"Y Saulo consentía en su muerte. Y en aquel día se hizo una grande persecución en la iglesia que estaba en Jerusalem; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y llevaron a enterrar a Esteban varones piadosos, e hicieron gran llanto sobre él. Entonces Saulo asolaba la iglesia, entrando por las casas; y trayendo hombres y mujeres, les entregaba en la cárcel" (vv 1 al 3).
El mancebo Saulo cuidaba de los vestidos de los que mataron a Esteban (véase cap. 7:58). Luego asolaba la iglesia, no teniendo piedad ni siquiera de las mujeres cristianas. El hombre religioso sin Cristo a veces es una fiera.
Es de notar que los apóstoles no fueron esparcidos. ¿Por qué? Porque Dios no quiso que partiesen de Jerusalem hasta que hubiese sido resuelta la cuestión seria de imponer a los gentiles la ley de Moisés, o no (veremos el asunto al meditar sobre el capítulo 15).
Notemos también que eran los apóstoles mismos los que habían sido comisionados por el Señor Jesús así: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura" (Mar. 16:15). Ya eran comisionados, pero no partieron de Jerusalem. El Señor tiene su propósito, pero a la vez tiene su tiempo para la ejecución de ello.
Así fue también con Saulo de Tarso: recibió-luego que el Señor le perdonó y le salvó-su comisión de predicar el evangelio de la gracia de Dios a nosotros los gentiles (véase Hch. 26: 16 al 18); pero pasaron años antes de que Saulo (ya llamado Pablo), en compañía de Bernabé, fuese enviado por el Espíritu Santo en su primera recorrida de evangelización (véase Hch. 13:1 al 4). Hubo un tiempo largo de preparación en la escuela de Dios, inclusive tres años en la soledad de los desiertos de Arabia, (véase Gál. 1:17) durante el cual no cabe duda de que el Espíritu Santo enseñaba a Saulo que su Biblia (el Antiguo Testamento en aquel entona ces, pues el Nuevo aún no había sido escrito) hablaba de la Persona bendita de Cristo, el Hijo de Dios, desde el principio hasta el fin, de manera que, al volver "de nuevo a Damasco," "predicaba a Cristo, diciendo que éste era el Hijo de Dios... y confundía a los judíos que moraban en Damasco, afirmando que éste es el Cristo" (Hch. 9:20, 22). Después estuvo por tiempo indeterminado en retiro (por decirlo así) en Tarso, su pueblo natal, en donde permanecía hasta que Bernabé le buscó y le llevó a Antioquía donde "conversaron todo un arrío allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente" (Hch. 11:26, 26).
Los jóvenes cristianos hacen bien en meditar sobre todo ello. ¡ Cuántos jóvenes enérgicos y llenos de amor a Cristo, han creído que el Señor les ha llamado a la predicación del evangelio y al ministerio de la palabra de. Dios, pero en vez de esperar el debido tiempo que el Señor Jesús les hubiera señalado para entrar en Su servicio públicamente, se han arrojado-mal preparados- al combate contra las huestes de Satán y han hecho "naufragio en la fe!"
No le faltan nunca al joven cristiano oportunidades para testificar por Cristo entre sus familiares inconversos y sus compañeros de trabajo, u otros alumnos en su colegio; y oportunidades para repartir tratados e invitar a la gente a reuniones evangélicas; también oportunidades para consolar los corazones de los enfermos con leer un capítulo de la Biblia o cantarles unos himnos.
Y a la vez es de suma importancia que el joven busque la compañía de los ancianos para aprender más de la palabra de Dios. Timoteo aprendía así las verdades divinas en la compañía del apóstol Pablo ("sabiendo-dijo éste-"de quién has aprendido"—2ª Tim 3:14), estando con él en el ambiente de las asambleas, iglesias locales. El Señor Jesús prepara a cada uno de sus siervos (con tal que los hombres no trastornen el orden divino con sus sistemas formales y secos de educación religiosa), conforme a Su propósito particular para cada siervo. Por lo común, el ambiente en que adquirimos inteligencia en las cosas del Señor, y experiencia cristiana que es también imprescindible, es la asamblea local de cristianos en donde nos congregamos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, donde El es reconocido como la Cabeza o el Jefe, donde el Espíritu Santo está libre para dirigir a los creyentes en el ejercicio de sus diversos dones, y donde la santidad que conviene a la casa de Dios es mantenida sin tacha mediante medidas de disciplina que sean necesarias.
Una cosa más: ni siquiera los apóstoles Bernabé y Pablo partieron a su misión sin que tuviesen las diestras de comunión de su asamblea. "Entonces habiendo ayunado y orado, y puesto las manos encima de ellos, despidiéronlos" (o: los dejaron ir-Hch. 13:3). Un hermano llamado de una manera especial a la obra del Señor fuera tendrá las diestras de comunión de sus hermanos que le han conocido durante bastante tiempo y han discernido la obra del Señor en él.
