Iglesias Y La Iglesia

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Si me preguntan: ¿En las escrituras no había iglesias? contesto que sí las había; pero ¿qué son iglesias? El efecto de esta pregunta es revelar el estado de la mente. La mayoría de los cristianos pensarían de las así llamadas iglesias en el mundo religioso, quizás en la cristiandad en general. Pensarían de la iglesia Presbiteriana, o de la Congregacionalista y la Bautista, o sino de la iglesia de Roma, u otras. Una persona que habitualmente vivía en los pensamientos de las escrituras pensaría en Corinto y otras iglesias que se encuentran nombradas en las Escrituras. Pues ¿difieren los hechos existentes en la cristiandad y los pensamientos populares allí de los hechos hallados en las Escrituras y los pensamientos formados por ellas? Examinemos esto, no con corazón altivo, mas si hallamos que todo se haya apartado grandemente del estado bíblico en principio y en la práctica—si hallamos todo en ruinas, en lugar de haber poder en el Espíritu Santo y unidad—bastante apariencia en la carne, nos conviene enlutarnos de corazón, y clamar al Señor. Él nos socorrerá en nuestra necesidad.
¿Qué eran las iglesias en tiempos bíblicos? “Iglesia” significa sencillamente una asamblea, o según el uso local en el griego, una asamblea de personas privilegiadas, de ciudadanos. Toda la multitud de los creyentes reunidos en uno por el Espíritu Santo formaba la asamblea o la iglesia, aunque ésta por supuesto, era la asamblea de Dios. Claro es que los de Roma o de Corinto no podían reunirse en Jerusalén: de manera que había asambleas en distintos lugares, cada una formando localmente la asamblea de Dios en ese lugar. Quizás antes de hablar de asambleas locales nos convendría examinar muy brevemente la manera en que las escrituras contemplan la asamblea entera. En primer lugar es vista como la morada de Dios; y luego como el cuerpo de Cristo. En un sentido la iglesia todavía no está formada, no está completa. Todos los que serán unidos a Cristo en gloria forman parte de ella.
“Edificaré mi iglesia,” dice Jesús, “y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Esto se cumplirá infaliblemente. Así Pedro, evidentemente refiriéndose a esto dice: “Acercándoos a él, piedra viva  .  .  .  vosotros también, como piedras vivas sois edificados como casa espiritual” (JND), asimismo Efesios 2: “en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor.” Esto aún no está terminado y continúa todavía; y aunque al principio era un cuerpo público y evidente (el Señor añadiendo cada día a la iglesia los que habían de ser salvos) ha venido a ser lo que se llama la iglesia invisible. Es invisible: sin embargo, si hubiese de ser la luz del mundo, es difícil apreciar el valor de una luz invisible. Si se admite que por siglos haya caído en la corrupción e iniquidad, una verdadera Babilonia en carácter, esa no ha sido la luz del mundo. Los santos perseguidos—pues Dios ciertamente ha tenido un pueblo—dieron un testimonio; pero el cuerpo público era tinieblas y no luz en el mundo.
Pero hay otra manera en que es presentada la asamblea de Dios, y también en este aspecto primeramente como la casa, habitación de Dios, y ésta es como establecida por la instrumentalidad del hombre, y bajo la responsabilidad del hombre. “Yo como perito arquitecto,” dice Pablo, “puse el fundamento .   .   . pero cada uno mire como sobreedifica.” Allí se encuentra la instrumentalidad humana y la responsabilidad humana. Era un cuerpo grande formado sobre la tierra que era la morada de Dios o el templo, morando en ella el Espíritu Santo aquí, habiendo descendido en el día de Pentecostés (1 Co. 3); figura distinta a la del cuerpo, en que no puede haber madera, heno ni hojarasca, que deberá ser quemado. Otra vez: “vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:22).
