El final del libro, y es importante hacer esta observación, consiste en un apéndice. De ninguna manera es una continuación de la historia. Hemos llegado al final en lo que respecta a la secuencia de personas y de acontecimientos. No podíamos ir más abajo que Sansón; pero tenemos lo que era sumamente necesario que aprendiéramos: el hecho de que la condición terriblemente miserable que hemos visto a lo largo de todos los Jueces era cierta incluso desde los primeros días; y por lo tanto, el Espíritu de Dios dándonos esto como una especie de suplemento, o una conclusión, pero con tales marcas de tiempo que muestran que era de una fecha comparativamente temprana (y esto se puede probar antes de que hayamos terminado con el libro), es, creo, de considerable interés e importancia. Supongo que la razón por la que estos incidentes no se dan antes en el orden del tiempo puede haber sido que, si se inserta antes, habría interrumpido completamente el curso de la historia y la instrucción principal del libro de Jueces. Es solo otra prueba de lo que siempre tenemos que asumir al leer la Biblia: que no solo las cosas dadas son divinas, sino que el arreglo, incluso cuando parecen algo desordenados, es tan divino como la comunicación misma. No hay una sola jota en las Escrituras que Dios haya escrito u ordenado que no sea digna de sí mismo; tampoco hay la menor posibilidad de mejorar.
Aquí tenemos ciertos hechos, aparte del curso histórico, introducidos en estas palabras: “Había un hombre del monte Efraín” El gran punto del prefacio es que “en aquellos días no había rey en Israel” – las palabras iniciales de Jueces 18 “Y en aquellos días la tribu de los danitas”. Son los danitas otra vez; sólo el relato de Sansón está cronológicamente al final, mientras que el nuevo cuento, como hemos señalado, fue comparativamente temprano.
Había entonces “un hombre del monte Efraín cuyo nombre era Miqueas”, quien, no satisfecho con llevar a cabo la impiedad de su madre al hacer una imagen de plata esculpida y fundida dedicada a Jehová, para este propósito consigue que un levita sea consagrado como su sacerdote. ¿De qué sirve mostrar el nombre de Jehová, o la forma de consagrar a un levita para que sea sacerdote? La ceremonia es fácil y atractiva para la carne, y puede haber más, como suele haber, donde hay menos poder o realidad. Es al menos cierto que todo el asunto era atrozmente malo, y sin embargo porque Miqueas se establece con la persuasión: “Ahora sé que Jehová me hará bien, viendo que tengo un levita para mi sacerdote” (Jueces 17:13).