Efesios: El misterio: El propósito de Dios para los siglos en Cristo y la Iglesia

Table of Contents

1. Introducción
2. El propósito eterno de Dios para con Cristo y la Iglesia: Capítulo 1
3. La obra de Dios en formar la Iglesia y hacer de ella Su vaso de testimonio: Capítulo 2
4. La manera de Dios de dar a conocer el misterio por el apóstol Pablo: Capítulo 3
5. Andar como es digno de nuestra vocación como miembros del cuerpo de Cristo: Capítulo 4:1-16
6. Andar como es digno de nuestra vocación bajo el señorío de Cristo: Capítulos 4:17-5:21
7. Andando como es digno de nuestra vocación en nuestros hogares: Capítulos 5:22-6:9
8. La batalla cristiana: Capítulo 6:10-20
9. Saludos finales: Capítulo 6:21-24

Introducción

Para que un creyente sea establecido en la plena revelación de la verdad cristiana, necesitará comprender lo que le fue dado a la Iglesia en el doble ministerio de Pablo. En Romanos 16:25, Pablo habla de estas dos cosas como “mi evangelio y la predicación de Jesucristo” y “la revelación del misterio”. Su “evangelio y predicación” se revela en la epístola a los Romanos, y la “revelación del misterio” se revela en Efesios y Colosenses. El evangelio anuncia lo que Dios tiene para la bendición del hombre, mientras que el Misterio revela lo que es para el disfrute de Dios acerca de Su Hijo.
El misterio
“El misterio” es un secreto que Dios ha mantenido escondido en Sí mismo “desde tiempos eternos”, pero ahora lo ha dado a conocer por las revelaciones especiales dadas al apóstol Pablo (Efesios 3:4-5; 3:9; Colosenses 1:26; Romanos 16:25). Revela el gran propósito de Dios de glorificar a Su Hijo en dos esferas: en el cielo y en la tierra, en el mundo venidero (el Milenio), a través de un vaso de testimonio especialmente formado, la Iglesia, que es la esposa y el cuerpo (místico) de Cristo.
El Misterio no es Cristo en Su santa y gloriosa Persona, ni es Su vida en perfección mientras caminó en este mundo, ni es Su muerte, resurrección y venida (Su Aparición) para reinar sobre este mundo. Todas estas cosas fueron mencionadas en el Antiguo Testamento y conocidas por aquellos que estaban familiarizados con esas Escrituras. El Antiguo Testamento presagia un Mesías judío reinando sobre la tierra, con Israel y las naciones gentiles regocijándose en sumisión a Él. Pero el Misterio revela algo más; cuando Cristo reine, tendrá un complemento de Su lado: la Iglesia, Su cuerpo y Su esposa. Dios usará este vaso especial para realzar la gloria de Cristo en ese día venidero de la manifestación. Además, el Misterio revela que Cristo no solo reinará sobre la tierra, sino que el universo entero estará bajo la administración de Él y Su esposa.
Pablo les dijo a los ancianos de Éfeso: “Porque no he rehuído de anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). Por lo tanto, aquellos a quienes les estaba escribiendo deben haber tenido ya algún contacto con estas verdades maravillosas.
El desarrollo de la verdad en las epístolas
Se ha mencionado con frecuencia que la verdad más exaltada en toda la Biblia se encuentra en la epístola a los Efesios. En las epístolas de Pablo, hay una clara progresión en cuanto a la verdad relacionada a nuestra identificación con Cristo:
 
 
 
 
Sentados
 
 
 
Resucitados
Resucitados
 
 
 
Vivificados
Vivificados
 
 
Sepultados
Sepultados
 
Muertos
Muertos
Muertos
 
Crucificados
Crucificados
 
Gálatas
Romanos
Colosenses
Efesios
La Epístola a los Efesios no presenta a Cristo como “crucificado”, “muerto” o “sepultado”, como en Gálatas, Romanos y Colosenses. Comienza desarrollando la verdad acerca de nuestra identificación con Él al otro lado de la muerte, como “vivificados”, “resucitados” y “sentados” con Él, en las regiones celestiales (Efesios 2:5-6). La epístola ve al creyente en el terreno más alto en Cristo, y revela la más amplia gama de bendiciones que tenemos en Él.
Dos perspectivas diferentes del hombre en la carne en las epístolas de Pablo
La condición caída del hombre se ve de dos maneras diferentes en las epístolas de Pablo:
•  En Efesios y Colosenses, el hombre es visto como muerto en sus pecados (Efesios 2:1-3; Colosenses 2:13).
•  En Romanos y Gálatas, el hombre es visto como vivo en sus pecados (Romanos 1:32; Gálatas 1:4).
Además, en Romanos, Cristo Mismo es visto como vivo en la tierra, nacido de la simiente de David según la carne, y declarado Hijo de Dios (Romanos 1:3-4). Por otro lado, en Efesios y Colosenses Cristo es visto como muerto, y luego el poder de Dios obra en Él para levantarlo de entre los muertos y sentarlo a la diestra de Dios (Efesios 1:19-21; Colosenses 1:18; 2:12).
El remedio para la doble condición caída del hombre se encuentra en Cristo de dos maneras: en Su muerte y en Su resurrección. En Romanos, se considera que el hombre vive en la tierra como un pecador culpable ante Dios. Se encuentra tan afectado por el desorden de sus pecados, y bajo el control de su naturaleza pecaminosa, que no tiene poder para detener el curso pecaminoso de su vida. La forma de Dios de liberarle de su lamentable condición es hacerle pasar por la muerte. Este es el aspecto de la verdad que es desarrollado en Romanos. Se introduce la muerte de Cristo (y nuestra identificación con ella) como el remedio para esta condición. Cristo murió y derramó Su sangre (Romanos 3:25; 4:25; 5:6-8) para quitar los pecados del creyente, y también para acabar judicialmente con el pecador ante Dios, y así romper su conexión con esa condición en que vive (Romanos 6:1-11; Gálatas 2:20). Pero en Efesios, el hombre es visto como muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1), y el remedio para él se encuentra en el poder de Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos, obrando para vivificarlo junto con Cristo (Efesios 2:5). Así, es libertado del estado de muerte espiritual en el que había estado atrapado.
Las dos partes de la epístola
Si bien la verdad que Pablo presenta en esta epístola es muy elevada, Dios quiere que sea extremadamente práctica. Hay dos divisiones principales en la epístola: los capítulos 1–3, que son doctrinales, y los capítulos 4–6, que son prácticos. Dado que cada doctrina cristiana tiene una aplicación moral y práctica en la vida de los creyentes, las exhortaciones dadas en los últimos tres capítulos se basan en las doctrinas establecidas en los primeros tres capítulos.
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Publicado por:
CHRISTIAN TRUTH PUBLISHING
9-B Appledale Road
Hamer Bay (Mactier) ON P0C 1H0
CANADÁ
Primera edición en inglés—febrero de 2009—versión 1.5
Primera edición en español—junio de 2021
Nota: La mayoría de las Escrituras citadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina-Valera Antigua. Aunque la mayoría de los lectores probablemente están más familiarizados con la versión de 1960, ésta tiene derechos de autor, por lo que hemos utilizado la Antigua versión. En los lugares donde la Antigua versión no provee el sentido correcto, se han traducido pasajes de las traducciones de King James, J. N. Darby, o W. Kelly para ayudar a transmitir los pensamientos de la obra original en inglés. Estas versiones, en especial la de J. N. Darby, son fieles traducciones de los idiomas originales.

