Todo está listo para una gran fiesta: vestido nuevo, un anillo en su mano, calzado en sus pies y el becerro más gordo. Pero ¿quién podría tener el privilegio de disfrutar estas cosas? Parece que se trata de una persona muy importante, quizás una eminencia a quien se le rinde homenaje. Con toda seguridad podríamos decir que cualquiera de nosotros desearíamos tener tal privilegio.
“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes” (Lucas 15:11-1211And he said, A certain man had two sons: 12And the younger of them said to his father, Father, give me the portion of goods that falleth to me. And he divided unto them his living. (Luke 15:11‑12)). Un día el más joven decidió que era tiempo de recibir por adelantado su herencia. En la casa de su Padre nada le faltaba, pero quiso vivir independiente y muy confiado se fue lejos, a una provincia apartada, para hacer lo que quisiera con su vida. ¿No sucede lo mismo con la humanidad que no busca una relación con Dios, sino que vive muy lejos de Él? Pasó el tiempo y aparentemente disfrutaba todo lo que podía: diversiones, mujeres, banquetes y de esta manera desperdició vanamente todos sus bienes, hasta que quedó abandonado a su suerte. Hubo hambre en aquella provincia y no tenía nada para comer: en la casa de su padre había tenido todo, pero ahora no tenía nada.
En la actualidad la gente no quiere admitir su necesidad de Dios. Tienen hambre y sed; pero viven en un mundo de apariencias, lleno de pecado y maldad que no puede ofrecerles algo que satisfaga las necesidades del alma, puesto que la respuesta está solo en Dios. La humanidad prueba de todo a fin de satisfacer su hambre, hasta que finalmente adormece sus sentidos para no buscar a Dios, lo mismo que le sucedió al hijo menor. “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba” (verso 16). Para los judíos era prohibido comer carne de cerdo, pues les era inmundo; sin embargo, en su condición él llegó a estar con los cerdos y a considerarse como ellos. Y en ese momento la gracia de Dios le hizo volver en sí.
Al verse en esta humillante condición se arrepintió y dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (versos 17-19) En realidad solo Dios puede obrar un verdadero arrepentimiento. Notemos lo que dijo antes de ir para hacer las paces con su padre: “He pecado contra el cielo”, reconoció que Dios todo lo descubre y que ante sus ojos se ha pecado. ¿No es esta la gran responsabilidad que tiene el hombre: compungirse y arrepentirse de sus pecados delante de un Dios tres veces Santo?
En ese instante se levantó y dirigió al encuentro con su padre; ya no llevaba excusas consigo, tan solo un triste argumento, pero válido para que pueda disfrutar de paz y perfecta comunión. Sin embargo, el padre por la gracia de Dios le vio de lejos, corrió y con gran misericordia abrió sus brazos y le besó. Esta gracia representada en el amor del “padre”, un amor perfecto y sin igual que espera, no por lo que somos sino por lo que él es. ¡Qué encuentro! ¡Qué momento! “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:1313Like as a father pitieth his children, so the Lord pitieth them that fear him. (Psalm 103:13)). ¡Qué gran invitación para el corazón cargado de pecado! El amor de Dios está dispuesto a perdonar en este momento, sin importar cómo sea nuestra vida. Es interesante notar que el hijo confiesa ante su padre lo que se propuso en la presencia de Dios y dice: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (verso 21). ¡Qué gracia la de nuestro Dios que obra arrepentimiento para salvación! El hijo pecó y fue humillado, pero nunca perdió su parentesco ni dejó de ser amado y por eso el amor del padre no dejó que continúe hablando. Él tiene sumo gozo y desea demostrarlo a su hijo para que no quede duda, ni siquiera un sentimiento de culpa, sino restauración y comunión plena. ¡Qué amor!
“Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (versos 22-24) ¿Podemos imaginarnos este grandioso momento? ¡Qué privilegio! El vestido nuevo habla de una nueva vida; el anillo en su mano es símbolo de un amor puro, perfecto y eterno hacia él; los zapatos en sus pies, que cubrirían la vergüenza de su mal andar, hablan de una nueva senda en la gracia de Dios; y, el becerro gordo que había sido guardado para un momento tan especial, habla de la comunión y el reconocimiento de que es parte de esta alegría. No era para menos, pues él está vivo y también ha sido hallado. ¿Cuánto más crees que será el amor de Dios hacia cada hombre pecador que busca su perdón? “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:1010Likewise, I say unto you, there is joy in the presence of the angels of God over one sinner that repenteth. (Luke 15:10)).