Gálatas: El peligro del legalismo en el cristianismo

Table of Contents

1. Introducción
2. Pablo Defiende su Apostolado: Capítulos 1-2
3. Pablo defiende el evangelio: Capítulos 3-4
4. Los tristes resultados de mezclar la ley con la gracia: Capítulo 4
5. Exhortaciones sobre la gracia y libertad cristiana: Capítulos 5-6

Introducción

Galacia era una provincia en Asia Menor (Turquía) donde el apóstol Pablo había obrado en el evangelio (Hechos 16:6; 18:23). Los mapas muestran que Antioquía de Pisidia (Hechos 13:14), Iconio (Hechos 14:1), Listra, y Derbe (Hechos 14:6) estaban en la provincia de Galacia. (Esta última es de donde vino Timoteo; Hechos 16:1). No sabemos si Pablo se refería a las asambleas de estos lugares o a las de las ciudades que estaban al norte de ellas. En Galacia había una gran población de judíos, algunos de los cuales se habían convertido al cristianismo (1 Pedro 1:1).
Pablo escribió esta epístola porque los maestros judaizantes habían sembrado sus semillas malignas entre los gálatas y les habían incitado para que recibieran “otro evangelio” (Gálatas 1:4; 2 Corintios 11:4). Estos eran judíos que profesaban una conversión al cristianismo (2 Corintios 11:22), pero Pablo no los reconoce como verdaderos creyentes, llamándolos “falsos hermanos” (Gálatas 2:4). Estos “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” actuaban en otros lugares además de Galacia, como en Corinto (2 Corintios 11:13). Lamentablemente, se introdujeron “secretamente” entre la comunidad de los santos (Gálatas 2:4). Habiéndose infiltrado en los círculos cristianos y abriéndose paso entre las asambleas gálatas, se dedicaron a hacer el trabajo del enemigo de socavar el evangelio (2 Corintios 11:13-14).
En Filipenses 3:2, Pablo se refiere a estos judaizantes (que probablemente eran de origen judío) como “el cortamiento”. Este es un sobrenombre apropiado para ellos porque, aunque insistían en el rito de la circuncisión física, estaban en contra de su significado espiritual, que es cortar por completo la actividad de la carne en la vida del creyente. Enseñaban que los santos debían guardar la ley de Moisés para ser salvos (Hechos 15:1). Al insistir en tener que guardar la ley para salvación, esencialmente estaban diciendo que el hombre en la carne podía obtener una posición justa ante Dios por medio de sus buenas obras. Por lo tanto, no estaban admitiendo el verdadero estado en ruinas de la raza humana y que la carne no tiene mérito ante Dios (Romanos 8:8). El cristianismo, en cambio, representa la verdadera “circuncisión” (en sentido espiritual) porque rechaza todo lo que tenga que ver con la carne —incluso lo mejor que haya en la carne— como muestra Pablo con el ejemplo de su propia vida en Filipenses 3:3-8.
A través de la influencia de estos maestros judaizantes, los gálatas pensaron que podían aplicar la ley de Moisés al evangelio y que sería el medio por el cual una persona podría asegurar su aceptación con Dios, y también, sería el medio de perfeccionar la santidad (santificación práctica) en las vidas de los creyentes. Difícilmente podría haber algo más erróneo. Por tanto, había una necesidad inmediata de corregir el error en el que habían caído, y también de exponer la verdad de la libertad cristiana sin la ley.
El carácter correctivo de la epístola
En el libro de los Hechos, Pablo predica el evangelio; en la epístola a los Romanos, enseña el evangelio, pero en Gálatas, lo defiende. Gálatas es una epístola correctiva, al igual que las epístolas a los Corintios. Fue escrita para corregir el legalismo, mientras que las cartas primera y segunda de Corintios fueron escritas para corregir el libertinaje. El cristiano debe tener cuidado con estos dos peligros opuestos; son como dos zanjas en ambos lados del camino; ambas tienen que ver con permitir que la carne tenga lugar en la vida del creyente.
•  El legalismo es un intento de controlar la carne mediante normas y reglamentos, y así producir santidad en el creyente.
•  El libertinaje es dar libertad a la carne y es un desprecio total a la santidad.
La gente en la actualidad agrega la ley al evangelio por dos razones —y ambas razones son erróneas:
•  La primera es para la justificación. Las personas que apoyan esto esencialmente tratan de trabajar para su salvación. Pablo muestra en el capítulo 2:16-17 que una persona no puede ser justificada por guardar la ley, sino sólo “por la fe”. Por lo tanto, es poco probable que alguien que sostenga este punto de vista sea verdaderamente salvo.
•  La segunda es para la santificación práctica. Los que tienen esta idea piensan que guardar la ley es la manera que Dios usa para frenar la actividad de la carne en el creyente, y así producir santidad en su vida.
Si estos maestros judaizantes leyeran estas palabras, probablemente dirían que no estamos representando adecuadamente lo que ellos creen y enseñan. Tal vez dirían: “No queremos confiar en la ley en lugar de en Cristo. Enseñamos que es necesario creer en Cristo y también que el creyente debe guardar la ley”. Sin embargo, veremos en esta epístola que Pablo no permite que se añada nada a Cristo y a Su obra consumada. La salvación es por la fe en Cristo solamente; de otra manera no es salvación. Cristo “y algo más” no es la forma de salvación de Dios. Cristo complementado es realmente Cristo sustituido. Es la mentira del diablo para falsificar la salvación de Dios. Mezclar la ley con la gracia hace que las bendiciones del evangelio dependan de que el hombre cumpla con su responsabilidad en su salvación. Esta es una falta seria a la verdad del evangelio. Esencialmente, excluye la gracia, haciendo que la obra de Cristo por nosotros no sea provechosa (capítulo 5:4). También hace a un lado la obra del Espíritu en nosotros (capítulo 3:2), y convierte el cristianismo en una religión de modales y obligaciones externas. Todas estas ideas colocan al cristianismo sobre una base totalmente errónea, y lo convierten en una relación con el Señor basada en obras, en lugar de una relación basada en la fe.
Una gran parte de la profesión cristiana ha caído en el error de los gálatas, y se ha sometido a la ley de Moisés, no tanto para justificación, sino como normas de la vida cristiana. Por lo tanto, esta epístola es muy necesaria hoy en día. No nos dejemos engañar; los falsos maestros que desviaron a los gálatas tienen una multitud de descendientes hoy en día, y tratan de convencer a los cristianos de que necesitan guardar la ley de la misma forma como lo hacían en aquellos días. Cuando se les presenta la verdad de esta epístola de Gálatas, dicen que no se aplica a ellos porque no apoyan la idea de que un creyente necesita ser circuncidado para ser salvo (Hechos 15:1; Gálatas 5:2), ni creen que un cristiano deba seguir las ordenanzas y fiestas judías, como lo hacían los gálatas (Gálatas 4:9-10). Sin embargo, se ponen bajo la ley (los diez mandamientos) para mantenerse salvos, y siguen la ley en un intento de producir santidad práctica en sus vidas. En realidad, su idea es que Cristo y las buenas obras del creyente son para la salvación y santidad. Esta no es la verdad del evangelio.
Además, del error de mezclar la ley y la gracia, surge la confusión de la distinción que Dios intencionalmente hizo entre el judaísmo y el cristianismo. Se trata de dos formas totalmente diferentes de acercarse a Dios en adoración, diseñadas por Dios para dos grupos de personas totalmente diferentes. Aquellos que tienen esta perspectiva judeocristiana invariablemente confundirán el llamado de Israel y de la Iglesia con sus respectivas esperanzas. Muchos de ellos nos dirán que somos el Israel espiritual y que los pactos y las promesas hechas a los patriarcas en los tiempos del Antiguo Testamento se han cumplido en la Iglesia. También nos dirán que estamos en el Milenio ahora, y que pensar que el Arrebatamiento es distinto a la Aparición de Cristo es un producto de nuestra imaginación. Estas ideas erróneas se pueden clasificar bajo lo que se conoce como “Teología Reformada”, ya que los reformadores del siglo XVI que se separaron del catolicismo sostenían estos errores.
Siendo así, esta epístola tiene una aplicación muy necesaria para los que se colocan bajo la ley, aunque no alcance el grado de los maestros judaizantes de aquel tiempo.
Cuatro cosas que no se encuentran en Gálatas
Hay cuatro cosas que se suelen mencionar en las epístolas de Pablo, y que no se encuentran en Gálatas. La primera es la venida del Señor (el Arrebatamiento). Es una de las únicas tres epístolas de Pablo en las que no se menciona la venida del Señor (el Arrebatamiento). No se menciona en Efesios porque los santos son vistos en esa epístola como si ya estuvieran en el cielo. Tampoco está en Filemón. No está aquí en Gálatas porque el propósito de la venida del Señor es llevar a los creyentes al cielo, y el error que los gálatas habían asumido era tan grave que ponía en duda que fueran salvos. Por lo tanto, la venida del Señor no sería para ellos, y por lo tanto, no tendría sentido que Pablo lo mencionara. El hecho de que Pablo los llame “hermanos” a lo largo de la epístola, demuestra que los veía como verdaderos creyentes, pero la esperanza de la venida del Señor se deja fuera para ejercitar sus conciencias en cuanto al error que habían adoptado.
La segunda cosa es que no hay ningún elogio. ¿Qué podía elogiar Pablo cuando se habían desviado tanto del camino?
La tercera cosa que no se encuentra en la epístola es la mención de que Pablo ora por ellos. ¿Cómo podía orar por sus necesidades como cristianos cuando había una duda sobre si realmente eran cristianos?
La cuarta cosa es que no se les pide que oren por él y por los que servían con él. De nuevo, si no eran salvos, ¿qué sentido tendría pedirles que oren por él y sus compañeros?
Las divisiones principales de la epístola
El ataque de los maestros judaizantes a Pablo cubría tres aspectos. En primer lugar, atacaban su apostolado. Si podían socavar su autoridad, podían destruir su enseñanza. Por lo tanto, Pablo defiende su apostolado en los capítulos 1–2. En segundo lugar, atacaron el evangelio que predicaba. Decían que era deficiente porque descuidaba la ley; que Dios no la había dejado a un lado. Pablo se defiende de esto en los capítulos 3–4. En tercer lugar, sus detractores creían que guardar la ley produciría una santidad práctica en la vida del creyente. Pablo se enfrenta a este error en los capítulos 5–6.
Las tres divisiones principales de la epístola siguen estos tres ataques:
•  Los capítulos 1–2 Son personales, y ofrecen una defensa histórica del apostolado de Pablo.
•  Los capítulos 3–4 son polémicos, que quiere decir que ofrecen una defensa doctrinal del evangelio que Pablo predicaba.
•  Los capítulos 5–6 son prácticos, y muestran el camino de Dios para la santidad.
*****
Publicado por:
CHRISTIAN TRUTH PUBLISHING
9-B Appledale Road
Hamer Bay (Mactier) ON P0C 1H0
CANADÁ
ISBN 1-894403-00-34
Primera edición en inglés: agosto de 2009
Primera edición en español: agosto de 2021
Versión 1.0 en español
Nota: La mayoría de las Escrituras citadas en este libro han sido tomadas de la versión Reina-Valera Antigua. Aunque la mayoría de los lectores probablemente están más familiarizados con la versión de 1960, ésta tiene derechos de autor, por lo que hemos utilizado la versión Antigua. En las instancias donde la versión Antigua no provee el sentido correcto, se han traducido pasajes de las traducciones de King James, J. N. Darby, o W. Kelly para ayudar a transmitir los pensamientos de la obra original en inglés. Estas versiones, en especial la de J. N. Darby, son fieles traducciones de los idiomas originales.

Pablo Defiende su Apostolado: Capítulos 1-2

El método de los maestros judaizantes no era atacar la verdad directamente, sino atacar al maestro de la verdad, a Pablo. Su plan era simple pero efectivo: si socavaban la autoridad de Pablo, podrían destruir su enseñanza. Habían persuadido a los santos de la provincia de Galacia de que Pablo era un predicador renegado que no tenía las credenciales ni el respaldo de Pedro ni de los otros apóstoles de Jerusalén. Por lo tanto, no tenía autoridad para lo que hacía, y en consecuencia, no debían escucharlo. Habiendo sembrado suficientes dudas en las mentes de los santos de Galacia en cuanto a la autenticidad del ministerio de Pablo, sentaron las bases para introducir las semillas de su vil enseñanza de guardar la ley.
Como esta era la táctica de los maestros judaizantes, Pablo comienza la epístola estableciendo su autoridad dada por Dios como apóstol en los capítulos 1–2. Después de hacer eso, pasa a enseñar en los capítulos 3–4 la verdad de que la justicia es sin la ley, y luego, en los capítulos 5–6, él exhorta a los santos basándose en dicha verdad.
Pablo sabía que necesitaba establecer la realidad de su apostolado antes de que los gálatas recibieran sus enseñanzas y exhortaciones. Por eso, los primeros dos capítulos son introductorios a la enseñanza de la epístola.
El saludo: Capítulo 1:1-5
Pablo comienza exponiendo de forma clara y sencilla la autoridad de su apostolado (versículos 1-2) y los elementos principales del evangelio que predicaba (versículos 3-5). Estas eran las dos cosas que sus opositores desafiaban. Este tipo de franqueza era algo que lamentablemente faltaba en los detractores de Pablo, quienes tenían intenciones ocultas.
Versículo 1.— Él anuncia claramente que era un “apóstol”, declarando tres hechos irrefutables de ello. Su apostolado era:
•  De origen “no de los hombres” (versículo 1a). No provino de los hombres, independientemente de lo piadosos y bien intencionados que ellos puedan ser. La fuente de la autoridad de Pablo era mucho más grande que el hombre.
•  “Ni por hombre” como medio (versículo 1b). No vino a través de una sucesión transmitida a él de otros antes que él; ni fue un resultado de la designación por otros.
•  Vino “por Jesucristo y por Dios Padre” (versículo 1c). Por lo tanto, no vino a través de Pedro y los otros apóstoles, sino directamente de Personas divinas en la Deidad. Por lo tanto, rechazar a Pablo como apóstol es rechazar al Padre y al Hijo que lo comisionaron.
Es significativo que Pablo diga: “Que lo resucitó de entre los muertos”. La resurrección de Cristo es el sello de aprobación de Dios sobre lo que Cristo logró en la cruz para la salvación del hombre. Pablo menciona esto al principio porque los que estaban inquietando a los gálatas claramente no entendían la obra de Cristo. Pensaban que había algo que el creyente tenía que hacer para asegurar su salvación, es decir, guardar la ley. La resurrección de Cristo es la respuesta de Dios a Su obra terminada en la cruz. Al resucitar al Señor Jesús de entre los muertos, Dios estaba diciendo, “Amén”, a lo que Él logró. No hay nada que podamos hacer para añadir a esa obra perfecta y completa. Somos llamados a “creer” el testimonio de Dios acerca de la satisfacción de la justicia divina en la obra de expiación de Cristo; la persona que cree es salva (Juan 3:14-17). Tanto Pablo como Pedro atestiguan acerca de esto (Romanos 4:24-25; 1 Pedro 1:19-21).
Versículo 2.— Pablo añade: “Y todos los hermanos que están conmigo”. Menciona esto para mostrar que lo que iba a escribir era considerado auténtico por la multitud de los cristianos de aquel tiempo. Estaban “con” Pablo en el sentido de que estaban de acuerdo con él y su enseñanza. Está claro que ellos no simpatizaban con los errores judaicos que los gálatas habían adoptado. Los gálatas necesitaban entender que habían abandonado la fe común de los hermanos en general. También muestra que las doctrinas de la gracia que Pablo enseñaba no eran una interpretación privada de su invención, sino que eran lo que “todos los hermanos” que eran auténticos sostenían y enseñaban.
“A las iglesias [asambleas] de Galacia”. Es significativo que esté en plural. No había una, sino varias “iglesias [asambleas]” que habían sido afectadas por la levadura de estos judaizantes. Por lo tanto, esta epístola fue escrita a todas las asambleas de esa región. Su caso ilustra cómo se propaga la doctrina errónea, y por qué hay que detenerla antes de que leude toda la multitud de creyentes (Gálatas 5:9; 2 Timoteo 2:17).
Pablo deseó “gracia” y “paz” para los gálatas. Si debían ser corregidos en este grave error, necesitaban “gracia” para serlo; la “paz” sería el resultado. No menciona la misericordia, como lo hace en sus saludos en sus epístolas pastorales, porque no podían esperar la misericordia de Dios si rechazaban la corrección apostólica de Pablo en esta epístola.
Versículos 3-5.— Habiendo declarado el hecho de su apostolado, Pablo da un breve resumen de las verdades principales del evangelio que predicaba, ya que éste también estaba bajo ataque:
•  Pablo predicó que el “Señor Jesucristo ... se dio a sí mismo por nuestros pecados”. Esto muestra que él enseñó que el sacrificio del Señor Jesucristo en la cruz fue el medio de Dios para resolver la cuestión de los pecados del creyente. Cabe destacar que no menciona que el creyente necesite guardar la ley para asegurar esta gran bendición.
•  Pablo también predicó que la obra de Cristo libera al creyente del “presente siglo malo”. Este siglo malo (el mundo) es una gran sociedad que el hombre ha construido para mantenerse contento en su lejanía de Dios. Tiene muchos departamentos: político, religioso, deportivo, teatral, etc. La “voluntad de Dios” es que, al salvar las almas, los hombres y las mujeres sean liberados de todo el curso del mundo, el cual se dirige a juicio. Esto es significativo porque lo que los judaizantes estaban enseñando dejaba a la persona en el mundo, es decir, en el lado religioso del mundo.
•  El evangelio que Pablo predicó, si se recibe con fe, produce una alabanza y adoración espontánea de los redimidos directamente al Padre y al Hijo. Dice: “Padre nuestro; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”. Tristemente esto fue perdido entre los Gálatas; el legalismo había casi apagado en ellos la libertad que tenían por la filiación (Gálatas 4:6; Romanos 8:15, “por el cual clamamos, Abba, Padre”).
El error que habían adoptado negaba esencialmente estos tres resultados básicos del evangelio: los pecados removidos, la liberación del mundo, y la alabanza y acción de gracias espontáneas a Dios el Padre. Prácticamente dejó de lado la obra de Cristo, sustituyéndola por las obras de los hombres (el cumplimiento de la ley). Dejó a los hombres en el mundo con sus formas y rituales de religión terrenal, y robó al creyente la libertad de su filiación en la presencia del Padre. Por lo tanto, el cristiano queda distanciado de Dios como lo estaban los santos en los tiempos del Antiguo Testamento, adorando a Dios fuera del velo (Hebreos 10:19-20), lo cual no es terreno cristiano en lo absoluto.
La reprensión necesaria: Capítulo 1:6-12
Esta grave desviación de la verdad del evangelio exigía una reprensión severa. Normalmente en las epístolas de Pablo, después de saludar a los santos, los elogiaba por ciertas cosas que veía en ellos que glorificaban a Dios, y daba reconocimientos por ello. Pero en esta epístola, no da su habitual elogio y agradecimiento, y no da ningún reconocimiento para ellos. En cambio, se lanza directamente a la reprensión. Esto es bastante sorprendente, porque Pablo aún encontró cosas que elogiarles a los corintios, incluso con todos sus errores, pero ese no era el caso aquí. Esto muestra la gravedad del error en el que habían caído los gálatas.
Versículos 6-7.— Pablo se maravilla de la inestabilidad de los creyentes gálatas que se habían apartado “tan pronto” a “otro evangelio: no que hay otro”. Los gálatas pudieron haber pensado que estaban recibiendo una versión nueva y mejorada del evangelio, pero en realidad era “otro evangelio” (2 Corintios 11:5).
Hasta aquí, Pablo no menciona cuál es este otro evangelio. Más adelante en la epístola aclara que este otro evangelio implicaba añadir la ley de Moisés a la obra de Cristo en la cruz para la justificación (capítulo 2:16-18). Como se mencionó anteriormente, este era un grave error que socavaba las verdades fundamentales del cristianismo. Mezclar la ley con la gracia hace que la bendición del evangelio dependa de que el hombre cumpla con su responsabilidad en su salvación, y esencialmente excluye la gracia, haciendo que la obra de Cristo por nosotros no sea de provecho (capítulo 5:4). Añadir la ley al evangelio es, en efecto, “otro evangelio”. No es algo que Pablo o cualquier otro de los apóstoles enseñó (Hechos 15:8-11; 2 Corintios 11:4).
Si, en efecto, Derbe, Listra e Iconio fueron las asambleas gálatas a las que se dirigía, éstas no eran ignorantes, ya que se les habían dado “los decretos” de los apóstoles, que explicaban con toda claridad que la ley de Moisés y la circuncisión no debían imponerse a los santos (Hechos 15:23-29; 16:4). En cuestión de unos cinco años después de que Pablo hubiera predicado el evangelio en esa región (Hechos 16:6), ¡ellos se habían “separado” (traducción King James) de Aquel que los había llamado! En el texto griego original, la palabra “separado” está en voz media, lo que implica que la deserción seguía en marcha; y seguiría alejándolos de la verdad si no juzgaban su error. Esto demuestra que no se sabe hasta dónde puede llegar una persona si deserta de la fe. Es algo muy solemne.
Pablo dice: “Hay algunos que os inquietan, y quieren pervertir el evangelio”. Nota: no dice que estos maestros judaizantes negaron el evangelio, sino que lo pervirtieron. No negaron directamente la verdad de la Persona de Cristo o los hechos de Su muerte y resurrección, sino que añadieron (si fuera posible) a la obra de Cristo en la cruz. Enseñaban que Su obra terminada no era suficiente para la salvación de una persona; ésta debía guardar la ley y circuncidarse para ser salva (Hechos 15:1). Esto era una perversión del evangelio, y una perversión del evangelio es a menudo más peligrosa que una negación rotunda del mismo. En la perversión del evangelio hay suficiente verdad como para engañar al cristiano descuidado, pero suficiente error como para anular la verdad.
Versículos 8-9.— Pablo no se enfrenta a los maestros judaizantes ni intenta corregirlos. Puede ser que los viera como apóstatas, y para los tales no hay arrepentimiento (Hebreos 6:4-6). En cambio, pronuncia una condenación apostólica contra ellos. Pablo declaró que había una maldición sobre todos los que manipularan o cambiaran el mensaje del evangelio. Hablando hipotéticamente, Pablo supone que si fuera posible que incluso él y sus colaboradores (“nosotros”) predicaran otro evangelio que el que los gálatas habían escuchado de él, serían “anatema”. Y si fuera posible que un ángel descendiera del cielo con otro evangelio, también éste sería maldito.
Versículo 10.— Pablo entonces habla de sus motivos para servir al Señor. Dice: “¿Persuado yo ahora á hombres ó á Dios? ¿ó busco de agradar á hombres? Cierto, que si todavía agradara á los hombres, no sería siervo de Cristo”. Él dice esto porque era una de las cosas que caracterizaba a los judaizantes que estaban inquietando a los gálatas. Al sugerir que no buscaba “agradar á hombres”, en realidad estaba exponiendo los motivos de los judaizantes para que los gálatas los vieran, sin señalarlos directamente. Pablo indica en otra parte que estos “falsos apóstoles” y “obreros fraudulentos” (2 Corintios 11:13) veían el movimiento evangélico como una gran oportunidad para ganar un buen ingreso (“mercaderes falsos”; 2 Corintios 2:17). Por lo tanto, se esforzaron por abrirse paso entre los santos de los gálatas que no estaban aún establecidos, haciéndose pasar por siervos de Cristo. Complacían a los hombres atendiéndolos para ganar seguidores y tener su apoyo monetario (Gálatas 4:17; 6:13; Judas 16). En contraste con estos motivos tan bajos, Pablo no se rebajaba a tales principios (2 Corintios 11:8-9; 12:14-17). No buscaba los aplausos de los hombres, ni quería su dinero.
Versículos 11-12.— Los tres puntos que Pablo menciona en el versículo 1 Con respecto a su apostolado eran los mismos con respecto al “evangelio” que predicaba. El apostolado de Pablo no era “de” hombres, ni era “por” hombres (versículo 1). Del mismo modo, el evangelio que predicaba no era “según hombre”, ni era “de hombre”. En cuanto a la fuente y los medios, no era de hombre porque estaba fuera del hombre por completo. Lo que es del hombre glorifica, honra y halaga al hombre; y en resultado, será agradable a los hombres. Tales eran las cosas que enseñaban los falsos maestros. El evangelio, por el contrario, rechaza todo lo que tiene que ver con el hombre, y trae lo que es infinitamente mejor en Cristo.
