Número 1: Jesús, Romanos 1, Venida y reino de Cristo

Table of Contents

1. Jesús
2. Romanos 1:1-4
3. La venida y el reino de nuestro Señor Jesucristo: El arrebatamiento (Parte 1)
4. Notas misceláneas: Número 1

Jesús

J.G. Bellett
Jesús hizo el bien y prestaba, no esperando nada del ello (Lucas 6:35). Él daba, y Su mano izquierda no sabía lo que Su mano derecha hacía (Mateo 6:3).
Nunca ni en un solo caso, según yo creo, reclamó la persona o el servicio de aquellos que Él restablecía y rescataba. Nunca hizo del rescate efectuado un título para el servicio. Jesús amaba, sanaba y salvaba, no esperando nada en retorno. No le permitió a Legión, al Gadareno, estar con Él (Lucas 5:18-20). Al niño al pie de la montaña lo entregó a su padre (Lucas 9:42). A la hija de Jairo la dejó en el seno de su familia (Lucas 8:41-56). Al hijo de la viuda de Naín lo dio a su madre (Lucas 7:11-15). No reclama a ninguno de ellos. ¿Da Cristo para poder recibir otra vez? (Hechos 20:35). ¿No ilustra Él (el Maestro perfecto) Su propio principio, “Haced bien y prestad, no esperando de ello nada”? La naturaleza de la gracia es impartir a otros, no enriquecerse a sí misma: y Él vino para que en Él y en Sus maneras pudiesen brillar las grandes riquezas y gloria que pertenecen a la gracia (2 Corintios 8:9). Él encontró siervos en este mundo pero no los sanó primero y luego los reclamó. Los llamó y los dotó (Mateo 4:18-22). Eran el fruto de la energía de Su Espíritu y del afecto encendido en los corazones constreñidos por Su amor (2 Corintios 5:14-15). Y enviándoles, les dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Ciertamente hay algo más allá del concepto humano en la delineación de ese carácter (Mateo 11:27). Uno repite ese pensamiento una y otra vez. Y es muy placentero añadir que en las formas más sencillas esta gloria moral del Señor brilla a veces —esas formas que son inmediatamente inteligibles a todas las percepciones y simpatías del corazón—. Así de esta manera Él nunca rehusó la fe más débil, aun cuando aceptaba y contestaba, y eso también con deleite, los allegamientos y las demandas de los más atrevidos.
La fe fuerte, que se allegaba a Él sin ceremonia ni pidiendo excusa en una seguridad completa e inmediata, siempre era bienvenida por Él; mientras que el alma tímida que se allegaba a Él con timidez y con disculpas, era animada y bendecida. Sus labios inmediatamente quitaron del corazón del pobre leproso aquello que pendía sobre ese corazón como una nube. “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, dijo él. “Quiero: sé limpio”, dijo Jesús (Lucas 5:12-13). Pero inmediatamente después los mismos labios pronunciaron la abundancia del corazón cuando la fe clara y sin duda del centurión gentil fue testificada (Lucas 7:2-10) y cuando la fe sincera y llena de confianza de una familia en Israel deshizo el techo de la casa donde Él estaba, para poder hacer descender y poner ante Él su enfermo (Marcos 2:3-5).
Cuando una fe débil apelaba al Señor, Él concedía la bendición que buscaba, pero reprochaba al que la buscaba. Pero aún este reproche está lleno de consuelo para nosotros; porque parece decir: “¿Por qué no hiciste uso de Mí de una manera más libre, más cabal y más feliz?”. Si apreciamos al Dador tanto como al don —el corazón de Cristo tanto como Su mano— este reproche de fe débil sería tan bienvenido como la respuesta a él (Lucas 8:24-25).
Y si la fe pequeña es reprendida de esta manera, la fe fuerte debe ser apreciada. Y por lo tanto, tenemos razón para saber que esa escena tan espléndida estaba bajo la vista del Señor, cuando en el caso ya visto, quebraron el techo de la casa para poder alcanzarlo. Fue, en verdad, bien seguro estoy, un gran espectáculo para los ojos del divino y pródigo Jesús. Su corazón fue penetrado por ese acto, tan ciertamente como la casa de Capernaum fue penetrada por ello.
Vemos glorias y humildades en, nuestro Redentor: ciertamente que sí; porque necesitamos ambas.
El que se sentó en el pozo de Sichar (Juan 4:6) es el que ahora está sentado arriba en el cielo (Hebreos 8:1). El que ascendió es el que descendió (Efesios 4:10). Las dignidades y las condescendencias están con Él —un asiento a la diestra de Dios (Hebreos 12:2), y sin embargo se inclinó a lavar los pies de Sus santos aquí— (Juan 13:3-5). ¡Qué combinación! Ninguna diminución de Sus honores, aun cuando se adaptó a nuestra pobreza: nada en que no nos pueda servir, aun cuando es glorioso y sin mancha y cabal en Sí mismo (Romanos 8:34-35).
[Nota del editor: Referencias añadidas por J.H. Smith].

