No solo vemos una obra de Dios con Ciro, sino que también tiene que haber una obra similar en los corazones de Su pueblo. “Entonces se levantó el jefe de los padres de Judá y Benjamín, y los sacerdotes, y los levitas, con todos aquellos cuyo espíritu Dios había levantado, para subir a edificar la casa del Señor que está en Jerusalén” (Esdras 1:5). A menos que esto fuera una obra del Señor, todo sería en vano. “Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Sal. 127:1). Incluso aquellos que se quedaron atrás fueron ejercitados para ayudar a la gente proporcionándoles los suministros necesarios.
Lo más importante es que Ciro devolvió los vasos de la casa del Señor que Nabucodonosor había traído de Jerusalén. Sorprendentemente, estos recipientes de oro y plata todavía estaban intactos. Los reyes idólatras de Babilonia los habían colocado en el templo de sus dioses, sin duda para enfatizar la superioridad de los dioses babilonios. Sin embargo, fue a través de este medio que parecen haber sido preservados. El hombre nunca obra en contra de Dios, aunque pueda parecerlo exteriormente.