El propósito eterno de Dios para con Cristo y la Iglesia: Capítulo 1

El gran tema del capítulo 1 es el propósito eterno de Dios con respecto a la manifestación de la gloria de Cristo y la Iglesia en el mundo venidero (el Milenio). El Espíritu de Dios lleva al apóstol Pablo a revelar esta gran verdad de la manera más peculiar. Al contrario de lo que podríamos suponer, no esboza el tema, como lo haría normalmente un maestro de su capacidad, enumerando varios puntos de doctrina en una presentación ordenada de la verdad. En cambio, lo vemos actuando como sacerdote. Se nos permite escucharlo mientras bendice a Dios por Su sabio plan de glorificar a Su Hijo con la Iglesia, en ese día venidero de gloria en el reino, y también escucharlo orar para que los santos comprendan este gran plan y conozcan el lugar que tienen con Cristo. Por lo tanto, el primer capítulo de la epístola es realmente una atribución de alabanza y oración por habérsenos comunicado una verdad tan maravillosa. Conviene que estas sublimes verdades, que están a punto de ser desplegadas en esta epístola, se comuniquen en tono sacerdotal y de adoración. Fueron escritas con ese espíritu y deben leerse con ese espíritu.
Saludo
Versículos 1-2.— Pablo comienza la epístola con su saludo habitual, identificándose como un “apóstol de Jesucristo”. No se dirige propiamente a una asamblea, sino “á los santos y fieles” que están “en Éfeso”, y, por tanto, otros siervos no están asociados con él en la salutación. (Por regla general, cuando se dirigió a asambleas, otros fueron incluidos en el saludo según 2 Corintios 13:1). Aparentemente, esta era una carta circular que debía ser compartida entre los santos de esa región (F. G. Patterson).
Después del saludo, el capítulo se divide en dos partes. En la primera parte, se ve al apóstol bendiciendo a Dios (versículos 3-14). En la segunda parte, se le ve rogando a Dios (versículos 15-23).
El apóstol bendice a Dios
Versículos 3-14.— El Apóstol bendice al Dios trino por Su plan increíblemente sabio de manifestar la gloria de Su Hijo, en el cielo y en la tierra, en el mundo venidero a través de la Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo. Mientras Pablo se regocija en la bienaventuranza del gran propósito de Dios, tenemos el privilegio de escuchar y así aprender cuán ricamente somos bendecidos en Cristo, el Hombre que está en el centro del propósito y consejo de Dios.
Versículo 3.— Pablo se dirige a Dios en la doble relación que el Señor Jesús tiene con Él, como “Dios” y “Padre”. Las dos oraciones registradas en la epístola, en los capítulos 1 y 3, coinciden con estas dos relaciones. La primera oración está dirigida al “Dios del Señor nuestro Jesucristo” (capítulo 1:17) y la segunda oración está dirigida al “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (capítulo 3:14).
Pablo se regocija en el hecho de que hemos sido bendecidos con “toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo”. Estas bendiciones son celestiales, espirituales y eternas, en contraste con las bendiciones de Israel, que eran terrenales, materiales y temporales. Pablo dice que nuestras bendiciones espirituales están “en las [regiones] celestiales” (traducción J. N. Darby). Este no es un lugar como tal, como sugiere la Reina-Valera Antigua, sino la esfera de la actividad espiritual. Cada una de estas bendiciones cristianas es una posesión presente del creyente. No estamos esperando recibirlas; ya son nuestras. Esto se indica en el capítulo por el uso repetitivo de verbos en tiempo pasado.
Además, Pablo dice que todas estas bendiciones cristianas las tenemos “en Cristo”, una expresión que se usa a menudo en los primeros tres capítulos y que se refiere a la posición del cristiano, siendo acepto ante Dios en Cristo, el Hombre resucitado. No se dice que los santos, en los tiempos del Antiguo Testamento, antes de la resurrección y ascensión de Cristo, tuvieran esta posición exaltada ante Dios. Estar “en Cristo” significa estar en el lugar de Cristo ante Dios. En consecuencia, ¡la medida de Su aceptación ante Dios es la nuestra! (1 Juan 4:17) El favor que descansa sobre Él también es el nuestro, porque estamos en el mismo lugar que Él. No solo está nuestra posición ante Dios “en Cristo”, sino que nuestras bendiciones también están “en Cristo”.
Nuestras bendiciones cristianas
(Cada una está inseparablemente ligada a nuestra aceptación “en Cristo”; véase la traducción de J. N. Darby).
•  Redención en Cristo Jesús (Romanos 3:24).
•  El perdón de los pecados en Cristo: una conciencia purificada (Romanos 4:7; Efesios 4:32; Hebreos 9:14).
•  Justificación en Cristo Jesús (Romanos 4:25–5:1; Gálatas 2:16-17).
•  El don del Espíritu en Cristo: unción, sello y arras del Espíritu (Romanos 5:5; 2 Corintios 1:21-22; Efesios 1:13-14).
•  Reconciliación en Cristo Jesús: “hechos cercanos” (Romanos 5:10; Efesios 2:13; Colosenses 1:21).
•  Santificación en Cristo Jesús (Romanos 6:19; 1 Corintios 1:2).
•  Vida eterna en Cristo Jesús (Romanos 6:23; 2 Timoteo 1:1).
•  Liberación (salvación) en Cristo Jesús (Romanos 8:1-2).
•  Adopción de hijos en Cristo Jesús (Romanos 8:14-15; Gálatas 3:26; 4:5-7).
•  Coherederos en Cristo (Romanos 8:17; Efesios 1:10-11; Gálatas 3:29).
•  Nueva creación en Cristo Jesús (Romanos 8:29; Gálatas 6:15; 2 Corintios 5:17).
•  Miembros del “un cuerpo” en Cristo (Romanos 12:5; 1 Corintios 12:12-13).
Estas bendiciones distintivas “en Cristo” pertenecen solo a los creyentes en el Señor Jesucristo, aquellos que forman la Iglesia de Dios, el cuerpo y la esposa de Cristo. Los santos del Antiguo Testamento son bendecidos por Dios, pero no tienen estas bendiciones cristianas.
Como se ha mencionado, la bendición que Pablo atribuye a Dios está relacionada con Su sabio plan de glorificar a Cristo. Esta bendición de Pablo a Dios contiene tres partes que conciernen de manera distintiva a las tres Personas de la Divinidad (la Trinidad), Quienes propusieron este gran propósito eterno y tuvieron consejo para efectuarlo en el día milenario. Cada sección termina con una nota apropiada de “alabanza” (versículos 6, 12 y 14).
Filiación para con el Padre
1) El apóstol se regocija por el lugar que tenemos como hijos en relación con “el Padre” (versículos 4-7).
Dios nos “escogió” para “ser adoptados hijos” en Su familia. Ser hecho hijo (filiación) es la mayor bendición individual que una criatura puede tener en relación con Dios. La frase “ser adoptados hijos” debería traducirse como “filiación” (versículo 5). La palabra griega significa “lugar de hijo”, y se refiere al acto de Dios de establecernos ante Él en el mismo lugar que tiene Su propio Hijo. ¡No hay lugar más alto que este! Estamos en esta posición ahora como una bendición presente a través de la morada del Espíritu Santo (Gálatas 4:6; Romanos 8:15).
Dios podría habernos colocado en el lugar privilegiado de los ángeles escogidos, o incluso habernos elevado a la posición eminente de un arcángel, pero eligió darnos un lugar mucho más elevado y bendito que este: ¡nos puso en el lugar de Su propio Hijo! El lugar de hijos es una posición en la familia de Dios que ha sido reservada para aquellos que son salvos durante este tiempo presente, por el llamamiento del evangelio, y que han sido sellados con el Espíritu Santo. Abraham, Isaac y Jacob, y todos los santos del Antiguo Testamento son parte de la familia de Dios, y son maravillosamente bendecidos como tales, pero no tienen este lugar privilegiado de hijos (Gálatas 4:1-7). Los cristianos son parte de la familia de Dios igual que ellos (Romanos 8:16) pero además son “hijos de Dios” (Romanos 8:14).
[Nota del Traductor: Esta diferencia no se ve muy claramente en Español porque se usa una sola palabra, “hijos”, para dos posiciones distintas dentro de la familia de Dios. En el griego, existe una diferencia entre estas dos posiciones; la posición ocupada por los santos del Antiguo Testamento era una posición inferior a la que los cristianos ocupan hoy como hijos de Dios. Ambos son linaje de Dios, pero el cristiano ha sido hecho hijo de Dios por medio de la adopción (Gálatas 4:1-7), la cual implica una promoción dentro de la familia].
Otra cosa que aprendemos del regocijo de Pablo por nuestras bendiciones en Cristo es que la filiación es algo para lo que Dios nos eligió “antes de la fundación del mundo”. ¡Fuimos “escogidos” y “predestinados” para tener el lugar más cercano posible de relación con Dios que una criatura podría tener! Escogidos (elección) es ser seleccionados (versículo 4), y predestinados hace referencia a aquello para lo que fuimos seleccionados (versículo 5). El primero tiene que ver con las personas; el segundo tiene que ver con el lugar que Dios ha destinado para estas personas. Si Dios va a tener hijos delante de Él en la posición de Su propio Hijo, tienen que estar en una condición en la que sean como Él. Dios es “santo” en Su carácter e “irreprensible” en Sus caminos. Por eso, Él se propuso tener creyentes en esa misma condición y en ese mismo lugar de bendición.
Dios eligió esta bendición de filiación para los creyentes en el Señor Jesucristo “según el puro afecto de Su voluntad”. Por lo tanto, le da satisfacción a Su corazón tener una compañía de hijos delante de Él en gloria juntos con Su propio Hijo amado. Aunque Dios bendice a todos los miembros de Su familia, Él es soberano y puede otorgar un favor especial a algunos de Su familia sobre otros, si así Lo desea. Esto es lo que ha hecho al elegir a los creyentes de la presente dispensación (los cristianos) para la filiación. Hay cuatro lugares principales en las Escrituras donde se menciona la filiación; cada referencia considera un aspecto diferente de esta gran bendición cristiana:
•  Gálatas 4:1-7 enfatiza la posición privilegiada que tenemos por encima de todos los otros en la familia de Dios.
•  Romanos 8:14-15 enfatiza la libertad especial que tenemos ante Dios, pues podemos dirigirnos a Él íntimamente como “Abba, Padre”. Esta es la misma libertad que tiene el Señor Jesús (Marcos 14:36).
•  Efesios 1:3-10 enfatiza las bendiciones superiores y la comprensión que tenemos con respecto al propósito de Dios, que hasta el día de hoy se había mantenido en secreto en “el Misterio”.
•  Hebreos 2:10-13 enfatiza la dignidad que tenemos, al estar identificados con Cristo, como Sus “hermanos” en la nueva raza de la creación, siendo Cristo la Cabeza de la raza, como el “Primogénito” (Apocalipsis 3:14; Romanos 8:29; Colosenses 1:18).
La gran bendición de la filiación es poder compartir:
•  La posición favorecida ocupada por el Hijo (Efesios 1:6).
•  La vida del Hijo: vida eterna (Juan 17:2).
•  La libertad que el Hijo tiene ante el Padre (Romanos 8:14-16).
•  La herencia del Hijo (Romanos 8:17).
•  La gloria del Hijo (Romanos 8:18; Juan 17:22).
Este lugar en el que estamos ante Dios es una posición de “favor en el Amado” (versículo 6, traducción J. N. Darby). Tenemos esto debido a nuestra conexión con Cristo, Su amado Hijo (Colosenses 1:13). Esto va más allá de ser “aceptos” (como la Reina-Valera Antigua traduce el versículo 6) y denota tener el afecto del Padre de una manera especial.
Versículo 7.— Además, esta gran bendición se basa en la obra de “redención” de Cristo, que resultó en que los creyentes recibieran “la remisión de pecados”. El hecho de que la redención se mencione en el propósito eterno de Dios muestra que la entrada del pecado y la caída del hombre (Génesis 3) no fueron una sorpresa para Él. La redención, entonces, no es un “plan B” de Dios.
Las “riquezas de Su gracia” (versículo 7) enfatizan cuán bajo Él descendió para salvarnos. La “gloria de Su gracia” (versículo 6) enfatiza cuán alto Él llegó para colocarnos en el lugar de Cristo. No es de extrañar que el apóstol dijera: “Para alabanza de la gloria de Su gracia”. Estas dos cosas se ilustran en Lucas 15 cuando el padre da la bienvenida a su hijo. Cubrir al hijo pródigo con besos ilustra “las riquezas de Su gracia”, y vestirlo con las mejores ropas, sandalias en los pies, anillo en la mano y darle un lugar de hijo en su hogar ilustra “la gloria de Su gracia”.
Por lo tanto, en estos versículos tenemos tres grandes cosas en relación con el Padre: Él nos “escogió” (versículo 4), nos “predestinó” (versículo 5) y nos ha “favorecido” (traducción J. N. Darby) al traernos al mismo lugar que tiene Su propio Hijo amado (versículos 5-6).
Herederos con Cristo
2) La filiación en relación con el Padre no lo es todo. El apóstol comienza a regocijarse en la relación que tenemos como herederos de la herencia con “Cristo” en la administración del mundo venidero (versículos 8-12).
Versículos 8-10.— La intención de Dios es que esta compañía favorecida de hijos (la Iglesia) sea inteligente acerca de Su propósito eterno. Quiere que sepamos lo que está haciendo en este mundo ahora y lo que hará en el siglo venidero. Por lo tanto, “sobreabundó en nosotros en toda sabiduría é inteligencia” y nos ha revelado “el misterio de Su voluntad”. Nos ha dado una percepción especial de Su plan para manifestar públicamente la gloria de Su Hijo en el día milenario. De modo que los cristianos se convirtieron en depositarios del consejo de Dios con respecto a Su propósito para ese día venidero. El comunicarnos esto a nosotros es también algo que se dice que es “según Su beneplácito”. Nuestras bendiciones se mencionan en este capítulo, pero el énfasis es en las cosas vistas del lado de Dios —o sea, lo que Él ha hecho para Su propio placer y para la satisfacción de Su propio corazón—. Por lo tanto, hay dos cosas en particular en este capítulo que se dice que son según el beneplácito de Dios:
•  Es Su “beneplácito” el tener hijos ante Él en el mismo lugar que tiene Su amado Hijo, y bendecirlos con bendiciones especiales que otros en Su familia no tienen (versículo 5). Compárese con Génesis 25:5-6.
•  Es Su “beneplácito” el dar a Sus hijos inteligencia especial acerca del gran propósito que Él tiene de mostrar la gloria de Su Hijo públicamente en el mundo venidero (versículos 8-10). Esto es algo que ahora ha sido revelado en el Misterio.
“El Misterio” es un secreto concerniente a Cristo y a la Iglesia, que Dios mantuvo escondido en Su corazón hasta que la redención se efectuó y el Espíritu Santo fue enviado a morar en los creyentes. Por lo tanto, es algo que los santos del Antiguo Testamento no conocían, porque, hasta ahora (el Día de la Gracia), había estado “encubierto desde tiempos eternos” (Efesios 3:5; Colosenses 1:26; Romanos 16:25).
Pablo continúa en el versículo 10 para explicar qué está involucrado exactamente en el Misterio. Dice que en la “dispensación [administración] del cumplimiento de los tiempos” (el Milenio), Dios se propuso colocar todas las cosas en el cielo y en la tierra bajo “el Cristo” como “cabeza” (traducción J. N. Darby). “El Cristo” es una expresión en los escritos de Pablo que se refiere a la unión mística de Cristo, la Cabeza, con los miembros de Su cuerpo, por medio de la morada del Espíritu Santo (1 Corintios 12:12-13, traducción J. N. Darby). Él habla del Misterio de dos maneras en la epístola. Cuando se le llama “el misterio de Su voluntad” (Efesios 1:9), se refiere al propósito de Dios de colocar todas las cosas bajo el liderazgo de Cristo en el día milenario venidero. Cuando se le llama “el misterio de [el] Cristo” (Efesios 3:4; 5:32) se refiere a la unión de la Iglesia con Cristo manifestada en ese día venidero.
El Antiguo Testamento habla de un Mesías judío que reinará sobre Israel, en un día por venir, con las naciones gentiles regocijándose con ellos (Salmo 8, etc.). La revelación del “misterio” del Nuevo Testamento incluye, pero va mucho más allá de esto, y revela el plan de Dios de colocar el universo entero (cielo y tierra) bajo el reinado de Cristo. También revela que Cristo tendrá un complemento (Su novia) a Su lado para magnificar la manifestación de Su gloria (Juan 17:22-23; 2 Tesalonicenses 1:10; Apocalipsis 21:9–22:5). Esto, como se mencionó anteriormente, se ve en la expresión “el Cristo”. Además, el versículo 10 indica que no es la intención de Dios tener los cielos completamente separados de la tierra, como lo están ahora. Su voluntad es colocar la administración de todas las cosas, en el cielo y en la tierra, bajo Cristo como “cabeza” para que haya un sistema armonioso de gloria celestial y terrenal bajo Él y Su esposa.
Versículo 11.— La “herencia” sobre la cual reinaremos con Cristo es toda la creación —todas las cosas creadas—. No figura entre nuestras bendiciones espirituales, ya que se trata de cosas materiales. Nuestra bendición, en relación con la herencia, es el hecho de que somos herederos (Romanos 8:17) y tendremos el derecho y el privilegio de reinar sobre todas las cosas creadas con Cristo en Su reino glorioso.
Muchos cristianos piensan erróneamente que nosotros somos la herencia que le fue dada a Cristo como posesión. Es cierto que somos el regalo del Padre al Hijo (Juan 17:2,6,9,11,12,24), pero no somos la herencia. Este versículo dice claramente que la herencia nos es dada a nosotros. Si es algo dado a nosotros, entonces somos los herederos de la herencia. Una esposa, que es lo que estamos destinados a ser en relación con Cristo (Apocalipsis 19:7; 21:9), no se cuenta entre las posesiones de un hombre como uno de sus bienes.
Dos aspectos de la herencia
Hay dos aspectos de la herencia en el Nuevo Testamento. Primeramente, 1 Pedro 1:4 se refiere a nuestras bendiciones espirituales como la herencia, que está “reservada en el cielo” para nosotros. El hermano Darby habló sobre este aspecto de la herencia como estando por encima de nuestras cabezas (en las regiones celestiales), porque 1 Pedro es una epístola del desierto y los santos son vistos como peregrinos en la tierra. Este aspecto de la herencia ha sido traducido en otras partes como nuestra “suerte” o “porción” en Cristo (Colosenses 1:12; Hechos 26:18, traducción J. N. Darby). En Efesios, sin embargo, la herencia es la creación material. El hermano Darby habló de este segundo aspecto como extendiéndose por debajo de nuestros pies. En esta epístola se nos ve sentados en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6), y todo en el universo está debajo de nosotros —incluso los seres angelicales (Efesios 1:20-21).
El propósito y el consejo de Dios
Este gran plan para glorificar públicamente a Cristo en el mundo venidero junto con y por medio de Su complemento eterno (la Iglesia) es “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de Su voluntad” (versículo 11). Tenemos dos cosas aquí: “propósito” y “consejo”. El propósito es la intención de la voluntad de Dios y el consejo es la sabiduría que Él emplea para llevarlo a cabo. El “propósito” es la meta que Dios tiene ante Él, y las Personas divinas han tomado consejo sobre cómo se debe asegurar el propósito, y los “caminos” de Dios (Romanos 11:33) están haciendo que todo esto se lleve a cabo. Los maestros bíblicos y los escritores de himnos a menudo usan estos términos en plural, es decir, “los propósitos” y “los consejos” de Dios, pero la Escritura nunca los menciona de esa manera, siempre se mencionan en singular. Dios tiene un “propósito”, que es glorificar a Su Hijo, y Su “consejo” es siempre uno en hacer que suceda.
Versículo 12.— La revelación del gran propósito de Dios será vista por todos en el día milenario venidero y resultará “para alabanza de Su gloria”. Cuando los hombres vean lo que la gracia de Dios habrá logrado, alabarán a Dios por Su grandioso y sabio plan en Cristo (Juan 17:23).
Hoy, los creyentes de entre los judíos (“nosotros”, versículo 12), que han “antes esperado”, precediendo al remanente de Israel que recibirá al Señor como su Mesías en un día venidero, y los creyentes de entre los gentiles (“vosotros”, versículo 13), son preparados para compartir la bendición común de ser parte de este nuevo vaso celestial de testimonio, es decir, la Iglesia.
Así, en estos versículos, Pablo se refirió a tres grandes cosas en relación con Cristo: tenemos “redención” en Él (versículo 7), se nos ha dado la revelación del “misterio” en Él (versículos 8-10) y hemos adquirido “suerte [herencia]” en Él (versículo 11).
Vivificación, sello y arras del Espíritu Santo
3) El apóstol luego se regocija en la obra del Espíritu Santo que nos ha capacitado para conocer y disfrutar estas cosas antes de que se cumpla el gran plan de Dios de glorificar públicamente a Su Hijo (versículos 13-14).
Versículo 13.— El Hombre exaltado a la diestra de Dios no solo pondrá el universo en conformidad con Dios en el día venidero, sino que también actualmente está poniendo a los creyentes en conformidad con la Divinidad, a través de las operaciones del Espíritu Santo. Pablo dice: oyendo la palabra de verdad”. El “oír” aquí se refiere al comienzo de la obra de Dios en el hombre. La Palabra de Dios penetra en el alma y le da vida, creando así una capacidad espiritual en la persona por el poder vivificante del Espíritu. Ahora está en sintonía con la voz del Hijo de Dios y tiene la capacidad de recibir comunicaciones divinas (Juan 5:25; 8:47; Proverbios 20:12; Romanos 10:17). Pablo continúa, y dice: “en el cual también ... creísteis. Además del oír, hay una necesidad por parte del individuo de creer el mensaje del “evangelio de vuestra salud [salvación]”. Esto se refiere a la persona comprendiendo y descansando en fe en la obra consumada de Cristo, y es entonces “sellada con el Espíritu Santo de la promesa”. Esto se refiere a la venida del Espíritu Santo a morar en el creyente (Juan 14:17; 1 Tesalonicenses 4:8; Santiago 4:5; 1 Juan 3:24; 4:13). El sello del Espíritu le da al creyente la certeza en su alma de que es verdaderamente salvo.
Nota: una persona es habitada por el Espíritu, no como resultado de haber sido vivificada, sino como resultado de haber creído en el evangelio de su salvación. Como se ha mencionado, la vivificación es el comienzo de la obra de Dios en el alma; el sello es la consumación de esa obra, por la cual la persona es colocada en la posición cristiana completa ante Dios (Romanos 8:9). Como han señalado J. N. Darby y otros, existe un intervalo de tiempo entre estos dos eventos en los creyentes, que puede variar desde segundos hasta años, dependiendo de las circunstancias de su historia personal.
Versículo 14.— Tenemos ante nosotros una esperanza maravillosa en el día venidero de la manifestación (el Milenio). Pero Dios no nos haría esperar hasta entonces para que sepamos y disfrutemos estas cosas. Por lo tanto, el Espíritu Santo, que ha venido a morar en nosotros, obra con este fin como “las arras de nuestra herencia”. Este es un aspecto ligeramente diferente de la obra del Espíritu en el creyente. El sello del Espíritu nos da a conocer que le pertenecemos; las arras del Espíritu nos dan a conocer que tenemos cosas que nos pertenecen. El sello es para la seguridad de nuestra salvación; las arras son para el disfrute de nuestra porción en Cristo, incluso antes de que estemos con Él en el estado glorificado.
Pablo aquí indica que la herencia (la creación material) fue “adquirida [comprada]” en la cruz (Cristo gustó la muerte por todo, Hebreos 2:9, traducción J. N. Darby), pero actualmente está esperando “redención”. Esto muestra que “compra” y “redención” no son la misma cosa. La redención incluye la compra, pero va aún más allá, e integra la “liberación”. La herencia está actualmente bajo la esclavitud de la corrupción (Romanos 8:20-23) y está en manos de Satanás y de los hombres malvados (1 Juan 5:19). Cuando el Señor venga en Su Aparición a rescatar la creación gimiente, derrotará a todo poder oponente y la liberará para el propósito para el cual ella fue destinada (Apocalipsis 11:15). Esto también es “para alabanza de Su gloria”. Pero nótese que la frase “de Su gracia” (versículo 6) no se encuentra aquí porque el tema es la liberación de la creación que ahora gime. Ella no pecó como nosotros y, por lo tanto, no necesita que Su gracia actúe para con ella de la manera que los seres humanos la necesitan. La creación gimiente necesita Su poder de redención, no Su gracia en la redención.
Por lo tanto, en estos versículos tenemos tres grandes cosas que son hechas en y por el Espíritu Santo: Él nos vivificó (y así “oímos”), hemos sido “sellados” por Él (versículo 13), y Él es las “arras” de nuestra herencia (versículo 14).
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Al repasar estas cosas, aprendemos que aquellos que componen este nuevo vaso hecho por Dios (la Iglesia) poseen:
•  El lugar de hijos ante el “Padre”, lo que los santos del Antiguo Testamento y del Milenio no tienen (versículos 4-7).
•  Unión en el cuerpo de “Cristo” y la perspectiva de reinar con Él sobre la herencia, algo que los de otros tiempos no tienen (versículos 8-12).
•  La morada del “Espíritu Santo”, la que ninguno de los demás santos tiene (versículos 13-14).
Por lo tanto, es un tremendo privilegio ser parte de esta compañía especial de santos que ha sido escogida para tal propósito.
El apóstol ora a Dios
Versículos 15-23.— El apóstol bendijo a Dios por Su sabio plan de glorificar a Cristo por medio de la Iglesia en el mundo venidero. Ahora, le ruega a Dios que los santos tengan una mayor capacidad para captar este objetivo divino. Entonces, la alabanza de Pablo pasa a una petición. En los siguientes versículos, él ora por los santos.
Comienza diciendo que cuando se enteró de su “fe en el Señor Jesús y amor para con todos los santos”, dio gracias a Dios, porque sabía que estos rastros eran una verdadera manifestación de la vida divina. Estas características demostraron que eran verdaderos y que estaban creciendo en la gracia. Su oración es dirigida al “Dios del Señor nuestro Jesucristo”. Esto coincide con la primera parte de la doble relación del Señor, mencionada en el versículo 3. Es hacia “Dios” porque tiene que ver con el entendimiento de los santos y el poder de Dios para llevar a cabo Su gran plan de glorificar a Su Hijo en el mundo venidero.
Téngase en cuenta que Pablo no ora para que los santos sean bendecidos más, ¡porque no pueden ser bendecidos más de lo que ya son! Se nos ha dado “toda” la “bendición espiritual” que se nos pudiera dar (versículo 3). Nuestras bendiciones cristianas son la cima de una montaña de bendiciones a las que Dios mismo no puede agregar. Por lo tanto, en lugar de orar por más bendiciones, Pablo ora para que los santos estén en un estado espiritual correcto para comprender el plan de Dios de glorificar a Su Hijo, en quien se encuentran todas sus bendiciones. Entonces, el gran deseo de Pablo para con ellos es que sepan cuán ricamente han sido bendecidos. Anhela que los santos se aferren a la magnitud de todo ello. Ora para que “los ojos” de nuestro “corazón” (traducción J. N. Darby) (no “entendimiento” como en la Reina-Valera Antigua) sean “alumbrados” porque él quiere que no solo sepamos estas cosas, sino que este conocimiento sea abrazado por los afectos de nuestros corazones.
Hay tres cosas en particular por las cuales Pablo ora para que los santos las “sepan” en sus corazones. Esto se indica en el triple uso de la palabra “cuál” en los versículos 18 y 19. Estas tres cosas se correlacionan con las tres cosas escritas en la bendición del apóstol en los versículos 3-14. Ellas son:
1) Cuál sea la esperanza de Su vocación” (versículo 18). El apóstol habló de esto en los versículos 4-6. Le gustaría que conozcamos y apreciemos la posición en la que hemos sido colocados como hijos de Dios. Nuestra vocación es “elevada” (Filipenses 3:14, traducción King James), “santa” (2 Timoteo 1:9) y “celestial” (Hebreos 3:1). ¡No podríamos haber sido llamados a un lugar más bendito, porque estamos ante Dios en el mismo lugar que tiene el Hijo mismo! En la adopción de hijos, fuimos colocados en relación con Dios en el lugar más cercano posible que Su amor pudiera darle a una criatura. Pablo explicó esto anteriormente en este capítulo. La “esperanza” de nuestra elevada vocación aún no ha tenido lugar. Esta no es la esperanza de la venida del Señor para llevarnos a nuestro hogar celestial, porque el Arrebatamiento no aparece en Efesios. Se nos ve como estando ya allí (capítulo 2:6). “La esperanza” es, más bien, la certeza aplazada de ser manifestados con Cristo en gloria, en nuestra elevada vocación en el día de Su manifestación (el Milenio). La glorificación de los hijos de Dios tendrá lugar en el Arrebatamiento (Romanos 8:17), pero la manifestación de los hijos de Dios no tendrá lugar hasta la Aparición de Cristo (Romanos 8:19).
2)Cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia” (versículo 18). El apóstol habló de esto en los versículos 8-12. Él quiso que conociéramos y apreciáramos los privilegios que tenemos como herederos en relación con la herencia. Nuestra vocación se encuentra arriba en relación con el lugar que tenemos con las Personas divinas, pero nuestra “herencia” está aquí abajo e involucra cosas creadas. La “gloria” de la herencia se verá cuando la vasta creación sea encabezada por su joya más preciada —Cristo y la Iglesia— reinando sobre ella. Los santos no son la herencia (como se piensa generalmente); son los “herederos” de ella (Romanos 8:17; Gálatas 3:29; 4:7).
La herencia será tomada “en los santos”. Esto significa que el Señor no tomará posesión de la herencia hasta que tenga a Su novia consigo, para que podamos tomarla juntos en Su Aparición (1 Tesalonicenses 3:13; 4:14; 2 Tesalonicenses 1:7). En ese momento vendremos del cielo con Cristo para poseer la herencia (Zacarías 14:5; 1 Tesalonicenses 3:13; 4:14; 2 Tesalonicenses 1:7; Judas 14). Una figura de esto en el Antiguo Testamento es cuando Jehová poseyó la tierra de Canaán a través de los hijos de Israel. El Señor los condujo a la herencia prometida como Capitán de los ejércitos, y tomaron posesión de la tierra con Él (Josué 5:13-15).
3)Cuál aquella supereminente grandeza de Su poder” (versículos 19-23). El apóstol habló de esto en los versículos 13-14. Hoy la herencia ha sido manchada y corrompida por el pecado, por Satanás y por el mundo, y necesita ser liberada de esa esclavitud antes de que el Señor, con la Iglesia, reine sobre ella. Pablo quiso que supiéramos que no hay falta de poder en Dios para redimir (liberar) la herencia. El Hombre del Consejo de Dios (Cristo) murió para asegurarlo todo para Dios. La resurrección de Cristo demuestra el gran poder y la capacidad de Dios para hacer cumplir Su gran propósito. Pablo dice: “por la operación de la potencia de Su fortaleza la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos”. Todas las fuerzas del mal (el reino de Satanás) fueron reunidas en la tumba para evitar Su resurrección de entre los muertos (Salmo 18:7-19; Colosenses 2:15; Hebreos 2:14), pero el poder de Dios las atravesó triunfalmente, “resucitándole de los muertos, y colocándole á Su diestra”. Tener a Cristo sentado a la diestra de Dios en el cielo indica que, como Dios, hará todas las cosas para el agrado de Dios. Esta posición es única para Él. Se dice de nosotros que estamos sentados en lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6), pero nunca que estaremos a la diestra de Dios.
Los políticos y líderes de hoy hacen promesas de cambiar y mejorar las condiciones de la sociedad en un esfuerzo por hacer de este mundo un lugar mejor, pero las cosas siguen en el mismo estado de corrupción. Este mundo no ha mejorado moralmente porque, por muy bien intencionados que sean estos hombres, simplemente no tienen el poder para implementar sus planes. En contraste con esto, Dios no solo ha prometido arreglar este mundo, sino que llevará a cabo Su gran plan para glorificar a Su Hijo en el cielo y en la tierra, ¡y tiene el poder para hacerlo! Él arreglará todas las cosas en el mundo para que estén bajo el liderazgo de “el Cristo” —Cristo y la Iglesia (versículo 10, traducción J. N. Darby)—. Él ha dado prueba de la “supereminente grandeza de Su poder” resucitando a Cristo de entre los muertos y colocándole a Su diestra. Cristo está en este momento sentado allá “sobre todo principado, y potestad, y potencia” (todos los seres angelicales) “y todo nombre que se nombra”. Esto es cierto “no sólo en este siglo, mas aun en el venidero”.
Se nos dice que este “poder” es “para con nosotros los que creemos” (versículo 19). Esto significa que mientras esperamos que Dios lleve a cabo Su gran propósito en la Aparición de Cristo, Él está usando ese mismo poder ahora para fortalecernos y capacitarnos para caminar como es digno de nuestro llamado en una manera práctica (Efesios 3:16; 4:1). Dios “sometió todas las cosas debajo de Sus pies” (el Señorío universal de Cristo) y “diólo por cabeza sobre todas las cosas” (la Autoridad universal de Cristo) “á la iglesia”. Por lo tanto, Cristo no es solo “cabeza de la Iglesia” (Efesios 5:23), también es “cabeza sobre todas las cosas á la iglesia” (Efesios 1:22). Ser Cabeza sobre “todas las cosas” significa que Él tiene el control de todo lo que toca la vida de los miembros de Su cuerpo mientras están en la tierra. Por tanto, nada nos pasa por casualidad. El Señor permite y ordena todo lo que nos afecta por alguna buena razón (Romanos 8:28). Nótese que nunca se dice que Cristo es Cabeza sobre la Iglesia, sino que “Él es la cabeza del cuerpo” (Colosenses 1:18). Él es, sin embargo, Cabeza “sobre” todas las cosas que tocan nuestras vidas.
El versículo 23 indica que la Iglesia es la Eva del postrer Adán (1 Corintios 15:45) —“la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos”—. Somos Su complemento celestial y reinaremos con Él a Su lado en el día venidero de la manifestación. La Iglesia es “la plenitud” de Él. Esta es una declaración extraordinaria. En Efesios, Cristo es visto como incompleto sin nosotros (en lo que respecta al propósito de Dios). En Colosenses, somos vistos como incompletos sin Él (Colosenses 2:10).
Siglos y dispensaciones
Pablo usó las palabras “dispensación” y “siglo” en este primer capítulo de Efesios (versículos 10 y 21). Estas palabras no son lo mismo, y se pueden distinguir de la siguiente manera:
Un siglo es una época o período de tiempo que ya ha pasado, está pasando o pasará en la tierra. Tales períodos son llamados “los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9; Tito 1:2; Romanos 16:25). El Señor habló de dos siglos en particular en Su ministerio: “este siglo” y “el [siglo] venidero” (Mateo 12:32). “Este siglo” es la era mosaica, que comenzó en el monte Sinaí y estaba en curso durante la primera venida del Señor. Cuando Él fue rechazado y echado fuera de este mundo, este siglo se convirtió en “el presente siglo malo” porque los “príncipes de este siglo” cometieron el mayor pecado de crucificar al Señor de la gloria (Gálatas 1:4; 1 Corintios 2:6; 2:8).
La era mosaica sigue su curso hoy en día. La llegada del Espíritu Santo y la introducción del cristianismo no le pusieron fin, ni iniciaron un nuevo siglo (era). Hoy en día, Dios está llamando a creyentes de entre los judíos y los gentiles para formar parte de la Iglesia (Hechos 15:14; 26:17). Aquellos que creen en el evangelio de Su gracia hoy, son liberados “del presente siglo malo” y ya no son parte de él, en lo que respecta a su posición ante Dios (Gálatas 1:4). La Iglesia, por lo tanto, no tiene ninguna conexión con la tierra ni con sus períodos de tiempo. Por consiguiente, referirse al período de tiempo actual como “la era de la Iglesia” (como hacen algunos cristianos) no es doctrinalmente correcto.
La Iglesia está en la tierra en este momento como un peregrino de camino a su hogar celestial; su vocación, carácter y destino son todos celestiales. Puesto que la Iglesia está todavía en la tierra pasando por “este siglo” marcado por el mal, las exhortaciones del apóstol son para que nos mantengamos separados de su carácter y sus caminos. Debemos vivir “en este siglo templada, y justa, y píamente” (Tito 2:12). Los creyentes debemos rechazar la sabiduría de este siglo, porque “Dios ha enloquecido la sabiduría del mundo” (1 Corintios 1:20). Además, se les advierte a aquellos cristianos que son los “ricos de este siglo” (materialmente) que no “pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas” (1 Timoteo 6:17). Deben repartir sus posesiones, de este modo “atesorando para sí buen fundamento para lo por venir” (1 Timoteo 6:18-19). Lamentablemente, algunos cristianos de hoy día están dejando de lado su firmeza, “amando este sigo” y, como resultado, se están adecuando a este mundo. Demas es un ejemplo de esto (2 Timoteo 4:10).
Algunos han planteado que el presente llamamiento de Dios por el evangelio interrumpió la era mosaica, y que esta no va a recomenzar hasta algún tiempo en el futuro. Sin embargo, la era mosaica sigue en curso en la tierra, y la Ley todavía tiene su aplicación a los hombres en la carne en este siglo, en el sentido de magnificar sus pecados y mostrarles su necesidad de un Salvador (1 Timoteo 1:8-10; Romanos 3:19). La Ley, por supuesto, no tiene aplicación para los cristianos porque son vistos como habiendo muerto con Cristo. La Ley no está muerta; es el cristiano quien está muerto a la Ley. La Ley, por lo tanto, no tiene nada que ver con ellos (Romanos 7:4,6).
Sabemos por las Escrituras proféticas que a este siglo actual le quedarán al menos siete años más después de que la Iglesia sea llamada al cielo. Estos años se cumplirán en la semana setenta de Daniel (Daniel 9:27). Este siglo está actualmente bajo el control de Satanás, quien es su dios y príncipe (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2), y está avanzando en dirección al juicio. Terminará con la Aparición de Cristo en lo que se llama el “fin del siglo” (Mateo 13:39-40,49; 24:3; 28:20). En ese momento, el Señor introducirá el “siglo venidero”, que es el Milenio (Mateo 12:32; Marcos 10:30; Efesios 1:21; Hebreos 2:5; 6:5). Cuando el Milenio haya cumplido su curso de mil años, se introducirá el Estado Eterno. A éste, la Escritura lo llama el “siglo de los siglos” (Gálatas 1:5; Efesios 3:21; 1 Timoteo 1:17; 1 Pedro 5:11; Apocalipsis 5:13; 22:5).
La palabra “dispensación” significa “la administración de una casa” o “una economía” o “una norma del hogar”. En el sentido en que se usa en las Escrituras, una dispensación es un trato público y ordenado de Dios con los hombres en cuanto a la administración de Sus caminos durante varios siglos. Aparentemente hay tres dispensaciones principales (véase Morrish Concise Bible Dictionary [Diccionario bíblico conciso de Morrish], páginas 216-217).
La primera de ellas es la Dispensación de la Ley. Este fue un trato ordenado de Dios para con los hombres (la nación de Israel), por el cual el pueblo debía cumplir los requisitos de la Ley para que pudieran caminar en comunión con Dios. Esta dispensación pasó por tres fases:
•  Cerca de 400 años desde la promulgación de la Ley en el monte Sinaí, hasta el final de la era de los Jueces (Éxodo 19 y 20; Romanos 9:4; Hechos 13:19-20).
•  Cerca de 500 años bajo los reyes (desde el rey Saúl hasta el cautiverio en Babilonia).
•  Cerca de 600 años de testimonio profético durante los tiempos de los gentiles (desde el cautiverio en Babilonia hasta Juan el Bautista, Lucas 16:16)
La segunda gran dispensación es la actual “dispensación de la gracia de Dios” (Efesios 3:2). También se le puede llamar “la dispensación del misterio” (Efesios 3:9). De hecho, la manifestación de la gracia comenzó con el ministerio de nuestro Señor Jesucristo (Juan 1:17), pero cuando Su pueblo terrenal (Israel) lo rechazó, Dios abrió la presente dispensación de la gracia en el llamamiento celestial de la Iglesia, lo cual comenzó con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2:1-4; 11:15). Esta es una ordenación completamente diferente de Dios, que pertenece a una compañía celestial de personas que ahora están siendo llamadas de entre judíos y gentiles, para ser parte de algo nuevo y celestial —la Iglesia de Dios (Hechos 15:14; 26:17)—. La responsabilidad del verdadero ministerio cristiano hoy es “promover la dispensación de Dios” (1 Timoteo 1:4, traducción J. N. Darby), ayudando a los santos a comprender sus bendiciones celestiales en Cristo y los grandes privilegios que tienen en Él.
La tercera gran dispensación está por venir: “la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10). Este será un orden especial de Dios para con los hombres durante el reinado público de Cristo en el Milenio.
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Pablo usa la palabra “siglo” en esta epístola para denotar tres cosas diferentes:
•  “Este siglo” (capítulo 1:21).— El tiempo presente.
•  El siglo “venidero” (capítulo 1:21).— El Milenio.
•  Las “edades del siglo de los siglos” (capítulo 3:21).— El Estado Eterno en el que no existirá el tiempo.
Pablo también habla de dos dispensaciones en esta epístola:
•  “La dispensación del cumplimiento de los tiempos” (capítulo 1:10).— Una ordenación especial de Dios durante el reino milenario de Cristo.
•  “La dispensación de la gracia de Dios” (capítulo 3:2).— Una ordenación celestial especial de Dios para aquellos que creen en el evangelio de Su gracia y, por lo tanto, son parte de la Iglesia de Dios.
En resumen, un “siglo” es un período de tiempo, y una “dispensación” es una economía (administración) moral y espiritual de Dios en relación con los hombres durante un período de tiempo.

