Capítulo Once

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En este mundo suceden algunas cosas a las cuales no podemos maravillarnos suficientemente. Así era en los rediles de la finca de los De Gemer, Todavía vivían personas de esa vecindad quienes habían conocido muy bien al anciano Filina, el padre de Bach. Recordaron que él les había dicho que uno de sus hijos se había preparado a irse a América, y el otro se había casado en la tierra natal, y cuando Esteban hubiera ganado algo de dinero al otro lado del mar, regresaría a la casa y todos vivirían juntos. También recordaron que llegó el mensaje de que la nave había naufragado, y que Esteban nunca vería otra vez su tierra natal.
¡Pero eso no sucedió así! Treinta años pasaron y Esteban Pribylinsky regresó a casa después de todo. Apareció ante ellos como que hubiera resucitado de los muertos, y como que la gran resurrección había sucedido cuando el mar hubiera entregado a sus muertos y había devuelto a Esteban. Hablaron entre si acerca de su venida por su hija y nieto. Pero cuando la fragancia de sus amadas montañas eslovacas lo llenara, ¿podría irse otra vez tan lejos al otro lado del mar? ¿No va a sentirse como un extranjero, habiendo estado por varios arios en un lugar extranjero? El la pasaba muy bien allí, pero no se sentía en casa. U nicamente en el lugar natal en aquella tierra negra había sueño dulce.
¿Quién puede describir la sorpresa de todos los tres niños cuando se enteraron de quién era el que vino con Bach Filina, que era su Esteban? Palko, cuando lo oyó, no pudo quedarse con los demás. Corrió al bosque y allí lloró de gozo. Dio gracias al Señor Jesús de que había consolado a Bach Filina para siempre. La salvación todavía era posible, aunque la nave estaba naufragada. Después de todo, él había vivido para ver a su hermano Esteban. El Señor Jesús lo había devuelto a Bach.
Había otra cosa muy buena para Palko. No era necesario que él leyera de su Libro a la gente. El mismo podía sentarse a los pies del Tío Esteban, a quien amaba grandemente, y escuchar la verdad de Dios de los labios suyos. Eso era un gran gozo para el niño
Ondreco se regocijó otra vez de que Bach Filina perteneciera a su familia y Pedrico también. Los niños se abrazaron el uno al otro de gozo de que ya no tuvieran que separarse hasta la muerte. Y nadie puede describir el gozo de la Señora Slavkovsky cuando la llevaron de nuevo por primera vez al redil.—Me parecía de una vez que yo estaba entre los míos, y que había regresado a la casa—le dijo ella a Bach—, y que, a usted, Bach Filina, le ame de una vez como una hija.
Entonces ella se enteró de todo acerca del Esteban pequeño y grande. Bach mismo se lo dijo, y hasta su padre dijo:—Lo siento, mi hija, después de considerarlo todo, que no hice saber a los de mi familia de dónde estaba yo, pero ahora lo veo todo. El Señor Jesús en Su amor volvió todo este mal para nuestro bien. Para mi allá. en América y para Pedro aquí en la casa, es un dicho verdadero, "Los guía al puerto que deseaban".
Entonces Bach Filina mostró la finca de Ondreco a su hermano. Puesto que la Señora ya tenía archivada la escritura, todos viajaron al castillo. Pedrico y Palko tuvieron que ir con ellos también. Los niños jugaron allí en el parque con las pelotas que el abuelo había traído de América. Los servidores trajeron una silla plegable para la Señora, porque el doctor la mandó que descansara en la sombra de los castalios, Ella miró el juego de los niños y se alegró al ver su gozo. Ondreco dejó a sus compañeros de vez en cuando, corrió a ella, acostó su cabeza rizada al lado de ella, besó a su madre, y al recibir su beso, corrió otra vez con un grito recio de "Hola" tras su pelota. ¿Quién podría entender cuánto gozo ahora llenaba el corazón que una vez había sido abandonado?
Mientras tanto el director ayudante mostró al padre de la Señora todos los edificios y los ganados que no estaban en el prado. Se fijó en que el Señor Slavkovsky entendía los asuntos de la finca, y cuando señaló una cosa y otra que debían haber sido diferente, el Señor Slavkovsky dijo seriamente:—Yo lo entiendo.—Por fin declaró:—Tendrá que haber un sistema diferente desde abajo para arriba, para que todo prospere.
