y con razón en este evangelio nos gloriamos como en toda nuestra salvación. Pero el segundo de estos misterios, la muerte del Señor bajo la mano del hombre, puede ser algo olvidado, mientras el primero de ellos es justamente motivo de que nos gloriemos en Él. Pero esta es una seria equivocación en el alma de un santo, en los cálculos y testimonio de la Iglesia. Porque deje que este gran hecho, este segundo misterio, como lo hemos llamado, la muerte del Señor Jesucristo bajo la mano del hombre, se olvide, como puede ser olvidado en la tierra, seguramente no se olvida en el cielo. No es, es cierto, la ocasión de actual acción allá; es la muerte de la Víctima, y la intercesión del Sacerdote basada en tal muerte, lo que constituye la acción allá ahora. Pero tan cierto es también que será la muerte del Mártir divino, la muerte del Hijo de Dios a manos del hombre, que dará carácter a la acción allá en el futuro.
Estas distinciones están muy claramente preservadas en las Escrituras. El cielo según es abierto para nosotros en Apocalipsis 4, es un cielo diferente, diferentemente objetivado, quiero decir, diferentemente movido y ocupado, al cielo presentado a nosotros en la epístola a los hebreos; tan diferente, puedo decir, como la muerte del Señor Jesús considerada como bajo la mano del hombre (esto es perpetrada por nosotros), y como bajo la mano de Dios; esto es, cumplida para nosotros. Podemos tener los mismos objetos y materiales en cada uno, pero serán vistos en muy distintas conexiones. Tenemos, por ejemplo, un trono y un templo en cada uno de los cielos, el cielo de Hebreos y el cielo del Apocalipsis; pero los contrastes entre ellos son muy solemnemente preservados. En Hebreos, el trono es un trono de gracia. Y todo cuanto nuestro actual tiempo de necesidad y de sufrimiento pueda requerir se encuentra allí y es obtenido allí. En el Apocalipsis, el trono es uno de juicio, y los instrumentos y agencias de ira y de venganza se ven yaciendo delante y alrededor de él. En Hebreos, el santuario, o templo, está ocupado por el Pontífice de nuestra profesión, el Mediador de nuestra profesión, el Mediador de un mejor pacto, sirviendo allí en virtud de Su propia y muy preciosa sangre. En el Apocalipsis, el templo da las temibles notas de preparación para juicio. Relámpago y terremoto y voces asisten a la apertura de él. Está como el templo visto por el profeta, lleno de humo, y las columnas de él se estremecen en señal de que el Dios a Quien pertenece la venganza estaba allí en Su gloria (Isaías 6).
La visión que obtenemos del cielo en Apocalipsis es por eso muy solemne. Es el lugar de poder suministrándose a sí mismo los instrumentos de juicio. Se abren sellos, se tocan trompetas, se vacían copas; pero todo esto introduciendo alguna horrible visitación de la tierra. El altar que está allí no es el altar de la epístola a los Hebreos, donde el sacerdote celestial come del pan de vida, sino un altar que suple fuego penal para la tierra, y también hay guerra allí; y al final se abre para Aquel cuyo nombre es llamado “El Verbo de Dios”, cuyo vestido está teñido en sangre, Y quien lleva una espada aguda en Su boca, para herir con ella a las naciones.
Seguramente este es el cielo en un carácter nuevo. Y el contraste es muy solemne. Este no es el cielo que la fe comprende ahora, un santuario de paz lleno de las disposiciones y testimonios de la gracia, sino un cielo que nos dice que aunque el juicio es la obra extraña del Señor, no obstante es Su obra a debido tiempo. Porque el cielo en sus revoluciones es, como podemos decir, el lugar de testimonio de gracia, de juicio, y de gloria. Es el cielo de gracia ahora, se convertirá en el cielo de juicio en el día de Apocalipsis 4, y así continúa por toda la acción del libro de Apocalipsis; y entonces al fin del libro, como vemos en los capítulos 21 y 22, viene a ser el cielo de gloria.
El alma debe acostumbrarse a esta seria verdad, que el juicio precede a la gloria. Yo hablo de estas cosas en el progreso de la historia de la tierra o el mundo. El creyente ha pasado de muerte a vida. No hay condenación para él. Él no resucita para juicio sino para vida. Pero él debe saber, que en el progreso de la historia divina de la tierra o del mundo, el juicio precede a la gloria. El reino será visto en la espada o “vara de hierro”, antes que sea visto en el cetro. El Anciano de días se sienta en vestiduras blancas sobre un trono de llama de fuego con los libros abiertos delante de Él, antes que el Hijo del hombre venga a Él con las nubes del cielo para recibir señorío (Salmo 2; Daniel 7).
Estas lecciones son muy claramente enseñadas y señaladas en la Escritura. En los días de Apocalipsis 4 es Cristo rechazado por el hombre, y no Cristo aceptado de Dios por los pecadores, que ha venido a ser su pensamiento y objeto y, de consecuencia, se están haciendo preparaciones para vengar los males causados al Señor Jesús sobre el mundo, y para vindicar Sus derechos en la tierra: en otras palabras, es el cielo comenzando aquella acción la cual va a sentarlo a Él en Su Reino como consecuencia del juicio de Sus enemigos.
Pero todo esto nos muestra de nuevo, de acuerdo con mi pensamiento dominante en estas meditaciones sobre “el Hijo de Dios”, como es la misma Persona que es conservada delante de nosotros, y para ser conocida por nosotros, en cada una y todas las etapas o períodos de este gran misterio. Estamos aún, cualquiera sea el punto a que hayamos llegado, en compañía del mismo Jesús. Porque estas distinciones, que he estado señalando, nos dicen que Él ha sido recibido arriba en el cielo, y está ahora sentado allí, en los mismos caracteres en los cuales había sido conocido y manifestado antes aquí en la tierra. Porque Él había estado aquí como Aquel que cumplió la gracia de Dios hacia nosotros los pecadores a perfección, y como Aquel que sufrió la enemistad del mundo en su plena medida; y es en estos dos caracteres como lo hemos visto ahora, que Él está sentado en el cielo.
