La presencia y poder del Espíritu de Dios
Stanley Bruce Anstey
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Introducción
(Walla Walla, Washington – 27 de junio de 2003)
Vayamos a Juan 14:16-17: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros”.
Me gustaría hablar acerca de la presencia y poder del Espíritu de Dios, y cómo este gran recurso (de tener una Persona divina morando en nosotros) es capaz y está dispuesto a ayudarnos en nuestro camino cristiano.
Hemos sido bendecidos con muchas provisiones maravillosas de parte de Dios para ayudarnos en nuestro camino por este mundo. 2 Pedro 1:3 dice: “Como todas las cosas que pertenecen á la vida y á la piedad nos sean dadas de Su divina potencia”. Pero la mayor de todas estas cosas es el don de la presencia del Espíritu morando en nosotros.
Cuando el Señor Jesús estaba a punto de regresar al cielo, Él anunció a Sus discípulos que la venida del Espíritu de Dios, como el “Consolador”, se manifestaría de dos maneras:
• Moraría “con” ellos.
• Estaría “en” ellos.
Estas son las dos maneras en las que el Espíritu reside en la tierra hoy en día. Quiero hablar particularmente de la segunda, la presencia del Espíritu “en” el creyente, y mostrar cómo Él es capaz y está dispuesto a ayudarnos en nuestro camino al cielo.
Así que, veamos ahora algunas de las funciones del Espíritu de Dios que mora en nosotros y veamos cómo trabaja para nuestro bien y bendición. Me gustaría señalar al menos cinco cosas diferentes que el Espíritu hace por nosotros ayudándonos a vivir para la gloria de Dios.
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CANADÁ
El sello del Espíritu
Veamos en primer lugar Efesios 1:13: “En el cual esperasteis también vosotros en oyendo la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salud: en el cual también desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Este pasaje nos dice cuándo el Espíritu viene a residir (morar) en una persona: es cuando creemos en el evangelio de nuestra salvación. Si no has creído en el Señor Jesucristo y no has puesto tu fe en Su obra consumada en la cruz, no eres salvo, y por lo tanto, no puedes tener este gran regalo de Dios. Sin embargo, tan pronto como una persona cree en el evangelio de su salvación, el Espíritu de Dios entra para sellar a esa persona y morar en ella a partir de ese momento.
Hay muchas ideas confusas acerca de cómo se recibe al Espíritu de Dios. Algunas personas creen que deben reunirse para orar, llorar y clamar a Dios para que les dé Su Espíritu. Algunos repiten una y otra vez: “Señor dame el Espíritu, dame el Espíritu ... ”. A menudo se exaltan hasta llegar a un estado de agitación intensa mientras claman por la venida del Espíritu. Pero puedo asegurarles que así no es como el Espíritu de Dios es recibido. La Escritura que acabamos de leer nos lo deja claro; dice que el Espíritu es recibido al creer en el evangelio de nuestra salvación. Recibir el Espíritu no es algo por lo que tengamos que suplicar y rogar a Dios. ¡No! El Espíritu nos es dado, como un sello, en el mismo momento en que creemos en el evangelio de la gracia de Dios, y somos habitados a partir de ese momento en nuestras vidas.
Aquí encontramos la primera gran función del Espíritu de Dios. Habiendo venido a morar en el creyente, Él le pone el sello de Dios como señal de que pertenece a Cristo. El sello del Espíritu es el medio por el cual el creyente recibe la seguridad de su salvación: “También desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Esta es, digo yo, la primera obra que el Espíritu de Dios hace en el creyente: darle la seguridad de que es salvo. De nuevo, confío en que cada uno de los que está aquí ha oído y creído en el evangelio. Espero que sepas que Jesucristo murió por ti en la cruz, que Él ha llevado tus pecados; y que tengas la seguridad de que eres salvo. Esto no es una sensación cálida y emotiva que el Espíritu nos da, sino una comprensión firme en el alma de este hecho.
La presencia del Espíritu de Dios habita en cada cristiano. Como se mencionó, cuando el Espíritu viene a morar en nosotros, no lo hace con un gran estruendo, ni con alguna sensación extraña, ni con alguna emoción particular; es algo silencioso que toma lugar cuando nosotros, por fe, recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador.
El sello del Espíritu es algo así como un ganadero que va al mercado de ganado y compra algunas vacas. Tras comprar los animales, les pone su marca (sello) para demostrar que ahora le pertenecen. La ilustración se queda corta para la completa verdad del sello del Espíritu, porque los animales no sabrían que tuvieron un cambio de dueño. Al creyente, por otro lado, se le da a conocer.
Es cierto que un cristiano puede perder el gozo de su salvación (Salmo 51:12), pero no pierde el conocimiento del hecho de que es salvo. Permíteme preguntarte: “¿Tienes la plena seguridad en tu alma de que le perteneces al Señor Jesús? ¿Sabes, sin duda alguna, que estás seguro por la eternidad por la sangre derramada del Señor Jesucristo?”. Esto viene tras creer en el evangelio de nuestra salvación y descansar en la obra consumada de Cristo en la cruz. Si esto es así, entonces el Espíritu de Dios, como un Huésped divino, ha venido a residir en tu alma y darte la seguridad de tu salvación.
Las arras del Espíritu
Ahora veamos otra cosa: las arras del Espíritu. Efesios 1:14 dice: “Que es las arras de nuestra herencia, para la redención de la posesión adquirida para alabanza de Su gloria”. Esta segunda obra del Espíritu que mora en nosotros, como las “arras”, es darle al creyente un anticipo del cielo; disfrutar de la porción que le corresponde en Cristo. El “sello” del Espíritu me hace saber que yo soy Su posesión, pero las “arras” del Espíritu me dan a saber que ¡yo también tengo posesiones! El sello me dice que le pertenezco a Él, pero las arras me dicen que hay cosas que me pertenecen a mí.
