La Doctrina de Pablo

Table of Contents

1. Capítulo 1
2. Capítulo 2
3. Capítulo 3
4. Capítulo 4
5. Capítulo 5
6. Capítulo 6

Capítulo 1

Es nuestro propósito presentar el tema de la doctrina de Pablo y su aplicación en estos postreros días, y considerar a la vez, y muy especialmente en provecho de los jóvenes, el terreno sobre el cual debemos reunirnos para la comunión y el culto colectivo.
Sabemos que es una materia muy extensa, por lo que será tratada en varios capítulos, en los cuales procuraremos abarcar todos los aspectos de esta preciosa verdad que tenemos ante nosotros.
Debemos decir desde buen principio que, por la promesa que el Señor hiciera cuando dijo: "Edificaré Mi iglesia", algo nuevo que no existía entonces iba a nacer. Yendo un poco más adelante en su historia, al final del evangelio de Lucas, el Señor dice a los discípulos, "Vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de potencia de lo alto" (Lucas 24:49).
En los Hechos 1:8, se alude de nuevo que esta potencia de lo alto los investiría; y obedeciendo al requerimiento del Señor, vemos a los apóstoles esperando juntos en el aposento alto tal promesa; y llegado el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió del cielo sobre ellos, naciendo una nueva entidad sobre la tierra, la iglesia, la cual sería completada más tarde, de acuerdo a los propósitos divinos, cuando también los gentiles serían incorporados; pero su nacimiento real fue en el día de Pentecostés.
Pedro, al cual el Señor eligió para usar las llaves del reino de los cielos, las utiliza por primera vez en tal día, como más tarde las usaría para dar entrada a los samaritanos, y finalmente Dios se sirve de él de una manera especial y definitiva para abrir de par en par la puerta a los gentiles, como vemos en el cap. 10 de los Hechos. Una vez terminada esta misión por parte de Pedro, su nombre queda prácticamente silenciado, desapareciendo él de la escena, para aparecer otra persona ante nosotros, cuya única figura predomina a lo largo del resto de la historia de la iglesia, según lo tenemos relatado en la Palabra de Dios. Sabemos que tal persona es el Apóstol Pablo.
Trataremos de precisar la relación existente entre el ministerio de Pablo con la revelación de la verdad en cuanto a la iglesia de Dios. El Apóstol tiene un lugar prominente en cuanto a esta peculiar revelación, ocupando él la parte más importante entre los ocho "santos hombres de Dios" por Él escogidos, para escribir el Nuevo Testamento. A diferencia de los demás discípulos, quienes fueron elegidos por el mismo Señor cuando Él estuvo en este mundo, y que Le habían acompañado durante Su vida aquí abajo, cuya condición era indispensable para ser contado entre los apóstoles, Dios obró de manera extraordinaria respecto al Apóstol Pablo, al cual apartó desde el seno de su madre; Dios tenía una importantísima misión para él, por lo que Pablo fue en definitiva, desde su nacimiento, un instrumento que Dios mismo escogió, preparándolo y forjándolo para que pudiera desempeñar Su trabajo mejor que cualquier otro.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el ministerio de Pablo es el que ha levantado más polémicas y oposición que el de cualquier otro autor del Nuevo Testamento. Todos los modernistas están en oposición abierta a la línea del pensamiento de Pablo, quienes consideran que el Apóstol circunscribió el cristianismo al pensamiento judaico (al judaísmo), reduciéndolo y asentándolo sobre un sistema del sacrificio substitutorio, para que el hombre pueda acercarse a Dios. Por lo que, según dicen ellos, el mundo ha perdido la oportunidad de conocer el elevado concepto de Jesús en cuanto a la fraternidad humana, y a la paternidad de Dios. En definitiva, el modernismo no se interesa ni se preocupa por las doctrinas de Pablo, ni por sus enseñanzas; y por desgracia, hay algunas compañías de cristianos que, profesando aceptar las enseñanzas de la Biblia, son bastante reacios para seguir todo lo que Pablo enseña. Es evidente que se dan cuenta de que el Apóstol condena muchas de las prácticas que siguen, pues uno no puede profesar creer una cosa, y actuar abiertamente contra la misma. Por lo que muchos cristianos, y numerosos líderes entre ellos, quienes dicen que creen en la Palabra de Dios y se califican a sí mismos de ser fundamentalistas, están eludiendo muchos puntos y verdades del ministerio de Pablo, por cuanto están en abierta oposición con los sistemas a los cuales pertenecen.
Y lo que es más triste todavía, es que hay algunos sistemas que, llamándose cristianos, procuran que sus componentes ignoren las enseñanzas de Pablo, especialmente en lo que atañe a la verdad de que "hay un Solo Mediador" entre Dios y los hombres. Tampoco desean que la gente sepa que nuestro Señor Jesucristo, "con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados".
Cuenta un creyente que hablando en cierta ocasión con un clérigo de uno de los mayores sistemas cristianos, éste le confesó sin ningún bochorno que había leído los cuatro evangelios, pero que jamás había leído nada acerca del ministerio de Pablo, ni nada se le había enseñado de ello en los varios años de sus estudios como religioso.
Sin este ministerio de Pablo, el cual es la clave de la presente dispensación de la gracia en la cual estamos, perderíamos nuestro propio carácter como poseedores de la vocación celestial a la cual hemos sido llamados, como los que esperamos ser arrebatados de este mundo por el Señor, y como aquellos que esperan Su venida para tomarnos consigo donde Él está, al lugar al cual pertenecemos.
Volviendo sobre la sucesión histórica de los acontecimientos, vemos en el cap. 2 la formación de la iglesia; y, en los dos capítulos que le siguen, podemos ver cómo el poder del Espíritu Santo llena a todos sus miembros con ese inigualable poder y puro amor cual nunca antes el mundo había conocido, donde no hay nota discordante, antes todo es en perfecta armonía, siendo la preciosa y plena respuesta a la oración del Señor en Juan 17, para que todos "fuesen consumadamente una cosa". Mas por desgracia, muy pronto llega el fracaso; recordemos de paso que nunca Su Palabra promete una condición perfecta en la iglesia de Dios mientras ésta se encuentra en la tierra. Sabemos que el hombre ha fracasado en todo cuanto le ha sido confiado. Así se demuestra en el cap. 5 con el engaño de Ananías y Safira, defraudando del precio de su heredad; también en el cap. 6 aparece la murmuración y el egoísmo, viniendo a turbar desde su mismo principio a la naciente iglesia de Dios.
Espero que ninguno de nosotros sea tan iluso como para esperar encontrar una compañía de personas perfectas. Cierto hermano solía decir que, si alguna vez él llegara a encontrar un tal grupo, no querría unirse a ellos, por temor de arruinarlo. No procuramos formar una compañía perfecta, sino tratamos de discernir por la Palabra de Dios, la senda trazada por la fe en estos últimos tiempos en que vivimos.
Llegando al cap. 7, encontramos que la nación judía peca de nuevo contra Cristo, al apedrear a Esteban, siendo la contundente reafirmación de lo que ya se había expresado en Lucas 19:14, "No queremos que éste [Jesús] reine sobre nosotros". ¡Cuán terrible y tajante ha sido el rechazo de Israel a su Mesías!
Llegando al cap. 8, tenemos que la gracia empieza a obrar más allá de los límites del pueblo de Israel, siendo incorporados los samaritanos; debemos notar cómo hay un progreso ordenado y armónico desde el día de Pentecostés hasta llegar al cap. 9, cuando Saulo de Tarso es convertido, el instrumento escogido que Dios se había reservado, por así decir, en secreto, más manteniendo Su mirada sobre él. Pablo estaba siguiendo su propio camino, y usando toda su energía en su propósito de barrer el nombre de Jesús de sobre la faz de la tierra, nombre que aborrecía por encima de todo. Con todo, él era "un vaso de misericordia". Dios iba a mostrar por medio de ese vaso que "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Ro. 5:20). Así en este cap. 9, es Saulo mismo quien es traído a Dios, y, en los caps. 10 y 11, tenemos que los gentiles son incorporados a la iglesia de Dios.
En Hechos 11:19-25, tenemos algo muy significativo; tan pronto como los gentiles empiezan a aceptar el evangelio, Bernabé, un hombre de Dios, estando lleno del Espíritu Santo, se da cuenta instintivamente que la persona que allí hace falta es Saulo de Tarso. Y es sin duda alguna que, siendo guiado por el Espíritu Santo, Bernabé va a Tarso para traerlo a Antioquía, y como resultado de ello, una vez llegados, "conversaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha gente" (v. 26). Esto es lo que ha caracterizado siempre a Pablo: "Con la iglesia", cosa que vemos innumerables veces a través de varias escrituras, ligando siempre muy estrechamente el nombre de Pablo a todo cuanto al precioso ministerio de Cristo y de la iglesia se refiere.
Al empezar Pablo su ministerio, lo encontramos pasando un año "con la iglesia" de Antioquía, donde algo muy significativo ocurre, y es que "los discípulos fueron llamados Cristianos primeramente en Antioquía". Es importante notar que solo es reconocido el cristianismo como algo nuevo y determinado, a partir del inicio del ministerio de Pablo, en la mencionada ciudad, tan distante y apartada de Jerusalén. Después de esto, vemos esfumarse muy rápidamente la figura de Pedro como conductor y guía, para aparecer la de Pablo, salvo en un pequeño incidente que surgiría más tarde a raíz del problema de la relación de los gentiles con la ley. Y aun en este caso, no fue Pedro, sino Jacobo, quien dio la respuesta inspirada por el Espíritu, en la decisión tomada a este respecto. Y como aclaración final a este asunto, leemos en el cap. 12:17, "Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y salió, y partió a otro lugar". Es lo último que oímos respecto al ministerio oficial de Pedro.
Pasando al cap. 13, empezamos leyendo, "Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y doctores: Bernabé, y Simón el que se llamaba Niger, y Lucio Cireneo, y Manahén, que había sido criado con Herodes el tetrarca, y Saulo". Pablo, siendo idóneo, estaba disponible y pronto en la iglesia de Antioquía, y es escogido para llevar el Evangelio a los gentiles, a la vez que, de una manera simbólica, es usado para arrojar a los judíos a su ceguera, bajo el castigo divino, cual se infiere en el v. 9; "Entonces Saulo [...] lleno del Espíritu Santo, poniendo en él los ojos [...]", cuyo resultado es determinado por el v. 11, con lo cual se nos da a entender que es el Apóstol Pablo quien pronuncia la última palabra al apóstata Israel. Así pues, los judíos fueron castigados a permanecer por un tiempo en su ceguera, y continúan aun así en el día de hoy.
Recuerdo que de muchacho asistía a la Escuela Dominical, donde estudiamos seis meses las bellas historias de José en Egipto, David y Goliat, etc., en el Antiguo Testamento, y otros seis meses estudiamos en el Nuevo Testamento, donde aprendimos la maravillosa historia de la vida de nuestro bendito Señor. Todo fue muy precioso, y doy gracias a Dios por ello. Nunca me enseñaron en mi casa tales cosas. Pero lo que quiero hacer notar es que nunca en tal Escuela Dominical estudiamos las Epístolas de Pablo, y, salvo algunos versículos extractados como contextos con las lecciones que estudiábamos, nada en absoluto se nos dijo de todo el esquema del magnífico ministerio que le fue confiado a Pablo. El Apóstol siempre fue el gran desconocido.
Al recordar a este gran siervo del Señor queremos hacer resaltar como la mayoría de los cristianos dejan a Pablo en el olvido. ¡Qué pérdida es para ellos! Tales cristianos perderán su vigor y frescura espiritual, saliéndose del camino del pensamiento y comunión con Cristo.

Capítulo 2

Llegando al final del cap. 14, encontramos a Pablo de regreso de un viaje misionero, que, junto con sus compañeros, "habiendo llegado, y reunido la iglesia, relataron cuán grandes cosas había Dios hecho con ellos, y cómo había abierto a los Gentiles la puerta de la fe" (v. 27). ¿No es esto muy significativo? Una vez llegados, Pablo acude a la iglesia y desahoga su corazón, contando cómo Dios había obrado en el transcurso de aquel viaje, pletórico de sucesos memorables. Esto demuestra que Pablo era un hombre con muy alta estima de la iglesia, la asamblea, al servicio de la cual dedicó su vida, sujetándose a ella. ¡Quiera Dios que cada uno de nosotros, en nuestro servicio a Cristo, no estemos nunca fuera del lugar que en la iglesia nos corresponde!