Romanos 1:1-4

C. Stanley
Introducción
El escritor de estas notas recomendaría con fuerza un estudio con oración de esta epístola, como el trabajo fundamental de todo conocimiento bíblico. Bien recuerda él el beneficio que recibió por casi dos años, en hacer a un lado toda la demás lectura, y estudiar esta epístola, con algunos otros, cuando era joven.
No podemos sorprendernos de que contenga una verdad con un fundamento tan sólido, cuando conservamos en la mente que fue escrita a la asamblea de la que era entonces metrópolis del mundo entero.
Es importante y realmente de ayuda, al leer cualesquiera de las preciosas epístolas o libros de la Sagrada Escritura observar el carácter y diseño de cada libro y también el orden y las divisiones de este.
El objeto que el Espíritu tenía en esta epístola, entonces, era evidentemente revelar la relación de Dios con el hombre, y del hombre para con Dios: la manera en que Dios podía ser justo en justificar al hombre. Este es el fundamento de toda verdad.
El lector cuidadoso podrá ver inmediatamente las tres divisiones de la epístola. Los capítulos 1 al 8 revelan a Dios, el Justificador; el evangelio de Dios para los Judíos y los Gentiles de igual manera —la misma gracia para ambos—. Los capítulos 9 al 11 demuestran que Dios no ha olvidado Sus promesas a Israel, sino que, al tiempo señalado, todo se cumplirá para ellos como una nación. Los capítulos del 12 hasta el fin contienen la parte preceptiva.
Hay, sin embargo, una subdivisión de gran importancia en los primeros ocho capítulos. Hasta el capítulo 5:11 Se trata de la justificación de los PECADOS; luego, al final del capítulo 8, el tema es más bien la justificación y el rescate del PECADO. Ahora volvemos al capítulo 1.
Capítulo 1
“Pablo, un siervo de Jesucristo”. No era un siervo de ninguna sociedad o partido, sino de Jesucristo. Cuan pocos pueden seguir a Pablo en estas cinco palabras, y sin embargo cuán importante es que así lo sea, si el servicio ha de ser acepto a Cristo. ¿Ha pensado Ud. en esto en todo el curso de su vida y servicio? Esto hará toda la diferencia en el día de la recompensa. “Llamado a ser un apóstol” debe ser “un apóstol por llamamiento”. Cuando el Señor Jesús lo llamó a él, no significaba que él fuera a los otros apóstoles y se educase, o se preparase, o fuese ordenado como un apóstol; no, él fue constituido apóstol inmediatamente, y sin ninguna autoridad humana. Fue llamado a actuar y predicar como un apóstol porque ya era uno, no para que pudiese ser uno. (Compárese Hechos 26:15-19, Gálatas 1:10-16). De esa manera Pablo fue “apartado para el evangelio de Dios”. Bien sabía el Espíritu Santo como todo esto sería inverso enteramente en esa misma Roma. Sí, este mismo primer versículo es de gran importancia para nosotros, si hemos de hacer la voluntad de Dios. Recuerden que Pablo había sido un apóstol por algún tiempo cuando el Espíritu Santo lo apartó, y le envió a un viaje especial de servicio, y con la aprobación de los ancianos (véase Hechos 13:1-4) [y de los hermanos, compárese Hechos 15:40 —Nota del Editor].
