Mientras más cabalmente conozcamos lo indigno de la carne, más apreciaremos el valor de Cristo, y mejor comprenderemos la obra del Espíritu Santo. Cuando la depravación total de la naturaleza humana no sea una realidad establecida en el alma, siempre habrá confusión en nuestra experiencia, en cuanto a las vanas pretensiones del alma, y las operaciones divinas del Espíritu.
No hay nada bueno en nuestra naturaleza carnal. El más avanzado en la vida divina ha dicho: “En mí (es a saber, en mi carne) no mora el bien”. ¡Qué golpe! “Nada bueno”. ¿Pero no puede mejorarme por la diligencia en la oración y la vigilancia? No, nunca: es enteramente incurable. Hace mucho, mucho tiempo, esto fue afirmado por el Dios de verdad (véase Génesis 6). “Y vió Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal ... Y dijo Dios a Noé: El fin de toda carne ha venido delante de mí”. Ahora ¿cuál es el fin, o el resultado de toda carne? El “mal”, solamente el “mal” y el “mal continuamente”. Esto es claramente el mal sin nada de bien, y mal sin cesar, y esto se dice de toda carne, obsérvese que no de algunos nada más. Todos están incluidos. Es cierto que en algunos podremos encontrar la naturaleza pulida, cultivada y refinada; en otros áspera, ruda y dura, pero la naturaleza carnal en ambos. No podremos doblar una barra de hierro, sin embargo, puede ser batida hasta llegar a ser flexible, pero es el mismo hierro todavía; su apariencia ha cambiado, pero su naturaleza es la misma.
(A. M.)