El cristiano en relación a la guerra, el gobierno, las ocupaciones en general, y la autoridad de Dios

Table of Contents

1. Prefacio
2. La obediencia a Dios es lo principal
3. Cómo debe comportarse el cristiano
4. En espíritu, fuera del mundo
5. ¿Puede asociarse el nombre de Cristo a la guerra?
6. Una patria celestial y sus afectos propios
7. Enemigos personales
8. Actitud hacia la guerra
9. Las oraciones pidiendo venganza no nos convienen
10. Sobre Lucas 22:35-38
11. Sobre Juan 18:10-11
12. Poderes terrenos establecidos por Dios
13. Sobre Daniel 3
14. Contrastes entre la dispensación de la gracia de Dios y la dispensación de la ley
15. La venida del Señor; Israel y la Iglesia
16. Conclusión

Prefacio

Este folleto presenta al creyente en el Señor Jesucristo una colección de extractos recopilados de escritos de diversos hermanos en Cristo. Estos escritos han estado en constante circulación durante muchos años, y enseñan qué lugar y autoridad debe tener la Palabra de Dios en las responsabilidades del cristiano; qué le conviene en su ocupación diaria para que “en esto se quede para con Dios”; cuál su actitud hacia sus enemigos; cuál su posición frente a los conflictos carnales; y finalmente, cuál su actitud hacia los gobernantes y otros ocupando lugares de autoridad.
Es nuestro deseo más ferviente que estos extractos puedan ser usados por Dios para fortalecer a Sus hijos en “la fe” y en “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas” (véase Lucas 1:1).
También, es nuestro propósito agregar algunas palabras de explicación sobre ciertos versículos mal interpretados con respecto a las susodichas actitudes del cristiano.

La obediencia a Dios es lo principal

William Kelly
Pedro y Juan primeramente habían dicho esto: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios”. Ahora los apóstoles se unen a Pedro en su respuesta aún más categórica: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 4:19; 5:29). Este es el gran principio práctico de la fe, tal como fue la característica invariable de Cristo en toda perfección aquí en la tierra. “Heme aquí, para que haga, oh Dios, Tu voluntad” (Hebreos 10:7): ni milagros, ni buenas obras, ni enseñanzas, ni celo; sino obediencia ilimitada y cierta hacia Dios ... .
No hay otro principio tan esencial para el cristiano, el cual es santificado del Espíritu en la obediencia de Cristo tanto como por el derramamiento de Su sangre (al igual que el evangelio es por obediencia de fe en contraste con la observancia forzosa de la ley). Su alma se purifica obedeciendo la verdad con un amor realmente fraternal, puesto que Dios le escogió para salvación por la santificación del Espíritu y fe de la verdad. En consecuencia, la obediencia es el deber invariable del creyente, aunque muchas veces haya de esperar de Dios la luz. No es cuestión de sus derechos; el creyente ha sido llamado a obedecer. Debe estar sujeto a cada institución humana por amor al Señor, ora al rey como autoridad suprema, ora a gobernantes establecidos por éste; libre pero sin poseer su libertad bajo una capa de malicia, sino como siervo de Dios.
Por lo tanto, si se origina un conflicto entre la Palabra de Dios y las exigencias del gobernante, el camino del creyente es claro; Dios debe ser obedecido, pese a los sufrimientos, mas sin resistencia a la autoridad humana. El cristiano siempre debe estar presto a obedecer, a pesar de que en diversas circunstancias debe ser a Dios antes que a los hombres. Nada hay tan humilde, nada tan firme. El creyente naturalmente podrá ser tímido o débil; mas la obediencia por la gracia le dará fuerza y valor ... . La obediencia le hace desconfiar de su propio yo y le da mansedumbre para hacer la voluntad de Dios, pues “el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre” (1 Juan 2:17). El pecado es la expresión de la voluntad propia y de la desobediencia, y su fin es el juicio y la perdición; mas la obediencia no solamente es un deber inalienable, sino también la senda real para evitar cualquier lazo tendido por el enemigo.
[Traducido de “Exposition of the Acts” (“Exposición de los Hechos”) por William Kelly].