Hoy en día cuando uno compra un terreno, los agentes inmobiliarios piden un pago de “arras”: un pago inicial, que es un adelanto parcial del precio total. Esto demuestra que realmente tienes la intención de comprar y no te retractarás del negocio después. Así que, el Espíritu de Dios, al darnos las “arras”, es una señal de que Dios tiene toda la intención de completar la transacción en el tiempo establecido. Hasta que Cristo venga a llevarnos a casa en la gloria, el objetivo del Espíritu es ocuparnos con nuestra porción en Cristo, para darnos a conocer cuán abundantemente hemos sido bendecidos (1 Corintios 2:12). Él desea mostrarnos toda la plenitud de las bendiciones que son nuestras en Cristo, para que disfrutemos de nuestra porción aún antes de llegar allí.
¡Qué maravilloso privilegio es tener al Espíritu morando dentro de nosotros! Él nos ayuda a disfrutar de la tierra a la que vamos, antes de que vayamos allí. Él toma las cosas de Cristo y nos las muestra mientras aún estamos en este mundo, dándonos un anticipo del cielo (Juan 16:14). El hermano H. P. Barker tenía una encantadora ilustración de esta obra del Espíritu. Planeaba viajar al extranjero y le prometió a su hijo que lo llevaría con él. Para que disfrutara durante el viaje en el barco, le compró al niño un telescopio, no un juguete, sino un instrumento funcional. Cuando el viaje estaba pronto a acabar, se pasó la voz en el barco de que había tierra a la vista. Él no podía ver nada, pero su hijo mirando por el telescopio podía ver las montañas claramente. Pronto, pudo ver el contorno de las montañas, pero su hijo exclamaba: “Papá, puedo ver casas ... ¡y personas caminando en el muelle!”. El telescopio le había dado una visión clara de la tierra a la que se dirigían. Le permitió vislumbrarla antes de que llegaran. Eso es lo que el Espíritu Santo, como las “arras”, hace por nosotros. Él nos permite disfrutar desde ahora las grandes cosas que constituyen nuestra herencia eterna, reservada en los cielos para nosotros (1 Pedro 1:4).
George Cutting también tenía una buena ilustración de “la prenda [las arras] del Espíritu” (2 Corintios 1:22). Habló sobre un granjero que compró ovejas en el mercado, y las llevó a casa. Se las entregó a su trabajador diciéndole que las pusiera en el corral frente del granero. Entonces le dijo que fuera al campo en la parte de atrás y cortara unos cuantos manojos de trébol dulce y los pusiera en el corral para que las ovejas los disfrutaran. Dijo: “¡Por la mañana las soltaremos en ese campo de trébol para que lo disfruten plenamente!”. Esa es una hermosa ilustración de lo que el Espíritu está haciendo por nosotros. En la mañana (cuando el Señor venga) seremos liberados, por así decirlo, para entrar en nuestra porción, en nuestro estado glorificado. Mientras tanto, el Espíritu está “sacando a propósito ... un poco de grano de los manojos” dulces de las cosas de Cristo, y dándonoslos para que nos alimentemos de ellas mientras aún estamos aquí (Rut 2:16, LBLA).
¿Qué sabemos acerca de cuán abundantemente hemos sido bendecidos? ¿Cuánto disfrutamos de esas cosas? Yo creo que si realmente comprendiéramos algunas de esas cosas, no estaríamos tratando de encontrar satisfacción y placer en las cosas de este mundo.
La unción del Espíritu
Ahora vemos otra función del Espíritu que habita en nosotros: la “unción”. 1 Juan 2:18-21,24-27 dice: “Mas vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas”. Aquí tenemos la “unción” del Espíritu de Dios. La idea de la obra del Espíritu como “unción” es darnos discernimiento para el camino, y poder para andar en él.
Aquí en 1 Juan 2, desde el verso 18, Juan le está hablando a los “hijitos”: los bebés de la familia. Él tenía bastante para decirles, y creo que es porque siendo jóvenes en la fe eran más susceptibles a los peligros en el camino. Les dice tres cosas. En primer lugar, que era “el último tiempo”, y el testimonio cristiano estaba en ruinas. Señala que habían surgido muchos falsos maestros quienes rechazaban las enseñanzas de los apóstoles y estaban extraviando a creyentes desprevenidos. ¡Cuán cuidadoso debe ser un creyente en estos últimos tiempos! En segundo lugar, les dice “conocéis todas las cosas”. Dado que tenían la “unción” del Espíritu, no necesitaban que nadie les enseñara, porque el Espíritu morando en ellos les daría a conocer, o discernir, la verdad del error.
El hecho de que el Espíritu de Dios sea capaz de enseñarnos la verdad, no significa que estos bebés en Cristo conocieran todas las doctrinas del cristianismo. Si ese hubiese sido el caso, Dios los habría puesto por maestros en la asamblea. No, ellos no conocían tan bien las Escrituras, y por eso él no les dijo: “Prueben con la Palabra de Dios a esos maestros que vienen a ustedes”. Siendo bebés, todavía no contaban con una base firme en la verdad, y no podían hacer eso. Lo que sí les dijo, era que ellos tenían al Espíritu de Dios morando en sus corazones, y que, como la Unción, Él les daría la capacidad de discernir entre la verdad y el error cuando les fuera presentado. Así, cuando maestros malvados vinieran a ellos con falsas doctrinas, ellos tendrían la capacidad de discernir si era correcta o no.
