La cuestión es: Si la gracia ha sobreabundado sobre los pecados y sobre el pecado—sobre todas nuestras iniquidades que hemos cometido y sobre el pecado que hemos heredado, y si donde el pecado ha abundado, la gracia ha sobreabundado—¿será cierto, entonces, que la gracia abundante conduce a persistir en la práctica del pecado? Desde los tiempos de Pablo hasta el día de hoy, los que rechazan el evangelio siempre han dicho que esto es así. Si estás completamente justificado, no por tus propias obras sino en y por la perdurable e inmutable justicia de Dios en Jesucristo nuestro Señor resucitado de entre los muertos, esto entonces implica—según ellos—que mantienes que puedes ser descuidado, y, de cierto ¡que puedes practicar el pecado!
¿Qué tiene que responder el Espíritu Santo por medio del Apóstol a este argumento? «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?» Bien lejos de esto. «Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» Aquí tenemos el principio de liberación respecto del pecado que tan ridiculizado ha sido—la liberación respecto del pecado por medio de la muerte. Y no encontraremos otra clase de liberación respecto del pecado en la Palabra de Dios. Durante siglos, muchas almas sinceras han buscado liberación mediante ayunos y encierro en monasterios. Ahora muchas almas sinceras la buscan yendo en pos de una falsa perfección del alma. Pero la verdad de Dios es la liberación respecto del pecado por la muerte.
Pero observa esto: no se trata de la muerte futura de nuestros cuerpos, si llegamos a morir, sino de esto: «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» ¿Dirás tú: Esto debe referirse a aquellos que han llegado a la perfección? ¿Acaso tenemos este pensamiento aquí? No, sino que con el propósito de mostrar con cuanta certidumbre esto se aplica a todos los cristianos, el Apóstol dice: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (vv. 3-4). Así, él expone con todo cuidado que este principio de liberación respecto del pecado por la muerte se aplica a todos los que han sido bautizados a la muerte de Cristo. Nada podría ser más claro, y sin embargo nada es menos conocido. Lo cierto es que debería ser bien comprendido, porque el Apóstol pregunta: «¿O no sabéis?»
¿Comprendes esta gran verdad práctica de la liberación respecto del pecado? Quizá digas, como alguien nos dijo hace pocos días: «Todos somos pecadores e indignos del cielo; debemos tratar por todas las maneras de mejorar nuestra naturaleza pecadora, pero me temo que nunca, en este mundo, será suficientemente apta para el cielo». ¡Apta para el cielo! ¿Es un cadáver apto para el cielo? Está muerto; no es apto ni para el cielo ni para la tierra. Tiene que ser sepultado. ¿Lo sepultas para hacerlo perfecto, bien de manera repentina, o gradual? Es una masa de corrupción; no tiene vida, ni un asomo de vida, ni puede tenerla, hasta que se manifieste el poder de Dios en resurrección.
¿No sucede lo mismo con todo nuestro ser moral? Mi vecino, con toda su sinceridad, está pasando toda su vida tratando de mejorarse a sí mismo—la carne—mediante sacramentos y ritos; teme que nunca llegará a cumplirlo todo de forma que llegue a ser apto para el cielo. ¡Qué ceguera ante aquello que incluso el bautismo debiera enseñarle! La realidad es que no creemos a Dios cuando nos dice que somos tan malos como Él nos valora—tan malos, tan viles, tan aborrecibles, tan ofensivos, tan muertos a todo lo bueno, en la carne como hijos de Adán. ¿No has dicho nunca: «Sólo soy apto para ser enterrado y quitado de la vista. Sí, sepúltame, sepúltame fuera de la vista. No soy apto para el cielo, no soy apto para la tierra. Oh, sepúltame fuera de la vista de Dios y fuera de mi propia vista»? «Aquí hay agua;» dijo el eunuco: «¿qué impide ... ?» (Hch. 8:36).