Cómo debe comportarse el cristiano

William Kelly
Para el cristiano el asunto no estriba sobre el rey u otra autoridad, sino cómo debe comportarse él. No es tarea suya mezclarse con otros. Ha sido llamado a andar —confiando en Dios— en obediencia y paciencia. Con respecto al cúmulo de obligaciones diarias, puede obedecer a Dios al prestar obediencia a las leyes del país en que vive. Este ha de ser el caso en toda nación ... .
La obligación del cristiano debe ser mostrar respeto a todos aquellos que están en autoridad, dar honor a quienes se debe honor, no debiendo a los hombres nada sino amor. Es de notarse que cuando Pablo exhortó a los cristianos según Romanos 13:1-8, el emperador reinante era uno de los peores y más crueles que ocuparon el trono de los Césares. Sin embargo, no hay ni reservas ni atenuantes ... que si el emperador ordenaba lo que era bueno, los cristianos debían obedecer; pero de no ser así quedaban libres de someterse al mismo. El cristiano ha sido llamado a obedecer —no siempre a Nerón, o a Nabucodonosor, sino siempre a Dios—. Las consecuencias son que esto libra a una persona pía de verse acusada falsamente de ser rebelde. Sabemos que ninguna decisión de la voluntad puede impedir que sobre un cristiano caiga una mala reputación. Cosa natural para el mundo es que éste hable mal de aquel que pertenece a Cristo —al que ellos crucificaron—. Este principio libra el alma de todo fundamento verdadero para tal acusación.
En ninguna parte se dice que debemos desobedecer a los hombres. Dios debe ser obedecido, cualesquiera sean las circunstancias ... . Si hago una cosa justísima en sí bajo la mera base de que tengo derecho a desobedecer a los hombres dadas ciertas circunstancias, estoy haciendo la menor de dos cosas malas. El principio para el cristiano es no hacer ya el mal de ninguna manera. Es capaz de fracasar, no lo niego, pero jamás puedo comprender a un hombre que quietamente aceptara que debe admitir cualquier cosa mala sea la que fuere ... . Pero sostengo que cualquiera que sea la dificultad que uno pueda encontrar, siempre está franca la senda de Dios para que los píos puedan caminar por ella. ¿Por qué pues encuentro dificultades? porque deseo evitarme contratiempos. Si yo transijo aunque sea un poquito, el camino ancho de tranquilidad y honor queda abierto, pero así abandono a Dios, cayendo bajo el poder de Satanás. Este fue justamente el aviso que Pedro dio al Señor cuando éste hablaba de ser muerto: “Señor, ten compasión de Ti: en ninguna manera esto Te acontezca” (Mateo 16:22).
Así con el cristiano: haciendo una cosita mala, dañando su conciencia, evitando las pruebas que siempre lleva consigo la obediencia a Dios, puede muy a menudo evitar gran parte de la enemistad del mundo y ganar sus alabanzas porque hace lo bueno para sí [véase Salmo 49:18]. Pero si el ojo del creyente es siempre sincero [véase Mateo 6:22], Dios siempre debe tener sus prerrogativas, reconocido en el alma como teniendo el primer lugar. Si Dios está afectado en algo que se requiere de él, entonces debe obedecer a Dios antes que a los hombres [véase Hechos 5:29]. Cuando esto se realiza, pronto el sendero resulta perfectamente llano.
El Señor nos conceda que no tengamos dificultad alguna en saber lo que es el mundo y donde nosotros nos hallamos. El judío se veía obligado a penetrar en él con la espada en la mano, ejecutando el juicio. Mas ésta no es la posición del cristiano, el cual es identificado con un Cristo contra el cual el mundo levantó espada, un Cristo que no la resistió. Empezamos y debemos seguir con la cruz, esperando la gloria del Señor Jesucristo ... . ¡Que sepamos más y más lo que es andar con Cristo en libertad y gozo! Así tendremos a Cristo con nosotros en cada instante de necesidad.
[Traducido de “Lectures on the Book of Daniel” (“Conferencias sobre el libro de Daniel”) 2a edición, 1881, por William Kelly].

En espíritu, fuera del mundo

William Kelly
No hay otro medio por el cual pueda el cristiano mostrar en cuán alto grado se halla él por encima del mundo, sino cuando en nada busca éste la justificación del mundo. Si perteneciéramos al mundo, todos debiéramos presentarnos como voluntarios. Si fuera el mundo nuestro hogar, un hombre sería llamado a combatir por él; mas para el cristiano este mundo no es el escenario de sus intereses, ¿entonces por qué el luchar por aquello que no le pertenece? Si el cristiano lucha, salvo en su propio combate espiritual, aquél se halla fuera de su lugar. Es el deber de los hombres, como hombres, rechazar el mal; y si el Señor usa al mundo para abatir los desórdenes y lograr la paz, el cristiano bien puede mirar hacia lo alto y dar gracias por ello, pues es una inmensa misericordia. Pero la verdad que el creyente ha de retener firmemente en su propia alma es ésta, que “no son del mundo”. ¿Hasta qué punto no son ellos del mundo? “No son del mundo, como tampoco YO soy del mundo” (Juan 17:16). Allí donde el Señor repite estas palabras maravillosas, habla con respecto a irse al cielo, como si Él ya no estuviera en esta tierra. Así, con el espíritu de uno que está aparte del mundo, Él exclama, “No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”. Un poquito antes, había declarado: “Y ya no estoy en el mundo”. Su ascensión al cielo es lo que otorga su carácter al cristiano y a la Iglesia. El cristiano no es meramente un creyente, sino uno que ha sido llamado para gozarse en Cristo glorificado en el cielo. Y como Cristo, nuestra Cabeza, se encuentra ausente del mundo, así también el cristiano debe estar en espíritu situado muy por encima del mundo, y debe mostrar la fortaleza y superioridad de su fe sobre sus meros sentimientos naturales. Nada hace que un hombre aparezca como superlativamente necio como en no procurar sacar ventajas en este mundo. Los cristianos no quieren ser nulidades; son aptos, carnalmente, para desear que su influencia sea notada, pero el Señor nos libra de ello.
[Traducido de “Lectures on the Gospel of Matthew” (“Conferencias sobre el Evangelio de Mateo”), 1868, por William Kelly].

¿Puede asociarse el nombre de Cristo a la guerra?

William Kelly
A pesar de todo, la obediencia en el hombre tiene sus límites. Hay casos en los que el cristiano se ve obligado a ... “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Tomad, por ejemplo, un llamado perentorio al cristiano para que pelee en las batallas de su país. Si él conoce su vocación, ¿puede asociar el nombre de Cristo a una contienda tan impía? Si es justa para un bando, también es justa para el otro; o el cristiano se convierte en un juez en lugar de ser un peregrino, y el nombre del Señor de esta manera tendría que verse comprometido por hermanos de los bandos antagónicos, cada uno de ellos obligado a empaparse las manos en la sangre de sus hermanos, convirtiéndose también cada uno de ellos en instrumento para acelerar la perdición eterna de las almas ya maduradas en el pecado.
¿Es esto propio de Cristo? ¿Es esto propio de la gracia? Puede cuadrar con la carne y el mundo; pero es en vano alegar la Palabra de Dios para tratar de justificar a un cristiano que se halle engarzado en tales contiendas. ¿Osará alguien llamar a cualquier matanza humana, bajo órdenes de “las potestades superiores”, el servicio de Cristo?
La razón verdadera por la que [los cristianos] fracasan en ver esto, es, o una mente carnal, o evadir indignamente las consecuencias. Prefieren matar a otros para agradar al mundo, antes de ser ellos mismos muertos para agradar a Cristo.
[Por William Kelly. Traducción del inglés].