La obra de Dios en formar la Iglesia y hacer de ella Su vaso de testimonio: Capítulo 2

En el Capítulo 1, el apóstol Pablo reveló lo que Dios Se propuso en la eternidad pasada acerca de Cristo y la Iglesia. Ahora, en el capítulo 2, nos dice lo que Dios está haciendo en este tiempo presente en vista a Su propósito eterno. Actualmente está reuniendo el material que compone a la Iglesia, llamando a creyentes de entre los judíos y gentiles por el evangelio y uniéndoles en un “cuerpo en conjunto” (traducción J. N. Darby) que está ligado a Cristo por el Espíritu Santo (Efesios 3:6). Esta nueva compañía de personas bendecidas es el vaso especial de testimonio que Dios está formando, con la mira de manifestar la gloria de Cristo en el mundo venidero (el Milenio). Mientras tanto, ese mismo vaso se ha convertido en la morada de Dios por el Espíritu, como un testimonio presente de Su gracia en este mundo.
Tres condiciones insuperables que han sido superadas por la misericordia, el amor y la gracia de Dios
En el capítulo 2, vemos que aquellos a quienes Dios eligió se encontraban en el estado más inviable. Los hombres y mujeres entre judíos y gentiles son vistos como muertos en pecado, moralmente lejos de Dios, y teniendo un profundo prejuicio racial y discordia entre ellos. Por tanto, hay tres condiciones aparentemente insuperables que prevalecen sobre toda la escena donde Dios se propuso obrar:
•  Muerte espiritual (versículo 1).
•  Distanciamiento moral de Dios (versículo 13).
•  Discordia racial (versículos 15-16).
También se ve a Satanás en la escena obrando para oponerse a la ejecución del consejo de Dios, y así evitar que Su propósito eterno se complete. Sin embargo, el mismo poder grandioso que sacó a Cristo de la muerte y Le colocó a la diestra de Dios en el capítulo 1:20-21, es visto aquí en este capítulo superando estos grandes obstáculos de muerte, distancia y discordia, de modo que el propósito de Dios se cumpla.
Como en el primer capítulo, vemos aquí a las tres Personas de la Deidad obrando para garantizar lo que Dios se ha propuesto. Tenemos:
•  La obra de “Dios” de vivificarnos y crearnos en Cristo (versículos 1-10).
•  La obra de “Cristo” de redimirnos y reconciliarnos (versículos 11-13).
•  La obra del “Espíritu” de unir a los creyentes, tanto judíos como gentiles, en un nuevo hombre, y darles acceso al Padre (versículos 14-22).
Superación de la muerte espiritual
Capítulo 2:1-10.— Primeramente, tenemos la obra de Dios de vivificarnos y crearnos en Cristo, de este modo superando el obstáculo de la muerte espiritual.
Versículos 1-3.— Se ven tres fuerzas opositoras dominando y controlando a aquellos que Dios se propuso usar para la formación de este nuevo vaso —estas son el “mundo”, el “príncipe de la potestad del aire” (el diablo) y “la carne”—. Así, una condición de muerte espiritual se encontraba sobre los elegidos. El que estuvieran en este estado de muerte espiritual no significa que era una condición en la que no tenían responsabilidad, porque a estos muertos se les describe como que andaban. Es en cuanto a Dios que están muertos; en cuanto a las influencias del mundo, la carne y el diablo, están bien vivos y son controlados por ellos.
Versículos 4-6.— Sin embargo, tres impulsos divinos hicieron que Dios actuara —Su “misericordia”, “amor”, y “gracia”—. Y tres grandes resultados han sido producidos —Él “nos dió vida juntamente”, “juntamente nos resucitó” y “asimismo nos hizo sentar” en los lugares celestiales en Cristo.
Por lo tanto, el poder de Dios irrumpió en la aparentemente imposible condición de muerte y comunicó vida espiritual a aquellos que Él ha elegido. Esto es indicado en las palabras “dió vida”, que se refiere a la comunicación de la vida divina al alma, mediante la cual las facultades espirituales de una persona se activan y, desde allí, se vuelve capaz de recibir comunicaciones divinas. Tanto los gentiles elegidos (versículo 1) como los judíos elegidos (versículo 5) han experimentado este poder vivificante. (Nótese que él dice, “estando nosotros muertos en pecados”, refiriéndose a los judíos, entre los cuales Pablo también se incluye). El resultado es que ambos (los creyentes tanto judíos como gentiles) fueron resucitados juntamente de la condición de muerte espiritual, y han sido sentados juntamente “en las regiones celestiales, en Cristo Jesús” (traducción J. N. Darby). “Con Cristo” (versículo 5) indica nuestra asociación con Él en cuanto a la vida, y “en Cristo” (versículo 6, traducción J. N. Darby) indica nuestra nueva posición ante Dios en Él. Ahora estamos sentados en los lugares celestiales en Cristo, pero cuando Él venga y nos lleve a nuestro hogar en el cielo, estaremos sentados allí con Cristo.
Versículo 7.— Los versículos 1-3 describen lo que éramos en el pasado bajo el dominio del mundo, la carne y el diablo. Los versículos 4-6 describen nuestra posición actual, como resucitados y sentados juntamente en los lugares celestiales en Cristo. El versículo 7 nos habla de nuestro futuro lugar de bendición.
En los “siglos venideros” (el Milenio y el Estado Eterno) Dios “mostrará” ante todas Sus criaturas “las abundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Generalmente se piensa que este versículo se refiere a que las riquezas de la gracia de Dios se nos mostrarán en ese día venidero, pero este no es el punto del versículo. Es al mundo al que se le mostrarán las abundantes riquezas de Su gracia (Juan 17:23). A nosotros se nos muestran estas riquezas ahora por el Espíritu, cuando pasamos tiempo en Su presencia en comunión con Él (Juan 16:13-15); no tenemos que esperar hasta ese día para aprender de las maravillas de Su gracia.
Versículos 8-9.— Esta obra de Dios es enteramente “por gracia”, lo cual se menciona por segunda vez para su enfatización. Incluso la “fe” para creer en estas cosas maravillosas y ser salvos es un “don de Dios”. No tenemos nada de qué “gloriarnos” de nosotros mismos.
Versículo 10.— Somos “hechura suya” y somos parte de la raza de la nueva creación de hombres “creados en Cristo Jesús” para el propósito al que nos ha llamado. Por consiguiente, la condición de muerte espiritual no es un obstáculo para que Dios cumpla Su gran propósito.
Superación del distanciamiento moral de Dios
Capítulo 2:11-13.— En esta próxima serie de versículos, el apóstol se enfoca en la obra de “Cristo” al redimirnos y reconciliarnos, y así superar el segundo gran obstáculo de distancia moral en cuanto a Dios en que se encontraban los elegidos.
Aquellos a quienes Dios se ha propuesto utilizar en Su gran plan para glorificar a Su Hijo, no solo están muertos en delitos y pecados (versículo 1); también están lejos de Él moral y espiritualmente (versículos 11-12). Por naturaleza y práctica, se encuentran a una gran distancia moral de Dios. En tal estado, son totalmente inadecuados para representarlo a Él y para manifestar la gloria de Cristo. Antes que nos alcanzara la gracia de Dios, nos encontrábamos:
•  “Sin Cristo”
•  “Alejados” —sin amigo
•  “Extranjeros” —sin hogar
•  “Sin esperanza”
•  “Sin Dios”
No obstante, mediante la obra de Cristo en la cruz, Dios superó el obstáculo de la separación moral y espiritual y nos trajo a Él. Nosotros que estábamos “lejos” ahora hemos sido “hechos cercanos” en Cristo. Esto es la reconciliación. En 1 Pedro 3:18 el apóstol Pedro menciona esta gran obra, diciendo: “Cristo padeció una vez (propiciación) por los injustos (sustitución), para llevarnos á Dios (reconciliación).
La obra de Cristo se presenta aquí para mostrar que Dios obra soberanamente al vivificar las almas (versículos 1 y 5), porque Él tiene un fundamento justo sobre el cual hacerlo, que es “la sangre de Cristo” (versículo 13). La “sangre” es el medio de nuestra purificación, por la cual hemos sido hechos aptos para estar en la presencia de Dios y poder ser usados para manifestar la gloria de Su Hijo. La sangre satisfizo la necesidad de nuestra insuficiencia moral al lavar nuestros pecados. Así, en virtud del poder que tiene la sangre de Cristo de lavar, la distancia moral de los hombres no es un obstáculo para que Dios cumpla Su propósito eterno.
Superación de la discordia racial
Capítulo 2:14-22.— En esta última serie de versículos, la obra del “Espíritu” es prominente en unir a los creyentes, de entre judíos y gentiles, para formar “un nuevo hombre”, haciendo “paz” entre ellos y dándoles “entrad ... al Padre”, superando así el obstáculo de la discordia y el prejuicio racial.
Versículos 14-15.— Desde el punto de vista humano, judíos y gentiles nunca podrían vivir juntos en unidad en su estado actual. Pero Dios hizo lo imposible. Cristo es “nuestra paz, que de ambos (judíos y gentiles) hizo uno”.
El aspecto de “paz” aquí es racial. Es una de las tres partes que forman nuestra posición en cuanto a la paz. Primero, tenemos paz externa con Dios (Romanos 5:1). Este no es un estado de ánimo o sentimiento, sino una condición que prevalece entre dos personas que alguna vez estuvieron distanciadas. En segundo lugar, tenemos paz interior como resultado de conocer la liberación del pecado (Romanos 8:6). Es la paz en la mente y la conciencia que fluye de la vida divina en el alma del creyente, a través de la morada del Espíritu. En tercer lugar, la paz racial permanece entre los creyentes judíos y gentiles, que ahora viven juntos en esta nueva compañía (Efesios 2:14-15). Los tres aspectos de la paz están conectados con nuestra posición en Cristo y son nuestros desde el momento en que somos salvos y sellados con el Espíritu.
Dios “dirimió [solucionó]” (y no “abolió” como en la versión 1960 de Reina-Valera y la versión King James en inglés) lo que dio razón a la enemistad entre el judío y el gentil —“la ley de los mandamientos en orden á ritos”—. La enemistad se desarrolló entre los dos por la presencia de la Ley, que distinguía a judíos y gentiles en sus costumbres y formas de vida. El apóstol alude a “la pared intermedia de separación” que había en el templo, que separaba a los dos. Cada vez que los judíos iban al templo, se les recordaba su lugar privilegiado en cuanto a Jehová, lo que solo alimentaba su orgullo y prejuicio contra los gentiles que eran menos privilegiados. Los gentiles, por otro lado, han estado molestos por la hipocresía que ven en los judíos (Romanos 2:24), y esto ha despertado su disgusto y odio hacia los judíos. Con el tiempo, las “enemistades” se volvieron muy profundas.
En el cristianismo, Dios eliminó la división entre judíos y gentiles. Él “derribó” la pared de separación (por así decirlo) en esta nueva compañía de creyentes, “para edificar en sí mismo los dos en un nuevo hombre”. El “nuevo hombre” es Cristo —la Cabeza en el cielo— conectado a los miembros de Su cuerpo en la tierra por la morada del Espíritu. Esta es la unión en el cuerpo de Cristo. Así, en el “un nuevo hombre”, ya no hay más judío ni hay más gentil (Gálatas 3:28; Colosenses 3:11), haciendo que desaparezca la enemistad que existía.
Dios no solo formó una unión de judíos y gentiles bajo Cristo (la Cabeza) en un nuevo hombre, sino que hizo posible que hubiera unidad práctica entre ellos. Unión y unidad no son la misma cosa. Por ejemplo, podríamos atar las colas de dos gatos y hacer una unión, pero no tendríamos unidad. La unión es la conexión espiritual que existe entre los creyentes judíos y gentiles a través de su conexión con Cristo, por medio del Espíritu Santo. La unidad es algo práctico en que los miembros de ese nuevo hombre caminan en paz y amor los unos para con los otros. Esto resultó en que las “enemistades” fueran “matadas” en la cruz.
Versículo 16.— Una doble enemistad había existido; primero, entre los hombres y Dios y, segundo, entre judíos y gentiles. Pero una doble reconciliación los ha llevado a tener una relación feliz “con Dios”, y también los ha unido “en un mismo cuerpo” en una relación feliz entre ellos.
Versículos 17-18.— En el un solo cuerpo de Cristo, no solamente debemos habitar juntos, sino que también debemos trabajar juntos, siendo nosotros el vaso actual de testimonio de Dios en la tierra. Cristo, a través de los muchos miembros de Su cuerpo, ahora está predicando paz al mundo, tanto a los que están “lejos” (los gentiles) como a los que están “cerca” (los judíos). Aquellos que creen y que son traídos a esta relación favorecida para con Dios en la Iglesia, ahora tienen igual “entrada por un mismo Espíritu al Padre”. Esto es superior a las ventajas que tenía el judío sobre el gentil al acercarse a Dios en el orden del Antiguo Testamento. Los judíos tenían un acceso limitado en cuanto a Dios; su acercamiento a Jehová era a través de un sistema de ordenanzas que los mantenía a una distancia de Él. Ahora los creyentes judíos y gentiles pueden acercarse al “Padre” en libertad de hijos, a Su presencia inmediata (Hebreos 10:19-21).
Así, Dios superó el obstáculo aparentemente imposible de la discordia racial entre judíos y gentiles, y los ha llevado a una relación consigo mismo que va mucho más allá de lo que Israel había conocido antes.
Varios vínculos en la formación del vaso celestial de testimonio: la Iglesia
•  Somos vivificados (vivificación): versículos 1-10.
•  Somos hechos cercanos (reconciliación): versículos 11-13.
•  Somos hechos uno (unión): versículos 14-22.
Dos figuras utilizadas para describir el testimonio actual de la Iglesia: el cuerpo y la casa
Hay dos figuras principales utilizadas en el Nuevo Testamento para describir a la Iglesia de manera corporativa: el cuerpo y la casa. Los versículos 14-16 nos han mostrado el cuerpo de Cristo, y en los versículos 19-22 vemos la casa de Dios. Como cuerpo de Cristo, debemos manifestar unidad, y como casa de Dios, debemos manifestar orden de acuerdo con la santidad de Dios.
Versículo 19.— Los cristianos son “juntamente ciudadanos con los santos” en la ciudad celestial y están destinados a reinar con Cristo y serán el medio para manifestar Su gloria en el mundo venidero. Pero mientras tanto, Dios tiene la intención de que la Iglesia sea ahora Su actual vaso de testimonio en la tierra. Por lo tanto, el cuerpo y la casa entran en escena.
Versículos 20-21.— Hay dos aspectos de la casa de Dios en el Nuevo Testamento; primeramente, se ve como siendo construida por Cristo, el Maestro Constructor. Cada creyente es una piedra viva en la estructura (Mateo 16:18; 1 Pedro 2:5; Hebreos 3:6; 1 Corintios 3:9a). Las personas vienen a ser parte de ella por creer en el evangelio. Con cada nuevo creyente añadido, la casa “va creciendo” hasta que el último creyente es incorporado en ella. Entonces será Su “templo santo” y estará lista para manifestar la gloria de Cristo en el mundo venidero. La construcción de la casa ha llevado casi 2000 años. Las primeras piedras fueron colocadas en el día de Pentecostés, y cuando la última persona sea salvada y colocada en la estructura, el Señor vendrá y llevará a la Iglesia a su hogar en el cielo.
Versículo 22.— Segundo, la casa es vista como un lugar donde en el presente Dios habita por el Espíritu. En ese sentido, es “morada de Dios en Espíritu”. En el primer aspecto, los creyentes “son” la casa (Hebreos 3:6); en el segundo aspecto, los creyentes (así como los falsos profesantes) están “en” la casa (1 Timoteo 3:15; 2 Timoteo 2:20). En el primer aspecto vemos la soberanía de Dios —Él salva a las personas y las pone dentro de la casa—. En el segundo aspecto vemos la responsabilidad del hombre, donde se ve a los hombres como teniendo parte en la construcción de la casa (1 Corintios 3:9-17). En consecuencia, existe la posibilidad de la introducción de fallas y que se incorpore mal material a la estructura, aunque esto no se contempla aquí en Efesios. En 2 Timoteo 2:20, vemos este aspecto de la casa en manos de los hombres, y que falsos profesantes sean introducidos en la casa y la corrompan hasta el punto de convertirse en “una casa grande”, que abarca a todos los que profesan ser cristianos, tanto los verdaderos como los falsos. La casa de Dios a este respecto (en manos del hombre) se ha convertido en un lugar de corrupción, confusión y mucho fracaso.
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En conclusión, vemos que nada nunca ha impedido ni impedirá que Dios cumpla Su consejo en la formación de este vaso de testimonio celestial, que es la Iglesia. Job de manera correcta dijo: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no puedes ser impedido en ningún pensamiento Tuyo” (Job 42:2, traducción J. N. Darby; Eclesiastés 3:14). La Iglesia fue concebida en amor eterno y formada por el poder y la sabiduría de Dios, para que fuera un vaso adecuado para manifestar la gloria de Cristo. Cuando se introduzca el tiempo de la manifestación (el Milenio), Cristo reinará con Su complemento eterno a Su lado. Ella está allí como Su cuerpo y esposa, no para la gloria de sí misma, sino para realzar la gloria de Él. Toda la escena manifestará la sabiduría de Dios, la gracia de Dios y la gloria de Dios.