Hay algunos creyentes que, al ocuparse exclusivamente en el evangelio, no dan ningún valor ni importancia a las otras actividades de la asamblea, mientras otros, por el contrario, sólo se ocupan de la enseñanza de la doctrina, descuidando del todo la evangelización. Podemos asegurar de una manera categórica que ni los unos ni los otros obran dentro del pensamiento de Dios. Cierto hermano solía decir para ilustrar esto, "en nuestro ministerio, tendríamos que ser como un compás de dibujo, que mientras uno de sus extremos se apoya en el centro—la asamblea—no abandonando tal punto, con el otro extremo alcanza tanta extensión como le es posible—el círculo de nuestro testimonio del evangelio—, haciendo la obra de evangelista." Todo ello debe ser hecho en consonancia con la Palabra de Dios.
Así lo enseña Pablo, y él mismo lo pone en práctica en su servicio al Señor, lo que da más consistencia a las verdades de su doctrina. Una vez terminado su viaje misionero, lo vemos quedarse en la asamblea, y en feliz comunión con todos sus miembros, les va relatando todas las experiencias y pormenores, y todo cuanto Dios había hecho con él, y cómo había abierto la entrada de los gentiles a la fe por el evangelio. "Y se quedaron allí mucho tiempo con los discípulos" (v. 28). Pablo fue un fiel y relevante siervo, al que se le confió la más grande verdad que jamás haya sido confiada a hombre alguno. Sin embargo, nunca su entusiasmo y vehemencia por salvar almas—véase Hch. 17:16, 17, 22-31, y 26:29—le cegaron como para olvidar y desatender la vida y testimonio de la asamblea. Aquí en esta ocasión vemos como se queda por mucho tiempo con los discípulos.
¡Cuán fácil es dar la máxima importancia a unas cosas en detrimento de las otras! Aprendemos una buena lección en Juan 21:15-17, cuando el Señor, habiendo restaurado a Pedro, le hace una petición; ¿qué le pide? ¿que predique el evangelio ante todo? ¡No! Le dice: "Apacienta a mis ovejas" Él es un pastor—"Mis ovejas". Todo esto tiene que ver con la casa de Dios. ¡Cuánto ama el Señor a las ovejas!, y cuando anteponemos el evangelio al ministerio, cuando sacrificamos la enseñanza de la doctrina en aras de una mayor predicación del evangelio, podemos estar seguros que no estamos obrando de acuerdo a la mente de Dios. El más grande de los predicadores y evangelistas ha sido, sin lugar a dudas, Pablo, pero nunca pensó estar malgastando el tiempo, cuando se ocupaba en enseñar a los discípulos de Antioquía.
Y de otro lado, tampoco Pedro desaprovechó la oportunidad de anunciar el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, cuando la ocasión era propicia—ved Hechos 2, 3, 4, 5, etc. etc. En ambos casos, tanto Pedro como Pablo hicieron lo uno sin dejar de hacer lo otro, en una maravillosa manera, dentro de un perfecto orden, porque seguían la dirección del Espíritu Santo, y no sus propios impulsos naturales. Procuremos hacer lo mismo.
En el cap. 20, Pablo pronuncia su discurso de despedida en su última visita a los efesios, y derramando todo su corazón, henchido de amor por los demás discípulos, les dice: "Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, por quien he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que yo soy limpio de la sangre de todos: porque no he rehuído de anunciaros TODO el consejo de Dios" (vv. 25-27). Y en los versículos que le siguen, hasta el 32, les amonesta y anima para que sigan el camino del servicio al Señor, y los encomienda a Dios y a la Palabra de Su gracia, como únicos guías en su camino.
Quienes deseen beneficiarse del ministerio de Pablo, es obvio que desearán seguir TODO el consejo de Dios, y no sólo en parte. Pues si voluntariamente rehúsan Su consejo, se apartan de lo que Dios les ha preparado. Aquellos que a conciencia niegan tal ministerio a los demás son como quien ciñe una atadura al brazo de una persona, impidiendo la libre circulación de la sangre por tal miembro, paralizándolo. Cualquiera que priva a un santo de Dios, aunque sólo sea una parte de esta verdad, acerca de Sus consejos para con los santos, los está perjudicando, y es responsable de su sangre, a tenor de las palabras de Pablo. Lo que significa que es moralmente responsable del estado de atrofia, debilidad, y ruina espiritual, y de la falta del normal desarrollo, en que los tales quedan sumidos. Pablo podía decir de sí mismo: "No he rehuído de anunciaros TODO el consejo de Dios". ¿Podríamos estar nosotros satisfechos con algo que no sea TODO el consejo de Dios?
En el cap. 22:14, se nos habla de nuevo de la conversión de Pablo en el orden histórico de los hechos ocurridos, y Ananías dice al Apóstol: "El Dios de nuestros padres te ha predestinado para que conocieses Su voluntad, y vieses a aquel Justo, y oyeses la voz de Su boca". Lo que aquí se está enfatizando, es: "PARA QUE CONOCIESES SU VOLUNTAD." Esto significa mucho más que ir simplemente a predicar el evangelio. Desde el mismo principio de su elección para desempeñar la importante tarea encomendada al Apóstol, debía conocer la voluntad de Dios.
Yendo a los dos últimos versículos del capítulo final de los Hechos, encontramos que el Apóstol se "quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento." El doble carácter del ministerio de Pablo es aquí puesto de manifiesto—predicar y enseñar—; los vemos a los dos juntos, siendo el tema de ambos lo concerniente al reino de Dios, y todo lo que corresponde al Señor Jesucristo. Es de notar los tres títulos dados aquí al Señor: SEÑOR-JESÚS-CRISTO; trae ante nosotros la verdad referente a la bendita Persona de Su Hijo, en toda su extensión, como Dios quiere que le conozcamos. Como el SEÑOR, el SALVADOR, el UNGIDO DE DIOS, y como el HOMBRE CRUCIFICADO, allí en los cielos, todo cuanto es nuestro amado SEÑOR-JESÚS-CRISTO.
Algo que en general podemos observar en las conversaciones de muchos cristianos, y es triste el decirlo, es que muy raramente hablan de Él, diciendo: el Señor Jesús, y es más raro que digan, SEÑOR JESUCRISTO. Se les oye solamente decir Jesús, o Cristo Jesús, pero raras veces anteponen SU título de SEÑOR.
El ministerio y enseñanzas del Apóstol abarcan la totalidad del pensamiento de Dios acerca de Cristo, y él deseaba que todos los cristianos hiciesen lo mismo. Si conectamos la expresión, "para que conocieses Su voluntad (Hch. 22:14), con, "por tanto, no seáis imprudentes, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor (Ef. 5:17), ¿no seremos convencidos de la importancia que tiene el conocer la voluntad de Dios, en lo que concierne a estas preciosas verdades, con cuyo conocimiento empezó Pablo la gran obra que le fue encomendada, cuando le fue dicho, "para que conocieses Su voluntad" (de Dios)? Querido joven, nunca comprenderemos suficientemente la gran importancia que tiene el ser instruidos en la voluntad de Dios. Él no quiere que seamos insensatos, sino entendidos de cuál sea Su voluntad.
Hay cristianos que, si se les habla de la necesidad de conocer estas cosas, dicen, mientras se encogen de espaldas, "Mire Ud., nos falta tiempo para considerar a fondo estas cosas. No conocemos bien toda la Biblia, es cierto; pero tenemos entre nosotros a un hermano quien toma cuenta de todo esto, él nos puede ayudar". De esta manera tan pasiva, muchos cristianos se privan de la inmensa riqueza del conocimiento de estas preciosas verdades que se encuentran en la Palabra de Dios. Tal vez algunos piensan que estas cosas son sólo para que las disfruten los hermanos ancianos. No es así; son para todos, para cada hijo de Dios. Él no quiere que las ignoremos, antes por el contrario, desea que conozcamos Su voluntad y estemos fundados en El. La Palabra de Dios ha sido escrita para cada uno de nosotros, y nos dice: "No seáis imprudentes, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor".
Comparado cuanto hemos considerado con Colosenses 1:9, 10, nos encontraremos sobre un terreno ya conocido: "Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de Su voluntad, en toda sabiduría y espiritual inteligencia; para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios." De estos dos versículos aprendemos que difícilmente podremos andar como cristianos, de acuerdo a la vocación celestial a la que hemos sido llamados, a menos que comprendamos las enseñanzas cual nos han sido dadas en el ministerio de Pablo. Podemos verlo demostrado, mirando a nuestro alrededor, lo que pasa en el mundo cristiano profesante, que ha abandonado la doctrina del Apóstol. Dondequiera que miremos, veremos toda suerte de contradicciones a la vocación del cristiano.
Hay infinidad de cristianos en el día de hoy que se han asociado con toda suerte de organizaciones mundanas, sin que su conciencia sea sensible para repudiar las cosas malas con las que están ligados, y que son contrarias al llamamiento celestial, y que aparentemente desconocen que la venida del Señor puede producirse en cualquier momento, viniendo a interrumpir el curso de todos los acontecimientos sobre la tierra. Y también dentro del círculo cristiano, se hacen toda suerte de proyectos a largo plazo, contemplando los años venideros, fundándose instituciones con miras permanentes, y se lanzan de lleno a toda suerte de reformas políticas y sociales, sin tener en cuenta que la doctrina de Pablo enseña que la iglesia debe estar siempre en compás de espera, en esa expectativa gozosa de la venida del Señor por los Suyos, pues ignoran totalmente tal verdad, la cual ha sido del todo abandonada, y en muy raras ocasiones se hace mención de ella.
Visitando cierta vez a un querido hijo de Dios, en una de las varias denominaciones cristianas, recuerdo que al hablarle acerca de la posible venida del Señor en cualquier momento, no le impresionó lo más mínimo, sino que, por el contrario, y como restándole importancia, me contestó: "Si es que el Señor va a venir, vendrá, y por supuesto, yo estaré preparado. Pero no creo que Su venida deba ocupar demasiado nuestros pensamientos, ni afectar a nuestros planes. Debemos continuar esforzándonos en la predicación del evangelio como si Él no tuviera que venir; cuando Él tenga que venir, vendrá. Esto es todo cuanto yo creo."
No había en este cristiano la alentadora esperanza que debe anidar en todo corazón de un hijo de Dios. Y ¿por qué? ¿No era él un cristiano? Lo que pasa que era salvo, pero no había recibido la sana instrucción del ministerio de Pablo en las cosas que al Señor Jesucristo se refieren; por tanto, no había sido instruido en "la voluntad de Dios", no habiendo oído prácticamente nada acerca de las doctrinas de Pablo, que se contienen en sus epístolas, esas preciosas porciones destinadas para ser el "pan" espiritual del cristiano. La instrucción que tal cristiano había recibido no era una doctrina depravada, pero era una incompleta y mutilada enseñanza.
Desconocía prácticamente la totalidad de las preciosas verdades de la asamblea. Sí, sabía bastante del evangelio; tal vez podría extenderse su conocimiento a todo el curso de la vida del Señor aquí abajo, y también podría predicar acerca del amor del Señor hacia el pecador, expresado en Juan 3:16, etc. etc. Tenía un estimable conocimiento acerca de Cristo y de Su obra en la cruz del Calvario, Su muerte expiatoria, pero ignoraba todo cuanto contienen las maravillosas epístolas del Apóstol Pablo, las cuales nos revelan la glorificación del Señor, hablándonos de Su exaltación en los cielos, y de nuestra vital unión con Él, y que un día la iglesia será llamada para ir a reunirse con Él en la gloria. ¡No es esto una gran pérdida! ¡Quiera Dios que no lo sea para el querido santo de Dios que lee estas líneas!
Nunca podremos caminar ni obrar correctamente, como nos corresponde, en ninguna actividad cristiana, mientras no hayamos recibido la oportuna instrucción derivada del conocer la voluntad de Dios en su totalidad y plenitud, tal cual la tenemos trazada en Su Palabra, incluyendo muy primordialmente las 14 epístolas de Pablo.
Siguiendo adelante en el tema contenido en el primer cap. de Colosenses en los vv. 23-25, veremos cómo Pablo recibe un doble ministerio, a tenor de lo que leemos: "Si empero permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído; el cual es predicado a toda criatura que está debajo del cielo; del cual yo Pablo soy hecho ministro. Que ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia; de la cual soy hecho ministro, según la dispensación de Dios que me fue dada en orden a vosotros, para que cumpla la palabra de Dios." ¡Cuán solemnes son estos versículos! ¡Cuán pletóricos están de tal verdad! El peculiar instrumento que Dios escogió recibe aquí su doble ministerio: El ministerio del evangelio, al cual él llama el "Evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo," y en otro lugar, el "Evangelio de la gloria del Dios bendito" (Ef. 3:8, y 1ª Ti. 1:11). Podríamos decir que el evangelio de Pablo incluye Juan 3:16, pero va más alla, alcanzando todo cuanto nos pertenece en Cristo, como resultado de Su padecimientos y muerte, y resurrección, habiendo sido exaltado a lo sumo, y estando sentado "a la diestra de la Majestad en las alturas". (Heb. 1:3).