Una patria celestial y sus afectos propios

J. N. Darby
Es claro para mí que un cristiano, libre de hacer lo que le plazca, nunca podría ser un soldado, a menos que fuese ... ignorante de la posición cristiana. Otra cosa es cuando uno se ve obligado a ello. En tal caso es ésta la cuestión: ¿está la conciencia tan fuertemente implicada en el aspecto negativo de la cuestión, que uno no pueda ser soldado sin violar lo que es la regla de la conciencia: la Palabra de Dios? Si es así, debemos soportar las consecuencias; debemos ser fieles.
Lo que me duele es la forma en la cual la idea de la patria propia ha tomado posesión de los corazones de algunos hermanos. Comprendo totalmente que el sentimiento de patriotismo sea fuerte en el corazón humano. No pienso que el corazón sea capaz de afecto hacia el mundo entero. En el fondo, los afectos humanos han de tener un centro, el cual es el “yo”. Yo digo, “mi patria”, y ésta no es la de un extraño. Yo digo, “mis hijos”, “mi amigo”, y ello no proviene precisamente de un egoísmo puro. Uno sacrificaría su propia vida, quizá todo ... por su patria, por sus amigos. Yo no puedo decir, “mi mundo”; no hay apropiación alguna en ello ... . Pero Dios nos libra del “yo”; Él hace de Sí mismo, de Sí mismo en Cristo, el centro de todo; y el cristiano, si es sincero, afirma claramente que busca una patria —“la mejor, es a saber, la celestial” (Hebreos 11:16)—. Sus afectos, sus lazos, su ciudadanía están allí. Se retira en la oscuridad en este mundo, mientras en el exterior la vorágine reinante se rebulle, y amenaza con engullir y llevárselo todo. El Señor es pues un refugio sagrado.
Comprendo que un cristiano llegue a dudar si debe obedecer o no: respeto su conciencia; pero que él permita ser llevado de acá para allá por lo que se ha dado en llamar “patriotismo” —esto es lo que no es del cielo—. “Mi reino”, dijo Jesús, “no es de este mundo; si de este mundo fuera Mí reino, Mis servidores pelearían” (Juan 18:36). Aquello no es sino el espíritu del mundo bajo una forma honorable y atractiva, pero “las guerras ... son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros” (Santiago 4:1).
Como hombre, habría combatido obstinadamente por mi patria y nunca habría dado cuartel, Dios lo sabe; pero como cristiano, creo y me siento a mí mismo como estando aparte de todo; estas cosas ya no me remueven. La mano de Dios está en ellas; lo reconozco; Él lo ordenó todo anticipadamente; ante esta voluntad yo agacho la cabeza. Si Inglaterra se viera invadida mañana, yo confiaría en Él. Sería como un castigo sobre este pueblo que nunca ha visto la guerra, mas yo me doblegaría ante su voluntad.
Son muchos los cristianos que trabajan en el escenario de la guerra; grandes cantidades de dinero les son enviadas. Todo esto no me atrae lo más mínimo. Alabado sea Dios porque tantas pobres criaturas han sido aliviadas; pero preferiría ver a los hermanos penetrando por las callejuelas de las ciudades, buscando a los pobres allí, donde se encuentran día tras día. Hay muchísima más abnegación de uno mismo y servicio más oculto en tal labor. No somos de este mundo, pero somos los representantes de Cristo en medio del mundo. ¡Que Dios guarde con toda Su gracia a los Suyos!
[Traducido de “Letters of J. N. Darby” (“Cartas de J. N. Darby”), tomo II, página 110, Nueva Edición].

Enemigos personales

Charles Stanley
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar a la ira; porque escrito está: Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
¿Acaso Él, cuyo precioso nombre llevamos, se vengó por sí mismo? El día de la venganza —del juicio de un mundo impío— vendrá; mas ¿no somos los seguidores de Aquel que sanó la oreja de su enemigo? ¡Oh! ¡que nos parezcamos más a Él! ¡Cuán tiernas son aquellas palabras!: “si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber” (Romanos 12:20). ¿En dónde encontraríamos palabras tales fuera de las Escrituras inspiradas de verdad? Si dejáramos al hombre a sus. propios recursos e instintos, ¿por ventura actuaría así? No, estos son frutos preciosos del Espíritu. ¡Que éstos abunden más y más en nuestras vidas!
[Traducido de “On the Epistle to the Romans” (“Sobre la Epístola a los Romanos”), por Charles Stanley, 1884].