Observa bien, entonces, que la liberación respecto del pecado no es la mejora del yo o de la naturaleza malvada (la carne), sino que «somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo». No somos bautizados para la obra del Espíritu en nosotros, sino para Su muerte, la muerte de Aquel que murió por nosotros y resucitó. Así, la muerte que nos libera del pecado no es una muerte al pecado, a lo que nosotros alcancemos, sino la muerte de Cristo en la cruz y nuestra identificación con él—«sepultados con Él».
Observarás que no hay pensamiento alguno de que el bautismo comunique vida. El bautismo es para muerte, y más allá de la muerte hay vida en el Cristo resucitado.
Cristo no sólo murió, sino que Él «fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre» (RVA). «Así también nosotros andemos en vida nueva». No solo se trata de que las cosas viejas pasaron y que todas son hechas nuevas, sino que estamos en esta nueva creación por la gloria del Padre. «Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.» La faceta de la resurrección en esta cuestión es expuesta más plenamente en Colosenses 2, pero aquí solo observaremos que el bautismo a Su muerte es el punto principal para exponer lo que todos los cristianos deberían conocer: la verdad de la liberación mediante la muerte.
Versículo 6. «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido [anulado], a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.» Ahora, la cuestión es ésta: ¿Queda el viejo hombre crucificado cuando el creyente alcanza la perfección, según se dice, en el sentido de que la vieja naturaleza deja de existir, o que se transforma en totalmente buena? En este texto no hay ninguna insinuación de que se trate de un estado peculiar de algunos cristianos en contraste al resto.
La gran verdad de nuestra posición cristiana es que nuestro viejo hombre fue crucificado. ¿Cuándo? ¿En nuestra experiencia? No, este no es el pensamiento aquí, sino más bien: «fue crucificado juntamente con él». Desde luego, esto tuvo lugar en la cruz. No sólo llevó Él, en Su amor infinito, nuestros pecados en la cruz, sino que también nuestro viejo hombre fue completamente juzgado allí. Es desde luego plasmado en la experiencia de nuestras almas cuando nos identificamos con este Jesús crucificado, de lo cual el bautismo es una figura. ¿Quedamos así identificados con la muerte de Jesús? No hablamos de la mejora o restauración de nuestra vieja naturaleza, sino: ¿podemos mirar retrospectivamente a la cruz y decir: Allí fui crucificado con Cristo? Todo aquello de lo que yo pudiera jactarme tuvo que ser crucificado. Y con toda seguridad así fue, para que el cuerpo de pecado quedase anulado, impotente, porque un muerto es impotente, o no estaría muerto.
Hemos visto cómo Dios justifica a Su pueblo de sus pecados por la sangre de Jesús. Ahora vemos cómo Él los justifica del pecado, de la raíz, o naturaleza. «Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.» Los pecados son perdonados, y ahora no se puede imputar pecado a quien está muerto: queda justificado del pecado.
Pero no habría poder para una vida santa en meramente estar muerto al pecado. Cuál sea el verdadero poder lo encontraremos cuando lleguemos a Romanos 8, versículo 2; sólo debemos observar cuidadosamente que estamos tan verdaderamente identificados con Cristo resucitado como lo estuvimos con Él en la muerte, o más aún.
Versículos 8-10. «Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.» Lo uno sigue a lo otro. Y esto para siempre. «Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive.» Ya no tiene nada más que ver con el pecado, ni el pecado con Él. Él estuvo una vez aquí, y llevó su maldición hasta el extremo. Fue hecho pecado, u ofrenda por el pecado. ¿Por cuál pecado? ¿Acaso el suyo? En Él no había pecado. El pecado, nuestro pecado, ya no tiene nada con Él, ni Él con el pecado. Se ha desvanecido totalmente de la vista de Dios. Él, que estuvo una vez bajo el pecado, y ello hasta la muerte, ahora vive para Dios. ¡Oh, preciosa verdad sustentadora del alma! El pecado ya no tiene nada más que ver con Él, y nada más que ver con nosotros. Quedamos de una vez identificados con Él en la muerte—y más que identificados, vivos en Él para siempre jamás. ¡Oh, alma mía!, ¿no crees tú a Dios?