He visto ejemplos de este discernimiento en nuevos conversos que se enfrentaron a mercaderes de doctrinas malvadas. Esos nuevos creyentes no tropezaron con estas falsas doctrinas. Después de escucharlas, decían: “No me parecía del todo correcto, y no sabía cómo podría haberles mostrado con la Biblia que no lo era, pero sentía que lo que decían no era de Dios”. Juan enfatiza este punto con los nuevos creyentes, recordándoles que tenían el Espíritu de Dios morando en ellos, y Él les daría el discernimiento para saber si tales cosas eran verdad o no.
En tercer lugar, les dice que se apeguen a “lo que habéis oído desde el principio” (versículo 24). Entonces, en el versículo 28 les dice: “perseverad en Él”, es decir, en el Señor, y mantenerse en comunión con Él, porque ha habido muchos, tanto jóvenes como mayores, que han sido desviados. No hay garantía de que solo porque el Espíritu de Dios more en nosotros, no vayamos a ser desviados por aquellos quienes intentan seducirnos. Es necesario tener una comunión diaria con nuestro Señor, la cual es resultado de mantener una buena condición del alma.
Tampoco deberíamos mirar estos versículos y pensar que no necesitamos de los dones que Dios le dio a la iglesia, es decir, hombres levantados por el Señor para enseñarnos y ayudarnos en el camino (Efesios 4:11). Algunos podrían decir: “Como tengo el Espíritu, todo lo que necesito son las Escrituras, y el Espíritu me enseñará. ¡No necesito libros de ministerio! ¡No necesito lo que los hombres dicen acerca de las Escrituras!”. Quiero advertirnos a cada uno de nosotros que no es bueno tener este tipo de actitud. Si Dios ha levantado maestros para instruirnos en la verdad y ayudarnos en el camino, debemos aprovecharlos. Por eso es por lo que venimos a las reuniones para escuchar la Palabra expuesta. No estoy minimizando el poder del Espíritu para instruirnos, pero cuando Dios da estos dones, ya sea en ministerio escrito, oral en grabaciones, o en reuniones presenciales, no deberíamos ponerlos de lado como si no los necesitáramos. Algunos hablan de esa manera, pero es para justificar su pereza. Así que, saquemos esa idea de nuestras cabezas ahora mismo. No es lo que el versículo 27 enseña.
Lo que el apóstol está diciendo en el versículo 27 es que cuando error o verdad se nos presenta, existe la capacidad en cada creyente, como resultado del Espíritu morando en ellos, de discernir si esto es correcto o no. Esto es porque percibimos en nuestra alma la voz del Pastor; esto es, si estamos andando en comunión con Él.
La ley del Espíritu
Vayamos ahora a Romanos 8:1-2: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús ... Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Esta es otra función del Espíritu que mora en nosotros.
Obsérvese que la última mitad del versículo 1 no está en los manuscritos originales como está en la versión Reina Valera. Las mejores traducciones lo omiten porque el versículo está hablando de nuestra posición en Cristo, no de nuestra condición. Esas palabras aparecen correctamente al final del versículo 4, donde dice: “que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (LBLA). Esto tiene que ver con nuestra condición, que puede cambiar, dependiendo de cómo andamos. Por otro lado, nuestra posición (versículo 1) nunca cambia.
Este primer versículo dice que los creyentes están “en Cristo”. Es una expresión usada por Pablo en sus epístolas para denotar la posición de aceptación del creyente ante Dios. Estar “en Cristo” es estar en el lugar de Cristo ante Dios. Es la posición de cada cristiano. El mismo lugar de aceptación que Cristo ocupa delante de Dios le pertenece al creyente. Si eres creyente, tú estás “en Cristo” delante de Dios. Esto no describe lo que somos, sino donde estamos. Como ya se mencionó, estamos en el lugar de Cristo delante de Dios. Esta posición de aceptación es verdadera para todo cristiano, ya sea que su condición sea buena o sea mala. Cada creyente tiene una posición igual delante de Dios al estar “en Cristo”.
El tema aquí, en este capítulo, es liberación del pecado, de la actividad de la naturaleza pecaminosa que habita en nosotros. En el versículo 1, Pablo empieza su tratado de liberación hablando de la aceptación del creyente. Menciona esto para mostrar cómo el Espíritu de Dios (que obrará a nuestro favor en la liberación) es recibido. En el momento en que el creyente ve su lugar en Cristo, el Espíritu de Dios viene a morar en él. Por lo tanto, el versículo 1 es aceptación, y el versículo 2 es liberación.
Aquí tenemos otra función del Espíritu de Dios en el creyente. Se llama “la ley del Espíritu de vida”. El Espíritu de Dios mora en nosotros no solo para darnos la seguridad de la salvación, un anticipo de las cosas celestiales y discernimiento en el camino, sino que Él también está aquí para darnos poder para andar para la gloria de Dios. Como “la ley del Espíritu de vida”, Él es el Proveedor de ese poder. El poder del Espíritu de Dios en el creyente efectúa liberación de las obras de la naturaleza caída (“la carne”) que está en cada persona de este mundo. La naturaleza caída solo quiere hacer su propia voluntad, y esto es, pecar. Pero el Espíritu de Dios está ahí para anular esas obras para que podamos vivir una vida santa para Dios. Nadie puede experimentar la libertad de la presencia interior de la naturaleza pecaminosa, mientras viva en este mundo; pero todos pueden experimentar la libertad de su poder, si actúan según los principios de estas Escrituras que tenemos delante de nosotros.