Y no sólo esto, pues Pablo nos dice que Dios le ha dado otro ministerio, el cual es él de la Iglesia, el ministerio del cuerpo de Cristo: "para que cumpla la Palabra de Dios", lo cual quiere decir que el ministerio de Pablo contiene y expone todo cuanto Dios tiene para el hombre, de modo que cuando el Apóstol terminó sus epístolas, la verdad en su totalidad y extensión, y contenido, había sido revelada. También Dios usó posteriormente a Juan y a otros escritores para ejercitar a Sus santos sobre esta tierra, pero nunca fue sobrepasado el límite de lo expuesto en sus escritos apostólicos, o sea, el ministerio de Pablo.
El Apóstol tuvo que sufrir a causa de su ministerio, según él mismo afirma: "Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia" (v. 24). El ministerio de Pablo siempre ha conllevado sufrimiento a los santos de Dios. El Apóstol dice: "cumplo . . . lo que falta de las aflicciones de Cristo." Sabemos que no se trata de ningún sufrimiento de expiación. ¡Cierto que no! Pablo viene a probar con ello que estaba tan vinculado con la mente del Señor, que compartía la misma naturaleza del rechazo del que su Señor fuera objeto en este mundo. Si nosotros estamos andando en esta misma línea del ministerio y doctrina de Pablo, en el pleno círculo de la verdad de Cristo y de la iglesia, pagaremos el precio que ello cuesta.
Nunca ha sido posible, ni lo será, el andar en este mundo, y testificar de la verdad celestial enseñada por Pablo, sin sentir el rechazo de este mundo sobre nosotros. Ni la misma profesión cristiana gusta de tal ministerio, ni que se insista en sus enseñanzas. No les gusta oír del "misterio que . . . quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio entre los Gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria" (vv. 26, 27).
Al exponer Pablo el tema de Cristo y de la iglesia, agotó, por así decir, todo el más excelente vocabulario. ¿Es qué nosotros nos contentaremos con algo que sea menos que estas preciosas verdades? El evangelio, siendo algo excelente, no contiene todas las riquezas del ministerio de Pablo. Debemos vivir sujetándonos a la verdad de Cristo y de la iglesia, según Pablo enseña. Si lo hacemos así, es posible que paguemos un precio, pero el resultado será precioso, "Nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús" (v. 28). No hay nada tan elevado como "presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús", este es el verdadero ministerio. Cualquier ministerio que no contenga todo ello será insuficiente, y nunca el Espíritu Santo lo podrá aprobar, pues sería sólo un ministerio parcial. Y esta verdad es para todos, sin distinción, aunque sean hermanos dotados, predicadores, o líderes. Los más sencillos hijos de Dios, como las hermanas, sin discriminación alguna, pueden recibir y gozar toda la preciosa verdad en ello contenido. Dios quiere que todos alcancemos un mismo nivel de perfección en la verdad que el ministerio de Pablo nos presenta, Pablo deseó que todos los hijos de Dios anduvieran en el gozo y bendición de ello.

Capítulo 3

Hasta aquí, hemos venido considerando, a la luz de las Escrituras, varios puntos de la doctrina de Pablo y su alcance en nuestras vidas y testimonio en el tiempo presente, como también sobre la institución de la iglesia, la historia de sus primeros tiempos, la conversión de Pablo, en unión con el ministerio que al Apóstol le fue encomendado. Hemos podido constatar cómo Pablo siempre procuró, en el desempeño de su alta misión, vincular a los santos con la plena participación en la revelación que como a un especial Apóstol de Dios, le fue confiada. Que el Apóstol ocupa una posición única entre los catorce "apóstoles", que como tales se nombran en las Escrituras, es cosa de sobra reconocida, y nunca él fue menos que el que pudiera considerarse el mayor. Sabemos que fue el instrumento escogido de Dios por el cual Cristo reveló la verdad de la iglesia. Es cierto que los otros escritores del Nuevo Testamento hablan de la "iglesia", mas Pablo es el único entre ellos que, cuando habla de la iglesia, la llama la "iglesia de Dios".
También hemos hecho énfasis de lo expresado en Col. 1:27-28, y queremos traer de nuevo tal escritura: "Cristo . . . el cual nosotros anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo Jesús." Y sigamos adelante con el v. 29, y cap. 2:1-3: "En lo cual aun trabajo, combatiendo según la operación de él, la cual obra en mí poderosamente. Porque quiero que sepáis cuán gran solicitud tengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca vieron mi rostro en carne; para que sean confortados sus corazones, unidos en amor, y en todas riquezas de cumplido entendimiento para conocer el misterio de Dios, . . . en el cual están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento". Con estas palabras, el Apóstol manifiesta su hondo y vivo deseo de que todos nosotros apliquemos en nuestra vida cristiana y testimonio la plena verdad del misterio de Dios, misterio que está en relación con Cristo y la iglesia.
Según los designios y sabiduría de Dios, el Apóstol Pablo fue el medio para la comunicación de tres revelaciones diferentes. La principal y más importante de todas, es mencionada por vez primera en 1ª Co. 12:12, 13, de la siguiente manera: "Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también [el] Cristo"—"¿El Cristo!"— tal expresión es usada en el original griego. "Porque por un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos bebido de un mismo Espíritu." Esta expresión: "así también [el] Cristo", significa que la unión de los miembros del cuerpo sobre la tierra, con la Cabeza ascendida y glorificada en los cielos, es tan real que—el cuerpo, la Cabeza, y los miembros—, es todo ello contemplado como siendo una "sola cosa", y es así llamado "el Cristo", por lo cual, "el Cristo místico" comprende la Cabeza glorificada y exaltada en los cielos, y los miembros aquí en este mundo.
Se nos dice en el primer capítulo de Colosenses que Pablo ha recibido un doble ministerio, cuya primera parte está en conexión con el evangelio; y siempre el evangelio de Pablo relaciona al hombre con la gloria, como lo vemos en 2ª Co. 4:4, al llamarlo "el evangelio de la gloria de Cristo". Y podemos comprobar que realmente fue así pues siempre que Pablo predicó el evangelio, no sólo habló a los hombres de que Cristo murió por ellos, y que por aceptarle como Salvador, sus pecados serían perdonados—cosa que es cierta, y necesaria creer para salvarse—, sino que su evangelio tuvo siempre tal alcance y poder que el hombre que aceptaba a Cristo no solamente recibió el perdón de sus pecados, sino que era vinculado al Hombre glorificado en los cielos—en una plena y feliz comunión con Cristo Jesús Señor nuestro. Y Pablo en su doctrina va aún más allá: contempla al creyente sentado en los lugares celestiales con Cristo.
La segunda revelación que el apóstol recibió está íntimamente ligada con la primera. Pues además de la verdad de que la iglesia es una institución celestial, y que está unida con la Cabeza glorificada en los cielos por el Espíritu Santo que mora en ella, le fue confiado a Pablo, el pleno significado doctrinal de lo que llamamos la "Cena del Señor". En el mundo religioso se llama comúnmente, "servicio de la santa comunión". La Palabra de Dios nos la presenta en 1ª Co. 10, y 11, como la principal ordenanza para expresar a través de toda la historia de la Iglesia, hasta que el Señor venga, la verdad de la muerte de Cristo en favor nuestro. También le fue dado al Apóstol, en relación con la conmemoración del Señor en Su muerte, el significado adicional del "un pan". "Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel UN PAN (1ª Co. 10:17). De esta sencilla manera nos es presentada la unidad del cuerpo de Cristo.
La tercera revelación que Pablo recibió, fue la concerniente a la resurrección de los santos dormidos en Cristo, y la posibilidad de que los que vivimos hoy no gustemos la muerte; y esta tal revelación se complementa con las dos anteriores por los factores siguientes. Si la verdad de Cristo y Su Iglesia es la más alta verdad que Dios haya podido revelar al hombre; y si la conmemoración de la muerte de Cristo, en la Cena del Señor, es la expresión de tal verdad para la Iglesia en este mundo, ¿qué estado, situación, parte, o sentimiento comparten los santos que partieron de este mundo para estar con Cristo? ¿Es que están en desventaja ante los beneficios acumulativos de los santos vivientes, y sufren alguna pérdida? ¡En ningún modo! El Señor satisface sus corazones y sus anhelos con Su presencia, y los traerá consigo en Su venida, para que juntos ellos y nosotros seamos transformados, y hechos aptos para recibir la plenitud de la bendición que hemos recibido por la fe. La resurrección de los que durmieron en Cristo, y la transformación de los santos vivos, para ser arrebatados a lo alto a recibir al Señor en los aires, es lo que conocemos con los términos del "arrebatamiento de la iglesia". La bienaventurada esperanza que anima a todo fiel cristiano.
Al ser completado el número de los que han de ser salvos por el evangelio, e incorporados al cuerpo místico de Cristo, se dejará oír la voz de aclamación del Señor—de arcángel y de trompeta de Dios—en los aires, mientras la iglesia será arrebatada de este mundo para estar por siempre jamás con el Señor. Así lo establece 1ª Tesalonicenses 4:14-17. Las tres revelaciones dadas a Pablo están relacionadas entre sí, y en su conjunto forman el peculiar testimonio paulino. Por lo leído en los en el cap. 2 de Colosenses, podemos ver como Pablo ha deseado siempre ardientemente que todos los santos de Dios puedan recibir el pleno conocimiento de su ministerio, y de la voluntad de Dios.
En el v. 4 del citado cap. leemos: "Y esto digo, para que nadie os engañe con palabras persuasivas", y sigue insistiendo en los vv. 8-10, "Mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo: porque en Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente: y en Él estáis cumplidos."—Otras versiones dicen: "Lo tenéis todo en Él".
Sí, amados santos de Dios, es sólo en Él que "estamos cumplidos", o mejor dicho, "lo tenemos todo en Él". Cuán celoso fue siempre Pablo para que todos los cristianos conservemos esta verdad: "tener todo en Él", lo cual se relaciona con la verdad de Cristo y la iglesia, cosas que no pueden ser separadas, por estar íntimamente relacionadas, y bien unidas. Los deseos de Pablo, en cuanto a nosotros, los dio a entender, al decir: "Quiero que sepáis cuán gran solicitud tengo por vosotros" (v. 1). No se refería aquí el Apóstol a nuestra salvación, ni en miras al ir al cielo después de morir, sino para que podamos comprender y participar en este misterio; y para que éste modele y transforme nuestras vidas de acuerdo al pensamiento y voluntad de Dios. Así Pablo va desarrollando su doctrina para que ésta afecte y dirija la vida del creyente.
El Apóstol menciona a Epafras en el v. 12 del cap. 4, "Os saluda Epafras, el cual es de vosotros, siervo de Cristo, siempre solícito por vosotros en oraciones, para que estéis firmes, perfectos y cumplidos en todo lo que Dios quiere." No cabe duda que Epafras, al igual que todo cristiano con buena salud espiritual, dedicaba algo de su tiempo al ministerio del evangelio, mas el apóstol resalta de él el servicio a los santos por la oración, procurando que sus vidas y caminos fuesen perfectos y en toda obediencia a la voluntad de Dios.
Con la mención hecha de Epafras como siendo un hombre de iglesia, quisiéramos insistir en la importancia de ello, para cada creyente. El Apóstol alaba a Epafras por cuanto él trabajaba con todo ardor, soportando la fatiga y el agobio y siendo diligente e insistente en sus oraciones, anhelando en su espíritu que los amados santos adquiriesen el pleno conocimiento de toda la verdad divina. Estamos viviendo en un tiempo en que todo lo tocante al cristianismo es tan superficial habiendo éste llegado a tal decadencia que, en muchos lugares, se le considera como una sociedad misionera.
Después de haber atendido un buen estudio de la Palabra de Dios, en una conferencia, me dirigí a un asistente, un ministro de una iglesia protestante, y por cierto que era un hijo de Dios, y comenté lo provechoso del tiempo empleado meditando la Palabra de Dios. Su respuesta manifestó que su parecer estaba en pleno desacuerdo conmigo, pues me dijo: "No doy demasiada importancia a este tipo de actividad, pues yo creo que Dios valora todas las cosas desde el punto de vista de la salvación de las almas".