Los que estaban pervirtiendo el evangelio afirmaban que tenían autoridad de Jerusalén (Hechos 15:24). En contraste con esto, Pablo muestra que su autoridad era del cielo. Él tenía una autoridad mucho más alta para su apostolado en el hecho de que fue recibido “por revelación de Jesucristo”.
La conversión de Pablo y su encargo divino: Capítulo 1:11-17
Pablo luego habla de su conversión y del encargo divino que recibió del Señor. Él no tenía la intención de ocupar innecesariamente a sus lectores hablando de sí mismo (2 Corintios 4:5), pero su vida era un testimonio del poder de la gracia de Dios, y esto era algo que los gálatas necesitaban ver urgentemente.
Tres razones por las que mencionó su conversión
De las muchas cosas que Pablo podría haber mencionado sobre su vida antes de su conversión y que seguramente nos entretendrían, el Espíritu de Dios le lleva a hablar de tres cosas significativas que pertenecen al tema que se nos presenta. Se mencionan aquí porque tienen una relación directa con la dificultad en la que se habían metido los gálatas.
1) Versículo 13.— La primera razón para hablar sobre su conversión es mostrar a dónde le llevó su gran celo por el cumplimiento de la ley: ¡lo convirtió en un perseguidor decidido de “la iglesia de Dios”! Esto muestra que cuanto más se llena una persona del sistema de obras, de guardar la ley, más antagonista será hacia los principios de la gracia, que es la esencia del evangelio. El legalismo y la gracia son totalmente opuestos y no pueden convivir en un mismo terreno. La verdad de esto debería haber alarmado a los gálatas. Significaba que la situación en la que estaban los llevaría a ser adversarios directos del evangelio de la gracia de Dios.
2) Versículo 14.— La segunda razón por la que Pablo menciona los días antes de su conversión es para mostrar a los gálatas que conocía bien la religión judía. Dice: “Aprovechaba [aventajaba] en el Judaismo sobre muchos de mis iguales en mi nación”. No estaba presumiendo, sino haciéndoles saber que omitir los elementos judíos en su evangelio (guardar la ley, la circuncisión, etc.) no era un descuido de su parte. Pablo sabía todo sobre esas cosas y las omitió en su predicación porque esas cosas no tenían absolutamente nada que ver con el camino de Dios de salvación por gracia.
Nota: Pablo lo llama “la religión de los Judíos” (traducción King James); no dice que sea la religión de Dios. Habla de ella de esta manera porque el judaísmo había sido dejado a un lado y ya no era reconocido por Dios (Juan 4:21; Romanos 11:1-16). El apóstol Juan habla de manera similar, llamando a las diversas fiestas en Jerusalén, “la Pascua de los Judíos” y “la fiesta de los Judíos”. No las llama las fiestas de Jehová (Juan 2:13; 5:1; 6:4; 7:2; 10:22; 11:55). El Señor también indicó esto en Su ministerio. En Sus primeros días llamó al templo “la casa de Mi Padre” (Juan 2:16), y más tarde, “Mi casa” (Mateo 21:13). Pero después de ser rechazado formalmente por la nación, dejó el templo y lo llamó “vuestra casa” (Mateo 23:38). Siendo este el caso, los gálatas necesitaban darse cuenta de que estaban tomando elementos de un sistema que Dios había puesto a un lado. Claramente, estaban yendo en una dirección equivocada.
3) Versículos 14-16.— La tercera razón por la que Pablo menciona su conversión es para demostrar el poder de Dios para liberar del legalismo. Él mismo fue una vez “muy más celador que todos” de la ley y de las “tradiciones” de sus padres, ¡pero Dios lo libró! Si Dios puede liberar a un fanático como Saulo de Tarso, uno que estaba mucho más aferrado al legalismo que los gálatas, seguramente podría liberarlos a ellos. Esto demuestra que su triste condición podía ser restaurada. Este hecho tenía la intención de animar a los gálatas a escuchar y actuar sobre lo que Pablo estaba a punto de decirles en esta epístola con respecto a su error.
Es significativo que la conversión de Pablo tuvo lugar cuando estaba en el camino de Damasco (Hechos 9). Pablo escuchó la llamada del Señor cuando estaba viajando lejos de Jerusalén. Tampoco es casualidad que el Señor enseñara por primera vez la verdad de la Iglesia a sus discípulos cuando los había llevado a las fronteras del norte de la tierra de Israel, el punto más alejado de Jerusalén (Mateo 16:13-18). Estas cosas son indicativas del hecho de que el judaísmo y el cristianismo son dos órdenes contrastantes. Cuanto más se aleje uno del judaísmo, más claramente verá la verdad del cristianismo. Dios nunca procuró que se mezclaran en un sistema judeocristiano, lo cual es un título erróneo que caracteriza gran parte de la cristiandad actual.
El primer punto de Pablo debió haber alarmado a los gálatas y haber producido una indagación en sus corazones en cuanto al camino que estaban siguiendo. Su segundo punto debió haberles hecho darse cuenta de que se habían comprometido con algo que Dios no aprobaba. Y su tercer punto debió haberlos preparado para escuchar lo que iba a escribir.
El mensaje de Pablo le fue revelado divinamente. Pero no sólo fue revelado a él (versículo 12), sino también en él (versículo 16). A partir de entonces, Pablo trató de predicar a Cristo —no un sistema de obras— a toda criatura debajo del cielo (Colosenses 1:23). No era una religión lo que predicaba, sino una relación con una Persona divina, con el Hijo de Dios (Hechos 9:20).
Tres lugares significativos en la historia de Pablo
En los versículos 17-18, Pablo menciona tres lugares que fueron significativos en su llamado y preparación divina para el servicio: Damasco, Arabia y Jerusalén.
“Damasco” fue el lugar donde se convirtió, recibió el Espíritu Santo, y fue llevado por primera vez a la comunión con hermanos de una fe igualmente preciosa (Hechos 9:1-22).
“Arabia” (el desierto) fue donde Dios le preparó para la obra que iba a realizar (entre Hechos 9:22 y 23). Había recibido su mensaje por revelación, pero aún necesitaba aprender —como todos nosotros— que la carne no aprovecha nada en las cosas de Dios (Juan 6:63; Romanos 7:18). Esto sólo se puede aprender por experiencia, y esto lleva algún tiempo. Era algo que los judaizantes evidentemente no habían aprendido. Añadir la ley a la vida de un creyente para alcanzar la perfección cristiana, que es lo que pretendían hacer (Gálatas 3:3), es una prueba clara de que no se entiende el fin de la carne, como algo totalmente inútil y condenado por Dios (Romanos 8:3).
El tercer lugar que Pablo menciona es “Jerusalem”. Este era el centro del judaísmo y donde los legalistas se gloriaban en la ley de Moisés. Pablo deja muy claro que se mantuvo alejado de Jerusalén después de ser salvo. Este fue un buen ejemplo para los gálatas, porque todo lo que Jerusalén representa sólo tiende a obstaculizar a los cristianos: su influencia engendra para la servidumbre de la ley (Gálatas 4:24-25). Pablo mismo es un ejemplo de ello. Cuando más tarde fue a Jerusalén, cayó bajo la influencia de Jacobo (Santiago) y de los demás que allí no tenían clara la distinción entre el judaísmo y el cristianismo, y eso le llevó a su cautiverio en Cesarea (Hechos 21:18-29). Esto demuestra lo increíblemente poderosa que es la influencia de Jerusalén sobre una persona de origen judío.
Pablo fue ayudado en Damasco y en Arabia, pero fue estorbado por Jerusalén. Los gálatas necesitaban entender esto, porque los judaizantes que estaban lanzando a los gálatas a la confusión eran de Jerusalén, y traían esa influencia con ellos.
Tres encuentros con Pedro: Capítulos 1:18–2:21
Pablo tuvo que enfrentarse a ciertas acusaciones que intentaban disipar la confianza de los santos gálatas en él y en su ministerio. Dado que Pedro era considerado por muchos como el apóstol preeminente, Pablo se centra en sus interacciones con él. Menciona tres encuentros diferentes que había tenido con Pedro y que desmienten completamente las falsas acusaciones. Estos tres incidentes se dan para mostrar de manera concluyente que el apostolado de Pablo no estaba en oposición a los otros apóstoles; de hecho, los otros apóstoles le apoyaban.
El Primer Encuentro de Pablo con Pedro
Capítulo 1:18-24.— Los detractores de Pablo habían propuesto la idea de que era un predicador renegado que no estaba de acuerdo con los otros apóstoles y no tenía autorización de ellos para las cosas que enseñaba.
Pablo responde a esto mencionando un incidente que demuestra que no hay nada de cierto en esto. Tres años después de ser salvo, subió a Jerusalén y “estuvo con” Pedro durante quince días (Hechos 9:26). Esto demuestra que había una perfecta armonía entre Pedro y él. Menciona a “Jacobo” con un tono similar. No era para nada cierto decir que Pablo estuviera fuera de sintonía con los demás apóstoles. Si fuera un renegado heterodoxo en cuanto a la fe cristiana, Pedro lo hubiera detectado y le hubiera rechazado.
Pablo deja claro que no se dirigió a Jerusalén para convertirse en apóstol; sino que él fue hecho apóstol por el llamado del Señor (Gálatas 1:1; 1 Corintios 1:1; 9:1). Tampoco fue allí para formarse en el cristianismo ni para recibir la autorización de los apóstoles. De hecho, menciona que se alejó a propósito de Jerusalén después de ser salvo, no por falta de respeto a sus compañeros apóstoles, sino porque su encargo por parte del Señor no necesitaba autorización humana. Su llamado especial por parte del Señor era llevar el evangelio a los gentiles (Hechos 9:15; 13:46; 18:6; 22:21; 28:28), por lo tanto, no necesitaba ir a Jerusalén, el centro judío.
¿Por qué entonces fue Pablo a Jerusalén? Fue allí para tener comunión, no para obtener una autorización. Quería conocer a Pedro, que fue testigo ocular de la vida y el ministerio del Señor. Fue recibido por él y tuvo una feliz comunión con los demás que conoció en Jerusalén (Hechos 9:28).
Versículos 20-24.— Después de visitar a Pedro, Pablo volvió a “Siria y Cilicia”. Añade que “las iglesias de Judea” se alegraron de que se hubiera convertido y estuviera predicando a Cristo, aunque no fuera “conocido de vista” para ellas. Estaban tan contentos con su conversión que “glorificaban á Dios”. Esto muestra que los santos en general de Judea también le apoyaban a él y al evangelio que predicaba.
El punto de Pablo aquí es claro y simple. Si los apóstoles y los santos de Judea estaban en feliz comunión con él, los gálatas también debían tener total confianza en él. Sin embargo, ¡lo trataban como un enemigo! (Gálatas 4:16).
El segundo encuentro de Pablo con Pedro: Capítulo 2:1-10
Tras hablar de la armonía que existía entre Pedro y él, Pablo destaca la plenitud de su comprensión de la revelación cristiana. Los detractores de Pablo insinuaban que era inferior a los demás apóstoles en cuanto a su conocimiento de la verdad, y, por consiguiente, su predicación carecía de ciertos elementos importantes, como el cumplimiento de la ley. Como creían que era deficiente en su comprensión, decían a los gálatas que no podían fiarse de su predicación.
Pablo responde a esto presentando otro encuentro que tuvo con Pedro. Este incidente demuestra que conocía la verdad tan bien que los otros apóstoles no podían añadirle nada en lo que a su comprensión se refiere. Pablo omitió elementos judíos en su predicación, como el cumplimiento de la ley y la circuncisión, no porque no entendiera el evangelio, sino porque éstas no tienen ninguna parte en la revelación cristiana.
Versículo 1.— Pablo relata un incidente registrado en Hechos 15 donde se confrontó y resolvió el tema del cumplimiento de la ley en la Iglesia. Catorce años después de la primera visita de Pablo a Jerusalén, fue de nuevo allí con respecto al tema de si los creyentes necesitaban ser circuncidados y guardar la ley. Pablo, y los que estaban con él, no subieron a Jerusalén porque fueran llamados a ser reprendidos por los líderes de allí; ni tampoco fue para buscar su aprobación en lo que predicaban. Subió a Jerusalén “por revelación”. El Señor le reveló que debía ir, y sus hermanos en Antioquía concordaban con él (Hechos 15:2). El propósito de esta visita era considerar la relación de la ley con el evangelio y emitir una declaración apostólica definitiva al respecto.
Había “ciertos hombres” que habían salido de ellos en Judea que no tenían clara la relación de la ley con el evangelio. En esencia, proponían el error en el que habían caído los gálatas (Hechos 15:1,5,24). Por lo tanto, lo correcto era que los hermanos de Antioquía llevaran el problema a su origen (Jerusalén) y que los hermanos de allí lo trataran. Al hacer esto, se mantendría la unidad del Espíritu entre la asamblea de Jerusalén y la de Antioquía. Este es un principio importante sobre el que las asambleas deben actuar cuando surgen dificultades entre ellas. Después de consultar con los apóstoles sobre este asunto, la gran conclusión fue que no había ninguna palabra de Dios para poner a los gentiles creyentes bajo la ley. Los apóstoles, por lo tanto, presentaron una carta con ciertos “decretos” para la vida cristiana que prohibían estrictamente poner bajo yugo (la ley) a los gentiles que creían en el evangelio.
Versículo 2.— Pablo dice que cuando llegó a Jerusalén y fue recibido por la asamblea (Hechos 15:4), primero se comunicó “más particularmente” con los que “parecían ser algo”. Estos eran los “apóstoles y ancianos” de Jerusalén (Hechos 15:6). Las mujeres y los jóvenes creyentes no estaban incluidos en esta reunión, lo que está en conformidad con todos los asuntos administrativos de la Iglesia. Se reunieron aparte de los demás porque existía la posibilidad de que la Iglesia se dividiera. Era bien conocido que había un fuerte elemento judío en medio de ellos que no estaba liberado del judaísmo, que se opondría a la verdad del evangelio (Hechos 15:5). Tratar el asunto en un foro abierto (ante todos) correría el riesgo de romper la comunión de los santos y dividir a la Iglesia en general en un lado judío y otro gentil.
Los apóstoles se familiarizaron a fondo con el evangelio de Pablo en privado, de modo que, si algo así ocurría, pudieran hacerle frente. Pablo dice: “Por no correr en vano”. El enemigo hubiera querido confundir a los santos; teniendo a toda la asamblea reunida podría haberlo hecho fácilmente, y el propósito de Pablo por el cual había venido a Jerusalén habría sido estropeado. Esto muestra que puede haber momentos en los que es necesario que los líderes responsables de una asamblea se reúnan para discutir ciertos asuntos que enfrenta la asamblea local sin que estén presentes aquellos que no están establecidos o que son llevados fácilmente por la emoción. La presencia de tales personas tiende a ofuscar la comunicación.
Versículo 3.— Los hermanos de Antioquía determinaron que Pablo y Bernabé debían llevar a Tito con ellos como caso de prueba. Era un creyente gentil que nunca se había circuncidado. ¿Qué tendrían que decir los apóstoles de Jerusalén sobre él? Es significativo que Tito nunca fue “compelido” por Pedro, Jacobo, Juan o los otros apóstoles, a circuncidarse. Esto demostró que no veían que fuera necesario. Este hecho era algo que los gálatas debían considerar; si los apóstoles de Jerusalén no lo veían necesario, ¿por qué ellos habrían de asumir esa idea?
Algunos podrían decir que Pablo flaqueó en este punto porque circuncidó a Timoteo más tarde (Hechos 16:3). Sin embargo, esto fue por una razón completamente diferente. Lo hizo por su libertad en el evangelio. Buscó hacerse “como” un judío para alcanzar y ganar a los judíos en esa área con el evangelio. Dijo que llegaría a hacerse como “los que están sujetos á la ley”. Pero al decir esto, rápidamente añadió, “aunque yo no sea sujeto a la ley”. Y dijo, “por ganar a los que están sujetos a la ley” (1 Corintios 9:20). Él no creía que un cristiano debiera estar bajo la ley, pero él se sujetaría a ella para ganar para Cristo a algunos de los que eran sujetos a ella.
Versículos 4-5.— Además, cuando los “falsos hermanos”, que se habían infiltrado en la reunión privada, se levantaron y trataron de convencer a los demás de que los cristianos debían estar bajo la ley, Pablo dice: “A los cuales ni aun por una hora cedimos sujetándonos”. Su punto aquí es igualmente poderoso. Los apóstoles fueron testigos de primera mano de esta confrontación y no se pusieron del lado de los judaizantes en su entorno que presionaban para que se cumpliera la ley. En cambio, apoyaron a Pablo en la defensa de “la verdad del evangelio”. Y fue por boca de Pedro que esto se estableció (Hechos 15:7-11).
Versículo 6.— Como los judaizantes dieron mucha importancia a los líderes en Jerusalén, Pablo —sin intención de hablar desdeñosamente de ellos— dice: “De aquellos que parecían ser algo (cuáles hayan sido algún tiempo, no tengo que ver ... )”. Su punto aquí era que los apóstoles y líderes en Jerusalén no le asombraban, aunque él los respetaba en el Señor (Marcos 8:24; Judas 16).
Cuando Pablo dialogó con los otros apóstoles en relación con su evangelio, no necesitaron corregir o modificar lo que predicaba, como fue en el caso de Apolos cuando Aquila y Priscila le llevaron y “le declararon más particularmente el camino de Dios” (Hechos 18:24-28). De hecho, los apóstoles no podían añadir “nada” a Pablo en cuanto a impartir más luz y conocimiento en la revelación cristiana. Se limitaron a reconocer su fuente divina y a afirmar su verdad y plenitud.
Versículos 7-10.— Los apóstoles reconocieron que “el evangelio de la circuncisión” fue encomendado a Pedro, y “el evangelio de la incircuncisión” fue encomendado a Pablo. Pablo continúa y dice que “el que hizo por Pedro para el apostolado” era la misma Persona que le “hizo también” apóstol a él. Este, por supuesto, era el Señor. Los apóstoles de Jerusalén no sólo reconocieron y afirmaron la verdad que Pablo enseñaba, sino que lo apoyaron felizmente a él y a Bernabé en su trabajo, dándoles “las diestras de compañía”.
Este segundo incidente histórico responde a la insinuación de que el evangelio de Pablo era deficiente en ciertos elementos de la doctrina, es decir, la exclusión de la ley en su mensaje. Demuestra que la acusación de sus detractores era totalmente falsa.
Por lo tanto, hay tres cosas aquí que los santos de los gálatas debían considerar:
•  Los apóstoles de Jerusalén nunca insistieron en que Tito se circuncidara.
•  Los apóstoles de Jerusalén no apoyaron al partido judaizante que se levantó y presionó a que los creyentes estuvieran bajo la ley, sino que se pusieron del lado de Pablo contra ellos.
•  Los apóstoles de Jerusalén reconocieron felizmente la enseñanza de Pablo y les dieron a Bernabé y a él “las diestras de compañía” como apoyo a lo que estaban haciendo.
El argumento de Pablo aquí es poderoso. Si los apóstoles de Jerusalén estaban en feliz comunión con lo que él enseñaba, ¿por qué los gálatas tenían dificultades con ello? Los que eran “columnas” en la Iglesia estaban de acuerdo con Pablo y no lo veían como algo incorrecto. ¿Acaso pensaban los gálatas que eran más espirituales y conocedores que los apóstoles de Jerusalén? ¡Condenar la enseñanza de Pablo era condenar a los apóstoles que apoyaban su predicación dándole las diestras de compañía! Esto demostró que los gálatas estaban en un terreno peligroso. Habían tomado una posición que les ponía en contra, no sólo de Pablo, sino también de los otros apóstoles de Jerusalén.
El tercer encuentro de Pablo con Pedro: Capítulo 2:11-21
Los detractores de Pablo también afirmaban que no tenía ninguna autoridad como apóstol. Pablo responde a esto mencionando otro incidente cuando se encontró con Pedro. Demuestra que tenía suficiente autoridad para reprender a quien tenía fama de ser el apóstol más importante. Al mismo tiempo, Pablo aborda la cuestión de si los creyentes judíos debían observar la ley. El incidente anterior había mostrado que los creyentes gentiles no debían estar bajo la ley (versículos 1-10), pero quedaba la cuestión de si los creyentes judíos debían estar bajo la ley. Esto se aborda en este tercer encuentro con Pedro. Pablo muestra de forma concluyente que los judíos creyentes tampoco deben estar bajo la ley.
Versículos 11-13.— Algún tiempo después del concilio de Jerusalén de Hechos 15, Pedro fue a Antioquía y encontró a los creyentes judíos comiendo libremente con los creyentes gentiles. Sabiendo que era la orden de Dios, se unió a ellos, pues “la pared intermedia de separación” entre el judío y el gentil había sido derribada (Efesios 2:14). Pero cuando algunos hombres vinieron de parte de Santiago a Jerusalén, Pedro “se retraía y apartaba, teniendo miedo de los que eran de la circuncisión”. Otros, incluyendo a “Bernabé” se dejaron llevar “en su simulación”. Pedro defendió la verdad del evangelio de palabra en el concilio de Jerusalén (Hechos 15:7-11), pero cuando llegó a la práctica, hizo lo contrario. Falló al negar con su conducta la verdad que enseñaba. Algunas Biblias traducen “simulación” como “hipocresía”, y eso es exactamente lo que era.
La raíz del fracaso de Pedro fue que quería ser bien considerado por los que tenían reputación en Jerusalén. Temía perder su respeto, y esto le llevó a disimular. El hecho de que tuviera la posición de apóstol hizo que la ofensa fuera mucho más grave. Cuanto más se honra a un hombre, mayor es el tropiezo que causa a los demás si éste falla. Esto es exactamente lo que ocurrió. “Y á su disimulación consentían también los otros Judíos”, hasta el punto en que “Bernabé fué también llevado” por ello. El libro de Proverbios dice: “El temor del hombre pondrá lazo” (Proverbios 29:25). Pedro seguramente cayó en ese lazo, y le llevó a comprometer sus principios.
Versículo 14.— Esto debía ser abordado inmediatamente. Pablo se dio cuenta de que la verdad del evangelio estaba en riesgo, quizás de una manera más seria de lo que Pedro se dio cuenta. Una deserción pública —especialmente una que afecta e influye a otros— requiere una reprensión pública (1 Timoteo 5:20). Por eso, Pablo preguntó a Pedro ante todos: “Si tú, siendo Judío, vives como los Gentiles y no como Judío, ¿por qué constriñes á los Gentiles á judaizar?” Al negarse a comer con los creyentes gentiles, su acción implicaba que acatar las leyes y costumbres judías era necesario para la santidad. Y si esto fuera cierto, entonces los gentiles necesitaban estar bajo la ley después de todo, para ser aptos para la comunión con los creyentes judíos. En efecto, Pedro, con sus acciones, estaba obligando a los gentiles a “judaizar”. Este era el mismo error que los maestros judaizantes estaban propagando en Galacia, y por lo tanto, la reprensión de Pablo a Pedro tenía una reprimenda subyacente para los gálatas.
Puede parecer algo insignificante el negarse a comer una comida común con creyentes gentiles, pero en el fondo se estaba comprometiendo “la verdad del evangelio”, y había grandes consecuencias prácticas que pondrían en peligro la comunión de los santos. Si la acción de Pedro quedaba sin respuesta, se habría desarrollado un círculo interno dentro de la hermandad de los santos, una especie de aristocracia entre los hermanos. Se crearía una iglesia dentro de la Iglesia. Implicaba que había una santidad superior y una posición espiritual entre los santos, y si los santos gentiles deseaban ser admitidos en ese círculo, tendrían que judaizarse y obedecer los requisitos de Moisés. Esto es lo que el legalismo entre los cristianos a menudo produce; un grupo de élite se desarrolla dentro de la comunión de los santos. Fue algo que dividiría y que debía ser tratado de inmediato.
Pedro sabía que lo que hizo no era correcto porque el Señor se lo había mostrado cuando estaba en la casa de Simón el curtidor. El Señor le dijo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15). Como todos hacemos a menudo, Pedro no actuó a la altura de la verdad que él sabía. Su conducta delataba una convicción persistente de la superioridad de los judíos sobre los gentiles. Demuestra que, aunque los judaizantes habían sido derrotados en el concilio de los apóstoles en Jerusalén con respecto al añadir la ley al evangelio, la levadura del legalismo seguía actuando en la Iglesia cristiana.
