El rey David, hacia el final de su vida, entregó a su hijo Salomón la provisión que había hecho para la casa de Dios; también le mostró el diseño que Dios le dio para cada cosa; el detalle del oro que había para cada taza, para el candelabro, para el altar de incienso y para todo lo demás de la gran casa de Dios. De manera que David preparó todo para su hijo y por fin le animó con estas palabras: “Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas, ni desmayes, porque Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; Él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová” (1 Crónicas 28:20). Una vez que todo estaba preparado, Salomón tuvo la responsabilidad de actuar confiando en la promesa que Dios estaría con él. Algo semejante encontramos en Levítico 14, en lo que respecta al leproso; pero esta enseñanza también es para nosotros hoy en día.
En los primeros siete versículos de Levítico 14 podemos notar que el leproso no hace nada, sino recibir el beneficio del sacrificio hecho a su favor. Pero desde el versículo 8 en adelante observamos que empieza a poner sus manos a la obra: “Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo y se lavará con agua” (Levítico 14:8). El pelo, como se puede ver en 1 Corintios 11 y en otros lugares en la Palabra de Dios, es símbolo de la gloria del ser humano. Pero suele suceder que en ocasiones esa gloria sirve para cubrir el pecado que hay en la vida de alguien. Así como en el caso del leproso, los demás tal vez podían ver una barba larga, mas él sabía que debajo de ella había una mancha de lepra. Sin embargo, ahora que ya ha sido purificado no tiene el deseo de cubrir sus manchas, sino de ser franco y honesto ante los demás. En realidad, cuando queremos hacer las cosas a escondidas, esto evidencia que algo está mal, pues servimos al Dios de luz que hace todo con rectitud. Vale recordar que el agua es símbolo de la Palabra de Dios, la cual se debe aplicar durante toda la vida del creyente. Por cierto, la sangre se aplica una sola vez en la vida del creyente para la purificación; pero cuando ya somos salvos, cada día de nuestras vidas debemos lavarnos con la Palabra de Dios cual leemos en el Salmo 119:9: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”.
En Levítico 14:9 recibimos más instrucciones valiosas: “Y el séptimo día raerá todo el pelo de su cabeza, su barba y las cejas de sus ojos y todo su pelo, y lavará sus vestidos, y lavará su cuerpo en agua, y será limpio”. Después de algunos días, notamos que el leproso ya limpio es muy minucioso en afeitarse y lavar todo su cuerpo y ropa. En este punto, la ropa nos hace pensar en aquello que nos rodea, es decir, todas nuestras relaciones. Al considerar la gracia de Dios a favor nuestro y toda Su obra para consumar nuestra redención, queremos estar completamente libres de todo aquello que pueda llevarnos de nuevo al pecado. Por lo que si teníamos la tendencia de ir a la cantina u otros lugares inadecuados para el creyente, debemos cortar esto de nuestra vida; si en el pasado era fácil reírnos con quienes contaban chistes sucios, ahora podemos dejar de participar de esto. Y esta aplicación de la Palabra de Dios a cada aspecto de nuestras vidas tendrá como resultado acercarnos más y más a Él. Además, entretanto que aplicamos la Palabra a cada aspecto de nuestras vidas descubrimos que tenemos alguien que nos está ayudando porque: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-26).
Así que, amados hermanos, habiendo visto la provisión de Cristo para nosotros y con Él a nuestro lado purificándonos: ¡Manos a la obra para aplicar la Palabra a nuestras vidas y relaciones!