Él no se apresura a tomar este segundo carácter, o aparece activamente en el cielo como Él que había sido despreciado y rechazado en la tierra. Él se dilata antes de llegar al cielo del Apocalipsis. Y en este rasgo de carácter, en esta demora de tomar el juicio, y, permanencia en el lugar de gracia, tenemos una muy dulce expresión del Jesús que la fe ya ha conocido. Porque, cuando Él estuvo aquí, como el Dios de juicio Él se acercó a Jerusalem con un paso muy medido. Él le dijo a ella: “Cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas”, antes de decirle: “He aquí, vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:37-3837O Jerusalem, Jerusalem, thou that killest the prophets, and stonest them which are sent unto thee, how often would I have gathered thy children together, even as a hen gathereth her chickens under her wings, and ye would not! 38Behold, your house is left unto you desolate. (Matthew 23:37‑38)). Él se retardó en los llanos más abajo, visitando cada ciudad y aldea de la tierra, en paciente servicio de gracia, antes de tomar Su asiento en el monte, para hablar del juicio y de las desolaciones de Sion (Mateo 24:33And as he sat upon the mount of Olives, the disciples came unto him privately, saying, Tell us, when shall these things be? and what shall be the sign of thy coming, and of the end of the world? (Matthew 24:3)). Y ahora de Aquel que de este modo holló con suavidad el camino que le condujo al Monte de los Olivos, el lugar de juicio, está escrito: “El Señor es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:99The Lord is not slack concerning his promise, as some men count slackness; but is longsuffering to us-ward, not willing that any should perish, but that all should come to repentance. (2 Peter 3:9)).
¡Cómo contemplamos la misma Persona con el mismo carácter adherido a Él, ya sea cuando estuvo aquí en la tierra, o como está ahora en el cielo —la misma Persona, el mismo Ser moral, aunque las escenas y las condiciones cambian!— “La gracia que estaba en Cristo en este mundo es la misma con aquella que está con Él ahora en el cielo”. ¡Consoladoras palabras! ¡Cuán verdaderamente debemos saber que hablamos con verdad cuando decimos, lo conocemos a Él! Hemos estado considerándolo a Él desde el principio. Él descendió del cielo; Él estuvo en el vientre de la Virgen, y en el pesebre de Belén; Él recorrió la tierra, en plena inmarcesible gloria, aunque velada; Él murió y fue sepultado; resucitó, y regresó al cielo; y, como hemos estado meditando, la fe lo ve a Él allí, a Aquel a quien la fe había conocido estar aquí, la misma Persona, el Ministro y Testigo de la gracia de Dios hacia el hombre, Él que sufrió toda la enemistad del hombre contra Dios, aunque el Dios renuente al juicio.
Pero debo hacer notar más aún de este mismo Jesús, y algo más inmediato aún, en conexión con mi presente meditación.
Cuando el Señor Jesucristo estuvo aquí, Él esperaba Su Reino. Él se ofreció a Sí mismo como su Rey, el Hijo de David, a la hija de Sion. Él tomó la forma de Aquel que había sido prometido de antiguo por los profetas, y entró en la ciudad “manso, y cabalgando sobre un pollino”. En días más recientes aún, Su estrella, la estrella del Regio Belemita, había aparecido en el mundo oriental convocando a los gentiles a venir al Hijo de David, nacido en la ciudad de David. Pero lo que buscaba Él no lo halló: “Los Suyos no lo recibieron”. ¡Pero Él llevó consigo al cielo esta misma mente, este deseo por Su Reino! “Un hombre noble partió a un país lejano, a tomar para sí un reino”. Él piensa en Su Reino, aunque está ahora sobre el trono del Padre, al igual que había pensado en él y lo había buscado cuando estuvo aquí. Y puedo decir de nuevo, ¡Cuán estrictamente, en esta fina característica, somos guardados en comunión con el mismo Jesús aún! Una vez estuvo Él en la tierra, y ahora Él está en el cielo; pero nosotros lo conocemos a Él, conforme a estas maneras, como el mismo Señor, —en persona uno, en propósito y deseo uno, aunque los sitios y condiciones cambien—. Él era el Rey de Israel cuando estuvo aquí, y con deseo reclamó Su Reino, y habiéndole sido rehusado a manos de los ciudadanos, Él lo ha recibido en el cielo, y a debido tiempo regresará, en el día de la alegría de Su corazón, para administrarlo aquí, donde primero Él lo buscó: “Miraba yo en la visión de la noche, y, he aquí en las nubes del cielo como un Hijo de hombre que venía, y llegó hasta el Anciano de días, e hiciéronle llegar delante de Él. Y fuéle dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; Su señorío, señorío eterno, que no será transitorio, y Su reino que no se corromperá” (Daniel 7).
Nosotros estamos, según esta manera, mirando la una Persona, el mismo Jesús; y el corazón pondera esto cuando pensamos en ello. Y hay un rasgo más de esta identidad sobrepujando, sí sobrepujando con mucho, todo lo que ya he anotado.
Cuando Él estaba aquí, deseaba ser conocido por Sus discípulos, ser descubierto por ellos, pecadores como eran, en algunas de Sus glorias ocultas. Él se gozó igualmente en todas las comunicaciones de su gracia a la fe; la fe que se acercó a Él sin reserva, la fe que se aprovechó de Él sin ceremonia, la fe que pudo sobrevivir el menosprecio aparente o la repulsa, fue preciosa para Él. El pecador que deseaba juntarse a Él ante el escarnio del mundo, y quería confiar en Él solo, sin buscar semblante aprobatorio o el estímulo de otros, tuvo de Él la más profunda acogida. El alma que con libertad pidió la presencia de Él, o buscó la comunión con Él, sentada a Sus pies o parada a Su lado pudo obtener de Él lo que quiso, o, como el intercesor Abraham, retenerlo tanto como le plugo.
Él deseaba unidad con Sus elegidos, unidad plena, personal, permanente, dispuesto como estaba a compartir con ellos Su nombre con el Padre, el amor en el cual Él estuvo y la gloria de la cual Él fue Heredero. Él buscó simpatía, ansió compañía tanto en Sus gozos como en Sus penas. Y no podemos en modo alguno apreciar las decepciones de Su corazón, cuando buscó esto, pero no lo halló; más profunda, por lo menos podemos decir, mucho más profunda que cuando reclamó un reino, como ya hemos visto, y no lo recibió. “¿No habéis podido velar conmigo una hora?” habló un corazón solitario.