Versículos 15-18.— En los versículos restantes del capítulo, Pablo registra un breve resumen de su razonamiento con Pedro en cuanto a la ley en relación con el creyente. (La mayoría de los expositores asumen que los versículos 15-21 fueron hablados a Pedro). Esto se da aquí porque declara la esencia misma de la doctrina de Pablo y actúa como una introducción a los siguientes capítulos (3–4) donde él expone la verdad de la justificación.
Pablo le hizo a Pedro una segunda pregunta que expuso aún más la incoherencia de su comportamiento. Dijo: “Nosotros Judíos naturales, y no pecadores de los Gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada. Y si buscando nosotros ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado?” El punto de Pablo aquí es que, si Pedro tenía razón en volver a la ley, entonces Cristo lo había llevado a hacer el mal al rechazar la ley en Hechos 15. Pero esto era imposible; el Señor no llevaría a una persona a hacer ambas cosas. Pablo le pregunta: “¿Estás diciendo con tus acciones que Cristo es un ‘ministro de pecado’?” Pablo rechaza tal conclusión, diciendo: “En ninguna manera”. El verdadero pecador o transgresor no era Cristo, sino Pedro. Sea lo que sea lo correcto, ya sea renunciar a la ley o retomarla, una cosa segura es que Pedro se equivocó en una de las dos. Si estaba en lo correcto aquí (al volver al cumplimiento de la ley), entonces sus acciones anteriores estaban equivocadas. Si sus acciones anteriores eran correctas, entonces estaba equivocado aquí. De cualquier manera, él era un transgresor.
Además de la verdad en cuestión aquí, este pasaje refuta efectivamente la noción de que Pedro era el líder infalible de la Iglesia, como enseñan los católicos romanos. Pedro se equivocó claramente aquí. Hay una lección para nosotros en esto: no debemos suponer que, porque un hombre es un líder entre el pueblo del Señor, y honorable, por eso siempre tiene la razón. Los líderes también pueden fallar.
La muerte y resurrección de Cristo aplicadas al creyente
Versículos 19-21.— En los tres últimos versículos del capítulo, Pablo da un resumen de la verdad que enseñó en su evangelio en cuanto a la muerte y resurrección de Cristo en relación con la ley. Si esto se aprecia correctamente, una persona no tendrá ninguna dificultad en ver que la ley no tiene aplicación para el creyente que está “justificado en Cristo”.
En el razonamiento de Pablo con Pedro sobre esta enseñanza en particular, él cambia de la primera persona del plural a la primera persona del singular: de “nosotros” a “yo”. Cuando se trataba de la verdad de la identificación del creyente con la muerte y resurrección de Cristo, no podía decir “nosotros” porque las acciones de Pedro ponían en duda que entendiera esta verdad, que es intensamente personal. Pablo había comprendido el significado de esta verdad y podía hablar de ella por sí mismo, pero las acciones de Pedro indicaban que él no disfrutaba de ella. Pablo dice que si volviera a construir las cosas que destruyó sería “un transgresor” (versículo 18). Lamentablemente, esto es lo que Pedro (y los gálatas) había(n) hecho.
Esto lleva a Pablo a mostrar que, aunque la ley no puede justificar a una persona, ¡sí puede matarla! Dice: “Porque yo por la ley soy muerto á la ley” (versículo 19). Él amplía esto en Romanos 7:9-11, diciendo: “Así que, yo sin la ley vivía por algún tiempo: mas venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí. Y hallé que el mandamiento, intimado para vida, para mí era mortal: porque el pecado, tomando ocasión, me engañó por el mandamiento, y por él me mató”. Tal es la experiencia de todo hombre que intenta seriamente salvarse cumpliendo la ley. Lo mata y le dicta la sentencia de muerte. En lugar de que la ley dé vida, sólo produce muerte. Pero al haber muerto por la ley”, el creyente está entonces muerto á la ley”. Es decir, ya no tiene más aplicación sobre él.
De nuevo, en Romanos 7, Pablo dice: “Así también vosotros, hermanos míos, estáis muertos á la ley por el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, á saber, del que resucitó de los muertos, á fin de que fructifiquemos á Dios. Porque mientras estábamos en la carne, los afectos de los pecados que eran por la ley, obraban en nuestros miembros fructificando para muerte. Mas ahora estamos libres de la ley, habiendo muerto á aquella en la cual estábamos detenidos, para que sirvamos en novedad de espíritu, y no en vejez de letra” (Romanos 7:4-6). La sentencia de muerte ha sido ejecutada sobre el creyente en la persona de Cristo. En la muerte de Cristo hemos muerto. Como la ley sólo tiene dominio sobre el hombre mientras éste vive (Romanos 7:1), ya no tiene nada que demandar al creyente ahora que está muerto. El hermano J. N. Darby señaló que esta liberación de la ley para el creyente no se ha producido por la muerte de la ley; sino es el creyente el que ha muerto. Como no se puede hacer que un hombre muerto cumpla la ley, la ley es completamente incapaz de tocar al cristiano. Lo ha matado y ya no hay nada más que le pueda hacer. Por lo tanto, en la muerte de Cristo, el creyente es liberado de la ley.
Una antigua ilustración ayuda aquí. Un hombre fue ejecutado por homicidio. Después se demostró que era culpable de varios otros homicidios. Pero la ley no podía tocarlo. Lo había matado, y no tenía nada más que decir o hacer con él. Esta es la posición del cristiano en relación con la ley de Moisés. Nos ha probado culpables y nos ha matado, y ahora que nuestras conexiones con ella están removidas, no tiene nada más que demandar de nosotros.
Pablo nos ha dicho cómo murió: “Por la ley” (versículo 19). Y luego dice cuándo y dónde murió: en la cruz de Cristo. Dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (versículo 20). Nuestro viejo “yo” ha desaparecido judicialmente ante Dios en la muerte de Cristo. De hecho, esta epístola presenta varios aspectos de la muerte de Cristo por varias razones:
•  En el capítulo 1:4, la muerte de Cristo acaba con mis pecados.
•  En el capítulo 2:20, la muerte de Cristo acaba conmigo.
•  En el capítulo 6:14, la muerte de Cristo acaba con el mundo.
La identificación del creyente con Cristo no concluye en la muerte. Pablo continúa y dice: “Y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí”. El creyente también se identifica con Cristo al otro lado de la muerte, en la vida de resurrección (Juan 20:22; Filipenses 3:10). Aquí es donde realmente comienza el cristianismo, al otro lado de la muerte, es decir, la muerte de Cristo. Es en Su resurrección y ascensión que somos llevados a nuestra plena posición cristiana y en contacto con nuestras bendiciones espirituales, y es donde está nuestra vida, como “escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3).
El creyente no sólo escapa el juicio en la muerte de Cristo, sino que, en su identificación con Cristo en la resurrección, se convierte en un vaso para la expresión del nuevo “yo”, que es Cristo viviendo en él. No es que Cristo habite personalmente en los cuerpos físicos de los creyentes (como lo hace el Espíritu Santo), sino que la vida de Cristo está en el creyente. El punto aquí no es solo que debemos vivir para Cristo, sino que también debemos vivir la vida de Cristo. El carácter de Cristo debe verse en nosotros.
Además, esta vida debe vivirse “en la fe del Hijo de Dios”. Nota: no es la fe en el Hijo de Dios, sino “la fe del Hijo de Dios”. Esto significa que en cada paso de nuestras vidas cristianas debemos exhibir el mismo tipo de fe que el Señor mismo exhibió cuando anduvo en la tierra. El artículo “la” (en la Reina-Valera Antigua) antes de la palabra “carne” no debería estar en el texto cuando se refiere a la vida que el cristiano vive ahora. “En la carne” implicaría vivir según los dictados de la naturaleza pecaminosa y negaría todo el punto del pasaje. No vivimos la nueva vida “en la carne”, sino “en carne”, lo que significa simplemente en nuestros cuerpos humanos.
Dios sabe que la nueva vida que hemos de vivir por la fe necesita un objeto que sostenga nuestro interés. Por eso, nos ha dado un nuevo Centro para nuestras vidas: “El Hijo de Dios”. Él es más que suficiente para llenar y satisfacer nuestros corazones y mentes. Nota: este Centro no es la ley de Moisés, sino una Persona viva: Cristo. La fe ve a Cristo, el Hijo de Dios, y espera en Él; y en la medida que nos ocupemos de Él como nuestro Centro, seremos capacitados por el Espíritu de Dios para hacer las cosas que son agradables a Dios (Romanos 8:4).
No sólo tenemos un nuevo Centro para nuestros corazones, sino que también tenemos un nuevo motivo para la vida cristiana. Dice: “El cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí”. Nótese de nuevo: Nos amó y demostró su amor entregándose en la cruz. Yo ciertamente vivo, pero ¡a qué precio! Tal amor produce amor en nuestros corazones, que resulta en obediencia en nuestras vidas. No se trata de una obediencia legal, sino de una obediencia que nace de la devoción del corazón a Cristo. Cuando lo que Cristo ha hecho por nosotros llega a nuestros corazones, produce una respuesta de obediencia en nuestras vidas que la ley nunca podría producir. Tal amor es la fuente de la devoción en la vida del creyente.
Los oponentes de la gracia argumentarán que si la ley no tuviera parte en la vida del creyente, viviríamos desenfrenadamente en el pecado, y que una persona podría creer en el Señor Jesús para la salvación y luego salir y vivir una vida pecaminosa. Pablo muestra aquí que hay nuevos principios en la vida del creyente que le motivan, no a pecar, sino a vivir una vida piadosa.
Cuatro cosas nuevas en la vida del creyente
Por lo tanto, como resultado de la identificación del cristiano con Cristo en la resurrección, hay cuatro grandes cosas que ahora gobiernan su vida. Él tiene:
1. Una nueva vida: “Vive Cristo en mí”.
2. Un nuevo poder: la “fe”.
3. Un nuevo Centro: “El Hijo de Dios”.
4. Un nuevo motivo: “El cual me amó”.
Pablo concluye diciendo: “No desecho la gracia de Dios: porque si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (versículo 21). Todo el propósito de la muerte de Cristo cae al suelo como algo innecesario si la justicia se puede obtener cumpliendo la ley. Si hay una manera legítima para que los pecadores se salven y tengan una posición justa ante Dios, ¿por qué enviaría Dios a su Hijo a la cruz y le permitiría sufrir esas agonías tan inimaginables? Cristo podría haberse ahorrado todo ese sufrimiento para hacer expiación. Sugerir que hay otra manera de salvar a los pecadores (es decir, a través de la ley), y que aún así Dios hizo que Cristo sufriera en el Calvario, arroja una enorme calumnia sobre el corazón de Dios. También desprecia la grandeza de la obra de Cristo. Estas son serias consecuencias que resultan de la enseñanza de que la justicia puede ser obtenida por el cumplimiento de la ley.
La vida nueva no necesita de la ley
El error de tratar de añadir la ley a la gracia es deducir algo que es totalmente falso. Poner la nueva naturaleza bajo la ley es suponer que hay algo en esa vida que quiere hacer el mal; pero no tiene tal impulso. La vida nueva no desea otra cosa que hacer la voluntad de Dios, y, por lo tanto, todo lo que necesita es instrucción para ello. Dios nos ha dado las Escrituras para que conozcamos Su voluntad, y también nos ha dado el Espíritu Santo para que nos capacite a hacerla. A medida que el creyente mira a Cristo y es así capacitado por el Espíritu, hará aquellas cosas que serán agradables a Su vista. Cumplirá “la justicia [moral] requerida por la ley” sin estar bajo la ley (Romanos 8:4, traducción J. N. Darby). De hecho, al vivir la vida de Cristo, el creyente irá mucho más allá de las normas morales de la ley, como se exhibió en la vida del Señor cuando caminó en este mundo.
Por lo tanto, pensar que la ley es necesaria para guiar la vida nueva del creyente manifiesta una gran falta de comprensión de la ley y de la nueva naturaleza en el creyente. La ley no puede corregir la carne, y la nueva vida no necesita la ley.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
No hay que perder de vista el razonamiento de Pablo en la defensa de su apostolado. La razón por la que menciona este tercer encuentro con Pedro es para demostrar que no era inferior a él, aunque Pedro tuviera fama de ser el apóstol más importante. El punto que los gálatas necesitaban entender aquí no era sólo que Pablo reprendió a Pedro, sino que éste aceptó la corrección. La segunda epístola de Pedro muestra que había recibido la corrección de Pablo y se benefició de ella (2 Pedro 3:15-16). Los gálatas podían aprender del ejemplo de Pedro; si Pablo tenía el poder de corregir al apóstol más reconocido, entonces seguramente tenía el poder de corregirles a ellos. Por lo tanto, debían estar dispuestos a recibir su corrección en cuanto a la posición y la práctica del cristiano sin conexión con la ley, como lo hizo Pedro.
Resumen de los tres encuentros de Pablo con Pedro
1. Su primer encuentro responde a la falsa acusación de que Pablo era un predicador renegado que no estaba en sintonía con los demás apóstoles. De hecho, había una perfecta armonía entre él y Pedro y los demás en Judea (capítulo 1:18-24).
2. Su segundo encuentro responde a la insinuación de que Pablo era deficiente en su comprensión de la revelación cristiana, y, por tanto, no se podía confiar en su predicación. Este segundo relato establece que los otros apóstoles no podían añadir nada a Pablo en cuanto a la comprensión de la verdad. Reconocieron esto y le dieron “las diestras de compañía” en su predicación y enseñanza (capítulo 2:1-10).
3. Su tercer encuentro responde a la acusación de que no tenía autoridad como apóstol. El relato de Antioquía establece el hecho de que la autoridad de Pablo como apóstol no era inferior a la de Pedro, y esto quedó demostrado en su reprensión a Pedro (capítulo 2:11-21).
Esto preparó el escenario para la defensa del evangelio que Pablo predicó en los dos capítulos siguientes. Al comprender estos hechos relacionados con su apostolado, los gálatas estarían preparados para recibir la enseñanza de Pablo sobre la verdad de la libertad cristiana sin conexión con la ley.

Pablo defiende el evangelio: Capítulos 3-4

En el capítulo 1, Pablo habló de la fuente de su apostolado: provenía del Señor mismo. En el capítulo 2, habló del poder de su apostolado, que fue capaz de resistir a los judaizantes en el concilio de Jerusalén, e incluso de reprender al apóstol Pedro. Ahora, en el capítulo 3, habla del mensaje de su apostolado: el evangelio y la bendición que otorga a la persona que lo cree.
Si los dos primeros capítulos eran personales; los dos siguientes (3–4) son polémicos (defendiendo la fe con argumentos).
La bendición de Dios está basada en el principio de la fe, sin obras
Ahora se demuestra lo que la ley no podía hacer y lo que la gracia ha hecho por el creyente. En este capítulo, Pablo se centra principalmente en los resultados positivos que el evangelio trae al creyente, los cuales la ley no puede dar. En el capítulo 4, Pablo se enfoca en los efectos negativos que el legalismo tiene sobre el cristianismo cuando éstas se mezclan entre sí.
En este capítulo, no da a los gálatas la enseñanza del evangelio en su forma habitual de enseñar, sino que razona con ellos sobre ciertos hechos irrefutables. Les comunica la verdad de este modo porque se habían vuelto insensibles (“insensatos”) y quería que volvieran a pensar racionalmente. De ahí que el capítulo es doctrinal, pero adopta la forma de súplica, de razonamientos y de formulación de preguntas.
Pablo da cuatro argumentos que prueban irrefutablemente que la bendición de Dios en el evangelio es sobre la base de la fe y no de las obras. Él da:
•  Un argumento basado en la experiencia de los mismos gálatas (versículos 1-5).
•  Un argumento de la experiencia de Abraham (versículos 6-9).
•  Un argumento basado en el testimonio de las Sagradas Escrituras (versículos 10-14).
•  Un argumento basado en las bendiciones de la promesa hecha a los padres del Antiguo Testamento, la cual era incondicional (versículos 15-25).
La experiencia de los gálatas en su conversión a Dios: Capítulo 3:1-5
Pablo comienza haciendo seis preguntas a los gálatas, diseñadas para abrir sus ojos y llegar a sus conciencias. Las respuestas a estas preguntas son tan obvias que no las dice.
Su primera pregunta es: “¡Oh Gálatas insensatos! ¿quién os fascinó, para no obedecer á la verdad?” (versículo 1). Les pregunta “quién” fue el responsable de este error en el que se habían metido. La palabra “quién” en el griego está en singular. Aparentemente, había una persona en particular que tenía la culpa. Pudo haber sido un maestro preeminente, o como sugieren algunos expositores, el mismo diablo. En cualquier caso, los gálatas habían caído en sus engaños. Pablo los llama “insensatos” porque no parecían tener el sentido espiritual para darse cuenta de que habían sido engañados. Eran como hombres “fascinados” bajo un hechizo maligno.
Como en la mayoría de los casos de deserción, hubo un curso que los llevó a tragarse la mentira del diablo. Parece que hubo cuatro etapas con los gálatas:
1. Se “separaron” de Aquel que los llamó: Cristo (capítulo 1:6, traducción King James). Habían perdido la comunión con el Señor mismo.
2. Fueron “fascinados” por el enemigo (capítulo 3:1). Al perder la comunión con el Señor, se volvieron vulnerables a las obras sutiles del enemigo que los confundió acerca de la verdad.
3. Se volvieron “presos” a la religión terrenal a la que se habían entregado (capítulo 5:1).
4. Fueron “impedidos” de andar en la verdadera libertad cristiana (capítulo 5:7, traducción J. N. Darby).
Pablo continuó, diciendo: “Ante cuyos ojos Jesucristo fué ya descrito como crucificado entre vosotros”. Esto es lo que Pablo había hecho al darles el evangelio. Les había presentado a Cristo crucificado, y ellos lo creyeron para la salvación de sus almas. Predicar a Cristo crucificado era la esencia de la predicación de Pablo en todos los lugares a los que iba (1 Corintios 2:2). La marca de un buen predicador o maestro es “describir” la verdad claramente. Los falsos maestros usualmente son ambiguos, particularmente aquellos que están arraigados en el legalismo. A pesar de la claridad y la sencillez con la que Pablo había enseñado a los gálatas, éstos habían desviado sus ojos de Cristo crucificado, y estaban buscando la justicia y la santidad en la ley. Habían perdido de vista el propósito y el significado de la cruz y se habían creído una mentira.
Somos salvos por fe
Versículo 2.— Las siguientes preguntas de Pablo repasan la historia de los gálatas, desde su conversión hasta su servicio al Señor. Su propia experiencia demuestra la insensatez de guardar la ley para justicia. Pablo no cuestiona la salvación de ellos, dando por sentado que tienen el Espíritu Santo. Los gálatas habían “recibido” el Espíritu (capítulo 3:2); su problema era que no estaban siendo “guiados” por el Espíritu (capítulo 5:18). Esto es instructivo; aunque fueron salvos y sellados con el Espíritu Santo, se habían vuelto insensatos, y fueron engañados por el enemigo de sus almas. Muestra que los verdaderos cristianos no son inmunes a los ataques y a los engaños sutiles del diablo. Los verdaderos creyentes pueden ser engañados por “espíritus de error y doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Por lo tanto, no basta con tener el Espíritu que mora en nosotros para ser guardados; debemos caminar en comunión con el Señor.
Una simple pregunta resolvería la cuestión de si una persona se salva por “las obras de la ley”. ¿Cómo fueron salvos los gálatas? ¿Recibieron el Espíritu Santo por hacer las obras de la ley, o por creer en el evangelio? Obviamente, fue por creer. Nadie recibió nunca el Espíritu por guardar la ley. La propia experiencia de los gálatas debería haberles enseñado que la bendición viene por el principio de la fe y no por el cumplimiento de la ley.
Muchos cristianos hoy en día oran para recibir el Espíritu Santo, sin darse cuenta de que ya tienen el Espíritu que mora en ellos. El Espíritu toma Su residencia en una persona en el momento en que ésta cree en el evangelio de salvación (Efesios 1:13). Las Escrituras nos dicen que si un creyente entiende que Dios es su Padre y puede elevar su voz en oración a Él, clamando, “Abba, Padre”, es prueba de que tiene el Espíritu morando en él (Romanos 8:14-15; Gálatas 4:6).
Crecemos a la perfección (madurez) cristiana por fe
Versículo 3.— Se hacen dos preguntas más, las cuales abordan otra noción falsa que tenían los gálatas: que la perfección cristiana se puede alcanzar por “las obras de la ley”. Muchos cristianos hoy en día piensan esto. Ellos creen que un creyente es justificado por la fe, pero insistirán en que debe guardar la ley después de ser salvo como una norma para su vida; de lo contrario (piensan ellos), no habrá nada que impida que un creyente se desvíe hacia una vida pecaminosa. Esta es la esencia del legalismo. El legalismo es buscar alcanzar la perfección cristiana estableciendo reglas y regulaciones para la carne, en lugar de tener a Cristo como la fuerza motivadora en la vida de uno. Una persona que piensa así podría usar la ley de Moisés o algún otro conjunto de reglas autoimpuestas, pero, en cualquier caso, no producirá madurez cristiana.
Pablo demuestra lo ilógico de esto al preguntar: “¿Comienza Dios algo con cierto principio y lo concluye con un principio opuesto?” Si no pueden obtener la salvación por esfuerzos carnales, ¿cómo esperan crecer en santidad hasta la madurez (“perfección”) cristiana por esfuerzos carnales? La verdad es que la ley no justificará a una persona ante Dios, ni producirá santidad en un creyente.
Pensar que el creyente necesita la ley para no caer en el pecado es malinterpretar el poder de la gracia. Cuando la gracia de Dios se apodera del alma, le hace que no quiera pecar; le convierte en un siervo devoto del Señor. Tal persona querrá “caminar en el Espíritu”. Querrá más de Cristo y vivirá su vida en la esfera de los intereses de Cristo (Gálatas 5:16). En consecuencia, el poder del Espíritu se manifestará en su vida en forma de liberación de las malas pasiones que emanan de la naturaleza pecaminosa caída (Romanos 8:2).
Padecemos a causa de nuestra fe
Versículo 4.— Los gálatas sufrieron la persecución de los judíos por adoptar la posición cristiana, la cual se basa totalmente en la fe. Pablo pregunta: “¿Tantas cosas habéis padecido en vano?” ¿Todo ese sufrimiento que soportaron fue en vano? Los que les perseguían, que eran predominantemente sus hermanos judíos incrédulos, lo hacían porque los gálatas creían en el evangelio con una fe sencilla sin conexión con la ley. Pero ahora, al volverse a la ley, estaban diciendo que sus perseguidores tenían razón después de todo.
Servimos al Señor por fe
Versículo 5.— Después de que los gálatas fueron salvos, sirvieron al Señor como obreros cristianos. El que ministraba entre ellos, lo hacía a través y por el poder del Espíritu. La esencia del ministerio cristiano es dispensar la bendición del Espíritu a otros. Esto sería en la doctrina, o podría ser en el trabajo de “maravillas”. (Había dones y señales milagrosas que se manifestaban en aquellos primeros días del testimonio cristiano; Marcos 16:17-18; Hebreos 2:4). La pregunta de Pablo a ellos fue: “¿El poder para obrar estos milagros provenía del cumplimiento de la ley o por ‘la fe’?” Obviamente, fue por la fe.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Así, Pablo ha mostrado, a partir de la propia experiencia de los gálatas, que la vida cristiana, de principio a fin, se basa en el principio de la fe, y no tiene nada que ver con el cumplimiento de la ley (2 Corintios 5:7).
El ejemplo de Abraham siendo contado como justo: Capítulo 3:6-9
Pablo luego habla de Abraham. Su caso es aún más convincente, porque los maestros judaizantes estimaban a Abraham muy por encima que todos los demás. Se jactaban de que era su padre y se gloriaban en él como su gran ejemplo (Juan 8:39). Su argumento se basaba en el hecho de que Dios le dijo que se circuncidara, y no sólo a él, sino también a toda su familia, lo cual ellos afirmaban (Génesis 17:24-26).
Pablo, por tanto, los toma en su propio terreno. ¿Cómo fue entonces que Abraham fue considerado justo ante Dios? Fue porque simplemente “creyó á Dios” (ver Génesis 15:6). ¿Y cuándo fue considerado justo? Fue antes de que se diera la ley. Ni siquiera había oído hablar de la ley de Moisés en su época, y sin embargo fue considerado justo en base a la fe. Además, ¡Abraham fue considerado justo antes de ser circuncidado! Vemos de esto que la circuncisión y la ley no tuvieron nada que ver con que fuera considerado justo.