Este cristiano fue sincero en lo que decía, y un verdadero conquistador de almas. Sabemos que todo cuanto él hubiere hecho por Cristo, será examinado algún día ante el tribunal de Cristo. ¿Serán juzgadas las cosas con la medida que tal cristiano tenía en mente, en aquel día futuro? ¿Estimará Dios nuestras vidas espirituales de acuerdo al número de almas que hayamos conquistado para Cristo? Pablo escribe: "Nuestras letras sois vosotros, escritas en nuestros corazones, sabidas y leídas de todos los hombres" (2ª Co. 3:2). Quiera Dios que no solamente los hombres puedan leer en nuestros corazones lo que atañe a la salvación de las almas—cosa muy importante, por cierto—, sino que puedan leer mucho de lo que abrigaba el corazón de Epafras, quien procuraba estar en armonía con la voluntad de Dios en lo referente a Cristo y a la iglesia. Precisamos de un claro discernimiento de lo que conviene hacer y cómo andar de acuerdo a la voluntad de Dios, de lo contrario, estaremos en peligro de salirnos y alejarnos de los pensamientos de Dios.
Ayudando en cierta ocasión a excavar un terreno para edificar en él una casa, tomamos las medidas convenientes de su anchura y longitud, sin apercibirnos de que la medida que empleamos era deficiente en algo mas de dos centímetros. Cuando el albañil empezó a colocar los ladrillos, se percató, con el consiguiente disgusto, que la cavidad preparada quedaba corta en su largo y en su ancho, ocasionándole el consabido trastorno. En realidad, nosotros lo hicimos todo honestamente, pues no nos dimos cuenta de la deficiencia de la medida que usamos. Tuvimos que ser convencidos por el albañil para aceptar la desagradable realidad de que habíamos usado una medida deficiente, o falsa, cuyo resultado se dejó ver después de nuestro trabajo. Al llegar el albañil y empezar su labor quedó de manifiesto que las medidas no correspondían al modelo que previamente se había trazado. Así ocurre con nuestro trabajo para Dios, a menos que usemos la medida correcta, no obtendremos un resultado satisfactorio, sino que por el contrario será del todo deficiente e inaceptable. Debemos esforzarnos para que la plena revelación divina con todo su alcance, rijan la marcha y testimonio de nuestra vida cristiana.
¡Cuán importante es que tengamos en cuenta lo que Pablo dice: "Que ninguno os engañe"!, pues al ver todo cuanto rodea al mundo cristiano en el día presente, que mírese por donde se mire, es una grande negación a lo que el verdadero cristianismo debería ser. Debemos ponernos en guardia para no ser arrastrados por su mala influencia tan llena de errores, confusión, sectarismo, ritualismo, racionalismo, y toda suerte de contaminaciones que proliferan hoy en día, acogiéndose todo bajo su bandera desplegada a los cuatro vientos.
En el texto que estamos considerando (Col. 2:8, 18), expone dos peligros de los que debemos huir, y son el "Racionalismo" y el "Ritualismo", tanto el uno como el otro, dispuestos a robarnos la preciosa verdad divina. Ruego a todos los queridos santos de Dios que estéis prevenidos contra lo pernicioso del "Racionalismo", que procura que consideremos las cosas divinas a la luz de la mente humana, quiere decir bajo el punto de vista de la razón, analizando las cosas santas de Dios por medio del raciocinio humano. Si caemos en la trampa, manipulará nuestros pensamientos de una manera tan sutil que nos desplazará del terreno divino, sin que nos demos cuenta. Tal son las maneras de obrar de Satanás, quien sabe que, si logra hacernos usar la razón humana, va a salir victorioso; él lo ha experimentado por más de 6.000 años. Él sabe presentar las cosas de manera muy atractiva para conquistar la mente humana. Tenemos un eficaz remedio en 2ª Co. 10:5; "Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo." Transcribimos de otras dos versiones, el mismo verso por considerarlo de interés: "Derribando razonamientos soberbios, y toda cosa elevada que se ensalza contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo" (Vers. Moderna), "Y demoliendo todo baluarte que se yergue contra el conocimiento de Dios; vamos sometiendo todo entendimiento a la disciplina de Cristo" (Vers. Ftrrbia). Si podemos aprender y permanecer EN LA VERDAD DE DIOS en toda su simplicidad, tal cual nos ha sido dada, estaremos a salvo de todo peligro.
Seamos diligentes y sumamente cuidadosos en no salirnos del terreno divino; lo que más temía, el
Apóstol era la astuta sagacidad del diablo, lo que le hizo exclamar, "Temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, sean corrompidos así vuestros sentidos [mente] en alguna manera, de la simplicidad que es en Cristo" (2a Co. 11:3). Amados hermanos, os encarezco sobremanera a que tengáis en grande estima "la simplicidad que es en Cristo". Contra lo que se podría pensar, las cosas de Dios y Su verdad son llamadas en las Escrituras, "cosas simples", y en realidad lo son para la fe, mientras que son piedra de tropiezo para la razón humana, por lo que no es de extrañar que cuando el mundo oye el evangelio, lo tache de locura, ya que así es para el hombre natural quien es incapaz de entender las cosas que son del Espíritu. (la Co. 2). En cambio, para el creyente, la Palabra de Dios es un precioso depósito de previsión y un tesoro sin par, del que extrae las "cosas nuevas y cosas viejas" (Mat. 13:52). Por todo ello Pablo dice en nuestro capítulo, "Mirad que ninguno os engañe". No dejemos que el enemigo nos confunda ni nos despoje de tan precioso tesoro como es la verdad divina.
En cierta ocasión compré un libro que venía anunciado en una publicación fundamentalista. Su contenido parecía muy interesante, y todo él escrito de manera fascinante e inteligente. Mas a medida que me fui leyendo, descubrí que era un intento de la razón humana de ajustar el plan divino de acuerdo al entendimiento natural del hombre, para que fuese comprensible y aceptable para éste en sus miras y sentimientos lógicos a la medida humana. Antes de terminar el libro me di cuenta de que manera tan sutil puede un hijo de Dios ser extraviado del camino de la verdad divina, manipulado por Satanás con su astucia, quien sin duda guio la pluma del escritor, y que esto fue así, se demostró no mucho más tarde, pues el propio autor fue desviado de la verdad, y empezó a predicar y enseñar el error. Tanto fue así, que este hombre negó al Cristo de Dios, propagando la idea de que Cristo no era coeterno con el Padre, pues según su concepto, Cristo fue sólo algo que Dios había creado—una concepción de Dios—, pero que no era el Hijo Eterno de Dios. No lo decía exactamente con estas palabras, pero tal era en efecto y en sustancia a lo que sus razonamientos humanos habían llegado.
Debemos tener mucho cuidado de no ser llevados por Satanás a tales caminos. No confiemos jamás en nuestra inteligencia humana, ni nos dejemos guiar por los raciocinios naturales de nuestra mente. No olvidemos que Dios nos ha dado Su Palabra sin preguntar nuestros pareceres sobre ella. Además, "¿Quién conoció la mente del Señor? ¿quién le instruyó?" o "¿Quién fue Su consejero?" (la Co. 2:16, y Ro. 11:34). Esto era lo que Pablo tenía ante sí cuando escribió a los Romanos. Es que, por ventura, ¿había Dios recibido ayuda o consejo de alguien, cuando Él ordenó e hizo todos Sus planes para la pasada, el presente, y el futuro desde la eternidad? El Apóstol no admite ni la más remota posibilidad de ello. Nuestro camino de la sabiduría a seguir lo tenemos en Hebreos cap. 1, en lo que al Hijo de Dios se refiere; Dios nos ha hablado, y si somos inteligentes, oiremos y aceptaremos sin ninguna objeción lo que Dios nos ha dicho. Y en el cap. 2 de Colosenses se nos advierte que Satanás quisiera manipularnos con su astucia para apartarnos del terreno de la verdad, sea por el racionalismo, o bien sea por el ritualismo.
Como resultado de la libre actuación de la razón humana, tenemos el modernismo plenamente desarrollado, con todo su cúmulo de errores que gira en derredor del cristianismo, y lo que es más grave, que lo está invadiendo con sus falsas ideas y conceptos equivocados, de lo que son un claro exponente las ideas expuestas por Henry Emerson Fosdick, quien confiesa abiertamente no creer en la resurrección de Cristo, ni en Su nacimiento virginal, como tampoco en la obra expiatoria que Cristo hiciera en la cruz del Calvario. Por lo que Fosdick, como muchos otros, resulta ser un consumado y astuto incrédulo. Esto es un claro ejemplo de hasta donde conduce el modernismo.
Tanto el modernismo como el ritualismo, para no alarmar a la conciencia, empiezan de una manera tenue y muy sutilmente, a modificar y neutralizar las Escrituras, en las cosas más pequeñas, pero conduciendo siempre a un mismo camino erróneo, y sólo es cuestión de cuan adelante lo sigamos. Por ejemplo, un predicador radiofónico, quien se preciaba de fundamentalista, empezó recientemente a difundir sus ideas en defensa del sectarismo, diciendo más o menos que mientras la iglesia exista sobre este mundo, habrá las sectas, y añade: "Es sabido que no vestimos a nuestros hijos todos iguales, sino que nos gusta vestirlos de ropas y colores diferentes unos de otros. A los que son ya algo mayores les permitimos usar vestidos de colores y hechuras de sus preferencias y de acuerdo a su personalidad." De esta manera, este predicador pasó por alto tan a la ligera, y según sus propias ideas, el problema de las sectas, como si pudiéramos pensar que ello no afecta para nada a la verdad divina, ni a la sana doctrina, ni a Cristo y a la iglesia, y como si este asunto fuese dejado a resolverlo según nuestro juicio y mejor parecer, y de acuerdo a nuestra preferencia. ¿Es esta fe o racionalismo?

Capítulo 4

En la segunda carta que el Apóstol escribe a los Corintios, les dice: "Porque no somos como muchos, mercaderes falsos de la palabra de Dios: antes con sinceridad, como de Dios, delante de Dios, hablamos en Cristo" (2:17). La acusación contra los que falsean la verdad es directa y contundente, como clara y precisa es la defensa del apóstol por el ministerio en pureza y rectitud ante Dios y ante Cristo.
La Palabra de Dios condena muy seriamente las divisiones en Su iglesia y nos dice que son pecado. Puesto que Dios nos ha dado las precisas instrucciones sobre la marcha de la Iglesia en este mundo, debemos considerar toda división y secta como rebelión contra Dios, y como el fruto de la voluntad humana. No podemos mostrarnos tolerantes con lo que está en oposición a la verdad, pues seríamos inconsecuentes ante la mirada de Dios no trazando fielmente la Palabra de Verdad. No olvidemos que tendremos que dar cuenta delante de Él de nuestra conducta al respecto. ¡Cuántas veces tratamos las cosas de Dios y Su verdad trivialmente, como si de cosas sujetas a nuestro capricho y propia opinión!
Recuerdo haber leído algo sobre una disertación dada por el presidente de un Instituto Bíblico el día de la graduación de sus alumnos, en cuya formación no menos de veinte distintas denominaciones estaban representadas. Para alentarlos a salir a cumplir su ministerio en sus diferentes campos y destinos, y deseando contentar a todos, dijo más o menos en su discurso lo siguiente: "Yo creo que Dios ha suscitado a diferentes grupos de cristianos con el fin de enfatizar distintos aspectos de la actividad cristiana. Mientras una compañía enfatiza el "método" en la labor para Cristo, otra resalta la importancia del "bautismo"; otra la necesidad del presbítero y autoridad eclesiástica . . ." etc. etc., hasta nombrar varias denominaciones y sus más relevantes conceptos y distinciones. No podemos honradamente creer que esto sea fidelidad a Cristo ni a la verdad de Su Palabra, y mucho menos estar de acuerdo con la voluntad de Dios, ni podrá en manera alguna recibir la aprobación ante el tribunal de Cristo. Esto en principio es fruto del "racionalismo".
Ya hemos dicho que el "racionalismo" anula la Palabra de Dios, alterando sus efectos en las conciencias a fin de que el hombre pueda suplantar la verdad o revelación de Dios, pasando por alto los planes y propósitos divinos, para establecer, con una conciencia insensible o cauterizada, los principios y conceptos humanos, por cuanto los que le han instruido crearon en él una conciencia altamente elástica y adaptable en cuanto a esta materia, habiéndola desposeído de todos sus altos valores y de su criterio equilibrado, y la incapacitó para distinguir lo divino de lo humano.
Sabemos que cuando Epafras estaba orando sobre sus rodillas en favor de los santos de Colosas, lo que impulsaba su ardiente plegaria era el deseo fervoroso de que aquellos pudieran estar satisfechos y encontrar todo su contentamiento en el cumplimiento y en la aceptación de la plena voluntad de Dios—en todo y cuanto Él quisiera. Procuremos nosotros también escapar de todo lo que sea "racionalismo", y sometámonos a la voluntad divina, viviendo de acuerdo a los principios y verdades revelados en el ministerio de Pablo.
