Choice: Sayings, Scriptures, Secrets, Solace, Stories, Supplication

Table of Contents

1. Juanito
2. Prefacio

Juanito

“¡Juanito! Apúrate, es hora de ir a la escuela dominical,” llamó la madre. “¡Péinate bien!”
“A mí me gusta la hora de la escuela dominical,” dijo Juanito con una sonrisa en sus labios.
Él se puso en la fila con sus tres hermanos, Pablo, Daniel y Timoteo, mientras su padre los peinaba. Finalmente, los cuatro muchachos estuvieron listos para la escuela dominical.
En la escuela dominical, Juanito acostumbraba a sentarse junto a su tía Doris.
Él la quería mucho. Le gustaba como ella contaba las historias de la Biblia. Algunas veces ellos cantaban: “Cristo me ama.” Era divertido ir a su clase.
La tía Doris les contaba muchas historias y Juanito casi se las sabía de memoria. Pero algunas veces ella hablaba acerca del pecado. Juanito sabía que era un pecador—y eso le molestaba.
El verso de hoy en la escuela dominical era, “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” Romanos 3:23.
“Pecar es malo,” dijo la tía Doris.
“Ustedes necesitan que sus pecados sean perdonados. Dios puede perdonar nuestros pecados porque Jesús murió por nosotros.”
Juanito sabía que él no había confiado en el Señor Jesús para el perdón de sus pecados.
Cuando era hora de salir, la madre de Juanito dijo, “Vamos a la casa de los Martínez a cenar hoy.”
“¡Oh, que alegría!” gritó Juanito. “¿Puedo ir en el auto de los Martínez?”
“Por supuesto que sí, Juanito,” respondió la madre, “Si la Sra. Martínez está de acuerdo. Ve y pregúntale.”
Pero Juanito corrió escaleras abajo.
Cuando volvió arriba en busca de la Sra. Martinez, todo estaba en silencio. ¡Nadie estaba allí!
Él corrió hacia la puerta y quiso abrirla. Trató de abrirla varias veces, pero no pudo hacerlo.
¡Juanito estaba asustado!
¿Qué podía hacer él?
¿Se abriría la puerta del frente?
Su corazón saltaba mientras él corría a través del cuarto más grande.
“¡Qué bueno!” suspiró al abrir la puerta sin mayor problema, y salió con dirección al estacionamiento de automóviles tan rápido como sus pies le permitieron.
¡Juanito no podía creer lo que estaba viendo! No había nadie en el estacionamiento de automóviles.
Todos se habían marchado.
“¡Regresen! ¡Regresen!” gritó Juanito, pero nadie le escuchó.
Juanito dio vuelta y corrió hacia la esquina. “¡Regresen por mí!” repitió sollozando.
Miró hacia las dos esquinas, pero no vio a nadie, ni siquiera carros.
“¡Me dejaron!” Juanito exclamó con lágrimas que corrían por sus mejillas.
Él se quedó parado en la esquina y lloró, y lloró hasta el cansancio.
Juanito estaba perdido. ¿Lo echarían de menos? Él quería que su papá regresara por él.
Pero Juanito estaba doblemente perdido. Sí, perdido también en sus pecados—y Jesús lo estaba buscando.
¿Y usted, amiguito?
¿Está usted perdido en sus pecados al igual que Juanito?
Como Juanito seguía parado llorando, el Sr. Cortéz pasaba por allí con sus dos hijos.
“¡Juanito! ¿Qué te pasa?” le preguntó amablemente. “¿Estás perdido?”
“¡Yo quiero ver a mi mamá y a mi papá!” sollozaba Juanito.
“¿Dónde están tus padres?” preguntó el Sr. Cortéz.
“Se fueron a casa de los Martinez, y me dejaron sólo,” contestó Juanito.
“No te preocupes, yo te ayudaré a buscar a tu mamá y a tu papá.”
La cara de Juanito cambió; había esperanza.
“Ven conmigo,” dijo el Sr. Cortéz, extendiéndole la mano. “Iremos a casa. Así tu padre vendrá a recogerte.”
Pronto Juanito estaba en casa del Sr. Cortéz.
“Ahora llamaremos a tus padres,” dijo el Sr. Cortéz. “¿Dónde dijiste que están tus padres?”
“En la casa de los Martínez,” respondió Juanito.
El Sr. Cortéz llamó a los Martínez y les preguntó: “¿Se le ha perdido Juanito?”
“No creo,” respondió el Sr. Martinez, “pero iré a preguntarle a sus padres.” El Sr. Cortéz podía oír varias voces...
“Timmi, Daniel, Pablo, ¿y dónde está Juanito? ¿Luego no venía él en su auto con ustedes?” “No,” contesto la mamá, “me dijo que quería ir con ustedes.”
“Lamento decir que él no vino con nosotros,” finalizó el Sr. Martinez.
“Pues creo que hemos perdido a Juanito,” comentó al volver al teléfono. “¿Sabe usted dónde está?”
“Sí,” contestó el Sr. Cortéz, “él está aquí en nuestra casa. Yo lo encontré abajo cerca de la asamblea a tres cuadras de aquí. Usted puede recogerlo aquí en mi casa.”
Pronto el padre de Juanito y el Sr. Martínez llegaron.
“¡Papá, me encontraste!” gritó Juanito. ¡Juanito estaba feliz!