Y más aún. Él se propuso, cuando estaba aquí, compartir Su trono con Su pueblo. Él no permanecería solo. Quería compartir Sus honores y Sus dominios con Sus elegidos, como Él quería que ellos, en simpatía, entendieran y compartieran Sus gozos y penas con Él.
Y ahora (excelente y maravilloso como es el misterio que lo habla a nosotros), todo esto es, o ha de ser, verificado a nosotros en y por la Iglesia. La Iglesia es llamada a responder a los deseos del Señor Jesús en todas estas cosas, para ser todo esto a Él, ya sea en el Espíritu Santo ahora, o en el Reino más luego; a entrar ahora, en el espíritu, en Sus pensamientos y afectos, Sus gozos y Sus penas, y de aquí en adelante a resplandecer en Su gloria, y a sentarse sobre Su trono.
¡Qué misterio! La Iglesia, investida ahora, con el Espíritu morador, y destinada a sentarse, gloriosa ella misma, en la herencia de Su dominio, es la respuesta a estos más profundos deseos del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, en los días de Su carne. Y otra vez digo, ¡Qué misterio! Podemos muy bien admirar aquellas armonías las cuales nos hablan del mismo Jesús, la idéntica Persona en estas distintas partes de Sus prodigiosas ejecutorias. Él buscó y reclamó un reino cuando estaba aquí, y cuando estaba aquí deseó las simpatías de Sus santos. Pero Su pueblo no estaba preparado para reconocer Su realeza, Sus santos no podían darle a Él esta comunión. Un reino, sin embargo, está recibiendo Él ahora en el cielo, y Él regresará y lo administrará aquí. Esta comunión Él está empezando a hallarla ahora por medio del Espíritu que mora en Sus elegidos; y será en su mayor medida verificada a Él en el día de la perfección de ellos. El Reino será Su gloria y Su gozo. Es llamado “El gozo del Señor”, porque les será dicho a los que lo compartan con Él, “Entra en el gozo de tu Señor”. Pero esta comunión, en la cual la Iglesia estará con Él, será aún más para Él. Fue Su más profundo deseo aquí, y será Su más rico disfrute más luego. Eva fue más para Adam que todas sus demás posesiones.
¿Tenemos, amados, poder alguno en nuestras almas para regocijarnos en el pensamiento de que el corazón del Señor Jesús sea de esta manera satisfecho? Podemos trazar las formas de estos gozos los cuales le aguardan como en los días de Sus esponsales, el día de la alegría de Su corazón; pero ¿tenemos capacidad, en espíritu, para hacer más? Es humillante hacer tales indagaciones a la propia alma de uno, podemos seguramente decir, sin fingimiento en absoluto.
Pero estos serán Suyos, el Reino y la Iglesia.
El Reino será Suyo por muchos títulos. Él lo tomará BAJO PACTO, o, conforme a los consejos los cuales fueron tomados en Dios antes de la fundación del mundo. Él lo tomará POR DERECHO PERSONAL, porque Él, el Hijo del hombre, nunca perdió la imagen de Dios. Desde luego, no podía; porque aunque Hijo del hombre, Él era Hijo del Padre. Pero Él no la perdió; y, teniendo esa imagen, el dominio es Suyo por título personal, de acuerdo con las primeras grandes ordenanzas de poder y de gobierno: “Y dijo Dios, Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree sobre los peces de la mar, y sobre las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra” (Génesis 1). Él lo tomará de igual manera por el título de OBEDIENCIA; según leemos de Él: “Y hallado en la condición como hombre, se humilló a Si mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo ensalzó a lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla” (Filipenses 2). Él lo tomará, también, por derecho de MUERTE; porque leemos otra vez: “Y por Él reconciliar todas las cosas a Sí, pacificando por la sangre de Su cruz, así lo que está en la tierra como lo que está en los cielos” (Colosenses 1). Y la cruz donde Él llevó a cabo esa muerte, tenía escrito sobre ella y conservada allí sin borrarse, sin cancelación, en una sola letra de ella, por la fuerte y prevaleciente mano de Dios mismo, “ESTE ES JESÚS EL REY DE LOS JUDÍOS” (Mateo 27:3737And set up over his head his accusation written, THIS IS JESUS THE KING OF THE JEWS. (Matthew 27:37)).
Así que el Señorío es del Hijo del Hombre por pacto, por título personal, por derecho de servicio u obediencia, y por derecho de muerte o compra; y, puedo añadir, POR CONQUISTA también; porque los juicios que han de expeditar Su camino al trono, y a quitar del Reino todo lo que hace escándalo e iniquidad, son, según sabemos, ejecutados por Su mano. “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” (Salmo 24).
¡Qué fundamentos son así puestos para el señorío del Hijo del hombre! ¡Cómo todos los títulos se unen al suscribirse a sí mismo a Su honrado y glorioso nombre! Como vemos en Apocalipsis 5, nadie en el cielo o en la tierra podía tomar el Libro sino el Cordero que fue inmolado, que era el León de Judá: pero a Sus manos lo deja pasar de inmediato Aquel que se sienta sobre el trono; y entonces la Iglesia en gloria, ángeles, y todas las criaturas en todas partes de los grandes dominios, triunfan en los derechos y títulos del Cordero. Y si el título es de este modo seguro, sellado por mil testigos, y maravilloso también, así será el poder y reino los cuales él sostiene. En el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, “el Señor del cielo”, así como “el Hijo de hombre”, todo el gran propósito de Dios en el gobierno de todas las cosas está revivido y firmado. Podemos decir: según “todas las promesas de Dios en Él son sí, y en Él amén”, del mismo modo todos los destinos del hombre bajo la égida de Dios son igualmente en Él sí, y en Él amén.
Hubo señorío en Adam; gobierno en Noé; paternidad en Abraham; juicio en David; y realeza en Salomón. En Cristo todas estas glorias se reunirán y resplandecerán juntas. En Él, y bajo la égida de Él, se efectuará “la restitución de todas las cosas”. Él ceñirá muchas coronas, y llevará muchos nombres. Su nombre de “Señor” en el Salmo 8 no es Su nombre de “Rey” en el Salmo 72. La forma de la gloria en cada uno es peculiar. Las coronas son distintas, pero ambas son Suyas. Y Él es igualmente “el Padre de la eternidad”; un Rey y aun Padre —el Salomón y el Abraham de Dios—. En Él todos serán benditos; y con todo a Él todos se inclinarán. La espada, también, es Suya: la “vara de hierro”, así como el “cetro de justicia”. Él juzgará con David y gobernará con Salomón.
