Las aventuras de una biblia

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1. Las aventuras de una Biblia: una historia verídica

Las aventuras de una Biblia: una historia verídica

Hace unos años, en una tarde gris del mes de enero, una joven viuda se encontraba sentada en su sala mirando por la ventana. Tenía una casa magnífica sobre una plaza de alta alcurnia en Dublín; la sala estaba amueblada con elegancia; todo indicaba comodidad y riqueza, pero la dueña no parecía nada feliz.
La Sra. Blake era católica romana, ferviente y seria en la práctica de su credo, pero últimamente se sentía abrumada por la carga de sus pecados. Ni sus prácticas religiosas, ni las penitencias ni las oraciones le brindaban alivio; no se podía librar de su carga.
Le había contado sus penas a su confesor y siguiendo su consejo se había dedicado a obras de caridad; pero aunque estas le eran de interés y le habían ocupado la mente por un tiempo, el sentimiento de sus propios pecados le agobiaba el alma. Su confesor, un sacerdote joven, gentil y simpático, le dio absolución completa, pero sus palabras no le trajeron ningún consuelo.
Diversión
Mientras estaba sentada pensando, llamaron a la puerta, y antes de poder reaccionar ya tenía a su visitante en la sala.
— ¿Qué puedo hacer para que reaccione y se le quite esa tristeza del rostro?
— Ah, Padre John, es usted muy gentil, y ha hecho todo lo que pudo, pero la carga de la cual le hablé me sigue pesando en el corazón.
— Escúcheme  — dijo él — . He decidido lo que tiene qué hacer. Mañana estará un hombre en la Rotonda que hará que le duela el estómago de tanto reír, ¡y usted irá a escucharlo!
— ¡Oh, Padre John!
— No, ¡no diga ni una palabra! No quiero oír excusas. Se lo exijo, usted irá, le exijo que vaya.
El joven sacerdote le explicó que un reconocido actor de la mejor sociedad de aquella época se presentaría ante un público distinguido, y que, en su opinión, esto sería lo mejor para ella. Era inútil protestar, no podía desobedecer a su consejero espiritual quien hasta le había traído un boleto para la función. A la tarde siguiente, la Sra. Blake acudió al lugar concertado, donde grandes letreros anunciaban la diversión a la que la habían ordenado asistir.
La Rotonda contaba con más de un salón público. Estaba el Salón Redondo, el Salón con Pilares y uno o dos más; había también diferentes entradas. Ahora bien, la Sra. Blake se equivocó de horario y en lugar del gentío que se hubiera encontrado si hubiera ido a la hora correcta, notó una pequeña fila de personas que iban entrando; al seguirla terminó en uno de los salones más pequeños y tomó asiento.
Era raro que nadie le hubiera pedido su boleto, pero supuso que lo recogerían después. No tuvo mucho tiempo para pensar porque casi de inmediato subió un caballero a la plataforma y anunció el himno para cantar.
El “error”
Fue entonces que cayó en la cuenta de que había cometido un terrible error  ...  seguro que había entrado en el salón equivocado y, lo peor de todo era que parecía haber ido a parar a una reunión protestante. La Sra. Blake era tímida y sensible; salir del lugar en frente de todos los asistentes para ella era imposible. ¿Qué hacer? Decidió escabullirse cuando terminara el himno, porque así llamaría menos la atención.
Trató de hacerlo, pero en su apuro, se le cayó estrepitosamente el paraguas al suelo, y tal fue el ruido que muchos se dieron vuelta para ver qué pasaba. La pobre Sra. Blake, aterrada por lo que había hecho, se dejó caer en una silla y casi hubiera preferido que se la tragara la tierra.
Enseguida hubo un profundo silencio, y luego se oyó una voz, la del hombre en la plataforma, dirigiendo una oración. No pudo evitar prestarle atención debido a que nunca había oído algo así; era tan distinto a los Avemarías y otros rezos en sus libros devocionales. El hombre era muy reverente, ¡pero parecía tan feliz al orar! Esto le impresionó como algo muy extraordinario.
El perdón del pecado
La oración acabó y el orador anunció que iba a leer un pasaje de las Escrituras sobre el “Perdón del pecado”. ¡Exactamente el tema entre todos los demás en el mundo que ella ansiaba escuchar! Pasara lo que pasara, dijera el padre John lo que dijera o hiciera lo que hiciera, ella tenía que oír esto.
El orador leyó los primeros dieciocho versículos del décimo capítulo de la epístola a los hebreos, y luego comentó de un modo sencillo su enseñanza hasta que se hizo tan clara como la claridad del día. El Sacrificio Único una vez ofrecido, el perdón gratuito y completo dado a los que lo piden en el nombre de Cristo; esto, ilustrado por varios pasajes del Nuevo Testamento conformó el tema del discurso.
