Jueces 4:1-3: Bajo el yugo político y militar

Judges 4:1‑3
Después del pequeño episodio de Samgar contra un adversario que empezaba a levantar la cabeza (los Filisteos), la historia general se reanuda a partir de la muerte de Aod. Por tercera vez “los hijos de Israel tornaron a hacer lo malo en ojos de Jehová” (versículo 1). Esta nueva infidelidad tiene para Israel consecuencias más graves que las anteriores: “Y Jehová los vendió en manos de Jabín, rey de Canaán ... por veinte años” (versículos 2-3).
Hasta aquí Dios había castigado a Su pueblo infiel por medio de naciones que tenían cierto parentesco con Israel y cuyo dominio se hallaba afuera de los límites de Canaán: Cusán-risataim, rey de Mesopotamia, el país de Labán, tío y suegro de Jacob; Eglón, rey de los Moabitas, descendientes directos de Lot, sobrino de Abraham, como los Amanitas también sus hermanos. Ahora Dios debe vender a un enemigo cruel, el pueblo que había redimido una vez: lo debe entregar a una dura servidumbre, y recién bajo la presión de novecientos carros de hierro, durante veinte años, logrará hacer que clame a Él este pueblo empedernido.
En el capítulo 11 de Josué encontramos un antepasado de Jabín, llevando el mismo nombre, con carros de guerra y la misma capital de su reino. En este tiempo Israel había comprendido que no podía existir ninguna relación entre el gobierno de Jehová y el dominio Cananeo; bajo la poderosa acción de Dios, aniquiló a Jabín, quemó sus carros y destruyó su ciudad. En efecto, ¿qué relación podría tener con el mundo político y militar, el pueblo de Dios, cuyo dominio debía desaparecer de Canaán? ¡Ah, todo ha cambiado ahora! Por la infidelidad de Israel se ve resucitar de sus cenizas al enemigo de antaño: Jabín, fiel a su nombre, esto es que edifica, ha reedificado a Asor dentro de los límites del país de Jehová. La heredad del pueblo de Dios se ha transformado en el reino del Cananeo, e Israel cayó bajo sus carros herrados que representan su gobierno y la fuerza militar que posee.
La historia de la Iglesia nos ofrece un hecho similar: en su origen estaba enteramente separada del mundo, no podía por consiguiente permitir a éste inmiscuirse en sus asuntos. Una vez, el estado carnal de la congregación de Corinto la había conducido a pedir ayuda a tribunales gentiles: unos tenían algo contra otros, e iban a juicio delante de los injustos: “No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? Pues qué ¿no hay entre vosotros sabios, ni aún uno que pueda juzgar entre sus hermanos? (1 Corintios 6:1-71Dare any of you, having a matter against another, go to law before the unjust, and not before the saints? 2Do ye not know that the saints shall judge the world? and if the world shall be judged by you, are ye unworthy to judge the smallest matters? 3Know ye not that we shall judge angels? how much more things that pertain to this life? 4If then ye have judgments of things pertaining to this life, set them to judge who are least esteemed in the church. 5I speak to your shame. Is it so, that there is not a wise man among you? no, not one that shall be able to judge between his brethren? 6But brother goeth to law with brother, and that before the unbelievers. 7Now therefore there is utterly a fault among you, because ye go to law one with another. Why do ye not rather take wrong? why do ye not rather suffer yourselves to be defrauded? (1 Corinthians 6:1‑7)).
Pero ¿cuál fue la línea de conducta de la Iglesia desde entonces? ¿Qué se ha visto en tiempos del emperador Constantino? La Iglesia abandonó el brazo divino y se apoyó en el secular que se le ofreció: la alianza con el mundo era un hecho, y se sometió a su gobierno. “Yo sé dónde moras” —dice el Señor a la Iglesia de Pérgamo, que corresponde precisamente a esos tiempos— “donde está la silla de Satanás”: así es llamado el gobierno gentil, su política y fuerza militar. ¿Ha abandonado este asiento la Iglesia desde entonces? Aún en los días del gran despertar de la Reforma, para escapar del peligroso adversario católico romano, en Alemania, en Suiza, en Francia, los santos recurrieron a los gobiernos para su ayuda y apoyo. A menudo, en lugar de “sufrir con Cristo”, los cristianos perseguidos reivindican la intervención de las autoridades mundanas: las que tarde o temprano el verdadero hijo de Dios se ve en la obligación de desligarse y abandonar su ayuda cueste lo que cueste, si quiere andar libre bajo la sola protección de Cristo.
La victoria sobre el Asor de Josué no es más que un recuerdo en los tiempos de los Jueces: Israel ha abandonado a Jehová, sirve a los dioses de los Cananeos, han tomado sus hijas por mujeres y han dado sus hijas a los hijos de ellos. Pero la alianza adúltera lleva sus frutos: Jabín oprime al pueblo de Dios desobediente, forzado de buen o mal grado a sufrir su gobierno. Pero no es éste el único carácter del estado ruin de Israel en esos días nefastos: si el gobierno exterior del pueblo de Jehová ha caído en manos de su enemigo, ¿a quién ha sido confiado el gobierno interior? A una mujer.