"Mas los que fueron esparcidos, iban por todas partes anunciando la palabra" (v. 4). El Señor Jesús tomó provecho de todo. La persecución levantada por el diablo hizo que los que de otro modo hubieran permanecido en Jerusalem, se esparcieran por todas partes, anunciando las buenas nuevas de salvación ¡ hasta predicar el evangelio a sus antiguos enemigos, los samaritanos!: "entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo, y las gentes escuchaban atentamente unánimes las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía. Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en aquella ciudad" (vv. 5 al 8).
Cuando Felipe (el único siervo del Señor llamado "el evangelista" en el Nuevo Testamento -véase Hch. 21: 8), impulsado por el amor de Cristo, bajó a predicar a Cristo en Samaria, ¡ el cambio fue maravilloso! ¡ He aquí lo que él encontró: la obra del diablo: espíritus inmundos, paralíticos y cojos! y, grande tristeza; pero cuando la gracia de Dios había obrado, ¡ he aquí todos fueron sanados, y había gran gozo!
"Paz divinaˆhay en mi alma hoy,
Porque Cristo me salvó:
Las cadenas rotas ya están,
Jesús me libertó.
"Grande gozo, cuán hermoso!,
Paso todoˆel tiempo bien feliz;
Porque veo de Cristo la sonriente faz,
Grande gozo sientoˆen mí."
"Y había un hombre llamado Simón, el cual había sido antes mágico en aquella ciudad, y había engañado la gente de Samaria, diciéndose ser algún grande, al cual oían todos atentamente desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es la gran virtud de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas los había embelesado mucho tiempo. Mas cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. El mismo Simón creyó también entonces, y bautizándose, se llegó a Felipe; y viendo los milagros y grandes maravillas que se hacían, estaba atónito" (vv. 9 al 13).
¡ He aquí un profesante falso! La Escritura no nos dice que Simón el mágico se arrepintió de sus pecados, mucho menos que creyó en el Señor Jesucristo. El creyó con su mente, no con su corazón; creyó en lo que vio con sus propios ojos, anduvo por vista y no por fe. El nos hace pensar en los "muchos" que "creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía, mas el mismo Jesús no se confiaba a sí mismo de ellos" (John 2:23, 2423Now when he was in Jerusalem at the passover, in the feast day, many believed in his name, when they saw the miracles which he did. 24But Jesus did not commit himself unto them, because he knew all men, (John 2:23‑24)). Se convencieron en sus mentes por medio de los milagros que vieron con sus ojos, pero no se arrepintieron.
Simón el mágico, atrevido, se llegó a Felipe sin temor, como si fuera un colaborador en la obra del Señor; y parece que Felipe, tan ocupado en el evangelio y tan feliz al ver tantas personas convertidas y bautizadas, no discernía que Simón era falso. ¿ Qué sucedió, entonces?
"Y los apóstoles que estaban en Jerusalem, habiendo oído que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan; los cuales venidos, oraron por ellos, para que recibiesen el Espíritu Santo; (porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, mas solamente eran bautizados en el nombre de Jesús). Entonces les impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo" (vv. 14 al 17).
Vemos aquí una cosa muy importante, es decir, cómo el Señor empezó a obrar para "guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Efe. 4: 3), para que no hubiera "desavenencia en el cuerpo" (11 Cor. 12: 25); pues los judíos no se trataban con los samaritanos (véase John 4:99Then saith the woman of Samaria unto him, How is it that thou, being a Jew, askest drink of me, which am a woman of Samaria? for the Jews have no dealings with the Samaritans. (John 4:9)), y la cosa más cierta de todas habría sido que entre los samaritanos se formase una iglesia samaritana independiente de las iglesias entre los judíos. Pero el Señor, previendo todo aquéllo, no dio al Espíritu Santo a los creyentes samaritanos, aunque habían sido bautizados, hasta que hubiesen llegado los apóstoles de Jerusalem y luego-viendo la gracia de Dios-hubiesen expresado las diestras de comunión con los samaritanos, manifestando públicamente en que Pedro y Juan oraron por ellos y les impusieron las manos. Entonces el Señor les dio al Espíritu Santo y fueron incorporados en el mismo cuerpo de Cristo, "porque por un Espíritu somos todos bautizados (o sea: incorporados) en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu" (11 Cor. 12:1313For by one Spirit are we all baptized into one body, whether we be Jews or Gentiles, whether we be bond or free; and have been all made to drink into one Spirit. (1 Corinthians 12:13)). Desde luego, en aquel entonces no había sino una sola iglesia en donde no había ni judío ni samaritano, sino miembros solamente del cuerpo de Cristo.
Notemos también que la imposición de las manos de los apóstoles no era el medio por el cual los samaritanos recibieron al Espíritu Santo; no era más que la expresión de sus diestras de comunión. Fue Dios quien les impartió al Espíritu Santo, "el cual también nos dio su Espíritu Santo" (1ª Tes. 4:8).