Versículo 11. «Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.» ¿Se trata, entonces, de que la vieja naturaleza, o pecado, quede erradicada, muerta? ¿Es que ya no existe más en el creyente? Aquí no tenemos tal pensamiento. Si fuese así, realmente así, no tendríamos necesidad de considerarla así. ¿Acaso has oído alguna vez de un cadáver que sea considerado muerto?
Quedamos identificados de tal manera con Cristo que Dios quiere que nos consideremos muertos con Él y vivos en Él. Él quiere que tratemos la vieja naturaleza como si fuese muerta al pecado, y a nosotros mismos como vivos en Cristo resucitado de entre los muertos; sólo que, como ya hemos indicado, esto último va mucho más allá de lo primero, porque si alguno está en Cristo, es nueva creación. Tenemos paz para con Dios por lo que se refiere a nuestros pecados, por la obra de nuestro Señor Jesucristo. Pero Dios, que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo, también nos ha resucitado en Él, de modo que estamos vivos para Dios en Jesucristo Señor nuestro.
Nada es más útil para el propósito de Satanás que echar todo esto a un lado: tanto la obra consumada de Cristo, por la que somos justificados de nuestros pecados, estando identificados con Su muerte al pecado, y también la obra de Dios al resucitarnos en Cristo y liberándonos así del pecado y haciéndonos vivos para Él. Sí, en lugar de la llana verdad de este pasaje de la Escritura, muchos han presentado la liberación respecto del pecado como un logro futuro del creyente, y que sólo algunos alcanzan. Esta es la raíz de la perfección legalista en la carne.
Lo que Dios nos dice en estos versículos da el único principio de liberación respecto del pecado. Todos los demás métodos son un mero engaño. Pero tú dirás: encuentro que mi vieja naturaleza, de hecho, no está muerta. Así es, pero tú debes considerarte muerto al pecado y vivo para Dios en Jesucristo Señor nuestro. Encontraremos que mucho de lo que sigue es el desenvolvimiento de este principio tan importante. Tocará a cada paso de nuestro caminar en este mundo. ¿Cómo deberíamos andar para mostrar nuestra identificación con un Cristo crucificado? Sí, estamos crucificados con Él. Puede que conozcas a muchos que andan como si estuvieran muertos a las cosas de Dios y de Su Cristo, y totalmente vivos al mundo que crucificó a Jesús. ¡Quiera Dios emplear estas solemnes verdades con poder santificante para nuestras almas!
Versículo 12. «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias.» Que de ningún modo surja el pensamiento de que tienes que practicar el pecado para que la gracia abunde. Vivir en pecado es lo directamente opuesto a la muerte al pecado, como hemos visto más arriba. La muerte con Cristo, tal como se ha profesado en el bautismo, no es desde luego vivir en el pecado. Y ahora, también, estamos vivos para Dios en Jesucristo Señor nuestro. Él no dice que debes considerarlo extirpado (arrancado de raíz). Si un enemigo ya no existiese en un país, no habría necesidad de decir: No dejéis que este enemigo reine.
Tampoco se podría decir: «de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias», si no hubiere concupiscencias, deseos pecaminosos, que someter y resistir. Pero no debemos presentar nuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino, «presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos». Sí, el principio mismo de un andar en santidad es nuestra muerte con Cristo y el estar vivos para Dios. No se trata ni por un momento de alcanzar este estado, sino que, considerándonos así muertos, y vivos otra vez, así debemos andar. El conflicto queda claramente reconocido, pero hay liberación.