Cuando Pablo nombra a la iglesia, la llama "la iglesia de Dios." ¿Estamos y nos sentimos vinculados a ella como tal? Tal vez alguno diga con orgullo, "Yo pertenezco a la iglesia... tal, que sin duda es la mejor, pues da suma importancia al bautismo.... " No dudamos que en esa tal iglesia pueda haber mucho de bueno, pero para el Apóstol, el bautismo no lo representaba todo, pues dijo: "Porque no me envió Cristo a bautizar" (1ª Co. 1:17). Otro ejemplo es el de aquel que dijera: "mi iglesia es la mejor, pues pertenezco al grupo de los Amigos;" Cristo dijo: "vosotros sois Mis amigos, si hiciereis las cosas que Yo os mando" (Juan 15:14). Sin duda alguna que la cosa más definida que el Señor pidió a los Suyos, para que la hiciesen mientras estuviesen en esta vida aquí, fue la conocida petición, "haced esto en memoria de Mí" (Lc. 22:19, y 1ª Co. 11:24). Es algo concreto y definido, ¿no es cierto? "Comed este pan, y bebed de esta copa"; "haced esto"—Esto es lo que Él pidió, y "hasta que venga."
En cambio, sabemos que muchos del querido pueblo de Dios no celebran la Cena del Señor. No forma parte de sus actividades cristianas. En una palabra, no la toman en cuenta. ¿Es esto la doctrina de Pablo? Ante tales maneras de obrar en independencia de lo que la Escritura nos señala, ¿no creen que es importante conocer sobre qué terreno nos encontramos? La verdad de Dios es sólo una e indivisible, y Pablo desea ardientemente que todo creyente la conozca, la reciba y se someta a ella en su totalidad, y no aprueba ni admite que cada uno haga su propia voluntad. A nosotros nos incumbe recibir y aceptar lo que Dios dice en Su Palabra. En esto hay plena bendición. El "racionalismo" no nos dará nada, sino que nos arrebatará la preciosa verdad divina, y toda bendición que de ella emana.
Hay otro peligro, que de no ser cuidadosos nos puede arruinar; algo que anda paralelo y lado a lado con el "racionalismo", y que parece encajar perfectamente con éste. Ello es el "ritualismo".
Todo dentro del cristianismo a nuestro alrededor se dirige hacia uno de los dos momentos culminantes de su historia. Sabemos que el "Cabecilla" del renacido Imperio Romano será uno que niega a Dios en todo, aunque actuará en estrecha relación con aquella mujer, la "gran ramera"—figura de la corrupta profesión religiosa—, a lo que vendrá a desembocar en su eventual forma y estado el cristianismo apóstata de los últimos tiempos. Una parte del cristianismo actual está encabezada por el hombre—el "racionalismo"—; y otra parte está bajo la mujer—el "ritualismo". Cuando la verdadera iglesia—el conjunto de todos los verdaderos creyentes, y no meros profesantes —sea arrebatada de este mundo, y los que son falsos cristianos sean dejados sobre la tierra los dos poderes—el poder civil y el religioso, esto es el Imperio Romano y la gran ramera—caminarán juntos por un tiempo; pero finalmente Dios en el ejercicio de Su justicia se servirá del uno para destruir al otro; y es entonces cuando el MISMO SEÑOR aniquilará el imperio infiel. Todo cuanto nos rodea está yendo sea hacia el "hombre", o sea hacia la "mujer"—hacia el "racionalismo", o hacia el "ritualismo". Ahora bien, ¿hacia dónde estamos encaminando nuestros pasos? ¿Dónde queremos quedarnos? Recordemos que, según la doctrina de Pablo, la iglesia debe rendir en este mundo un brillante y bien definido testimonio de Cristo, pues con este propósito fue dejada sobre esta tierra; su misión es testificar de nuestro bendito Señor ausente, y su vocación es estar a la expectativa de Su venida, siendo "participantes de la vocación celestial" (Heb. 3:1). ¿Hasta qué punto es consciente la actual iglesia de esto? Debemos aceptar que su posición está bastante distanciada de esta verdad. No olvidemos que somos llamados para el cielo, no para la tierra, y nuestra mirada debe estar puesta en nuestro Señor Jesús. "Considerad al Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, Cristo Jesús" (Heb. 3:1). Y ¿dónde está Él? En el cielo; y nunca la iglesia fue dejada en este mundo como una institución terrena, y muy pronto ésta ha de ser quitada de esta escena, cosa que ella está deseando para ser introducida a la gloria por su Señor, al cual está esperando. Tal es el testimonio de la Palabra de Dios de acuerdo a la verdad que Pablo nos ha revelado.
Es una cosa cierta que, si Satanás no logra corromper las cosas por medio del "racionalismo", lo hará con el "ritualismo". Cualquier cosa, ceremonia, rito, que pretenda capacitar a las almas para presentarse dignas ante Dios, aparte de la obra perfecta de Cristo, es puro "ritualismo", como lo es todo lo más mínimo que se pueda o quiera interponer entre las almas y todo cuanto Cristo hizo en la cruz en favor del pecador. Todo lo que no sea la obra de Cristo sólo defraudará el alma privándola de las más excelsas bendiciones. El "ritualismo" es sumamente peligroso por cuanto va actuando poco a poco, y procura llevar al cristiano sobre un terreno falso. Pablo nos previene al decir: "Pues si sois muertos con Cristo cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué como si vivieseis al mundo, os sometéis a ordenanzas, tales como, no manejes, ni gustes, ni aun toques, [las cuales cosas son todas para destrucción en el uso mismo], en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres? (Col. 2:20-22).
Entendemos que aquí no se refiere a cosas puramente materiales como comida o bebida, o cualquier otra cosa material para el consumo, sino al "ritualismo" religioso, mostrándonos Dios cómo el hombre, antes que aceptar la obra de Cristo, a la cual nada puede ser añadido, y que nos hace perfectos delante de Él, ofrece sus propias actividades religiosas para perfeccionarse por sí mismo delante de Dios. Es casi seguro que los que tal hacen, lo hagan inocentemente, y procuran que una alta jerarquía eclesiástica lo apruebe, de manera que una vez conseguido, sea para ellos algo tan solemnizado, que apenas ningún hombre osaría tocarlo con la punta de sus dedos. No obstante a todo ello, se han apartado de Cristo, de Su perfección, y de toda la plenitud que tenemos en Él.
Muchos de nosotros tenemos el gran privilegio de reunirnos cada primer día de la semana para recordar al Señor en Su muerte. ¿Lo hace también el querido lector? ¿Cuán a menudo procura acercarse a Su mesa, para hacer memoria de Él? La Palabra de Dios nos dice, "Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga" (1ª Co. 11:26). Y las mismas Escrituras nos dan el testimonio de que los primeros discípulos se reunían los domingos para partir el pan, según leemos: "Y el día primero de la semana, juntos los discípulos a partir el pan . . ." (Hechos 20:7).
Al reunirnos para este propósito, lo hacemos con toda reverencia, solemnidad y gratitud, y en Su preciosa memoria comemos el pan y bebemos la copa, símbolos de Su cuerpo que por nosotros fue entregado y de Su preciosa sangre derramada para el perdón de nuestros pecados. El hacerlo así no significa que seamos más dignos y aceptables delante de Dios que lo fuéramos antes, pues el participar de los emblemas no nos sitúa en alguna más elevada posición religiosa que antes no poseyésemos, ni nos da mérito alguna, sino que sólo tratamos de obedecer con toda simplicidad y fe a Su petición que nos hizo, "haced esto en memoria de Mí." Esto fue prácticamente lo último que nos pidió hacer en memoria de Él. Por tanto, ¿no es triste ver a muchos queridos hijos de Dios hoy en día tan atareados con su ministerio, labores, y misiones, que son capaces de olvidarse de la tierna petición del Señor pidiéndonos, "haced esto en memoria de Mí", no encontrando ni lugar ni momento para venir quietamente, y obedecer Su requerimiento?
Recuerdo el caso de una hermana, miembro de cierta iglesia local, muy grande en miembros, y que podría catalogarse de fundamentalista, cuyos miembros se han lanzado tan de lleno al trabajo de la evangelización que están pasando por alto casi totalmente la línea de doctrina que estamos aquí considerando. Siendo esta hermana ejercitada respecto a su lugar en la Mesa del Señor, pensaba irse de su iglesia, y reunirse con otro grupo de cristianos de acuerdo con la Palabra de Dios, cosa que contó al ministro; éste trató de disuadirla de su propósito de irse, mas ella insistió en la necesidad de dejar la compañía, pues había descubierto que allí no se cumplían ciertas cosas que estaban en la Palabra de Dios. Él le pidió que le dijera de qué cosas se trataba, y ella le contestó: "Mire, yo siento en mi corazón la necesidad de recordar al Señor en Su muerte, como siendo miembro del cuerpo de Cristo, y no como perteneciendo a tal o cual denominación o iglesia, mas siendo guiados nuestros corazones por la fe, y en esa simplicidad, recordar a Cristo Jesús Señor nuestro." Entonces el ministro le dijo: "Bien, unos pocos de nosotros de esta grande compañía sentimos la misma necesidad, y por eso cada domingo en que no se celebra la comunión general de toda la iglesia, nos reunimos aparte de la congregación para recordar al Señor".
De esta manera tal ministro dio la razón a la hermana, aunque no tenía base escritural para querer mantener un testimonio fiel al Señor con los pocos dispuestos para ello, mientras se hacían otros tratos con el resto de la gran compañía, con desprecio de las enseñanzas de la Palabra de Dios. De otro lado, ¿será correcto observar dos normas de conducta opuestas entre sí y en una misma iglesia por la sencilla razón de existir dos tendencias en ella? ¿Es por ventura Dios un Dios de confusión? "Pues Dios no es Dios de confusión" (1ª Co. 14:33). Otras versiones tienen: "Dios no es un Dios de desorden".
Notemos la inconsecuencia de este caso: Tres domingos de cada cuatro se reunían casi en privado algunos de aquella numerosa compañía para recordar al Señor en Su muerte; mas en el cuarto domingo se abstenían de ello para venir todos juntos como miembros de aquella gran denominación. ¿Es qué podrá la Palabra de Dios justificar tales procedimientos humanos y tal posición de compromiso? ¡Ni pensarlo! Todo ello es una abierta negación de los más elementales principios de las enseñanzas divinas contenidas en Su Palabra. Y conste que no decimos esto queriendo despreciar cualquiera verdad que tal iglesia pueda mantener y enseñar; sabemos que millares de almas recibieron bendiciones por medio de ella, pero lo uno no justifica lo otro ni aprueba las flagrantes contradicciones observadas allí. No podemos negarles la parte de la verdad que puedan tener, pero estamos aquí para declarar con todo el temor de Dios que no podemos ser leales a Cristo, si somos transigentes con ciertas cosas en detrimento de la verdad, encubriendo o negando parte de ella con miras de agradar al mundo religioso que nos circunda.
Pasando ahora a Colosenses 3:1, Pablo dice: "Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba". Si en realidad buscamos las cosas de arriba nuestros corazones estarán libres de todo pensamiento humano. De haber tenido su corazón ocupado con lo que los hombres pensaban de él, nunca hubiera escrito el Apóstol el contenido de 1ª Corintios 4:9-13; "Porque a lo que pienso, Dios nos ha mostrado a nosotros los apóstoles por los postreros, como a sentenciados a muerte: porque somos hechos espectáculo al mundo, y a los ángeles, y a los hombres. Nosotros necios por amor de Cristo, y vosotros prudentes en Cristo; nosotros flacos, y vosotros fuertes; vosotros nobles, y nosotros viles. Hasta esta hora hambreamos, y tenemos sed, y estamos desnudos, y somos heridos de golpes, y andamos vagabundos; y trabajamos, obrando con nuestras manos: nos maldicen, y bendecimos: padecemos persecución, y sufrimos: somos blasfemador, y rogamos: hemos venido a ser como la hez del mundo, el desecho de todos hasta ahora."
¿Por qué tenía Pablo que sufrir todo esto? Para que cumpliese en su carne lo que faltaba de los sufrimientos de Cristo por amor de Su cuerpo. ¿Cuántos sufrimientos padecemos nosotros por amor del cuerpo de Cristo, la iglesia, y por seguir la senda de separación? Si queremos obedecer a la doctrina de Pablo nos encontraremos aislados de las grandes organizaciones del cristianismo que nos rodea. Hace ya mucho tiempo que la doctrina de Pablo sobre la iglesia ha sido olvidada, y ha sido reemplazada por el error de la llamada "iglesia invisible" y la "iglesia visible"; por lo tanto, toda la doctrina de Pablo tocante a la "iglesia invisible" ha sido dejada, por así decir, al cuidado de los ángeles, mientras que el hombre ha tomado posesión y mando, y de acuerdo a sus propias ideas, de la llamada "iglesia visible." ¡Cuán triste confusión ha creado todo ello! Se puede ver y palpar por todas partes.