Entonces, en primer lugar, el apóstol habla de cómo esta gran liberación y poder pueden ser activos en nuestras vidas. Empieza en los versículos 1-2 Presentando la posición y condición normales de un cristiano. El Espíritu es mencionado en este capítulo muchas veces, dándonos todo lo que necesitamos para el camino, controlándonos, confortándonos, liderándonos, guiándonos, etc. Este capítulo es un maravilloso tratado sobre el Espíritu de Dios. En el séptimo capítulo de Romanos el Espíritu no es mencionado, y vemos un alma luchando con la naturaleza pecaminosa. Pero cuando vamos al octavo capítulo vemos al Espíritu de Dios mencionado muchas veces, con Su correspondiente lugar en la vida del creyente, y no hay lucha en lo absoluto. Esto es porque “el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (versículo 6, LBLA).
Ahora, el aspecto con el que se ve al Espíritu de Dios aquí es para dar poder y libertad de “la ley del pecado y de la muerte”. “La ley del pecado y de la muerte” son las obras interiores de la vieja naturaleza (la carne) queriendo hacer su propia voluntad y vivir para el pecado; y esto solo produce la muerte moral en la vida del creyente. Pero Dios trae en la vida del creyente este gran principio llamado “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”, para ayudarlo a vivir por encima de (y no como un esclavo de) las inclinaciones (tendencias) de la naturaleza pecaminosa caída. En el versículo 3 tenemos la muerte de Cristo aplicada a la naturaleza pecaminosa misma, es decir, al P-E-C-A-D-O. Cuando “pecado” (singular) se menciona en los escritos de Pablo, está hablando de la naturaleza pecaminosa, la cual todos tenemos, con sus tendencias, deseos y concupiscencias del pecado. Cuando “pecados” (plural) se menciona, se refiere al fruto de esa vieja naturaleza, los actos que produce. ¿Cómo debe vivir el creyente por encima de estas tendencias de la naturaleza caída, de tal forma que viva una vida santa para la gloria de Dios? Por medio del poder que Dios ha provisto mediante el Espíritu de Dios que mora en nosotros, ¡y le agradecemos a Él por ello!
Para ilustrar esto, piensen en la ley científica de la gravedad. Cada objeto es atraído hacia el centro de la tierra por una fuerza invisible llamada gravedad; sucede en todo el mundo, es algo universal. Se llama ley de la gravedad, o principio de gravedad. Tomen cualquier objeto sólido en sus manos, digamos, un libro, y sosténganlo arriba del suelo. Si lo sueltan, ¿qué pasa? Cae al suelo. Si lo hacen diez veces seguidas, caerá al suelo cada vez. Es un principio universal y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Respecto a nuestro tema de la naturaleza pecaminosa (“la ley del pecado y de la muerte”), también es un principio universal presente en cada ser humano que vive en el planeta. Cuando se le da libertad, solo quiere hacer una cosa: ir hacia abajo, hacia el pecado.
Extendiendo la ilustración un poco más, supongamos que quisiéramos cambiar las cosas para que, al soltar el libro, éste no cayera al suelo por efecto de la gravedad. Si amarramos al libro globos rellenos de helio, que es más ligero que el aire, y tenemos suficientes de estos globos para que su fuerza de elevación sea mayor que el peso del libro, ¿qué pasaría cuando soltemos el libro? Empezaría a elevarse en lugar de caer. ¿Y por qué sucede esto? ¿Es porque el principio de la gravedad ha sido quitado o hecho inactivo por los globos? ¡No! La gravedad sigue ahí, pero hemos aplicado un principio superior para actuar sobre el libro: una fuerza más poderosa. La gravedad aún está operando, pero la fuerza ascendente de los globos es mayor a la fuerza de atracción de la gravedad, y por lo tanto, nuestro libro ya no cae, sino que se eleva por el efecto del helio.
Esto ilustra lo que Dios ha hecho con cada creyente. La naturaleza caída no es quitada cuando una persona es salvada. Dios ha considerado apropiado dejar la naturaleza caída en nosotros, aquí en este mundo, y la condición de nuestros corazones es constantemente puesta a prueba por esta. En lugar de remover la naturaleza caída, Dios ha hecho toda provisión para nosotros, para que vivamos libres del poder de esa cosa malvada. “El Espíritu de vida en Cristo Jesús”, igual que el helio, es traído a nuestras vidas para anular la fuerza de atracción de la naturaleza pecaminosa. ¡Esto es la liberación!
El versículo 3 se usa para mostrar que Dios ya no trata con la vieja naturaleza caída. Él no está buscando nada bueno en ella porque ya demostró que no es capaz de producir nada bueno. Él la “condenó” en la muerte de Cristo. Y esto nos enseña que nosotros tampoco deberíamos estar buscando nada bueno en la naturaleza caída. No deberíamos sorprendernos o decepcionarnos cuando esa naturaleza se manifiesta y actúa. Debemos entender que Dios ya trató con ella judicialmente en la cruz, y ya no espera nada bueno de la carne. Y nosotros también debemos juzgarla, si le hemos permitido actuar en nuestras vidas (1 Juan 1:9). Ya no hay razón para que la carne actúe en ningún momento en la vida del creyente, a causa de la provisión del Espíritu de Dios que mora en él. Él es realmente el poder para vivir una vida santa.
El fruto del Espíritu
Ahora vayamos a Gálatas 5:22-25 para ver otro gran beneficio del Espíritu que mora en nosotros. “Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley. Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu”.
A continuación veamos 2 Corintios 3:17-18: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando á cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”.
Aquí hay otra cosa. El Espíritu de Dios mora en el creyente para producir fruto en su vida. Nota: la palabra es “fruto”, no “frutos”. Aunque hay nueve partes diferentes de este, solo hay un fruto. Lo que el Espíritu quiere hacer en tu vida y en la mía, es producir conformidad moral a Cristo (hacernos como Cristo). Las nueve piezas de “el fruto del Espíritu” son los rasgos de Cristo, Su carácter manifestado en los santos. ¿Cómo sucede esto? El Espíritu de Dios escribe a Cristo en las “tablas de carne del corazón” como lo dice 2 Corintios 3:3; y a medida que Cristo es grabado en nuestros corazones, nos volvemos más como Él; lo cual se manifestará en el carácter de nuestras vidas.