La manera de Dios de dar a conocer el misterio por el apóstol Pablo: Capítulo 3

En este capítulo tenemos un paréntesis importante entre la verdad doctrinal de la epístola (capítulos 1–2) y las exhortaciones prácticas (capítulos 4–6). Aquí, el apóstol establece su autoridad para enseñar el “misterio de Cristo”. Pablo sabía que los judíos tendrían serios malentendidos con lo que él estaba enseñando, de modo que se desvía del tema en un paréntesis para explicar la verdad del Misterio con más detalle, y también para dar a conocer el carácter distintivo de su misión al entregarlo a los santos. Su propósito aquí era aclarar algunos de los malentendidos que los judíos naturalmente tendrían con su doctrina.
Hasta ahora en la epístola, Pablo habló de algo nuevo que Dios estaba haciendo al formar la Iglesia de Dios, en la cual no hay ni judíos ni gentiles (capítulo 2:14-16). También enseñó que aquellos que tienen parte en esta nueva compañía de creyentes están en una posición ante Dios que es superior a la de los santos del Antiguo Testamento —estar en el lugar del Hijo mismo (capítulo 1:4-6)—. Además, ¡la gran mayoría de estos creyentes son gentiles! Se puede entender por qué estos hechos serían un obstáculo para los judíos. Ellos tenían sus pensamientos y sentimientos formados en las Escrituras del Antiguo Testamento, que prometían que su Mesías reinaría en la tierra sobre Israel, con las naciones gentiles sometidas a ellos. Lo que Pablo estaba enseñando parecía dejar de lado todo lo que anticipaban las Escrituras del Antiguo Testamento.
Parecía que estaba hablando despectivamente de los dignatarios del Antiguo Testamento, tales como Abraham, Isaac y Jacob, etc. ¡Cuán inconcebible era en sus mentes que Pablo pensara que los gentiles podían tener un lugar delante de Dios más elevado que el de Abraham! Y si todo eso fuera cierto, ¿qué pasará entonces con las promesas? ¿Fueron anuladas e invalidadas? Para la mente judía, saturada de esperanzas judías, parecía que Pablo era un renegado que estaba enseñando cosas que eran claramente contrarias a las Escrituras.
El judío lealista no podía soportar el hecho de que las distinciones entre judíos y gentiles se dejaron de lado en la Iglesia (Gálatas 3:28; 6:15; Colosenses 3:11). La verdad que Pablo enseñó fue particularmente detestable para los judíos porque los puso en el mismo terreno que los gentiles en cuanto a la necesidad de salvación (Hechos 15:11). Esto tocó su orgullo nacional. Como resultado, se convirtieron en los principales antagonistas de Pablo en su proclamación del Misterio. Era como si le dijeran a Pablo: “Si continúas enseñando que gentiles van a tener un lugar mejor en el cielo que Abraham, Isaac y Jacob, ¡te mataremos!” En su opinión, alguien que iba a los gentiles proclamando tales cosas no era digno de vivir (Hechos 22:21-22). Los judíos lograron hacer precisamente eso al incitar a los romanos contra Pablo, quienes finalmente le mataron. Si Pablo hubiera predicado un evangelio que diera a los gentiles un lugar de bendición por debajo del de los judíos, no habría sido atacado tan despiadadamente.
Los judíos necesitaban entender que las enseñanzas de Pablo en ninguna manera contradecían las promesas de Dios para con Israel. Todas esas promesas se cumplirían cuando su Mesías viniera a reinar en el mundo venidero. En la actualidad, la nación de Israel ha sido puesta temporalmente a un lado en los caminos de Dios debido a su rechazo a Cristo, su Mesías. Sus propias Escrituras enseñan que habría una pausa en Su trato con ellos por esta causa (Salmo 69:1-28; Daniel 9:26; Miqueas 5:1-3; Zacarías 11:4-14, etc.). Dios no se ha olvidado de Israel. Él volverá a tratar con ellos en un día futuro para introducirlos a la bendición, de acuerdo con las promesas del Antiguo Testamento. Lo que Pablo estaba enseñando no echaba de lado esa esperanza en lo absoluto. Él enseñó que, mientras tanto, durante la pausa o suspensión en los tratos de Dios para con la nación, Dios llamaría a creyentes por el evangelio de entre judíos y gentiles para formar una nueva compañía (la Iglesia), que tendría destino y bendiciones celestiales con Cristo, cuando gobierne en Su reino en un día venidero. Esto no va en contra del plan de Dios de bendecir a Israel como prometió. La clave para entender esto es ver que Dios no está sustituyendo las promesas a Israel a través del llamado de la Iglesia —lo que dice la doctrina errónea conocida como la “Teología del Reemplazo”—. Tampoco está instituyendo simultáneamente el llamamiento de la Iglesia a la gloria celestial y el llamamiento de bendición terrenal de Israel en el Milenio. El llamamiento de Israel está ahora en espera, mientras que el llamamiento celestial de la Iglesia está en curso (Romanos 11). Esto requería de algunas explicaciones adicionales, de ahí la necesidad de este cambio en el tema.
La autoridad de Pablo para enseñar la verdad del misterio
Capítulo 3:1-6.— El capítulo 3 comienza con Pablo describiendo el precio que él pagó para llevar la verdad del “misterio” a los gentiles. El efecto inmediato de ministrar esto lo llevó a ser vituperado por el mundo religioso, lo que resultó en su arresto. Aunque estuvo encarcelado, no se llamó a sí mismo prisionero de Nerón (el emperador romano); se veía a sí mismo como “prisionero de Cristo Jesús” (versículo 1). Esto expresa una dignidad en relación con sus sufrimientos y muestra que entendió la importancia de las doctrinas que enseñó y que sus sufrimientos eran inevitables.
La principal objeción que los judíos tenían con la enseñanza de Pablo era que él no tenía Escritura que lo apoyara. ¡Y en eso tenían razón! La verdad del Misterio no está en las Escrituras del Antiguo Testamento; fue una revelación completamente nueva de Dios. Por lo tanto, en un paréntesis (versículos 2-21), Pablo explica de dónde obtuvo la verdad del Misterio —Dios se la dio “á Sus santos apóstoles y profetas” por “revelación” (versículos 3-5)—. Esta era su autoridad para enseñarla. “En los otros siglos” esto “no se dio á conocer á los hijos de los hombres” (versículo 5), sino que estaba “escondido ... en Dios (Efesios 3:9; Romanos 16:25; Colosenses 1:26). Si los judíos consideraran esto usando la lógica, no habrían tenido dificultad con esta explicación, ya que Moisés tampoco pudo presentar la Escritura para apoyar las revelaciones que Dios le dio, cuando introdujo el antiguo pacto, que dio la base a todo lo que ellos creyeron. También fue algo completamente nuevo cuando Moisés lo trajo a Israel.
El hecho de que esta verdad fue revelada “á sus santos apóstoles y profetas en el Espíritu” muestra que no fue una interpretación particular de Pablo; estas revelaciones también les habían sido dadas a los otros apóstoles y profetas (versículo 5). A pesar de que fue revelado a ellos, no fue anunciado por ellos. Fue la comisión especial de Pablo el llevar esta verdad celestial a los santos. Él es el único escritor del Nuevo Testamento usado por Dios para dar a conocer esta gran verdad.
El carácter distintivo de bendición que presenta el evangelio de la gracia de Dios
Pablo continúa explicando que lo que Dios está haciendo ahora, en el llamamiento del evangelio, es algo completamente diferente de lo que enseñaron los profetas del Antiguo Testamento con respecto a la bendición de los gentiles. En el versículo 6, él menciona tres cosas únicas que caracterizan el presente llamamiento de Dios, en gracia, por el evangelio:
Primero, el versículo 6 dice: “Que los Gentiles sean juntamente herederos”. Esta cita de la versión Reina-Valera Antigua no es, lamentablemente, la mejor traducción. Una traducción más precisa sería: “Que los que pertenecen a las naciones sean coherederos” (traducción J. N. Darby). Este presente llamamiento de Dios por el evangelio no es la presentación de toda la muchedumbre de naciones gentiles a Jehová, como se anuncia en el Antiguo Testamento, por el cual tendrían un lugar en el reino del Mesías por debajo de Israel (Zacarías 2:11; 8:22-23; Isaías 11:10; 14:1; 56:3-7; 60:1-5; Salmo 22:27; Salmo 47:9; Salmo 72:10-11). Aquella será una conversión exterior de las naciones gentiles cuando vean a Cristo en la gloria de Su reino. Se unirán en sumisión al Dios de Israel por temor al juicio; no necesariamente habrá una obra de fe en sus corazones (Salmo 18:44-47; Salmo 66:1-3; Salmo 68:28-31; Isaías 60:14), aunque muchos serán verdaderos (Apocalipsis 7:9-10). Lo que Pablo estaba anunciando aquí era el llamamiento especial de los elegidos de entre las naciones, quienes han sido predestinados por Dios para compartir un lugar con Cristo, en Su cuerpo. Por eso dice: “Los que pertenecen a las naciones” (traducción J. N. Darby). Así que esa fue “la conversión de los de las naciones” (Hechos 15:3, traducción J. N. Darby). No fue la conversión de las naciones en su conjunto, lo que, como hemos dicho, ocurrirá en el futuro. En el presente llamamiento del evangelio, Dios está visitando a los gentiles “para tomar de ellos pueblo para Su nombre” (Hechos 15:14). También está sacando a algunos creyentes judíos fuera de su posición anterior en la nación de Israel, con el mismo propósito. Pablo fue un ejemplo de esto. El Señor le dijo, “sacándote de entre el pueblo [de Israel]...” (Hechos 26:17, traducción J. N. Darby). Este movimiento de gracia hacia los judíos y los gentiles por medio del evangelio es algo completamente nuevo en los caminos de Dios. Esto no había sido revelado en los tiempos del Antiguo Testamento.
Los judíos y los gentiles, como entidades nacionales diferentes, siguen en la tierra hoy en día mientras se hace el llamado del evangelio, y continuarán existiendo en el día venidero. Pero ahora también hay una tercera entidad, que es “la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32). Esto es algo distinto y separado de las otras dos, y no debe confundirse con ellas. Por lo tanto, en esta presente Dispensación de la Gracia, Dios está llamando a los creyentes judíos y gentiles a salir de sus posiciones anteriores y los está formando en algo nuevo: la Iglesia. El significado mismo de la palabra Iglesia (“ecclesia” en griego) es “llamados fuera”. Esto expresa muy apropiadamente este llamamiento especial por el evangelio hoy en día. Los creyentes de entre los judíos y los gentiles están creyendo de antemano (capítulo 1:12-13) antes del día en que el remanente de Israel y las naciones de los gentiles sean llevados a Dios.
En segundo lugar, el versículo 6 indica que los creyentes de entre los gentiles serían formados en un “cuerpo en conjunto” (traducción J. N. Darby) con creyentes de entre los judíos. El Misterio revela que judíos y gentiles que creen en el evangelio vienen a formar un organismo vivo (un cuerpo en conjunto), que sería para el disfrute de Dios, en el que se manifestaría la misma vida y características del Hijo de Dios. Este “un cuerpo” sería el resultado de la morada del Espíritu de Dios en estos creyentes, el cual también los une con Cristo, la Cabeza en el cielo (1 Corintios 12:13). El cuerpo de Cristo es algo completamente nuevo que Dios está formando y no se encuentra en el Antiguo Testamento. Cristo reinará sobre Israel y las naciones gentiles (Salmo 93:1; Isaías 32:1), pero la Escritura nunca dice que Él reina sobre la Iglesia, que es Su cuerpo.
Tercero, esta compañía de creyentes judíos y gentiles son “consortes [copartícipes] de Su promesa en Cristo”. Esta promesa no tiene ninguna conexión con la que fue hecha a los patriarcas en los tiempos del Antiguo Testamento. Esas promesas a Abraham, Isaac y Jacob fueron hechas durante la vida de ellos, pero esta promesa fue hecha “antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9; Tito 1:2). Esta es la promesa de la “vida eterna”, que es claramente una bendición del Nuevo Testamento. La vida eterna, que es tener una relación consciente con el Padre y el Hijo (Juan 17:3), no era conocida por los santos del Antiguo Testamento. Los santos del Antiguo Testamento no sabían acerca de la relación del Padre y del Hijo en la Deidad, y solo esperaban vivir para siempre en la tierra, bajo el reino del Mesías (Salmo 133:3; Daniel 12:2). La vida eterna es un carácter especial de vida, que el Padre y el Hijo disfrutaron en la eternidad pasada, al que los cristianos han sido introducidos por la morada del Espíritu (Juan 4:14). Fue vista por primera vez cuando Cristo vino al mundo y manifestó la vida eterna, que anteriormente estaba “con el Padre” en el cielo (1 Juan 1:2).
Vemos de estas tres cosas que lo que Pablo estaba enseñando era algo completamente diferente de las promesas hechas a los patriarcas. En ningún modo fue un cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento —que es el error de la “Teología del Pacto”—. Como se ha mencionado, la introducción del llamamiento celestial de la Iglesia no interfiere con el plan de Dios de bendecir a Israel en la tierra con los gentiles bajo él, durante el reinado de su Mesías. La conversión masiva de los gentiles se llevará a cabo en un día venidero, pero la conversión de aquellos de entre los gentiles se está llevando a cabo hoy por el llamado del evangelio.
Al decir que estas cosas reveladas en el Misterio acerca de la Iglesia son nuestras “por el evangelio” (versículo 6), se nos enseña que la verdad del evangelio y la verdad de la asamblea están vinculadas. Por tanto, toda obra de evangelización debe realizarse con miras a la asamblea. En el evangelio presentamos a Cristo, el Salvador; al enseñar la verdad de la Iglesia presentamos a Cristo, el Centro. Ambos están estrechamente relacionados. Dios desea que, a partir del momento en que una persona es salva, se halle en funcionamiento en el cuerpo de la manera en que Dios la estableció.
Las enormes piedras que fueron traídas con el propósito de construir el templo ilustran esto figurativamente. No solo fueron cortadas del lugar donde fueron halladas (1 Reyes 5), sino que fueron llevadas al templo y situadas en la casa (1 Reyes 6). Extraer piedras de la cantera no era un fin en sí mismo. Asimismo, las piedras vivas que componen la casa de Dios hoy (la Iglesia, 1 Timoteo 3:15), han sido salvadas con el propósito de que funcionen en Su casa para Su gloria. Más adelante en esta epístola, Pablo vuelve a hablar de esa conexión (capítulo 4:11-16). Los “evangelistas” deben trabajar con los “pastores y doctores ... para edificación del cuerpo de Cristo”. Querer que las almas se salven, sin tener en cuenta que ellas funcionen en el lugar que tienen en el cuerpo, no cumple el propósito de Dios para ellas. El propósito del evangelio es traer el material que formará la Iglesia.
La responsabilidad de Pablo de dar a conocer el misterio
Capítulo 3:7-13.— Conocer estas cosas maravillosas y comprender que Dios le había elegido para comunicárselas a los santos no enorgullecía a Pablo. Al contrario, lo humillaba. Se veía a sí mismo como “menos que el más pequeño de todos los santos”. Esto muestra el efecto adecuado que la verdad debería tener en nosotros —debería quitar todo nuestro orgullo—. Nos atrevemos a decir que Dios puede usar a un hombre así; y eso es exactamente lo que Dios hizo con Pablo.
Dado que a Pablo le fueron dadas estas revelaciones especiales acerca del Misterio, se preocupó mucho por darlas a conocer. No estaba satisfecho con sólo saberlas personalmente; quería que todos las conocieran. Él señala su doble encargo en la difusión de la verdad: primero, “anunciar entre los Gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”, y segundo, “iluminar á todos con el conocimiento de cuál sea la administración del misterio” (versículos 8-9, traducción J. N. Darby). Véase también Romanos 16:25 y Colosenses 1:23-28.
En resumen, Pablo tuvo del Señor tanto el ministerio de predicar como el de enseñar (1 Timoteo 2:7; 2 Timoteo 1:11).
•  Las “inescrutables riquezas de Cristo” se refieren a las muchas bendiciones individuales que son nuestras en Cristo. Antes de ser reveladas, eran “inescrutables” para el hombre (1 Corintios 2:9; 1 Pedro 1:11-12).
•  El “misterio” revela la verdad corporativa de la asamblea, que es el cuerpo y la esposa de Cristo.
Las dos administraciones de Cristo en Efesios
En el versículo 9 tenemos la segunda de las dos administraciones de Cristo en la epístola. La primera que se menciona es la futura administración en el mundo venidero (capítulo 1:10); la segunda mencionada es la presente administración del Misterio (capítulo 3:9). Como Cabeza de la Iglesia y como su Maestro Constructor y Administrador, ahora está ejerciendo funciones que tienen que ver con su construcción. El Señor dijo: “Edificaré Mi Iglesia” (Mateo 16:18). Así como Salomón construyó el templo usando sus obreros, también Cristo, por el Espíritu, está edificando la Iglesia a través de los miembros de Su cuerpo. Él está enviando a Sus evangelistas a la obra del evangelio para traer el material (creyentes judíos y gentiles), y está usando a Sus pastores y maestros para edificar en la santísima fe a esos nuevos convertidos, y para mostrarles cómo caminar de una manera digna de la vocación con la que fueron llamados.
La gran preocupación de Pablo era “iluminar á todos con el conocimiento” (traducción J. N. Darby) de esta administración actual, para que fuesen consolidados en lo que Dios está haciendo en este tiempo presente. Esto incluiría el orden y el funcionamiento prácticos de la asamblea en la tierra. La palabra “todos” en el versículo 9 quiere decir que la iluminación de estas cosas se extiende a “toda” la creación, y no sólo a los hombres, e incluye a los seres angelicales como indica el versículo 10. Estos seres espirituales exaltados nunca habían visto algo así. Ellos habían sido testigos de cómo la creación era elevada y expandida ante sus ojos. Ellos han visto los caminos de Dios en otras épocas y han observado Su trato para con los hombres en relación con el gobierno, la providencia y la misericordia, pero esto es algo completamente nuevo para ellos. No solamente están aprendiendo de la gracia de Dios en el llamamiento de la Iglesia, sino que, mediante una observación cuidadosa, están aprendiendo de aquellos en la Iglesia que están gobernados por el Espíritu de Dios y la Palabra de Dios cuando se reúnen para la adoración y el ministerio (1 Corintios 11:10; 1 Pedro 1:12).
Pablo no entra en los detalles del orden práctico de la Asamblea aquí (que se encuentran en 1 y 2 Corintios, 1 Timoteo y Tito), pero continúa diciéndonos que la “determinación” de Dios es que todos aprendan “la multiforme sabiduría de Dios” por la presente administración de Cristo. Desafortunadamente, la Iglesia en su conjunto no ha podido comprender esto y no está claramente actuando bajo la dirección de la Cabeza. Como resultado, muchos cristianos se encuentran haciendo cosas en su servicio al Señor que no van de acuerdo con la verdad del Misterio. A pesar de esto, por el poder gubernamental de Dios, la gran “determinación eterna” se está cumpliendo “en Cristo Jesús nuestro Señor” (versículo 11).
La oración de Pablo para que los santos conozcan el corazón de Dios, el bendecidor, y que sean llenos con Su plenitud
Capítulo 3:14-21.— Es la intención de Dios que la verdad del Misterio produzca un comportamiento práctico en nuestras vidas, como se ve en las exhortaciones en los capítulos 4–6. Sin embargo, antes de que se nos exhorte a caminar como es digno de este gran llamamiento (capítulo 4:1), el apóstol ora por la Iglesia por segunda vez. Sabía que habría una gran oposición a la práctica de esta gran verdad (Colosenses 1:27-29) y nos recuerda que actuar a la luz de la verdad del Misterio traerá oprobio y sufrimiento (versículo 13). Por eso desea que los santos no se desanimen por las “tribulaciones” que él sufrió en relación con la verdad. El Señor también oró a este respecto cuando fue rechazado (Salmo 69:6). Por eso Pablo se puso de “rodillas” en oración al “Padre de nuestro Señor Jesucristo” para que la gloria y el amor de Cristo, y la plenitud de Dios, sean encontradas en los santos, de modo que los preparen para este desafío. El objetivo aquí es que este vaso sea competente para manifestar la gloria de Cristo, no solo en el mundo venidero, sino también ahora en este mundo.
Al agregar “del cual es nombrada toda la parentela en los cielos y en la tierra” Pablo usó la expresión más amplia posible, que abarca a todas las criaturas bendecidas por Dios. Esto incluye santos del Antiguo Testamento, cristianos, santos del Milenio (judíos y gentiles), niños que no habían alcanzado la edad de comprensión, ángeles elegidos, etc. Es significativo que, entre todas estas criaturas benditas, Pablo ora específicamente por aquellas (la Iglesia) que han sido bendecidas de una manera especial como es revelado en el Misterio.
La diferencia característica entre las dos oraciones de esta epístola es que, en la primera, él ora para que conozcamos el gran PLAN de Dios de glorificar a Su Hijo; en la segunda, él ora para que conozcamos el corazón del PLANIFICADOR y seamos llenos de la Su plenitud. La primera oración tiene que ver con que los santos sepan cuán ricamente han sido bendecidos, pero la segunda es para que conozcan a Aquel que los bendice. Por lo tanto, esta segunda oración tiene que ver con Dios creando la capacidad en los santos, para que sean llenos de la plenitud de Dios—y que esto resulte en alabanza y acción de gracias y les dé valor moral para actuar en base a lo que su fe ha asimilado, como es presentado en el capítulo 4.
Hay cuatro partes en la petición del apóstol en esta segunda oración, cada una comenzando con la palabra “que” o “para que”. Como en una cadena, cada una de estas partes refuerza la anterior.
1)Que os dé, conforme á las riquezas de Su gloria, el ser corroborados con potencia en el hombre interior por Su Espíritu” (versículo 16). Para que los santos pongan en práctica la verdad del Misterio, que se les insta a hacer en el capítulo 4, necesitan ser fortalecidos espiritualmente. Pablo no pide un fortalecimiento externo en la carne, sino “en el hombre interior” —en el alma.
2)Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (versículo 17a). Esto muestra que el gran objetivo de ser fortalecidos espiritualmente de esta manera es que Cristo tenga Su propio lugar en nuestros corazones. La oración del capítulo 1 tenía que ver con nuestra comprensión del lugar que tenemos en Cristo y las bendiciones asociadas con esa posición, mientras que esta segunda oración tiene que ver con ser capacitados para tener a Cristo habitando en nosotros de una manera más profunda. Aquel que es el centro del consejo y el propósito de Dios debe ser el centro de todos nuestros pensamientos y afectos. Si Cristo habita en nosotros de esta manera, controlará todas nuestras fuentes internas —los pensamientos y deseos de nuestro corazón—. Esto nos llevará a tener más profundas convicciones en cuanto a la verdad del Misterio.
3) “Para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con todos los santos cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura, y conocer el amor de Cristo, que excede á todo conocimiento” (versículos 17-19). Cuando Cristo tiene Su lugar propio en nuestros corazones, esto nos lleva a estar arraigados y cimentados en Su amor, y nos permite ampliar nuestra capacidad para las cosas divinas. Esto es porque echamos mano de estas cosas a través de nuestros afectos. A medida que disfrutamos de Su amor, aumenta nuestra capacidad para las cosas divinas. La palabra “comprender” no es la mejor traducción. En latín, “comp” significa agarrar algo envolviéndolo. Difícilmente podemos hacer esto con respecto a las cosas de Dios, ya que ahora sólo “en parte conocemos” (1 Corintios 13:9). Debe leerse “aprehender”, que es tener una parte de la cosa sin necesariamente agarrarla por completo.
“La anchura y la longura”, etc., a los que Pablo se refiere aquí no son del amor de Cristo (como afirman muchos escritores de himnos), porque el amor de Cristo no tiene ni largura ni anchura. Es inconmensurable. Está hablando de la amplitud y la longitud de la vasta expansión de la gloria de Dios que está centrada en Cristo. Después de catapultarnos a lo infinito de la gloria de Dios, él nos devuelve a un centro conocido: “el amor de Cristo”. Aunque es algo que ya conocemos, no podemos captar su magnitud, que “excede á todo conocimiento”.
Tengamos en cuenta que el “amor” supera al “conocimiento”. La voluntad de Dios con respecto a Cristo y la Iglesia, revelada en el Misterio tiene que ver con el conocimiento, pero hay algo que excede ese maravilloso conocimiento: ¡el amor que lo planeó!
4)Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (versículo 19). El gran resultado de todo esto es que seremos llenos de la plenitud de Dios. Ésta no es la plenitud de la deidad; sería una blasfemia pensar que podríamos estar llenos de deidad. La deidad es la esencia de Dios que está más allá del entendimiento de la criatura y subsiste en luz inaccesible. Aquí se refiere a lo que Dios quiere formar en la Iglesia, con el propósito de manifestarlo. Es todo lo que Dios es en cuanto a Su carácter. En Colosenses se dice que la plenitud de Dios habita en Cristo corporalmente (Colosenses 1:19; 2:9), ¡pero aquí el apóstol desea que la plenitud de Dios nos llene! Solo de Cristo se dice que toda la plenitud de Dios habita en Él, pero para nosotros es posible que estemos “llenos de toda la plenitud de Dios”. La diferencia es esta: Un niño puede llevar su balde a la playa y llenarlo de agua. Podría decir que tiene su balde lleno de océano, pero no podría decir que tiene el océano en su balde. Lo mismo ocurre con nosotros cuando se trata de la plenitud de Dios.
Versículos 20-21.— Por lo tanto, el fortalecimiento del hombre interior, la morada de Cristo en nuestros corazones y la aprehensión de la gloria que lo rodea están todos en vista para que seamos llenos de la plenitud de Dios, de modo que podamos andar de acuerdo con la presente administración, y así poner en práctica la verdad del un solo cuerpo de Cristo. Estar llenos de la plenitud de Dios nos lleva a adorar y nos prepara para actuar según las exhortaciones de los siguientes capítulos.
Así llegamos al punto más elevado de la epístola; el Espíritu no puede llevarnos más alto. Pablo apropiadamente irrumpe aquí en una doxología de alabanza. Como David cuando bendijo a Dios, diciendo: “lo recibido de tu mano te damos” (1 Crónicas 29:14), Pablo entendió que todas estas cosas tenían su origen en el corazón de Dios, y que es apropiado que regresen a Él en forma de gloria y alabanza.
Él habla de que Dios “es poderoso para hacer” todo lo que podamos “pedir o entender” al llevar a cabo Su sabio plan para glorificar públicamente a Su Hijo a través de la Iglesia. Algunos piensan erróneamente que esto se refiere a cuando Dios responde nuestras peticiones de oración. De veras es cierto que Dios puede y responde a nuestras oraciones de mejor manera de lo que pedimos, pero eso no es lo que el apóstol está diciendo aquí. Lo que está diciendo es que si Dios nos hubiera dicho que escogiéramos lo mejor que podría sucedernos, nunca entraría en nuestras mentes el pedirle o el pensar en algo tan bendito como Su plan. De modo que Dios tomó la iniciativa y planeó todo antes de que comenzara el mundo. ¡Y lo hizo todo para Su propio placer y nuestra gran bendición!
¡Oh Padre, en Tu eterno y profundo consejo
Nos predestinaste al celeste favor!,
Pues antes de que fuese echado el cimiento
Del mundo creado y el orbe en redor,
Tú nos escogiste, sí, en Cristo, “el Amado”,
A fin de que fuésemos ante Tu faz
Conformes, cual hijos, en todo a Tu Hijo;
Pronto, ese designio Tú consumarás.
Todo lo que Dios ha propuesto sucederá “por la potencia que obra en nosotros”. En la primera oración, el apóstol habló del poder de Dios obrando por nosotros (capítulo 1:19), pero en esta segunda oración habla de Su poder obrando en nosotros (capítulo 3:20). Esto se debe a que el énfasis aquí está en la obra de Dios, dando poder a aquellos que compondrían este vaso especial de testimonio.
Por lo tanto, vemos en este capítulo que el ministerio del apóstol involucraba la predicación, enseñanza y oración por los santos. Asimismo, nuestra predicación y enseñanza deben ir acompañadas de oración para que las cosas que hemos presentado sean de provecho para el corazón del pueblo de Dios.
Algunas diferencias entre las oraciones de los capítulos 1 y 3
•  La oración del capítulo 1 es al “Dios del Señor nuestro Jesucristo”; la oración del capítulo 3 es al “Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
•  La oración del capítulo 1 es que conozcamos el plan que Dios tiene para la manifestación de Su Hijo en el mundo venidero; la oración del capítulo 3 es para que conozcamos el corazón del Planificador.
•  La oración del capítulo 1 es que conozcamos nuestras bendiciones; la oración en el capítulo 3 es que conozcamos al Bendecidor.
•  La oración del capítulo 1 Se enfoca en nuestro lugar en Cristo; la oración del capítulo 3 se enfoca en que Cristo tenga un lugar en nosotros.
•  La oración del capítulo 1 habla del poder de Dios para con nosotros; la oración del capítulo 3 habla del poder de Dios en nosotros.
Las riquezas de Dios presentadas en Efesios
•  Las riquezas de Su gracia (capítulo 1:7).— Enfatizan cuán profundo bajó Dios para salvarnos.
•  Las riquezas de la gloria de Su herencia (capítulo 1:18).—Enfatizan nuestro gran privilegio de reinar con Cristo.
•  La riqueza en misericordia (capítulo 2:4).— Enfatiza la profundidad de la compasión en el corazón de Dios.
•  Las abundantes riquezas de Su gracia (capítulo 2:7).—Enfatizan la manifestación de Su gracia para con nosotros ante el mundo.
•  Las inescrutables riquezas de Cristo (capítulo 3:8).—Enfatizan las muchas bendiciones que son distintivamente nuestras en Cristo.
•  Las riquezas de Su gloria (capítulo 3:16).— Enfatizan la grandeza de la gloria que rodea a Cristo, el gran Bendecidor del universo.
Resumen de los Capítulos 1–3
•  Capítulo 1.— La revelación del propósito eterno de Dios para con Cristo y la Iglesia. Revela el plan excelso de Dios de glorificar a Su Hijo en dos esferas (cielo y tierra) en el mundo venidero, mediante un vaso de testimonio especialmente formado —la Iglesia, que es Su cuerpo y esposa.
•  Capítulo 2.— La obra de Dios en el tiempo, llamando y formando ese vaso de testimonio en anticipación del día venidero de la manifestación. Cada obstáculo para lograr Su objetivo es superado por medio de Su amor, poder y gracia.
•  Capítulo 3.— La responsabilidad de Pablo de dar a conocer la verdad del Misterio, cumplido por su predicación, enseñanza y oración por los santos.