Actitud hacia la guerra

C. H. Mackintosh
Nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado un ejemplo para que sigamos Sus pisadas. Somos llamados a andar tal como Él anduvo. ¿Podemos seguir Sus pasos en un campo de batalla? ¿Ir a la guerra es acaso andar como Él lo hizo? ¡Ay! En muchas cosas fracasamos; pero si se nos pregunta si es justo para un cristiano marchar a la guerra, únicamente podemos contestar a la pregunta, haciendo referencia a Cristo. ¿Cómo actuó Él? ¿Qué enseñó? ¿Tomó la espada alguna vez? Dijo: “Todos los que tomaren espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52). ¿Vino quizá a destruir las vidas de los hombres? ¿Acaso no dijo, “Mas yo os digo: No resistáis al mal”? ¿Cómo pueden concordar estas frases con la idea de intervenir en la guerra?
Mas hay algunos que dirán: “¿Pero qué sería de nosotros si todos adoptáramos estos principios?” Nuestra respuesta es ésta: “Si todos adoptásemos estos principios celestiales, no habrían más guerras, y por ello no habría necesidad alguna de luchar”. Pero no es nuestro propósito razonar sobre los resultados de la obediencia; nosotros debemos obedecer solamente la palabra de nuestro bendito Maestro y andar en sus pisadas; si tal hacemos, indubitablemente, no nos encontraremos yendo a la guerra.
Hay gente que a veces cita estas palabras de nuestro Señor: “El que no tiene, venda su capa y compre espada” (Lucas 22:36), tratando de establecer una justificación para ir a la guerra, pero cualquier mente sencilla puede darse cuenta de que tales palabras nada tienen que ver con el asunto que nos ocupa. Se refieren al cambio de las circunstancias que los discípulos experimentarían cuando el Señor fuere alzado. Mientras Él permanecía con ellos, de nada carecieron; pero ahora, en Su ausencia, tendrían que hacer frente al fiero embate de la oposición del mundo. En resumen, aquellas palabras tienen una aplicación enteramente espiritual.
Además, es muy corrientemente utilizado el ejemplo del centurión romano, que hallamos en Hechos 10, al cual en ninguna ocasión se le conminó a que abandonara su empleo. No suele el Espíritu de Dios ponernos bajo yugo. Nunca dice a la persona recién convertida: “Has de renunciar a esto o aquello”. La gracia de Dios provee a un hombre, tal como se encuentra, con una salvación completa, y entonces le muestra cómo andar, señalándole las palabras y los caminos de Cristo con todo su poder creador y santificador.
También hay aquellos que dicen: “¿Acaso no nos dice el apóstol en 1 Corintios 7 que alguien en lo que es llamado, “en ella se quede”? (versículo 20). Sí; con esta cláusula poderosamente calificativa: “Se quede para con Dios” (versículo 24). Esto presenta una bien patente diferencia. Supongamos que un verdugo ha sido convertido, ¿puede quedar en su oficio? Quizá se nos dirá que este es un caso extremo. De acuerdo; pero es un caso a propósito, por cuanto prueba la falacia de aquel razonamiento sobre 1 Corintios 7, ya que hay llamadas en las cuales uno no podría de modo alguno “quedarse para con Dios”.
Finalmente, mi querido amigo, en cuanto a este asunto, permítame preguntarle sencillamente: “¿Es quedarse con Dios, o andar en las pisadas de Cristo, ir a la guerra?” Si así lo fuera, que los cristianos lo hagan; pero si ello no es así ... entonces, ¿qué?
[Traducido de “Things New and Old” (“Cosas nuevas y viejas”), tomo 19, página 55, feb. 1876, por C. H. Mackintosh].

Las oraciones pidiendo venganza no nos convienen

William Kelly
Con la apertura del quinto sello (véase Apocalipsis 6:9-11) se ven las almas debajo del altar, las almas de los que habían sido muertos por la palabra de Dios y por su testimonio, clamando en alta voz al Gobernador Soberano pidiendo venganza. Han sido justificadas delante de Dios pero deben esperar; otros, tanto sus consiervos como sus hermanos, han de ser muertos antes de que aquel día venga.
La apertura del sexto sello marca una gran convulsión. Suponemos que es una respuesta parcial a aquel clamor. Son muchas las personas que opinan que los citados arriba son cristianos. Empero si estudiamos más profundamente este pasaje, nos daremos cuenta de que esta convulsión no tendrá lugar hasta después del arrebatamiento de la Iglesia al cielo. “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que moran en la tierra?” ¿Es esto una oración o un deseo conforme a la gracia del evangelio? No. El razonamiento es apenas necesario en un punto tan manifiesto. Creo que todo aquel que comprende el rumbo general del Nuevo Testamento, y las oraciones especiales allí escritos por el Espíritu para nuestra instrucción, se dará cuenta de esto si no abriga ningún prejuicio. Fijémonos en la oración de Esteban, y la de nuestro bendito Señor —dechado de todo lo que es perfecto—. En contraste tenemos un lenguaje similar al del Apocalipsis 6 en otra parte; ¿pero dónde? En los salmos. De esta manera tenemos toda la evidencia que pueda requerirse. La evidencia del Nuevo Testamento muestra que aquéllas no son las oraciones sancionadas para el creyente cristiano: la evidencia del Antiguo Testamento muestra que aquéllas eran justamente las oraciones de personas, cuyos sentimientos, experiencias y deseos estaban asentados sobre esperanzas israelitas.
[Traducido de “Lectures Introductory to the Acts, the Catholic Epistles and the Revelation”, (“Conferencias introductorias a los Hechos, las epístolas universales y el Apocalipsis”), por William Kelly, 1870].