Esto no debería sorprendernos, porque la bendición de Dios sobre el principio de la fe siempre ha sido Su manera de llevar al hombre a la bendición. Desde el principio de Su trato con los hombres, Él sólo los ha bendecido sobre el principio de la fe. Hebreos 11:4 atestigua esto: “Por la fe Abel ofreció á Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo”.
Versículos 7-8.— Los judaizantes imaginaban que por su (supuesta) obediencia a la ley de Moisés se habían convertido en herederos espirituales de las promesas hechas a Abraham. Pablo, sin embargo, insiste en que sólo por la fe se llega a ser hijo de Abraham. Dice: “Sabéis por tanto, que los que son de fe, los tales son hijos de Abraham”. No sólo las bendiciones prometidas a Abraham fueron realizadas por la fe, sino que todos sus “hijos” son bendecidos bajo ese principio también. Esto incluía a los creyentes judíos así como a los gentiles que creyeran. Pablo apoya esto citando Génesis 12:3, “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Esto nos muestra que la promesa a Abraham era, en principio, una predicción del evangelio. Al leer esta cita de Génesis 12:3 podríamos preguntarnos cómo Pablo encontró tal significado en ella. Sin embargo, el Espíritu Santo, que escribió ese versículo en el Antiguo Testamento, procuraba que viéramos que el evangelio (que se basa en el principio de la fe) estaba en él. No habríamos sabido esto si Pablo, bajo inspiración divina, no nos hubiera explicado este significado oculto.
El testimonio de las Sagradas Escrituras: Capítulo 3:10-14
Los judaizantes también afirmaban que las Escrituras del Antiguo Testamento estaban de su lado. Imaginaban que las Escrituras apoyaban su idea de que la ley debía ser guardada para que una persona fuera considerada justa. Por lo tanto, Pablo recurre a la ley y a los profetas para demostrar que no había nada de cierto en ello. Esas pobres almas pensaban que la Palabra de Dios apoyaba su posición, pero en realidad, demostraba todo lo contrario. Esto demuestra lo ciegos que estaban. Y tristemente, esos líderes ciegos habían guiado a los gálatas ciegos a caer en el hoyo (Mateo 15:14).
Las Sagradas Escrituras, por lo tanto, se convierten en el siguiente testigo que Pablo usa en su tesis para demostrar que una persona sólo puede ser considerada justa bajo el principio de la fe. De hecho, en unos pocos versículos (versículos 6-16), cita las Escrituras del Antiguo Testamento no menos de siete veces:
•  Versículo 6.— Génesis 15:6
•  Versículo 8.— Génesis 12:3
•  Versículo 10.— Deuteronomio 27:26
•  Versículo 11.— Habacuc 2:4
•  Versículo 12.— Levítico 18:5
•  Versículo 13.— Deuteronomio 21:23
•  Versículo 16.— Génesis 13:15
Pablo provee cuatro citas en esta sección para mostrar lo ilógico de recurrir a la ley para obtener la bendición:
Versículo 10.— Moisés y Habacuc son citados como los representantes de la ley y los profetas. ¿Qué es lo que dicen al respecto? Deuteronomio 27:26 se presenta primero para mostrar que la ley exigía perfección. Moisés dijo: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas”. El punto aquí es que uno debe mantenerse guardando “todas las cosas” escritas en la ley; había una maldición sobre los que no lo hacían. No era suficiente guardar la ley durante un día o una semana o un mes; ¡uno debe continuar guardándola durante toda su vida! La ley tampoco pide a los hombres que intenten cumplir sus mandamientos; no basta con hacer un esfuerzo sincero. Exige una obediencia estricta e infalible. Una persona bajo la ley tenía que guardar sus mandamientos completa y totalmente en todos los puntos. Santiago confirma esto, diciendo: “Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos” (Santiago 2:10).
Pero eso es precisamente lo que nadie ha podido hacer. Si la gente debe ser justificada por el principio de guardar los mandamientos, entonces ninguno sería bendecido. Sin embargo, la Escritura es clara en que los santos del Antiguo Testamento que estaban bajo la ley fueron bendecidos y están en el cielo ahora. Entonces, ¿cómo fueron bendecidos? ¿Y sobre qué base llegaron al cielo?
Versículo 11.— Habacuc es citado a continuación para responder a esto. Él muestra que la fe era el principio sobre el cual los hijos de Dios en aquellos tiempos antiguos eran bendecidos, aunque estuvieran bajo la ley. Dice: “El justo vivirá por fe”. Esto se cita tres veces en el Nuevo Testamento. Cada vez el énfasis está en una parte diferente del versículo. En Hebreos 10:38, el énfasis está en la palabra “fe”, porque el tema allí es caminar en el camino de la fe, como lo muestra el capítulo 11. En Romanos 1:17, el énfasis está en la palabra “justo”, pues la epístola es una tesis sobre la justificación. Aquí, en Gálatas 3:11, el énfasis está en la palabra “vivirá”, porque el punto que el apóstol enfatiza aquí es que, bajo la ley, una persona debe continuar durante toda su vida viviendo en obediencia a ella. Una persona justa bajo la ley en los tiempos del Antiguo Testamento era bendecida por Dios debido a su fe, no por sus débiles y fallidos intentos de cumplir la ley.
Versículo 12.— Pablo añade: “La ley también no es de la fe”. Es decir, la ley no demanda fe, sino que demanda obediencia. Se vuelve a citar a Moisés: “El hombre que los hiciere [los mandamientos], vivirá en ellos”. (Ver también Romanos 10:5). La persona que está bajo la ley es responsable de vivir su vida de acuerdo con esos mandamientos. La promesa relacionada con ello era que “viviría”. El Señor, al hablar con el doctor de la ley que le había tentado, confirmó esto, diciendo: “Haz esto, y vivirás” (Lucas 10:28). Sin embargo, es una demanda extrema e imposible de alcanzar por el hombre en la carne. La historia atestigua este hecho en que no hay una sola persona de aquellos tiempos que esté viva hoy. Esto refuerza el argumento. Alcanzar la justicia ante Dios sobre el principio del cumplimiento de la ley (por obras) no ha sido alcanzado por nadie todavía. Sobre esa base, ninguno de la raza humana llegará al cielo.
En realidad, sólo hay dos religiones en este mundo. Una dice “HAZ” y la otra dice “HECHO”. HAZ es lo que piden todos los credos y religiones basadas en las obras —incluyendo el cumplimiento de la ley mosaica— pero HECHO es lo que anuncia el evangelio. Cristo ha terminado la obra de redención, y todo lo que tenemos que hacer es creerlo y somos salvos. La ley dice: “Haz y vive”. La gracia dice: “Cree y vive”.
Versículos 13-14.— El testimonio de las Escrituras del Antiguo Testamento ha mostrado la incapacidad de la ley para bendecir. Sólo puede maldecir. Ahora, en estos próximos versículos, vemos el triunfo de la gracia de Dios en Cristo. Pablo no nos deja sin esperanza. Nos dice: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley”. Redención significa liberar a alguien que está en esclavitud. “Nos”, en este versículo, se refiere a los judíos creyentes, pues los gentiles nunca estuvieron formalmente bajo la ley. La muerte es la penalidad por infringir la ley. Cristo, como el gran Sustituto, se puso en el lugar de los que habían violado la ley y llevó la penalidad consecuente a ella (Salmo 88; Isaías 53:8). Él redimió a los que estaban bajo la ley pagando la pena de muerte que ésta exigía. La maldición de Dios cayó sobre Él, y los que creen se benefician de ello.
La traducción al galés dice: “Cristo nos ha redimido totalmente ... ”. Así, el creyente es totalmente liberado de la ley. El punto aquí es que no existe tal cosa como estar parcialmente bajo la ley. La Escritura no apoya la idea de que la obra de Cristo en la cruz redime parcialmente al creyente, y el creyente hace el resto al guardar la ley.
Nótese también: no dice que Cristo redimió a los hombres de la maldición de la ley al guardar Él perfectamente los Diez Mandamientos durante Su vida. Este es un viejo error en la cristiandad. Es cierto que Cristo guardó la ley perfectamente en Su vida, pero Su perfecta obediencia a la ley no ha sido imputada a nosotros que creemos. No es así como somos hechos justos. Si Su vida perfecta pudiera hacernos justos, entonces ¿cuál fue el propósito de Sus sufrimientos en la muerte?
El versículo 13 aquí de Gálatas 3 es una cita de Deuteronomio 21:23, y es ligeramente diferente a lo que está escrito en Deuteronomio. En Deuteronomio dice: “Porque maldición de Dios es el colgado. Pero en Gálatas, el Espíritu de Dios nos da un significado más amplio, diciendo: “Maldito cualquiera que es colgado en madero”. Esto incluiría a los gentiles. El punto aquí es que, si los gentiles se ponen bajo la ley, también sentirán su maldición. Pero, por el contrario, si los gentiles tienen la fe de Abraham, entrarán en “la bendición de Abraham” (versículo 14). Esto no significa que los creyentes de hoy hereden lo que se le prometió a Abraham literalmente, es decir, la bendición material en la tierra de Canaán (Génesis 13:14-15). El Espíritu de Dios, al escribir esto, tiene cuidado de decir que esta bendición es “en Cristo Jesús”. Este término se refiere a Cristo glorificado a la diestra de Dios. Las bendiciones del cristiano están en un Hombre resucitado y glorificado a la diestra de Dios mediante la “promesa del Espíritu”. Estas son bendiciones espirituales realizadas “por la fe”.
La inmutabilidad de la promesa de la gracia a Abraham: Capítulo 3:15-25
Hasta ahora, Pablo ha demostrado que la bendición de Dios es por la fe y no por las obras de la ley, usando como ejemplo la experiencia misma de los gálatas (versículos 1-5), el ejemplo de Abraham (versículos 6-9), y el testimonio de las Escrituras (versículos 10-14). Ahora recurre a una ilustración de la vida cotidiana. En un paréntesis dice: “Hablo como hombre”. Compara la inmutabilidad de un “pacto” (un testamento) hecho en asuntos humanos con la inmutabilidad del pacto que Dios hizo con Abraham.
Este punto en el argumento era necesario en vista del hecho de que algunos estaban dispuestos a admitir que Abraham fue considerado justo por la fe, pero argumentaban que Dios sólo operaba en ese principio hasta que dio la ley. Por lo tanto, en esta siguiente serie de versículos, Pablo muestra que la promesa en gracia a Abraham y a su Simiente no fue algo temporal. La entrega de la ley no alteró ni añadió condiciones a esta gran promesa de Dios. La promesa fue permanente e inmutable, y, por lo tanto, no podía ser afectada por la posterior entrega de la ley.
Versículo 15.— Pablo muestra que este principio sobre el que Abraham fue bendecido era realmente permanente e inmutable. Su punto es sencillo: en los asuntos humanos, un “pacto” (testamento) es firmado y sellado, y nadie puede “cancelarlo” o “añadirle”. No puede alguien venir después y cambiar el documento añadiendo o quitando cosas. Si los testamentos humanos no pueden romperse, ¡cuánto menos los de Dios! Sin embargo, en esencia, esto es lo que hacen aquellos que añaden la ley a la gracia.
Versículos 16-18.— Además, el apóstol señala cuidadosamente que cuando se hizo la promesa, fue a la “Simiente” (singular) de Abraham, no a las “simientes” (en plural). La ausencia de la letra “s” cambia totalmente el sentido del pasaje. Génesis 13:15 y Génesis 22:18 no se refieren a la familia inmediata de Abraham, sino al Señor Jesucristo que saldría de la descendencia de Abraham. Él es el descendiente directo de Abraham (Mateo 1:1; Lucas 3:34). De nuevo, no habríamos sabido esto al leer el relato del Génesis, pero el Espíritu de Dios nos lo ha dicho aquí. El punto que aprendemos de esto es que Dios ha prometido bendecir a “todas las familias” —judíos y gentiles por igual— a través de Cristo. Y esa promesa fue incondicional. “Dios la concedió a Abraham en gracia (versículo 18, traducción J. N. Darby). No requería obras de obediencia a la ley. La llegada de la ley 430 años después no cambió esta promesa.
Si a las promesas hechas a Abraham se les ponen condiciones a la llegada de la ley de Moisés, entonces dejan de ser una concesión gratuita de Dios; se convierten en algo que uno se gana. Pablo dice: “Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa”. Pero continúa diciendo: “Pero Dios la concedió a Abraham en gracia mediante la promesa” (traducción J. N. Darby).
Las promesas originales en gracia fueron dadas sin conexión con la ley y se efectuarán sin la ley. La promesa de bendición dada a Abraham pasa por debajo de los caminos dispensacionales de Dios con Israel y ha vuelto a salir a la superficie cuando se cumplió la redención. La ley no trae las bendiciones de la promesa; al contrario, esto ha sido asegurado por la muerte y resurrección del Señor Jesús.
El propósito de la ley
Versículos 19-20.— En este punto del argumento de Pablo, él hace un paréntesis para responder a un par de preguntas que se anticipa que la gente hará. La primera es: “¿Pues de qué sirve la ley?” Este fue probablemente el argumento que sus opositores le lanzaron. Decían: “Si la justificación es sólo por la fe, ¿para qué dio Dios la ley? No tiene ningún propósito real”. A esto Pablo responde: “Fue puesta por causa de las rebeliones [transgresiones]”. Algunos han tomado esto erróneamente para transmitir que la ley fue dada para ayudar a frenar el pecado en el hombre. Sin embargo, la ley no fue dada como un medio para controlar o frenar el pecado en la vida de los hombres. No tiene ningún poder para hacer esto, ya sea en los incrédulos o en los creyentes. Esta idea errónea estaba al fondo de la doctrina de los judaizantes. Muchos cristianos hoy en día tienen esta idea también. Piensan que la ley frenará el mal en sus vidas, y por esa razón, se ponen bajo ella. Sin embargo, la ley no tiene poder para restringir el mal en la vida de una persona. No le da a la persona una naturaleza que desee guardar sus mandamientos, ni le da el poder de hacer esas cosas.
La respuesta de Pablo aquí indica que la ley fue traída para magnificar los pecados y darlos a conocer como “rebeliones [transgresiones]”. Antes de la ley, los hombres estaban transgrediendo en su vida sin ley, pero no se sabía, porque sus conciencias no estaban completamente iluminadas en cuanto a tales ofensas. En otra parte, Pablo dijo: “Porque donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Romanos 4:15; 5:13). Hay dos cosas en la Escritura que están estrechamente relacionadas con esto: los delitos (expresados también como “faltas” y “culpas”) y las transgresiones. Un delito es sobrepasar un límite conocido, pero una transgresión es el alejarse conscientemente de Dios en el corazón y en los caminos de uno. Ambas cosas salieron a la luz en la entrega de la ley. Ésta trazó una línea definida en las conciencias de los hombres en cuanto a lo que era correcto y lo que era incorrecto, y así magnificó su culpabilidad. Si tienes un niño que está acostumbrado a salir por las calles y mezclarse con mala gente, eso es un mal hábito. Pero si le prohíbes salir con ellos, y lo vuelve a hacer, es una transgresión. Es mucho peor que un mal hábito.
El propósito de la ley, por lo tanto, es iluminar la conciencia y hacer que la seriedad del pecado “creciese” (Romanos 5:20; 7:13). Si esto se comprendiere correctamente, la persona entendería cuán desesperado es su caso, y presionaría en su conciencia su necesidad de la gracia de Dios. La ley fue dada como una medida temporal “hasta que viniese la Simiente [Cristo] a quien fue hecha la promesa”, y Él cumpliría la redención (capítulo 4:4-5).
Es importante señalar que la ley no tiene nada de malo en sí misma. El mandamiento es “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Su aplicación apropiada no es para los justos, sino para los infractores de la ley (1 Timoteo 1:8-10). Su propósito es revelar el pecado; “Porque por la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). No puede eliminar el pecado, ni evitar que el pecador o el creyente pequen, pero sí revela el verdadero carácter del pecado. Del mismo modo, un espejo se utiliza para revelar que una persona tiene la cara sucia; su función no es lavarle la cara.
La ley fue “ordenada por los ángeles en la mano de un mediador”. A primera vista, podría parecer que Pablo se está gloriando de la ley, pero es todo lo contrario. Demuestra la inferioridad de la ley ante la promesa. La promesa vino directamente de Dios a Abraham, pero la ley vino a través de una doble mediación. Por lo tanto, la promesa está en un plano superior.
En el caso del pacto mosaico, se estableció a través de “un mediador” porque había dos partes implicadas: Jehová e Israel. Los “ángeles” actuaron en nombre de Jehová (Salmo 68:17; Hechos 7:53) y Moisés actuó como “mediador” en nombre del pueblo. (La mediación de Cristo es algo totalmente distinto y no se contempla aquí). El hecho de que hubiera dos partes indica que había condiciones implicadas y que se exigía obediencia a ellas. El mediador está allí para ver que ambas partes cumplan su parte del acuerdo. Tal fue el caso en la entrega de la ley. Sin embargo, en el caso de la promesa de Dios a Abraham, Él era la única parte que actuaba. No fue necesario ningún mediador. La promesa a la Simiente (Cristo) depende enteramente de Aquel que hizo la promesa: Dios mismo. Esta era la fuerza de la promesa: todo dependía de Dios. La Ley imponía a los hombres obligaciones que no podían cumplir, mientras que en la gracia, Dios lo asume todo para la bendición del hombre.
Versículo 21.— Pablo se anticipa a una segunda pregunta de sus opositores. “¿Luego la ley es contra las promesas de Dios?” Este es otro argumento que sus opositores le darían. Dirían: “Parece que estás diciendo que la ley se opone a las promesas”. Pablo responde: “En ninguna manera”. La ley tenía su propósito, y la gracia también tiene su propósito; no se oponen la una a la otra. Continúa diciendo que, si Dios hubiera intencionado que la ley proporcionara justicia al hombre, le habría dado el poder para dar “vida” al que hiciera esas cosas. Pero no existe tal ley. La ley instruye, insta, exige, incluso amenaza; y cuando se trasgrede, condena al transgresor, pero no da vida ni justicia. Como se mencionó, la ley no fue dada para ese propósito.
Incluso cuando Dios dio la ley, indicó a Su pueblo que la bendición nunca llegaría a través de ella. Esto se ilustra en un incidente registrado en Deuteronomio 27:11-26. Moisés, el legislador, instruyó a Israel para que reuniera a seis de las doce tribus en el monte Gerizim “para bendecir” y a las otras seis en el monte Ebal “para pronunciar maldición”. Es significativo que las seis tribus en Ebal pronunciaron sus maldiciones, pero las seis tribus en Gerizim guardaron silencio. Nunca bendijeron. ¿Por qué? El incidente está registrado en las Escrituras para ilustrar el hecho de que LA LEY NO PUEDE BENDECIR; sólo puede maldecir.
“Corre, Juan, y vive”, la ley manda,
Pero no da ni piernas ni manos;
Mucho mejores nuevas las que trae el evangelio,
Me pide que vuele, y me da alas.
Versículo 22.— La Escritura, en general, concluye que “todo” ha sido “encerrado” “bajo pecado”. Esto fue “para que la promesa fuese dada á los creyentes por la fe de Jesucristo”.
La ley como un carcelero y como un profesor
Versículos 23-25.— La ley, por lo tanto, tenía un doble propósito. En primer lugar, era como un severo carcelero que mantenía a Israel en una prisión. Los mantenía bajo custodia (“guardados” y “encerrados”) de las naciones circundantes hasta que llegara el momento en que se revelara “la fe”, cuando se realizara la redención (versículo 23). Los judíos se mantenían separados de las naciones por las muchas regulaciones de la ley en cuanto a matrimonio, comida, propiedad, etc. La “fe” es la revelación cristiana de la verdad que nos ha llegado a través de la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo. (Como regla general, en la Escritura, cuando el artículo “la” está antes de la palabra “fe”, se refiere a la revelación de la verdad cristiana. Y cuando no se usa el artículo “la”, se refiere a la energía interior de la confianza de una persona en Dios). Observe: Pablo dice: Estábamos guardados bajo la ley”. Habla en nombre de los judíos a nivel nacional, pues los gentiles nunca estuvieron bajo la ley. Era una cosa autoimpuesta entre los creyentes gálatas que eran de linaje gentil.
En segundo lugar, la ley era como un “ayo” [“profesor”] (versículo 24). Observe de nuevo: Pablo dice: Nuestro ayo”. Esto se refiere a los judíos, pero si se entiende correctamente, la ley instruirá a todos los que se fijen en ella. Puede enseñarnos sobre la santidad de Dios y la depravación moral del hombre. Las palabras “para llevarnos á” de la Reina-Valera Antigua no están en el texto griego original. Nos llevan a conclusiones erróneas, pues podríamos deducir que la ley tiene el poder de llevar a una persona a Cristo. Sin embargo, la ley nunca llevará a una persona al Señor Jesús para la salvación; sólo la gracia puede hacer eso. Debería decir: “La ley nuestro ayo fué hasta Cristo”. Los judíos estaban bajo la ley “hasta” el momento de la muerte y resurrección de Cristo, en el que se llevó a cabo la redención, y se dio la revelación cristiana de la verdad (capítulo 4:36).
Tristemente, aquellos bajo el pacto de la ley no han aprendido esta lección del ayo. Todavía piensan que pueden guardar las demandas de la ley para su bendición. Esto es un testimonio de cuán depravado es el hombre en la carne. Después de todos estos años bajo el ayo, la carne no ha aprendido la simple lección de que en el hombre “no mora el bien” (Romanos 7:18). No es culpa del ayo, pues es “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). El problema está en el estudiante al que el ayo está instruyendo: el hombre en la carne, que es incorregible. Esto nos muestra que la raza humana tiene que depender solamente de la gracia de Dios para conseguir la redención.
El trabajo de un ayo es enseñar. La ley enseña:
•  La santidad de Dios.
•  La depravación total del hombre en la carne.
La posición del cristiano en el cielo y en la tierra: Capítulo 3:26-29
El apóstol habla ahora del lugar que ocupa el cristiano ante Dios en el cielo y ante los hombres en la tierra, como consecuencia del cumplimiento de la redención. Esta nueva posición es el resultado de la llegada de “la fe” (Judas 3). Pablo menciona esto para enfatizar un contraste marcado entre lo que un hijo de Dios conocía antes bajo el sistema de la ley, con lo que el cristiano tiene ahora por gracia.
Un nuevo lugar ante Dios en el cielo como hijos*
Versículo 26.— Primero, Pablo les dice: “Porque todos sois hijos* de Dios por la fe en Cristo Jesús”. En el orden de la nueva creación, a los cristianos se les ha dado un lugar especial de “hijos*” en la familia de Dios por medio de la fe. La filiación es la más alta bendición otorgada que tenemos en relación con el Padre. La palabra “hijo*” en griego significa “lugar de hijo*”, y se refiere al acto de Dios de ponernos ante Él en el mismo lugar de Su propio Hijo. Pablo se fija en esta bendición en particular porque enfatiza la cercanía y la libertad que el cristiano tiene en la presencia de Dios, que los del judaísmo no tenían. La ley fue introducida a través de una doble mediación —los ángeles y Moisés— indicando que los hombres en ese sistema estaban distanciados de Dios. El evangelio, en cambio, acerca a los hombres a Dios, ¡al mismo lugar en el que está el Hijo mismo!
Dios podría habernos puesto en el lugar privilegiado de los ángeles elegidos, o incluso elevarnos a la posición elevada de un arcángel, pero eligió darnos un lugar mucho más alto y bendecido que eso. Hemos sido puestos en el lugar de Su Hijo. La filiación es una posición en la familia de Dios que ha sido reservada para aquellos que son salvos por gracia durante este tiempo presente por el llamado del evangelio. Abraham, Isaac y Jacob, y todos los santos del Antiguo Testamento son parte de la familia de Dios como Sus niños, pero no tienen este lugar favorecido de ser hijos* (capítulo 4:1-7). Los cristianos somos “hijos” de Dios como parte de la familia de Dios, igual que ellos (Romanos 8:16), pero también somos “hijos*” de Dios (Romanos 8:14). Además, nuestra filiación es “en Cristo Jesús”. Esta expresión se refiere a la posición de aceptación del cristiano ante Dios en el Hombre resucitado. Estar “en Cristo” significa estar en el lugar de Cristo ante Dios. Todo el favor y la aceptación que recae sobre Él en la presencia de Dios es nuestro, porque estamos en Su lugar. La gran bendición de ser “hijos*” por la filiación es compartir:
•  El lugar de favor del Hijo (Efesios 1:6).
•  La vida del Hijo: la vida eterna (Juan 17:2).
•  La libertad del Hijo ante el Padre (Romanos 8:14-16).
•  La herencia del Hijo (Romanos 8:17).