Como Hijo de David, Él toma poder para ejercerlo en una dada esfera de gloria. Como Hijo de hombre, Él toma poder, y lo ejerce en una más amplia esfera de gloria. Él viene igualmente en Su propia gloria, en la gloria del Padre, y en la gloria de los santos ángeles. Y como el hombre resucitado Él toma poder. Esto es mostrado a nosotros en 1 Corintios 15:23-2723But every man in his own order: Christ the firstfruits; afterward they that are Christ's at his coming. 24Then cometh the end, when he shall have delivered up the kingdom to God, even the Father; when he shall have put down all rule and all authority and power. 25For he must reign, till he hath put all enemies under his feet. 26The last enemy that shall be destroyed is death. 27For he hath put all things under his feet. But when he saith all things are put under him, it is manifest that he is excepted, which did put all things under him. (1 Corinthians 15:23‑27). Y en ese carácter Él tiene Su esfera peculiar también. Él pone a la muerte, el postrer enemigo, debajo de Sus pies. Y esto es tan propio como todo lo demás, perfecto en su lugar y ocasión, que como el hombre resucitado Él debe someter a la muerte.
Escenas de distintas glorias lo rodearán a Él, y caracteres de glorias variadas se adherirán a Él. La sustancia misma del Reino será esta: estará lleno de las glorias de Cristo; variadas, pero con todo consistentes y combinadas. La cruz ha presentado ya una muestra de esta hechura perfecta. “Misericordia y verdad” se juntan allí. Allí Dios fue “justo”, y con todo un “justificador”. Y ha de ser de esta misma manera en los venideros días de potencia, como lo fue en los pasados días de flaqueza. Según misericordia y verdad, justicia y paz se encontraron una vez y se abrazaron la una a la otra, del mismo modo autoridad y servicio, bendición y sin embargo gobierno, un nombre de toda majestad y poder y no obstante tal nombre que descenderá como lluvias sobre yerba cortada, serán conocidos y disfrutados juntos. Habrá el señorío universal del hombre en todo el ámbito de las obras de Dios; las honras del Reino al mantener todas las naciones en sujeción, junto con la presencia del “Padre de la eternidad” reteniéndolas a todas en bendición. “Llamaráse Su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:66For unto us a child is born, unto us a son is given: and the government shall be upon his shoulder: and his name shall be called Wonderful, Counsellor, The mighty God, The everlasting Father, The Prince of Peace. (Isaiah 9:6)).
Todo tiende a este bendito y glorioso señorío y jefatura del Hijo de Dios, aunque sea a través de “mares de tribulación” para algunos, y por medio del pleno juicio de “este presente siglo malo”. Dios va conduciendo en esta dirección, y el hombre no puede obstruir esa dirección, aunque procure reafirmar los actuales fundamentos de la tierra, rehusando aprender que todos ellos andan fuera de sitio, que la tierra y sus moradores están disueltos y que Cristo solo sostiene sus columnas. “El haz de los que viven” (como habló Abigail cuando confesó la gloria de David en los días de la humillación de éste) es una haz firme, bien compacta y segura porque el Señor mismo está en ella, como de antiguo estuvo en la zarza ardiente. Pero allende la medida de ese haz (flaco y despreciado en los pensamientos del hombre, igual que un escaramujo), todo está bamboleándose; y seguramente se acercan los tiempos que enseñarán esto en la historia a aquellos que no lo aprenderán, ni procuran aprenderlo, o velar y orar para aprenderlo, en espíritu.
La espada y el cetro de este día venidero de poder son únicos en sus glorias. No hay otra espada, ni otro cetro, que sean o puedan ser como ellos. La espada va a ser “embriagada en los cielos” (Isaías 34:55For my sword shall be bathed in heaven: behold, it shall come down upon Idumea, and upon the people of my curse, to judgment. (Isaiah 34:5)). ¡Qué expresión! El sol se volverá en tinieblas, y la luna en sangre, las virtudes de los cielos serán conmovidas, las tinieblas estarán bajo Sus pies, y espesas nubes del cielo le acompañarán, en el día cuando la espada será desenvainada para la matanza. Y el poder de ella es hollar el lagar del furor y la ira del Dios Todopoderoso. Todo lo alto y enaltecido, los principados y potestades que gobiernan las tinieblas de este mundo, la bestia y su profeta, reyes, capitanes, y poderosos, así como el dragón, aquella serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, se encuentran entre los enemigos que han de sentirla; “el ejército sublime en lo alto, y los reyes de la tierra que hay sobre la tierra”. Las fuentes, tanto como las agencias, del mal, son escudriñadas y visitadas por la luz y la potencia de ella.
¿No es esta espada única en su gloria? ¿Pudo la espada de Josué o la de David perpetrar conquistas como estas? ¿Se hubiesen sometido a ellas los principados de las tinieblas? ¿Se hubiesen sometido de sí mismos el infierno y la muerte? ¿Sacarás tú al leviatán con el anzuelo? Pero “El que lo hizo allegará Su espada a él”.
¿En cuya mano entonces, pregunto, debe estar esa espada, la cual puede subyugar ejércitos como estos? El mismo servicio en aquel día de poder, como cualquier otro servicio Suyo, ya sea en flaqueza o en fortaleza, nos dice quién es Él. Hay esta hermosa divina luz y poder que se evidencian por sí solos, señalando a Él, y acerca de Él, y alrededor de Él, no importa como Él actúe, no importa como Él sufra, los cuales hemos estado trazando débilmente y admirando, más los reconoceremos aún y admiraremos. Las victorias de este Dios de batallas, en otros días, fueron del mismo alto carácter. Porque de antiguo Su guerra encomendó Su persona y gloria, según lo hace aún. Por tanto está escrito de Él: “Jehová es varón de guerra; Jehová es Su nombre” (Éxodo 15:33The Lord is a man of war: the Lord is his name. (Exodus 15:3)). Su guerra, en esta manifestación del Espíritu, se dice para revelar Su señorío, Su gloria, Su nombre, Su persona. En Egipto los dioses sintieron Su mano, como la sintieron más tarde entre los filisteos, y otra vez en Babilonia. Dagón cayó postrado delante del arca, Bel se abatió, Nebo descendió. Estos fueron días de la misma mano obrando.