Sobre Lucas 22:35-38

“Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo? Y ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja, y el que no tiene, venda su capa y compre espada. Porque os digo, que es necesario que se cumpla todavía en Mí aquello que está escrito: Y con los malos fue contado: porque lo que está escrito de Mí, cumplimiento tiene. Entonces ellos dijeron: Señor, he aquí dos espadas. Y él les dijo: Basta”.
Vemos en este pasaje cómo Jesús aprovechó la oportunidad para avisarles que todo debía cambiar. Durante Su presencia aquí en la tierra, Él, el verdadero Mesías, Emmanuel, les había amparado en todas las dificultades; cuando les envió a través de toda la tierra de Israel, no habían carecido de nada. Sin embargo ahora (puesto que el reino no había aún venido en poder), ellos estarían expuestos tal como lo fue su Señor, a todo menosprecio y cualquier violencia. Hablando humanamente, ellos deberían guardarse a sí mismos; mas algún discípulo osado, tomando de manera literal las palabras de Cristo, se permitió descubrir sus pensamientos y le mostró dos espadas. El Señor le frenó con la palabra “basta”, intimándole a no proseguir más adelante. En aquel momento no eran capaces de ello.
[Traducido de “Synopsis of the Books of the Bible” (“Sinopsis de los libros de la Biblia”), tomo III, página 282, por J. N. Darby].
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“Entonces ellos dijeron: Señor, he aquí dos espadas. Y Él les dijo: Basta”. Esta palabra, aunque benigna, era una censura a los pensamientos de Sus discípulos. Si dos de ellos trataban de hacer uso literal de la espada en defensa propia, sólo demostraban medios totalmente inadecuados para protegerse. El Señor había empleado la espada, la bolsa y la alforja, como símbolos de los medios ordinarios que los discípulos tendrían que usar en Su ausencia, pero ciertamente no para que personalmente abandonaran los fundamentos de la gracia en la presencia del mal, aun llegando ello al último grado del insulto y de la injuria, sobre los cuales Jesús había insistido en el principio de Su llamamiento y comisión al apostolado; mas ahora les dice ¡Basta ya!: su sentido verdadero se deja para aquel día en que el Espíritu Santo les sea dado y les guíe a toda verdad.
[Traducido de “Exposition of the Gospel of St. Luke” (“Exposición del Evangelio de San Lucas”), por William Kelly].
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Los versículos 35 a 38 de Lucas 22 Señalan un cambio completo de circunstancias. Con anterioridad Jesús les había protegido y les había facilitado cuanto precisaban, como el Mesías que disponía aquí de todo. Pero esto se había acabado, desde que el Justo era más y más rechazado. Él había venido con capacidad para destruir el poder de Satanás, por ser el Señor, y el hombre no quiso recibirle; y ésta es la condición en que se encuentra el mundo todavía. ¡Él debía ser contado entre los transgresores!  ... Pero los discípulos aún se apoyaban en la fuerza humana, no en el Mesías crucificado en flaqueza, y le dicen: “He aquí dos espadas”. Aludiendo a sus palabras, el Señor exclama, “Basta”, queriéndoles decir que no entendían Su pensamiento. Cristo no quiso decir nada más.
[Traducido de “Gospel of Luke” (“Evangelio de Lucas”), por J. N. Darby].

Sobre Juan 18:10-11

J. Wilson Smith
“Entonces Simón Pedro, que tenía espada, sacóla, e hirió al siervo del pontífice, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina: el vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo de beber?”.
Pedro, siempre enérgico, recurrió a la espada para defender a su Maestro ante sus enemigos. Pero la espada —arma de venganza— estaba fuera de lugar en tal defensa. El Señor estaba a punto de entregarse en manos de aquellos hombres pecadores en cumplimiento de su misión aquí en la tierra; y la defensa propia no figuraba en ninguna parte de Su plan lleno de gracia. Así que dejó a un lado Su propia defensa para que se cumpliesen las Escrituras.
Pero un acto tal de propia entrega había sido ridiculizado por el discípulo imprudente e impulsivo. Como Sansón, Pedro fue trasquilado, y sin embargo recurre a la espada; en su momento de mayor debilidad, apeló al veredicto de la lucha natural. Sin duda su intención era buena, empero su conducta fue lastimosamente culpable. Arremete y corta una oreja a Malco.
Es así como Pedro realiza sus “hazañas”, pero éstas no guardan el compás con los tiempos. David tenía sus “capitanes” y el recuerdo de sus proezas está anotado en las páginas de la historia. Con el uso de medios carnales luchaban y vencían; actuaron conforme a los tiempos en que vivían.
Mas Jesús no había venido a destruir las vidas de los hombres, sino a salvarlos. Sus discípulos aún no lo comprendían.
¡Ay, cuán lentos somos para aprender la gracia o percibir la naturaleza celestial, no terrenal, de la cristiandad! ¡Cuán lentos para aprender las diferencias que Dios ha dispuesto en sus maneras dispensacionales de obrar! La ley y la espada concordaban perfectamente; pero la gracia y la espada son absolutamente incompatibles. La naturaleza [humana] comprende aquello y rápidamente actúa, pero el cristiano debe procurar conocer la gracia, y actuar de acuerdo con ella. Aquel discípulo actuó en concordancia con la ley, y usó la espada; pero el bendito Maestro actuó en gracia, y sanó la oreja de Malco. ¡Cuán evidente es el contraste!
[Por J. Wilson Smith, alrededor del año 1890, traducción del inglés].

