Entre aquellos que lean esto, ¿no hay algunos que nunca se han sentido tristes por causa de sus pecados? ¿Hay alguna cosa que descubre más bien la necedad y la liviandad del corazón del hombre? Nosotros, que por medio del pecado hemos hecho tan amarga y terrible la copa que Jesús bebió ¿podremos considerar el pecado como una cosa trivial ante los ojos de Dios? Pero es Él, es Jesús quien encontró cuán horrible era. Si nuestros corazones, tan miserables como son, no sienten el pecado, Cristo lo sintió cuando bebió la copa por nosotros y llevó el pecado por nosotros. Si el corazón no comprende la gravedad del pecado, no en el mismo punto en que Jesús lo conoció, pero cuando menos en algún grado —sí, aun cuando de una manera débil, el sentimiento de la gravedad del pecado es extraño para nosotros— no hemos ni siquiera entrado en la mente de Jesús. Todo aquello que podía herir y lastimar —la ira de Dios, la impiedad de Satán, la iniquidad del hombre— todo quebrantó Su corazón en pedazos, y todo hizo que brillase delante de Dios la inconmensurable excelencia de Jesús. El corazón de Jesús fue probado hasta lo último. ¿Y cuál es, después de todo eso, la posición de los pecadores? No resta nada sino el costo y el valor de Jesús para ellos; y en los ojos de Dios el que cree tiene todo el valor de Jesús delante de Dios. Podrá presentarse a sí mismo delante de Dios, como amado de Dios, hasta el punto de que Dios ha dado a Su Hijo, y como teniendo el costo de todos los sufrimientos de Jesús.
Si Cristo le es presentado de esta manera, una de dos cosas es cierta: es Ud. culpable de los sufrimientos de Jesús, si los desprecia; o, si por gracia y por fe los toma en su infinito valor, disfruta del efecto de estos sufrimientos. Si los desprecia, será tratado como aquellos que los desprecian. Si por gracia sus ojos son abiertos para entender lo que Jesús ha hecho, toda la eficacia de Su obra se aplica a Ud., y disfruta Ud. del amor de Dios. O es Ud. culpable de los sufrimientos de Jesús, o disfruta del costo de Sus sufrimientos.
Confesar cuáles son sus pecados que han hecho a Jesús sufrir, es realmente creer que Él los ha llevado. Si Ud. dice: “Soy yo el que he hecho a Cristo sufrir así”, también dice: “En cuanto a mí, yo nunca sufriré así. Si Jesús ha llevado mis pecados y pasado por sus consecuencias, yo no los pasaré, y soy rescatado y libertado de la condenación”.
Quiera Dios, por el sentimiento del amor de Jesús, tocar sus corazones y hacerles comprender a qué precio tan infinito se presentó Jesús mismo por Uds., ¡para poder pasar por la ira de Dios! ¡Oh, cuán precioso es el amor de Jesús!