Y como la espada, así también el cetro. El de Salomón fue sólo una sombra distante de él, y el gobierno de Noé y el señorío de Adam serán borrados del pensamiento, en comparación con él.
Todo será entonces el mundo sujeto, la creación sujeta así como las naciones sujetas. “Cantad a Jehová canción nueva; cantad a Jehová toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid Su nombre; anunciad de día en día Su salud. Cantad entre las gentes Su gloria, en todos los pueblos Sus maravillas” (Salmo 96). Bajo la sombra de este cetro, y a la luz de este trono de gloria morarán de un confín a otro de la tierra las naciones “de buena voluntad” y las naciones “justas”. Habrá un pacto entre los hombres y las bestias del campo. El desierto también se regocijará. El cojo saltará como un ciervo, y la lengua del mudo cantará. El sol de aquel Reino no descenderá jamás, ni la luna se pondrá, porque el Señor será su luz eterna. Nada afligirá o hará daño en todo el santo monte de Dios; porque la tierra estará llena del conocimiento de la gloria del Señor, como cubren la mar las aguas. Israel resucitará, vivirán los huesos secos, el palo de Judá y el palo de Efraín serán uno otra vez. La ciudad será llamada “Jehová allí”. De la tierra se dirá: “Esta tierra que fue desolada ha venido a ser como el huerto de Edén”. Y otra vez será saludada con palabras que hablan de sus santas dignidades: “Jehová te bendiga oh morada de justicia, oh monte santo” (Jeremías 31:2323Thus saith the Lord of hosts, the God of Israel; As yet they shall use this speech in the land of Judah and in the cities thereof, when I shall bring again their captivity; The Lord bless thee, O habitation of justice, and mountain of holiness. (Jeremiah 31:23)).
Los gentiles serán vueltos a la cordura. Su razón retornará a ellos. El mundo insensible, aunque “hecho por Él”, no obstante “no le conoció”. Los reyes de la tierra, y los gobernantes, se levantaron contra el Ungido. Ellos lanzaron coces contra el aguijón, delatando su rabia y su locura. Pero la razón volverá a ellos. La historia de Nabucodonosor se hallará ser un misterio a la vez que una historia. La razón de aquella cabeza de oro, aquella gran cabeza de poder gentil, regresó a él después de su término de locura judicial; y él supo y reconoció que los cielos gobernaban. Y así el mundo más luego no continuará insensiblemente no conociendo a su Hacedor, sino que le conocerá de inmediato tan profundamente, como tan locamente le había rehusado una vez. Porque “los reyes cerrarán sobre Él sus bocas”, en señal de este profundo y adorante reconocimiento. El corazón de bestia será quitado de ellos, y les será dado un corazón de hombre. No serán más reprobados como por el buey que conoce a su dueño, y por la trulla, la tórtola, y la golondrina que observan el tiempo de su visita, sino que volarán “como palomas a sus ventanas”. “He aquí estos vendrán de lejos; y he aquí estotros del norte y del occidente, y estotros de la tierra de los Sineos” (Isaías 49:1212Behold, these shall come from far: and, lo, these from the north and from the west; and these from the land of Sinim. (Isaiah 49:12)).
Las obras de la mano de Dios, así como Israel y los gentiles, se regocijarán en el mismo cetro. “Morará el lobo con el cordero, y el tigre con el cabrito se acostará” (Isaías 11:66The wolf also shall dwell with the lamb, and the leopard shall lie down with the kid; and the calf and the young lion and the fatling together; and a little child shall lead them. (Isaiah 11:6)). La tierra volverá a disfrutar de la lluvia temprana y tardía y la labranza como de un labrador divino. “Visitas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces con el río de Dios, lleno de aguas; preparas el grano de ellos cuando así lo dispones” (Salmo 65:99Thou visitest the earth, and waterest it: thou greatly enrichest it with the river of God, which is full of water: thou preparest them corn, when thou hast so provided for it. (Psalm 65:9)).
¡Qué cetro! ¿No es tal cetro, así como tal espada, único en su gloria? ¿Hubo jamás cetro igual a este? ¿Podrá poder en cualquier mano excepto una ser como éste? Lo que Adam perdió en la tierra; lo que Israel perdió en la tierra de elección y de promesa, lo que Abraham perdió en una simiente degradada, desconocida y proscrita; lo que la casa de David perdió en el trono; lo que la creación misma perdió por causa de Aquel que la sujetó a servidumbre y corrupción, —todo será recogido, retenido y presentado en la presencia y poder de los días del Hijo del hombre.
“EL HIJO” solo podría tomar tal reino. La virtud del sacrificio cumplido ya, como hemos visto en las primeras meditaciones sobre este bendito Objeto descansa sobre la persona de la Víctima; la aceptabilidad del santuario ahora henchido y servido descansa, de igual manera, sobre la persona del Pontífice y Mediador que está allí; las glorias y las virtudes del Reino que ha de ser podrían ser desplegadas y ejercitadas y ministradas sólo en y por la misma Persona. El Hijo de Dios sirve en lo más bajo y en lo más alto; en pobreza y en riqueza; en honra y deshonra; como el nazareno y como el belemita; en la tierra y en el cielo; y en un mundo de glorias milenarias tanto terrenales como celestiales; pero todo servicio, desde el principio hasta el fin, en todas las etapas y cambios en el gran misterio, dicen quién es Él. Él no podía haber sido más lo que había sido sobre la cruz, si no fuera Él allí el que era, que lo que podría ser ahora sentado sobre el trono del Padre si no fuera Él el mismo. La fe no se preocupa por dónde lo ve a Él, ni a dónde lo sigue a Él; ella tiene al brillante, inefablemente bendito Objeto delante de ella, y resiente la palabra que presumiera macularlo a Él, aunque lo hiciera en ignorancia.
Debemos aún, sin embargo, examinar otras glorias de este Reino venidero Suyo.