Esta es una verdad muy interesante y preciosa, quiero decir, la morada de Dios en la tierra en Su casa preparada para Él de acuerdo a Su voluntad. Dios nunca habitó con Adán inocente, aunque le visitó, ni tampoco con Abraham aunque le visitó y le bendijo particularmente; pero tan pronto que Israel fuese redimido de Egipto, Dios vino y habitó entre ellos. La morada de Dios con los hombres es el fruto de la redención. (Véase Exodo 29:46).
La verdadera redención ha sido cumplida, y Dios ha formado para Sí una habitación donde Él mora por el Espíritu. Es así en verdad para con el individuo (1 Co. 6); pero hablo ahora de la asamblea, la casa del Dios viviente. Esta se encuentra ahora sobre la tierra, la habitación de Dios por el Espíritu. Él habita y anda entre nosotros. Somos edificio de Dios. El hombre puede haber introducido en el edificio madera, heno y hojarasca; pero Dios todavía no ha ejecutado el juicio para quitar de Su vista la casa, aunque el juicio comenzará allí.
La asamblea es también el cuerpo de Cristo (Ef. 1:23). Es por un Espíritu que somos bautizados en un cuerpo. Esto, aunque su consumación final será en el cielo, sin embargo ha sido establecido sobre la tierra, porque el bautismo del Espíritu Santo fue Su descenso—el día de Pentecostés (Hch. 1:5; 1 Co. 12:13). Que esto está en la tierra es aún más claro, pues en el mismo capítulo vemos que Él ha puesto en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, donde tenemos milagros y dones de sanidad, evidentemente sobre la tierra. Donde, notemos bien, están puestos en la iglesia entera, miembros de tal y tal índole en el cuerpo entero. Tal es la iglesia o la asamblea como lo presenta la Escritura.
¿Qué eran las iglesias o asambleas? Estas eran locales. El apóstol pudo decir: “a la iglesia de Dios que está en Corinto.” Representaba la entera unidad del cuerpo en ese lugar. “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1 Co. 12:27). No pudo haber dos cuerpos de Cristo aun representativamente, en un lugar. En Galacia, que era una provincia grande, leemos de las iglesias de Galacia. Así en Tesalónica, una ciudad de Macedonia, tenemos la asamblea de los tesalonicenses. Asimismo en las siete iglesias; Juan escribe a la asamblea. Así en todas partes, en cualquier lugar dado, había la asamblea de Dios, a la cual el apóstol podía dirigirse en esa forma. En Hechos 20 él cita a los ancianos de la asamblea. Había varios, puestos por el Espíritu Santo como obispos del rebaño de Dios. Por tanto, Tito fue dejado en Creta para establecer ancianos en cada ciudad. Tenemos (Hch. 11:22) la asamblea que estaba en Jerusalén, aunque era muy numerosa; en Hechos 13, la asamblea que estaba en Antioquía. Así que Pablo (Hch. 14:21-23) vuelve a Listra, Derbe e Iconio y les elige ancianos en cada asamblea. Toda la Escritura demuestra claramente que había una asamblea en un lugar, la cual era la asamblea de Dios.
No tenían edificios llamados iglesias; el Altísimo no habita en templos hechos por manos; por tanto se reunían en casas donde podían; pero todos formaban una asamblea, la asamblea de Dios en aquel lugar, siendo los ancianos en relación al conjunto como un cuerpo. La asamblea local representaba toda la asamblea de Dios, según lo demuestra claramente 1 Corintios. La posición que ocupaban los cristianos que la componían era aquella de miembros de Cristo, del cuerpo entero de Cristo. Según las Escrituras el creyente no es miembro de ninguna entidad sino del cuerpo de Cristo; como ser un ojo, una mano, etc., el ministerio fue relacionado directamente con este último pensamiento. Cuando Cristo subió a lo alto, dio dones a los hombres, apóstoles, profetas: éstos eran el fundamento (Ef. 2); evangelistas, pastores, maestros; todos eran colocados en la iglesia o asamblea entera (1 Co. 12).