Ahora, lo que está diciendo aquí, en el versículo 17 de 2 Corintios 3, es que el Señor es el “espíritu” de todo el Antiguo Testamento. Es decir, Él es la esencia de todo lo que está escrito allí. La palabra “espíritu” es usada en otros pasajes de la misma manera —véase Apocalipsis 19:10: “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”—. En todo caso, cuando leemos el Antiguo Testamento, deberíamos ver a Cristo allí, porque cuando Dios inspiró las Escrituras, tenía a Cristo delante de Él. Si vamos a leer las Escrituras y sacar alimento de ellas, debemos también tener a Cristo delante de nosotros. (Compare Juan 5:39). En el versículo 14, Pablo está hablando de la lectura del Antiguo Testamento y está diciendo que el Señor es el espíritu de todos aquellos pasajes del Antiguo Testamento. Pero ahora él dice: “Y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Ahora en el cristianismo, tenemos al Espíritu morando en nosotros, y Él nos da la libertad de contemplar el rostro del Señor Jesucristo en donde Él está ahora en la gloria. Y a medida que estamos ocupados con Cristo, y nuestro lugar en Él, el versículo 18 nos dice que el Espíritu realiza un trabajo silencioso en nosotros: escribir a Cristo en el corazón, y así, somos transformados a Su imagen. En otras palabras, somos hechos moralmente como Cristo. Pablo añade: “de gloria en gloria”; eso significa que esta obra avanza poco a poco; paso a paso, un poco aquí y un poco allá. Y así es como somos transformados, y como la conformidad moral a Cristo se produce en nosotros. A medida que crecemos y progresamos en nuestras vidas cristianas ¡nos volveremos más como Cristo!
Esta es, sencillamente, otra gran función del Espíritu de Dios: hacernos moralmente como Cristo, el Hijo de Dios. Se ha dicho que Dios amó tanto a Su Hijo que se ha propuesto llenar el cielo con hijos semejantes a Él. Actualmente está en el proceso de llevar “á la gloria á muchos hijos” (Hebreos 2:10). En la medida en que estemos ocupados con el Hijo de Dios, esa transformación por medio del Espíritu tiene lugar.
Hemos visto cinco cosas diferentes que el Espíritu de Dios, estando presente en nosotros, hace:
1. Nos da la seguridad de nuestra salvación.
2. Nos da a conocer y disfrutar de nuestras bendiciones.
3. Nos da discernimiento para el camino.
4. Nos da poder para vivir una vida santa para la gloria de Dios.
5. Nos transforma a la misma imagen del Señor.
Ser llenos del Espíritu
Ahora, veamos el ser llenos del Espíritu. Podría preguntarse: “¿Si todas estas cosas son el resultado de tener al Espíritu morando en nosotros, por qué hay tan poco de Cristo en mí? ¿Por qué disfruto tan poco de mis bendiciones? ¿Por qué lucho con la carne, y tengo tan poco poder para vivir una vida santa para Cristo?”.
Vayamos a Efesios 5:18-21: “Y no os embriaguéis de vino, en lo cual hay disolución; mas sed llenos de Espíritu; hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones ... sujetados los unos á los otros en el temor de Dios”.
Aquí tenemos la respuesta a estas preguntas: ¡debemos estar llenos del Espíritu! No es suficiente con tener al Espíritu morando en nosotros; debemos ser llenos con el Espíritu. Ser “llenos de Espíritu” significa tener al Espíritu de Dios controlando cada parte de nuestra vida. Ahora, no hay ninguna exhortación en las Escrituras que nos diga que debemos ser habitados por el Espíritu (porque Dios hace que eso suceda en el momento en que creemos en el evangelio de nuestra salvación, como ya hemos señalado), pero hay una exhortación en las Escrituras de ser llenos con el Espíritu, y eso es algo completamente diferente. Una cosa es que poseamos el Espíritu de Dios, pero otra muy diferente es que ¡el Espíritu de Dios nos posea! Esto es, permitirle a Él tomar el control de cada parte de nuestras vidas.
Algunas veces escuchamos este tema (el de entregarle al Señor cada parte de nuestras vidas) presentada como si los cristianos lo hubieran hecho, excepto que tal vez, están manteniendo un pequeño rincón para sí mismos, para hacer su propia voluntad en sus vidas, y como si esa pequeña parte reservada para sí mismos está impidiendo que progresen espiritualmente. Saben, esto puede ser verdad para algunos, pero en realidad, la mayoría de nosotros ¡ni siquiera hemos llegado hasta ese nivel! Vivimos en tiempos en los que la mayor parte del tiempo sería más acertado decir que la vida de la mayoría de los cristianos gira en torno a sí mismos, y solo en pequeña parte a Cristo. Nuestras vidas están a menudo llenas con nuestros propios intereses y ambiciones, y eso impide que el Espíritu de Dios trabaje en nosotros, de modo que no recibimos el beneficio de esas cosas maravillosas que hemos estado considerando. Por lo tanto, ser llenos del Espíritu es algo esencial, ¡algo que todos necesitamos!