Versículo 14. «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.» Así, poseyendo vida en Cristo, podemos ahora contemplar el pecado, nuestro viejo yo pecaminoso, como un enemigo, pero como un enemigo que no se enseñoreará de nosotros. ¡Qué liberación tenemos aquí! Para aquel que conoce la absoluta vileza de la vieja naturaleza, no hay palabras que puedan expresar de manera suficiente la magnitud de la liberación respecto del reinado del pecado. Puede que haya tentación repentina—sí, y fracaso—, pero el pecado no se enseñoreará: no reinará.
¿Por qué no reinará el pecado? Porque «no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia». Toda la historia de la Cristiandad y la historia de cada creyente individual demuestra la verdad de esta declaración y también de su antítesis. Precisamente en aquella proporción en que se conozca y goce del libre favor de Dios por Jesucristo, tal será la liberación respecto de la esclavitud del pecado, y podremos vivir una vida santa. La ley no puede dar poder a los que están bajo ella: sólo puede maldecirlos.
En el momento en que haces que el favor de Dios sea condicional, tanto si con respecto de la ley de Moisés como de los preceptos del evangelio, comienzas en el extremo equivocado y pronto no encontrarás nada más que miseria y dudas. Dirás: No guardo los mandamientos de Dios como debiera; o, no amo a Cristo como debiera, así que, ¿soy verdaderamente cristiano? Ahora bien, ¿es esto ley o gracia? Desde luego que es ley. La Palabra dice que el pecado no se enseñoreará de nosotros, porque no estamos bajo este principio de la ley, sino bajo la gracia. Y desde luego no puede haber santidad de vida a no ser que el corazón quede perfectamente libre, en el favor sin límites, gratuito e incondicional de Dios.
¿Me ha aceptado Él a mí, un pecador impío que merecía el infierno? ¿Ha dado Él, en un amor puro e inmerecido, a Su Hijo para morir por nuestros pecados? Lo ha resucitado de entre los muertos para nuestra justificación? ¿Nos ha dado redención eterna por Su sangre? ¿Tenemos de este modo paz para con Dios según todo lo que Dios es? ¿Estamos identificados con Cristo en todo el mérito de Su muerte, y más todavía, vivos para Dios en Él—y esto de una gracia absoluta y gratuita, la gracia de Aquel que es inmutable?
Ahora que vivo para Dios, puedo considerarme, considerar a mi viejo hombre, muerto. Así quedo libertado de mí mismo, para vivir para Dios. Al ser todo así de gracia inmutable para mí, no estoy entonces sobre la base de la ley, ni de condiciones para vida, ni para salvación o liberación, sino absolutamente bajo gracia, una gracia libre y eterna. ¡Oh!, ahora estoy libre para servir al Señor en una verdadera separación y aborrecimiento del mal. ¡Qué gloriosa verdad! El pecado no se enseñoreará.
Sin duda, querido joven creyente, muchos te dirán que una doctrina así te llevará al pecado según quiera tu vieja naturaleza. «¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.» Los que así hablan nunca han conocido la gracia de Dios, ni la verdadera libertad—no la libertad para pecar, sino la libertad respecto al pecado.
Observa esto, estas palabras no se dirigen a aquellos que están tratando de experimentar que están muertos al pecado o muertos con Cristo y vivos para Dios. Han hecho la confesión en el bautismo de que están muertos y sepultados con Cristo, identificados con Él en la muerte. Se consideran muertos al pecado y están así justificados del pecado y vivos para Dios. ¡Oh, maravillosa aunque casi olvidada verdad! Muertos al pecado—la única liberación respecto del pecado.
Pero, ¿qué liberación habría sin vida en Cristo para Dios? ¿Cómo se puede andar en novedad de vida si no se posee la novedad de vida? Si tu vieja naturaleza fuese puesta bajo ley, entonces es cosa bien cierta que el pecado se enseñorearía. Pero debido a que Dios te ha dado una nueva vida—y ello como Su don gratuito—y ahora te ha puesto en Su gracia inmutable e infinita, «¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?» En ninguna manera.