Poderes terrenos establecidos por Dios

William Kelly
Es un pensamiento solemne que la ira y la venganza incumben a Dios. Nos conviene que, en vez de vengarnos por nuestras propias manos, nos dobleguemos ante la prueba, mirando sólo a Dios; aún más, auxiliar a nuestro enemigo que se halle necesitado o afligido. Así éste tendrá que ver con Dios; si se humilla, tanto mejor; si se endurece será para él peor. Para el cristiano es ejercitarse en la naturaleza divina, es decir: en fe, paciencia y amor. Pues el vivir cristiano es Cristo —no ser vencido por el mal, sino vencerlo con el bien—. Así Dios, en nuestro propio caso tanto como con todos los que le aman, venció nuestros males por Su bondad en Cristo, nuestro Señor; y ahora también Él nos da a imitarlo en gracia, la cual gana la victoria a Su vista y a la nuestra, aun cuando aparezcamos ante el mundo como los seres más ultrajados y pisoteados. Pues, “esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” —por supuesto, la fe que obra por medio del amor.
El Apóstol va a entrar en la relación entre la potestad terrenal y los santos, después de tratar de la actitud de ellos hacia todos los hombres como testigos del bien que habían aprendido en Cristo, en donde Dios venció todo el mal con Su bondad, y nos otorga el privilegio de participar en el bien, ya obrando o sufriendo.
“Toda alma se someta a las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas. Así que, el que se opone a la potestad, a la ordenación de Dios resiste; y los que resisten, ellos mismos ganan condenación para sí. Porque los magistrados no son para temor al que bien hace, sino al malo. ¿Quieres pues no temer la potestad? haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es ministro de Dios para tu bien. Mas si hicieres lo malo, teme: porque no en vano lleva el cuchillo; porque es ministro de Dios, vengador para castigo al que hace lo malo. Por lo cual es necesario que le estéis sujetos, no solamente por la ira, mas aun por la conciencia. Porque por esto pagáis también los tributos; porque son ministros de Dios que sirven a esto mismo” (Romanos 13:1-6).
La santa sabiduría de esta exhortación es tan digna de Dios como es apropiado todo cuanto se nos enseña; y es patente a todos aquellos que, aunque no son del mundo, tienen deberes relacionados con él, mientras esperan al Señor y son llamados a hacer la voluntad de Dios. En transición gradual somos conducidos desde renunciar a vengarnos por nosotros mismos y vencer el mal con el bien, tal como conviene a los hijos de Dios, hasta cómo comportarnos ante las potestades del mundo, cuyo oficio es vengar la maldad, castigando a los malos, y alabando a los que hacen el bien ... .
Hemos de hacer hincapié en que “potestades superiores” es una expresión que abarca toda forma de poder gobernante —monárquico, aristocrático o republicano—. Toda cavilación está excluida en este aspecto. El Espíritu insiste no meramente en el derecho divino de los reyes, sino también en que “no hay potestad sino de Dios” ... . Aunque hubiere una revolución que derribara una forma de gobierno para instaurar otra, el deber del cristiano es bien sencillo: “las que son, de Dios son ordenadas”. Sus intereses radican en otra parte, son celestiales, son de Cristo; su responsabilidad es reconocer la potestad actual, confiando en Dios con respecto a las consecuencias y en ningún caso portándose como un partidario. Nunca tiene derecho en rebelarse contra la autoridad como tal; ya que al hacerlo así actuaría contra las ordenanzas de Dios, y los que se resistan recibirán juicio para sí ... . La Escritura es siempre sobria, como dijo el apóstol que lo era por amor a nosotros; si fuera extático, sería por Dios ... . Hay otras escrituras que nos muestran que, cuando la autoridad ordena algo ofensivo para Él, como en el caso de que un apóstol no hable más de Jesús o que se obligue a un cristiano a sacrificar a un ídolo o a un emperador, entonces debemos obedecer a Dios antes que al hombre, pero sufriendo, no resistiendo, si no podemos abandonar quietamente el lugar de persecución. Pues es evidente que es imposible invocar la autoridad de Dios para obedecer un mandato que le deshonre y niegue. Toda relación tiene sus límites en la conducta que virtualmente la anula; exigirla socavaría su propia autoridad en antagonismo a Aquel que la ha instaurado.
[Traducido de “Notes on the Epistle to the Romans” (“Notas sobre la Epístola a los Romanos”), por William Kelly, 1878].

Sobre Daniel 3

Edward Dennett
La actitud de Sadrach, Mesach y Abed-nego define exactamente ... la posición real del creyente en relación a las potestades que existen. En todo el Nuevo Testamento se prescribe la sumisión a ellas, y tal debe ser el camino del cristiano en medio de las agitaciones y convulsiones políticas. Él no debe provocar cuestiones, ni examinar la legalidad de las autoridades constituidas. Bástale saber que están en el poder; él debe proseguir su camino pacíficamente prestando la obediencia requerida. Pero si tales autoridades, emperadores, reyes o magistrados, salen fuera de su propio lugar, tal como hizo Nabucodonosor, y buscan sustituir la palabra de Dios por su voluntad e imponer esa voluntad sobre las conciencias de sus súbditos —colocándose a sí mismos, de hecho, en lugar de Dios— entonces, en veraz fidelidad a Dios, tal como hicieron aquellos tres jóvenes en la cautividad, y a cualquier costo, el creyente está obligado a desobedecer [o mejor dicho, el problema es sólo “a quien debe prestarse obediencia”]. El límite de la obediencia del creyente a reyes y autoridades estriba en obedecer a Dios, obedeciendo a aquellos. En el momento en que él se vea impelido a desobedecer a Dios para ceder a las demandas de un monarca, el creyente, si quiere retener una buena conciencia hacia Dios, debe rehusar la sumisión exigida, aún al costo de su propia vida. Tal fue la decisión tomada en ese conflicto entre Nabucodonosor y los tres súbditos de su reino.
[Traducido de “Daniel the Prophet” (“El profeta Daniel”), por Edward Dennett, 1893].

Contrastes entre la dispensación de la gracia de Dios y la dispensación de la ley