Aquí entonces vemos a Pablo como un siervo de Jesucristo, un apóstol por llamamiento, apartado para el evangelio de Dios. Esta palabra “apartado” significa mucho. Apartado del mundo, de la ley, del judaísmo, a las gloriosas buenas nuevas de Dios. No es el tema de la iglesia en esta epístola, sino del evangelio de Dios. La iglesia no era el tema de la promesa, pero el evangelio sí. (“Que Él había antes prometido por Sus profetas en las Santas Escrituras”). Sí, las Escrituras, desde Génesis 3, contienen abundantes promesas del evangelio de Dios, “acerca de Su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro”. Cada promesa miraba hacia la simiente, la cual es Cristo. Sería bueno asirnos de esto. El evangelio no es concerniente a nuestros sentimientos o nuestras obras, sino “concerniente a Su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor”. Quiera Dios que ese Bendito sea para siempre el principio y el fin del evangelio de Dios que predicamos.
Luego hay nada más que dos partes en el verdadero evangelio: la obra efectuada por Jesús en la carne; y su resurrección de los muertos. “Que fué hecho de la simiente de David según la carne”. En Él, como Hijo de David, toda promesa fue cumplida. Qué manifestación del amor de Dios —el Santo hecho carne, y llegar a ser verdaderamente hombre— descender de Su propia gloria eternal a una raza caída y culpable, bajo el pecado y el juicio, y en ese estado de humanidad sin pecado ir a la cruz —Él mismo, todo pureza, y sin embargo ser hecho pecado, para llevar su juicio entero hasta la muerte—. Sí, descender hasta la misma muerte, y rescatarnos de su debido poder y ser entregado por nuestras iniquidades. Encontraremos que esto es un gran tema de nuestra epístola —la muerte expiatoria de Jesús, en su aspecto doble de propiciación y sustitución—. Pero aun cuando fue hecho hombre a la semejanza de la carne pecaminosa, sin embargo, Él mismo no era humanidad caída ni pecaminosa; no se contaminó. Siempre era el Santo de Dios, y así fue nombrado o “declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos”.
Vamos, pues, a ver al Hijo de Dios, puro y sin contaminación por todo Su camino aquí abajo, no solamente Sus acciones benditas, sino Su naturaleza santa de acuerdo con el Espíritu de santidad. Así es que, aun en medio de la maldad, vino en amor por nosotros teniéndonos compasión por todo lo que el pecado ha efectuado; y tentado en todo, como nosotros, pero en Sí mismo, su naturaleza santa era enteramente apartada del pecado. Todo esto fue declarado en que habiendo efectuado nuestra redención, Dios le levantó de los muertos. Personalmente, la muerte no le reclamaba —no pudo ser detenido por ella—. Como Él era según el Espíritu de santidad, Dios en justicia debía levantarle de entre los muertos y recibirle en gloria. Él había glorificado a Dios en la naturaleza humana, y como hombre, Él ahora está levantado de los muertos, según el Espíritu de santidad; y ahora está en el cielo el Hombre que ha glorificado a Dios. Es bueno comprender bien lo que Él es en Sí mismo, y entonces comprenderemos mejor lo que Él ha hecho por nosotros, y lo que Él es para nosotros ya levantado de los muertos. Esperamos notar estas verdades más cabalmente más allá.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios).