Cuán distinta a todo ello es la doctrina de Pablo, la cual enseña que la iglesia es el testimonio de Cristo aquí abajo mientras Él está ausente, y manteniendo toda la verdad tocante a Cristo y no sólo parte de ella. Cristo ha dejado aquí a la iglesia, no como una institución para asentar sus cimientos en este mundo sea en el presente o en el futuro, sino como un testimonio AHORA, no olvidando que de un momento a otro vamos a partir de este mundo.
Bastantes años atrás pertenecí a una iglesia cuyo pastor era un hombre muy piadoso, y donde yo desarrollaba varias actividades en aquella comunidad compuesta por muchos queridos hijos de Dios. La dejé porque allí no se observaba la doctrina de Pablo; tenían parte de la verdad, pero con todo, yo no podía seguir las enseñanzas del Apóstol y permanecer allí, donde muchas de las tales eran negadas. Al poco de irme, recibí una carta de mi querido y anciano pastor, en la que me decía que yo había cometido el más grande y horrible disparate al haber dejado un buque para embarcarme en una pequeña barca.
A lo largo de su carta el pastor ponderaba la grandeza de tal iglesia que yo había abandonado, con una larga exposición de su membresía, instituciones, pero era sólo una larga lista de cifras y estadísticas, sin contener en toda tan larga carta ni siquiera un versículo de la Palabra de Dios, ni siquiera se mencionaba la voluntad divina una sola vez. Sólo se hacía gala de la sabiduría humana y de convencionalismos prácticos, y que, de acuerdo a todo ello, yo había cometido el más gran error de mi vida al tirar a un lado todas las posibilidades de escalar altos puestos en el ministerio eclesiástico, destruyendo de un solo golpe todas las mejores oportunidades de mi vida, al haber abandonado tan importante iglesia, y unido a un grupo tan obscuro y restringido, sin ninguna representación importante en el mundo cristiano. Han pasado muchos años desde mi salida; tal comunidad aún existe, pero yo jamás he lamentado haberla dejado, sino que por el contrario doy gracias a Dios por haberme mostrado relativamente pronto en mi vida espiritual, que la verdad de Cristo y la iglesia es tan sumamente estimada para el corazón del Señor, de manera que no podría disfrutar de la plena comunión con Él, a menos que Su verdad sea el todo en mi pensamiento, en mi camino, y en la práctica de mi vida cristiana.
Acerca de los consejos de Dios, Pablo nos dice: "Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros" (Hechos 20:20). ¿Estamos haciendo nosotros lo mismo? Procuremos en toda nuestra conducta y testimonio no comprometer la verdad. Sentimos nuestra flaqueza al ir llegando al término de esta exposición, viendo que sólo hemos tocado muy superficialmente este importante tema de la doctrina de Pablo, ¡habiendo tanto que decir! Deseemos y procuremos todos andar siempre dentro de la línea que aquí se nos marca, y que está contenida en la bendita Palabra de Dios.
¡Qué Dios nos conceda el poder hacer todo ello nuestro, y que cada día podamos profundizar más y encontrar aquello que toca a cada uno de nosotros, y lo vayamos aprendiendo, aplicando en nuestras vidas, y también lo sepamos apreciar en todo su alto valor y belleza! No permitamos que nadie ni nada nos arrebate ni tan sólo una pequeña parte de tal tesoro. Queremos otra vez resaltar que nunca hemos tratado ni tratamos de desvirtuar—¡Dios nos libre de ello! —la importancia que tiene la labor de evangelización, a la cual hay que dar su lugar. Lo que siempre hemos querido significar al respecto, es que no debemos pararnos en sólo esto, sino que debemos seguir adelante a la perfección, siguiendo las palabras y consejos del Apóstol Pablo: "El cual nosotros anunciamos—el misterio [...] oculto [...] mas ahora [...] manifestado a sus santos: a los cuales quiso Dios hacer notorias las riquezas de la gloria de este misterio [ ... ] amonestando a todo hombre, y enseñando en toda sabiduría, para que presentemos A TODO HOMBRE PERFECTO EN CRISTO JESUS" (Col. 1:28, ved también vv. 26 y 27).

Capítulo 5

En los capítulos precedentes estuvimos considerando la doctrina de Pablo en su aspecto histórico, y vimos cómo el Apóstol ha sido un instrumento de excepción, a través del cual han sido revelados los admirables y eternos consejos de Dios a los santos. Fuimos enumerando los principales puntos, y aspectos de tan preciosa revelación, como también denunciamos algunas de las cosas que corrompieron la sana doctrina, y destacamos dos de los mayores peligros: el "racionalismo" y el "ritualismo", quienes cada uno de por sí, o a la par, pueden arrebatarnos las preciosas verdades que Pablo, por el Espíritu Santo, nos ha dado a conocer.
Deseamos continuar ahora hablando de los problemas con los cuales la iglesia de Dios se tiene que enfrentar en el tiempo actual, y que hacen cada vez más difícil la observancia de la doctrina de Pablo, hoy, que cuando el Apóstol vivía.
Cuando cualquier nueva empresa quiere hacer conocer sus actividades y negocios, con miras a encontrar personas que se interesen en ella y más que eso, quieran invertir su dinero, lanza la mejor propaganda posible para atraer a la gente, presentando todas sus ventajas, y haciendo resaltar todo cuanto pueda garantizar su seriedad, campo de actividades, beneficios, etc., tratando de asegurar que tiene una base sólida, queriendo demostrar que no llevará al fracaso a los que confíen en ella, ni los defraudará. En contraste a todo esto, cuando la cristiandad es introducida en este mundo, todo cuanto se promete a la iglesia es lo opuesto a todo lo anterior. Pues referente a cómo debía ser recibida en este mundo, sus progresos en la verdad, y su estado confuso y de ruina al llegar a la consumación de los tiempos, tal como se nos presenta en Apocalipsis, en las siete cartas enviadas a las siete iglesias, todo es de signo negativo en su mayoría, pues desde el principio hasta el fin, en grado descendente, vemos empeorar sus condiciones.
Trazando a grandes rasgos su historia, de acuerdo a lo que tenemos en los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, respecto a las siete iglesias, vemos con muy pocas excepciones, un estado caído, y aumentando en su grado de degeneración a tal punto que cuando llega a los últimos tiempos de su historia en este mundo, la iglesia profesante ha llegado a tal estado de corrupción, y se hace tan repelente a Cristo que se nos dice que el Señor la vomitará de Su boca (Ap. 3:16). Todos los escritos apostólicos abundan en serias advertencias para los santos, avisando de que las condiciones de los últimos tiempos serán muy malas, yendo aún de mal en peor. Tiempos difíciles, por cierto, por lo cual sabemos que, en tal época, apenas la fe genuina y sincera existirá en esta tierra. El amor de muchos se enfriará, siendo no solamente abandonada la verdad, sino que rehuida, haciendo la gente oídos sordos a la Palabra de Dios, y muy especialmente en lo que a la peculiar verdad del ministerio de Pablo se refiere, ya que es contraria a los deseos del corazón humano, opuesta a sus sentimientos naturales.
Queridos hermanos, es muy solemne pensar que estamos viviendo en los últimos tiempos de la actual dispensación cristiana, si es que podemos llamar dispensación a estos tiempos en que vivimos, y tenemos que enfrentarnos con el problema de hallar el camino verdadero por el cual andar en medio de toda la confusión que Satanás ha creado en el terreno religioso. No es posible mirar al cristianismo de hoy en su estado confuso, sin darnos cuenta de que reina la misma confusión que se produjo en Babel. No debemos sorprendernos de que la gente se encuentre tan descorazonada, errante y desorientada en el día actual, como en aquellos días andaba Israel, cuando no había rey entre ellos, y cada uno hacía lo que mejor le parecía (Jueces 17:6). También hoy, la mayoría de los cristianos, con gran indiferencia y apatía han, llegado a la conclusión que todo lo que pueden hacer es seguir con la corriente religiosa del tiempo, adaptándose a tal confusión sin preocuparse lo más mínimo en conocer la voluntad de Dios, por medio de Su santa Palabra.
En aquellos días en que en Israel no había rey, a que nos hemos referido, es cierto que carecían de un conductor y guía, y por ello, cada uno hacía lo que mejor le parecía. En cambio, nosotros los creyentes no podemos decir ni hacer lo mismo en relación con la iglesia de Dios. Sería negar la soberanía de nuestro Señor Jesucristo sobre ella, cuya soberanía no depende de nuestra fidelidad. El Señor no quiso—no podía—arriesgar tan preciosas cosas, como la verdad del un solo cuerpo, dejándolas al cuidado del hombre, quien era incapaz de mantenerlas, pues siempre ha fracasado en cuanto a sus manos se le ha confiado. Por tanto, es bien claro y patente que Su promesa: "Edificaré Mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", depende totalmente de ÉL MISMO, y no del hombre (Mt. 16:18).
Cuando Cristo llame a SÍ MISMO a Su Iglesia, "a fin de hacerla comparecer en Su presencia, toda gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef. 5:27, Ftrbía), entonces, y como resultado de Su obra perfecta en la cruz, ella responderá a toda la gloria, santidad, y a todos los propósitos y deseos del Señor, sin la más pequeña sombra o arruga que pudiera empañar tal glorioso momento y escena. Entonces la iglesia aparecerá esplendorosa, rutilante, y llena de gloria, cual el Esposo, de quien va a ser Su compañera por la eternidad, y siendo el fruto "del trabajo de Su alma" (Is. 53:11), por el cual la solvencia y perfección de la obra de Cristo ha quedado bien demostrada, siendo esta maravillosa creación Suya—Su Iglesia—Su propia gloria.
No vamos a extendernos mucho sobre lo que acabamos de exponer, sino que deseamos tratar del problema que tenemos que solucionar para encontrar el camino por el cual debemos andar de acuerdo a la voluntad divina, pese a todas las dificultades que nos rodean y acechan sin parar en nuestra marcha diaria. Debemos ser cuidadosos con lo que está bajo nuestra humana responsabilidad en relación con la verdad que nos ha sido confiada, estando todo ello estrechamente vinculado con la iglesia de Dios. Cuando el Señor Jesús pronunció Sus palabras de despedida, no presentó ningún brillante panorama, sino más bien sombrío, asegurando que el mundo no iba a recibir el testimonio de los discípulos, sino que a causa de su testimonio serían abominados. Él les dice: "Si el mundo os aborrece, sabed que a Mí Me aborreció antes que a vosotros. Si fueráis del mundo, el mundo amaría lo suyo; mas porque no sois del mundo, antes Yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo", y añade en otro lugar: "Estas cosas os he hablado, para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, Yo he vencido al mundo", y más tarde, orando al Padre, exclama: "Yo les he dado Tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo" (Juan 15:18, 19; 16:33, y 17:14).
Por el contenido de los anteriores versos, podemos deducir fácilmente que nunca el Señor insinuó siquiera que la iglesia llegase a ser una institución aceptada en este mundo, y de acuerdo a los planes que Él trazó para Su Iglesia—y mientras los introduce, por así decirlo, en el santuario, a través de los capítulos 14 al 17 de Juan—, es como si al despedirse de ellos, les dijese: "Os voy a dejar en este mundo hostil, el cual nunca va a recibir y menos aceptar vuestro testimonio que de Mí deis en vuestro andar y vida cristiana." Por tanto, nunca fue prometido, o predicho por el Señor, que la cristiandad viniese a ser algo popularmente aceptado por el mundo, dentro del plano que le correspondería, según la voluntad y deseo de Dios.
Así que, al decir verdad, la cristiandad verdadera, tal cual la tenemos delineada en las Escrituras en un estado puro y bíblico, jamás ha sido querido ni deseado por este mundo en el cual vivimos. Es bien conocido que muchas iglesias hacen ostentación del poder que han alcanzado en las más diversas esferas de este mundo, al mismo tiempo que el mundo presume por su parte de la presencia de la iglesia profesante en innumerables organismos, instituciones y estamentos que a el le pertenecen. El mundo tiene necesidad de la iglesia —para cubrir las apariencias en su aspecto moral, social y religioso—, y ésta se identifica con el mundo, en el más amplio sentido de la palabra. Y cada vez se estrechan más estas relaciones, aunque como es sabido, la línea trazada por la Palabra de Dios en cuanto a la conducta, testimonio, y vida de la iglesia, de acuerdo con Su voluntad, es rechazada por el mundo, el cual le muestra su total hostilidad e indiferencia. Pablo nos da testimonio de todo ello en sus escritos, y él mismo anduvo personalmente en esta verdad, aplicando a su vida tales enseñanzas y doctrinas, insistiendo a los demás cristianos a caminar en obediencia a tales principios.