Andar como es digno de nuestra vocación como miembros del cuerpo de Cristo: Capítulo 4:1-16

Como se ha mencionado en la introducción, los últimos tres capítulos de la epístola son exhortaciones basadas en la verdad doctrinal que se encuentra en los primeros tres capítulos. Al apóstol le fue necesario desviarse del tema en el tercer capítulo para establecer la autoridad que tenía para ministrar la verdad del Misterio, de modo que las exhortaciones que son dadas ahora en este cuarto capítulo nos alcancen con más fuerza.
Habiendo explicado la verdad del Misterio y habiendo orado por los santos, Pablo continúa donde había dejado el tema en el capítulo 3:1. Como “prisionero de Cristo Jesús” (capítulo 3:1), él revela la verdad del Misterio; como “preso en el Señor” (capítulo 4:1), nos exhorta a caminar como es digno de esa gran verdad.
Nótese que el primer verso dice, “Yo pues, preso en el Señor ... ”. La expresión “en Cristo”, que caracteriza los primeros tres capítulos, no aparece en la última mitad de la epístola, y el término “en el Señor” se vuelve prominente. Esto es significativo; es una expresión que se refiere a la autoridad del señorío de Cristo. No es difícil ver la razón de este cambio. Para que nosotros podamos practicar la verdad, es esencial que reconozcamos el señorío de Cristo. Esto significa simplemente reconocer Su potestad sobre nosotros al redimirnos, por medio de someternos a Su derecho de decirnos qué hacer en todas las áreas de nuestra vida.
Además, encontramos la palabra “andar” mencionada varias veces en los últimos tres capítulos de la epístola (capítulo 4:1,17; 5:2,8,15; 6:15). Esto implica vivir la verdad de manera práctica en todo el curso y conducta de nuestra vida.
Tres esferas de responsabilidad cristiana
Dios quiere que nuestro caminar sea consistente con nuestro llamamiento. Por lo tanto, se nos manda a “andar como es digno” de nuestro llamamiento en tres esferas. Ellas son:
•  La esfera de la asamblea (capítulo 4:1-16). En estos versículos se nos ve como miembros del cuerpo de Cristo y somos responsables de manifestar este hecho colectivamente.
•  La esfera de la profesión cristiana en el mundo (capítulos 4:17–5:21). En esta serie de versículos se nos ve como miembros de la raza de la nueva creación, profesando que conocemos a Dios, y por eso somos responsables de manifestar el carácter del nuevo hombre en Cristo.
•  La esfera doméstica del hogar (capítulos 5:22–6:9). En estos versículos se nos ve como miembros de nuestros hogares y debemos reconocer y respetar el orden de Dios en la primera creación, en cuanto a nuestras relaciones naturales.
Miembros del cuerpo de Cristo
Capítulo 4:1-16.— Las exhortaciones de los primeros dieciséis versículos del capítulo 4 pertenecen a la primera esfera —la asamblea, el cuerpo de Cristo—. Estos versículos presentan una hermosa ilustración de lo que la Iglesia, como cuerpo de Cristo, debería ser en este mundo, según la mente de Dios. No toman en cuenta el fracaso del testimonio de la Iglesia, como se ve hoy en el cristianismo, sino que nos muestran el ideal de Dios.
Versículos 1-3.— Comienza exhortándonos a “andar como es digno” de nuestra “vocación”. Podemos preguntarnos: “¿Cómo podemos andar dignos de nuestra vocación?” El Misterio revela que hemos sido llamados a un lugar privilegiado, como miembros del cuerpo místico de Cristo. Andar como es digno de tal vocación es manifestar ese hecho en este mundo. Dios quiere que el vaso de testimonio (la Iglesia), que Él está formando para la manifestación de Su Hijo en el mundo venidero, exprese la verdad de que hay un solo cuerpo, incluso ahora, mientras se encuentra aquí en el mundo. Pablo no entra en detalles en esta carta acerca de la manera en que la Iglesia debe hacer esto. Simplemente menciona que debemos manifestar la unidad que demuestra la unión que tenemos en el cuerpo. Es la primera cosa práctica que el Señor ha ordenado a los miembros de Su cuerpo que concuerda con la unión que los miembros tienen en “el Cristo” (1 Corintios 12:12-13, traducción J. N. Darby).
Expresar, en la práctica, la verdad del un cuerpo requiere que los miembros del cuerpo estén en un estado de alma correcto. Esto es aludido en el primer versículo del capítulo, con la exhortación que Pablo les da “en el Señor” (versículo 1). Implica darle al Señor el lugar que le corresponde en nuestras vidas al reconocer la autoridad de Su Señorío sobre nosotros en asuntos prácticos —lo que implica estar en un estado de alma correcto—. También hay la necesidad de tener “toda humildad y mansedumbre, con paciencia”, y de soportarnos “los unos á los otros en amor” (versículo 2). Andar juntos en una unidad práctica requerirá la práctica de estas cosas por parte de cada miembro del cuerpo.
La “humildad” mantiene al yo sometido y la “mansedumbre” da paso a lo demás. Las dos andan juntas (Mateo 11:29; Efesios 4:2; Colosenses 3:12). La mansedumbre tiene que ver con la manera en que interactuamos con los demás, para no ofenderlos (1 Corintios 4:21; 2 Corintios 10:1; Gálatas 6:1; 2 Timoteo 2:24; Tito 3:2). La humildad, por otro lado, no se ofende cuando interactuamos con alguien que no es manso (Números 12:3, nota al pie de la traducción J. N. Darby). “Con paciencia” habla de ser pacientes cuando vemos la incapacidad de otro, y “soportar los unos á los otros en amor” es no tomar en cuenta las ofensas personales. Las dos primeras cualidades son las que necesitamos dentro de nosotros; las dos siguientes son las que necesitamos con respecto a los demás, cuando ellos no están ejercitando las dos primeras. En resumen, debemos tener paciencia y soportarnos en presencia de aquellos que no son mansos y humildes.
Estas cosas prácticas deben ejercerse con el fin de “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (versículo 3). Podemos preguntarnos: “¿Qué es exactamente la unidad del Espíritu?” Es una unidad práctica entre los creyentes que el Espíritu de Dios está formando para dar expresión a la verdad del un solo cuerpo. En pocas palabras, Dios quiere que haya una manifestación práctica de la verdad del “un cuerpo”. Él quiere que pongamos en práctica lo que es un hecho en verdad; y el Espíritu de Dios está trabajando con ese fin con los miembros del cuerpo de Cristo.
Esta unidad encuentra su centro en Cristo. Hablar de unidad y trabajar por ella sin reconocer la autoridad de Cristo como su fundamento es una obra de la carne. Además, mantener la unidad del Espíritu implica estar en comunión con Aquel que es llamado “el Espíritu de santidad” y el “Espíritu de verdad” (Romanos 1:4; Juan 14:17). Esto significa que los miembros del cuerpo no solo deben reconocer la autoridad de Cristo en todo, sino que también deben caminar en “santidad” y “verdad”. Esto implica la separación de todo lo que sea incompatible con Su Persona, porque Él es llamado “el Espíritu Santo. Si se sacrifican los principios divinos para lograr la unidad, esta no es la unidad del Espíritu. El ecumenismo moderno, por ejemplo, es una unidad creada por el hombre; no es la unidad del Espíritu. Por lo tanto, la “unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” a la que Pablo se refiere aquí no es paz a cualquier precio, sino paz como resultado de Cristo tener el lugar que le corresponde y de que los creyentes estén sujetos al Espíritu de Dios. Por tanto, la unidad del Espíritu es la unidad que reconoce la autoridad del Señorío de Cristo y está separada de toda doctrina y práctica impía.
Notemos que no estamos llamados a proteger la unidad del cuerpo. Esta unión la mantiene Dios mismo, porque solo Él puede hacerlo. Nada puede romper este vínculo que los miembros tienen con Cristo, la Cabeza ascendida. La unidad del Espíritu, por otro lado, es algo práctico que los miembros del cuerpo son responsables de mantener. Por lo tanto, aunque todos los cristianos tienen unión con Cristo, quizás no todos los cristianos caminan en la unidad del Espíritu.
Tampoco debemos pensar que la unidad del Espíritu es una exhortación a la unidad en una comunión de iglesia local; es más que eso. Esta unidad tiene en vista el un solo cuerpo, como dice el versículo siguiente: hay “un cuerpo” (versículo 4). Dado que los miembros del cuerpo de Cristo no se encuentran en una sola localidad, sino que están esparcidos por todo el mundo, esta unidad debe verse dondequiera que haya cristianos en la tierra. Dios quiere que los cristianos universalmente anden juntos en esta unidad, expresando el hecho de que son un cuerpo. La acción de partir el pan es una confesión práctica de esta verdad (1 Corintios 10:16-17), pero la Iglesia también debe manifestar la unidad del cuerpo en asuntos prácticos de comunión y disciplina. Las epístolas a los Corintios desarrollan este lado de la verdad.
En los primeros días de la Iglesia, esta unidad era mantenida. Los santos estaban “todos unánimes juntos” (Hechos 2:1; 4:32), pero es triste decirlo, no permaneció así por mucho tiempo. C. H. Brown dijo: “Evidentemente, la unidad del Espíritu debe haberse roto”. J. N. Darby dijo: “Ananías y Safira fueron los primeros en estropearla (Hechos 5); después de eso, se encuentra a los helenistas murmurando contra los hebreos (Hechos 6)”. El hecho de que se nos diga que debemos ser “solícitos” o usar “diligencia” (traducción J. N. Darby) significa que habrá resistencia a ello de parte del mundo, la carne y el diablo. Por lo tanto, guardar esta unidad requerirá energía de nuestra parte.
Tres círculos concéntricos
Versículos 4-6.— El apóstol hace referencia a tres esferas de responsabilidad cristiana. Como se ha mencionado, las exhortaciones en el resto de la epístola fluyen de las respectivas responsabilidades en estas tres esferas. Se entienden mejor si se ven como tres círculos concéntricos.
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El círculo interno es la esfera en la que existe una realidad cristiana. “Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados á una misma esperanza de vuestra vocación” (versículo 4). Los verdaderos creyentes (cristianos) son los únicos en este círculo. Un creyente es introducido en este círculo al ser sellado por el Espíritu Santo, lo que sucede cuando cree en el evangelio de su salvación (Efesios 1:13).
El segundo círculo es la esfera de la profesión cristiana donde hay “un Señor, una fe, un bautismo” (versículo 5). Este es un círculo más amplio que incluye a todos los que están el primer círculo y a todos los que hacen una profesión de fe en Cristo, sea real o no. Una persona es introducida formalmente en esta esfera mediante el bautismo con agua.
El tercer círculo es la esfera de las relaciones naturales, donde hay “un Dios y Padre de todos” (versículo 6a). Esta esfera es aún más amplia; incluye a los que están en los otros dos círculos, pero se extiende más allá para incluir a toda persona viva sobre la tierra. La paternidad de Dios aquí no es Su paternidad en la familia cristiana, sino Su paternidad en cuanto a todos los seres creados. En este sentido, todos los hombres son “linaje de Dios” (Hechos 17:29). Una persona es introducida en esta esfera por nacimiento natural. Al decir luego: “Por todas las cosas, y en todos vosotros [nosotros]” (versículo 6b), Pablo está regresando al primer círculo. Dios habita sólo “en” los verdaderos creyentes (1 Juan 4:12; 4:15).
La función de los dones en la edificación del cuerpo
Versículos 7-16.— Dado que es la voluntad de Dios que la Iglesia manifieste de forma visible que es “un cuerpo”, Cristo ascendió a lo alto para hacer una provisión completa con el fin de que los miembros anden juntos colectivamente de esta manera. A cada miembro le ha sido dada “gracia conforme á la medida del don de Cristo”. El Señor ha impartido a cada uno de nosotros un don de poderes espirituales (1 Corintios 12), y también nos ha dado la “gracia” necesaria para usar este don con destreza en el lugar donde nos ha colocado en el cuerpo.
El apóstol toma prestado del Salmo 68:18, que celebra la victoria del Señor sobre Sus enemigos en un día venidero (en Su aparición), y aplica este principio a Su victoria sobre Satanás en la cruz. Habiendo derrotado a Satanás por medio de la muerte (Hebreos 2:14), el Señor ha traído a los creyentes a someterse a Él, quienes antes eran esclavos de Satanás. De la manera que un vencedor regresa victorioso de la batalla, y trae consigo el botín tomado del enemigo como prueba de la victoria, así Cristo ha hecho exhibición de Su victoria al otorgar “dones” a los que estaban cautivos de Satanás (versículo 8). Estos dones son poderes espirituales y fueron dados con el propósito de ayudar a los santos a andar juntos en la unidad del Espíritu y así manifestar la gloria de Cristo en la Iglesia.
Versículos 9-10.— Antes de que Cristo ascendiera victoriosamente a las alturas de la gloria, primero descendió a la tumba (“las partes más bajas de la tierra”) para derrotar al enemigo, levantándose de entre los muertos, para entonces tomar Su lugar en lo alto “sobre todos los cielos”. Así, Cristo tuvo que ocupar primero Su lugar en el cielo, como Cabeza de la Iglesia, antes de que pudieran ser otorgados los dones. El punto del apóstol aquí es que todo ministerio cristiano fluye de Cristo, la Cabeza ascendida en el cielo. No buscamos en la tierra ninguna organización humana de la que los dones reciban su dirección, sino miramos a Cristo en el cielo. Las agencias humanas, creadas para enviar a personas dotadas a ciertas obras en el servicio del Señor, aunque bien intencionadas, son contrarias a las Escrituras.
Versículo 11.— Desde Su lugar en lo alto, Cristo “dió unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores”. Estos hombres tienen poderes espirituales distintivos para el ministerio público de la Palabra y ellos mismos han sido dados como dones de Cristo a la Iglesia. El punto aquí no es que Cristo da el apostolado, sino que da apóstoles, etc. El pasaje no se centra en los poderes espirituales dados a ellos, sino en el hecho de que ellos mismos son un regalo de Cristo a la Iglesia.
Los “apóstoles” y “profetas” fueron dados para ayudar a establecer el fundamento de la Iglesia en el siglo primero a través de su ministerio (capítulo 2:20). Ahora que han sido puestos los cimientos, estos dones ya no son dados, aunque todavía disfrutamos del ministerio de ellos, a los que el Espíritu de Dios inspiró a escribir en las Escrituras del Nuevo Testamento. Todavía tenemos el ejercicio del don de profecía en el sentido de que alguien exponga la mente de Dios para la ocasión, por medio de una palabra de ministerio (1 Corintios 14:1,31), pero no en el sentido de que alguien tenga revelaciones especiales y pueda predecir eventos futuros, como era el caso con Agabo (Hechos 11:27-28; 21:10-11).
El Señor también ha dado “evangelistas”, “pastores” y “doctores [maestros]” a la Iglesia. Nuevamente, esto no se refiere a los poderes espirituales del evangelismo, etc., sino que los hombres mismos han sido dados como dones a la Iglesia. Estos hombres todavía están siendo levantados por el Señor para ayudar a la Iglesia.
Primera de Corintios capítulo 12:8-10 habla entonces de los poderes espirituales particulares que el Espíritu de Dios imparte o deposita en hombres como estos. Por ejemplo, la “palabra de sabiduría” es el poder o don espiritual que un “pastor” tendría, y la “palabra de ciencia [conocimiento]” es el don espiritual que un “doctor [maestro]” tendría. El énfasis en 1 Corintios 12 no está en la sabiduría o conocimiento que ellos tienen (porque todos los santos deben poseerlos) sino en su habilidad especial de comunicar la sabiduría y el conocimiento que tienen. Por eso se les llama palabra de sabiduría” y palabra de ciencia”. Notemos que no se menciona aquí, ni en ninguna otra parte de la Escritura, que los hombres que tienen un don espiritual de enseñar o predicar necesitan ser designados por alguna organización humana para poder funcionar en la Iglesia.
Versículo 12.— Estos dones no les han sido dados para su beneficio personal, sino para el enriquecimiento del cuerpo de Cristo. Es cierto que los que saciaren ellos también serán saciados (Proverbios 11:25), pero lo que ellos tienen del Señor es principalmente para sus hermanos, los otros miembros del cuerpo. El propósito de estos dones es “para perfección de los santos”. La perfección, en el sentido en que se usa aquí, es “crecimiento pleno”. Entonces, estos dones son para ayudar a los santos a crecer espiritualmente. Además, esta “perfección” es “para la obra del ministerio”. Esto muestra que es el deseo de Dios que los miembros del cuerpo maduren (crezcan espiritualmente) con la ayuda de los dones, para que ellos también puedan participar en la “obra del ministerio” y así ser útiles en la extensión del testimonio cristiano. El ministerio es simplemente poner en práctica nuestro don espiritual. Como todos tenemos un don, todos debemos estar activos en el ministerio. No existen “zánganos” en el cuerpo de Cristo; todos los miembros del cuerpo deben participar en este trabajo. Quizás no todos tengan un don distintivo y sean dados a la Iglesia de la manera en que se menciona en el versículo 11, pero todos deben estar involucrados en la “obra del ministerio” de alguna manera. Cada miembro puede hacer su parte en la “edificación del cuerpo de Cristo”. No era la intención de Dios de que algunos de los miembros del cuerpo fueran solo espectadores mientras que los otros estuvieran involucrados en la obra.
Esta obra debe continuar “hasta que todos lleguemos á la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, á un varón perfecto [maduro]” (versículo 13). Esto no se logrará en un sentido colectivo hasta que Cristo regrese (en el Arrebatamiento). Por lo tanto, “la obra del ministerio” (llamar, cuidar y edificar a los santos) seguirá hasta que el Señor venga por nosotros. Esto significa que estos dones para la edificación (versículo 11) seguirán siendo impartidos hasta que la Iglesia sea completada. En contraste con esto, no se menciona en la Escritura que los dones de lenguas y sanidades, etc., continuarían. La historia confirma que estos no continuaron.
El versículo 13 nos presenta el objetivo final de los dones en “la obra del ministerio”, pero los versículos 14-16 nos dan su objetivo inmediato, que es sacar a los santos de la niñez espiritual, como dice Pablo, para “que ya no seamos niños fluctuantes, y llevados por doquiera de todo viento de doctrina”. Existe una necesidad urgente e inmediata de que los santos sean establecidos en la verdad, para que el enemigo no los arrastre. Si eso sucede, los santos no podrán cumplir adecuadamente su función en el cuerpo ni podrán ser una ayuda positiva en la edificación de otros miembros. Pablo habla de estas doctrinas erróneas introducidas por el enemigo como “error sistematizado” (traducción J. N. Darby). Normalmente se encontrará que detrás de las malas doctrinas existe todo un sistema de enseñanza errónea.
Versículo 15.— Nuestra protección contra el error se encuentra no en conocer mejor el error para refutarlo, sino en “seguir la verdad en el amor”. Esto va más allá de conocer la verdad e implica estar afectuosamente apegados a ella, manteniendo la verdad en nuestros afectos. El salmista ejemplifica esto, diciendo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11). La traducción King James en inglés traduce este versículo 15 hablando la verdad en amor”, pero esto podría confundirnos; traducido así, implica que debemos presentar la verdad a los demás de una manera amorosa y amable. Esto es ciertamente algo que debemos hacer, pero el contexto aquí tiene que ver con ser preservados de los errores doctrinales que son propagados. Decir la verdad a los demás de una manera amorosa y amable no es lo que nos va a guardar de estos sutiles errores. “Sostener la verdad en el amor” (traducción J. N. Darby) —como debería traducirse— es amar a la verdad misma. El punto de Pablo aquí es que cuando la verdad se guarda adecuadamente en nuestros afectos, no solo será una salvaguardia contra los errores dentro de la cristiandad, sino que también hará que “crezcamos en todas cosas en aquel que es la cabeza, a saber, Cristo”.
Versículo 16.— No solo seremos preservados y creceremos espiritualmente, sino que también seremos útiles en el cuerpo como “junturas de su alimento”. Contribuiremos eficazmente a la edificación del cuerpo en amor. Su deseo es que “cada miembro” tenga algo que proporcionar en beneficio de “todo el cuerpo”.
Resumen de los ejercicios necesarios para andar de acuerdo con la verdad del “un cuerpo”
•  El reconocimiento práctico de la autoridad que tiene el Señorío de Cristo en nuestras vidas (versículo 1).
•  Un ejercicio personal de caminar humildemente con nuestros hermanos (versículo 2).
•  Sumisión al Espíritu de Dios que nos conduce a la unidad que Él ha formado (versículos 3-6).
•  Aprovechar los dones (hombres) dados a la Iglesia que nos ayudarán a ejercer nuestra función en el lugar que tenemos en el cuerpo (versículos 7-16).
La verdad del “un cuerpo” solo se puede practicar hoy en día en el testimonio de un remanente debido a la ruina de la cristiandad
Al repasar los primeros dieciséis versículos del capítulo 4, vemos que este es el ideal de Dios para con la Iglesia como cuerpo de Cristo. Su deseo es que haya una manifestación práctica de unidad permanente entre los miembros del cuerpo, mientras funcionan bajo la dirección de la Cabeza en el cielo. Si los miembros del cuerpo prestaran atención a estas exhortaciones, habría una feliz comunidad de santos en la tierra viviendo juntos en armonía y gozo, trabajando para el placer de Dios y la gloria de Cristo, y para la mutua edificación. No existiría ninguna secta denominacional o división en el testimonio público de la Iglesia. ¡Qué cosa tan maravillosa sería eso! Esto es lo que Dios quiere para la Iglesia.
Como se ha mencionado anteriormente, la verdad presentada en Efesios no toma en cuenta la ruina y el fracaso del testimonio cristiano, porque el enfoque del apóstol está en el deseo de Dios para con la Iglesia. Hoy, debido a la ruina irreparable que entró en la cristiandad, no es posible practicar la verdad del “un cuerpo” junto con todos los miembros del cuerpo de Cristo. La mayoría de los miembros del cuerpo de Cristo ni siquiera conocen el orden de Dios para los cristianos al reunirse para la adoración y el ministerio, sobre el terreno de un solo cuerpo. Están muy contentos de estar en sus diversos grupos denominacionales y no denominacionales, en medio del estado dividido de la cristiandad, y si se les ilumina con respecto a estas verdades, probablemente no querrán dejar sus posiciones eclesiásticas. Por lo tanto, es simplemente imposible practicar la verdad del “un solo cuerpo” con toda la Iglesia en la tierra hoy.
Cuando alguien se percata de este hecho por primera vez, puede ser algo devastador. Pero no hay por qué desesperarse. Dios anticipó completamente el estado de ruina que se desarrollaría en el testimonio de la Iglesia e hizo provisión para esos días de fracaso, de modo que los cristianos ejercitados sobre la verdad de un solo cuerpo pudieran practicarla. Las Escrituras indican que cuando entra un fracaso generalizado, un gran principio al que Dios recurre es que deja de lado el testimonio público en su conjunto (en la forma en que lo estableció originalmente) y comienza a trabajar con un remanente. Cuando falla lo que Él ha confiado en las manos de los hombres en cuanto al testimonio, Él reduce su tamaño, fuerza, gloria y número, y continúa con el testimonio de un remanente (Isaías 1:2-9). La palabra “remanente” significa “el residuo” o “lo que queda” de todo lo que se estableció originalmente. Dios actuó según este principio en la historia de Israel (1 Reyes 11–12; Esdras 1–6), y ahora con la Iglesia (Apocalipsis 2:24-29), y lo hará de nuevo, en un día venidero, con los judíos en la Tribulación (Isaías 8:11-8; 10:21-22; 11:11; Joel 2:32; 3:1-2; Miqueas 4:7; Sofonías 3:13; Apocalipsis 12:17).
En la prerrogativa y gracia divinas, Dios está tomando uno de acá y otro de allá, y los está reuniendo aparte de la confusión y el desorden de la cristiandad al nombre del Señor en una posición de remanente, , donde se puede practicar la verdad del “un solo cuerpo” (Mateo 18:20). Los que están “congregados” al nombre del Señor no son el remanente. Propiamente hablando, todos los verdaderos creyentes entre la masa de meros profesantes en la cristiandad conforman el remanente de Dios, pero eclesiásticamente, los santos congregados al nombre del Señor ocupan una posición de remanente en el testimonio, y están donde el remanente (todos los verdaderos creyentes) debería estar, esto es, reunidos al nombre del Señor.
Dado que la ruina ahora impregna el testimonio público de la Iglesia, debemos mirar la verdad del un cuerpo, como se presenta en Efesios 4, a través de la “mirilla” de 2 Timoteo, que toma en cuenta la ruina. Esta pequeña y útil epístola de 2 Timoteo ilumina al creyente para este día difícil en el que vivimos.