"Y como vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí esta potestad, que a cualquiera que pusiere las manos encima, reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: To dinero perezca contigo, que piensas que el don de Dios se gane por dinero. No tienes tú parte ni suerte en este negocio; porque to corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete pues de esta to maldad, y ruega a Dios, si quizás te será perdonado el pensamiento de to corazón. Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, que ninguna cosa de estas que habéis dicho, venga sobre mí. Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalem, y en muchas tierras de los samaritanos anunciaron el evangelio" (vv. 18 al 25).
"Empero el ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al camino que desciende de Jerusalem a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó, y fue" (vv. 26, 27).
Cuando Jehová mandó a Jonás que fuese a Nínive, Jonás le desobedeció, pagó su pasaje en un navío que zarpó a la dirección opuesta, y fue tragado por el gran pez (véase Jonás, capítulo 1).
Pero Felipe obedeció luego el mandato del Señor en seguida, aunque fuese enviado al "desierto," dejando atrás una numerosa congregación de recién convertidos en Samaria, el fruto de su trabajo de amor en el evangelio. "Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros" (1ª Sam. 15: 22).
"Y he aquí un etíope, eunuco, gobernador de Candace, reina de los etíopes, el cual era puesto sobre todos sus tesoros, y había venido a adorar a Jerusalem, se volvía sentado en su carro, y leyendo el profeta Isaías" (vv. 27, 28).
Ese hombre, temeroso de Dios y teniendo hambre espiritual, se volvía de Jerusalem hambriento todavía, pues no había oído nada acerca de Cristo; sin embargo llevaba consigo un tesoro, el libro del profeta Isaías, quien escribió de "las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias después de ellas" (1ª Ped. 1:11).
"Y el Espíritu dijo a Felipe: Llégate, y júntate a este carro. Y acudiendo Felipe, le oyó que leía el profeta Isaías, y dijo: Mas ¿entiendes lo que lees? Y él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese, y se ~Istmo con él" (vv. 29 al 31).
Felipe vino del norte, el eunuco del este; dieron el uno con el otro en el cruce. Si Felipe hubiera demorado cinco minutos en obedecer el mandato del Señor, habría perdido el encuentro del eunuco.
"Si,ˆobedecer, siempreˆen Cristo confiar,
El divino camino-es para con gozoˆandar."
Felipe no sólo encontró al etíope, sino también le encontró leyendo en el profeta Isaías el pasaje sublime que habla de las aflicciones de Cristo. "... y el lugar de la Escritura que leía, era este: 'Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que le trasquila, así no abrió su boca: en su humillación su juicio fue quitado: mas su generación, ¿quién la contará? Porque es quitada de la tierra su vida'. Y respondiendo el eunuco a Felipe, dijo: Ruégote, ¿de quién el profeta dice esto? ¿de sí, o de otro alguno? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús" (vv. 32 al 35).
Creemos que nunca tuvo Felipe "el evangelista" mayor gozo que cuando explicó al etíope cómo la profecía del profeta Isaías tuvo su cumplimiento al pie de la letra en Jesús, el Cordero de Dios. El Espíritu no sólo mandó a Felipe que se juntara al carro, sino también hizo obra mayor: había ya preparado el corazón del eunuco para que entendiese el pasaje y se convirtiese. "Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua; y dijo el eunuco: He aquí agua; ¿qué impide que ye sea bautizado? Y Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y bautizólo" (vv. 36 al 38).
El corazón del eunuco se conmovió al darse cuenta de que los sufrimientos de Cristo fueron a favor de él. El creyó al evangelio. Luego-por decirlo así-se dijo a sí mismo: "le quitaron a mi Salvador Jesús la vida en este mundo. Desde luego, quiero identificarme también con El en su muerte."
"Y como subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y no le vio más el eunuco, y se fue por su camino gozoso" (v. 33). Este versículo implica mucho. "Subieron del agua." El eunuco fue sumergido, no rociado. Felipe ya consumó su servicio en el "desierto," y fue arrebatado-una cosa extraordinaria-por el Espíritu a otra parte y otro servicio. El eunuco, el cual volvió de Jerusalem vacío, se fue del desierto "gozoso," porque ya había conocido al Señor Jesucristo. Ya no precisaba de Felipe; tenía a Cristo.
"Felipe empero se halló en Azoto: y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea" (v. 40). De Gaza a Azoto era una distancia como de 30 kilómetros, pero la distancia no es nada para el Espíritu del Señor. Pablo fue "arrebatado hasta el tercer cielo" (2ª Cor. 12:2). Felipe-al hallarse en
Azoto-era todavía "el evangelista," y de allí predicaba el evangelio en todas las ciudades hasta Cesarea. Muchos años después, "Felipe el evangelista" (Hch. 21:8), casado y con cuatro hijas, todavía servía al Señor en esa ciudad de Cesarea. Allí el evangelista que fue arrebatado recibió en su casa al apóstol que también fue arrebatado; con el paso del tiempo los dos murieron, pero muy pronto viene el día cuando juntamente con los demás cristianos ambos serán arrebatados en las nubes al encuentro del Señor en los aires (véase 11 Tes. 4:17).