Debemos llamar la atención sobre el hecho que al leer que, "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución" (2 Ti. 3:12), no se dice que todos los que "viven píamente", sino "todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución". Por tanto, si procuramos que nuestro testimonio cristiano sea aceptable para este mundo, y en especial para el mundo religioso, es cierto que podremos eludir la persecución y la hostilidad que en el tal se encuentra contra aquellos que quieren ser fieles al Señor. No lo dudemos ni un momento, que si queremos "vivir piamente en Cristo Jesús"—si éste es nuestro principal objetivo y anhelo de nuestras vidas—tal como nos dice la Palabra de Dios, "sufriremos persecución", seremos rechazados, y el mundo procurará hacer cuanto esté a su alcance para ahogar nuestro testimonio.
¿Cuál fue la experiencia personal de Pablo en su vida y ejercicio de su ministerio, al servicio del Señor? Ya hemos leído que fue tratado como siendo "la hez del mundo, el desecho de todos" (1ª Co. 4:13). Este lenguaje es altamente significativo, y todo el valor que tiene por ser de la Palabra de Dios gravita sobre nosotros, y se nos dice que somos también la escoria del mundo y el desecho de todos.
Respecto a su ministerio, Pablo dice recomendándonos en todo: "como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en alborotos, en trabajos, en vigilias, en ayunos, en castidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en amor no fingido, en palabra de verdad, en potencia de Dios, en armas de justicia a diestro y a siniestro, por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama; como engañadores, mas hombres de verdad; como ignorados, mas conocidos; como muriendo, mas he aquí que vivimos; como castigados, mas no muertos; como doloridos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo" (2ª Co. 6:4-10)
Tal es el precioso ministerio de este hombre escogido por Dios para revelarnos la doctrina de la iglesia, cuyo corazón estaba dispuesto para cumplir su obra hasta lo máximo, como lo demuestran sus palabras: "Me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la iglesia" (Col. 1:24). Tal vendría a ser la iglesia: una institución que se atraería sobre sí el odio y aborrecimiento, y la oposición de este mundo infiel sobre el cual debía caminar. Nunca ha sido popular el ministerio de Pablo, pues desde el principio, cuando testificó del Señor Jesucristo como siendo el Señor y Salvador a los griegos en el Areópago, éstos lo rechazaron tildándole de charlatán y palabrero. Y no fue ésta la única vez que fue tratado de tal manera por los incrédulos, a causa de su fiel testimonio. Cuanto más vayamos examinando su ministerio, más apreciaremos la grandeza y alcance de su vida de testimonio. Él siempre estuvo dispuesto a servir a los santos, como también a ministrar la Palabra del Evangelio a los incrédulos, trabajando de sus manos para no ser gravoso a los santos, y para que nadie le pudiera echar en cara que hacía su trabajo por ganancia material; por ello, él ejercia el oficio de hacer tiendas (carpas), con tal de poder predicar el Evangelio de balde.
Podemos ver cómo Pablo desecha la sabiduría humana o natural, de acuerdo a sus propias palabras: "Porque la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios; pues escrito está: El que prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos. Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios" (1ª Co. 3:19-23).
Cuánta sabiduría encierra la sentencia del Apóstol: "Que nadie se gloríe en los hombres", y ¡cuán pocos la han seguido! Es triste ver cómo la iglesia cristiana ha venido a parar en un campo de competición, dónde los hombres se esfuerzan con miras a obtener lustre y honor personal. Se ganan títulos, se conquistan grados, y se perfeccionan en el conocimiento y sabiduría meramente natural, luchándose con amargas y sórdidas envidias e intrigas, para ser encumbrado el hombre natural con nombramientos y rangos, de los cuales presumen en la iglesia de Dios, como si esta fuera una galería de exhibición de personas y talentos, en vez de presentar a sólo Cristo, respetando Su soberanía y preeminencia. ¿No es esto sumamente triste? Con toda seguridad que Satanás encuentra en todo ello motivo de complacencia, y él mismo sinuosamente promueve y desarrolla tales actividades puramente humanas entre el querido pueblo de Dios.
Dirigiéndose a Timoteo, Pablo le dice: "Requiero yo pues delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina; antes teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio" (2a Ti. 4:1-5). ¿Deseas tú, querido lector, servir al Señor? Por supuesto que te gustaría hacerlo. Todos cuantos deseen servirle, deben saber que Dios no quiere holgazanes entre Sus siervos, por lo que nos ha dado a todos, sin distinción alguna, el gran privilegio de servirle en nuestro testimonio cristiano de cada día, sean hermanos o hermanas. Cuantos quieran servir al Señor en el evangelio, seguro que no les faltará su oportunidad, y no olvidéis que la Palabra de Dios les dice: "Haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio".
En todo momento debe ser la Palabra de Dios la que dirija e inspire nuestras actuaciones, buscando en todo momento, y circunstancia, la luz y guía de las Escrituras, sujetando a ellas nuestras vidas y decisiones. De no hacerlo así, corremos el gran riesgo de acostumbrarnos a prescindir de su dirección y enseñanzas, y poco a poco y sin darnos cuenta, nos habremos descaminado y aceptado cosas que son contrarias a la voluntad divina, por tener las conciencias cauterizadas e insensibles a todo lo concerniente a la soberanía y santidad de Dios. Se empieza con cosas sin importancia, con pequeños desvíos, mas poco a poco se llega a tal grado de inconsciencia, que uno es incapaz de discernir lo que es aceptable o no en el testimonio y camino de una vida cristiana, y lo que es correcto o incorrecto delante de Dios, aceptando cosas malas como si estas estuviesen de acuerdo con la voluntad divina. Por tanto, amados hermanos, no nos olvidemos de que, mientras estemos peregrinando sobre este mundo, además de necesitar la guía de la Palabra de Dios, en todo, somos constantemente exhortados a verificar todas las cosas por medio de ella.
A menos que exista una razón válida para ello, ¿qué motivo podríamos tener para reunirnos unos pocos en una ciudad y otros pocos en otra? ¿Para qué mantener una posición separada, en medio de un cristianismo de por sí roto y dividido, el cual está esparcido en centenares de grupos y partidos diferentes? Si no nos fuera necesario presentar un testimonio escritural y de parte de Dios en medio de tanta confusión, más nos valdría olvidarnos de todo cuanto nos rodea, cerrar las puertas de nuestras reuniones, y diseminarnos entre las mil y una sectas existentes. Pero recordemos que hay algo que debemos mantener, y por lo cual vale la pena luchar y esforzarnos, apoyados en la voluntad de Dios, y en las Santas Escrituras, y no es para sostener unos puntos de vista personales, ni nuestra propia voluntad; de ser así, sería algo terrible. Nuestro deber es andar en obediencia a Su Palabra y propósitos, al mismo tiempo que debemos mantener y presentar un testimonio firme y constante al SOLO NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, no comprometiéndolo nunca con cualquier arreglo o componenda para ajustarlo a lo que podría parecer más lógico o razonable con la mente y determinación humana, vistas las circunstancias naturales, cosa que siempre estaría en contra de la Palabra de Dios. Tal es lo que creemos y defendemos, pues de lo contrario no escribiríamos estas líneas.
Tenemos una buena lección que aprender en la respuesta del Señor a Sus discípulos, cuando éstos le dijeron: "Hemos visto a uno que en Tu Nombre echaba fuera los demonios [...] y se lo prohibimos, porque no nos sigue" Jesús les dice: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en Mi nombre que luego pueda decir mal de Mí" (Marcos 9:38, 39). Debemos de ello deducir que siempre debe ser motivo de gozo cuando Cristo es glorificado por cualquier persona entre este pobre y perdido mundo. No hace mucho que oí en una casa por medio del radio a una persona exaltar a Cristo, y mi corazón se llenó de gozo por las alabanzas oídas. Quiera Dios que nuestros pobres corazones, rodeados por tanta frialdad e indiferencia por Cristo, nunca lleguen a marchitarse hasta tal punto que sean insensibles a cualquier voz que exalta y glorifica al Señor.
Pablo era sensible a lo que glorificaba al Señor, y se gozaba en ello: ". . . en todas maneras, o por pretexto o por verdad, es anunciado Cristo; y en esto me huelgo, y aun me holgaré" (Flp. 1:18). Fuese que Cristo era predicado por contención o pretexto, se regocijaba que en alguna manera Su Nombre fuese exaltado, y no se lo hubiese prohibido a nadie el predicar a Cristo. Tampoco nosotros debemos hacer callar la boca que exalte a Cristo, aunque nosotros debemos procurar ser fieles al testimonio como lo tenemos en la Palabra de Dios, en medio de estos tiempos de confusión y error, siguiendo fielmente la senda de fe que Dios nos ha marcado en las santas Escrituras.

Capítulo 6

En Efesios 4:2, 3, el Apóstol nos presenta una norma de conducta que afecta a cada hijo de Dios, diciendo: "Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Como ya dijimos anteriormente, es bueno regocijarnos en que Cristo sea predicado por quien sea, y por doquier, pero no podremos caminar en buena conciencia con todos los que predican a Cristo, por este mero hecho. Pues no es posible poder andar en comunión con quien, aun predicando a Cristo, confiesa creer y aceptar toda la Palabra de Dios, a excepción de algunas cuantas cosas escritas por Pablo, ni tampoco el identificarnos con cualquier compañía de cristianos que niegan, sea de palabra o sea de hecho, tal doctrina.
No podemos mostrar comunión con una institución que niega la doctrina de Pablo, ya que al exponer Pablo como debe conducirse la iglesia de Dios en su marcha, y en el orden de la misma en el ejercicio de sus ministerios y dones, él dice textualmente: "Si alguno a su parecer, es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, PORQUE SON MANDAMIENTOS DEL SEÑOR" (1ª Co. 14:37). Ay de aquella persona, sea hombre o mujer, que a sabiendas deje de lado el cumplimento de una parte de las Escrituras. No quisiera yo estar en su lugar al comparecer ante el tribunal de Cristo, mientras yo confío que por Su gracia que Él me librará de una tan amarga confusión en aquel día, guardándome en mi caminar, de cualquier desviación de la pura verdad de Su Palabra. Procuremos ser siempre "solícitos en guardar la unidad del Espíritu".
Si Dios en Su Palabra nos habla de una unidad que Él llama "la unidad del Espíritu", es porque tal unidad existe. Y ¿en qué consiste tal unidad, y dónde está? Como ilustración de esta unidad, quiero relatar algo que me ocurrió no hace mucho, visitando una pequeña asamblea, mientras estábamos reunidos un domingo por la mañana, recordando al Señor, entró al pasar un compañero mío de escuela al que conocía yo por muchos años, y por cierto convertido. Una vez terminada la reunión, la esposa de mi amigo se mostró ansiosamente interesada por conocer quiénes éramos y cuál era el nombre de nuestra denominación cristiana. Y no salía de su asombro cuando le dijimos no tener ningún nombre, sino que sólo nos reuníamos al Nombre del Señor Jesús. A la esposa de mi compañero le parecía ridícula y excéntrica nuestra posición. Estaba acostumbrada a los títulos y nombres; su propio esposo ostentaba el título de Doctor en Teología, y no era ella capaz de entender que nosotros nos reuniéramos al sólo Nombre de Jesús.
Amados hermanos, el único nombre que tendremos en el cielo, será el Nombre de Jesús, el sólo Nombre por el cual vale la pena combatir. ¡Cuán gran injusticia es gloriarse en el hombre! Es sólo al Señor Jesús a quien debemos glorificar, y sólo en Él gloriarnos, pues no hay otro que sea digno de la alabanza de nuestros corazones, sino solamente Él.
Tal vez nos sintamos atraídos por esas grandes campañas evangélicas, que el mundo llama magnos acontecimientos, y que son capaces de llenar grandes aforos de más de 20.000 personas, concentraciones que se llevan a cabo como un esfuerzo cristiano, y acogiéndose con entusiasmo la oportunidad brindada para oír la predicación del evangelio, el cual es anunciado en medio de una expectación y emoción, para lograr las cuales se rodea de un ambiente agradable por grandes y renombradas bandas musicales, con los músicos engalanados, interpretándose y cantando himnos a varias voces, etc. etc.
No dudamos que todo esto pueda cautivar a infinidad de nuestros jóvenes. Nosotros queremos repetir que si en tales ocasiones alguna alma encuentra allí a Cristo, y obtiene su salvación, nos sentimos contentos por tal hecho, pues siempre será para nosotros, motivo de gozo, que las almas se salven. "No se lo prohibáis". Pero en todo ello hay mucho de la actividad de la carne, y en lo que consiste en "gloriarse en los hombres", cosa la cual no podemos aprobar. En muchos lugares, y para hacer una mayor propaganda a los esfuerzos de evangelización, se citan cifras astronómicas de dinero empleado en la organización de tales actos, poniendo más de relieve los esfuerzos humanos, que la gloria del Señor, con lo que se pierde de vista la exhortación del Apóstol, que "ninguno se gloríe en los hombres" (1ª Co. 3:21).
