"Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó a responder por sí, diciendo: Acerca de todas las cosas de que soy acusado por los judíos, oh rey Agripa, me tengo por dichoso de que haya hoy de defenderme delante de ti: mayormente sabiendo tú todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos: por lo cual te ruego que me oigas con paciencia. (vv. 1-3)
"Mi vida pues desde la mocedad, la cual desde el principio fue en mi nación, en Jerusalem, todos los judíos la saben, los cuales tienen ya conocido que ye desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión he vivido fariseo" (vv. 4, 5).
"Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres, soy llamado en juicio; a la cual promesa nuestras doce tribus, sirviendo constantemente de día y de noche, esperan que han de llegar. Por la cual esperanza, oh rey Agripa, soy acusado de loa judíos. ¡Qué! ¿Júzgase cosa increíble entre vosotros que Dios resucite los muertos?" (vv. 6-8).
Pablo, sostenido en espíritu por su bendito Señor Jesús, pudo dirigirse con calma al rey Agripa, reconocer la competencia de éste como autoridad, y darle un resumen corto de su vida inconversa. Luego fue directamente al centro de la cuestión: ¡ la resurrección. Dios resucita los muertos! Entonces continuó su discurso, hablando de su encuentro inesperado con el Señor:
"Ye ciertamente había pensado deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret: lo cual también hice en Jerusalem, y ye encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida potestad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados, ye dí mi voto. Y muchas veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extrañas. En lo cual ocupado, yendo a Damasco con potestad y comisión de los príncipes de los sacerdotes, en mitad del día, oh rey, vi en el camino una luz del cielo, que sobrepujaba el resplandor del sol, la cual me rodeó y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebraica: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra los aguijones. Ye entonces dije: ¿Quién eres, Señor?" (vv. 9-15).
Saulo, detenido por fin de su carrera enloquecida de enemistad contra Jesús y Sus santos, súbitamente vio la gloria increada del Señor Jesús que sobrepujaba la gloria creada del sol, cayó al suelo y oyó la pregunta directa dirigida a él mismo. Se dio cuenta en un instante que Dios le hablaba, le reconoció como el "Señor," pero quería asegurarse de su identificación. Luego recibió la revelación más extraordinaria de su vida:
"Ye soy Jesús, ¡a quien tú persigues!" (v. 15). En un instante Saulo quedó sorprendido sobremanera, humillado, confundido y rendido. Aquel Jesús, a quien él perseguía en las personas de sus santos, ¡ era el Señor de gloria!
"Mas levántate, y ponte sobre tus pies; porque para este te he aparecido para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti, librándote del pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la ff que es en Mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados" (vv. 16-18).
He aquí la gran comisión que el Señor confió al "primero" de los pecadores. ("Palabra fiel, y digna de ser recibida de todos; que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales ye soy el primero" -1a. Tim. 1:15). Fue enviado a los gentiles (comp. también Hch. 22:21), para que (1) les abrieran los ojos, (2) se convertieran de las tinieblas a la luz, y (3) de la potestad de Satanás a Dios; (4) recibieran, por fe en El, la remisión de pecados y (5) suerte (o sea herencia) entre los santificados.
¡ Qué golpe dirigido (aunque indirectamente, por Pablo a todos, el rey, su esposa, Festo y las demás autoridades de la ciudad presentes! ¡ Todos tildados de haber estado ciegos, en las tinieblas y bajo la potestad de Satanás!
"Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial; antes anuncié primeramen te a los que están en Damasco, y Jerusalem, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, tomándome en el templo, tentaron matarme. Mas ayudado del auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de venir: que Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles" (vv. 19-23).
Pablo siempre testificaba "a los judíos y a los gentiles arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo" (Hch. 20:21); y en su defensa ante el rey Agripa hizo lo mismo. Desde luego ese rey y los demás oyentes fueron hechos responsables ante Dios por haber oído la predicación del evangelio. ¿ Veremos uno o más de ellos cuando venga Cristo para arrebatar del mundo y de los sepulcros a los suyos?
Tan pronto que Pablo hablara de la resurrección de Cristo en particular y la de los muertos en general, Festo le interrumpió:
"Y diciendo él (Pablo) estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo: las muchas letras te vuelven loco. Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de templanza. Pues el rey sabe estas cosas, delante del cual también hablo confiadamente. Pues no pienso que ignora nada de esto; pues no ha sido esto hecho en algún rincón. ¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Ye sé que crees" (vv. 24-27).
Sin duda, Pablo sabía bastante de las relaciones del rey Agripa con los judíos antes de que llegase a ser rey de un sector del imperio romano. Sabía que él no ignoraba lo sucedido a Jesús, y que tenía algún conocimiento del mensaje profético acerca de su muerte y resurrección. De otra manera, no hubiera podido dirigirse tan directa y francamente al rey: "¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Ye sé que crees." Pablo aquí no es el vencido, sino el vencedor; no el preso, sino el hombre librado por Cristo, no atemorizado en la presencia de la corte romana, sino plenamente inspirado por el Espíritu Santo y redarguyendo la conciencia del rey mismo, pues él estaba turbado:
"Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano" (v. 28). Nótese que el escritor inspirado no escribió "el rey Agripa," sino sólo, "Agripa dijo a Pablo... " Ante los ojos de su Creador, Agripa no era sino solamente un "hombre." ("Dejaos del hombre, cuyo hálito está en su nariz; porque 2, de qué es él estimado?"—Isa. 2:2222Cease ye from man, whose breath is in his nostrils: for wherein is he to be accounted of? (Isaiah 2:22)). La respuesta de Agripa indica una conciencia turbada, pero no manifesta que se había arrepentido. En cambio Pablo se afirma en su convicción:
"Y Pablo dijo: ¡Pluguiese a Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, mas también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual ye soy, excepto estas prisiones!" (v. 29). El con énfasis, hizo saber a Agripa y a los demás presentes, que él era el hombre feliz y ellos los infelices. Esa fue su última palabra. ¡Una buena confesión en verdad!
"Y como hubo dicho estas cosas, se levantó el rey, y el presidente, y Bernice, y los que se habían sentado con ellos; y como se retiraron aparte, hablaban los unos a los otros, diciendo: Ninguna cosa digna ni de muerte ni de prisión, hace este hombre. Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser suelto, si no hubiera apelado a César" (v. 30-32).
Cuando el Señor envió a Ananías a hablar con Saulo de Tarso, le dijo: "Ve: porque instrumento escogido me es éste, para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes... " (Hch. 9:15).
El próximo al cual Pablo ha de dar testimonio de Cristo (después de Agripa) será el propio emperador del imperio más poderoso de la historia humana, César de Roma.