Muchos de nosotros nos hemos esforzado para ser aceptados por otra persona. Por ejemplo: hemos ensayado durante horas tan solo para que al final escuchemos al profesor decir: “muy bien”. Y por un instante nos sentimos satisfechos por su aprobación y sonrisa; pero al poco tiempo nos damos cuenta de que la siguiente vez deberemos realizarlo igual o incluso mejor para obtener su aprobación. Así que llegamos a ser aceptados no por lo que somos, sino por nuestro esfuerzo y trabajo. Lastimosamente, muchos piensan que Dios también obra de manera similar, pues consideran que mientras estemos obedeciéndole y trabajando para Él nos acepta, pero que cuando le fallamos nos rechaza; sin embargo, cabe preguntarnos: ¿En verdad obra Dios así? Veamos, pues, si esta manera humana de aceptar primero la obra y luego a quien la realizó es o no como Dios obra.
En Efesios 1:66To the praise of the glory of his grace, wherein he hath made us accepted in the beloved. (Ephesians 1:6) leemos: “para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”. La gracia de Dios en realidad es el favor completamente inmerecido que Él nos otorga, tan solo porque es Dios y no por algo bueno que nosotros hubiésemos hecho. Es imposible que consigamos la gracia de Dios por nuestras obras, sino que la recibimos gratuitamente y por eso alabamos a Dios por tan inmenso favor. En verdad, cuán precioso es poder reconocer que mediante Su gracia nos ha hecho aceptos en el Amado. Para entender esta sublime frase, detengámonos por un instante a fin de considerar si Cristo es completamente aceptado por Su Padre. En realidad Él jamás pecó ni tampoco puede pecar; mas consideremos aquellas dos ocasiones durante Su vida aquí en la tierra, cuando Dios habló desde el cielo para alabarle. La primera está registrada en Marcos 1:11,11And there came a voice from heaven, saying, Thou art my beloved Son, in whom I am well pleased. (Mark 1:11) cuando Dios manifestó su aprobación acerca de aquellos treinta años que Él había crecido como hombre: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”; la siguiente la hallamos en Mateo 17:5,5While he yet spake, behold, a bright cloud overshadowed them: and behold a voice out of the cloud, which said, This is my beloved Son, in whom I am well pleased; hear ye him. (Matthew 17:5) luego de Sus años de ministerio público y leemos algo similar: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia ... ”. En estas dulces palabras vemos el grande e inmensurable deleite que el Padre tiene en Su propio Hijo. No hubo siquiera una sola cosa en la vida de Cristo, ya sea en Su ministerio público o en privado que estorbase la comunión entre Él y Dios. Y esto continuó así hasta la cruz, pues Dios allí aceptó por completo la obra redentora y como evidencia Le levantó de los muertos para sentarle a Su diestra en la gloria, cual leemos en Romanos 6:4: “Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre ... ”. Para nosotros es una verdad en la que podemos maravillarnos, puesto que somos “aceptos en el Amado”. Si Dios acepta a Cristo, y en verdad sabemos que esto es así, entonces también nos acepta a nosotros de la misma manera. Su deseo es que meditemos en esta sublime verdad y que podamos alabarle de corazón, regocijándonos y rebozando tan solo por pura gracia.
Ahora bien, ¿qué debe producir aquella gracia tan sublime? En Colosenses 3:1212Put on therefore, as the elect of God, holy and beloved, bowels of mercies, kindness, humbleness of mind, meekness, longsuffering; (Colossians 3:12) hallamos parte de la respuesta cuando dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”. Al ser tan bendecidos y amados, tan solo podemos responder de manera congruente en nuestras vidas, al reflexionar sobre aquella altísima posición que nos ha otorgado al ser “aceptos en el Amado”, la cual ya ocupamos. Es de vital importancia que reconozcamos que esta posición no la alcanzamos por obras, sino que la expresamos por medio de ellas, pues así demostramos cuánto apreciamos ser hechos a la semejanza de Cristo mediante Su muerte. Durante nuestra vida imitamos a Quien amamos y así manifestamos Su naturaleza que nos ha sido dada. Nadie que ha nacido en la familia de Dios puede contemplar y considerar en serio estas cosas, sin que obre de una forma que le sea agradable a Dios, como leemos en 2 Corintios 5:9: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables”. Como obreros anhelamos llevar a cabo nuestra labor de manera que le sea agradable en todo. Cuán precioso es saber que cual siervos somos aceptos en el Amado por la eternidad ¡Que esto nos motive para que le seamos agradables!