Sin embargo, Jehová se mantiene firme en Sus propios caminos, y le dice a Moisés: “A cualquiera que haya pecado contra mí, le borraré de mi libro. Por lo tanto, ahora ve, lleva al pueblo al lugar del cual te he hablado: he aquí, mi ángel irá delante de ti; sin embargo, en el día en que visite visitaré su pecado sobre ellos. Y Jehová atormentó al pueblo, porque hicieron el becerro, que Aarón hizo”.
Sin embargo, Moisés persiste en su súplica a Jehová, quien no deja de esforzarlo al máximo adoptando el lenguaje del pueblo. Habían negado a Dios, y atribuido su liberación simplemente a Moisés: así que Jehová toma estas mismas palabras y dice: “Apártate y sube de aquí, tú y el pueblo que has sacado de la tierra de Egipto, a la tierra que juro a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu simiente la daré”. Les reprocha una vez más ser un pueblo de cuello duro; Él no subirá en medio de ellos, no sea que los consuma en el camino.
La gente llora; y Moisés recurre a un acto notable. Él toma y levanta el tabernáculo, se dice, “sin el campamento, lejos del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de la Congregación”. Después de esto siguen dos cosas dignas de toda atención, una cercanía de comunicación entre Jehová y Su siervo nunca antes disfrutada, y más que eso, una bendición asegurada a la gente nunca antes otorgada.
A partir de este momento se insta a una nueva súplica: la falta de la gente se usa como una razón por la cual Dios debe subir, la misma razón por la cual la justicia hizo un motivo para negarse a ir con ellos, para que su ira no ardiera contra un pueblo tan rígido. Pero, argumenta Moisés, por esta misma razón, sobre todo queremos la presencia de Jehová. Asombrosa es la audacia de la fe; pero luego su súplica se basa en la gracia conocida de Dios mismo. Moisés estaba lo suficientemente cerca de Dios en el tabernáculo, fuera del campamento, para obtener una mejor visión de Su gracia de la que jamás había disfrutado antes. Y así es siempre.
Sin duda hubo una bendición grande y rica y del tipo más inesperado cuando Dios envió al Espíritu Santo aquí abajo, y Su iglesia fue vista por primera vez. Pero, ¿es un hecho que la iglesia en Jerusalén tuvo el disfrute más profundo de Dios en los tiempos apostólicos? Esto, uno puede ser permitido cuestionar. Les concedo que, mirando a los santos pentecostales, vemos en ellos el testimonio unido más poderoso que jamás se haya dado en este mundo; pero fue soportado en lo que comparativamente no era la prueba más severa: en las cosas terrenales principalmente, la superioridad de aquellos que habían sido recién creados en Cristo al miserable egoísmo de la naturaleza humana. Pero, ¿es esa la forma más elevada de bienaventuranza? ¿Es esa la forma en que Cristo fue más glorificado?
Cuando la fase más temprana de las cosas pasó, cuando no sólo había incredulidad del pueblo judío, sino las imágenes y sonidos indignos que Satanás introdujo entre esa justa compañía, Dios, siempre a la altura de la ocasión, actúa en la supremacía de Su propia gracia, y saca a relucir una comprensión más profunda de Su verdad más difícil de apreciar; no golpeando a la gente del mundo tal vez de la misma manera, pero lo que creo que tiene un carácter más íntimo de comunión con Cristo mismo que cualquier cosa que se haya encontrado antes.
Difícilmente se afirmará que lo que discernimos en la iglesia, aunque limitado a la circuncisión, tenía la misma profundidad y carácter celestial estampado en ella, como lo que se encontró cuando la plena gracia de Dios rompió todas las barreras y fluyó libremente entre los gentiles. Es en vano argumentar que el fruto de la enseñanza de Pedro o de Santiago tenía el mismo poder con él que el fruto de Pablo no mucho después, o del último de Juan. Les concedo esto: que, visto en su conjunto, el fracaso angustioso se estaba estableciendo tal como estaba aquí; sin embargo, como aquí, el fracaso mismo aisló a los sinceros, sino que los aisló no por falta de amor, sino por la manifestación más fuerte posible de la caridad divina y el sentido de la gloria de Dios. Ciertamente, Moisés en el tabernáculo exterior no tenía menos amor por el pueblo, ni más lealtad a Dios, que dentro de las fronteras del Sinaí cuando se pronunciaron los diez mandamientos.
En la escena que sigue tenemos la magnífica súplica de Moisés aún más conmovedora, y, estoy persuadido, de antemano sobre lo que sucedió antes. Este no es el momento de entrar en detalles; pero escucha lo que Moisés le dice a Jehová ahora: “Mira, me dices: Levanta a este pueblo, y no me has hecho saber a quién enviarás conmigo. Sin embargo, tú has dicho: Te conozco por tu nombre, y también has hallado gracia delante de mí”.
¿Qué puede ser más hermoso, más según Cristo, que esto? Él usa toda la confianza personal que Dios tenía en él en nombre de la gente. Ese es el rumbo de todo. “Ahora, por lo tanto, te ruego que, si he encontrado gracia ante tus ojos, muéstrame ahora tu camino, para que pueda conocerte, para que pueda encontrar gracia ante tus ojos, y considera que esta nación es tuya”. Él no renunciará a su amor y deseo por Israel. Dios puede tratarlos como el pueblo de Moisés, y decir: “Ellos son el pueblo que has criado: son tu pueblo”. “Oh no”, dice Moisés, “son tuyos; y Tú eres su única esperanza”. No se desanimará.
A Jehová le encanta rendirse a Moisés, como en la antigüedad a Jacob con fuerzas mucho más débiles. La fe, la esperanza y la caridad abundaban en el mediador; y si el pueblo iba a ser bendecido, de Dios él atrajo cada manantial de la bendición para su propia gloria.
Marca la respuesta de Jehová: “Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y yo te haré descansar. Y él le dijo: Si tu presencia no va conmigo, no nos lleves hasta allí”. Moisés no quería nada aparte del pueblo; Incluso si salía del campamento, era para reunir mucha más bendición para las personas que había dejado atrás.
“Y Jehová dijo a Moisés: Tú haré también esto que has hablado, porque has hallado gracia delante de mí, y te conozco por tu nombre”. Pidió ver Su gloria. Esto era imposible todavía. Esperaba la venida de un mayor que Moisés. Pero en cualquier caso, su bondad es hecha pasar delante de él, lo que en Éxodo 34 él ve.