Lleno del Espíritu

 •  5 min. read  •  grade level: 14
Listen from:
Este término tiene que ver con el estado del creyente. Es, por tanto, algo más que recibir “el don del Espíritu Santo” por el cual somos habitados por Él (Hechos 2:38, 8:15-17, 10:45, 19:2; 2 Corintios 1:21-22; Gálatas 3:2; Efesios 1:13, 4:30; 1 Tesalonicenses 4:8, etcétera). Estar “lleno del Espíritu” (Efesios 5:18; Hechos 2:4, 4:31, 6:3, 7:55, 9:17, 11:24, etcétera) tiene que ver con dar al Espíritu el control total de nuestras vidas en un sentido práctico.
Una ilustración dada por H. P. Barker aclara esta distinción. Él dijo: “Un visitante en tu casa no la llena. Él está restringido a la parte de la casa a la cual le has introducido. Sin embargo, si pones tu casa entera a su disposición y le das las llaves de cada habitación y armario, él entonces llenará todo el lugar. No es que él viene desde afuera para hacer esto; él ya se encuentra en la casa. Pero ahora, por tu acto de entrega, él tiene completo control. Así también es con el Espíritu Santo. Muchas veces Lo restringimos a ciertas partes de nuestra experiencia y vida, pero Él desea tener el control total, para poseernos enteramente en nombre de Cristo. Cuando gustosamente entregamos a Su control toda nuestra casa (el conjunto de nuestro ser), entonces Él está en un indiscutible control, y en este sentido, nos llena” (The Holy Spirit Here Today, p. 77).
Así, el creyente recibe el Espíritu Santo una vez en su vida creyendo en el Señor Jesucristo. Cuando este Huésped divino hace Su residencia en él, nunca lo deja (Juan 14:16 “para siempre”), pues el creyente es desde ese momento “sellado para el día” de su “redención” final que es cuando el Señor venga en el Arrebatamiento (Efesios 4:30). Pero el creyente puede ser llenado muchas veces. Esto es porque nuestro estado, como la marea, sube y baja, y puede ser que no estemos siempre rendidos al Espíritu como deberíamos. Siendo este el caso, no hay exhortaciones en la Escritura para que los cristianos sean “sellados” o “ungidos” con el Espíritu porque esos términos tienen que ver con la presencia permanente del Espíritu, que el creyente ya ha recibido. Sin embargo, hay exhortaciones en la Escritura para ser “llenos” del Espíritu.
Nos podemos preguntar: “¿Cómo es que un cristiano se llena del Espíritu?” Los siguientes pasajes nos hablan del “llenar” del Espíritu y nos dan la respuesta:
•  En Hechos 2:1-4, dedicándose a los intereses del Señor.
•  En Hechos 4:31, ocupándose con la oración y la lectura de la Palabra de Dios.
•  En Hechos 6:3 y Hechos 11:22-24, sirviendo a otros en nombre del Señor.
•  En Hechos 7:55, testificando de Cristo.
•  En Efesios 5:18-21, regocijándose en el Señor, con cantos y acciones de gracias.
Para que nosotros seamos llenados, nuestras vidas primero deben vaciarse de todo lo que es incompatible con la santidad del Señor. Muchas veces hay cosas en nuestras vidas que no tienen derecho de estar allí, y ellas estorban la acción del Espíritu. Consecuentemente, Él no nos llena. Pueden ser pensamientos impuros, motivos indignos, deseos codiciosos, intereses y ambiciones egoístas, etcétera. Estas cosas ciertamente deben ser lanzadas fuera, pero la gran pregunta es: “¿Cómo podemos hacer esto?”. La respuesta es: “Por el principio del desplazamiento.” H. P. Barker dio la conveniente ilustración con respecto a este punto. Él dijo: “Supongamos que tengo en mi mano un vaso, aparentemente vacío. En realidad, está lleno de aire. ¿Cómo puedo vaciar el aire? No por agitarlo frenéticamente boca abajo, ni limpiándolo con un paño. Es vaciado por simplemente dejarlo parado en una mesa y llenarlo con agua. Le vacío el aire llenándolo con agua” (The Holy Spirit Here Today, p. 78). Es lo mismo que ser lleno del Espíritu; cuando las cosas y actividades cristianas ocupan nuestros pensamientos y nuestras vidas, aquellas otras cosas no tendrán lugar en ella. Si tratamos de forzar el estar llenos del Espíritu de la manera contraria, la vida cristiana se convierte en una cosa legalista y, eventualmente, se desmorona por falta de energía para continuar en ella.
Estar lleno del Espíritu Santo tiene mucho que ver con entregarse a las reivindicaciones de Cristo y al Huésped divino que habita en nosotros. Nuestra voluntad es la principal culpable. Otra ilustración de H. P. Barker nos ayuda a comprender este punto. En Alemania, hace muchos años, un magnífico órgano tubular de renombre mundial fue construido en una grande catedral. Un día un visitante fue a la catedral y preguntó si él podría tocar el órgano. El cuidador dijo al visitante que no era permitido dejar que extraños tocaran el instrumento. El visitante insistió, y finalmente después de mucha persuasión, el cuidador le permitió sentarse a tocar el órgano. Inmediatamente, la música más deslumbrante fluyó de aquel órgano y llenó la catedral. El cuidador se quedó atónito e inmóvil en su lugar mientras escuchaba los maravillosos sonidos reverberando por la edificación. Después de que el visitante había tocado por algún tiempo y estaba a punto de salir, el cuidador vino a él y le preguntó: “¿Quién es usted?” Él contestó: “Mendelssohn”—¡era el gran compositor! Entonces el vigilante se sintió avergonzado y dijo: “Imagínese; yo estaba aquí impidiéndole a usted, un hombre de tal capacidad y el compositor más grande de Europa, de que tocase este órgano. Estoy avergonzado de mí mismo.” Mucho mayor que cualquier compositor humano famoso, el Espíritu de Dios entró en nuestros corazones cuando fuimos salvados. ¿Pero hemos nosotros, como ese cuidador, prohibido al Compositor divino sentarse en el panel de control de nuestras vidas para crear, por así decirlo, “una bellísima música” para la gloria de Dios?