•  La gloria del Hijo (Romanos 8:18; Juan 17:22).
Un nuevo lugar ante los hombres en la tierra a través del bautismo
Versículo 27.— En segundo lugar, los cristianos no sólo tienen un nuevo lugar ante Dios en el cielo, sino que también tienen un nuevo lugar en la tierra a través del bautismo. Pablo dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos”. Nota: hay una diferencia en las expresiones de estar “en Cristo” y “vestidos de Cristo”. Por la fe somos puestos en un nuevo lugar ante Dios “en Cristo” (versículo 26), pero por el bautismo nos revestimos “de Cristo” y estamos en un nuevo lugar ante los hombres en la tierra (versículo 27).
Cuando nos bautizamos, nos ponemos la insignia o el uniforme cristiano, por así decirlo, y con ello nos identificamos con la posición cristiana en la tierra. La ordenanza del bautismo tiene que ver con la separación y la asociación. Una persona que se bautiza se separa formalmente de la antigua posición en la que estaba en la tierra (ya sea en el paganismo o en el judaísmo) y se asocia formalmente con una nueva posición: el terreno cristiano. Este nuevo terreno no tiene nada que ver con asegurar la bendición eterna de una persona, pero sí lo trae a un lugar limpio en la tierra.
Luego Pablo dice que son “bautizados en Cristo”, que debería ser traducido “bautizados para Cristo”. En el verso 26, el apóstol acaba de decirnos que una persona está “en Cristo” por la fe. Así, él no dice que el bautismo en agua lleva a una persona a esa posición ante Dios, porque negaría toda la fuerza de su argumento en la epístola: que nuestra aceptación ante Dios sólo puede ser por la fe. El bautismo es un acto, algo que una persona puede hacer o algo a lo que se somete. Si en verdad llevara a una persona a este vínculo vital en Cristo, entonces una persona puede ser salva por sus obras. La palabra debe traducirse “para Cristo”, lo cual se refiere a la identificación. Por el bautismo en agua somos identificados con Cristo en Su muerte y en Su resurrección. Esto nos coloca en un terreno nuevo en la tierra.
Participación en la raza de la nueva creación
Versículos 28-29.— En tercer lugar, la ley hacía toda clase de distinciones nacionales y sociales, pero todas ellas han desaparecido en la nueva posición del cristiano en Cristo. Como parte de la oración matutina de un hombre judío ortodoxo, daba gracias a Dios por no ser ni gentil, ni esclavo ni mujer. Estas tres cosas se distinguían claramente como inferiores al lugar que ocupaba un hombre en el judaísmo. Pero en el cristianismo ya no existen. “No hay Judío, ni Griego; no hay siervo, ni libre; no hay varón, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Como parte de la raza de la nueva creación, no sólo estamos “en Cristo” (versículo 26), sino que también somos “de Cristo” (versículo 29). Esto significa que la sustancia misma de nuestra vida y la esencia de nuestro ser es “de” un mismo carácter que Aquel que es la Cabeza de la raza. Por lo tanto, la raza de la nueva creación de hombres redimidos es del mismo “género” que Cristo mismo (compárese con Génesis 1:21-25; 2:23). De un solo género “son todos” con Él, y, por lo tanto, totalmente aptos a Él como Sus compañeros eternos (Hebreos 2:11).
Los gálatas se equivocaron al pensar que si guardaban la ley serían “simiente de Abraham”. Por el contrario, Pablo concluye sus argumentos en este capítulo afirmando que somos la simiente de Abraham al creer en el Señor Jesucristo para la salvación. (La “simiente” aquí no es Cristo personalmente, como en los versículos 16 y 19). Como resultado, somos los herederos “conforme a la promesa” (versículo 29).
•  Somos hijos* de Dios en Cristo” por medio de la fe (versículo 26).
•  Nos hemos revestido de Cristo” mediante el bautismo en agua (versículo 27).
•  Somos de Cristo” en la nueva creación (versículo 29).
•  Somos herederos con Cristo” en cuanto a la bendición prometida a Abraham (versículo 29; Romanos 8:17).
Resumen de los principios que Pablo ha dado hasta ahora en la epístola
Recurrir a la ley para obtener justicia y salvación contradice algunas doctrinas y verdades cristianas que son innegables.
•  No tiene en cuenta el hecho de que el cristiano está muerto a la ley (capítulo 2:19-21).
•  No tiene en cuenta el testimonio de la historia de los mismos gálatas, que fueron salvos sin la ley (capítulo 3:1-5).
•  No tiene en cuenta el ejemplo de Abraham, que fue considerado justo sin la ley (capítulo 3:6-9).
•  No tiene en cuenta el testimonio de las Escrituras, tal y como se da en la ley y en los profetas —Moisés y Habacuc— de que la ley no puede bendecir, sino sólo maldecir (capítulo 3:10-12).
•  Descuida y menosprecia la obra de Cristo que redime a los que están bajo la ley (capítulo 3:13-14).
•  No tiene en cuenta el hecho de que la bendición relacionada con la promesa se basa en el principio de la fe, sin conexión con la ley (capítulo 3:15-25).

Los tristes resultados de mezclar la ley con la gracia: Capítulo 4

En el capítulo 3, Pablo ha defendido la verdad del evangelio mediante varios argumentos doctrinales convincentes. En el capítulo 4 muestra que hay algunos efectos prácticos serios que resultan al mezclar la ley y la gracia, los cuales son perjudiciales para el cristiano. El capítulo 3 ha mostrado lo que la gracia produce, ahora el capítulo 4 muestra lo que el legalismo produce.
El Señor mismo (en Su ministerio terrenal) advirtió que si la ley y la gracia se vinculaban de alguna manera, esto llevaría al desastre en la práctica cristiana. Dijo: “Nadie echa remiendo de paño recio [nuevo] en vestido viejo; de otra manera el mismo remiendo nuevo tira del viejo, y la rotura se hace peor. Ni nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y se derrama el vino, y los odres se pierden; mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar” (Marcos 2:21-22). Los nuevos principios que la gracia nos ha traído en el cristianismo deben ser practicados en un marco totalmente nuevo, fuera de los principios y prácticas del sistema legalista del judaísmo.
Siete madres
En el capítulo 3, Pablo nos ha dado el testimonio de varios hombres: Abraham, el padre de los fieles; Moisés, el dador de la ley; y Habacuc, un profeta. La verdad se ha desarrollado desde lo que podríamos llamar el lado paterno. En el capítulo 4, Pablo nos da la verdad desde lo que podríamos llamar el lado materno. En este capítulo, las mujeres son prominentes. Menciona no menos de siete madres. Ellas son:
•  La madre del Señor: María (versículo 4).
•  Pablo mismo (versículo 19).
•  Agar, la madre de Ismael (versículo 22).
•  Sara, la madre de Isaac (versículo 22).
•  La Jerusalén terrenal (versículo 25).
•  La Jerusalén celestial, la madre de todos nosotros (versículo 26).
•  El Espíritu Santo, dando a luz a todos los que son libres (versículo 29).
Los hombres en las Escrituras suelen representar el lado posicional de la verdad, mientras que las mujeres suelen denotar el desarrollo moral de la verdad en el alma. Cuando pensamos en una madre en las Escrituras, pensamos en la verdad que se desarrolla de una forma moral y práctica en la vida. Por lo tanto, lo que está ante nosotros ahora en el capítulo 4 tiene que ver más con los efectos morales y prácticos de mezclar la ley y la gracia. Pablo muestra que estas dos cosas simplemente no funcionarán de forma práctica en la vida de un cristiano. Lo demuestra de tres maneras diferentes en este capítulo: mediante una ilustración de una costumbre doméstica judía (versículos 1-11), mediante una experiencia personal en sus propias interacciones con los gálatas (versículos 12-20), y mediante una alegoría del Antiguo Testamento (versículos 21-31).
El legalismo provoca la pérdida de la libertad de la filiación: Capítulo 4:1-11
El primer resultado negativo de mezclar la ley y la gracia es la pérdida de la libertad de nuestra “adopción [filiación]”. Esto es algo práctico. Nunca podemos perder nuestro lugar como hijos* ante Dios, pero la libertad que acompaña a los que ocupan ese lugar privilegiado puede perderse.
Pablo introdujo el tema de la filiación del cristiano en el capítulo anterior para enfatizar el lugar superior que tienen ahora los creyentes como resultado de la venida de “la fe”. La filiación, como hemos visto, es una de las bendiciones particulares del cristianismo (capítulo 3:25-26). Ahora recurre a una costumbre doméstica judía para ilustrar la diferencia entre el lugar privilegiado de la “filiación” en la familia de Dios, comparado con el lugar menor de un “niño” en la familia.
Versículos 1-3.— Los santos en los tiempos del Antiguo Testamento, bajo la ley, son comparados con niños en un estado de infancia, bajo “tutores [vigilantes] y curadores [administradores]”. Estaban en una posición en la que se les imponían los principios elementales de la religión judía, y ésta correspondía a su condición de inmadurez espiritual, necesitando ellos el cuidado y la disciplina constantes de la ley. Pablo dice: “Así también nosotros, cuando éramos niños, éramos siervos bajo los rudimentos del mundo”, es decir, bajo la religión mundanal (terrenal) del judaísmo. Tres cosas caracterizaban a los santos en su posición en el Antiguo Testamento: no conocían a Dios como su Padre; la obra de la redención aún no se había realizado; y el Espíritu de Dios aún no había sido dado. Los rituales y ceremonias que caracterizaban esa religión terrenal fueron diseñados para aquellos en esa posición menor.
Versículos 4-5.— En “el cumplimiento del tiempo”, cuando se completó el período de prueba del hombre en la carne (4000 años o 40 siglos desde Adán hasta Cristo), “Dios envió a Su Hijo”. La venida de Cristo puso fin a las tres cosas que caracterizaban a aquellos del Antiguo Testamento. La encarnación de Cristo tuvo como resultado la revelación del Padre (Juan 1:18); la muerte de Cristo trajo la redención (1 Pedro 1:18-19); y la ascensión de Cristo tuvo como resultado el envío del Espíritu Santo (Hechos 2:33). Por lo tanto, cuando una persona acepta el testimonio del Padre y del Hijo, y descansa en fe en la obra consumada de Cristo para su salvación, el Espíritu Santo mora en él, y por lo tanto se le permite disfrutar de la libertad y los privilegios de un hijo* ya maduro en la familia de Dios.
Pablo indica que los que se han convertido del judaísmo al creer en el evangelio son como “niños” que han llegado a la mayoría de edad. Han dejado esa posición de menores y ahora están en un lugar como “hijos*” en la familia de Dios. El Bar Mitzvah judío ilustra esto. En una familia judía, cuando un niño llega a la edad de 13 años, formalmente pasa de ser un niño en la familia a ser un hijo*; a partir de entonces disfruta de mayores libertades y privilegios en el hogar. Esta elevación de categoría ilustra la posición de un cristiano en la familia de Dios, en contraste a la de los judíos en los tiempos del Antiguo Testamento. Esto es cierto tanto para los creyentes judíos como para los gentiles. Nota: Pablo se incluye a sí mismo en el verso 5 al decir “recibiésemos”, hablando de los creyentes judíos, mientras que el “sois” en el verso 6 se refiere a los creyentes gentiles.
Los que sostienen la Teología del Pacto nos dicen que “el tiempo señalado” en el versículo 4 es lo mismo que el “cumplimiento de los tiempos” en Efesios 1:10. Ellos creen que cuando el Señor Jesús vino a este mundo en Su primera venida, trajo “la dispensación [administración] del cumplimiento de los tiempos”, el cual es el Milenio. Por lo tanto, según la enseñanza de ellos, ¡estamos en el Milenio ahora! Sin embargo, estos dos términos no son lo mismo. “El tiempo señalado” en Gálatas 4 está en singular, mientras que Efesios 1:10 está en plural (“tiempos”). “El cumplimiento de los tiempos tiene que ver con la culminación de los caminos de Dios con el hombre en la dispensación final (el Milenio), cuando la gloria de Dios se mostrará en el reino de Cristo y la Iglesia. Como se mencionó, “el tiempo señalado” tiene que ver con el fin de la prueba del hombre en la carne, después de 40 siglos de pruebas. En Gálatas 3:16, Pablo demostró que ambos términos tienen diferentes significados; y lo mismo ocurre en este pasaje. Podemos ver en esto cómo podemos caer en error si descuidamos detalles importantes en la Escritura. Debemos leer la Escritura, “mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”, prestando mucha atención a los detalles más pequeños (Isaías 28:10).
En la Reina-Valera Antigua, el versículo 5 dice: “Á fin de que recibiésemos la adopción de hijos*”. Esto podría traducirse como “filiación”, ya que es la misma palabra que “adopción” en el griego (vea la nota al pie de página de la traducción J. N. Darby en Romanos 8:15). Algunos han pensado que, así como hay dos maneras en que podemos traer a un niño a nuestras familias terrenales —por nacimiento o por adopción— así también Dios tiene dos maneras de traer a la gente a Su familia. Sin embargo, esto no es cierto. Sólo hay una manera de entrar en la familia de Dios: por un nuevo nacimiento. La adopción es una mejora de posicionamiento de alguien que ya está en la familia, una elevación al lugar superior de la filiación.
Las personas se convierten en “niños”, en el sentido en que se usa la palabra en Gálatas 4, por el nuevo nacimiento, y luego son hechas “hijos*” al recibir el Espíritu. (El apóstol Juan no utiliza la palabra “niños” en un sentido diminutivo como lo hace Pablo aquí. En los escritos de Juan, se considera que los hijos de Dios tienen el Espíritu (1 Juan 2:20; 3:24; 4:13), y, por lo tanto, Juan llama hijos a los que Pablo considera hijos* por filiación. Los “hijos” en los escritos de Juan están en la plena posición cristiana en la familia de Dios; incluso los que Juan llama de “hijitos” (nuevos conversos) están en esa posición (1 Juan 2:18). Juan llama a los santos “hijos” porque el énfasis en sus epístolas está en la vida eterna y en la relación afectiva que tenemos con el Padre; no utiliza el término “hijos*” de la misma manera que lo usa el apóstol Pablo).
Versículo 6.— Las tres Personas de la Divinidad se encuentran en este versículo, asegurando la libertad de la filiación para los creyentes. Pablo dice, “Dios envió el Espíritu de Su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre. Esta tremenda bendición es la posesión común de todos los creyentes, tanto los creyentes judíos como los gentiles. Esto se ve cuando Pablo dice: “recibiésemos” en el verso 5, que se refiere a los creyentes judíos, y “sois” en el verso 6, que se refiere a los creyentes gentiles. En la última parte del versículo 6, une a los dos diciendo: “Nuestros corazones” (traducción J. N. Darby).
El énfasis aquí no está tanto en la bendición y la posición de la filiación, sino en los privilegios prácticos relacionados con ellas. Es “el Espíritu de Su Hijo” el que clama en nuestros corazones. Es decir, el Espíritu nos da el conocimiento de esa relación, y la confianza para acercarnos al Padre con la misma intimidad con la que el mismo Hijo de Dios se acerca a Él. Esto se denota en la expresión: “Abba, Padre”. Estas son las mismas palabras que el Señor utilizó cuando se dirigió a Su Padre (Marcos 14:36).
•  “Abba” denota intimidad.
•  “Padre” denota inteligencia.
La libertad de la filiación consiste en acercarse a Dios como nuestro Padre, “dirigiéndonos libremente” a Él en todas nuestras oraciones y alabanzas (1 Timoteo 4:5, traducción J. N. Darby). Esto no significa que debamos ser atrevidos o frívolos cuando nos dirigimos a Dios; siempre debemos acercarnos a Él con reverencia. Pero podemos hacerlo con franqueza e intimidad porque somos hijos*.
En el versículo 7, el apóstol hace notar el hecho de que ese maravilloso privilegio de la filiación debe ser asumido individualmente, diciendo: Eres ... hijo*”. Nota: esto está en singular. Como conjunto de creyentes, todos somos “hijos* de Dios” (Gálatas 3:26), pero el ejercitar nuestra libertad ante el Padre de forma práctica es un asunto totalmente individual. Esto significa que no podemos disfrutar de las libertades de la filiación por otra persona, o viceversa; es algo que debemos experimentar individualmente. El ser “heredero de Dios” también se menciona aquí en singular, quizá por la misma razón.
Versículos 8-11.— Habiendo mencionado este increíble privilegio de la filiación, el apóstol señala ahora el tropiezo de los gálatas. Fueron salvos y estaban en la posición de hijos*, pero se habían vuelto a la ley. Bajo la ley, una persona se acerca a Dios a través de un sistema de métodos, ceremonias y rituales, las cuales le alejan de Dios. Este era el caso del judaísmo, que era una religión dada por Dios y diseñada para un pueblo terrenal que no ocupaba el lugar de filiación. Los que estaban en los tiempos del Antiguo Testamento se acercaban a Dios de esa manera porque “aun no estaba descubierto el camino para el santuario” (el Lugar Santísimo) (Hebreos 9:8). Al recurrir a ese sistema de la ley, los gálatas perdieron la libertad de su filiación. Su desvío no fue de su posición ante Dios como hijos* —porque tal posición es fija— sino en su conducta como hijos*. Nunca podemos perder nuestra posición de hijos*, pero sí podemos perder la libertad de esa posición, y ese era el problema de los gálatas.
Antes de que se convirtieran, “servían a los que por naturaleza no son dioses” y estaban esclavizados a esas falsas deidades (versículo 8). Esto muestra que aunque había algunos entre ellos que eran de origen judío, la mayoría de los gálatas eran gentiles convertidos. Y ahora, después de ser salvos, al volverse a la ley, estaban volviendo a la esclavitud de “los flacos y pobres rudimentos” de la religión terrenal. La diferencia era que el sistema de la ley mosaica era una religión ordenada por Dios de ceremonias y rituales, mientras que la adoración pagana tenía rituales corruptos. Ambos tenían rituales y ceremonias que se interponían entre el adorador y la deidad que adoraban. Por lo tanto, si un cristiano se adhiere al judaísmo ahora, a pesar de que era una religión ordenada por Dios, se pone en “esclavitud” (Hechos 15:10) y pierde su libertad como hijo*.
Esto ha ocurrido en gran medida en la cristiandad. El culto formal y estructurado ha llegado a ser aceptado en muchas denominaciones como la forma ideal de Dios. Y ha tomado el lugar de la libertad de la filiación que los cristianos tienen al acercarse a Dios. En la mayoría de los casos, este orden semi-judaico ha tenido sus raíces en el catolicismo y en las iglesias reformadas que han salido del catolicismo, cuando los creyentes tenían poca claridad en cuanto a la revelación cristiana de la verdad. En aquellos días, estaban saliendo de las tinieblas del romanismo y no entendían la verdadera naturaleza y vocación de la Iglesia. Ellos (como muchos hoy) creían que la Iglesia es el Israel espiritual, y que todas las promesas de Dios a los padres del Antiguo Testamento se han cumplido en la Iglesia de hoy, en un sentido espiritual. De ahí que no ven nada malo en mezclar las ideas judaicas de acercamiento a Dios con la adoración cristiana.
Por lo tanto, en lugar de acercarse a Dios en la libertad de la filiación, “dirigiéndonos libremente” a Él en una oración espontánea (1 Timoteo 4:5, traducción J. N. Darby), los cristianos de estos sistemas se han visto reducidos a utilizar libros de oración y programas de culto preestablecidos. El lenguaje utilizado en estos libros de oración denota un pueblo que adora a Dios a distancia. De ahí surge la idea de “rezar” una oración, que es la recitación de una oración prescrita. En estos sistemas, se dirigen a Dios como “Nuestro Padre Celestial”, como si estuviera lejos en el cielo, aunque la Escritura dice que los cristianos están sentados en lugares celestiales en la posición más cercana a Dios que una criatura pueda tener (Efesios 2:6). Los cristianos están en un lugar donde ningún sacerdote de la genealogía de Aarón podría estar: en la presencia inmediata de Dios en el santuario celestial, el verdadero “santuario” (Lugar Santísimo) (Hebreos 10:19). Estando en un lugar tan cercano a Dios, es apropiado que nos dirijamos a Él simplemente como “Padre”. Además, se usan los Salmos del Antiguo Testamento para expresar los sentimientos de los cristianos en sus oraciones y alabanzas. Los Salmos, como sabemos, están llenos de expresiones que indican que el adorador no tiene la seguridad de la salvación y la aceptación ante Dios a través de la obra consumada de Cristo. La gran consecuencia de que los cristianos adopten estas expresiones es que la libertad de la filiación en la presencia de Dios Padre se pierde en efecto. Aquellos que lo hacen, esencialmente terminan acercándose a Dios en el terreno del Antiguo Testamento.
Los grupos cristianos que tienen más claridad de la verdad y que entienden que el culto formal de las grandes iglesias eclesiásticas Reformadas no es el ideal de Dios, también pueden perder la libertad de la filiación en la presencia del Señor. Si el espíritu de legalismo se infiltra en tal conjunto de cristianos, se hará evidente por las oraciones de los santos que son rígidas y llenas de clichés repetitivos.
Versículos 10-11.— Los gálatas habían caído en ceremonias y rituales rudimentarios de la religión terrenal. Estaban observando “los días, y los meses, y los tiempos, y los años”. Al hacerlo, estaban recurriendo a un sistema que los pondría prácticamente en el terreno del Antiguo Testamento. Esto era una gran preocupación para el apóstol. Les dijo: “Temo de vosotros, que no haya trabajado en vano en vosotros”. Esto significa que temía por ellos en lo que respecta a su vida espiritual, porque estaban en el camino equivocado. Además, Pablo consideraba que su “trabajo” que había hecho en ellos no tuvo ningún efecto.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
En resumen, el primer punto de Pablo en el capítulo 4 es que si los cristianos mezclan los principios de la ley con la gracia, caerán en la “esclavitud” de la religión terrenal y perderán la libertad de su filiación en la presencia del Padre.
Aquellos que son gobernados por el legalismo se vuelven fríos e incompasivos: Capítulo 4:12-20
El apóstol luego habla de otro efecto negativo que resulta de mezclar la ley y la gracia: el creyente se vuelve frío e incompasivo en sus relaciones con los demás. Pablo señala la propia conducta de los gálatas hacia él como prueba de ello. Esto demuestra que si un cristiano vive sobre principios legalistas, no sólo afectará a su libertad en la presencia de Dios, sino que también afectará a su conducta entre sus hermanos.
Versículo 12.— Pablo comienza suplicándoles: “Sed como yo”. Está hablando aquí de lo que él era en la práctica: completamente librado de la ley. Quería que tuvieran la misma libertad que él tenía. También dice: “Porque yo soy como vosotros”. Es decir, en su posición estaban como él, pues todos los creyentes están en la misma posición ante Dios como hijos*. Hay un principio importante sobre el que Pablo actúa aquí y que no debemos olvidar: que no podemos esperar a tener el poder para sacar a otros de algo si nosotros mismos estamos atados a ello todavía. Pablo podía rogar a los gálatas que se libraran de la ley porque él mismo ya había sido librado de ella. Luego añade: “Ningún agravio me habéis hecho”. Aunque Pablo estaba entristecido por su desvío, quería asegurarles que no estaba personalmente ofendido por sus recientes acciones en contra de él.
Versículos 13-16.— Regresa a su principio y les muestra lo que el legalismo había hecho en sus vidas. Como nuevos cristianos, los tiernos brotes de la gracia habían comenzado a crecer en ellos, y era hermoso. Se veía en su genuino amor y cuidado para con el apóstol. Él tenía una “flaqueza de carne”, que era una enfermedad (tal vez de los ojos) que era una verdadera prueba para él en el servicio al Señor. Pero no le “desecharon” ni le “menospreciaron” por ello. Más bien, le trataron con ternura y le “recibieron” como “a un ángel de Dios”. Sus atenciones a él llegaron al punto en que, si fuera posible, se habrían sacado los ojos y se los habrían dado. Pero ahora, al volverse a la ley, esos tiernos brotes de gracia habían desaparecido de ellos. Los vientos fríos del legalismo habían enfriado sus corazones hacia Pablo, al punto en que ahora le trataban como un enemigo. Dice: “¿Heme pues hecho vuestro enemigo, diciéndoos la verdad?” Tal es el triste y lamentable resultado que produce un espíritu legalista; disminuye y restringe los afectos de un creyente hacia los demás.