Hace muchos años atrás en Alemania, un órgano de tubos de renombre mundial fue construido dentro de una gran catedral; ¡era algo magnífico! Un día un visitante vino a la catedral y preguntó si podía tocar el órgano. El vigilante le dijo al visitante que él no tenía permitido dejar tocar el instrumento a extraños. El visitante insistió y persistió, y finalmente, el vigilante le permitió sentarse en el órgano. Inmediatamente, la música más hermosa brotó de ese órgano y llenó la catedral. El vigilante quedó atónito y se quedó quieto donde estaba, maravillado mientras escuchaba los maravillosos sonidos que resonaban en el edificio. Después de que el visitante hubiese tocado por un tiempo y estaba a punto de irse, el vigilante se le acercó corriendo y le preguntó: “¿Quién es usted?”. Él respondió: “Mendelssohn”; ¡era el gran compositor en persona! Entonces el vigilante avergonzado le dijo: “Imagínese; aquí estaba yo, negándole a usted, un hombre de tal estatura y habilidad, y el más grande compositor de Europa, la oportunidad de tocar este órgano. Me avergüenzo de mí mismo”.
Me gusta pensar en esa historia en relación con la presencia del Espíritu de Dios. Siendo el Espíritu de Dios mucho más que cualquier compositor famoso, pues Él es una Persona Divina, ha entrado en nuestros corazones porque hemos sido salvados, sellados y habitados por Él al creer en el evangelio. ¿Pero hemos nosotros, tal cual como el vigilante, impedido al más gran Compositor de todos sentarse y tomar el control de nuestras vidas para crear, por así decirlo, “música hermosa” para la gloria de Dios? Así sucede con muchos cristianos hoy en día. Si somos sinceros, debemos admitir que hemos puesto obstáculos, impidiendo que el Espíritu llene nuestras vidas con lo que sería para la gloria de Dios y para nuestra bendición. Debemos rendirnos al Señor y ser llenos con el Espíritu, permitiéndole a Él tomar el lugar que le corresponde en nuestras vidas. No lo lamentaremos. Él llenará nuestros corazones con las cosas de Cristo, y nos hará las personas más felices y satisfechas en este mundo.
He notado en Hechos 2 que la llenura del Espíritu está asociada con comunión; en el capítulo cuatro está asociada con oración y la Palabra de Dios; en el capítulo siete la llenura del Espíritu está asociada con dar testimonio de Cristo; y en el capítulo once está asociada con el ministerio hacia las necesidades de los santos. Y en Efesios 5, la llenura del Espíritu está conectada con cantar y hacer melodía en nuestros corazones. Si estamos ocupados con estas cosas, entonces seremos llenos con el Espíritu.
¿Por qué carecemos de poder en nuestras vidas?
Volvamos un momento a Romanos 8, porque quiero enfocarme un poco más en cómo somos responsables de permitir que el Espíritu de Dios haga Su obra en nosotros y nos llene. Romanos 8:13 (LBLA) dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Lo que el apóstol está exponiendo en los versículos que conducen al versículo 13 es que hay un camino de liberación práctica y sostenida para los cristianos. Una cosa es tener al Espíritu de Dios presente en nosotros como el poder para la liberación, y otra muy diferente es tenerlo a Él actuando por nosotros de manera constante y continua en nuestras vidas.
Lo que Pablo nos está exponiendo aquí en los versículos 5-11, es que hay dos dominios, o esferas: una esfera de cosas que pertenece a la carne, y una esfera de cosas que pertenece al Espíritu. Primero, habla de “las cosas de la carne”, de manera abstracta, sin entrar en detalles, pero todos nosotros sabemos qué tipo de cosas le gustan a la carne; no necesito listarlas aquí. Entonces, en segundo lugar, habla de “las cosas del Espíritu”, una vez más, de manera abstracta o general, sin entrar en detalles. Son las cosas que tienen que ver con los intereses de Cristo en este mundo. Podría ser estudiar las Escrituras, orar, cantar y alabar en nuestros corazones, asistir a reuniones bíblicas o de oración, escribir cartas a hermanos cristianos, visitar a personas con palabras de aliento, predicar el evangelio o repartir folletos del evangelio, y cosas así. Esto tiene que ver con el conjunto de objetos conectados con Cristo y Sus intereses, siendo Él el centro de todos los designios y propósitos de Dios.
Estas dos esferas son exactamente opuestas. Un camino se ramifica de cada una y se aleja de la otra. Uno lleva a lo que realmente es “vida y paz” y el otro lleva a la “muerte” moral. Entonces finaliza con los versículos 12 y 13, mostrándonos que debemos vivir en la esfera correcta si queremos el poder del Espíritu en nuestras vidas. También nos advierte: “si viviereis conforme á la carne, moriréis”. ¡Esto es una palabra solemne! Queridos jóvenes, ¿escucharon esto? Si vives en la esfera de la carne, ¡te llevará a la muerte moral en tu vida! La pregunta aquí es: “¿En cuál de estas dos esferas estamos viviendo?”.
Esto es lo que quiero poner delante de ustedes. Saben, si vivimos nuestras vidas de mañana a noche en la esfera de las cosas que pertenecen a la carne, no podemos esperar que el Espíritu de Dios fluya en nuestras vidas. No tendremos esos resultados prácticos de los que hemos estado hablando en nuestras vidas. En pocas palabras, supongamos que pasas todo el día jugando voleibol, y luego de eso vas a una pizzería donde tienen música rock a todo volumen, y tal vez también está prendida en tu carro en el camino de ida y vuelta. Y después de eso, vas a casa y miras la televisión un rato. Entonces, como todavía queda un poco de tiempo antes de ir a la cama, juegas videojuegos y lees unas cuantas revistas. Y entonces, te vas a dormir. Lo que ha pasado es que básicamente has vivido tu día en la esfera de las cosas naturales y cosas que tienen que ver con la carne. Yo no diría que todas las cosas que describí sean pecado o estén mal, pero son cosas que no pertenecen a las cosas del Espíritu, las cuales son cosas que pertenecen a los intereses de Cristo. Déjame preguntarte: “¿Suena como uno de tus días?”.