Así como la tierra sedienta absorbe la lluvia de verano, esta pobre alma recibió estas verdades maravillosas. Nunca las había escuchado, pero ahora fluían dentro de su ser y ansiaba saber más.
El regalo de una Biblia
El orador dejó de hablar, y después de otra oración finalizó la reunión.
La Sra. Blake sintió que esta era la oportunidad de su vida; armándose de valor, caminó hacia la plataforma y le preguntó al caballero de dónde eran las palabras que había estado leyendo.
Sorprendido por la pregunta, se le acercó y fue atacado con tantas preguntas que ofreció anotar las referencias para que ella las estudiara en su casa. Pero cuando se enteró de que esta señora nunca había poseído una Biblia, se despertó su interés.
— La prestaré la mía  — dijo — . Lea los pasajes marcados en las páginas a las que les doblé las esquinas, pero devuélvamela pronto; es lo más preciado que poseo.
La Sra. Blake le agradeció cordialmente, y se apresuró a su casa con gozo en su corazón y una nueva luz en sus ojos. ¡Qué distinta de la persona desconsolada que un par de horas antes había llegado a la Rotonda!
Durante los próximos días, olvidó todo, menos su nuevo tesoro. Leyó y volvió a leer los pasajes marcados y muchos otros. La Luz brilló en su entendimiento; la carga que por tanto tiempo molestaba su conciencia rodó a la Tumba Abierta, y la Paz de Dios llenó su corazón y su mente.
Amenazas airadas
Llegó el momento cuando debía devolver la Biblia. Una vez más estaba tan concentrada en su nuevo estudio y tan absorta en sus pensamientos que no notó que llamaban a la puerta. Alguien entró a su sala, y de pronto, delante de ella tenía a su confesor. Este notó dos cosas: cierta turbación y a la vez una tranquilidad en su mirada que le era desconocida.
— ¿Qué le ha sucedido?  — preguntó — . No me ha dicho qué tal le gustó la diversión, y como no la vi en misa el domingo pasado pensé que estaría enferma.
Apabullada por lo repentino de todo, la Sra. Blake perdió su serenidad. Había sido su intención guardar en secreto el asunto por un tiempo, aunque fuera, pero ahora con la sencillez de una niña contó todo lo sucedido: el salón equivocado, su intento de irse, las palabras que escuchó, el libro prestado y, por último, el gozo y la paz que llenaban su corazón.
Habló sin levantar la vista, pero cuando la levantó, se quedó helada ante la mirada del cura.
¡Estaba rojo de ira! Nunca había visto semejante furia en un rostro.
— ¡Deme ese libro!  — dijo este roncamente.
— ¡Pero no es mío!  — exclamó ella, tratando en vano de detenerlo.
— Démelo  — fue la respuesta —  o su alma estará condenada para toda la eternidad. Aquel hereje casi logra que usted se fuera al infierno, ni él ni usted volverá a leer este libro.
Agarrándolo mientras hablaba, se lo metió al bolsillo, y con una mirada que aterrorizaba, se marchó de la sala.
La Sra. Blake quedó como paralizada. Oyó que se cerró la puerta del pasillo, y algo en su corazón pareció cerrarse también, dejándola sola y llena de terror. Aquella mirada horrible le había llegado al alma; solo los que han nacido y se han criado en la Iglesia de Roma saben el horror indescriptible que puede producir el poder del sacerdote. Luego pensó también en el señor que le había prestado su Biblia; en ella estaba su dirección, pero ella no la recordaba así que no podía escribirle. Esto era tan doloroso, pero ¡ay, aquella mirada se le quedó grabada!
El descubrimiento
Los días pasaban lentamente, pero su confesor, antes tan bienvenido pero ahora tan aterrador, no regresó. Poco a poco, fue recobrando su valentía y, por fin, después de unos quince días, la Sra. Blake decidió aventurarse a hacerle una visita. Tenía que hacer un esfuerzo más, si no era ya demasiado tarde, para recuperar el libro y devolvérselo a su legítimo dueño.
El padre John vivía a cierta distancia de la casa de la Sra. Blake, en una casa al lado de un convento donde él era el confesor. Abrió la puerta una monja, visiblemente sorprendida al ver a la Sra. Blake, y cuando ella le preguntó si el sacerdote estaba en casa, sus ojos parecieron encenderse por un momento; pero inmediatamente su rostro se puso rígido y le dijo con frialdad:
— Sí, el padre John está en casa, en este cuarto, ¿quiere pasar a verlo?