“El Segundo hombre, que es el Señor, es del cielo”, y una gloria debe asistir al levantamiento de tal Persona, la cual el trono de Salomón jamás hubiese podido medir. Sí, en presencia de este “Señor del cielo”, glorias mucho más brillantes que el de Salomón excederán. “La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reinare en el Monte de Sión, y en Jerusalem, y delante de Sus ancianos fuere glorioso” (Isaías 24:2323Then the moon shall be confounded, and the sun ashamed, when the Lord of hosts shall reign in mount Zion, and in Jerusalem, and before his ancients gloriously. (Isaiah 24:23)). Habrá cosas celestiales en Su Reino así como cosas terrenales restituidas. Adam tuvo el huerto y toda su rebosante belleza y fecundidad. Pero más que eso, el Señor Dios anduvo con él allí. Noé, Abraham y otros, en los días patriarcales, poseyeron rebaños y ganados, y en Noé vemos poder y señorío en la tierra. Pero a más de esto, tuvieron visitas de ángeles, sí, y visitas y visiones y audiencias del Señor de los ángeles. La tierra de Canaán era una tierra pingüe, una tierra de leche, y de aceite, y de miel; pero más que eso, la gloria estaba allí, y el testigo de la presencia divina moraba entre los querubines.
Así será en los venideros días del poder del Hijo de Dios. El cielo agraciará la escena con una gloria nueva y peculiar, tan seguramente como de antiguo el Señor Dios anduvo en el huerto de Edén, o tan seguramente como los ángeles subían y bajaban a la vista del patriarca o tan seguramente como la presencia divina fue conocida en el santuario en Jerusalem y en la tierra de promisión. Y no meramente habrá visitación de la tierra otra vez, y la gloria del cielo otra vez, sino que esto será todo de un nuevo y prodigioso carácter. La tierra tendrá el testimonio de este extraño, sobresaliente misterio, que ella misma, del polvo mismo de sus prisiones, ha suministrado una familia para los cielos, quienes en sus glorias, la revisitarán, más bienvenidos que los ángeles, y, en sus designadas autoridades y potestades, serán sobre ella en gobierno y bendición. “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, del cual hablamos. Testificó empero uno en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria? ¿o el hijo del hombre, que le visites?” (Hebreos 2:5-65For unto the angels hath he not put in subjection the world to come, whereof we speak. 6But one in a certain place testified, saying, What is man, that thou art mindful of him? or the son of man, that thou visitest him? (Hebrews 2:5‑6)).
¡Qué vínculos entre lo más alto y lo más bajo son estos! “El Segundo hombre, que es el Señor, es del cielo”. La santa ciudad descenderá del cielo; teniendo la gloria de Dios, y en la presencia de ella, el gobierno del Reino o poder sobre la tierra será ministrado. Esto será algo que se adelantará a la soberanía de Adam y la inteligencia de Salomón.
En la escena sobre el monte santo en Mateo 17, y en aquella de la visita de la santa ciudad en Mateo 21, este día del poder del Hijo de Dios, este “mundo venidero” será accesible (en un misterio) tanto en sus lugares celestiales como terrenales. La gloria celestial resplandece sobre el monte. Jesús es transfigurado. Su rostro resplandece como el sol, y Su vestido es blanco como la luz; y Moisés y Elías aparecen en gloria con Él. Así en la ocasión de la entrada regia en la santa ciudad, el mismo humilde Jesús asume un carácter de gloria. Él se convierte en el Señor de la tierra y su plenitud, y el aceptado, triunfante Hijo de David. Aquí en el camino entre Jericó y Jerusalem, Él es visto, por un momento místico, en Sus derechos y dignidades en la tierra; según, por otro momento igual, Él había aparecido en un “alto monte apartado” en Su gloria personal y celestial. Estas ocasiones solemnes fueron, cada una a su modo, según puedo decir, una transfiguración; aunque la gloria de lo celestial fue una, y la gloria de lo terrenal fue otra. Pero Jesús fue igualmente glorificado en cada ocasión; llevado por un momento fuera de Su humilde sendero, como el humillado, laborioso, rechazado Hijo de Dios. Las dos grandes regiones del mundo milenario se extienden delante de nosotros, en visión o en misterio, entonces. Tales visiones fueron sólo pasajeras, y rápidamente perdidas de nosotros, pero lo que aseguraron y presentaron ha de permanecer en el resplandor y fortaleza en el día venidero de gloria. Porque aquel día brillante, aquel mundo feliz, estará lleno de las glorias del Hijo de Dios. Es esa plenitud la cual le dará a él su contenido e importancia, como hemos dicho antes. Cabeza de la familia resucitada, o Sol de la gloria celestial, Él será entonces Señor de la tierra y su plenitud; y Rey de Israel y de las naciones, Él lo será entonces también. Extraña, misteriosamente, en ese sistema de glorias, todo estará juntamente vinculado, —“las partes más bajas de la tierra” y “sobre todos los cielos”—. “Dios fue manifiesto en la carne ... recibido en gloria”. “El Segundo hombre” no es menos que “el Señor del cielo”.
¡Qué misterios!; ¡Qué consejos de Dios tocante a los confines de la creación, en las edades ocultas antes de los comienzos de la creación! ¡Si el afecto y la adoración del corazón siguieran las meditaciones del alma! El Hijo, quien estaba en el seno del Padre desde toda la eternidad, yació en el vientre de la Virgen, asumiendo carne y sangre con los hijos; como Hijo de hombre, Dios en carne, Él viajó a lo largo de los senderos escabrosos de la vida humana. Concluyéndolos en la muerte de la cruz; Él abandonó la tumba por la gloria, las partes más bajas de la tierra por los lugares más altos en el cielo; y Él volverá otra vez sobre la tierra en dignidades y alabanza, en derechos, honras, y autoridades, de inefable, sobresaliente grandeza y esplendor, para alegrar “el mundo venidero”.
Pero hay otro misterio antes de que esta escena de glorias, “el mundo venidero”, puede, según Dios, ser alcanzado. La Iglesia debe ser vinculada con los cielos, como su Señor lo ha sido ya.
