No es necesario que los niños lleguen a una avanzada edad para ser aptos en discernir la verdadera sinceridad o la falta de ella en sus mayores. Ellos tal vez no dan expresión a sus reacciones; sin embargo son influenciados por lo que observan. Por lo tanto es muy importante que los padres se den cuenta de que sus niños les están vigilando en su persona y en su manera de obrar. Deben tener mucho cuidado de no caer en lapsos de andar defectuoso, pues los ojitos y los oiditos ven y oyen mucho. Ellos discernirán si la profesión cristiana de sus padres está prácticamente puesta por obra en su vida. Su porvenir puede depender más de lo que sus padres hagan, que de lo que aconsejen. Claro, hay que instruirlos en “los caminos rectos del Señor,” pero es la verdad prácticamente puesta por obra la que da énfasis a la enseñanza.
¿De qué serviría instruir a los niños de que “los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3), y de que Dios los ve cuando engañan a sus compañeros de juego, si ellos viesen a sus padres tomando ventaja del vecino? Asimismo sería sin buen resultado decir a los niños que Dios oye las mentiras, si ellos ven en sus padres la práctica del engaño. Con todo eso, el fracaso de los padres no es una excusa justa para que los hijos pequen.
El Apóstol Pablo fue un instrumento usado por el Señor para la salvación de muchas personas, y escribió a los corintios: “En Cristo Jesús yo os engendré por el evangelio” (1 Co. 4:15). Ellos eran sus amados hijos, y como a hijos él los amonestó por carta (véase v. 14); pero les envió a Timoteo para amonestarles de sus “caminos cuáles sean en Cristo” (v. 17). Era un padre amoroso, enseñando a sus hijos, por palabra y por ejemplo, cómo debían de andar.
Timoteo era también hijo en la fe de Pablo, el cual ejercía un cuidado celoso por el bienestar espiritual de Timoteo; le escribía íntimamente y hablaba afectuosamente de él a otros hermanos. Le dio palabras de “edificación, y exhortación, y consolación,” pero hizo también referencia a su vida: “tú has comprendido mi doctrina, instrucción [o sea conducta], intento, fe, largura de ánimo, caridad [o sea amor], paciencia” (2 Ti. 3:10). La doctrina (o sea enseñanza) de Pablo era importante, y lo es hoy, porque expone toda la verdad distintiva de la Cristiandad; pero Pablo le recordó a su hijo amado y colaborador que su conducta, o manera de vivir era la de veracidad, rectitud e integridad. Su intento (o sea propósito) fue igualmente edificante, pues tenía por meta vivir en este mundo para gloria de Dios y para conocer más y más del Cristo quien había cautivado su ser entero. Él poseía esa fe que dependía de Dios constantemente en cualquier circunstancia. Vemos muchos ejemplos de su largura de ánimo en los Hechos y en sus epístolas; amaba a los corintios, aunque mientras más los amaba él, menos le amaban ellos. En cuanto a la paciencia, él podía decirles: “Con todo esto, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia” (2 Co. 12:12), la cual, sin embargo, no restringía su autoridad apostólica.
Ojalá que los padres cristianos consideren sus caminos, y que imiten el ejemplo de Pablo para con sus hijos en la fe. Los padres ocupan una posición algo parecida, pues deben ser guías espirituales para con sus hijos.
No hay lugar en que tenemos que ejercer más cuidado de no complacer a la carne, ni permitir lapsos en la conducta cristiana, que en el hogar. Alguien ha dicho: “Si quieres conocerme, ven y vive conmigo.” Es en el ambiente hogareño donde nuestro verdadero yo se manifiesta abiertamente. ¡Ojalá que los padres puedan darse cuenta de la gran importancia de vivir como verdaderos cristianos delante de sus hijos! Cómo se hacen las cosas pequeñas de la vida es de gran peso.