Nótese lo que dice el versículo 5: “Los que viven conforme á la carne, de las cosas que son de la carne se ocupan”. “Ocuparse” de algo significa “prestarle atención”. Los que le prestan atención a las cosas de la carne, andan según la carne. Esa es la esfera en la que el hombre perdido vive: no conoce otro ámbito. Pero también es posible que los cristianos vivan en esa esfera de cosas. Lo que él dice en el versículo 13 es que, si vives conforme a la carne, vas a morir. Ahora bien, la forma en que se habla de muerte aquí es diferente a la mayoría de otros pasajes en la Biblia. La muerte, como sabemos, siempre conlleva la idea de separación. El concepto de la muerte en este versículo es que la comunión con Dios se interrumpe: se produce una separación en nuestra comunión práctica con Él, y nuestra vida se convierte en un fracaso. No está hablando de muerte física o espiritual aquí, sino de una muerte moral que toma lugar en la vida del creyente. Está diciendo, que si vives en la esfera de la carne, entonces puedes esperar que traiga muerte a tu vida. Pero si vives en la esfera del Espíritu habrá abundante poder para vivir para la gloria de Dios. Esto es lo que significa estar llenos del Espíritu. La verdad es evidente: pasamos demasiado tiempo en la esfera equivocada, ocupándonos de cosas carnales. Ya es momento de movernos a la esfera correcta.
¿Cuál es el objetivo de tu vida? ¿En qué ocupas tu tiempo principalmente? El punto que estoy tocando ahora es la razón por la que hay una “falla de energía” en la vida de muchos cristianos. Saben, se dice que “si mimamos la carne, limitamos al Espíritu”, y todos sabemos que es verdad. Si nos inclinamos por las cosas que tienen que ver con la esfera de la carne, no podemos esperar que el Espíritu de Dios obre de manera apreciable en nuestras vidas. Y recordemos que ser lleno hoy ¡no servirá para mañana! Debemos permitir al Espíritu de Dios tomar el control de nuestras vidas cada día. No podemos decir: “Bueno, pasé un poco de tiempo en la Palabra asistiendo a la reunión el domingo; eso debería bastar para la semana”. No, debemos vivir en la esfera del Espíritu todos los días. Las Escrituras presentan todas estas funciones del Espíritu como cristianismo normal. Es normal que un cristiano ande para agradar a Dios y tener las cosas de Cristo delante de él cada día de su vida. Es normal que un cristiano viva en la esfera del Espíritu. Pero los cristianos a menudo vivimos muy alejados de este privilegio, y sufrimos las consecuencias.
Vayamos a 2 Reyes 4:1-7 para ver un ejemplo de eso. La mujer allí se había endeudado, y en consecuencia, los acreedores venían a tomar a sus dos hijos como esclavos. “Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una botija de aceite. Y él le dijo: Ve, y pide para ti vasos prestados de todos tus vecinos, vasos vacíos, no pocos. Entra luego, y cierra la puerta tras ti y tras tus hijos; y echa en todos los vasos, y en estando uno lleno, ponlo aparte ... El cual dijo: Ve, y vende el aceite, y paga á tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quedare”.
Ahora, ¿qué relación podría tener este pasaje con nuestro tema? Bueno, aquí vemos que había un estado de pobreza. Esta mujer necesitaba ayuda, pues se encontraba en la miseria; solo le quedaba una vasija de aceite a su nombre. El aceite aquí es un tipo del Espíritu de Dios, como lo es en toda la Palabra de Dios. Entonces un milagro fue hecho por Eliseo: encontramos que mientras ella seguía echando de su vasija en las vasijas que estaban vacías, el suministro de aceite no se detenía ni disminuía, ¡sino que continuó hasta llenar por completo todas las vasijas vacías! Ahora déjenme hacerles una pregunta: “¿Notaron qué fue lo que hizo que el aceite empezara a fluir en la historia, desatando esa gran provisión?” ¡Fue cuando ella cerró la puerta! Eliseo insistió en que ella cerrara la puerta cuando estuviera adentro con sus hijos. Ella cerró la puerta primero, y luego comenzó a verter. Este fue el secreto para liberar esta gran provisión de aceite, el comienzo de este maravilloso milagro.
¿Sabes qué nos enseña esto? Nos enseña que debemos tener nuestras puertas cerradas a la comunión con el mundo, ¡y con aquellas cosas que pertenecen a la carne! Cuando nuestras puertas están cerradas a estas cosas, el Espíritu de Dios tendrá libertad para derramar, desde Su inagotable suministro de poder, todo lo que necesitamos para nuestras vidas cristianas.
Un último pasaje antes de cerrar: Deuteronomio 33:24-25: “Y á Aser dijo: Bendito Aser en hijos: Agradable será á sus hermanos, Y mojará en aceite su pie”. Podrías decir: “Eso suena raro”. Pero cuando entiendes el tipo, ¡entonces todo tiene perfecto sentido! Aquí se exhorta a Aser a que mojara su pie en aceite. Esto, por supuesto, es una ilustración para nosotros de lo que significa “andar en el Espíritu”. Gálatas 5:16 dice: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne”. “Andar en el Espíritu” es andar en la esfera de cosas del Espíritu; que, como veníamos hablando, es la esfera de cosas que tienen que ver con los intereses de Cristo.