Al hablar, medio guiaba, medio empujaba a la señora al cuarto con puerta al pasillo, pero cuando esta entró, lanzó un grito desgarrador, porque ¡ay, horror de horrores! había un ataúd abierto y en él el cuerpo sin vida de su confesor.
Antes de poder recobrarse de la sorpresa, se le acercó la monja y le dijo entre dientes:
— Falleció maldiciéndola. Usted le regaló una Biblia y me pidió que le dijera que la maldijo, la maldijo con su último suspiro. ¡Ahora, retírese!
Y antes de poder reaccionar ante lo que había pasado, la Sra. Blake estaba en la calle, con la puerta cerrada a sus espaldas.
Crecimiento y dolor
Pasaron varias semanas. Cierta noche la Sra. Blake se encontraba sentada sola reflexionando acerca de los sucesos de los últimos tres o cuatro meses. Tenía en su corazón el gozo del perdón. Se había comprado una Biblia y la leía todos los días. Había renunciado uno a uno a los viejos errores con los cuales se había criado, pero había un dolor que no se podía quitar. ¡Qué triste, que profundamente triste, la corta enfermedad y muerte súbita de aquel joven sacerdote! ¡Su última mirada! ¡Sus últimas palabras! ¡Aquel terrible mensaje!
¿Por qué era que ella había sido bendecida, llevada al remanso de paz, llenada de gozo celestial, y él  ...   ¿por qué las mismas palabras no habían tenido un efecto similar en él? Era demasiado espantoso, y uno de los misterios que no se podía explicar. “¿Por qué?” se decía, “¿haría esto un Dios de amor?”
Gozo doble
En ese momento la sirvienta entró en la sala seguida por una mujer con un tupido velo que se quedó de pie, indecisa por un momento. Antes de que la Sra. Blake pudiera decir algo, la otra dijo:
— Usted no me reconoce con este vestido, pero ya me va a reconocer.
Diciendo esto, se levantó el velo revelando el rostro de la monja que le había dado el mensaje de maldición cuando las dos estaban de pie junto al ataúd abierto.
La Sra. Blake enmudeció sin saber que podría pasar, pero su visitante la calmó diciendo:
— ¿Me permite sentarme y contarle algo?
Ante la invitación de que así lo hiciera, siguió diciendo:
— Tengo que contarle dos cosas, y seré breve porque estoy apurada. Primero, por favor, perdóneme por mi terrible mentira; Le he pedido a Dios que me perdone, pero le ruego que usted también lo haga. El padre John falleció bendiciéndola de todo corazón. El día antes de su muerte me encargó que le dijera que también él había encontrado el perdón de su pecado gracias a ese libro, y que por toda la eternidad la bendecirá por haberlo llevado a conocer al Salvador. Ahora, ¿me perdona usted?
— Por supuesto que sí, desde lo más profundo de mi corazón  — exclamó la sorprendida Sra. Blake —  pero ¿por qué me dijo lo que me dijo en aquella oportunidad?
— Porque la aborrecía. Yo a él lo amaba y la aborrecía a usted por haberlo enviado al infierno, según yo creía. Escúcheme. Sentí un deseo enorme de leer lo que él había leído, y después de su entierro, no pude contenerme y leí el libro por mí misma. Me sentí fascinada y seguí leyendo más y más, y también yo he encontrado perdón y paz en mi Salvador. He estado estudiando la Biblia durante semanas, y ahora aquí la tiene  — dijo mientras se la entregaba — . Acabo de escaparme del convento y esta misma noche me embarcaré para Inglaterra; pero primero tenía que venir, devolverle esta Biblia y decirle que la bendeciré toda mi vida porque por medio de ella, usted me enseñó cómo obtener el perdón de mis pecados. ¡Que Dios la bendiga! Nos volveremos a encontrar en el cielo. Hasta entonces.
Con esta breve despedida, salió de la casa y se perdió en la oscuridad.
Conclusión
¿Había sido, después de todo, solo un sueño? Una pequeña Biblia gastada yacía sobre la mesa frente a ella. No había sido un sueño, sino una realidad gloriosa. Aquel pequeño libro, sin una voz audible para enseñar en dos de estos casos, había llevado a tres almas preciosas de la oscuridad a la luz.
¡Imagine la sorpresa de su dueño cuando se la devolvieron con este maravilloso testimonio! Y, sin embargo, ¿qué dice Aquel que la envió en esta misión?
“Así será Mi palabra que sale de Mi boca; no volverá a Mí vacía, antes hará lo que Yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).
Lector, ¿qué ha hecho tu Biblia por ti?
“De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que Me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida” (Juan 5:24).