Estamos bien seguros de que todos los que quisieran ponerte bajo la ley nunca han conocido de verdad qué es la gracia de Dios. No olvides que todo esto muestra la relación que hay entre la gracia y la santidad práctica, o la rectitud en el andar. Esto queda claro por el siguiente versículo.
Versículo 16. «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?» En el pasado fuimos los esclavos del pecado—«débiles». El pecado, como amo, era totalmente nuestro dueño. Ahora hemos sido redimidos de aquella condición, y hemos quedado liberados, por la muerte de Jesús, de aquel antiguo amo. Entonces era pecado para muerte. ¿A qué amo obedecemos? ¿Al pecado para muerte, o a la obediencia para justicia? ¿Acaso estamos vivos para Dios para dedicarnos a obedecer al viejo amo, el pecado? ¿Es acaso este el propósito de la gracia de Dios? En ninguna manera.
Y ahora, ¿puedes aplicarte el versículo 17 para ti mismo?: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados». No esquives este punto.
Un esclavo está obligado a hacer lo que le manda su amo. No tiene capacidad para resistirle; aunque pueda disgustarle no puede rehusar hacerlo. ¿Has conocido esta terrible esclavitud bajo el pecado? ¿Tenía el pecado el dominio? ¿Hacías tú las cosas que aborrecías, y no tenías poder para escapar de este cruel amo? Gracias sean dadas a Dios, podemos reconocer que así era, y, gracias sean dadas a Dios, Él vino a nuestro encuentro en este estado. ¿Cuál es la forma de doctrina a la que fuimos entregados? ¿No fue la muerte con Jesús, como tipificaba nuestro bautismo?
¿La has obedecido—identificación con Cristo en Su muerte—y en Él estás vivo de entre los muertos? Entonces, la palabra que viene a ti es ésta: «libertados del pecado, vinisteis a ser siervos [o, esclavos] de la justicia» (v. 18).
Sí, así es como cambiaste de amos, por medio de una gracia perfecta. Mientras estabais bajo el pecado, erais libres de la justicia; ahora sois siervos de la justicia y libres de la esclavitud del pecado. Sí, el pecado y la justicia son contemplados como dos amos. El cristiano queda perfectamente libre del antiguo tirano. «Así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia.»
Es bien cierto: el hombre tomaba la misma ley que Dios le había dado para probarle su culpa, y la empleaba para establecer su propia justicia. Otros pueden abusar la gracia de Dios como licencia para pecar. Pero es bien evidente que el objeto del Espíritu Santo al exponer estas verdades de la gracia infinita es que podamos, como vivos para Dios, presentar nuestros miembros para santificación para servir a la justicia.
Versículos 20-21. «Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte.» Sí, ésta era nuestra condición, esclavos del pecado. ¡Oh, cuán profunda la vergüenza que recaía sobre nosotros en todos los terribles frutos de aquella esclavitud! Pero, ¡qué cambio!
Versículo 22. «Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.» Tenemos que observar esto con cuidado: no hay aquí pensamiento alguno ni de mejora de la naturaleza de pecado ni de perfeccionar dicha naturaleza. No, la muerte no es una mejora.
El mayor de los errores acerca de este capítulo es la suposición de que la libertad respecto al pecado es un logro. Es por la muerte—la muerte de Cristo—, y esto no es nuestro logro. Y considerarnos muertos con Él no es un logro. No es por el servicio a Dios que quedamos libertados del pecado; esto sería un mérito humano. ¿No es precisamente lo opuesto? Lee estas palabras de manera cuidadosa: «Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación».
Así, cada cristiano queda liberado del pecado, «y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia» (v. 18). No dice: Llegasteis a ser siervos de la justicia, y entonces quedasteis libertados del pecado. Estas grandes verdades nos ocuparán, si el Señor quiere, en el capítulo 7. ¡Mientras, estas son unas verdaderas y solemnes verdades!
Versículo 23. «Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» ¡Qué don! ¡Y, oh, cuán pocos creen esto! No tenemos ningún mérito en esto, o no sería el don de Dios.