Mientras tanto la cocinera preparó una comida esplendida para los dueños nuevos. La arregle) afuera bajo los castaños, para que la Señora no tuviera que entrar en la casa. El castillo había sido comprado con todos sus muebles. Si la orgullosa Señora de Gemer, la abuela del Ultimo dueño, pudiera haber sido despertada de la muerte para ver cómo sus trastos de porcelana y manteles fueron extendidos sobre las mesas delante de los menospreciados eslovacos, ella se habría dado vuelta en su bonito ataúd. Pero ahora eso no podía ser cambiado. Bach Filina arregló sus asuntos con el ama de casa. En la comida él comió muy poco porque no pudo guitar los ojos de los niños, cómo ellos comían, y cómo Ondreco urgió a sus compañeros que comieran. La Señora también se regocijó mucho a causa de ellos.
Hasta el doctor se rio enérgicamente acerca de ello, pero a la vez tomó cuidado de que su paciente no se olvidara de la necesidad de comer. Él no le urgió que tomara los varios dulces que se servían, pero las frutas sí. Solamente el Señor Slavkovsky estaba algo absorto en sus pensamientos. Los demás casi tuvieron que obligarlo a hablar.
Después de la comida los niños otra vez empezaron a jugar, y pidieron a los dos hijos del director ayudante que les ayudaran. El Señor Slavkovsky camina a lo largo de la entrada hasta que, desde una vuelta, podía contemplar el jardín lindo, pero ahora descuidado. De repente se quita el sombrero y ora. Ya para cuando hubo terminado, Bach estaba parado a su lado,
—¿Hay algo que no te parezca, hermano mío?—pregunta pensativamente—. ¿Piensas que hemos pagado demasiado por la finca, ya que todo esta tan descuidado?
-No lo creo, Pedro. Realmente se ha comprado barato a pesar de todo su descuido.—Sonría amablemente hacia su hermano.
-De todos modos, tú pareces estar turbado por algo.
-Ciertas preocupaciones me molestan. Ahora mismo las deje todas a los pies de nuestro Padre celestial. Ahora no tengo más ansiedad acerca de nada. El seguramente lo va a arreglar todo. Te diré, mi hermano, lo que era. Pero por lo presente, guárdalo a ti mismo. No puedo llevar a mi hija a América ahora, porque ella esta tan débil. Aquí en nuestra tierra natal ella se va a sanar más luego. A mi querido nieto no lo tengo que llevar allá, porque él tiene suficiente aquí para ganarse la vida. Ahora que mi hija toma control de esta finca, ella necesita un director. Es difícil hallar a uno que no la vaya a engañar. Luego yo pensé, ¿por qué necesita ella un director, si todavía tiene un padre suficientemente joven, y quien sabe dirigir una finca en Europa?
-¡Bueno, Esteban!—Filina se asombra.
-Pero, coma sabes, hay un gran estorbo. Mi finca en América está en mi nombre. Con mi cuñado yo podría arreglar las cosas fácilmente, y entonces eso no me estorbaría. Pero mi querida esposa nacía en América. ¿Va a querer dejar su casa y venirse a una tierra extranjera? Yo no quisiera exigir nada de parte de ella.
Primero tendré que escribirla para avisarla de todo lo que ha sucedido, y si veo en su respuesta que no sería un sacrificio demasiado grande para ella, iré a traerla. Entonces venderé la finca y depositare el dinero, porque no quisiera agregar a esta finca. Es suficientemente grande para que nosotros ganemos la vida, y yo podría ganar, como director, comida para mí mismo y para mi esposa, y ella podría descansar; ella ha hecho suficiente trabajo.
—De día y de noche pediré al Señor Jesús acerca de ello –dijo Filina—que Él guíe a tu esposa para estar de acuerdo, porque alrededor de nosotros únicamente hay tinieblas. Ninguno se preocupa por estas almas. No conocen al Señor Jesús. No he podido imaginarme como podríamos vivir aquí cuando el niño nos abandone. Pero lo podrías tomar su lugar.
—Eso sería difícil, Pedro. El Señor Jesús tiene en Palko un siervo fiel. La medida del Espíritu Santo que este niño tiene, yo no la tengo. Pero en vez de eso yo tengo experiencias con mi Señor. Los últimos diez arios de tristeza me unieron muy cerca del que salva. Yo conozco tus tristezas. Al considerar la situación, yo anhelo ser el testigo de la gracia de Dios aquí en mi tierra natal, donde no hay ningún otro. Eso también me atrae para acá a mi hermosa tierra natal. Por eso espero que mi Agnes se ponga de acuerdo de que debemos venir, y va a suceder después de todo como tu padre decía a la gente: "Cuando Esteban haya ganado algo de dinero más allá del océano y venga otra vez, todos viviremos juntos". Ahora no estamos todos, sino solamente nosotros dos. Y si el Señor me concede venir otra vez, ¿sabes que es la primera cosa que haré?
—No sé.
—Voy a volver a edificar nuestra choza. Ya no va a estar abandonada. Voy a prepararla para Pedrico. Tú vas a criarlo y darle la tierra y los campos. Así que, si él vive, podemos cuidarlo juntos.