El punto de Pablo es claro; el legalismo tiende a hacer que un creyente se vuelva frío e incompasivo. Una persona que vive en legalismo generalmente carecerá de gracia en su trato con los demás; tenderá a ser severo en sus acciones, en lugar de tener gracia. Por lo general, adoptará una línea dura en las cuestiones que surjan en la asamblea, en lugar de una línea más suave y de gracia. No estamos diciendo que tales personas nunca muestren gracia, pero lo que las caracteriza es la insensibilidad, la dureza y, a menudo, un espíritu crítico. Tales actitudes a menudo son dirigidas a los que no se adhieren a las normas y reglamentos de los legalistas.
Otra cosa que se puede aprender de esto es que la doctrina de una persona afecta a su conducta. La mala doctrina conduce a las malas prácticas (2 Timoteo 2:16). En el caso de los gálatas, habían aceptado una mala doctrina en cuanto a la ley, y eso produjo una mala conducta.
Aquellos que son gobernados por el legalismo pierden su discernimiento: Capítulo 4:17-19
Ahora Pablo se centra en otro triste resultado de mezclar la ley y la gracia: los que viven según los principios legales pierden su discernimiento espiritual. De nuevo, los gálatas evidenciaron esto. Pablo menciona al menos tres cosas que indican que habían perdido su sensibilidad espiritual.
Versículo 17.— En primer lugar, no habían discernido los malos motivos que actuaban en los maestros judaizantes en medio de ellos. Para exponer estos motivos ocultos, Pablo dijo con gran franqueza: “Tienen celos de vosotros, pero no bien”. Estos legalistas habían impresionado a los gálatas con su celo; hacían una demostración de devoción y ejercicio espiritual, y los santos de Galacia fueron engañados por ello. Esto demuestra que no tenían ningún discernimiento. Lamentablemente, estos falsos maestros tenían el propósito de alejar a los gálatas del apóstol para que les siguieran a ellos. Por lo tanto, Pablo dijo: “Antes os quieren echar fuera para que vosotros los celéis á ellos. Era evidente que los falsos maestros buscaban llevar a los creyentes “tras sí” (Hechos 20:30). Estaban buscando seguidores, y tristemente, los gálatas habían caído en ello. ¿Cómo sucedió esto? Al mezclar la ley con el cristianismo se habían vuelto insensibles a los actos de estos obreros malos que, en consecuencia, los engañaron.
Muchos queridos cristianos hoy en día han sido engañados de esta manera. Un obrero cristiano enérgico y entusiasta puede venir e impresionarlos con una muestra de piedad y devoción, y ellos se dejan impresionar por ello. A menudo, cuando la gente se deja seducir de esta manera, es porque no están arraigados en la fe (Colosenses 2:7). En Romanos 16:25, Pablo nos dice que hay dos cosas que son necesarias para “confirmar” al creyente: tener una comprensión de su “evangelio” y tener una comprensión de “la revelación del misterio”. Estar fundamentados en estas cosas habría ayudado a los gálatas a detectar el error y rechazar las artimañas de los maestros judaizantes.
Versículo 18.— Pablo explicó que el celo es bueno, pero debe ser en lo que es de “bien”. El celo en las cosas de Dios no es suficiente; debe ser según la verdad. Una persona puede ser sincera en algo, pero estar sinceramente equivocada. La prueba no es cuán entusiasta es una persona; más bien, si lo que presenta es la verdad. Esto demuestra que no podemos juzgar el mensaje que trae una persona simplemente por su conducta externa. Es cierto que la vida del siervo debe estar en acuerdo con el mensaje que trae (1 Tesalonicenses 2:1-8), pero lo más importante es que debe hablar la verdad. Muchos han sido engañados simplemente porque los hombres son celosos y sinceros en lo que enseñan. En otra parte, Pablo dice: “Con suaves palabras y bendiciones engañan los corazones de los simples” (Romanos 16:18). Por lo tanto, “examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
Versículos 19-20.— Un segundo aspecto que demostró que el discernimiento de los gálatas había sido afectado de manera perjudicial fue que no pudieron discernir los excelentes motivos del apóstol Pablo, quien era genuino en su amor y cuidado por su bienestar espiritual. Él deseaba su bien y su bendición, pero ellos no lo discernían, ¡y lo trataban como un enemigo!
En vista de su estado de confusión, Pablo les suplica como a sus queridos “hijitos” de los que tuvo que “volver otra vez á estar de parto, hasta que Cristo fuese formado” en ellos. Se sentía como si tuviera que empezar de nuevo con ellos porque habían retrocedido terriblemente. Utiliza la figura de un niño en el vientre de su madre para expresar la esclavitud restrictiva del legalismo en la que se encontraban; cuando una mujer da a luz, su hijo es liberado. Pablo hablaba de sus labores con ellos como una madre que da a luz para que los hijos lleguen a la verdadera libertad cristiana. Esto era un verdadero ejercicio maternal. No sólo dio a luz a sus conversos, sino que también crio a esos creyentes recién nacidos con las sencillas verdades de las Escrituras (1 Tesalonicenses 2:7-8). Con los gálatas, Pablo tuvo que “volver otra vez á estar de parto”, porque ya lo había hecho cuando estaban recién convertidos. Los había liberado de la esclavitud del paganismo, y ahora tenía que hacerlo de nuevo para sacarlos de la esclavitud del legalismo.
Vemos aquí cómo se forma a Cristo en los santos: es a través de la sana enseñanza. La doctrina correcta conduce a la práctica correcta. Una cosa es estar “en Cristo” (capítulo 3:26), y otra es que “Cristo sea formado en vosotros” (capítulo 4:19). Esto último tiene que ver con que el lado moral de la verdad tenga lugar en el creyente, de modo que los rasgos de Cristo, como la gracia, la bondad, la paciencia, el amor, etc., se vean en esa persona. La madurez cristiana consiste en ser como Cristo, pero lamentablemente esto había sido impedido en los gálatas a causa del legalismo.
En vista de su tropiezo, Pablo deseaba estar con ellos y “mudar” su “voz” para mostrarles lo preocupado que estaba. Estaba “perplejo” por cómo se habían desviado tanto del camino, y ellos no parecían darse cuenta. Del mismo modo, nosotros deberíamos sentirnos profundamente apenados, e incluso indignados, cuando alguien desvía a una persona del camino (2 Corintios 11:29).
Versículo 21.— Una tercera cosa que indicaba que el discernimiento de los gálatas había sido afectado está en el simple hecho de que no estaban discerniendo lo que la ley realmente decía. Pablo razona con ellos, diciendo: “Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley?” Los gálatas se habían vuelto tan insensibles que no oían lo que la ley exigía, ni se daban cuenta de lo que había producido en sus vidas. Esto demuestra que habían perdido el discernimiento.
Esta evidencia todavía se puede ver en los cristianos que se ponen bajo los principios legalistas hoy en día. Si uno les presentara los peligros del legalismo, en su honestidad no entenderían de qué está hablando. Una influencia cegadora en sus mentes legalistas los hace bastante insensibles a todo razonamiento lógico. Por lo general, descartarán cualquier reprensión que les den, pensando que están siendo fieles al Señor.
La prueba de que los gálatas se habían vuelto insensibles por su ocupación con la ley se atestigua en el hecho de que:
•  No pudieron discernir el verdadero carácter de los judaizantes que estaban obrando entre ellos (versículos 17-18).
•  No pudieron discernir el excelente carácter de amor genuino de Pablo y su preocupación por el bienestar de ellos (versículos 19-20).
•  No pudieron discernir lo que la ley realmente les decía y lo que les hacía (versículo 21).
Aquellos que son gobernados por el legalismo se vuelven una fuente de conflicto entre hermanos: Capítulo 4:22-31
Pablo pasa a hablar de otro triste resultado de mezclar la ley y la gracia. Es este: los que viven en los principios del pacto legal perseguirán a los que caminan en la gracia y serán una fuente de conflictos entre sus hermanos. De nuevo, los gálatas eran una prueba viviente de esto; se mordían y devoraban unos a otros (Gálatas 5:15).
Para demostrar este efecto devastador de mezclar los principios del sistema de la ley con la gracia, Pablo recurre a una “alegoría” del Antiguo Testamento. Los gálatas afirmaban entender la ley mosaica y estaban dispuestos a someterse a sus preceptos; entonces, seguramente podrían ver la fuerza de una ilustración extraída de uno de los libros de Moisés. La alegoría ilustra la incongruencia que existe entre la ley y el Evangelio, y la inevitable oposición que resulta de los que se rigen por los principios de la ley hacia los que caminan en gracia.
Versículos 22-23.— La alegoría presenta a Sara y su hijo contra Agar y su hijo. Estas dos mujeres tenían dos relaciones completamente diferentes con Abraham, y produjeron descendencias completamente diferentes. Los dos hijos ilustran la diferencia entre la esclavitud que existe en el sistema de la ley y la libertad en el cristianismo.
Versículos 24-27.— Las dos madres representan dos pactos: Sara el nuevo pacto de la gracia, y Agar el antiguo pacto de la ley. “Agar” se refiere al “monte Sinaí, el cual engendró para servidumbre” y se refiere a lo que es actualmente “Jerusalén”: el sistema de la ley. Por otro lado, “la libre” (Sara) vivía en la casa de Abraham como su esposa elegida. Ella corresponde a “la Jerusalén de arriba” (la Jerusalén celestial), que representa todo el sistema de la gracia divina. Es la madre de los que están en gracia. Pablo cita a Isaías 54:1 Para enfatizar la libertad que trae la gracia. Cuando la ley fue impuesta en el monte Sinaí, nadie se puso a cantar. Pero cuando la gracia llegue a la nación de Israel en un día venidero, habrá alegría y canto. “Alégrate, oh estéril, la que no paría; levanta canción, y da voces de júbilo”. Nota: este gozo que trae la gracia no es resultado de sus obras y esfuerzos; ¡son aquellos que “nunca estuvieron de parto”, los que dan a luz a sus hijos en ese día!
A continuación, Pablo enseña una lección muy conmovedora a partir de esta alegoría. La “sierva” (Agar), que era una esclava en la casa de Abraham, que vivía bajo las órdenes y reglamentos que correspondían a su papel en esa casa, sólo podía dar a luz a un esclavo (Ismael), uno igual a ella. Esto es todo lo que la ley producirá: ¡esclavos! Sin embargo, Dios no quiere esclavos en el cristianismo, es decir, aquellos que se rigen por normas y reglamentos. Hemos mencionado que los que se rigen por principios legalistas parecen vivir la vida cristiana como una cuestión de obligación, en lugar de un feliz privilegio. Por otro lado, “la libre” (Sara) vivió en la casa de Abraham como su esposa elegida. Dio a luz un hijo (Isaac) que no era un esclavo, sino el heredero de todo lo que Abraham tenía. Ella es una imagen de lo que produce la gracia; da a luz a aquellos que caminan en la feliz libertad y privilegio de la filiación. Esto es lo que Dios quiere en el cristianismo.
El resultado de que los dos hijos, nacidos bajo dos principios opuestos, habitasen en la misma casa fue que “el que era engendrado según la carne, perseguía al que había nacido según el Espíritu” (versículo 29). Los dos muchachos no podían convivir pacíficamente; Ismael se burlaba de la verdadera semilla, Isaac. La conclusión a la que llegó Abraham (por sugerencia de Sara) fue que el siervo-esclavo debía ceder lugar al hijo. La palabra, por tanto, fue: “Echa fuera á la sierva y á su hijo”. Ambos debían irse:
•  Agar representa a la ley.
•  Ismael representa a la carne bajo la ley.
Versículos 28-31.— Pablo hace una poderosa aplicación de esto. Ya que los gálatas insistieron en seguir el ejemplo de Abraham, Pablo señala algo que Abraham hizo y que ellos debían hacer: ¡echó fuera a la esclava y a su hijo! Ellos tenían que echar fuera la ley (como norma de vida) y la carne que la deseaba. La cosa “pareció grave” para Abraham, y probablemente también lo fue para los gálatas, pero aun así Abraham lo hizo (Génesis 21:9-14). Era el momento de que los gálatas lo hicieran también.
La persecución de Isaac por parte de Ismael sigue existiendo hoy en día, como dijo Pablo: “Así también ahora” (versículo 29). Estos dos principios opuestos de la ley y la gracia no pueden convivir juntas en la Iglesia. Aquellos que se rigen por principios legalistas serán contrarios a los que viven en la gracia, y serán una fuente de disputas y divisiones entre sus hermanos. Una observación es que las asambleas que viven bajo estos dos principios opuestos son asambleas divididas; la unidad práctica está en peligro constante. Es un hecho triste que el legalismo alimenta el conflicto y la división entre los santos de Dios. La razón es que los que viven en legalismo realmente están viviendo el cristianismo “según la carne”, aunque no lo ven. Aquellos que caminan en la gracia son el objeto de su resentimiento y crítica porque no caminan según sus reglas y normas.
Si damos lugar a la idea de que nuestro favor con Dios es un resultado de nuestro buen caminar y esfuerzos para agradar al Señor (la esencia del legalismo), dos cosas negativas resultarán inevitablemente. En primer lugar, desarrollaremos una actitud farisaica, estando orgullosos de mantener nuestras reglas y regulaciones. En segundo lugar, careceremos de gracia en nuestras interacciones con los demás y nos volveremos críticos con aquellos que no se adhieran a nuestras reglas. Esto seguramente provocará conflictos y divisiones entre los hermanos.
Aquellos que insisten en los principios legalistas para gobernar a los santos manifiestan:
•  Una falta de comprensión acerca de la forma en que Dios desarrolla el crecimiento espiritual de las almas. La espiritualidad y la santidad no se pueden alcanzar insistiendo en las restricciones legalistas impuestas a los creyentes. Puede parecer que funciona por un tiempo, pero tales medios no lograrán resultados positivos y duraderos en los cristianos.
•  Una falta de fe para confiar en que Dios realizará una obra real en las almas que son verdaderamente espirituales y piadosas. Esta falta de fe se manifiesta en su intento de realizar la obra de Dios en las almas por los medios carnales del legalismo.
Versículo 31.— El capítulo 3 concluye con el creyente visto como la “simiente” de Abraham, en lo que respecta a su posición ante Dios. El capítulo 4 concluye con el creyente visto como los “hijos” de Sara, en lo que respecta a su andar práctico entre los hombres. Sin embargo, es muy posible ser la semilla de Abraham, pero vivir como el hijo de Agar. Este fue el error de los gálatas.
Resumen de los tristes resultados de mezclar la ley con la gracia
Así, en el capítulo 4, Pablo nos ha enseñado que hay peligros serios y prácticos de mezclar la ley con la gracia. Los resultados son devastadores, no sólo individualmente en la vida del creyente, sino también colectivamente en la asamblea. Afecta la vida personal del cristiano en la presencia de Dios, y su vida entre sus hermanos. En pocas palabras, vivir sobre los principios del sistema de la ley:
•  Versículos 1-11.— Esclaviza al creyente, haciéndole perder la libertad de su filiación en la presencia de Dios.
•  Versículos 12-16.— Disminuye y restringe los afectos del creyente hacia los demás.
•  Versículos 17-21.— Causa una pérdida de discernimiento en el creyente e impide que se forme el carácter de Cristo en él.
•  Versículos 22-31.— Lleva a una persona a hostigar a los que viven en la libertad de la gracia, y llega a ser una fuente de contienda entre hermanos.

Exhortaciones sobre la gracia y libertad cristiana: Capítulos 5-6

En los capítulos 3–4 se nos enseña que el creyente es justificado sin la ley, y que mezclar la ley con los principios de la gracia es perjudicial para la vida cristiana en un sentido práctico. Ahora, en los capítulos 5-6, el apóstol exhorta a los gálatas a llevar una conducta cristiana correcta con respecto a estas verdades.
Siete exhortaciones
En esta última sección de la epístola hay siete diferentes exhortaciones a vivir una vida cristiana normal. En ellas se resume la vida práctica de un creyente que anda en la gracia. Estas exhortaciones van acompañadas de explicaciones y razones de por qué deben atender a ellas. Esta es una de las muchas bellezas del cristianismo; no sólo se nos exhorta a una vida cristiana correcta, sino que se nos dice por qué. Este no era el caso en el judaísmo; a los hijos de Israel se les decía que hicieran lo que Moisés les ordenaba, sin explicación alguna. Incluso Moisés a menudo no sabía por qué el Señor quería que hicieran esas cosas. Pero esto no es así en el cristianismo; tenemos un “racional culto” (Romanos 12:1). Hacemos con entendimiento las cosas que Dios nos ha pedido que hagamos.
1) Estar firmes en la libertad cristiana: Capítulo 5:1-15
El capítulo 4 terminó con lo que el creyente es por la gracia de Dios: “Libre”. Esto sirve como una transición a lo que sigue en estas exhortaciones. Pablo comienza con: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez á ser presos en el yugo de servidumbre”. Esta es una exhortación a la firmeza en nuestra postura y creencia respecto a “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3), y requiere una clara comprensión de la verdad que Pablo ha presentado en los capítulos 3–4. Es necesario que “estar firmes” en la verdad sea la primera de las exhortaciones de los capítulos 5–6; las exhortaciones que siguen fluyen de ella. Era imperativo, por lo tanto, que los gálatas estuvieran fundados en la fe cristiana, particularmente en lo que se refiere a la libertad del creyente. Si hubieran estado firmes en la verdad, los charlatanes que los habían engañado no habrían podido arrastrarlos a “un yugo de esclavitud” (ver también Juan 8:32).
Pablo no se refiere aquí a “estar firmes” en nuestra posición ante Dios en Cristo a través de la fe en Su obra terminada en la cruz (Romanos 5:2; 1 Corintios 15:1; 1 Pedro 5:12); nuestra posición es perfecta y completa y nunca puede ser alterada. Por lo tanto, no hay ninguna exhortación en las Escrituras en relación con nuestra posición en Cristo; es firme y segura en Cristo en el cielo. La firmeza a la que nos referimos aquí es una cosa práctica en la que uno se mantiene firme en sus convicciones respecto a la verdad (1 Corintios 16:13; Efesios 6:11-14; Filipenses 1:27; 4:1; 1 Tesalonicenses 3:8; 2 Tesalonicenses 2:15).
En los siguientes versículos (2-15), Pablo da una serie de razones por las que debían mantenerse firmes en la verdad.
La adopción de la ley efectivamente anula la obra expiatoria de Cristo
Versículo 2.— Para enfatizar la importancia de prestar atención a la exhortación de “estad firmes”, Pablo habla con todo el peso de su autoridad apostólica, diciendo: “He aquí yo Pablo os digo”. El punto de Pablo en este versículo es que la obra de Cristo es la única base verdadera de aceptación ante Dios para un creyente. Si una persona toma cualquier otra base para su aceptación, él, en efecto, anula la única base de expiación que hay.
Los judaizantes no les habían dicho a los gálatas que renunciaran a su fe cristiana, sino que añadieran su obediencia de la ley a la obra de Cristo, como una base adicional de aceptación con Dios. Pablo muestra que esto no puede ser. Dice: “Si os circuncidareis (término que se utiliza para referirse a la adopción del sistema de la ley), Cristo no os aprovechará nada”. Simplemente no puede haber dos bases de aceptación con Dios, dos salvaciones, o dos formas de vida. Aceptar una implica el rechazo de la otra. No puede haber una mezcla de ambas; cualquier desviación destruye todo el sistema de gracia. Por lo tanto, si los gálatas aceptaran el cumplimiento de la ley como su base de aceptación, en efecto habrían rechazado la obra de expiación de Cristo. Esto es algo muy serio. Si una persona confía en su cumplimiento de la ley para su justificación y aceptación ante Dios, entonces claramente no está confiando por fe en la obra terminada de Cristo para su justificación. Si ese es el caso, ¡esa persona no es salva! Por lo tanto, Pablo está diciendo: “¡No creo que quieras tomar esa ruta, porque si lo haces, te estás poniendo en posición de no ser salvo!”
La adopción de la ley pone a la persona bajo la maldición de la ley
Versículo 3.— Otra razón para “estar firme” en lo que la gracia ha logrado y no enredarse en la esclavitud del sistema de la ley es que los que adoptan tal sistema se ponen bajo la obligación de hacer todo lo que la ley manda. Pablo dice: “Y otra vez vuelvo á protestar á todo hombre que se circuncidare, que está obligado á hacer toda la ley”. La persona se ve obligada a obedecer todo el sistema y a guardar “toda la ley”. El problema aquí es que ¡nadie ha sido capaz de hacerlo! Además, el incumplimiento de la ley, lo cual es inevitable, ¡incurre en la maldición de la ley! Santiago confirma esto, diciendo: “Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos” (Santiago 2:10).
Los gálatas (y muchos cristianos de hoy en día) necesitaban entender que una persona no puede tomar la ley en partes, escogiendo cuáles obedecer y practicar. Si uno toma la ruta de la ley, entonces tiene que obedecer todo. Pablo ya lo había dicho en el capítulo 3: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (capítulo 3:10).
Por lo tanto, al adoptar la ley como su base de aceptación ante Dios, los gálatas no sólo se habían alejado del único camino real de aceptación ante Dios (en la obra terminada de Cristo); ¡sino que también habían adoptado lo que sólo los condenaba! No es de extrañar que Pablo dijera: “Oh gálatas insensatos” (capítulo 3:1).
La adopción de la ley priva a una persona de los beneficios que la gracia le asegura
Versículos 4-6.— Otra razón para “estar firme” en lo que la gracia ha logrado y no enredarse en el sistema de la ley es que, al adoptar ese sistema, el creyente se separa de Cristo y de las muchas bendiciones que tiene en Él. Pablo dice: “Quedan privados de todo beneficio de Cristo como separados de Él, todos los que son justificados por la ley” (traducción J. N. Darby). (Pablo no estaba sugiriendo que alguien pudiera ser realmente “justificado por la ley”, sino que ellos pensaban que podían serlo al tratar de cumplirla). Cristo ha muerto a todo ese sistema legal, y al resucitar de entre los muertos, está en una nueva posición en la que la ley no tiene conexión con Él. El cristiano está asociado con Cristo en ese nuevo lugar más allá de la muerte, y, por lo tanto, la ley tampoco tiene autoridad sobre él (Romanos 7:1-6). Al tomar los gálatas la ruta del legalismo, se habían apartado (si fuera posible) del terreno cristiano, en el que están todas sus bendiciones cristianas. En efecto, ¡se habían “separado de Él [Cristo]” y de todo lo que Él les había asegurado en la redención!
Al tomar tal posición, habían “caído de la gracia”. Nota: Pablo no dijo: “Habéis caído de la salvación”; la Escritura es clara en que el creyente en Cristo no puede perder su salvación. Sin embargo, es muy posible que un creyente caiga “de la gracia”, es decir, en lo que respecta a su comprensión y práctica. Por lo tanto, los gálatas habían “caído” (en experiencia) del lugar en el que la gracia los había puesto.
Versículo 5.— Pablo continúa dando un ejemplo de lo que habían perdido al caer de la gracia. Él dice, Nosotros por el Espíritu esperamos la esperanza de la justicia por la fe”. Habla de esto como algo que es normal para alguien que está en la gracia. Dice “nosotros”; no podía decir “vosotros” (como dijo en el versículo 4) porque estaba en duda si ellos estaban en el camino cristiano y si realmente tenían esa esperanza. Nota también: no dice que el cristiano espera la justicia, que era la posición del legalista, porque su justicia ha sido asegurada en Cristo (2 Corintios 5:21). Ahora el cristiano aguarda “la esperanza” de la justicia. Este es el estado glorificado, que será nuestro en el Arrebatamiento. (Esto es lo más cercano que tenemos a la venida del Señor en la epístola). La palabra “esperanza” en la Escritura no se usa como mucha gente la usa hoy en día: con cierta medida de incertidumbre (por ejemplo, dicen “eso espero” o “esperemos que sí”, etc.); más bien, la palabra “esperanza” en la Escritura es una certeza postergada.
Es “el Espíritu” el que pone esta esperanza en nosotros y da sentimientos y deseos acordes con la esperanza. La posición normal del cristiano es la de la esperanza. Sin embargo, si una persona adopta el sistema de la ley como su medio de justicia y su norma de vida, el Espíritu de Dios es obstaculizado para producir estos pensamientos y sentimientos cristianos normales en su alma. Cuando una persona se aferra a la ley, por lo general deja a un lado la venida del Señor como una esperanza. Esto muestra que hay algunas consecuencias serias al adoptar el cumplimiento de la ley.