El sendero de la Iglesia sobre la tierra es el de un extranjero anónimo. “El mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él” (1 Juan 3:11Behold, what manner of love the Father hath bestowed upon us, that we should be called the sons of God: therefore the world knoweth us not, because it knew him not. (1 John 3:1)). Y así como el paso de ella por la tierra no puede rastrearse, así lo será su paso al apartarse de ella. Todo acerca de ella es “el extranjero aquí”. Y como el mundo que nos rodea no conoce la Iglesia, ni será un testigo del acto de su traslado, ella misma no sabe el tiempo de tal traslado. Pero nosotros sabemos que este vínculo entre nosotros y los cielos será formado antes que el Reino o el “mundo venidero” sea manifestado; porque los santos han de ser los compañeros del Rey de ese Reino en los primeros actos de él; esto es, cuando Él porte la espada de juicio, el cual ha de limpiar la escena para el cetro de paz y justicia; según Él ha prometido: “El que venciere y guardare Mis obras hasta el fin, Yo le daré poder sobre las naciones; y las regirá con vara de hierro” (Apocalipsis 2:26-2726And he that overcometh, and keepeth my works unto the end, to him will I give power over the nations: 27And he shall rule them with a rod of iron; as the vessels of a potter shall they be broken to shivers: even as I received of my Father. (Revelation 2:26‑27)).
¿No hay algo de un vínculo, algo de una acción, vinculante intermedia, intimada por esto? El sol es la luz en el cielo que se vincula con la tierra, con los intereses y los hechos de los hijos de los hombres. El sol gobierna el día, la luna y las estrellas la noche. Pero “la estrella de la mañana” no recibe designación en tal sistema. “Hizo la luna para los tiempos; el sol conoce su ocaso. Pone las tinieblas y es la noche; en ella corretean todas las bestias de la selva. Los leoncillos braman a la presa, y para buscar de Dios su comida. Sale el sol, recógense, y échanse en sus cuevas. Sale el hombre a su hacienda, y a su labranza hasta la tarde” (Salmo 104). La estrella de la mañana no tiene sitio en tal arreglo. Los hijos de los hombres se han entregado al reposo, y su sueño, en la divina misericordia, todavía es dulce a ellos, mientras la estrella de la mañana adorna la faz del espacio. La estación en la cual el sol brilla es nuestra. Quiero decir, que el sol es el compañero del hombre. Pero la estrella de la mañana no recuerda, en este respecto, al hombre su trabajo. Ella aparece a una hora que no es exactamente la suya, ni es día ni noche. El hijo de la mañana, el que se levanta antes del sol, o el guarda que ha velado toda la noche, la ven, pero nadie más.
El sol en el lenguaje o pensamiento de la Escritura es para el Reino. Según leemos: “El señoreador de los hombres será justo, señoreador en temor de Dios; será como la luz de la mañana cuando sale el sol” (2 Samuel 23:3-43The God of Israel said, the Rock of Israel spake to me, He that ruleth over men must be just, ruling in the fear of God. 4And he shall be as the light of the morning, when the sun riseth, even a morning without clouds; as the tender grass springing out of the earth by clear shining after rain. (2 Samuel 23:3‑4). Véase también Mateo 13:43; 17:2-543Then shall the righteous shine forth as the sun in the kingdom of their Father. Who hath ears to hear, let him hear. (Matthew 13:43)
2And was transfigured before them: and his face did shine as the sun, and his raiment was white as the light. 3And, behold, there appeared unto them Moses and Elias talking with him. 4Then answered Peter, and said unto Jesus, Lord, it is good for us to be here: if thou wilt, let us make here three tabernacles; one for thee, and one for Moses, and one for Elias. 5While he yet spake, behold, a bright cloud overshadowed them: and behold a voice out of the cloud, which said, This is my beloved Son, in whom I am well pleased; hear ye him. (Matthew 17:2‑5)).
Yo pregunto, entonces, ¿no ha de esperarse por nosotros una luz antes de la luz del Reino? ¿No son estas señales en el cielo puestas allí para los tiempos y las estaciones? ¿No hay voces en tales esferas? ¿No hay un misterio en la estrella de la mañana, en la hora de su solitario esplendor, así como en el sol cuando se levanta en su fuerza sobre la tierra? ¿No es la estrella de la mañana la señal en los cielos de Uno Cuya aparición no es para el mundo, sino para un pueblo que espera a un Señor tempranero y no terrenal? La esperanza de Israel, el pueblo terrenal, saluda al “oriente” (Lucas 1:7878Through the tender mercy of our God; whereby the dayspring from on high hath visited us, (Luke 1:78)); pero la Iglesia da la bienvenida a “la estrella de la mañana”. “Yo soy la raíz y el linaje de David, y la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen, Ven” (Apocalipsis 22:16-1716I Jesus have sent mine angel to testify unto you these things in the churches. I am the root and the offspring of David, and the bright and morning star. 17And the Spirit and the bride say, Come. And let him that heareth say, Come. And let him that is athirst come. And whosoever will, let him take the water of life freely. (Revelation 22:16‑17)). Todo es nuestro; y entre este glorioso todo, “la estrella de la mañana” para nuestra transfiguración para ser semejante a Jesús, y “el sol naciente” para nuestro día de poder con Jesús.
¡Cómo se forman así los eslabones misteriosos, y las prodigiosas jornadas así rastreadas y seguidas, desde lo primero hasta lo postrero, desde la eternidad hasta la eternidad! Nunca los perdemos, ni nuestro interés en ellos, ni aún en el más sagrado, íntimo momento.
Hemos ahora, en el progreso de nuestras meditaciones a lo largo de este glorioso sendero del Hijo de Dios, vigilado una luz en los cielos más temprana que la del día, una luz la cual Jesús, el Hijo de Dios, entre Sus otras glorias, reclama ser, y compartir con Sus santos: “Le daré la estrella de la mañana”.
Y después que la estrella de la mañana ha resplandecido por su breve hora, el sol a su tiempo designado se levantará: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre” (Mateo 13:4343Then shall the righteous shine forth as the sun in the kingdom of their Father. Who hath ears to hear, let him hear. (Matthew 13:43)). Y será “una mañana sin nubes; cuando la hierba de la tierra brota por medio del resplandor después de la lluvia”. “Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame la mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que viene a juzgar la tierra” (Salmo 96).