Andar como es digno de nuestra vocación bajo el señorío de Cristo: Capítulos 4:17-5:21

Las exhortaciones en esta sección de la epístola corresponden al segundo círculo de privilegio y responsabilidad cristianos en el capítulo 4:5: “Un Señor, una fe, un bautismo”. En la sección anterior vimos que es el deseo de Dios que el cuerpo de Cristo manifieste visiblemente una unidad íntegra entre sus miembros bajo la Cabeza ascendida en el cielo. En esta sección, aprendemos que es la mente de Dios que los miembros del un cuerpo también manifiesten visiblemente la belleza moral de Cristo en este mundo, durante el tiempo de Su ausencia. A lo largo de esta sección de la epístola, se insiste en la separación, porque sin ella, la manifestación de estas bellezas morales ciertamente quedará nublada.
En esta sección de la epístola se nos presentan varios aspectos del “andar” del creyente (capítulos 4:17, 5:2,8,15):
•  Andar en “justicia y en santidad de verdad” (capítulo 4:17-32).
•  Andar en “amor” (capítulo 5:1-7).
•  Andar en “luz” (capítulo 5:8-14).
•  Andar en “sabiduría” (capítulo 5:15-21).
Andando en justicia y santidad de verdad
Capítulo 4:17-32.— Si las bellezas morales de Cristo han de ser vistas en los santos, éstos deben experimentar un cambio de carácter completo en sus vidas en relación con lo que eran antes. La salvación de Dios ha producido un cambio enorme en nuestras almas. Hemos pasado “de las tinieblas á la luz, y de la potestad de Satanás á Dios” (Hechos 26:18). Pero Dios quiere que esto se vea en la vida de los santos en un sentido práctico. Las cosas que caracterizan al hombre en la carne deben ser sacadas de nuestra vida, y un estilo de vida completamente nuevo, caracterizado por la “justicia  ... santidad de verdad” debe adoptarse.
Un cambio de carácter
Versículos 17-21.— Para empezar, Pablo describe brevemente el carácter caído y corrupto del mundo gentil, del cual los efesios habían sido salvados (Efesios 4:17-19). Está marcado por:
•  “Vanidad”.
•  “Teniendo el entendimiento entenebrecido”.
•  “Ajenos” de Dios.
•  “Dureza de ... corazón”.
•  “Perdieron el sentido de la conciencia”.
•  Estar entregados a la “desvergüenza”, la “impureza” y la “avidez”.
Este es el orden normal que caracteriza la vida de los que no conocen a Dios. Esto es lo que eran los santos de Éfeso, los cuales habían salido predominantemente de entre los gentiles. Dado que habían sido salvados, Pablo les dice que ahora ese estilo de vida es totalmente incompatible con su llamamiento en Cristo. Él les dice: “Mas vosotros no habéis aprendido así á el Cristo” (versículo 20, traducción J. N. Darby). Como ya se ha mencionado, “El Cristo” es un término que se usa en las epístolas de Pablo para denotar la unión espiritual de los miembros del cuerpo de Cristo con Él, quien es la Cabeza en el cielo (1 Corintios 12:12-13). Luego continúa diciendo: “Si empero lo habéis oído, y habéis sido por Él enseñados, como la verdad está en Jesús” (versículo 21). “Jesús” es el nombre humano del Señor. Cuando se usa solo, sin sus títulos normales como Señor y Cristo, se refiere a Él como Hombre en este mundo. Al hablar de aprender a “el Cristo” antes de que se les enseñe la verdad en “Jesús”, Pablo está indicando que primero debemos conocer nuestro llamamiento en el Cristo (desplegado en los primeros tres capítulos) antes de que podamos caminar correctamente como Jesús caminó en este mundo. De este modo somos “por Él enseñados”, por medio de observar Su ejemplo perfecto.
Por lo tanto, es importante notar el orden en los versículos 20-21. Vemos a muchos cristianos sinceros, que no conocen su llamamiento en “el Cristo”, tratando de vivir como lo hizo “Jesús”, pero en lugares y posiciones de este mundo en las que no deberían estar, pues son completamente inconsistentes con su llamamiento. Como resultado, el Espíritu de Dios no se identifica con ello de ninguna manera significativa. Un ejemplo de esto sería un cristiano tratando de comportarse como Jesús mientras ocupa un cargo en el gobierno.
El “viejo hombre” y el “nuevo hombre”
Versículos 22-24.— Para que podamos manifestar las características morales de Cristo en este mundo, primero debemos comprender ciertas verdades con respecto al “viejo hombre” y al “nuevo hombre”. Por eso el apóstol les habla de esto antes de exhortarlos a vivir una vida que vaya acorde con su llamamiento.
El “viejo hombre” es un término que se encuentra en tres lugares en las epístolas de Pablo: Romanos 6:6, Efesios 4:22 y Colosenses 3:9. No es la carne, sino más bien es un término abstracto que describe el estado o condición corrupta de la raza caída de Adán. El viejo hombre es la personificación de todo lo horrible que caracteriza la raza humana caída.
Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fué crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho [anulado], á fin de que no sirvamos más al pecado”. Aprendemos de esto que, en la cruz de Cristo, Dios ha pasado juicio al viejo hombre (Romanos 8:3). Nuestro viejo hombre no solo fue juzgado en la cruz, sino que estos versículos en Efesios 4 nos dicen que, como parte de nuestra confesión cristiana, nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos vestido del nuevo. Al hacer la profesión de que somos cristianos, hemos confesado que nos hemos disociado de todo lo relacionado con el viejo hombre y nos hemos identificado con todo lo relacionado con el nuevo.
Desafortunadamente, la versión Reina-Valera Antigua (al igual que la versión 1960) traduce los versículos 22-24 como si el despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo fuera algo que deberíamos hacer en nuestras vidas. Sin embargo, este no es un ejercicio cristiano; es algo que ya hemos hecho al tomar nuestra posición con Cristo. El versículo 22 debería leerse: “habiéndoos despojado en cuanto a la pasada manera de vivir, del viejo hombre” (traducción J. N. Darby). Y el versículo 24 debería leerse, “Habiéndoos vestido del nuevo” (traducción J. N. Darby).
El “viejo hombre” es un término que la mayoría de los cristianos usa a menudo como sinónimo de “la carne” (la naturaleza caída y pecaminosa en nosotros). Sin embargo, esto es incorrecto. J. N. Darby señaló: “El viejo hombre se utiliza habitualmente como si fuera la carne, incorrectamente”. Cuando miramos las Escrituras con atención, vemos claramente que el viejo hombre y la carne no son lo mismo y, por lo tanto, no se pueden usar indistintamente. Si el “viejo hombre” fuera la carne, entonces este pasaje nos estaría diciendo que hemos sido despojados de la carne —¡que ya no tenemos la naturaleza pecaminosa en nosotros!—. Esto claramente no es cierto. Además, nunca se dice que el “viejo hombre” esté en nosotros, pero la carne ciertamente lo está. F. G. Patterson dijo: “Tampoco creo que las Escrituras nos permitan decir que tenemos al viejo hombre en nosotros, mientras que ellas enseñan llanamente que tenemos la carne en nosotros hasta el fin”.
Tampoco es correcto decir que el “viejo hombre” tiene apetitos, deseos y emociones, como es el caso con la carne. A menudo, los cristianos dirán cosas como: “El viejo hombre en nosotros desea esas cosas que son pecaminosas”. O, “Nuestro viejo hombre quiere hacer esto o aquello que es malo...”. Tales declaraciones confunden al viejo hombre con la carne. El hermano H. C. B. G. dijo: “Sé lo que quiere decir un cristiano cuando pierde la paciencia y dice que es el ‘viejo hombre’ actuando; sin embargo, la expresión es incorrecta. Si hubiera dicho que era ‘la carne’, habría tenido más razón”.
También agregaríamos que el “viejo hombre” no es Adán personalmente, sino lo que es característico de la raza caída bajo Adán. Para percibir lo que es el viejo hombre con mayor claridad, debemos mirar a la raza caída como un todo, ya que es poco probable que alguna persona esté marcada por todos los rasgos que caracterizan ese estado corrupto. Cuando vemos a la raza como un todo, observamos todas las horribles características que componen al viejo hombre.
El “viejo hombre”, por lo tanto, no es algo que vive dentro del creyente teniendo apetitos, deseos y emociones, sino más bien, es un término abstracto que describe el estado corrupto de la raza caída del hombre, el cual Dios ha juzgado en la cruz, y del que el creyente profesamente se ha despojado, al identificarse con el testimonio cristiano.
El “nuevo hombre” es también un término abstracto. Denota el nuevo orden de perfección moral en la nueva raza de la creación bajo Cristo. Es el nuevo estado que caracteriza a la nueva raza de hombres bajo Cristo. El viejo hombre se caracteriza por la “corrupción” y el “engaño”, pero el nuevo se caracteriza por la “justicia” y la “santidad”.
El “nuevo hombre” no es Cristo personalmente, sino es Cristo característicamente. Este nuevo orden moral de la humanidad fue manifestado por primera vez en “Jesús” cuando caminó aquí en este mundo (versículo 21), y ahora caracteriza a todos los que, en la nueva raza de la creación bajo Cristo, andan en el Espíritu. La nueva raza bajo Cristo no comenzó hasta que Él resucitó de entre los muertos para ser la Cabeza de esa nueva raza. Como “el primogénito de los muertos” (Colosenses 1:18), Él ha enviado al Espíritu de Dios al mundo para unir a los creyentes (“muchos hermanos”) consigo Mismo (Romanos 8:29). Ahora son del mismo orden de humanidad que Él (de la misma “especie”, Génesis 1:21,24-25). Es en este sentido que “de uno son todos” con Él en esta nueva raza (Hebreos 2:10-13). El “nuevo hombre”, por tanto, es un término que denota las características morales de la nueva raza de hombres bajo Cristo.
Dado que el “nuevo hombre” ha sido formado a imagen de Aquel que lo creó (Colosenses 3:10), siendo parte de la nueva raza de la creación, ahora somos plenamente capaces de representar a Cristo aquí en este mundo. Como cristianos, las características del nuevo hombre deben verse en nosotros, y se verán cuando andemos en el Espíritu (Gálatas 5:16). En Colosenses 3:12-15, Pablo menciona diez características morales del nuevo hombre, que es la forma en que los santos deben ser vistos, pues exhiben la verdad de “Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
Exhortaciones basadas en el hecho de que hemos sido despojados del “viejo hombre” y vestidos del “nuevo hombre”
Todos los creyentes en el Señor Jesucristo hemos sido despojados del “viejo hombre” y vestidos del “nuevo hombre”, pero esto no significa que no necesitamos ejercitarnos en cuanto a estas cosas. Toda verdad doctrinal debe producir un comportamiento práctico en nuestras vidas. Los versículos que siguen en este capítulo muestran que el creyente ya no debe manifestar las características del viejo hombre en su vida, sino las del nuevo hombre. Este es el punto en la exhortación de Pablo aquí.
Aunque ya no estamos “en la carne” (Romanos 7:5; 8:8-9), la carne todavía está en nosotros y entrará en operación si no andamos en el Espíritu. Si ella opera, manifestará los horribles rasgos del viejo hombre. Significa que definitivamente necesitamos tener el ejercicio de manifestar las características del nuevo hombre, y eso requiere caminar en el poder del Espíritu de Dios sin contristarlo (versículo 30).
El énfasis de la exhortación de Pablo en los versículos restantes de Efesios 4 es que pongamos en práctica lo que es un hecho en verdad. Si hemos sido despojados del “viejo hombre” y vestidos del “nuevo hombre”, entonces terminemos con esa vieja forma de vida corrupta y vivamos de acuerdo con lo que caracteriza al nuevo hombre. Pablo menciona una serie de transformaciones que naturalmente deberían ocurrir en la vida del creyente cuando camina en “justicia y en santidad de verdad”. Si estudiamos la vida del Señor, seremos “por Él enseñados, como la verdad está en Jesús”. Cada una de estas características que marcan este nuevo orden de humanidad fue vista en Él a la perfección.
Honestidad en lugar de falsedad
Versículo 25.— Debe haber honestidad en lugar de falsedad. La versión Reina-Valera Antigua y la versión de 1960 han usado la palabra “mentira” en la traducción, pero esta palabra no abarca lo suficiente. Sería mejor traducirla como “falsedad”, pues ella incluye todo lo que es falso y deshonesto, y no solo nuestras palabras. Podríamos fácilmente tanto vivir una mentira con nuestras vidas como decir una mentira con nuestras lenguas. Ananías y Safira ilustran esto. Él vivió una mentira, y su esposa dijo una mentira (Hechos 5:1-10).
Esta transparencia procedente de un carácter honesto fue vista a lo largo de la vida del Señor. Él podría decir legítimamente que Él era el mismo “que al principio también os he dicho” (Juan 8:25). La nota al pie de la versión J. N. Darby dice: “Su hablar le presentaba a Él, siendo la verdad”.
Una ira justa contra el mal en lugar de indiferencia hacia él
Versículos 26-27.— Debe haber una ira justa e inquebrantable contra el mal, en lugar de indiferencia hacia él. Hay dos tipos de ira en estos versículos: uno es correcto y apropiado y el otro no. El versículo 26 habla de la ira justa, que no es pecado, pero el versículo 31 habla de la ira carnal, que es rotundamente pecado.
Se nos dice en el versículo 26: “Airaos”. Esto no puede ser un pecado, porque Dios nunca nos diría que hagamos algo malo. Dice que Dios mismo se aíra de esta manera. El Salmo 7:11 dice: “Dios está airado todos los días contra el impío” (ver también 1 Reyes 11:9). Este tipo de ira a la que se refiere Pablo es, por supuesto, la justa indignación contra el mal. De manera similar, el salmista dijo: “¿No tengo en odio, oh Jehová, á los que te aborrecen, y me conmuevo contra tus enemigos? Aborrézcolos con perfecto odio” (Salmo 139:21-22). El Señor Jesús, que es perfecto y sin pecado, se enojó cuando vio que la bendición quería ser impedida para que no llegara a personas necesitadas (Marcos 3:5; 10:14). Pablo agrega, “no pequéis”, porque hay que tener cuidado de que lo que comience como ira justa no termine como ira carnal.
Algunos, al leer, “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”, piensan que Pablo está diciendo que no debemos irnos a la cama enojados, sino resolver las cosas en nuestra alma ante el Señor, por medio del juicio propio, el mismo día que ellas pasan. Sin embargo, aquí no está hablando literalmente de la puesta del sol; es un lenguaje figurado que habla de mantener viva la ira justa. No podemos permitir que nuestra ira justa contra el pecado disminuya, de lo contrario nos volveremos indiferentes al mal. La figura es tomada de Josué 10:12-14, cuando Josué clamó a Dios que mantuviera el sol brillando hasta que los ejércitos de Israel hubieran ejecutado juicio sobre sus enemigos. El punto de la exhortación es que nunca debemos volvernos complacientes con el mal. Siempre debemos tener una ira sana, constante y justa contra el mal. Nuevamente, el Señor Jesús es un ejemplo de esto. Mostró ira justa en el templo hacia los comerciantes. Dos veces expulsó a los comerciantes: una vez al comienzo de Su ministerio (Juan 2:14-17) y nuevamente al final de Su vida (Mateo 21:12-13). Su actitud hacia este pecado no había disminuido.
En el versículo 27, Pablo agrega que debemos tener cuidado de no dar “lugar al diablo”. Esto sucede cuando dejamos que nuestra ira contra el pecado disminuya. La indiferencia hacia el mal de cualquier tipo abre la puerta para que el diablo obre en nuestras vidas.
Dar a los demás en lugar de robarles
Versículo 28.— Debemos dar a los demás en lugar de robarles. Robar puede haber sido una forma de vida para algunos antes de convertirse, pero ahora no solo debían preocuparse de no tomar de los demás, sino también de dar. En el cristianismo debemos trabajar con nuestras manos, no solo para satisfacer nuestras necesidades diarias, sino para superarlas, de modo que tengamos algo para dar a los demás. Esto muestra que una de las características del “nuevo hombre” es tener genuino cuidado y preocupación por los demás, lo que se demuestra dando sacrificialmente. El Señor Jesús ejemplificó perfectamente esto en Su vida. Nos enseñó, con el ejemplo, que “más bienaventurada cosa es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Hablar con gracia a los demás en lugar de usar una comunicación corrupta
Versículos 29-30.— Lo que caracteriza al mundo por el que pasa el creyente son las “palabras torpes”. Algunas personas apenas pueden completar una oración sin usar un lenguaje corrupto. Como contraste notable, los cristianos deben hablar con palabras de gracia a todas las personas con las que interactúan. Nuevamente el Señor es nuestro ejemplo. Todos los que lo escucharon “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de Su boca” (Lucas 4:22).
Definitivamente no debemos “contristar”, con las cosas que decimos y hacemos, al “Espíritu Santo de Dios” que habita en nosotros (versículo 30). Él es una Persona Divina con sentimientos, y cuando hacemos algo que Él no nos indicó que hiciéramos, Él se entristece. El versículo 31 nos da ejemplos de cosas que lo entristecerían. En otro lugar se nos dice que “no apaguemos” el Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19), lo cual es no permitir que Él obre en nosotros como Él quisiera. Contristar y apagar, por lo tanto, son opuestos. Contristar al Espíritu es hacer algo que Él no nos ha guiado a hacer, y apagar el Espíritu es no hacer algo que Él quiere que hagamos. Dado que el Espíritu nos ha sellado “para el día de la redención” al habitar en nosotros, debemos tener cuidado de caminar de acuerdo con el Huésped divino que tenemos dentro. Todo lo que Dios está haciendo es en vista del día en que seremos libres (el significado de la redención) de la presencia y del poder del pecado, para que podamos ser usados para mostrar la gloria de Cristo.
Bondad y compasión en lugar de amargura e ira
Versículos 31-32.— “Toda amargura, y enojo, é ira”, etc., también deben ser “quitadas” de nuestras vidas. Todo esto debe ser reemplazado por bondad y compasión. Nadie ejemplificó esto mejor que el Señor mismo. Cuando el pobre leproso se acercó al Señor, Él tuvo “misericordia de él” y “extendió su mano, y le tocó” (Marcos 1:41). Esta podría haber sido la primera vez en años que alguien haya tocado a ese hombre.
Perdonarnos los unos a otros en lugar de estar enojados, ser perjudiciales y maliciosos
Versículo 32.— Otra característica del “nuevo hombre” es que no guardemos rencor. Como receptores de la gracia de Dios, nos conviene actuar con los demás como Él ha actuado con nosotros. Habiendo recibido el perdón eterno de Dios, debemos manifestar el mismo espíritu de perdón con otros que han actuado con nosotros de una manera amarga y enojada (versículo 32). Una vez más, el Señor Jesús manifestó perfectamente este espíritu. Cuando la nación lo rechazó clavándolo en una cruz, Él dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Andando en amor
Capítulo 5:1-7.— Las exhortaciones que siguen en el capítulo 5 continúan la línea de pensamiento del capítulo 4; es decir, que los santos manifiesten un cambio total de carácter que corresponda a los santos de Dios.
Puesto que ahora somos parte de la familia de Dios, debemos ser “imitadores de Dios como hijos amados”. En el capítulo 4 debíamos imitar los caminos perfectos de “Jesús”. Ahora en el capítulo 5 debemos imitar los atributos morales de Dios. Por lo general, un niño imitará a sus padres en cuanto a la forma de ser y hablar. Asimismo, como hijos de Dios, debemos imitar a Dios nuestro Padre. Como se ha mencionado, esto se refiere a Sus atributos morales, porque no podemos imitar los atributos de Dios en deidad. Los dos grandes atributos morales de Dios en este capítulo son en particular “amor” y “luz”. El amor es la actividad de Su naturaleza; la luz es la esencia de Su ser.
Caminar como “hijos amados” significa que debemos andar como aquellos que disfrutan del amor de Dios. El énfasis aquí no es que amemos a Dios, sino que vivamos en el gozo de Su amor por nosotros. Somos “amados” por Él. Si caminamos con ese sentimiento, “andaremos en amor” hacia los demás.
Cristo Mismo es el gran ejemplo de cómo andar en amor . En el Antiguo Testamento, los hijos de Israel debían amar a su prójimo como a sí mismos (Lucas 10:27). Pero en el Nuevo Testamento, el amor se coloca en un plano mucho más elevado —debemos amar “como” Cristo nos amó—. ¿Y cómo es que nos amó? Se sometió a Sí mismo a la voluntad de Su Padre —incluso hasta soportar la muerte— en lealtad y amor inquebrantables. Fue un amor que manifestó sumisión y obediencia total, y que ascendía “en olor suave” a Dios. Fue un amor de sacrificio marcado por la obediencia. Este es el carácter de amor que debemos tener.
Versículo 3.— Nuestro andar, por lo tanto, debe ser “como conviene á santos”. Un santo significa literalmente “uno santificado” o “uno separado”. No solo no debe haber “fornicación y toda inmundicia, ó avaricia” entre los santos, sino que “ni aun se nombre” en nuestra conversación. Estas cosas no deben ser temas de discusión porque hay contaminación relacionada con pensar o hablar de ellas, aunque sea para condenarlas. Si nos envolvemos en estas cosas y vienen a ser parte de nuestra conversación común, puede ser que entren sigilosamente en nuestras vidas. De manera similar, se advirtió a los hijos de Israel que no observaran cómo las naciones paganas practicaban la idolatría porque había el peligro de que ellos mismos cayeran en ella (Deuteronomio 12:29-32). El viejo dicho de que uno puede ensuciarse tanto abrazando a un deshollinador como luchando con él es indudablemente cierto. Aquellos que a menudo hablan de estas cosas corruptas no parecen estar lejos de ellas en su alma. Es un terreno peligroso.
Versículo 4.— Además, como “santos”, no debemos descender de la dignidad de nuestra posición de hijos de Dios para involucrarnos en “necedades” o “truhanerías” (versículo 4). El apóstol no está condenando el humor aquí; la reprimenda es contra del hablar inútil que desprecia las cosas sagradas, y del pecado. El cristiano debe estar lleno de amor, gratitud y “acciones de gracias”. Esto es lo que conviene a los que hemos sido llamados a la elevada posición que ocupamos en Cristo. Bufonear solo estropea la manifestación del amor cristiano.
Versículos 5-6.— El apóstol continúa reprendiendo cualquier complicidad de los santos con los pecados de la época. Él hace una distinción muy clara entre los que están en “el reino de Cristo y de Dios” y los que no lo están. Habla de los que no son creyentes caracterizados por diversos pecados, quienes ciertamente no tienen parte en el reino. Él agrega: “Nadie os engañe con palabras vanas”. Él anticipó que habría quienes se levantarían y tratarían de excusar estos pecados en los creyentes profesantes, presentando argumentos plausibles de que no son tan malos. El apóstol disipa esto inmediatamente diciéndonos que todos estos argumentos son falsos. Deja claro que “por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia”. La palabra “hijos” implica que estas personas están plenamente desarrolladas en su corrupción moral y desobediencia. Es cierto que un creyente puede caer en cualquiera de estos pecados, pero ningún verdadero creyente es caracterizado por ellos.
Su objetivo al mencionar esto es mostrar que debe haber una marcada distinción entre creyentes e incrédulos. Si queremos manifestar adecuadamente los atributos morales de Dios en este mundo y andar “en amor, como también Cristo” anduvo, la separación es imperativa. En consecuencia, dice: “No seáis pues aparceros con ellos” (versículo 7).
Andando en la luz
Capítulo 5:8-14.— En los primeros siete versículos el gran atributo moral que el apóstol presenta para que los hijos de Dios lo manifiesten es el “amor”. Ahora, en la siguiente serie de versos, el atributo moral en el que él se centra es la “luz”. Usa las figuras de “luz” y “tinieblas” para enfatizar la importancia de que el creyente camine separado del mal.
Versículos 8-10.— Él dijo: “Porque en otro tiempo erais tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor”. La oscuridad implica la ausencia del conocimiento de Dios, la ignorancia total de la voluntad divina. Los santos de Éfeso no solo estaban en tinieblas en sus días de inconversos; ellos mismos eran “tinieblas”. Ahora que fueron salvos, debería haber un contraste evidente en sus vidas en relación con todo lo que fueron. La verdad del evangelio ha penetrado en sus almas y ha transformado sus vidas. La luz de Dios los iluminó moral y espiritualmente. No solo estaban en la luz; ahora eran “luz en el Señor”.
Pablo usa estas figuras de luz y oscuridad para mostrar que nuestra nueva vida en el Señor es completamente opuesta a nuestra antigua vida en la carne. Las dos son opuestas y no pueden convivir. Si la luz se manifiesta, la oscuridad desaparece. Como las dos son incompatibles, para ser consistentes con lo que somos, el apóstol insiste en que haya separación en nuestras vidas. Somos “luz en el Señor”, por lo tanto, debemos andar “como hijos de luz” (versículo 8). Debemos practicar lo que realmente somos en verdad. Esta es una de las principales diferencias entre la Ley y el evangelio. La Ley exige que los hombres sean lo que no son; el evangelio exhorta a los creyentes a ser lo que son. Para no dejar dudas sobre lo que la luz produce en la vida de los santos, él dice entre paréntesis, “(Porque el fruto de la luz [no del Espíritu, como en la Reina-Valera Antigua] es en toda bondad, y justicia, y verdad;)” (versículo 9, traducción J. N. Darby). Cuando estas cosas son manifestadas en nuestra vida, probamos por experiencia “lo que es agradable al Señor” (versículo 10).
Versículos 11-13.— En el versículo 7 se nos amonesta a no tener comunión con los obradores de iniquidad de este mundo, pero en el versículo 11 Se nos amonesta a no tener comunión con sus malas obras. Nuevamente, se ordena la separación al creyente. Se nos dice que no tengamos comunión “con las obras infructuosas de las tinieblas”. Separándonos de todo ello, nuestra vida, como la luz, va a “exponer” estas malas obras (versículo 13, traducción J. N. Darby). La versión Reina-Valera Antigua traduce “exponer” como “redargüir”, lo que implica amonestación y reprimenda de las personas y las cosas malas. Pero eso no es exactamente a lo que se refiere el apóstol aquí. No es el testimonio que hablamos, sino el testimonio que vivimos que él está enfatizando aquí. Exponer las obras infructuosas de las tinieblas no es denunciar todas las malas prácticas del mundo, hablando de ellas. Es más bien caminar separados de ellas, por medio de lo cual la luz en nosotros brillará más clara e intensamente. Esto expondrá todo aquello con lo que entramos en contacto. Hablar de la corrupción, aunque sea para reprenderla, nos va a corromper. Por esta razón Pablo dijo: “Porque torpe cosa es aún hablar de lo que ellos hacen en oculto” (versículo 12). El punto de Pablo aquí es que no necesitamos hablar sobre el mal para exponerlo. Él dijo: “Mas todas las cosas teniendo su verdadero carácter expuesto por la luz, son manifestadas; porque lo que manifiesta todo es luz” (versículo 13, traducción J. N. Darby). Nuestra responsabilidad es dejar que la luz brille, y expondrá todo.
Versículo 14.— Esta necesidad de separación del mal era la preocupación del apóstol. Había el peligro de que los santos de Éfeso no caminaran en separación, y no hubiera ningún poder en su testimonio para el Señor. Por lo tanto, da la exhortación necesaria: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de [entre] los muertos, y te alumbrará Cristo”. La imagen de alguien durmiendo entre los muertos es una imagen apropiada de un creyente que vive en comunión con los perdidos. Un hombre dormido y un hombre muerto se ven casi iguales. Aunque uno está vivo y el otro no, todas las apariencias externas son similares. Esto habla de un fracaso en la separación práctica en la vida de un creyente. En tal estado, ciertamente no manifestará la luz. Solo levantándonos de entre los muertos tenemos la promesa de que “te alumbrará Cristo”. El Señor no se identificará con nosotros en testimonio mientras estemos acostados entre los que están espiritualmente muertos. Pero cuando nos separamos y nos levantamos de entre ellos, Él brilla sobre nosotros y manifestaremos nuestro verdadero carácter como una luz poderosa y brillante.
Andando en sabiduría
Capítulo 5:15-21— El apóstol continúa hablando de la necesidad de andar sabiamente. Él dice: “Mirad, pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios”. Nuestra sabiduría se verá “redimiendo el tiempo [la ocasión]” y caminando en la “voluntad del Señor”. Pablo da el porqué de esto —“porque los días son malos”—. La sabiduría nos encomienda a aprovechar cada ocasión para comprender cual es “la voluntad del Señor”, que, en su esencia, es la verdad, siendo revelada en el Misterio en su aplicación práctica. Él quiere que conozcamos Su voluntad para que podamos promover inteligentemente la “dispensación de Dios” en este tiempo presente (1 Timoteo 1:4, traducción J. N. Darby). No solo debemos aprovechar las oportunidades para aprender la verdad, sino también para servir al Señor. Dado que hay pocas oportunidades para sacar a los hombres a la luz, debemos aprovechar cada ocasión que se presente y usarla con sabiduría.
Versículo 18.— Pablo nos advierte que, si por descuido dejamos pasar estas oportunidades, nuestras vidas pueden desperdiciarse rápidamente yendo tras las cosas terrenales y mundanas, que no tienen valor eterno. Existe un peligro real de que nos intoxiquemos con estas cosas hasta el punto de perder el discernimiento. El caso extremo de la mundanalidad es emborracharse “de vino, en lo cual hay disolución”. En contraste con esto, nos exhorta a llenarnos “de[l] Espíritu”. El apóstol quiere que notemos que, así como una persona emborrachada está completamente bajo el control del alcohol que tiene dentro, lo cual se hace evidente por sus acciones, así el creyente también debe estar bajo el control del Espíritu de Dios que habita en él, y esto se hará evidente en su vida.
Estar “lleno” del Espíritu (capítulo 5:18) no es lo mismo que ser “sellado” con el Espíritu (capítulo 1:13). Todos los cristianos han sido sellados con el Espíritu, pero no todos los cristianos están llenos del Espíritu. Esto se debe a que es una cosa tener el Espíritu Santo morando en nosotros y otra muy distinta que Él nos llene y así controle todos los movimientos de nuestras vidas. Un creyente es sellado una vez cuando cree en el evangelio de su salvación, pero puede ser llenado muchas veces. No hay una exhortación en las Escrituras a que seamos sellados con el Espíritu, pero sí hay esta exhortación a que seamos llenos de esa Persona divina. Esto no significa que necesitemos tener más del Espíritu (porque Dios no da Su Espíritu “por medida”, Juan 3:34), sino que el Espíritu necesita tener más de nosotros. Necesitamos entregarnos más a Él y dejar que Él llene y controle cada aspecto de nuestras vidas. Esto implica una condición de suprema entrega a Cristo como Señor.
Tenemos el ejemplo de los discípulos en la Iglesia primitiva estando llenos del Espíritu, como se ve en el libro de Hechos (Hechos 2:4; 4:8,31; 7:55; 13:9), y tal vez nuestra tendencia es pensar que esta es una experiencia excepcional que está por encima de todo lo que podríamos esperar hoy. Pero es evidente, en este versículo 18, que esto es algo que debemos desear y tener como meta en nuestra vida cristiana. Definitivamente está al alcance de todo cristiano, de lo contrario no habría tal exhortación.
Versículos 19-21.— Cuando un cristiano está “lleno del Espíritu”, se le encontrará regocijándose y hablando a otros con “salmos, y con himnos, y canciones espirituales” (versículo 19). Se trata de tres tipos diferentes de composiciones cristianas que expresan pensamientos y sentimientos espirituales con respecto al Señor, la verdad y el camino en que andamos.
“Salmos” aquí no son, como piensan algunos cristianos, los Salmos del Antiguo Testamento. Si lo fueran, el Espíritu de Dios habría añadido el artículo “los” antes de la palabra “salmos”, como lo hace en otros pasajes de la Escritura al referirse a ellos (Lucas 24:44; Hechos 13:33). Estos salmos son composiciones que se basan en experiencias cristianas por las que hemos pasado andando con el Señor.
Los Salmos del Antiguo Testamento son composiciones judías que expresan experiencias y sentimientos judíos; no se hallan en un entorno cristiano y no transmiten correctamente el conocimiento y los sentimientos cristianos. Por ejemplo, el nombre del Padre, que es característico del cristianismo, no se ve en ellos. Por tanto, la vida eterna no está en la perspectiva de los Salmos. Además, la obra consumada de Cristo no se conoce en los Salmos, ni la aceptación del creyente en Cristo ante Dios por medio de la morada del Espíritu. Los Salmos del Antiguo Testamento no describen los sentimientos de alguien que tiene una conciencia purificada y que conoce la paz con Dios. En consecuencia, están compuestos con un elemento de temor al juicio de Dios, a pesar de tener fe. Además, la esperanza en los Salmos no es en el cielo, sino en vivir en la tierra en el reino del Mesías de Israel (Salmo 25:13; Salmo 37:9,11,29,34, etc.). Su adoración tiene también un orden judío, en un templo terrenal; la posición de un cristiano adorando dentro del velo es totalmente desconocida en ellos. Además, el clamor en muchas de las oraciones de los Salmos es para la venganza sobre sus enemigos, lo que no es la actitud de un cristiano, el cual bendice a los que lo maldicen y ora por los que lo maltratan. No debe pensarse que los Santos del Antiguo Testamento representan la expresión normal de los pensamientos y circunstancias cristianas. Podemos leerlos para tener un entendimiento de las circunstancias del remanente judío en la Tribulación venidera, y también podemos captar los principios morales de Dios a través de ellos, que son aplicables a los santos de todas las edades.
“Himnos” son composiciones que expresan adoración y se dirigen directamente a Dios el Padre y al Señor Jesucristo. Estos pueden tomar la forma de oraciones.
“Canciones espirituales” son composiciones que contienen verdades espirituales de acuerdo con la revelación cristiana, mediante las cuales somos instruidos y exhortados en el camino cristiano. Pueden actuar “enseñando” algún aspecto de la verdad o “exhortando” acerca de algún punto práctico de la vida cristiana (Colosenses 3:16).
Ser “llenos de Espíritu” no sólo se evidencia en los cristianos “cantando y alabando” con el corazón (versículo 19), sino también “dando gracias” en todas las circunstancias en las que se encuentran (versículo 20). También se manifestará cuando estén “sujetándose” felizmente el uno al otro y caminando juntos en unidad (versículo 21).
Una triple evidencia de estar llenos del Espíritu Santo
•  Tenemos un espíritu gozoso en el “Señor” (versículo 19).
•  Estamos agradecidos con nuestro “Dios y Padre” (versículo 20).
•  Tenemos un espíritu sumiso “los unos á los otros” (versículo 21).
En conclusión, si vamos a manifestar un cambio de carácter en nuestras vidas, debemos tener las dos cosas que Pablo menciona al principio y al final de esta porción. Necesitamos ser “por Él enseñados, como la verdad está en Jesús” (capítulo 4:21) y ser “llenos de Espíritu” (capítulo 5:18). En otras palabras, debemos tener la vida perfecta del Señor Jesús ante nuestras almas como modelo, y caminar en el poder del Espíritu de Dios sin entristecerle (capítulo 4:30). El primero se refiere a la necesidad de tener un objeto correcto para nuestro corazón y el segundo a un ejercicio moral para andar en el Espíritu.