Sí, el padre de Juanito lo había encontrado, pero el Señor Jesús seguía buscándole.
La mañana siguiente, la madre leía a sus cuatro hijos algunos versos de la Biblia.
A Juanito le encantaban las historias de la Biblia, especialmente las de David y Goliat, o de Daniel y la cueva de los leones.
Pero algunas veces la madre hablaba sobre el pecado. A Juanito no le gustaba hablar de eso. Le recordaba que él todavía estaba perdido.
Una mañana, la madre dijo a su esposo, “Estoy preocupada por de Juanito. Él se está portando muy mal últimamente.”
“¿Qué crees que le ocurre?” preguntó el padre.
“No le gusta oír nada acerca del pecado,” respondió la madre suspirando.
“Creo que él sabe que todavía no es salvo.”
“Nosotros debemos continuar orando por él, para que sea salvado por Jesucristo,” contestó el padre de Juanito mientras salía a su trabajo.
Después de desayunar la madre llamó, “Es hora de leer nuestra Biblia.”
Juanito estaba jugando afuera con sus carros y camiones. Él no quería parar el juego para leer la Biblia. Juanito actuó como si no escuchase a su madre.
La madre llamaba, “Juanito ven acá para leer la Biblia. Te estamos esperando.”
Juanito seguía jugando sin escuchar a su madre.
La madre abrió la puerta y salió a buscarlo. Juanito podía ver en la cara de su mamá que ella estaba disgustada.
“¡Juanito! ¿Es que no me oíste? ¡Ven acá, ahora mismo!”
“Yo no quiero leer la Biblia,” contestó Juanito.
“Eso pondrá muy triste a Jesús,” dijo la madre. “Él te quiere mucho. ¿No quieres oír acerca de Él?”
“No,” murmuró Juanito.
“Bueno, de cualquier manera, debes entrar a leer la Biblia.”
Le tomó de la mano y le empujó suavemente hacia dentro de la casa. Juanito empezó a llorar.
Ella lo sentó junto con sus hermanos y comenzó a leer la Biblia, la historia de Noemí, Rut y Orpah.
Después explicaba ella...
“La familia de Noemí marchó a otro país. Allí sus hijos se casaron con Rut y Orpah. Pero el esposo de Noemí y sus dos hijos murieron. ¡Oh, que triste estaban Noemí, Rut, y Orpah!”
Juanito estaba compadecido por ellas. Creó que sería muy triste no tener un papá en casa.
La madre continuaba, “Entonces Noemí escuchó que Dios estaba bendiciendo la tierra de Israel. Noemí decidió regresar a Israel y seguir a Dios. Ella, Rut y Orpah tomaron el camino de regreso.
“Mas tarde, Orpah decidió no seguir con Noemí en busca de Dios. ¡Se fue a casa de su padre! Pero Rut extendió los brazos a Noemí y dijo, ‘Dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.’”
Y la madre calló, algo dentro de Juanito le decía, “¡Quisiera no haberme portado mal!” Una lágrima rodó por sus mejillas.
La madre miró a Juanito y le dijo, “Tú me recuerdas a Orpah, Juanito. Quisiera que fueras como Rut. Ella prefirió seguir a Dios con Noemí. Oh, cuanto quisiera que siguieras a Dios con mamá.”
“¿Porque fui tan malo?” pensaba Juanito. “Yo quiero seguir a Dios con mi mamá.” Empezó a llorar.
“Tú tienes que ser salvado,” dijo la madre. “Tú necesitas que tus pecados sean perdonados. Solamente el Señor Jesús puede limpiar tus pecados.” “Yo quiero que mis pecados sean perdonados ahora mismo,” exclamó Juanito entre sollozos.
Suavemente la madre le dijo, “Arrodíllate aquí cerca de mí. Dile al Señor Jesús que eres pecador y deseas ser salvado.”
Juanito oró, “Señor Jesús, perdona mis pecados. Me he portado muy mal. Por favor sálvame, en Tú nombre, Jesús. Amén.”
¡Entonces Juanito se puso muy contento! Antes se sentía tan mal, pero ahora no estaba perdido.
“Esa es la paz que Dios nos da,” la madre explicó. “Dios retira ese peso de nuestros corazones.”
Juanito dijo, “El Señor Jesús me ama y me ha salvado. Murió en la cruz por mis pecados. ¡Ahora yo amo al Señor Jesús! ¡Deseo seguirlo, complacerlo!”
Amigos y amiguitas, ustedes también pueden conocer al Señor Jesús. Díganle que ustedes son pecadores y confíen en Él y Él los salvará.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” Juan 3:16.
“La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado” 1 Juan 1:7.

Prefacio

Esta es la historia de mi infancia. Todos los eventos principales son verdaderos, pero hay muchos detalles que se borran de mi mente, pues de eso ya hace más de treinta años.
Esta historia fue dedicada a todos los niños del mundo, con la esperanza que ellos se acerquen a Jesucristo mi precioso Salvador.
Mi especial agradecimiento a Ruth Breman, quien ilustró este libro, y a Ruth Cortez quien lo tradujo del idioma inglés.
D.L. Morris