¿Cuál fue el resultado? Luego continúa diciendo: “Hierro y metal tu calzado, y como tus días tu fortaleza”. Cuando sus pies fueron mojados en aceite, su calzado se volvió como “hierro y metal”. Eso nos da a entender que el andar será estable y seguro, te dará mucha estabilidad al andar. Otro pensamiento respecto a usar un calzado de hierro es que, sin duda, dejaría una huella muy visible en el camino que dejamos atrás; nuestro andar dejará un testimonio claro y evidente. Esto es lo que sucede cuando un hombre anda en el poder del Espíritu de Dios: tiene un andar estable y constante, ¡y deja tras de sí un testimonio a la vista de todos! Es bastante notable cuando una persona está llena con el Espíritu; se nota. Es por eso que, en Efesios 5:18 se contrasta la embriaguez con estar lleno con el Espíritu: “Y no os embriaguéis de vino, en lo cual hay disolución; mas sed llenos de Espíritu”. Ambas condiciones son evidentes por la manera en que la persona camina y habla. Cuando un hombre está dominado por el exceso de vino, puede notarse en su andar inestable y su incoherente forma de hablar, y es igual de notable cuando una persona vive en el ámbito de la carne: se hace evidente en su manera de vivir y de hablar. Y esto es igual cuando andamos en la esfera del Espíritu; cuando una persona vive en estas cosas, se nota. Hay algo en su manera de andar y de hablar. Y está todo relacionado con darle a Cristo el lugar que le corresponde como Señor absoluto en nuestras vidas.
Esto es ilustrado en la vida del profeta Eliseo. Pasó por la casa de la mujer sulamita, y ella le dijo a su esposo que había algo en la manera de andar de ese hombre que le hacía pensar que era un hombre de Dios, y tenía razón (2 Reyes 4:9).
Apagando y contristando al Espíritu
A menudo se ha preguntado: “¿Cuál es la diferencia entre ‘apagar’ y ‘contristar’ al Espíritu?”. En primer lugar, yo diría sin temor a equivocarme, que ambas cosas son algo que definitivamente no quieres hacer. Queremos darle al Espíritu de Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, y debemos evitar cualquier cosa que obstaculice Su obra en nosotros. Por lo tanto, no queremos “apagar” ni “contristar” al Espíritu.
Nos dice en 1 Tesalonicenses 5:19: “No apaguéis el Espíritu”. Esto es porque el Espíritu de Dios quiere usarnos como canales, por los cuales Él puede trabajar para la bendición de otros. El Señor dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre. (Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él ... )” (Juan 7:38-39). Dios desea trabajar a través de nosotros por medio del Espíritu, y nuestra responsabilidad es permitirle al Espíritu esa libertad. No debemos estorbarle en Su obra.
Mi tío solía ilustrar esto pidiéndonos que pensáramos en una manguera de jardín de la cual sale agua, y alguien la toma y la dobla, cerrando así el paso del agua. Eso es como apagar el Espíritu; el flujo del Espíritu se interrumpe. Puede que Él nos esté guiando a hacer algo para la gloria de Dios, pero no lo hacemos, y nos resistimos. Quizás sea anunciar un himno en la reunión, o tal vez dar un folleto del evangelio a alguien, y no lo hacemos. Estamos apagando el Espíritu.
Esto es ilustrado en la historia del siervo de Abraham, que es un tipo del Espíritu de Dios, quien fue enviado para asegurar una novia (Rebeca) para Isaac (Génesis 24). Es una imagen del Espíritu de Dios siendo enviado a este mundo para llamar una novia para Cristo. Habiendo recibido permiso de Bethuel (el padre de Rebeca), el siervo quería llevársela a Isaac inmediatamente. Sin embargo, la madre y el hermano buscaron detenerlo. Ellos tenían otros planes para ella, y estas cosas impedían al siervo emprender el viaje. Esto es una pequeña ilustración de apagar el Espíritu. El sirviente entonces dijo: “No me detengáis, pues que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para que me vaya á mi señor” (Génesis 24:56). Eso es lo que el Espíritu nos está diciendo: “no me detengáis”. Él quiere guiar nuestros corazones tras Cristo y usarnos para ser de bendición a otros, y Él no quiere que nada se interponga.
No hace mucho, compré una máquina profesional para hacer batidos. Vi el nombre de la marca y el modelo cuando estábamos en un restaurante y fui y compré uno para nuestra familia. Cuando lo llevé a casa, estaba muy emocionado. Lo sacamos de la caja y lo conectamos, pero no funcionó. No podía encontrar el problema y empecé a enfadarme. Finalmente perdí la paciencia y dije: “Mira nada más; inviertes mucho dinero en algo, y cuando llega, ¡ni siquiera funciona!”. Entonces uno de mis hijos dijo: “Cálmate papá, está justo aquí. ¿Ves esto de aquí? ¡Es un interruptor!” ¡Ah! Claro, ¡obviamente el interruptor tiene que estar encendido! Y cuando el interruptor fue encendido, la electricidad fluyó a través del cable, y la máquina recibió energía (poder). Sabes, pasa lo mismo con nosotros. Si queremos tener un flujo constante de poder del Espíritu de Dios en nuestras vidas, no puede haber nada deteniéndolo, y permitir cosas carnales en nuestras vidas es lo que obstaculiza al Espíritu más que cualquier otra cosa.
Luego, en Efesios 4:30 dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención”. Contristar al Espíritu es hacer algo que Él no nos llevó a hacer. Es el pecado lo que contrista al Espíritu. Él es una Persona divina que siente cosas; y cuando vamos y hacemos algo que Él no nos llevó a hacer, lo contristamos. El siguiente versículo (31) lista algunas de esas cosas. “Toda amargura, y enojó, é ira, y voces, y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia”.
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En pocas palabras, apagar el Espíritu es, no hacer lo que Él quiere que hagamos, y contristar al Espíritu es hacer algo que Él no nos llevó a hacer.
Por eso insisto, queridos jóvenes, al cerrar este pequeño estudio sobre el Espíritu que habita en nosotros, que si quieren disfrutar de los beneficios de Su presencia en las distintas funciones que hemos considerado, tendrán que vivir en la esfera correcta; entonces serán llenos del Espíritu de Dios, y sus vidas tendrán valor para la gloria de Dios.