En los versículos 5-6 tenemos “esperanza”, “fe” y “caridad [amor]”. Estos tres elementos son necesarios para vivir correctamente la vida cristiana. Si uno de ellos falta en nuestras vidas, nuestro caminar práctico se verá afectado. La “esperanza” nos permite mirar hacia adelante con confianza; la “fe” y el “amor” nos dan la energía para caminar en ese mundo que se opone a Dios. Pablo dice que la fe es impulsada por el amor; y el amor cristiano no puede ser producido por los rituales legalistas del judaísmo.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
En los versículos 1-6, Pablo ha mostrado que tener la ley como base para la justificación de un creyente pone en duda su posición ante Dios; ahora, en los versículos 7-15, muestra que este mal también afecta el estado del creyente en la tierra. En el capítulo 4 se ha referido a este tema, pero lo retoma aquí para subrayar la necesidad de mantenerse firme en la verdad de la libertad cristiana.
La adopción de la ley conlleva a un juicio gubernamental por parte de Dios
Versículos 7-10.— Pablo continúa dando otra razón por la cual los gálatas deben “estar firmes” en lo que la gracia ha logrado, y no adoptar el sistema de la ley. Los que promueven ese error entre los santos traen el juicio gubernamental de Dios sobre ellos mismos. Pablo dice: “Vosotros corríais bien: ¿quién os [estorbó] para no obedecer á la verdad?” Habían hecho un buen comienzo en sus vidas cristianas, pero alguien había estorbado su progreso. Al preguntar a los gálatas “quién” era el que les había hecho descarrilar, Pablo indicaba que había un cierto líder del elemento judaizante que era particularmente responsable de su alejamiento de la verdad. Al hacer esto, estaba rastreando el problema hasta su origen. Habían absorbido la mala doctrina de ese maestro. Pablo dice: “Esta persuasión no es de aquel que os llama”. Esto muestra que este movimiento hacia el sistema de la ley no era un movimiento divino. Es seguro que el Señor no los había persuadido a volverse a la ley.
Pablo quería que entendieran cómo había empezado esto. Algunos de ellos se habían llenado de “levadura” (una figura del mal en las Escrituras) de una fuente equivocada por mezclar la ley y la gracia; y al igual que la levadura se propaga en toda la masa, la mala enseñanza se había extendido a otros, hasta que muchas asambleas en esa región de Galacia habían sido leudadas por ella. En esto, Pablo ilustra cómo funciona la levadura. En el verso 10 dice: El que os inquieta”; luego en el verso 12 dice: Los que os inquietan”. Aparentemente comenzó con una persona que enseñaba la mala doctrina, pero rápidamente se extendió a otros que la promovieron. La enseñanza perversa de los judaizantes había afectado seriamente a los gálatas. Esto nos muestra lo cuidadosos que debemos ser en lo que (o a quién) escuchamos (1 Tesalonicenses 5:21). Pablo utiliza esta misma figura de la levadura en relación con el mal moral (1 Corintios 5:6-8); aquí se utiliza en relación con el mal doctrinal. Tanto el mal doctrinal como el moral tienen un efecto corruptivo en los santos de Dios. Como la levadura, el mal nunca es estático; sino que ganará terreno entre los santos hasta que sea juzgado.
Si bien esto es cierto en el caso de los incitadores del mal, Pablo no quería dar a entender que todos los gálatas eran responsables al mismo grado que los que enseñaban el error. Dijo: “Yo confío de vosotros en el Señor, que ninguna otra cosa sentiréis” (versículo 10). Él creía que el Señor no permitiría que la muchedumbre de los gálatas se viera tan profundamente afectada por este mal que no pudiera recuperarse. Creía que podían ser liberados del hoyo en el que se habían metido. Esto muestra la actitud apropiada de alguien que ministra la Palabra de Dios; debe compartir la verdad con fe, confiando en que Dios hará bien en las almas y producirá resultados positivos.
Sin embargo, Pablo agrega: “Mas el que os inquieta, llevará el juicio, quienquiera que él sea”. Él sabía que Dios seguramente ejecutaría un juicio gubernamental sobre los responsables, especialmente el líder del movimiento. Este principio es seguro: a los que “violaren” la casa de Dios, Dios los juzga (1 Corintios 3:17). Hay muchos que están inquietando al pueblo del Señor hoy en día con doctrinas y prácticas erróneas, y llevarán su juicio.
Podríamos preguntarnos por qué Pablo no exhortó a los gálatas a excomulgar a los judaizantes y exterminar así ese elemento que actuaba entre ellos. Sin embargo, en su estado, esto habría sido imposible. Los judaizantes estaban tan bien establecidos en las asambleas de Galacia que no había poder en esas asambleas para tratar con ellos; la mayoría, si no es que todos, habían sido engañados por estos falsos maestros y estaban apoyando su enseñanza.
Cuando esto ocurre en una asamblea, debemos, como hizo Pablo, recurrir a la soberanía de Dios, y descansar en el hecho de que Dios se ocupará de los que hacen el mal en Su casa. Mientras tanto, pueden apelar al Señor sobre el asunto. Pablo habló de esto a los corintios. Dijo que si no sabían qué hacer con el malhechor en medio de ellos, o si no tenían el poder en la asamblea para ejercer el juicio necesario sobre él, podían encomendar el asunto al Señor y “tener duelo”. Dios puede responder a su clamor y hacer que la persona sea “quitada” en muerte (1 Corintios 5:2; 1 Juan 5:16; 1 Pedro 4:17). La respuesta a tal debilidad no es dejar la asamblea, sino esperar en Dios en el asunto.
La adopción de la ley elimina la ofensa de la cruz
Versículos 11-12.— Pablo ha comparado la enseñanza de los judaizantes con el carácter de levadura; ahora habla de la naturaleza engañosa de su enseñanza.
Hablando hipotéticamente, dice: “Y yo, hermanos, si aun predico la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? pues que quitado es el escándalo de la cruz”. Una cosa que caracteriza la verdad del cristianismo es que hay una feroz persecución contra él, especialmente por parte de los judíos (1 Tesalonicenses 2:14-16). Esto se debe a que deja a un lado el judaísmo por completo y eso es ofensivo para ellos. Pero si los cristianos adoptaran el sistema de la ley, los judíos serían menos hostiles hacia el evangelio, y la persecución cesaría en gran medida. Los legalistas que estaban inquietando a los santos estaban promoviendo esto. Lo usaban como “anzuelo” ante los gálatas para que aceptaran sus enseñanzas. Enseñaban que si los creyentes adoptaban la ley, esto haría que “el escándalo de la cruz” cesara, y así escaparían de la persecución que enfrentaban diariamente. Querer escapar de la persecución es comprensible; sin embargo, la persecución es normal para el cristianismo. Si obedecemos la verdad del evangelio, es imposible evitarla; la naturaleza misma del cristianismo va en contra de todo lo que el hombre en la carne representa. Por lo tanto, había un elemento engañoso en la enseñanza de los judaizantes. Estaban presentando una falsa ventaja a los gálatas para que aceptaran sus enseñanzas.
Viendo el efecto de su maldad, Pablo deseó que los judaizantes, que estaban confundiendo a los gálatas, “fueren cortados” (versículo 12). Deseaba que se separaran de los santos, para que los santos se libraran de su influencia. Hamilton Smith dijo: “Su amor (el de Pablo) por la verdad y por el bienestar de los creyentes lo hizo intolerante con aquellos cuya enseñanza era destructiva a la verdad cristiana, robando a los santos la verdadera libertad, y llevándolos a practicar lo que era inconsistente con el cristianismo”.
La adopción de la ley abre la puerta para que la carne opere en la vida del creyente
Versículo 13.— Otra razón para “estar firme” en lo que la gracia ha logrado y no volverse a los principios de la ley es que ésta abre la puerta a la obra de la carne en la vida del cristiano; la misma cosa que el legalista está tratando de evitar. La conformidad a la ley no produce santidad como suponían los judaizantes, sino que estimula la carne.
Al confiar en que el Señor libraría a los gálatas de la ley (versículo 10), Pablo sabía que habría otro peligro muy real que les asechaba: caer en libertinaje. Esta era la “zanja al otro lado del camino”. Algunos, que han sido liberados de los principios legalistas, no han tenido cuidado con esto, y han dejado que el “péndulo” se mueva demasiado hacia el otro lado y han dado libertad a la carne para actuar en sus vidas. Esto no es más “cristiano” que el cumplimiento de la ley. Pablo encontró necesario, por lo tanto, advertir a los Gálatas, declarando: “Porque vosotros, hermanos, á libertad habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión á la carne”. Esto muestra que se puede abusar de la libertad que la gracia nos ha dado (Judas 4). Recordemos que, bíblicamente hablando, la libertad es libertad del pecado, no libertad para pecar. La libertad cristiana no es licencia para que la carne actúe, sino libertad para que el Espíritu opere en la vida del creyente. Es libertad para que la vida nueva se exprese, no libertad para que la vieja naturaleza se exprese. Por eso, Pablo añade: “Servíos por amor los unos a los otros”. El amor es un rasgo característico de la vida nueva. Si el Espíritu de Dios tiene libertad en la vida del cristiano, ésta se manifestará en expresiones prácticas de amor entre los santos. La verdadera libertad cristiana resulta en esta feliz actividad.
Versículos 14-15.—Pablo luego dice: “Porque toda la ley en aquesta sola palabra se cumple: Amarás á tu prójimo como á ti mismo”. Esto podría parecer contradictorio con lo que ha estado enseñando en la epístola. Ha estado insistiendo en que la ley no tiene aplicación para el cristiano, pero ahora se vuelve y cita la ley y habla de ella aparentemente como algo que el cristiano debe seguir. Sin embargo, los versículos 14 y 15 deben leerse juntos. Pablo no se está contradiciendo; está mostrando a los gálatas que sólo se estaban engañando a sí mismos al pensar que estaban cumpliendo la ley. La ley exige a la persona que está bajo ella que ame a su prójimo. Si los gálatas estuvieran realmente guardando la ley, ellos estarían amando a su prójimo. ¡Pero se estaban mordiendo y devorando unos a otros! Esta era la prueba más segura de que no guardaban la ley. Esto enfatiza su punto en el capítulo 4 de que mezclar la ley y la gracia causa una seria pérdida de discernimiento. Y si realmente estaban guardando la ley, ¡sólo probó que la ley no puede producir santidad y amor en la vida de una persona! Exige amor, pero no da la capacidad de cumplir con sus exigencias.
Tratar de guardar la ley en realidad abre la puerta a la carne en la vida del cristiano; resultará en todo tipo de manifestaciones carnales. Esto es porque el legalismo promueve la justicia propia. Nos enorgullecemos de que estamos guardando ciertas reglas y regulaciones que hemos establecido para nosotros mismos. Llevará a una actitud crítica y a la murmuración, particularmente contra aquellos que no se suscriben a nuestras ideas legalistas. Esto sólo produce conflictos entre los hermanos. Los gálatas eran un ejemplo real de esto. Habían adoptado la ley como regla de vida, pensando que eso perfeccionaría la santidad en sus vidas, pero todo lo que hizo fue estimular la carne. Pablo les advirtió que era mejor que “miraran” y que tuvieran cuidado, porque si ese espíritu continuaba sin ser juzgado, los santos se “consumirían los unos a los otros”.
Es un hecho que el legalismo es destructivo en una asamblea. Las asambleas que tienen legalismo entre ellas suelen ser asambleas marcadas por la contienda. No produce una unidad feliz y un amor genuino de unos por otros, sino discusiones, una actitud crítica, peleas internas, etc. Hamilton Smith dijo que él ha visto muchas asambleas dividirse y dispersarse a causa del legalismo.
2) Andar en el Espíritu: Capítulo 5:16-26
La primera exhortación fue a “estar firmes” en la verdad de lo que la gracia había hecho por nosotros a través de la obra terminada de Cristo (versículo 1). La siguiente exhortación es “andad en el Espíritu” (versículo 16). Este orden de exhortaciones es importante. Debemos estar firmes en la verdad antes de poder andar en ella en la práctica. Confirma la verdad del viejo refrán: “Nuestra doctrina forma nuestro caminar”. C. H. Brown dijo: “Hay que creer bien antes de poder caminar bien”. Qué cierto es esto. La primera exhortación se refería a lo que la gracia ha hecho por nosotros; esta segunda exhortación tiene que ver con el camino de la verdadera santidad.
La mente legalista que no entiende la verdadera libertad cristiana tratará de perfeccionar la santidad a través de la ley. Esto es lo que estaban haciendo los gálatas. Pablo les muestra el camino de Dios para la santidad y la consagración; les presenta el camino ordenado por Dios para refrenar la carne. Es simplemente: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne”. ¡Qué simple declaración de verdad es ésta! No hay necesidad de la complicada devoción a los más de 600 mandamientos y estatutos de la ley; el poder para la santidad en la vida del cristiano es a través del Espíritu Santo. La responsabilidad del creyente, por lo tanto, es “andar en el Espíritu”, y esto resultará en una santidad práctica.
Tres maneras en que un cristiano puede vivir con respecto a la carne
•  Por ley, en un intento fallido de refrenar la carne.
•  Por permisión, dejando que la carne vaya y haga lo que le plazca.
•  Por la libertad del Espíritu, la cual refrena la carne por medio del poder divino.
Por lo tanto, la libertad cristiana está en peligro por el legalismo, corrompida por la permisión, y sólo se perfecciona andando en el Espíritu. Cuando Pablo dijo: “Andad en el Espíritu”, no se refería a recibir y poseer el Espíritu de Dios. Todos los creyentes tienen el Espíritu Santo morando en ellos (1 Tesalonicenses 4:8; Santiago 4:6; 1 Juan 3:24), pero no todos los cristianos “andan en el Espíritu”. Esta es una afirmación un tanto abstracta que necesita más explicación. “Andar” significa seguir el curso diario de la vida. “Andar en el Espíritu” es tener nuestra ocupación diaria en la esfera de “las cosas del Espíritu”, que son los intereses de Cristo en la tierra (Romanos 8:5). Esto significa que debemos utilizar nuestro tiempo para leer las Escrituras, orar, cantar himnos, leer ministerio de sana doctrina, escuchar ministerio en grabaciones, meditar en esas cosas a lo largo del día, asistir a las reuniones de la asamblea, visitar y animar a otros cristianos (comunión), ejercitar nuestro don según la dirección del Señor, estar ocupados en la obra del evangelio, servir al Señor en buenas obras, etc. Cuando nos ocupamos de estas cosas en comunión con Dios, estamos caminando en el Espíritu. Cuando vivimos en esa esfera, el Espíritu de Dios estará libre para trabajar en y a través de nosotros, y Su poder estará presente para refrenar la carne. El resultado será que “no satisfaremos la concupiscencia de la carne”.
Romanos 8 amplía el tema de la liberación de la actividad de la naturaleza pecaminosa en el creyente. Los primeros cuatro versículos de ese capítulo dan el principio de la liberación de la carne. El Espíritu de Dios viene a morar en el creyente para darle poder y liberarlo de “la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). (Esta es una expresión técnica usada para denotar el funcionamiento de la vieja naturaleza, que es la carne). Para efectuar esta victoria sobre la carne, Dios trae un nuevo principio a la vida del creyente llamado “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. El Espíritu de Dios que mora en el creyente revoca los deseos de la carne para que él no sea esclavo de sus tendencias.
Para ilustrar esto, piense en la ley científica de la gravedad; todo objeto es atraído hacia el centro de la tierra por una fuerza invisible llamada gravedad; esto ocurre en toda la tierra. Se llama ley o principio de la gravedad. Tome cualquier objeto sólido; por ejemplo, un libro; sosténgalo a la distancia de los brazos y suéltelo, y caerá al suelo. Caerá al suelo tantas veces como se intente el experimento; es un principio universal. En cuanto a la naturaleza pecaminosa, ésta también es un principio universal, ya que está presente en todos los seres humanos. Quiere hacer una sola cosa: jalar a la persona hacia abajo, hacia el pecado.
Ampliando nuestra ilustración un poco más, supongamos que queremos cambiar las cosas para que, al soltar el libro, éste no caiga al suelo por la fuerza de la gravedad. Para ello, unimos al libro unos globos llenos de gas helio. Como la fuerza de elevación del helio es mayor que el peso del libro, cuando soltemos el libro se elevaría en el aire en vez de caer al suelo. Esto ocurre no porque se haya eliminado la ley de la gravedad, sino porque hemos aplicado un principio o ley más poderoso sobre el libro. Esto ilustra lo que Dios ha hecho por el creyente. La naturaleza caída no se quita cuando una persona se salva. No nos libraremos de este enemigo interior hasta que venga el Señor. Dios ha considerado oportuno dejarnos aquí en este mundo con la naturaleza caída todavía en nosotros (y el estado de nuestras almas es constantemente probado por ella), pero Él ha hecho una provisión completa para que vivamos por encima del poder de esa maldad. El poder del Espíritu Santo en nosotros, llamado “el Espíritu de vida en Cristo Jesús”, como el gas helio, ha sido introducido en nuestras vidas para anular la atracción hacia abajo de la naturaleza pecaminosa, de modo que podamos vivir libres de sus obras. Este es el camino de Dios para la santidad.
En Romanos 8:5-14, Pablo muestra cómo se puede tener una liberación constante de la carne. Explica que hay dos dominios, o esferas, en las que una persona puede vivir; una esfera que pertenece a la carne, y una esfera que pertenece al Espíritu. Habla de una esfera como “las cosas de la carne”, sin entrar en detalles, pero todos sabemos qué tipo de cosas le gustan a la carne. Dice: “Porque los que viven conforme á la carne, de las cosas que son de la carne se ocupan”. “Ocuparse” en algo significa “prestarle atención”. En eso vive el hombre perdido, pues no conoce otro dominio; sin embargo, es posible que los cristianos vivan también en esa esfera. Luego menciona una segunda esfera: “Las cosas del Espíritu”, de nuevo sin dar detalles. Como ya se ha dicho, estas serían las cosas que tienen que ver con los intereses de Cristo.
Estas dos esferas son exactamente opuestas y sus intereses son polos opuestos. Una sirve a los intereses del “yo”, y la otra a los intereses de Cristo. De estas esferas salen dos caminos, por así decirlo, y los dos caminos llevan a destinos opuestos. Uno lleva a lo que es verdaderamente “vida y paz”, y el otro lleva a la “muerte”. El apóstol no habla aquí de la muerte física, sino de la muerte moral en la vida del creyente. La muerte, como sabemos, tiene siempre la idea de separación. En este versículo se refiere a una separación en nuestro vínculo de comunión con Dios.
Luego, en Romanos 8:12-13, Pablo da una conclusión instructiva, diciendo: “Porque si viviereis conforme á la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis”. Su punto es sencillo: si vivimos (caminamos) en la esfera de la carne, eso traerá la muerte. Cuando alimentamos la carne, ésta se impondrá en nuestras vidas y nos dominará, y así destruirá nuestra comunión con el Señor. Pero si vivimos en la esfera del Espíritu, el Espíritu tomará el control de nuestras vidas y tendremos mucho poder para vivir una vida santa para la gloria de Dios. Cada cristiano tiene la posibilidad de elegir en qué esfera quiere vivir, y esto nos pone constantemente a prueba para ver cuánto de Cristo realmente deseamos.
Versículos 17-18.— Volviendo al capítulo 5 de Gálatas, el apóstol nos dice que habrá una lucha constante con la carne en la vida del creyente si no anda en el Espíritu. No es necesario pasar por tal dificultad, porque Dios ha hecho una provisión completa para que vivamos por encima de las tendencias de la carne, como hemos mencionado. Él describe esta lucha —que todos conocemos muy bien— diciendo: “Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una á la otra, para que no hagáis lo que quisieres”. Teniendo una nueva vida con nuevos deseos por las cosas de Dios, el creyente naturalmente quiere hacer la voluntad de Dios, pero si no camina en el Espíritu, la carne estará activa, y no podrá hacer las cosas que la nueva vida desea. El resultado es que hay una lucha (conflicto) en el alma, en la que a menudo experimenta el fracaso. Esto lleva a la frustración. Muchos cristianos no conocen más que esta experiencia decepcionante y recurrente en sus vidas. Algunos están tan desanimados que culpan a Dios por ello, pensando que el cristianismo funciona sólo en teoría, pero no en la práctica. Sin embargo, el problema es que no están caminando en el Espíritu.
Este conflicto del alma no es exactamente el mismo que el de Romanos 7:14-24, que ve a una persona con una vida nueva, pero sin el Espíritu Santo. El hombre de Romanos 7 se esfuerza por hacer el bien, pero fracasa porque no tiene el poder para hacerlo, porque ese poder proviene de tener el Espíritu. Tampoco debe confundirse este conflicto con el de Efesios 6:10-12, que tiene que ver con el creyente combatiendo los engaños de los espíritus malignos en las regiones celestes. Ellos están allí tratando de arruinar nuestro gozo de nuestras bendiciones espirituales en Cristo. Gálatas 5:17 describe un conflicto contra la carne que resulta cuando el creyente no anda en el Espíritu; mientras que Efesios 6:10-12 describe un conflicto que resulta cuando el creyente sí anda en el Espíritu.
Pablo añade: “Mas si sois guiados del Espíritu, no estáis bajo la ley”. Nos muestra que si caminamos en el Espíritu, experimentaremos la victoria sobre la carne, y eso se logrará sin la ley. La ley nunca podría producir una vida santa; Dios nunca lo propuso así. Su camino de santidad está en andar en el Espíritu. La gracia le da al creyente la vida nueva y el Espíritu Santo; si camina en el Espíritu y es guiado por el Espíritu, vivirá para la gloria de Dios.
“Obras” y “fruto”
Versículos 19-21.— Ya sea que se trate de libertinaje inmoral o de debates airados, el creyente necesita entender que todo viene de la misma fuente: la carne. Por lo tanto, Pablo procede a hablar de “las obras de la carne”. Enumera unas 16 cosas que emanan de la carne.
•  Los males morales, que son contra uno mismo: “Fornicación, inmundicia, disolución” (versículo 19). (“Adulterio” en la Reina-Valera Antigua no está en el texto griego original).
•  Los males espirituales, que son contra Dios: “Idolatría, hechicerías” (versículo 20a).
•  Los males sociales, que son contra los hombres: “Enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos” (versículos 20b-21).
Pablo añade: “...y cosas semejantes a éstas”, indicando que ésta no es, de ninguna manera, una lista exhaustiva. Un creyente es capaz de fallar, y la carne es capaz de manifestarse en una o más de estas cosas, pero tales cosas no lo caracterizan. Por otra parte, los que “hacen” estas cosas por hábito, no son hijos de Dios y no “heredarán el reino de Dios”.
Versículos 22-23.— Pablo habla del “fruto del Espíritu”. Cuando estamos caminando en el Espíritu, estas bellas características se verán en nuestras vidas. A menudo las llamamos “frutos” (plural) del Espíritu, pero es “fruto” (singular) en nueve partes. Puede que no todos seamos maestros y predicadores dotados, pero todos podemos manifestar el fruto del Espíritu. Las nueve cosas que Pablo enumera aquí al describir el carácter normal del cristiano son realmente las características morales de Cristo mismo. Por lo tanto, el creyente que camina en el Espíritu manifestará a Cristo en su vida.
•  “Caridad [amor], gozo, y paz” son quizás hacia Dios (versículo 22).
•  “Tolerancia, benignidad, bondad” son hacia el hombre (versículo 22).
•  “La fe [fidelidad], la mansedumbre, la templanza [dominio propio]” son relacionadas con uno mismo (versículos 22-23).
Pablo añade: “...contra tales cosas no hay ley”. Esto no significa que la ley no esté en “contra” de estas excelentes cualidades morales, sino que no hay ninguna ley que pueda producir estos rasgos semejantes a los de Cristo en un creyente. Sólo son producidos por el Espíritu de Dios cuando uno anda en el Espíritu.
El cambio tan notorio de la palabra “obras” (al describir la carne) a “fruto” (al describir el Espíritu) tiene la intención de transmitir el pensamiento de que la voluntad y la energía humana están involucradas en una, y la energía pasiva del Espíritu en la otra. Al llamar “obras” a esas cosas de la carne, se indica que la voluntad del hombre es activa al hacerlas, y que, por tanto, es responsable por ellas. La carne tiene sus obras, pero no produce ningún fruto para Dios. Al llamar “fruto” a las cosas que son producidas por el Espíritu, indica que esas excelentes cualidades de Cristo no son un resultado de nuestro trabajo, sino el resultado de la obra silenciosa de Dios en el creyente. Si se le da al Espíritu el lugar que le corresponde en la vida del creyente, su poder mantendrá la carne bajo control y formará las bellezas morales de Cristo en él.
