Hemos llegado en nuestra epístola a un punto de transición. Hasta ahora el apóstol nos ha guiado desde las tenebrosas profundidades de la corrupción humana hasta las lumbrosas alturas de la gracia divina. El capítulo 8, que en emocionante recapitulación nos volvió a pintar ante los ojos todo el maravilloso obrar en amor y gracia de Dios, terminó con la enumeración de todas las bendiciones, que hoy han venido a ser la porción del creyente en Cristo. Dios no perdonó a Su Unigénito, para que pudiese regalarnos todo con Él.
Los tres próximos capítulos (9-11) nos conducen hacia un nuevo terreno en el que ya no se nos ocupa de cosas que hacen falta saber para nuestra paz y eterna salvación, sino en donde el Espíritu nos introduce en pensamientos y consejos divinos. Ahora pisamos la senda de la “sabiduría” y del “conocimiento”, y por eso esta porción no resuena en un cántico de loor para alabanza del amor de Dios, sino que termina con las palabras: “¡Oh profundidad de las riquezas, así de la sabiduría como de la ciencia de Dios! ¡cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién ha conocido la mente del Señor? ¿o quién ha sido su consejero?” (Romanos 11:33-3433O the depth of the riches both of the wisdom and knowledge of God! how unsearchable are his judgments, and his ways past finding out! 34For who hath known the mind of the Lord? or who hath been his counsellor? (Romans 11:33‑34)). La fe mira triunfante hacia atrás sobre los maravillosos caminos de Dios, sobre los cuales las comunicaciones del Espíritu le han instruido. Sí, Dios no quiere solamente que Sus hijos descansen en la plena salvación que en Su Amado les es regalada, quiere también hacerles copartícipes en Sus pensamientos, quiere manifestarles Su pensamiento. ¡Maravillosa gracia!
Las enseñanzas del apóstol en la primera mitad de su epístola que culminan en la corrupción sin diferencia entre los judíos y los paganos, pero también en la llamada de gracia igualmente sin diferencia, involuntariamente tenía que conducir a la pregunta: Si Dios coloca a los judíos y a los paganos, en cuanto a su relación moral, en un solo terreno, y ahora salva, en el poder de Su amor y en las riquezas de Su gracia, a todos los creyentes, y “en Cristo” los lleva a la condición de hijo, ¿qué viene a ser pues de las promesas incondicionales que Él ha dado a Su pueblo elegido? ¿Cómo se ha de compaginar éstas con el llamamiento sin diferencias de paganos y judíos a las bendiciones del Nuevo Testamento? Si Israel bajo la ley había perdido hasta todas las pretensiones a las bendiciones que estaban ligadas con el cumplimiento de la ley, así y todo esas promesas se habían dado antes de la ley, y sin condiciones (Véase Génesis 15:17-1817And it came to pass, that, when the sun went down, and it was dark, behold a smoking furnace, and a burning lamp that passed between those pieces. 18In the same day the Lord made a covenant with Abram, saying, Unto thy seed have I given this land, from the river of Egypt unto the great river, the river Euphrates: (Genesis 15:17‑18)). ¿Dios los había completamente olvidado? ¿Había rechazada a Su pueblo para siempre?
La contestación a estas preguntas bajo la guía del Espíritu Santo llena el corazón del mismo escritor con tal asombro, de modo que al final del capítulo 11, completamente absorto, alza su voz en las palabras que ya hemos citado. También nosotros, al meditar más cercamente obtendremos impresiones sobrecogedoras, por una parte de la justicia y la santa seriedad de los caminos de Dios, pero por otra también de Su inmutable fidelidad y de la inquebrantable Verdad de Su Palabra. Asidos a la mano del Espíritu, que “escudriña todas las cosas, aun las cosas profundas de Dios” (1 Corintios 2:1010But God hath revealed them unto us by his Spirit: for the Spirit searcheth all things, yea, the deep things of God. (1 Corinthians 2:10)), pisemos con veneración este nuevo camino!