Por tanto, amados hermanos, gocémonos cuando Cristo es predicado; pero no desperdiciemos la inestimable oportunidad que tenemos ante nosotros, en estos últimos tiempos de la historia de la iglesia en este mundo, de andar por la senda del oprobio por Cristo, y seguir los pasos de aquel hombre quien pudo decir: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" (1ª Co. 11:1). Este hombre ha sido uno de los más grandes santos y apóstoles de Dios que jamás hayan existido, y a él le fue confiada la revelación del misterio de Cristo y de la iglesia, la cual es de gran estima para el corazón del bendito Señor Jesucristo.
Que el Evangelio es también muy precioso para el corazón de Cristo es cosa de sobras conocida, y creo que lo es también para nosotros, y lo sabemos cuando nos regocijamos al oír predicar el Evangelio de Cristo, allí donde sea. Recuerdo que, viajando con mi esposa a cierta ciudad, donde no conocíamos a nadie, vimos a un hombre que con su hijo tocaban la guitarra, y cantaban canciones que hablaban de Jesús. Ello alegró nuestros corazones, viendo que otros alababan a nuestro amado Señor y Salvador Jesús, sintiéndonos menos extranjeros en aquella tierra extraña; y no dudo que todos nosotros nos alegramos siempre cuando el Nombre del Señor es exaltado. Pero existe algo más precioso y estimado para el corazón de Cristo que la evangelización: "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella" (Ef. 5:25). ¿Hasta qué punto amamos nosotros a la iglesia? Si la amamos cual debemos, desearemos siempre andar de acuerdo con Su doctrina, siendo siempre "solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Ef. 4:3).
Nunca debemos pensar que las tristes divisiones que han destrozado a la iglesia, en el correr de los años, sea cosa indiferente para el Señor, ni que deje de afectarle si decimos, "yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos, y yo de Cefas". ¡Cuán encarecidamente advierte Pablo a los corintios, y cuánto luchó él, suplicándoles para que abandonasen tal proceder!, rogándoles una y otra vez y con todo ardor, diciéndoles: "Que ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir; todo es vuestro; y vosotros de Cristo; y Cristo de Dios" (1ª Co. 3:21-23). Y todo ello, con el específico propósito de su corazón de mantener "la Unidad del Espíritu", sobre el terreno del UN SOLO CUERPO, "para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se interesen los unos por los otros" (1ª Co. 12:25). Creemos que la enseñanza de esta doctrina es de una claridad meridiana y que no acepta excusas, amado lector, y ¿cuál será tu actitud cuanto a ella? ¿Es que vamos a despreciar su valor, y con todo cuanto se ha expuesto, preferiremos escoger nuestra posición conforme a nuestra preferencia y criterio, basados en nuestra manera natural de ver las cosas?
Un famoso y elocuente predicador del Evangelio, que emitía un programa cristiano por el radio, después de una brillante predicación, explicó la manera, según él, de escoger la iglesia donde reunirse, más o menos así: "Recorran las iglesias a su alrededor, escuchen y examinen en la que mejor se predica el Evangelio, y quédense allí". Bueno, esto es lo que aconsejaba aquel predicador, y lo que por desgracia se viene haciendo, y es el hacer uno su propia elección, en vez de buscar la ayuda del Señor por las Escrituras, como otrora hicieran los creyentes de Berea, quienes "recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, si estas cosas eran así" (Hch. 17:11). Esta debe ser la norma que regule nuestro obrar a este respecto, y no fiarnos de las cosas que puedan parecernos una garantía, pero sólo fundadas en lo que es temporal o natural. A menos que sea la Palabra de Dios quien nos guíe en la elección, siempre cabrá el error. Escudriñemos pues las Escrituras, para ver "si estas cosas son así".
Cuando no había rey en Israel, cada uno hacía lo que mejor le parecía. Debemos entonces preguntarnos, si será procedente hacer ahora otro tanto, al ver la confusión que reina dentro del cristianismo profesante de hoy. ¿Es que no le importará lo más mínimo al Señor cual sea la senda que escojamos por la cual andar? ¿Es el Señor un Amo Severo que recoge donde no esparció y siega donde no sembró? Él nos dice que la división es pecado, y que debemos ser "solícitos a guardar la unidad del Espíritu". Si Él nos enseña todas estas cosas en Su Palabra, ¿no habrá pues un camino por el cual andemos sus santos en estos últimos días, antes de Su venida, en los cuales estamos viviendo? ¿No habrá ninguna senda por la cual podamos andar, para escapar del pecado de división en la Iglesia de Dios? Si no la hubiera tendríamos que dispersarnos y buscar cada uno lo que mejor nos acomode a nuestro gusto y capricho. Siendo tan diferentes como somos los unos de los otros, obrando así, escogeríamos distintas compañías, según nuestras preferencias. Mas no, queridos hermanos, no nos es permitido por las Escrituras hacer nuestra propia elección, ni ir donde más nos guste, Dios traza el camino en medio de toda la confusión reinante, y nosotros debemos andar en obediencia, en este camino, de acuerdo a Su santa voluntad. No lo dudemos.
Es muy importante en los tiempos actuales en que vivimos atender el mensaje contenido en 2ª Timoteo 2:20-22, el cual dice: "En una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y así mismo unos para honra, y otros para deshonra. Así que, si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado, y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra. Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón". Aquí aprendemos que la casa de Dios está en ruinas, y que la misma ha venido a parar en un lugar donde se encuentran toda clase de vasos. En las ramas de este gran árbol, que es figura del cristianismo, toda suerte de pájaros inmundos ha venido a poner sus nidos donde se han cobijado (ved Mt. 13:31, 32; Mc. 4:30-32, y Lc. 13:18, 19). Se han publicado doctrinas y argumentos llenos de horribles blasfemias, y se ha atentado contra la santa Persona de nuestro amado Señor Jesús, y todo ello relacionado con cierta forma de confesión del Nombre de Cristo.
¡A qué estado de corrupción ha venido a parar el cristianismo! Mas con todo ello, hallamos que en el texto anterior citado que hay la palabra oportuna para escapar de tal situación, y andar por la senda de fe que Dios ha preparado "Si alguno se limpiare de estas cosas, será vaso para honra, santificado y útil para los usos del Señor, y aparejado para toda buena obra".
Si tomamos esta senda de separación, seguramente que se nos dirá que tal actuación nos va a privar de infinidad de oportunidades para el servicio y testimonio público. Muchos me lo han dicho a mí, pero ¿qué es lo que Dios nos dice? Que, si tomamos esta senda de separación, "seremos vasos aparejados para toda buena obra", lo cual es lo opuesto a ser privado de rendir grandes o pequeños servicios, según Dios quiera de nosotros. La gente nos podrá decir: "Estáis desperdiciando vuestra carrera, y desaprovechando todas las oportunidades", pero el Señor está por encima de todo ello.
¿Nos hemos detenido a pensar alguna vez que existe "el Señor de la mies"? No olvidemos que está escrito: "Rogad al SEÑOR DE LA MIES que envíe obreros a su mies" (Lc. 10:2). ¿Quién será el que vele para que todas las gavillas sean juntadas, y que todo el trigo sea recogido y guardado en el granero? Sin lugar a dudas que Él es el "Señor de la mies", y no otro, y si a Él le complace encomendarnos algún servicio, por insignificante que éste sea, para realizarlo en comunión con Él, lo estimaremos como un gran y señalado privilegio. Debemos saber que Él puede prescindir de nosotros para cumplir todos los planes de Su gracia, pues no nos necesita para nada. El servicio no es lo más importante, sino más bien la obediencia. "Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros" (1ª S. 15:22). Por tanto, de acuerdo a lo que la Palabra de Dios nos enseña, importa mucho más que obedezcamos al Señor que todos los sacrificios que podamos hacer a lo largo de nuestra vida; ¡no lo olvidemos!
Si nos preguntamos qué es lo que puede capacitar a todo cristiano para ser instruido en toda buena obra, la respuesta está en las Escrituras, y es que, "toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra" (2ª Ti. 3:16, 17). Quiera Dios que sean las Escrituras las que nos muestren cualquier desvío de la sencilla, pero sumaria, exhortación: "solícitos a guardar la unidad del Espíritu", para que no quebrantemos tal mandamiento. Que nunca en aras de cualquier gran servicio que pensamos hacer, según nuestras evaluaciones, queramos desatender, menospreciando tan clara exhortación, y pasarla por alto, para hacer nuestra propia voluntad. Ello no agradará al Señor.
Muchas veces he cruzado, camino a la pequeña asamblea donde reúno, con otros amados cristianos con las Biblias debajo de sus brazos, cosa que me alegra, viendo que otros también aman la Palabra de Dios, y creo que los tales son realmente del Señor. Ello me hace pensar en el verso que nos exhorta a ser "solícitos a guardar la unidad del Espíritu", y me digo: ¿Será, por ventura, que el mismo Espíritu que mora en ellos y en mí, nos manda a la vez andar a cada uno por nuestro propio camino? ¿Es cosa correcta que pasemos casi rozándonos el uno al otro, yendo cada uno por distinta dirección? ¿Será esto el "guardar la unidad del Espíritu? Hay sólo "un Espíritu como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación" (Ef. 4:4), y por "un Espíritu somos todos bautizados en un cuerpo" (1ª Co. 12:13). Estas son las instrucciones que la Palabra de Dios nos da, y si las obedecemos, todos nos hallaremos andando por el mismo camino.
Queridos hermanos, si realmente somos sensibles a las enseñanzas de las Escrituras y obedecemos sus ordenanzas, si realmente somos hijos de Dios, y el Espíritu Santo mora en nosotros, Él nos mostrará las cosas del Señor, y nos guiará al lugar de Su voluntad. El Espíritu Santo nunca puede autorizar la división en la iglesia de Dios, por un lado, mientras por el otro nos está diciendo: "Solícitos a guardar la unidad del Espíritu"; sería una contradicción, y Dios nunca se contradice.
Se nos dice cómo Demas abandonó su posición entre los cristianos primitivos: "Demas me ha desamparado, amando este siglo, y se ha ido a Tesalónica; Crescente a Galacia, Tito a Dalmacia" (2ª Ti. 4:10). El lugar a dónde Demas partió, era lo de menos; se fue porque amaba a este mundo, y lo peor de todo, es que abandonó a Pablo y su enseñanza. No se nos dice que hubiese abandonado a Cristo, ni que apostatase de su fe, sino que abandonó a Pablo; y ¿por qué? Porque amaba este mundo. Tal vez, si hubiese vivido en estos días, hubiese querido ser un teólogo, un obispo, o promocionar grandes campañas evangélicas, con la mira de conquistar a mucha gente. Parece que a él no le gustaba el seguir los pasos de un hombre cual era el Apóstol Pablo, aquel que había escrito: "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" (1ª Co. 11:1).
Demas manifestó no poder ceñirse a la comunión de la doctrina del Apóstol, la cual le mantendría separado y obscuro. Por el contrario, amando este mundo, es probable que buscara su aplauso, no que amara la mundanalidad. No es difícil ser religioso, y obtener un gran éxito en este mundo actual. Si uno se lo propone, y está dotado de una inteligencia notable, es fácil conseguir ver su nombre en letras de molde, y en las primeras páginas de las revistas de actualidad, y ser persona destacada en su círculo, y esto agrada a la carne. Pero no olvidemos, que todo esto será juzgado ante el tribunal de Cristo. Sabemos que el Señor no tendrá un tratamiento especial para estas cosas en aquel día, sino el que conocemos actualmente, y que es la Palabra de Dios, y a todos se nos demanda delante de Dios y de sus ángeles "a guardar Su Palabra y no negar Su Nombre". Apocalipsis 3:8. Esta es una cosa muy seria y solemne.
Quisiéramos al cerrar estas líneas, que todo lo tratado tocase vuestros corazones, poseyéndolos, y os hiciese sopesar todas las cosas, reflexionando muy seriamente en todo ello. Nada de lo presentado es fruto de cualquier jactancia nuestra, ya que no podemos presumir de nada, mayormente recordando la exhortación "que ninguno se gloríe en los hombres", y como está escrito, si alguno "se gloría, gloríese en el Señor" (1ª Co. 1:31). Concluimos diciendo que creemos sinceramente ante Dios, que, en medio de toda esta confusión reinante en el cristianismo en el día de hoy, hay un camino por el cual podemos caminar para la gloria de Dios y la honra del Nombre de Cristo. Si no estamos nosotros andando por tal camino, deseamos de todo corazón que el mismo Señor nos guíe al tal, afirmando delante de Dios que deseamos ser hallados andando en tal senda, cuando el Señor vuelva.
C.H.B.