Versículos 24-25.— En conclusión, Pablo dice: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias”. Esto significa que la posición que hemos tomado al profesar ser cristianos implica la aceptación del juicio de Dios sobre la carne. Por la fe vemos nuestra carne juzgada en la cruz de Cristo. Pablo dice entonces: “Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu”. Nuestro lugar cristiano es “vivir en el Espíritu”; puesto que esto es así, la práctica normal en el cristianismo es “caminar en el Espíritu”. Por lo tanto, para andar en coherencia con el estado cristiano normal, debemos andar en el Espíritu, porque vivimos en el Espíritu. F. B. Hole dijo acerca de esto: “Un pájaro no puede tener su vida en el aire y a la vez todas sus actividades bajo el agua. Un pez no puede tener su vida en el agua y a la vez sus actividades en la tierra. Y los cristianos no pueden tener su vida en el Espíritu y sus actividades en la carne”. Por lo tanto, nuestro andar ciertamente debe ser en acuerdo a nuestra vida en el Espíritu.
El hermano Darby hizo una nota a pie de página en su traducción, indicando el uso de dos palabras diferentes para “andemos” en esta parte tan práctica de la epístola. En Gálatas 5:16 la palabra se refiere a nuestra manera general de vivir, mientras que en Gálatas 5:18,25 y Gálatas 6:16, se refiere a la norma característica de nuestra vida.
Versículo 26.— El comentario final de Pablo con respecto a andar en el Espíritu revela el triste estado en el que habían caído los gálatas. Su falsa búsqueda de la santidad a través de la ley sólo había dado lugar a la carne entre ellos. La vida en las asambleas de Galacia había declinado a una competencia carnal, en la que cada uno buscaba superar al otro en santidad en un intento de alcanzar la súper-espiritualidad. Por eso, la palabra de advertencia de Pablo es: “No seamos codiciosos de vana gloria, irritando los unos á los otros, envidiándose los unos á los otros”. Aprendemos de esto que la carne llegará incluso a usar las cosas de Dios para ponerse por encima de los demás. Que esto sea una advertencia para nosotros.
Por lo tanto, Pablo ha tocado dos grandes puntos que resultan cuando el creyente anda “en el Espíritu”:
•  Tenemos la victoria sobre los deseos de la carne (versículos 16-21).
•  Los rasgos de Cristo se ven en nosotros (versículos 22-23).
Estas son las dos cosas que los legalistas estaban tratando de lograr con guardar la ley, pero sólo estaban fracasando.
3) Restaurar a los que han sido tomados en alguna falta: Capítulo 6:1
La primera exhortación de Pablo a los gálatas en el capítulo 5:1-15 se basó en el hecho de que la posición y la aceptación del cristiano ante Dios no es por el cumplimiento de la ley. Su segunda exhortación en el capítulo 5:16-26 ha mostrado que la vida cristiana tampoco se basa en el cumplimiento de la ley. Ahora, en el capítulo 6, muestra que el ministerio cristiano tampoco se logra por medio de la ley. Las exhortaciones restantes de este capítulo tienen que ver con que el creyente guiado por el Espíritu manifieste amor y cuidado por los demás en el verdadero servicio cristiano. El legalismo tiende a encerrar los afectos de una persona y hacer que no piense en los demás, pero la gracia que actúa en el creyente que camina en el Espíritu le llevará a sacrificarse por el bien de los demás. Los siguientes aspectos en este capítulo son cosas que sólo la gracia llevará a una persona a hacer.
Versículo 1.— El fracaso es el resultado inevitable cuando una persona vive según los principios de la ley. Pablo ha mostrado que la ley no refrenará la carne en la vida del creyente, sino que sólo la avivará, y por lo tanto, le hará fracasar. Él caerá en cualquiera de las cosas carnales mencionadas en el capítulo 5:19-21, y por lo tanto, necesitará restauración. Es conveniente, por lo tanto, que la siguiente exhortación de Pablo sea: “Hermanos, si alguno fuere tomado en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el espíritu de mansedumbre; considerándote á ti mismo, porque tú no seas también tentado”.
Nota: al creyente “tomado en alguna falta” no se le dice que se restaure a sí mismo; la carga y la responsabilidad es de sus hermanos para recuperarlo. ¿Pero quién de sus hermanos debe hacerlo? Pablo dice: “Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal”. Una persona espiritual no es necesariamente la que sabe mucho de la verdad, o está dotada para predicar o enseñar, sino la que camina en el Espíritu. La manera en que los “espirituales” deben restaurar a un hermano o hermana que ha caído es “con espíritu de mansedumbre”. La mansedumbre implica no ofender. Tenemos que ser especialmente cuidadosos para no ofender a los caídos en nuestro intento de ayudarlos. Esto requiere la sabiduría que sólo fluye de la comunión con el Señor. No ayudaremos a la persona señalándola con nuestro dedo. Regañar y hablar con desprecio a los caídos no los restaurará, sino que sólo los alejará más. F. C. Blount dijo: “No es posible lavar los pies de tu hermano con un garrote. Podrías llenarlo de moretones, pero esto no lograría su limpieza”. Pablo añade: “Considerándote a ti mismo, porque tú no seas también tentado”. Esto habla del juicio propio. Debemos ir a los caídos con el espíritu de habernos juzgado a nosotros mismos, dándonos cuenta de que podríamos haber hecho lo mismo. El efecto de la restauración se verá estorbado en una persona si nos acercamos a ella considerándonos justos en nuestros propios ojos.
Pablo ha especificado tres cosas en esta obra de recuperar a los caídos:
•  Quién debe hacerlo: los que son “espirituales”.
•  Qué hay que hacer: “Restaurad a tal”.
•  Cómo debe hacerse: “Con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo”.
Nota: no dice, “Vosotros que sois legalistas, restaurad al tal...” porque un cristiano cuya vida está ordenada por el legalismo probablemente usará tales principios al intentar restaurar a una persona caída, y esto no producirá restauración. La ley exige obediencia y condenará si hay la más mínima falta de cumplimiento a sus demandas, y por ende no puede restaurar a un creyente; sólo la gracia puede hacerlo. Tampoco se les dice a los “espirituales” que corrijan la carne en la persona que ha caído, porque la carne no puede ser corregida, ni por la ley ni por la gracia; es incorregible. El creyente sorprendido en una falta sólo será puesto en el camino correcto al: 1) darse cuenta de su posición de libertad ante Dios en la gracia, y 2) andar en el Espíritu. Éstas son la esencia de las dos grandes exhortaciones en el capítulo 5.
4) Sobrellevar los unos las cargas de los otros: Capítulo 6:2
La gracia no sólo nos llevará a restaurar a los caídos (versículo 1), sino que también nos llevará a ayudar a nuestros hermanos que están bajo las cargas de la vida (versículo 2). De ahí que Pablo diga: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Estas “cargas” son las pruebas, penas, enfermedades, etc., que uno experimenta en la vida. Lo que quiere decir aquí es que debemos ser sensibles a lo que nuestros hermanos están pasando y tratar de consolarlos de alguna manera, si podemos. Puede ser aconsejándoles o ayudándoles en algún asunto práctico, e incluso de forma económica. En este sentido, los cristianos debemos sobrellevar las cargas, pues somos “guardas de nuestro hermano” (Génesis 4:9).
Al sobrellevar las cargas de los demás, cumplimos “la ley de Cristo”, que es vivir según la norma en la que Él vivió cuando estuvo aquí en la tierra. Toda Su vida se entregó en sacrificio por los demás. La ley de Cristo es la norma de la nueva creación.
Sacrificarse para ayudar a los demás es algo que los que están arraigados en el legalismo no piensan hacer. El espíritu crítico suele manifestarse cuando se hace evidente que hay una necesidad. En lugar de sobrellevar sus cargas, la mente legalista criticará a la persona por encontrarse en tal situación. Todo esto tiende a arruinar la paz y la unidad práctica en una asamblea local, en vez de edificarla.
Los gálatas eran celosos de la ley, pero desgraciadamente, tenían ante sí la ley equivocada; necesitaban “la ley de Cristo”.
5) Examine cada uno su propia obra al hacerla: Capítulo 6:3-5
Otra tendencia de los que viven en el legalismo es la del orgullo y los celos. La siguiente exhortación de Pablo habla de esto: “Porque el que estima de sí que es algo, no siendo nada, á sí mismo se engaña. Así que cada uno examine su obra, y entonces tendrá gloria sólo respecto de sí mismo, y no en otro”. Cuando nos ponemos reglas para nosotros mismos, y las seguimos con cierto éxito, podemos llegar a sentirnos orgullosos de ello. Podemos creer que estamos haciendo esas cosas por el Señor, pero si emanan de la carne religiosa, hay una alta probabilidad de que produzca un espíritu de celos y competitividad hacia los demás.
El remedio de Pablo para esto es que “cada uno” debe ponerse delante del Señor para saber qué es lo que Él quiere que haga. Debe “examinar su obra” haciéndola en el temor de Dios, sin mirar a su alrededor lo que otros están haciendo. Hay algo hermoso en servir al Señor con humilde contentamiento y en tener un sentimiento íntimo de Su aprobación en ese trabajo. La persona que hace esto tendrá “gloria sólo respecto de sí mismo, y no en otro”. Esto es algo que una persona legalista no tiene, y una de las razones por las que trata de regular la vida de los demás según sus propios principios. Se imagina que la paz y la aprobación vienen a través de que los demás sigan sus ideas, y eso le lleva a interferir en sus vidas y en el servicio que ellos hacen para el Señor.
Pablo añade: “Porque cada cual llevará su carga”. La palabra “carga” en este verso, en el griego, es diferente a la del verso 2, aunque ambas se traducen como “carga” en la Reina-Valera Antigua. En el verso 2, se refiere a las cargas que podemos sobrellevar por otros; aquí, en el verso 6, es la carga que llevamos en el cumplimiento de nuestro servicio para el Señor. Hay dificultades y pruebas particulares en el servicio que se nos ha dado para hacer, las cuales otros no pueden llevar por nosotros. Si lo hicieran, estarían haciendo nuestro trabajo. Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene que llevar “su carga”.
Estas dos clases de cargas se distinguen simbólicamente en Números 4:19: “Aarón y sus hijos vendrán y os pondrán á cada uno en su oficio, y en su cargo. Literalmente, el “oficio” de los levitas se refiere a su trabajo cuando el tabernáculo estaba levantado y el pueblo se acercaba a Jehová con sus sacrificios; la “carga” de cada levita se refiere a su trabajo de transportar el tabernáculo en sus viajes a un nuevo sitio. Aarón es una figura de Cristo aquí, que actualmente está dando a cada creyente de hoy un “oficio” que debe hacer para Él, y una “carga” que debe llevar para Él. Tanto el “oficio” que tenemos que realizar como la “carga” relacionada con la realización de ese trabajo son los que tenemos que llevar nosotros mismos, y nadie puede llevar esa carga por nosotros, sino que el Señor nos dará gracia para ello (Santiago 4:6). Es interesante notar, sin embargo, que en relación con la primera clase de cargas en Gálatas 6:2, los hijos de Israel dieron a los levitas “carros”, y así los ayudaron a llevar sus cargas (Números 7:3-8), pero no podían ayudar a los levitas en su “oficio” en el tabernáculo, porque sólo a ellos se les permitía manejar los utensilios sagrados.
6) Comunicando a los que instruyen en la palabra: Capítulo 6:6-9
Hasta ahora en este capítulo, hemos visto la gracia hacia un hermano que ha caído (versículo 1), la gracia hacia un hermano agobiado (versículo 2), la gracia con respecto a nuestro propio trabajo para el Señor (versículos 3-5), y ahora vemos la gracia cristiana hacia un hermano que se dedica a enseñar la Palabra a los santos (versículos 6-9).
Pablo dice: “Y el que es enseñado en la palabra, comunique en todos los bienes al que lo instruye”. El punto aquí es que aquellos que reciben del ministerio de la Palabra a través de uno de los dones en el cuerpo de Cristo (es decir, un maestro) tienen la responsabilidad personal de “comunicarle” en asuntos materiales. Esta es la forma en que Dios apoya el ministerio de Su Palabra entre Su pueblo. Pablo no menciona el establecimiento de un sistema en el que el predicador reciba un salario fijo, como el que se practica en la mayoría de las denominaciones hoy en día. La comunicación en la forma en que Pablo habla aquí es puramente a nivel personal, pero también debe hacerse a nivel colectivo. Filipenses 4:14-16 indica que las asambleas deben ejercitarse en ministrar financieramente a los que enseñan y predican la Palabra.
En los versículos 7-8, Pablo introduce el principio del gobierno de Dios para animar a los gálatas a comunicarse con los siervos del Señor. Él muestra que el principio de sembrar y cosechar forma parte de los caminos gubernamentales de Dios. Él no sólo tiene juicios disciplinarios para corregir a Su pueblo, sino que también extiende Su favor gubernamental (en un sentido práctico), si hacen el bien. Por lo tanto, la siembra y la cosecha tienen un resultado tanto positivo como negativo. Estos versículos suelen ser tomados en un sentido negativo y utilizados como advertencia, pero el contexto es el lado positivo del gobierno de Dios. Pablo nos está animando a sembrar para el Espíritu, porque con certeza cosecharemos de manera positiva. Es cierto que si sembramos para la carne, “segaremos corrupción”, pero también es cierto que si sembramos para el Espíritu, “segaremos vida eterna”. Puesto que esto es así, la conclusión de Pablo es: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; que á su tiempo segaremos, si no hubiéremos desmayado”. Esta era una exhortación necesaria para los gálatas, porque la mente legalista que no entiende la verdadera libertad cristiana suele ser tacaña con las posesiones materiales.
Pablo tenía otra razón para introducir el tema del gobierno de Dios. Los oponentes de la gracia argumentaban que, si la ley no tenía parte en la vida del creyente, no habría ninguna restricción contra una vida pecaminosa. Una persona podría creer en el Señor Jesús para la salvación y luego salir y vivir una vida pecaminosa, y todavía sería aceptada por Dios. Pablo muestra aquí que, aunque el creyente siempre es aceptado (Efesios 1:6), no se sale con la suya. Si un hijo de Dios elige vivir según la carne, existe el gobierno del Padre en la vida de sus hijos, disciplinando a los que pecan voluntariamente en el camino. Un creyente no puede seguir pecando en su vida sin pagar un precio de sufrimiento bajo la mano del Padre. El temor de caer en Su juicio gubernamental en nuestras vidas debe ser una fuerte motivación para juzgar la carne y caminar en el Espíritu (1 Pedro 1:16-17). Nuestro problema es que sembramos en la carne, ¡y luego oramos para que tengamos una buena cosecha! Sin embargo, nada se escapa del ojo de Dios; Él tiene en cuenta todo y trata con nosotros según Su gran amor y perfecta sabiduría. Uno de nuestros himnos dice, con razón, que “cada hecho Suyo es bendición a colmo” (Himno no 640 del Himnario de los Mensajes del Amor de Dios).
Si hemos sembrado para la carne, no debemos rendirnos en la desesperación y pensar que no hay esperanza en seguir adelante. Es importante darse cuenta de que, si bien hay un juicio gubernamental en cuanto a nuestras malas acciones, también existe el perdón gubernamental hacia aquellos que se arrepienten y se juzgan a sí mismos (1 Juan 1:9; Santiago 5:15). Si Dios ve un espíritu humilde y contrito en nosotros, puede levantar (perdonar) el juicio disciplinario que ha puesto sobre nosotros. Todos hemos experimentado esta misericordia de una manera u otra. El hermano Grant dijo: “No podemos pensar que Dios es incapaz de librarnos del fruto resultante de nuestra siembra, si es que realmente nos juzgamos en nuestras almas con respecto a lo que hemos sembrado. Porque, para el cristiano, la cosecha de lo que sembró es sólo con el fin de producir juicio propio en él. Y si lo juzgamos anticipadamente, quizá no habrá ninguna necesidad de cosecharlo”. Por lo tanto, si hemos fallado, juzguémonos a nosotros mismos para poder ser restaurados y experimentar Su perdón gubernamental; puede ser que no tengamos que cosechar lo que hemos sembrado. Hay misericordia con el Señor.
7) Hacer bien a todos: Capítulo 6:10
La última exhortación de Pablo es: “Hagamos bien a todos”. “Todos” es una palabra muy amplia, que alcanza incluso a los que están fuera de la comunidad cristiana. Indica claramente que debemos interesarnos por el bienestar de los demás; es la disposición normal del corazón que está “afirmado ... en la gracia” (Hebreos 13:9). Tal gracia hacia los perdidos puede ser el medio de abrirles una puerta al evangelio. John Wesley dijo muy ciertamente: “Haz todo el bien que puedas, de todas las maneras que puedas, a todos los que puedas, mientras puedas”.
El legalismo, por otro lado, tiende a producir una disposición interna que sólo mira al yo y a sus intereses. Algunos han estado tan aferrados al legalismo que ni siquiera piensan en orar por los que están fuera de la asamblea, y mucho menos en acercarse a ellos. La mente legalista que no está establecida en la verdadera libertad cristiana no será rica en buenas obras hacia los demás.
Pablo añade que la gracia cristiana y las buenas obras han de ser “mayormente á los domésticos de la fe”. Esto muestra que nuestra primera responsabilidad es hacia nuestros hermanos, pero no debemos olvidar también a los que están fuera de la casa de la fe.
Resumen de las exhortaciones prácticas en los capítulos 5–6
1.  1“Estad firmes” en la libertad en la que la verdad ha puesto a todo cristiano (Gálatas 5:1-15), porque adoptar la ley:
•  En efecto, anula la obra de Cristo en la expiación: versículo 2.
•  Pone a la persona bajo la maldición de la ley: versículo 3.
•  Priva a la persona del beneficio que la gracia le ha asegurado: versículos 4-6.
•  Trae el juicio gubernamental de Dios: versículos 7-10.
•  Elimina la ofensa de la cruz, la cual es parte del cristianismo: versículos 11-12.
•  Abre la puerta para que la carne actúe en la vida del creyente: versículos 13-15
2.   “Andad en el Espíritu” para no satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16-26).
3.  “Restaurad” a los que han sido tomados en alguna falta (Gálatas 6:1).
4.  “Sobrellevad” las cargas los unos de los otros (Gálatas 6:2).
5.  “Examine” cada uno nuestro propio trabajo haciéndolo en el temor de Dios (Gálatas 6:4-5).
6.  “Comunicad” en cosas materiales a los que enseñan la verdad, porque hay una gran recompensa en hacerlo (Gálatas 6:6-9).
7.  “Haced el bien” a todos (Gálatas 6:10).
El contraste entre las intenciones de Pablo y las de los judaizantes: Capítulo 6:11-16
En los comentarios finales de Pablo, lo vemos descubrir su corazón ante los gálatas, esperando que vean que sus motivos eran puros. No deseaba otra cosa que la gloria de Dios y el bien y la bendición de los gálatas. Al mismo tiempo, expuso los motivos ocultos de los judaizantes que habían desviado a los gálatas del camino.
Versículo 11.— Pablo escribió con su propia mano solo dos de sus epístolas inspiradas: Gálatas y Filemón (Gálatas 6:11; Filemón 19). Las demás se las dictó a alguien que las escribió, y luego les puso sus saludos finales de su puño y letra, autentificándolas así (2 Tesalonicenses 3:17).
Señala el hecho de que había escrito esta epístola con “grandes letras”. Esto puede deberse a que tenía mala vista y no podía ver bien (Gálatas 4:15), pero lo más probable es que fuera para enfatizar la importancia de su mensaje. La gravedad del error en el que habían caído los gálatas requería que les escribiera personalmente, y con énfasis; de ahí el uso de letras grandes. Su deseo tan serio y sincero para los gálatas era que fueran librados de las enseñanzas de los maestros judaizantes. No tenía motivos ocultos al insistir en la libertad cristiana para ellos. Esto debió haberles mostrado que no tenía nada más en mente que el bien de ellos; sus motivos eran puros.
Versículos 12-13.— Por otra parte, los motivos falsos de los judaizantes eran totalmente egoístas. Por lo tanto, Pablo habla de estos charlatanes que habían engañado a los gálatas, diciendo: “Todos los que quieren agradar en la carne...”. Esto es la suma de todo lo que los judaizantes hacían: dar lugar a la carne para gloriarse.
Pablo indica que quizás había dos razones para las obras judaicas de aquellos falsos maestros. En primer lugar, buscaban un camino más fácil que el normal para el cristianismo. Los judíos incrédulos serían mucho más tolerantes con el mensaje cristiano si los cristianos se conformaran a la ley (es decir, “circuncidarse”). Los que se judaizaran evitarían sufrir “persecución por la cruz de Cristo” (versículo 12). Esto fue presentado a los gálatas como algo positivo. Como ningún cristiano quiere “padecer” de esta manera, no fue difícil conseguir que los gálatas aceptaran el legalismo por esta razón.
En segundo lugar, los judaizantes estaban buscando seguidores, y estaban usando la ley para conseguirlos. Pablo dice: “Quieren que vosotros seáis circuncidados, para gloriarse en vuestra carne”. Tener seguidores satisfacía el orgullo religioso de los judaizantes, pero también era un medio de ganar un buen ingreso (2 Corintios 2:17, “mercaderes falsos”). Este motivo falso está en funcionamiento hoy en día. Los que se rigen por el legalismo a menudo se caracterizan por reunir seguidores tras de sí. Puede que no lo parezca, pero con el tiempo será evidente, e invariablemente usarán principios y prácticas legalistas para traer a la gente bajo su control. Ellos pueden creer que están ayudando honestamente a la gente, pero en realidad, es la carne trabajando en las cosas de Dios. No es el camino de Dios para la santidad y consagración.
Versículo 14.— En contraste con las intenciones carnales de los judaizantes, Pablo dice: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo”. Ellos se gloriaban en la carne; Pablo se gloriaba en la cruz que puso fin a la carne. No deseaba el favor del mundo que había crucificado al Señor Jesús. Una vez más, esto muestra el gran carácter de Pablo.
Versículo 15.— En contraste con las actitudes judaicas de estos falsos obreros, Pablo habla de la verdadera posición cristiana. Como resultado de la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo, los cristianos están en una nueva posición ante Dios “en Cristo Jesús”. Como parte de la raza de la “nueva creación” (traducción J. N. Darby), “ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión”.
Versículo 16.— Pablo deseaba que hubiera “paz” para todos los cristianos que anduvieran según la “regla” de la nueva creación. Esta nueva regla es la ley de Cristo mencionada en el versículo 2. Para aquellos que quieren andar en acuerdo con reglas y regulaciones, esta es la regla para ellos; es la única regla que los cristianos deben seguir. Pablo habla de dos grupos de creyentes:
•  “Ellos”.— Los creyentes de entre la incircuncisión (gentiles) que ahora están en la Iglesia.
•  “El Israel de Dios”.— Los creyentes de la circuncisión (judíos) que ahora están en la Iglesia. Son “un remanente según la elección de gracia” que tiene fe entre la nación de Israel (Romanos 11:5, traducción J. N. Darby).
También deseaba que se mostrara misericordia con “el Israel de Dios”. La idea central de sus observaciones en la epístola ha sido reprender a los cristianos por adoptar la ley de Moisés, y él sabía que sería especialmente difícil para los que han crecido en el judaísmo dejar ese antiguo sistema de la ley. Por lo tanto, deseaba que los santos de las asambleas de Gálatas tuvieran misericordia y paciencia con ellos en este asunto.
Los deseos finales del apóstol
Versículo 17.— El gran deseo y oración de Pablo era que “nadie” le fuera “molesto” en hacer la obra del enemigo sometiendo a los santos bajo la esclavitud de la ley. Él había pagado un precio para que los santos obtuvieran la verdad, y no quería que la perdieran. Dijo: “Porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús”. Esto es una referencia a los azotes, apedreamientos, etc., que soportó por causa del evangelio. Si alguien se atrevía a cuestionar la autenticidad de su amor y cuidado por los santos, todo lo que tenía que hacer era mirar estas marcas, ya que eran pruebas de su amor sincero por ellos. Es algo que los judaizantes no podían señalar, porque no sufrían nada.
Versículo 18.— Conociendo la tendencia del corazón humano, Pablo se dio cuenta de que había posibilidad de que los gálatas se resintieran al ser hablados tan severamente, así que les dio una palabra de advertencia final: “Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”. Deseaba que no se ofendieran por lo que había dicho, sino que aceptaran la corrección con un espíritu correcto. Es muy fácil que nuestros espíritus se irriten cuando alguien nos corrige, pero si reaccionamos así, no obtendremos el beneficio de la corrección.
Otra característica de esta epístola, la cual la hace diferente de las otras epístolas de Pablo, es que él no saluda a nadie al terminar. Al hacer esto, les estaba mostrando que no podía tener comunión con ellos mientras mantuvieran ese grave error doctrinal.