Levítico 13: Pecadores hasta la médula

Leviticus 13
Resulta muy interesante ver cómo un niño pequeñito intenta mover un bulto pesado. Para ilustrarlo, digamos que es un niño de apenas tiene tres años de edad, quien intenta llevar 50 kilos de papas. Así que primero procura levantar el saco de la misma forma que lo hace su papá; pero pronto se da cuenta que le es imposible; luego empuja un poco, pero tampoco resulta. El niño no se da por vencido fácilmente y entonces empieza a tratar de halar el saco, después lo patea mas no consigue moverlo. Por fin, impotente y luego de haber realizado sus mejores esfuerzos se rinde y con voz de resignación pide ayuda a su padre. En verdad le hubiese sido mucho más fácil reconocer que no podía hacerlo con su propia fuerza y acudir a su padre para que le ayude a lograrlo. Sin embargo, al considerar este ejemplo notamos que cuando tratamos de eliminar el pecado de nuestras vidas con nuestro propio esfuerzo nos parecemos al niño. Y por eso intentamos negar nuestras faltas, encubrirlas o decir que no son tan malas como las de otras personas; pero finalmente llega el momento en que debemos aceptar que somos pecadores hasta la médula y entonces buscar la ayuda de Dios para dejar de pecar. En la ley del leproso hay una excelente ilustración sobre este asunto, así que te sugiero que leas con atención Levítico 13 para que captes bien los detalles que vamos a tratar en esta pequeña meditación.
En las Escrituras, la lepra es una figura y analogía del pecado. El lugar que ella afecta queda insensible, pues ataca los nervios. Algo similar sucede con el pecado, ya que quien está hundido en él poco a poco no puede sentir los efectos de este mal. Pero Dios lo describe muy bien en Levítico 13:2: “Cuando el hombre tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, o erupción (costra, RVA), o mancha blanca, y hubiere en la piel de su cuerpo como llaga de lepra, será traído a Aarón el sacerdote”. ¿Quién no ha experimentado la hinchazón de la cabeza? Y no me refiero a la consecuencia de un accidente, sino al resultado de una felicitación. Pues alguien viene y nos dice que hemos cocinado muy bien, que somos inteligentes, que nadie les puede ayudar como nosotros... Así que empezamos a aceptar el crédito por eso y pensar bien sobre nosotros mismos, para luego finalmente envanecernos con pensamientos llenos de orgullo; pero esta es una indicación de que la plaga del pecado está morando dentro. Quizá alguien nos ha hecho daño al insultarnos o maltratarnos y exteriormente le hemos perdonado; pero en el interior continúan ardiendo sentimientos de amargura y celos por lo que atacamos su carácter. Este síntoma es como la costra que evidencia que una herida no está completamente sana y en el sentido espiritual nos indica que estamos infectados con el pecado. También hay otra característica muy engañosa del pecado y es: “los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Cual estas manchas blancas, también ciertos pecados pueden tener algo muy atractivo, pero terminarán atrapando y matando a sus víctimas.
El hombre en quien se notaban estas características era llevado al sacerdote, quien “le reconocerá, y le declarará inmundo” (Levítico 13:3). Nuestro Sacerdote no es un mero hombre sino Cristo Jesús, Quien ha declarado: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Su declaración es que somos pecadores hasta la médula; pero nosotros, en la práctica, no nos convencemos hasta que agotamos en vano todas nuestras fuerzas al intentar demostrar que somos al menos un poco mejores que los demás. Es interesante notar que el leproso no podía ser declarado limpio mientras se no cumpla con la descripción de Levítico 13:13: “si la lepra hubiere cubierto todo su cuerpo, declarará limpio al llagado”. Pues si alguna parte del cuerpo todavía no mostraba los efectos de la enfermedad, el leproso podía jactarse que era un poco mejor que sus compañeros; pero cuando ya no le quedaba el menor argumento, entonces era el momento adecuado para ser sanado. Así es también con nosotros como pecadores, pues cuando dejamos de insistir en que podemos hacer algún bien por nuestras propias fuerzas, entonces estamos listos para recibir la redención de Cristo. Pero en el capítulo hay muchos más detalles, así que considera: ¿Qué más puedes aprender de la plaga del pecado?