“Escenas sobresalientes a la fábula
Y aun así verdaderas”
Alguien ha dicho: “La fe tiene un mundo de sí misma”. Seguramente nosotros podemos decir después de rastrear estos ascensos y descensos del Hijo de Dios, vinculándolos todos juntos, los más altos y los más bajos, e introduciéndolos todos dentro del resplandor de tal Reino. Esto es así: la fe tiene en verdad un mundo de sí misma. ¡Si hubiera ese poder en el alma para andar allí! Y ese poder yace en la ansiedad y el fervor de la fe el cual no es otra cosa que la simplicidad y realidad de la fe.
David y Abigail anduvieron en el mundo que era el mundo de la fe, cuando se encontraron en el desierto de Parán. Todo hacía aparecer, o en la estimación de los hombres, que David en ese tiempo, era un juguete del impío, y errante en las cuevas y cavernas de la tierra; él podría haber sido deudor, si así pudiera ser, a un vecino rico por un pan. Pero la fe descubrió a otro en David; y a los ojos de Abigail, todo era nuevo. En aquella favorecida aunque desapercibida hora, cuando los santos de Dios se reunieron así en el desierto, ellos entraron en el Reino, en espíritu. El desierto de Parán era el Reino en la comunión de los santos. El necesitado, cazado, perseguido fugitivo era, a sus propios ojos, y a los ojos de Abigail, el Señor del Reino venidero, y el “ungido del Dios de Jacob”. Abigail se inclinó delante de él como su rey, y él, en la gracia de un rey, “aceptó la persona de ella”. Las provisiones que ella trajo en su mano, su pan, y su vino, los hilos de uvas, y masas de higos, no eran la liberalidad de ella hacia el necesitado David, sino el tributo de un súbdito voluntario a la realeza de David. Ella se estimó a sí misma demasiado feliz y honrada si sólo podía servir a los siervos de él. Fue de este modo, que por fe ella penetró en otro mundo en esta primorosa y bella ocasión, según puedo llamarla, siendo prueba a nosotros de que la fe tiene de veras “mundo de sí misma”. Y ese mundo era muchísimo más importante para el corazón de Abigail que todos los beneficios de la casa de su acaudalado esposo. El desierto significaba más para ella que las campiñas y rebaños del Monte Carmelo. Porque allí el espíritu de ella embebió aquellas delicias las cuales la fe había descubierto en las puras aunque distantes regiones de la gloria.
¡Bienaventurado, amados, cuando nosotros tenemos igual poder para entrar y morar en nuestro propio mundo! ¿No tenía Noé tal mundo delante de él cuando construyó un barco, aparentemente para la tierra, y no para el agua? ¿No poseía Abraham tal mundo cuando dejó su tierra y su linaje y la casa de su padre? ¿No tenía Pablo tal mundo ante su vista cuando pudo decir, “Nuestra ciudadanía es en los cielos, de donde esperamos también al Salvador, al Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza para ser semejante al cuerpo de su gloria”? ¿No tenemos nosotros todos nuestro propio mundo ante nosotros en este momento, cuando por fe nuestras almas tienen entrada “a esta gracia en la cual estamos firmes”? Esta gracia es la presente, pacífica, esplendente morada de la conciencia rociada y purificada, y la brillante morada de esperanza, de donde esperamos “la gloria de Dios” (Romanos 5:1-21Therefore being justified by faith, we have peace with God through our Lord Jesus Christ: 2By whom also we have access by faith into this grace wherein we stand, and rejoice in hope of the glory of God. (Romans 5:1‑2)). No es sino pobremente conocido, si uno puede hablar por otros; pero es nuestro. Y en medio de esta consciente flaqueza, nuestra fe no tiene sino que glorificar al Hijo de Dios; porque a más profundo disfrute de Él más divino es el progreso.
Al concluir esta meditación, en la cual hemos mirado (conforme a nuestra medida), al “mundo venidero”, yo diría, que pocas lecciones yacen más en el corazón en el día presente, que el rechazamiento de Cristo. Yo podría naturalmente decir eso en este sitio; porque si Él ha de ser así glorioso, como hemos visto, en “el mundo venidero”, así de seguro es Él rechazado en “este presente siglo malo”.
Pero esto es olvidado fácilmente; y al Dios de este siglo le agrada que sea así. Existe grande y creciente comodidad y refinamiento por todo alrededor; mejoramiento social, intelectual, moral y religioso; y todo contribuyendo a mantener a un Cristo que no es de este mundo fuera de estima. Pero la fe ve a un Cristo rechazado y a un mundo juzgado. La fe sabe que aunque la casa esté barrida, y limpia, y adornada, no ha cambiado de dueño o señor, sino que se la ha hecho más apta para los fines y propósitos de su dueño.
Solemne equivocación amados, pensar en refinar y culturar “este presente siglo malo” para el Hijo de Dios! Si David en una ocasión fue despreocupado acerca de la mente de Dios en cuanto al modo de llevar el arca, también fue ignorante, de igual modo, en otra ocasión, de la mente de Dios en cuanto a construir para el arca una casa de madera de cedros. Él procuró dar al Señor una habitación permanente en una tierra inmunda, e incircuncisa. Por tanto erró grandemente, no conociendo la pureza de la gloria del Señor; igual les ocurre a aquellos que vinculan el nombre del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, con la tierra como está ahora, o con los reinos de “este presente siglo”. No importa con qué justo deseo del corazón pueda esto hacerse, como en el caso de David, otra vez decimos (y cuán seguramente con convicción propia), yerran grandemente, no conociendo la pureza de la gloria del Señor. Esta es una lección que nosotros necesitamos aprender con creciente poder. El Hijo de Dios es todavía un Extranjero en la tierra; y Él no está en busca de ella, sino que busca un pueblo fuera de ella, para ser extranjeros por un tiempo con Él, sobre ella, y entre las vanidades y ambiciones que constituyen la historia de cada una de sus horas.
Tu camino solitario por donde fuiste a la cruz,
De todos desconocido sea nuestro ¡oh Jesús!
En Tu senda Tú esparciste gozo, paz y caridad,
Y Tu corazón abriste para nuestra humanidad.
Esa senda termina en el glorioso fulgor
Do brilla la faz divina del Hombre el gran Vencedor;
Allí, Jesús, satisfecho en los Tuyos y en su bien
Y Tu amor llenará el pecho del que en Ti halló sostén.