Si en Éfeso un hombre era un maestro, lo era también en Corinto. Aun en cuanto a dones milagrosos, un hombre hablaba con lenguas dondequiera se encontraba. El don no pertenecía a ninguna asamblea particular, sino que era ese miembro o don en el cuerpo entero sobre la tierra, obrado por el Espíritu Santo (1 Co. 12), y en virtud del cual un hombre era siervo de Cristo. En 1 Corintios 12 tenemos el Espíritu Santo en la tierra distribuyendo los dones tal como eran entonces. En Efesios 4 son dados por Cristo desde lo alto, y solamente son mencionados aquellos que ministraban al perfeccionamiento de los santos y a la edificación del cuerpo hasta que crezcamos todos a la estatura de Cristo. Estos fueron los talentos con los cuales un hombre estaba comprometido a negociar, si conocía al maestro, en virtud de tenerlos: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 P. 4:10). Debían usar su don de profecía o de exhortación. Hay reglas dadas en las Escrituras para el ejercicio de los dones. Las mujeres debían callar en las asambleas.
Pero mi objeto principal ahora es demostrar que fue como dones en toda la asamblea de Dios en todo lugar que actuaron aquellos que eran dotados. Los ancianos fueron locales y no eran dones, aunque aptitud para enseñar era una calidad deseable. Sin embargo, no todos la tenían (1 Ti. 5:17). Ancianos fueron los ancianos de la asamblea de Dios en tal o cual ciudad. Se ejercían los dones como puestos en el cuerpo entero, dondequiera estuviese el miembro dotado, según las reglas dadas en las escrituras. La conclusión a que lleva el escrutinio de la Escritura es, que había una asamblea de Dios en cada ciudad donde había cristianos; que estos eran miembros del cuerpo de Cristo—la única comunidad reconocida en las Escrituras; y los dones fueron ejercitados en toda la iglesia, o sea una asamblea de Dios en todo el mundo, como miembros y siervos de Cristo, por la operación del Espíritu, según las indicaciones dadas en la Escritura. El cargo de anciano fue un cargo local para el cual personas fueron elegidas y establecidas por el apóstol o su diputado; y fueron ancianos en la única asamblea de Dios en el lugar sobre la cual el Espíritu Santo les había puesto por obispos (Hch. 14:23; Tit.; Hch. 20:17-28). No fue don, aunque era deseable tener un don a fin de que sea más eficaz el cargo; pero los principales requisitos eran calidades que les hiciera aptos para el cuidado del rebaño.
No queda vestigio de esto hoy en día en el orden público de lo que el hombre llama iglesias. Gracias a Dios, el hombre no puede impedir al Señor en Su obra, ni en que levante a algunos en manera soberana para ministrar a los Suyos; pero el hombre ha organizado iglesias cada uno según su antojo, y la iglesia de Dios y la Palabra de Dios son olvidadas salvo el reconocimiento por algunos de una iglesia invisible que el Señor es fiel en continuar. Pero esa la dejan a Su cuidado, y disponen la iglesia visible cada uno como mejor le parezca. La iglesia como un cuerpo público en el mundo habíase hundido en el papismo (o la corrupción griega, con que tenemos menos que ver en el Oeste). Todo estaba en ruina, como el apóstol había predicho; y en la Reforma el gobierno civil estableció iglesias nacionales. Nadie pensó en la iglesia de Dios, y por mucho tiempo no se permitía otra cosa. Luego se generalizó más la libertad religiosa; sin embargo nadie pensaba en la iglesia de Dios, sino meramente de iglesias organizadas, unidas por un sistema de ideas humanas, o independientes la una de la otra, pero dispuestas y organizadas por el hombre. La unidad del cuerpo, la verdad de que los creyentes eran miembros de Cristo y no miembros de cualquier otra comunidad, que el Espíritu Santo estaba en la tierra, que los dones fueron dados por Cristo y llevaban consigo la responsabilidad en cuanto a su ejercicio, todo esto fue enteramente olvidado y dejado de un lado—vale decir, toda la verdad original según las Escrituras en cuanto a la iglesia y la presencia del Espíritu Santo.