C. H. Mackintosh
“Cuando salieres a la guerra contra tus enemigos, y vieres caballos y carros, un pueblo más grande que tú, no tengas temor de ellos, que Jehová tu Dios es contigo, el cual te sacó de tierra de Egipto. Y será que, cuando os acercareis para combatir, llegaráse el sacerdote, y hablará al pueblo, y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos: no se ablande vuestro corazón, no temáis, no os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; que Jehová vuestro Dios anda con vosotros, para pelear contra vuestros enemigos, para salvaros” (Deuteronomio 20:1-4).
¡Qué maravilloso es pensar en el Señor como Hombre de guerra! ¡Pensar en Él luchando contra la gente! Algunos encuentran muy difícil comprender y duro someterse a la idea de cómo un Ser tan benévolo pudiera actuar en tal carácter. Pero la dificultad surge principalmente de no distinguir entre las diferentes dispensaciones. Era tan apropiado al carácter del Dios de Abraham, Isaac y Jacob el luchar contra Sus enemigos, como lo es con el carácter del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo el perdonarlos. Puesto que es el carácter revelado de Dios el que proporciona el modelo al cual Su pueblo ha de conformarse —la norma bajo la cual ha de obrar— era tan apropiado para Israel destrozar a sus enemigos, como lo es para nosotros amarlos, orar por ellos y hacerles bien.
Si se tuviera presente siempre este principio tan sencillo, serviría para eliminar una vasta cantidad de malentendidos y evitaría un gran número de discusiones no inteligentes. No cabe duda de que no hay razón que la Iglesia de Dios vaya a la guerra. Nadie puede leer el Nuevo Testamento con una mente libre de prejuicios sin ver esto. Se nos manda positivamente amar a nuestros enemigos, hacer bien a los que nos aborrecen y orar por los que nos tratan con desprecio. “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52). Y en otro Evangelio, “Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina: el vaso que el Padre Me ha dado, ¿no lo tengo de beber?” (Juan 18:11). Además, nuestro Señor dijo a Pilato, “Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera Mi reino, MIS SERVIDORES PELEARÍAN” (Juan 18:36), —ya que sería perfectamente apropiado para ellos hacerlo—  ... “AHORA, pues, Mi reino no es de aquí” —y por lo tanto sería totalmente incompatible, enteramente incongruente, del todo erróneo que ellos luchasen.
Todo eso es tan sencillo que solamente necesitamos preguntar, “¿Cómo lees?”. Nuestro bendito Señor no peleaba; se sometía con paciencia y mansedumbre a toda suerte de abusos y malos tratos, y al hacerlo así nos dejó un ejemplo para que siguiéramos sus pisadas. Si podemos preguntarnos sinceramente, “¿Qué haría Jesús?”, se terminaría toda discusión sobre este punto, e igualmente sobre mil más. De nada sirve razonar, ni hay necesidad de ello. Si las palabras y los caminos de nuestro bendito Señor y la clara enseñanza de Su Espíritu por Sus santos apóstoles no son suficientes para nuestra guía, toda discusión es vana por completo.
Si se nos preguntara, “¿Qué enseña el Espíritu Santo sobre este gran punto práctico?”, óiganse Sus palabras preciosas, claras y directas: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar a la ira; porque escrito está: Mía es la venganza: Yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber: que haciendo esto, ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal” (Romanos 12:19-21).
Esta es la ética hermosa de la Iglesia de Dios, los principios de aquel reino celestial al cual pertenecen todos los verdaderos cristianos. ¿Hubieran sido apropiados con el Israel de la antigüedad? Ciertamente que no. ¡Imaginad a Josué tratando con los Cananeos según los principios de Romanos 12! Hubiera sido una contradicción tan flagrante como si nosotros actuáramos en conformidad al principio de Deuteronomio 20. ¿Cómo es esto, pues? Sencillamente porque, en los tiempos de Josué, Dios estaba juzgando con justicia, mientras que ahora está actuando en gracia ilimitada. En esto estriba la diferencia. El principio de la acción divina es el gran regulador moral para el pueblo de Dios en todos los tiempos. Si esto fuera entendido, no habría dificultad y toda discusión terminaría.
Empero si alguien se siente impelido a preguntar, “¿Y qué del mundo? ¿Cómo podría seguir bajo el principio de la gracia? ¿Podría actuar conforme a la doctrina de Romanos 12:20?”. Ni por un solo momento. La idea es sencillamente absurda. Intentar mezclar los principios de la gracia con la ley de las naciones, o infundir el espíritu del Nuevo Testamento dentro de la estructura de la economía política, precipitaría de manera instantánea a la civilización en una confusión desesperada. Y aquí es precisamente donde muchas personas bien intencionadas y sumamente excelentes están erradas. Quieren obligar a las naciones del mundo a adoptar un principio que resultaría destructivo para su existencia nacional. Aún no ha llegado el tiempo en que las naciones convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, y en que no se instruirán más para la guerra. Este bendito tiempo vendrá, gracias a Dios, cuando la tierra llena de gemidos sea inundada con el conocimiento del Señor, tal como las aguas cubren el mar. Pero procurar hacer que las naciones, ahora, actúen de acuerdo con principios pacíficos sería impulsarles a que dejen de existir; en una palabra, es una labor del todo falta de inteligencia y esperanza. No puede ser. No somos llamados para componer el mundo, más bien para transitar por él cual peregrinos y advenedizos. Jesús no vino para poner orden al mundo. Él vino a buscar y salvar lo que se había perdido; y testificó del mundo que sus hechos eran malos. En breve Él vendrá para enderezar las cosas. Él tomará Su gran poder y reinará. Los reinos de este mundo, con toda seguridad, serán los reinos de nuestro Señor y de Su Cristo. Cogerá de Su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad. Bendito sea Dios, todo esto es cierto, pero tenemos que aguardar su tiempo. No puede ser de utilidad para nosotros, por nuestras erróneas tentativas, tratar de lograr un estado de cosas acerca del cual todas las Escrituras demuestran que únicamente puede ser introducido por la presencia personal y el reino de nuestro amado y adorable Señor y Salvador Jesucristo.
[Traducido de “Notes on Deuteronomy” (“Notas sobre el libro de Deuteronomio”), por C. H. Mackintosh, alrededor de 1860].