Andando como es digno de nuestra vocación en nuestros hogares: Capítulos 5:22-6:9

Las exhortaciones en el capítulo 5:18-21 estaban dirigidas a todos los creyentes, pero en esta parte de la epístola tenemos exhortaciones para los que se encuentran en relaciones especiales en el hogar cristiano. Las exhortaciones que ahora se nos presentan corresponden con el tercer círculo de responsabilidad cristiana en el capítulo 4:6: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros”. Estas exhortaciones tienen que ver con nuestro caminar en conexión con nuestras relaciones naturales y terrenales en el ámbito doméstico. Dios estableció estas relaciones mucho antes de que el cristianismo entrara en este mundo, pero en esta epístola el apóstol Pablo les da el carácter y significado cristianos.
La sumisión es el tema a lo largo de todo este pasaje. Esta es la razón por la que se exhorta a las esposas antes que los maridos, a los hijos antes que los padres, y a los siervos antes que los amos. El Espíritu de Dios lo expresó de esta manera a propósito para enfatizar la importancia de este gran e importante principio de sumisión. J. N. Darby dijo: “La sumisión es el principio curativo de la humanidad”. Es bueno tener esto en cuenta al analizar estas diversas relaciones en el hogar.
Esposas
Capítulo 5:22-24.— Con respecto a los esposos y las esposas, Hamilton Smith dijo: “Estas exhortaciones especiales siempre tienen en mente la característica particular en la que es probable que la persona en cuestión fracase. La mujer puede fallar en la sumisión y, por lo tanto, se le recuerda que el esposo es la cabeza de la esposa y que su lugar es estar ‘sujeta’. El hombre es más propenso a fracasar que la mujer en cuanto al afecto. Por lo tanto, se exhorta a los esposos a que ‘amen’ a sus esposas”.
Para enfatizar el carácter de sumisión que necesitamos, Pablo señala a “Cristo y á la Iglesia” como modelo (versículo 32). En el cristianismo, nuestras relaciones terrenales son formadas de acuerdo con el patrón de nuestras relaciones celestiales. Vemos de esto que Dios quiere que el efecto práctico de la verdad del Misterio sea aplicado a las relaciones personales en nuestros hogares.
Las “casadas” deben estar “sujetas” a sus maridos “como al Señor”. No se les dice que obedezcan, como es el caso de los niños (capítulo 6:1), porque tienen una relación diferente con el cabeza de familia. Se puede argumentar que Sara “obedecía” a Abraham, pero ella no estaba en terreno cristiano en ese viejo orden (1 Pedro 3:6). Ella también lo llamaba “señor”, pero, de nuevo, eso no significa que las esposas cristianas deban llamar a sus maridos “señor”. Sara es presentada ante nosotros en la epístola de Pedro para ilustrar la reverencia que las esposas cristianas deben tener para con sus esposos.
Como la Iglesia está “sujeta á Cristo”, así la esposa debe estar sujeta a su marido. Hay que tener en cuenta que la verdad que se da aquí, acerca del marido y la mujer, está en consonancia con lo que se encuentra a lo largo de la epístola, en que este es el ideal de Dios. Como se ha mencionado anteriormente, la epístola no toma en cuenta la ruina del testimonio cristiano, ya sea en la realización de la verdad del un solo cuerpo en la práctica, o en nuestro caminar personal con el Señor en este mundo, o en nuestras relaciones terrenales en nuestros hogares. Todo es presentado según lo que Dios desea. Mencionamos esto porque la Iglesia, en este día de ruina, no está sujeta a Cristo. Si las hermanas se comportaran con sus maridos “como” la Iglesia se comporta con Cristo en este día, ¡serían insumisas y rebeldes! Pero eso sería perder el punto de esta exhortación.
Una esposa puede quejarse de que su esposo sea un hombre grosero y bastante incompetente. Y puede ser que este sea el caso, pero eso no le da licencia para dejar de lado el orden divino en el hogar. Es importante que permanezca sujeta a él porque su lugar ilustra la posición en la que se encuentra la Iglesia en relación con Cristo. Una esposa insumisa estropea este cuadro.
Es comprensible que algunas esposas tengan dificultades con el comentario de Pablo acerca de estar sujetas a sus maridos “en todo” (versículo 24). ¿Qué pasa si él le pide que haga algo que claramente está mal —tal vez mentir o robar algo?—. Una vez más, enfatizamos que Efesios no contempla a la Iglesia en fracaso y, por lo tanto, no supone que el esposo o la esposa haga algo fuera de lo que es normal en el cristianismo, lo cual no tiene nada que ver con el pecado. Colosenses 3:18 califica la sumisión de la esposa, diciendo: “Como conviene en el Señor”. A ella le corresponde hacer todo lo que él le pida, pero como conviene en el Señor. Pecar porque su esposo le dice que lo haga está fuera de discusión.
Esposos
Capítulo 5:25-33.— Como se ha mencionado, los hombres son más propensos que las mujeres a fallar en cuanto al afecto, por lo que se exhorta a los esposos: “amad á vuestras mujeres”. El primer paso recae en el marido. Cristo es el ejemplo. Él tomó la iniciativa de la manera más maravillosa. Dice: “Así como Cristo amó á la iglesia, y se entregó á sí mismo por ella”. Él no dio dinero ni posesiones; Se entregó a “Sí mismo” (Gálatas 1:4; Efesios 5:2,25; 1 Timoteo 2:5-6; Tito 2:14). No podría haber dado más. Esta es la mayor demostración de autosacrificio que podría haber. Dado que los maridos deben amar a sus esposas “como” Cristo amó a la Iglesia, deben expresar su amor no solo con palabras, sino también sacrificando sus propios intereses para el bien de sus esposas y para ayudarlas.
Un matrimonio puede hacerse en el cielo (como dicen algunos), pero su mantenimiento se realiza en la tierra, y comienza con los maridos amando a sus esposas. La palabra griega usada aquí para amor es “ágape”. Es un amor que emana de una disposición establecida; es una elección o decisión establecida. La palabra usada aquí para “amor” no es “phileo”, como podríamos pensar, que es un amor de afecto y emoción. Ágape es el tipo de amor necesario para un matrimonio duradero. Ciertamente el esposo debe amar a su esposa con emoción y afecto, como en “phileo”, pero el amor “ágape” es lo que se necesita para que el matrimonio dure toda una vida. La esposa puede cambiar a medida que envejece, pero la decisión de su esposo de amarla continuará como siempre.
“Ágape” es el tipo de “amor” que el Señor tiene por nosotros. Él eligió amarnos cuando naturalmente no había nada en nosotros para amar (Romanos 5:8). Fue Su elección soberana. (Compare también el amor del Señor por Israel: Deuteronomio 7:7-8; Ezequiel 16:6-14.) Nótese que Él no hizo que la Iglesia fuese digna de ser amada, para luego amarla y entregarse a Sí mismo por ella —¡Su amor y Su entrega fueron antes de que Él nos salvara!—. El propósito del sacrificio de Cristo no era asegurar el amor de Dios para con los hombres, porque Dios nos amó mucho antes de que Cristo muriera por nosotros. De hecho, el que Dios interviene en amor para con los hombres, fue probado por el sacrificio de Cristo. Este es el tipo de amor que se necesita para un matrimonio duradero.
El “amor” de Cristo por la Iglesia es tripartito. Tenemos lo que Su amor hizo en el pasado (versículo 25), lo que Su amor está haciendo en el presente (versículo 26) y lo que Su amor hará en el futuro (versículo 27). Su amor por nosotros en el pasado lo llevó a entregarse a muerte para hacer expiación por nuestras almas. En el presente, Él está obrando pacientemente con los miembros de Su cuerpo “Para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la Palabra”. Al derramar Su sangre en la muerte, nos limpió en un sentido judicial (1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5-6), pero con el agua de la Palabra está purificando nuestro andar en un sentido práctico. La “Palabra” nos revela lo que somos y nos lleva al juicio propio (Juan 17:17), y también nos ocupa con Cristo en gloria (Juan 17:19). Estas dos cosas son el poder de nuestra purificación práctica. Entonces, en el futuro, el Señor “presentará” a la Iglesia a Sí mismo. Esto sucederá en “la cena del Cordero” (Apocalipsis 19:7-9). Él presentará a la Iglesia a Sí mismo antes de presentarla al mundo en Su aparición (2 Tesalonicenses 1:10).
No debemos deducir de esto que los maridos deben emprender un proyecto de purificación y santificación de sus esposas, en el sentido de intentar cambiarlas y moldearlas a algo que no son. El modelo de Cristo y Su amor es presentado aquí, a los maridos, como un ejemplo de la profundidad de Su devoción por la Iglesia. Nosotros, como esposos, debemos tener el mismo amor y cuidado por nuestras esposas.
El Señor no estará satisfecho hasta que la Iglesia se adapte perfectamente a Él. Pablo menciona cuatro cosas que Su obra ha hecho y producirá en nosotros (versículo 27). Al final, seremos una “gloriosa ... Iglesia”:
•  Sin “mancha”: Sin imperfecciones. Las manchas en las Escrituras se refieren a fallas. Ese día, no se verá ningún rastro de fracaso en la Iglesia.
•  Sin “arruga”: Sin envejecimiento. No habrá signos de decadencia. Todos seremos “como” el Señor, moralmente (1 Juan 3:2) y físicamente (Filipenses 3:21). Él estará en el “rocío” de Su juventud y nosotros también (Salmo 110:3).
•  “Santa”: Sin pecado. La naturaleza caída será erradicada y nunca más pecaremos.
•  “Sin mancha [mácula]”: Sin culpa. El mundo no podrá justificadamente señalarnos con el dedo acusador, porque seremos perfectos por Su gracia incomparable.
Versículos 29-30.— “Sustentar” tiene el significado de alimentar y fortalecer, y esto puede sugerir que deberíamos disfrutar de la verdad con nuestras esposas, mientras estudiamos la Palabra de Dios juntos. “Regalar” implica un cuidado atento, amor y consideración. Estas cosas hacen un matrimonio feliz. Es fácil ver que, si un esposo le da a su esposa el debido amor, ella no tendrá muchas dificultades en someterse a él.
Un resumen de los siete aspectos de la gran obra de Cristo en asegurar la Iglesia para Sí mismo
Hay siete aspectos progresivos en la iniciativa de Cristo para con la Iglesia, que indican Su completa devoción para el bienestar de ella. Él:
•  “Amó” (versículo 25).
•  “Se entregó” (versículo 25).
•  “Santifica” (versículo 26).
•  “Limpia” (versículo 26).
•  “Sustenta” (versículo 29).
•  “Regala [cuida]” (versículo 29).
•  “Presentará” a la Iglesia a Sí mismo (versículo 27).
Hijos
Capítulo 6:1-3.— Dado que la epístola no ve el testimonio cristiano en ruinas, ve al hogar cristiano como siguiendo un orden piadoso. El lugar de los hijos en el hogar es “obedecer” a sus padres. Es presentado como la manera de bendición práctica en sus vidas. Nótese que dice, “padres” (plural); esto supone que tanto el padre como la madre están de acuerdo en cuanto a sus instrucciones en el hogar. Los niños tienden a obedecer al padre (quizás por miedo), pero no a la madre; por lo tanto, son instruidos a obedecer a ambos padres. Al agregar las palabras “en el Señor”, él prevé que se está dirigiendo a niños creyentes que naturalmente quieren agradar al Señor.
“Honra á tu padre y á tu madre” es una ordenanza que va más allá de cuando el niño está en el hogar de los padres. Honrar a nuestros padres debe continuar durante toda nuestra vida, incluso cuando no vivimos directamente bajo su autoridad. Hay una recompensa práctica en honrar a nuestros padres, en el sentido de que Dios obra providencialmente en nuestras vidas para bien. Pablo no está diciendo que todo niño cristiano que obedece a sus padres vivirá mucho tiempo en esta tierra, pero sí se refiere al principio del gobierno de Dios en la Ley mosaica que promete Su favor providencial en las vidas de aquellos que honran a sus padres. Dios todavía obra bajo este principio hoy en día en los hogares cristianos.
Tres razones por las que debemos obedecer y honrar a los padres
•  Esto es justo (versículo 1).
•  Está de acuerdo con las Escrituras (versículo 2).
•  Hay una promesa de bendición gubernamental (versículo 3).
Padres
Capítulo 6:4.— “Y vosotros, padres [papás], no provoquéis á ira á vuestros hijos”. Los papás en particular deben tener cuidado de no frustrar a sus hijos imponiéndoles ordenanzas extremas de modo que destruyan la influencia que tienen sobre ellos y pierdan sus afectos. Los niños pueden hacerse de “poco ánimo” y darse por vencidos (Colosenses 3:21). Cuando se vuelven adultos, sus frustraciones pueden manifestarse en rebelión contra todo lo que sus padres han tratado de inculcarles.
El trabajo de los padres es animar a sus hijos, no desanimarlos. Deben criarlos “en disciplina y amonestación del Señor” (versículo 4). Hay dos cosas aquí: “Disciplina” y “amonestación”. Una es positiva y la otra negativa. La disciplina en este versículo no es el castigo, sino la idea de entrenar o discipular a los niños. Los padres deben trabajar con ellos, educándolos para que sean discípulos del Señor Jesús. La amonestación tiene que ver con corregir, pero debe ser “del Señor”. Es decir, en el mismo carácter que el Señor nos amonesta y corrige. Esto pone las cosas en el hogar cristiano a un nivel muy alto y va de acuerdo con el carácter de la epístola.
Siervos
Capítulo 6:5-8.— Aquí, “siervos” debe traducirse como “esclavos”. Las instrucciones aquí son para aquellos que habían sido salvos en esa clase. En consecuencia, eran esclavos cristianos. Si bien las relaciones anteriores de esposas y esposos e hijos y padres son ordenadas por Dios, esta posición en la vida no es una institución de Dios. Esto sucedió debido a la caída del hombre. Era una institución humana impuesta a su prójimo por razones injustas. Dios nunca ideó que un hombre fuera esclavo de otro.
Es significativo que Pablo no intente resolver esta relación entre amo y esclavo creada por el hombre. El cristianismo no es un intento de reformar la sociedad con una revolución contra esta terrible institución del hombre. Pablo no pidió a los santos que hicieran campaña en contra de ella, o que disolvieran todas esas relaciones si se encontraban en ellas. Esto se debe a que el evangelio no es una fuerza para arreglar el mundo; el evangelio llama a todos los que tienen fe a salir del mundo antes de que el juicio de Dios caiga sobre él. El evangelio proclama liberación, no de las injusticias de la sociedad, sino del pecado y del juicio. Promete la obra de la “potencia de Dios” en la vida de los que creen, liberándolos del dominio del pecado (Romanos 1:16).
Podemos preguntarnos cómo es que un pasaje como este tendría alguna relevancia para nosotros, a mediados del siglo XXI cuando la esclavitud fue abolida hace mucho tiempo. Sin embargo, las exhortaciones aquí sí tienen su aplicación para los cristianos en los lugares de trabajo. Cuando trabajamos como empleados, en principio, estamos en el lugar de siervos, al servicio de nuestro empleador. Por lo tanto, estas instrucciones se aplican cuando estamos en esta relación.
El punto fundamental del apóstol en estas instrucciones es que tanto los siervos como los amos deben regular su conducta por medio de normas y principios cristianos en los lugares de trabajo. El cristianismo nos anima a glorificar a Dios y a servir al Señor en el lugar donde fuimos llamados (1 Corintios 7:17-24). Los lugares de trabajo son una gran oportunidad para dar testimonio de Cristo a través de nuestros hábitos de trabajo, nuestro estilo de vida y nuestra obediencia a nuestros empleadores terrenales. Por lo tanto, Pablo nos exhorta a que sirvamos a los amos en nuestros lugares de trabajo “como siervos de Cristo”. El trabajo dignifica de una manera inmensa, cuando consideramos nuestra labor de esa manera. La tarea del trabajador más humilde puede ser ennoblecida al darnos cuenta de que realmente estamos “sirviendo con buena voluntad, como al Señor”.
La actitud adecuada en el campo del trabajo entre los cristianos requiere, por parte de los siervos y los amos, el reconocimiento de la autoridad establecida. El deber de los siervos es la obediencia. No “sirviendo al ojo como los que agradan á los hombres”. Servir al ojo es trabajar cuando nos están viendo, pero de otra manera, estar ociosos o descuidados cuando el amo está ausente. Agradar a los hombres define a aquellos que buscan favores con sus amos para su propio beneficio. Estas cosas, por supuesto, solo arruinan nuestro testimonio cristiano ante el mundo.
Amos
Capítulo 6:9.— El apóstol tiene una palabra de advertencia para los “amos” cristianos. Deben recordar que tienen un “Señor” en el cielo que está vigilando todas las cosas y, si es necesario, actuará de manera gubernamental contra un amo injusto en la tierra. Filemón sería un ejemplo en las Escrituras de un amo cristiano.
Como se ha mencionado, las exhortaciones aquí se aplican a quienes son empleadores. Se puede dar un admirable testimonio para el Señor cuando la gente ve a un amo cristiano tratando a sus siervos con amor, cuidado y dignidad. Intentar aumentar la producción por medio de “amenazas” sobre los empleados no es un principio cristiano, y se debe evitar usar esa táctica. Los empleadores cristianos deben recordar que ellos también están bajo autoridad y, en última instancia, van a responder ante Dios sobre cómo han tratado a sus empleados. Si se comportan mal, resultará en un mal testimonio para el Señor.