El cuerpo Episcopal en tanto se distinguía que pretendían tener el título original por sucesión, e hicieron a personas miembros de Cristo por medio del bautismo de agua, un sueño del cual no hay vestigio en las Escrituras. Es por un Espíritu que somos bautizados en un cuerpo. El bautismo es a la muerte de Cristo. Pero dejando a un lado las pretensiones y errores episcopales, el sistema existente es el de asambleas formadas por hombres según algún principio que han adoptado con un hombre de su propia elección a su cabeza; y personas son miembros de esta así formada iglesia o asamblea, y en ese carácter votan en ella. Pueden o no ser miembros de Cristo: lo que les da su derecho es que son miembros de esa asamblea particular. En casi todas las iglesias una mayoría, si el voto no crea una división, llevan a cabo su voluntad. No toman en cuenta al Santo Espíritu. Todo proceder desde el comienzo hasta el fin es del hombre.
Los presbiterianos posiblemente tengan varios tribunales eclesiásticos y un elemento aristocrático en su organización. Los congregacionalistas llegan a sus decisiones en cada cuerpo por separado y por el voto de los miembros de las asambleas. Pero el conjunto es una disposición humana, formada y llevada adelante por el hombre. Un hombre es un miembro del cuerpo que ha organizado el hombre, y obra como tal. El estado de cosas actualmente es una iglesia o asamblea de la cual cierto número de personas son miembros con una persona educada para el ministerio a su cabeza. Es el rebaño o la iglesia del Sr. Fulano de Tal: se le pagan un tanto por año; puede o no ser convertido, pero ha sido ordenado; puede ser un evangelista y estar colocado en el lugar de un pastor; o puede ser un pastor y verse obligado a predicar al mundo. Sin embargo, si no lo hace con éxito, es posible que sea despedido, por lo general directamente pero a veces indirectamente. La entera constitución de la iglesia de Dios es pasada por alto—la constitución de Dios—y es sustituida por una del hombre. Y el orden y el poder del Espíritu Santo queda puesto a un lado, o ni aun se cree en él.
En la Escritura no se encuentra el ser miembro de una iglesia, ni un pastor de un rebaño que sea particular suyo, ni ninguna asamblea voluntaria formada en sus propios principios particulares. No hay indicio de semejante orden en la Palabra, salvo que sea en las divisiones incipientes llamadas carnales en Corintios. Había la iglesia o asamblea de Dios, no las iglesias de los hombres. Si dirigiera Pablo una epístola a la asamblea de Dios en Tal Lugar, nadie lo podría recibir: no existe tal cuerpo. Iglesias han quitado el lugar de la iglesia de Dios. Se ha hecho caso omiso de la operación del Espíritu de Dios—es decir: evangelistas, siervos de Cristo hacia el mundo; pastores y maestros, no de un rebaño que les ha elegido, ni de rebaño suyo, sino ejerciendo su don donde Dios les quiso traer; enseñando en Éfeso en la asamblea de Dios si estuviesen allí, en Corinto si estuviesen allí, obrando según el don que les fue dado desde lo alto doquiera Dios les envió, negociando con un talento porque su Maestro se lo había encomendado: cada uno según el don que ha recibido, ministrándolo a otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios; los que exhortan ocupándose en exhortar; los maestros en enseñar, y eso en la asamblea de Dios entera.