La venida del Señor; Israel y la Iglesia

T. B. Baines
Israel penetró en la tierra, con el encargo de ejecutar el justo juicio de Dios sobre los cananeos, de guardar Su ley, y de poseer el primer lugar entre las naciones. El pueblo era en estos asuntos el instrumento de Dios para el gobierno justo de la tierra. Si habían de exterminar a los Cananeos, ello era como ministros de los rectos juicios de Dios. Según Su ley, si habían de exigir “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éxodo 21:23-25), ello era como ejecutores de la justicia gubernativa de Dios. Si sus enemigos habían de huir de delante de ellos, y ellos habían de ser la cabeza y no la cola, todo ello era porque ellos servían de instrumentos de Dios para mantener Su autoridad en la tierra. Ningún cristiano inteligente puede mirar este encargo encomendado a Israel, sin percibir el inmenso contraste entre ello y la posición del creyente hoy en día. ¿Es, como se argumenta, que el mundo ha sido educado en un grado más elevado? Preguntémonos: ¿Acaso ha sido educado Dios? ¿Ha descubierto Él que aquellas cosas que al principio consideraba como rectas, actualmente son erróneas, y por tales razones las ha abandonado? La sugestión misma es ofensiva. ¿En dónde estriba pues la diferencia? Al ojo abierto la diferencia es clara. El israelita era el ministro del gobierno justo de Dios en la tierra; mas el cristiano es el exponente de la gracia de Dios en el mundo. El pueblo de Dios es llamado para ser la manifestación viva del principio conforme al cual Dios está obrando. Dios actúa con clemencia y longanimidad, y Su pueblo debe mostrar en todo momento clemencia y longanimidad también. En Sus tratos con las naciones, por medio de Israel, Él obraba con justicia y juicio, y Su pueblo como instrumento de Dios tuvo que ejercitar justicia y juicio ... .
En el Antiguo Testamento, Dios habla a un pueblo, el cual en vez de estar fuera del mundo, ha recibido la expresa promesa de la posición más favorecida y la bendición más abundante en el mundo. Para su guía le fueron provistas las más completas direcciones legales y políticas. Con una precisión de acuerdo con el carácter mundanal de los asuntos, se trata de: qué tratamientos se deben dar a las ciudades conquistadas; qué dispensas se han de tolerar en el servicio militar; qué número de testigos se requiere en los juicios criminales; qué tribunales deberán establecerse para los litigios; qué castigos se infligirán para las ofensas particulares; etc. Tal como podría esperarse, donde la regulación justa de la sociedad fue el objetivo, la afirmación estricta del derecho era el principio que regía: “ojo por ojo, diente por diente” nos resumen de manera elocuente su espíritu. Ciertamente, tal ha de ser el espíritu de cualquier código para el gobierno equitativo del hombre sobre la tierra.
¿Pero es este el código dado al cristiano para que él lo siga? No. El cristiano “no es del mundo” (Juan 17:14,16) y las direcciones que le han sido dadas son en conformidad con su carácter celestial y su asociación con la “paciencia” de Cristo (2 Tesalonicenses 3:5). Es el seguidor de Aquel que “como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7), “quien cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). ¿Cómo pues debe obrar el cristiano? Precisamente de esta manera. “Si haciendo bien sois afligidos, y lo sufrís, esto ciertamente es agradable delante de Dios. Porque para esto sois llamados; pues que también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis Sus pisadas” (1 Pedro 2:20-21). Tales son también las instrucciones propias de nuestro Señor. En lugar de exigir “ojo por ojo, diente por diente”, tal como estaba obligado el israelita, las instrucciones de Cristo son: “No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra; y al que quisiere ponerte pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa; y a cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos” (Mateo 5:39-41).
Y esto, aunque está vigorosamente expresado, no es mera retórica. Como si la idea fuera muy extraña, Pablo exclamó: “Osa alguno de vosotros, teniendo algo con otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? ¿o no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (1 Corintios 6:1-2). Es increíble que “hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los infieles. Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís antes la injuria? ¿por qué no sufrís antes ser defraudados?” (1 Corintios 6:6-7). ¡Imaginémonos tal lenguaje dirigido a un judío! Es completamente subversivo del fundamento sobre el cual fueron establecidas las instituciones de su estado —sería desastroso a cualquier sistema de gobierno justo establecido en la tierra—. ¿Por qué pues se exhorta al creyente que actúe de esta manera? Porque el creyente no es del mundo. Él pertenece a Cristo. En verdad, él juzgará al mundo y juzgará a los ángeles, pero ello será con Cristo; y si Cristo espera ese tiempo, también él. Ni aun ha de reclamar sus derechos ahora, sino que es llamado a soportar lo malo, como hizo Cristo; no volviendo “mal por mal, ni maldición por maldición; sino antes por el contrario, bendiciendo” —no vengándose él mismo ... (1 Pedro 3:9).
[Traducido de “The Lord’s Coming, Israel and the Church” (“La venida del Señor, Israel y la Iglesia”), por T. B. Baines, 1890].

Conclusión

Paul Wilson
Cierto es que los principios precitados son suficientemente claros para todo cristiano imparcial. Todo cuanto esos escritores dicen no es sino lo que está sustentado, tanto por los principios como por las sencillas exposiciones de la Escritura.
Aquellos que quieren contradecir estos principios emplean corrientemente una cantidad de casos hipotéticos y con cuyos significados esperan que el seguidor de Cristo tenga que admitir que debe apartarse de los mismos, bajo ciertas circunstancias. (Por ejemplo: “Si tal y tal cosa sucediese, ¿ qué harías para proteger a un ser querido?”). Sin embargo, existe un defecto común en todos sus razonamientos, es decir: señaladamente son afirmados siempre bajo la premisa de que Dios no ha de intervenir; apartan a Dios por completo. Cualquier cálculo o suposición en que no se tome en cuenta a Dios no puede estar asentado de manera justa. El cristiano ha de “obedecer a Dios” y contar con Él para los resultados, sean estos los que fueren.
Precisamos poseer más del espíritu de aquellos tres jóvenes hebreos que no quisieron postrarse ante la imagen de Nabucodonosor: “He aquí nuestro Dios a quien honramos, PUEDE LIBRARNOS del horno de fuego ardiendo, y de tu mano, oh rey, NOS LIBRARA ... . Y SI NO, sepas, oh rey, que tu dios no adoraremos, ni tampoco honraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17-18). Aquellos hombres no se movían por los “si” o “quizá” de unos casos hipotéticos, ni tampoco por la terrible seguridad del peligro. Tuvieron a Dios en cuenta, y eso solucionó todos sus problemas.