La batalla cristiana: Capítulo 6:10-20

Antes de terminar la epístola, el apóstol nos recuerda que tenemos un enemigo espiritual en la misma esfera donde estamos “sentados” (capítulo 2:6) y donde se encuentran nuestras “bendiciones espirituales” (capítulo 1:3) —“en las [regiones] celestiales” (capítulo 6:12, traducción J. N. Darby)—. Satanás y sus emisarios están en ese ámbito de actividad espiritual haciendo todo lo posible para estropear nuestro disfrute de Cristo y las bendiciones espirituales que tenemos en Él. En verdad, un adversario poderoso se encuentra armado contra nosotros, pero Dios ha hecho una provisión completa para nosotros contra ese enemigo astuto por medio de “toda la armadura de Dios”. Si la usamos, seremos capacitados, por el poder de Dios, para vivir en el disfrute constante de esas cosas que son nuestras.
El poder del Señor
Versículo 10.— El apóstol primero dirige nuestros pensamientos al poder que está por nosotros antes de hablarnos del poder que está contra nosotros. Para combatir estas tretas astutas, debemos ser fortalecidos “en el Señor, y en la potencia de Su fortaleza”. Si queremos ser vencedores en esta batalla espiritual, debemos entender que solo podemos serlo en la fuerza y el poder del Señor. Es “Su fortaleza”, no la nuestra, la que nos hará prevalecer. La fuerza humana no será de utilidad en esta batalla (1 Samuel 2:9). “No con ejército, ni con fuerza, sino con Mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Estamos muy agradecidos de saber que el poder de Dios es mayor que el del enemigo (1 Juan 4:4).
Solo seremos fortalecidos en el Señor cuando vivamos bajo el señorío de Cristo de manera práctica. Esto significa que debemos reconocer la autoridad del Señor en todos los aspectos de nuestra vida. No podemos esperar tener Su poder en nuestras vidas si vivimos sin hacer referencia a Él. Somos atrapados en los engaños del enemigo porque subestimamos el poder de Satanás y sobrestimamos el nuestro (Salmo 118:8; Lucas 14:31). En consecuencia, no usamos la armadura como debemos y somos engañados con algo que finalmente nos distrae de la porción espiritual que tenemos en Cristo. Esto es ilustrado figurativamente en Josué 7, en la batalla de “Hai”.
El carácter espiritual del conflicto
Versículo 11.— Este conflicto no es una batalla carnal con bombas y armas literales, sino una batalla espiritual “contra malicias espirituales en los aires” (Efesios 6:12; 2 Corintios 10:4-5). El conflicto que se describe aquí no es lo que experimenta un creyente cuando lucha con los deseos de la carne como resultado de no andar en el Espíritu. Eso más bien se describe en Gálatas 5:17. Aunque estar luchando contra la carne puede ser algo muy real en la vida de un creyente, esto no es una experiencia cristiana normal, porque la Biblia presenta la vida cristiana desde la perspectiva del creyente haber puesto la carne en el lugar de la muerte, y de ella no manifestarse en su vida. El conflicto aquí, en Efesios 6, es a lo que se enfrenta un creyente cuando está caminando en el Espíritu. Cuando nos juzgamos a nosotros mismos, nos enfocamos en las cosas celestiales y buscamos caminar en el disfrute práctico de ellas, inmediatamente encontraremos el poder de Satanás contra nosotros, como se describe en este capítulo. Por lo tanto, Gálatas 5:17 describe un conflicto que resulta de no andar en el Espíritu, mientras que Efesios 6:10-12 describe un conflicto que resulta cuando un creyente anda en el Espíritu.
Como el “príncipe de la potestad del aire”, Satanás se mueve en los lugares celestiales. En el capítulo 2:2 lo vimos oponiéndose al consejo de Dios y tratando de evitar que sucediera la edificación de la Iglesia, el cuerpo de Cristo y la casa de Dios. En este capítulo, él está en las regiones celestiales oponiéndose a los santos para que no disfruten de Cristo y sus bendiciones en Él.
Es importante entender que este conflicto no es para tomar posesión de nuestras bendiciones espirituales, sino para andar en el deleite de ellas. Satanás no está tratando de quitarnos nuestra salvación o nuestras bendiciones porque sabe que no puede. Pero sí pretende estropear nuestro disfrute de la porción que tenemos en Cristo.
Dado que, en esta epístola, se ve al creyente andando bien y caminando en el Espíritu (Gálatas 5:16,25), no es tan propenso a responder a las cosas carnales como lo haría una persona en mal estado. Sabiendo esto, el diablo se acerca a él con una línea de ataque diferente. Él trata de introducir cosas en su vida que no son necesariamente pecaminosas y las usa para distraerlo de su ocupación con Cristo. Muchas veces usa los cuidados y deberes de esta vida como un instrumento para evitar que disfrutemos de las cosas del Señor. A veces usa personas para hacer su trabajo sin que ellos lo sepan —incluso cristianos bien intencionados—. Se nos puede presentar algo tan simple como un proyecto, un pasatiempo, una recreación, etc., pero detrás de eso hay una acechanza del diablo diseñado para distraernos y enredarnos en algo que no sea Cristo. El resultado es que nos preocupamos por ello y no por nuestra porción en Cristo. Introducir las tentaciones carnales en este pasaje es malinterpretar el contexto y el carácter de este conflicto. Así, las luchas de Lot en Sodoma no describen este conflicto en Efesios 6.
“Las asechanzas del diablo” son cosas que él nos presenta que parecen justas e inocentes, pero que por ellas nuestras almas son engañadas. El hecho de que esté en plural (“asechanzas”) nos indica que Satanás tiene muchas líneas de ataque engañosas. Lo que podría usar en ciertos cristianos, puede no usarlo en otros. Él conoce, mediante la observación, las tendencias de cada uno de nosotros, y usará una línea de ataque particular dirigida al punto donde somos más débiles y propensos a ser engañados. El hermano W. Kelly traduce este verso como “las estratagemas del diablo”. Estratagema proviene de la palabra estrategia y se refiere a la ciencia de la ofensiva militar. Esto significa que Satanás está planeando una estrategia especial para atacar a los santos de Dios. ¡Está atentando contra nuestras vidas! No es un ataque casual, sino algo planeado con cuidado. Ésta es una consideración solemne.
Hay una figura en Josué 9 que ilustra la obra del diablo a este respecto. En el libro de Josué, el Señor introdujo a los hijos de Israel a su heredad, la tierra de Canaán (Josué 5:13-15). Canaán es una figura de nuestra porción celestial en Cristo. El Señor les había dado la tierra (Josué 1:2), pero tenían que luchar para poseerla y vivir en ella. Los habitantes de la tierra (los cananeos) son figura de los espíritus malignos en los lugares celestiales que están en orden de batalla contra los santos para evitar que disfruten de su porción en Cristo. En Josué 9, algunos de los habitantes de la tierra (los gabaonitas) vinieron a los hijos de Israel de manera astuta y los engañaron para que hicieran un pacto de no agresión con ellos (versículos 4-15). No mucho después, los hijos de Israel descubrieron que habían sido engañados por sus enemigos. Ya que habían jurado que no destruirían a los gabaonitas, adquirieron un problema del que no podían deshacerse. Desde entonces, los gabaonitas se convirtieron en una carga y una distracción para los hijos de Israel. Todo sucedió porque Josué y el pueblo no buscaron el consejo del Señor (versículo 14).
Toda la armadura de Dios
Versículos 11-12.— Nuestra responsabilidad aquí es que nos vistamos de “toda la armadura de Dios”. No es suficiente conocer acerca de cada pieza de la armadura. Ser capaces de explicar su significado y función no nos dará el beneficio de su protección. Tenemos que “vestirnos” de toda la armadura. Es decir, tenemos que aplicar los principios que cada pieza de la armadura representa en nuestras vidas, de una manera práctica, antes de que podamos beneficiarnos de ellas. Nótese que somos nosotros los que tenemos que vestirnos de ella. Dios no hace esto por nosotros. El “principal [mejor] vestido” fue puesto sobre el hijo pródigo cuando fue a encontrarse con su padre; éste retrata las bendiciones de Dios en la salvación. En consecuencia, los vestidos de salvación son algo que Dios nos pone cuando somos salvos. Pero cuando se trata de “toda la armadura de Dios”, es algo que nosotros tenemos que ponernos —es nuestra responsabilidad—. El acto de vestirse está en tiempo aoristo en griego. Esto significa que debemos estar en condiciones de haberlo hecho de una vez por todas. Por lo tanto, debe leerse “Habiéndoos vestido de ... ” (versículo 14, nota al pie de la traducción J. N. Darby). Esto significa que no es algo que periódicamente nos ponemos y nos quitamos, cuando surge la necesidad, sino algo que nos colocamos de una vez por todas.
Al decir, toda la armadura de Dios”, está indicando que no nos bastaría usar sólo parte de ella. Ella nos es dada como un todo y debemos usarla en su totalidad. También notemos que no hay armadura para la espalda. Dios nunca quiso que le diéramos la espalda al enemigo y huyéramos. De hecho, se nos exhorta: “resistid al diablo, y de vosotros huirá” (Santiago 4:7). Si se nos encuentra vistiendo la armadura, el diablo será frustrado en sus intentos de preocuparnos con otras cosas y quitarnos el disfrute de nuestra porción en Cristo.
Los poderes del mal
Versículo 12.— Hay toda una gama de emisarios malvados dispuestos en nuestra contra en el conflicto; y todos están tratando de engañarnos y seducirnos. La batalla no es solo contra el diablo (versículo 11); es “contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales [espíritus malignos] en los aires” (versículo 12). Es una coalición de cinco especies de seres malvados. Estos seres malvados denotan diferentes aspectos del mal espiritual. Hay una figura de estos cinco enemigos en Josué 10. Una coalición de cinco reyes cananeos se reunió para luchar contra Josué y los hijos de Israel en un intento de evitar que tomaran la tierra. “Adonisedec” era el líder de la coalición, y se erige como una figura de Satanás el cual es el comandante en jefe de los seres malvados en los lugares celestiales. Tenía otros cuatro reyes bajo su mando —“Oham”, “Phiream”, “Japhia” y “Debir” (Josué 10:3-4).
La batalla de Josué 10 tuvo lugar en “Gabaón”, que significa “una gran colina”. Literalmente se llevó a cabo en la cima de una colina, y eso habla de los lugares celestiales donde ocurre nuestro conflicto espiritual. Los hijos de Israel vinieron de “Gilgal” para encontrarse con este enemigo. Esto habla del juicio propio (Josué 10:9). A la hora de la puesta del sol, Josué le ordenó que éste se detuviera por un día más. ¡Entonces la batalla duró dos días! Hizo esto para que pudieran terminar la batalla victoriosamente (Josué 10:11-14). Ya que un día para el Señor es como mil años (2 Pedro 3:8; Salmo 90:4), eso habla del extendido día de gracia, ¡que ya tiene casi 2000 años! Esto nos dice que vamos a tener este conflicto con Satanás y sus emisarios hasta la venida del Señor, el Arrebatamiento.
El día malo
Versículo 13.— No vivimos en tiempos de paz, sino en tiempos de guerra —¡guerra espiritual!— La vida cristiana es un conflicto continuo y no hay liberación de cartilla en esta guerra. Pedro nos dice: “Sed templados, y velad” debido a los movimientos de nuestro adversario (1 Pedro 5:8). Como nunca sabemos cuándo ni dónde atacará, debemos vivir en un estado de máxima alerta en todo momento.
En cierto sentido, “el día malo” cubre todo el período de la ausencia de Cristo de este mundo. En otro sentido se refiere a cuando el enemigo lanza un ataque especial sobre nosotros. Estas son ocasiones en las que el poder seductor del enemigo nos presiona más de cerca en un intento de quitarnos nuestra comunión y alejarnos del disfrute de nuestra porción en Cristo. Es en vista de esos tiempos que debemos tener vestida la armadura. Sólo entonces seremos capaces de “estar firmes” contra este enemigo. Nótese que dice “estar firmes”, no “avanzar”, porque no hay ningún avance desde la posición en la que esta epístola ve al cristiano.
Siete piezas de armadura
Varios expositores indican que hay siete piezas para esta “armadura [panoplia] de Dios” (traducción J. N. Darby), si incluimos a la oración. Estas son:
El CEÑIDOR DE LA VERDAD.— Un ceñidor es el cinturón que los hombres usaban para atar la ropa holgada que llevaban puesta en esos días. Hacían esto para poder trabajar sin impedimentos (versículo 14a). En esta batalla espiritual, nuestros “lomos” deben estar “ceñidos ... de verdad”. Los lomos son el área pélvica de nuestro cuerpo que se mueve en todas nuestras actividades físicas. Tener nuestros lomos ceñidos con la verdad implica que todos nuestros movimientos en la vida están regidos por los principios de la verdad de Dios. Esto quedó perfectamente ejemplificado en el Señor Jesús cuando fue tentado por el diablo. La Palabra de Dios gobernaba cada uno de Sus movimientos. No daba un paso que la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios no justificaran (1 Timoteo 3:16). En consecuencia, las tácticas del diablo fueron derrotadas. De manera similar, los principios de la Palabra de Dios deben regir todas nuestras actividades y el resultado será el mismo —las acechanzas del diablo, que están diseñados para desviarnos hacia otras cosas, serán frustrados.
LA COTA DE JUSTICIA.— La cota es una pieza de armadura que se coloca sobre el corazón para proteger nuestros afectos (versículo 14b). Se le llama la cota de “justicia” porque debemos estar en guardia para que nuestros afectos no se vean influenciados por algo que no es caracterizado por la justicia práctica. El diablo presentará intencionalmente cosas a nuestros corazones con la mira de desplazar a Cristo de nuestros afectos. Tengamos cuidado entonces de no amar alguna cosa o actividad hasta el punto de que tome asiento en nuestros afectos y nos dejemos cautivar por ello. Cuando nos volvemos apasionados por algo, incluso si no es intrínsecamente pecaminoso, existe un gran peligro de que nos dejemos arrastrar por ello. Sabiendo esto, Satanás intentará introducir alguna cosa de apariencia inocente en nuestras vidas que escalará hasta nuestro corazón. En vista de esto, se nos advierte en Proverbios 4:23, “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”.
CALZADOS.— Esta es la protección para nuestros pies (versículo 15). Hay circunstancias imprevistas, que están fuera de nuestro control, que tocan nuestro caminar diario con el Señor (a lo que se refieren los pies). El diablo usará estas circunstancias de la vida para perturbar nuestra paz y comunión, y así estropear el disfrute de nuestra porción en Cristo. Tener los pies calzados “con el apresto del evangelio de paz” es suficiente para enfrentar este ataque. No se trata de estar preparados para compartir el evangelio con las personas que conocemos; esto no nos protegería de los ataques sutiles del enemigo. El versículo no habla de lo que el evangelio transmite a otros, sino lo que influye en nosotros. El evangelio nos ha traído “paz” y, por lo tanto, nos prepara para caminar en paz en un mundo de confusión. Forma una base de estabilidad en nuestras almas (que es el significado de la palabra “apresto” en el griego) a través de la cual somos llenos de paz. Esto nos prepara para las difíciles circunstancias de la vida que ciertamente enfrentaremos, y que el enemigo ciertamente usará para lograr un punto de ataque, y así estropear nuestro gozo en el Señor. Si caminamos con esta paz interior que el evangelio nos ha traído, podremos enfrentar esas circunstancias con un espíritu de tranquilidad y no permitir que frustren e interrumpan nuestra comunión.
EL ESCUDO DE LA FE.— Este es una protección contra los intentos del enemigo de perturbar nuestra fe y confianza en el Señor (versículo 16). No debemos dejar que los “dardos” de la duda encuentren un lugar en nuestro corazón por lo que dejemos nuestras manos caer en desaliento. Estos dardos pueden ser preguntas que tengamos sobre los caminos del Señor para con nosotros respecto a cualquier problema, desilusión o tristeza que tengamos en nuestras vidas. Si permitimos que estas cosas penetren en lo más recóndito de nuestro corazón, nos desanimaremos y perderemos el disfrute de lo que es nuestro en Cristo. El dardo de fuego del maligno no es un deseo repentino de satisfacer alguna codicia carnal, que es más bien el conflicto que se encuentra en Gálatas 5:17. Como se ha mencionado anteriormente, el conflicto en Efesios asume que el creyente está andando en comunión con el Señor y la carne no se está manifestando en su vida. El dardo de fuego es una sugerencia diabólica que el enemigo nos lanza que levantaría una duda en nuestro corazón acerca de la bondad de Dios. Levantar “el escudo de la fe” es mantener nuestra confianza en Dios, creyendo que todo lo que Él permite en nuestra vida es finalmente para nuestro bien (Romanos 8:28), porque los caminos de Dios son perfectos (Salmo 18:30).
Los “dardos de fuego” también pueden ser acusaciones del diablo dirigidas a nuestra conciencia. Ya que todos hemos fallado de alguna manera, el enemigo intentará mantenernos ocupados con nuestras deficiencias y fracasos. Al hacerlo, nuestros ojos se apartarán nuevamente de Cristo. Cuando levantamos “el escudo de la fe”, y creemos que Dios está por nosotros, estos ataques se extinguen.
El YELMO DE SALUD [SALVACIÓN].— Esta es la protección para nuestros pensamientos (versículo 17a). Cuando otras cosas aparte de Cristo ocupan nuestras mentes, el enemigo puede introducir distracciones que nos impedirán disfrutar de nuestra porción celestial. Cuando mantenemos nuestros pensamientos fijos en Cristo y lo que tenemos en Él, esto producirá una liberación práctica de todo tipo de cosas que el diablo quiere introducir. Esa es la razón por la que a esta parte de la armadura se le llama el yelmo “de salud [salvación]”. Satanás no sabe lo que estamos pensando; no es omnisciente. Sin embargo, puede traer ciertas cosas y ponerlas ante nosotros que están calculadas para producir ciertas respuestas en nuestro corazón, y tales sugerencias pueden llevarnos a un patrón de pensamiento que alejará nuestros pensamientos de Cristo. Él es muy astuto; si una persona camina en comunión, como Pablo supone aquí, Satanás no usará cosas malas y perversas para distraernos. Nuevamente, en este conflicto en Efesios 6, no se refiere a algo pecaminoso que el enemigo hace levantar en nuestra carne, sino cosas superfluas que parecen inofensivas e inocentes, pero que, aun así, llevan nuestros pensamientos por un camino lejos de Cristo. Pueden ser cosas que conciernen a nuestra carrera, participación política, actividades deportivas, amistades, etc. Todas estas cosas pueden distraernos si permitimos que ocupen un lugar indebido en nuestros pensamientos. Un hermano mayor dijo: “Ten cuidado de lo que piensas y que esto sea Cristo”. “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en Ti persevera; porque en Ti se ha confiado” (Isaías 26:3).
LA ESPADA DEL ESPÍRITU.— Esta es la protección contra motivos falsos en nuestro corazón. Es posible que tengamos motivos ocultos y profundos en nuestro corazón, de los cuales no estamos conscientes, que el enemigo puede tomar y usar para sacarnos del camino (versículo 17b). “La espada del Espíritu; que es la palabra de Dios”, es capaz de discernir “los pensamientos y las intenciones” de nuestro corazón, y así exponer cualquier razón errónea que pueda existir (Hebreos 4:12). Si permitimos que el Espíritu de Dios aplique la Palabra de Dios con todo su peso en nuestro corazón y conciencia, Él revelará cualquier motivo oculto y profundamente arraigado que pueda estar allí, para que podamos juzgarlo en la presencia de Dios (Job 34:32; Salmo 139:23-24). Esto nos protege de dar pasos equivocados por malos motivos.
Podemos pensar que la mención de “la espada del Espíritu” aquí es nuestro llamado a atacar al diablo de una manera ofensiva. Sin embargo, en ninguna parte de las Escrituras nos dice que debamos luchar o hablar con el diablo, o huir de él. Pero se nos dice que le “resistamos”, y si lo hacemos, él huirá de nosotros (Santiago 4:7; 1 Pedro 5:9). En el contexto de este capítulo, la espada no es para ser usada contra el enemigo, ¡sino contra nosotros mismos! De manera similar, al entrar en la tierra de Canaán, los hijos de Israel debían afilar sus cuchillos y luego usarlos en ellos mismos (Josué 5:2).
LA ORACIÓN.— Finalmente, debemos enfrentarnos al enemigo en el campo de batalla de rodillas (versículo 18). Esto habla de una expresión diaria de dependencia en el Señor para ser resguardados. La armadura no estaría completa sin esto. Hablando naturalmente, en una batalla física esta sería una posición vulnerable, pero es un lugar de protección y fortaleza en esta batalla espiritual en los lugares celestiales. Hay un elemento protector en “la oración y la súplica en el Espíritu” (compare con Lucas 22:40). El enemigo no puede tocarnos cuando estamos en la presencia del Señor en ferviente oración (Deuteronomio 33:12; 2 Reyes 6:13-17; 2 Crónicas 22:10-12).
El apóstol agrega: “Velando en ello con toda instancia”. El Señor quiere que esperemos las respuestas a nuestras oraciones. Esto apunta al ejercicio de la fe. Nuestra tendencia es rendirnos demasiado rápido. Nuestras oraciones no solo deben ser para nuestra preservación en esta batalla, sino también para la preservación de “todos los santos” porque el enemigo atacará a todos los que busquen andar para el Señor.
Aunque era un gran siervo de Dios, Pablo no pensó que no necesitara las oraciones de los santos. Él deseaba sus oraciones para que la obra del Señor pudiera continuar y prosperar. Comprendió que había, y aún hay, un gran conflicto para que la verdad no sea ministrada en beneficio de los santos (Colosenses 1:28–2:1). Por lo tanto, pide las oraciones de los efesios para poder abrir con valentía su boca “para hacer notorio el misterio del evangelio” (versículos 19-20). El evangelio no es el Misterio, pero nos lleva a la bendición del Misterio. El evangelio es el medio por el cual el creyente participa en lo que revela el Misterio. Por tanto, el Misterio es la continuación apropiada del evangelio (Romanos 16:25). Nótese que él no les pidió que oraran por su liberación de la prisión, o para que sus circunstancias fueran aliviadas. Así, vemos en él una hermosa imagen de sumisión a lo que el Señor había permitido en su vida.
Resumen del significado espiritual de la armadura
•  Lomos ceñidos.— Siguiendo los principios correctos en nuestras vidas.
•  Cota.— Teniendo buena conciencia con afectos correctos.
•  Pies calzados.— Andando en un estado correcto de paz y tranquilidad.
•  Escudo de la fe.— Teniendo verdadera confianza en Dios.
•  Yelmo.— Teniendo pensamientos correctos.
•  Espada del Espíritu.— Teniendo motivos correctos.
•  Oración.— Teniendo una postura correcta de dependencia (sobre nuestras rodillas).

Saludos finales: Capítulo 6:21-24

En los saludos finales de Pablo, “Tichîco, hermano amado y fiel ministro en el Señor” es mencionado. Su nombre aparece cinco veces en el Nuevo Testamento (Hechos 20:4; Efesios 6:21; Colosenses 4:7; 2 Timoteo 4:12; Tito 3:12). Su doble misión en este momento era informar a los santos de Éfeso acerca del estado del apóstol y animar sus corazones.
Pablo termina con sus saludos habituales. Desea que “paz”, “amor” y “gracia” sea con ellos.