El hombre ha organizado, pero, en cuanto a sus arreglos, ha puesto de un lado enteramente el orden y las disposiciones de Dios en relación a la asamblea. Así pues la iglesia, la asamblea de Dios, es puesta a un lado para tener iglesias; el Espíritu quien da dones a distintos miembros es dejado, para tener un ministro de su propia elección; también se hace caso omiso de la Palabra en que está revelado el orden de Dios. La iglesia y el Espíritu y la Palabra, todo queda puesto a un lado por aquello que se llama orden, es decir, la disposición y la organización del hombre. Se nos dice que así “tiene que ser.” Es decir, no hay fe para confiar al Señor que gobierne y bendiga en Su propia casa, según las disposiciones que Él le dio; sin embargo la bendición verdadera solamente puede venir por medio de Su operación por el Espíritu que Él envió desde lo alto. ¿Y cuál es el resultado? Sería falta de afabilidad de parte mía exponer (ni tengo la mínima inclinación a hacerlo) las consecuencias miserables que frecuentemente resultan. Son bien conocidas; el mundo las conoce.
Mi objeto es demostrar que el sistema es contrario a las escrituras, y niega al Espíritu Santo y la verdadera iglesia de Dios; pero es evidente que una persona elegida y pagada por una asamblea, de la cual muy a menudo la mitad o más no son convertidos, donde el objeto es aumentar números e influencia, y contar con gente rica, tal ministro tiene que agradar a aquellos que sirve. Pues, dice el apóstol: “si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” Ellos tienen que acomodarse a su congregación. A que testifique cuál sea el resultado práctico apelo a toda persona piadosa y honesta, experimentada en cuanto al estado de cosas. Oigo sus gemidos por todos lados. Pero es el efecto natural e ineludible del sistema. Ese ministerio no es el ejercicio de don dado por el Señor, sino una persona educada para una profesión y ordenada, de manera que muchas de ellas no son realmente convertidas. Se desconoce la verdadera iglesia de Dios establecida en la tierra (1 Co. 12), como también las verdaderas iglesias, las asambleas de Dios en cada lugar; y los hombres constituyen iglesias según su criterio de lo que es bueno, y hombres son miembros de sus iglesias, no vistos como miembros del cuerpo de Cristo. Una persona no convertida, miembro de una iglesia tiene todos los derechos y poder al igual que un hombre convertido, miembro de Cristo.
La influencia de la opulencia, no la del Espíritu de Dios, es suprema, y una mayoría decide los casos, no la conducción del Espíritu. Si una mayoría hubiese decidido en Corinto ¿cuál hubiera sido el resultado? En todo el sistema el hombre, y la voluntad del hombre, y la organización del hombre, han tomado el lugar del Espíritu y la Palabra de Dios, y de lo que Dios Mismo organizó como declarado en esa Palabra.
Algunos preguntan: ¿No había iglesias en aquel entonces? Contesto: Ciertamente, y esto es lo que demuestra el carácter contrario a las escrituras de lo que existe.
¿Puede alguno mostrarme en la escritura algo que parece a un cuerpo segregado y distinto tal como se llama una iglesia ahora, y el hecho de ser miembro de ella? Mas, como he dicho, si Pablo escribiera una carta: “A la iglesia de Dios en ______ ,” ¿quién la recibiría? Todo es contrario a la escritura, y pone a un lado lo que la escritura presenta para formar algo distinto.
No me ocupo de muchos asuntos colaterales, el estado de ruina en que está la iglesia entera, la venida del Señor, deseando limitarme a la pregunta: el actual estado de cosas ¿es según las escrituras o contrario a las escrituras? Bien comprendo que habiendo bebido los hombres del vino añejo no es probable que en seguida deseen el nuevo; pero bienaventurado es aquel que sigue la Palabra, y reconoce al Espíritu, aunque esté solo en hacerlo. La Palabra de Dios permanece para siempre, como también aquel que hace Su voluntad.
2 Timoteo 2-3 indican claramente la condición de la iglesia en los últimos días, y la senda del creyente en ellos, mientras que la primera epístola da los detalles exteriores de la iglesia cuando fue primeramente dispuesta por el cuidado apostólico.