La venida y el reino de nuestro Señor Jesucristo: El arrebatamiento (Parte 1)

E.H. Chater
Prefacio a la primera edición
Los periódicos siguientes son en sustancia parecidos a los discursos sobre el tema de la venida y el reino de nuestro Señor, dados por el escritor en varios lugares. Ahora son enviados por medio de la imprenta, confiando que el Señor que se deleita en bendecir pueda benignamente usar lo que hay de Sí mismo en ellos, para animar y edificar al lector cristiano, y que sirva para la amonestación y salvación de cualquiera que esté todavía sin Cristo. Enero de 1880.
Arrebatados
Todo cristiano vive con la esperanza de estar un día con Cristo, su Salvador, de ver al Bendito que murió por él, y de morar con Él en el cielo para siempre, pero los pensamientos de miles están en confusión en cuanto a la manera en que esto se efectuará. Deseo en estos periódicos demostrar primeramente de la Palabra de Dios que la esperanza cristiana es la venida del Señor; cuál debe ser la actitud y conducta de aquellos que le esperan, y como se realizará esa esperanza, y también hablar de las circunstancias variadas que Dios ha revelado, que acompañarán y seguirán a su efectuación.
Haciendo a un lado los detalles por el momento, creo que podemos, en términos generales, dividir los pensamientos de los cristianos sobre este tema de la manera siguiente: a saber, aquellos que creen que Cristo ha venido espiritualmente, aquellos que creen que Él viene por ellos en la muerte, y aquellos que esperan Su retorno personal. Al conversar con los primeros, uno encontrará que ellos tratan los versículos de la Escritura que se refieren a la venida de Cristo de una manera espiritual, diciendo que Él ya ha venido a su corazón. Ciertamente ningún cristiano disputaría ni por un momento sobre el hecho de que Cristo mora en él; no sería un cristiano sin eso. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9.) Pero el Espíritu de Dios morando en el creyente no trae ningún cambio físico en su cuerpo; mientras que, cuando Cristo venga, hay prueba abundante de la Escritura que la mortalidad será sorbida con la vida (1 Corintios 15:50-53; 2 Corintios 5:4).
La segunda clase supone que cuando un creyente muere, entonces es cuando el Señor viene por él, y así aplican todos los versículos de la Escritura relacionados con esa verdad. Ahora ciertamente diremos que ningún cristiano puede negar por un momento que ha de morir, o dormir (lo cual es un término escritural de la muerte de un creyente, 1 Corintios 15:51), que al partir de esta vida va a estar con Cristo. La Palabra de Dios es igualmente clara en cuanto a esto: “Más quisiéramos partir del cuerpo, y estar presentes al Señor” (2 Corintios 5:8); “Estar con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23). Pero aquí también el mismo récord de eventos que sucederán a la venida de Cristo refuta muy claramente que se refiere a nuestra muerte o a estar dormidos. Porque cuando este evento suceda, sabemos que el espíritu y el alma se separan del cuerpo, y este último va a la tumba y a la corrupción (1 Corintios 15:42-57); mientras que se nos enseña expresamente en Filipenses 3:20-21 que “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de Su gloria”, etc. Y otra vez dice el apóstol: “Sabemos que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser sobrevestidos de aquella nuestra habitación celestial; puesto que en verdad habremos sido hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo, gemimos agravados; porque no quisiéramos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios 5:1-4).
Sea suficiente lo que he dicho para demostrar la falacia de las interpretaciones arriba mencionadas de lo que dicen las Escrituras de la esperanza del cristiano de la venida del Señor Jesús, y ahora vamos a volver a la tercera clase que esperan esto. Aquí también encontramos al hablar con aquellos que tienen esta verdad preciosa, la mayor divergencia de pensamiento en cuanto a los detalles de la manera de su efectuación, aun cuando todos estén de acuerdo en cuanto al hecho de que será un retorno personal. Nos regocijamos que estamos en Cristo, y Él en nosotros (2 Corintios 5:17; Colosenses 1:27); estamos agradecidos al saber que si le place al Señor llamarnos a dormir, estaremos ausentes del cuerpo y presentes con Él; pero no podemos dejar que nadie nos robe de la tercera gloriosa verdad, que Cristo va a venir a cambiarnos a Su propia semejanza, a perfeccionarnos para siempre y para mostrarnos consigo mismo en gloria. Esta es la esperanza inmediata del cristiano. Nuestro único recurso, en medio de la confusión de pensamiento que nos circunda, es venir con espíritu semejante al de un niño a la Palabra misma, y con una dependencia humilde de la dirección y la enseñanza del Espíritu Santo, procurar encontrar la mente del Señor revelada allí. “Porgue”, dice Él, “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos; como son más altos los cielos que la tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).
Pero antes de que tracemos de esta fuente infalible la enseñanza de Dios en cuanto a la venida de Su Hijo amado, la esperanza del cristiano, vamos a detenernos por un momento y considerar lo que es un cristiano. Porque a menos que mi lector pueda aplicarse debidamente este título a sí mismo, ¿cómo puede ser esta esperanza una fuente de consuelo o gozo para él? En lugar de eso, más bien llenará el corazón de temor y terror. ¿Qué es entonces un cristiano? Uno que se ha inclinado al testimonio de Dios en cuanto a su condición culpable y perdida como un pecador (Romanos 3:19-23), pero que ha sido conducido por medio de la gracia a creer en el Señor Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios (Romanos 3:26), que vino al mundo a salvar a los tales. Uno que al creer ha recibido el perdón de los pecados, y es justificado de todas las cosas; que ya disfruta de la paz con Dios, un poseedor del don inapreciable de Dios, “la vida eterna” (Juan 3:36); no uno que espera ser salvo, porque Dios nos describe en nuestro estado natural, como “sin Cristo ... sin esperanza, y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12); sino uno que es salvo “en esperanza” (Romanos 8:24) de la gloria de Dios. Limpiado por la preciosa sangre de Cristo, sus pecados están quitados; la pena del pecado —la muerte— ha sido llevada por este bendito Sustituto; el juicio ha sido pasado a Él en su lugar, y ahora, unido a Él que está sentado a la diestra de Dios, un espíritu con el Señor (1 Corintios 6:17), ve con gozo hacia el día en que verá a su Salvador cara a cara, para morar y reinar con Él.
Mientras tanto, hasta que esa esperanza gloriosa se realice, él camina aquí en el mundo como un peregrino y un extranjero (1 Pedro 2:11) en el conocimiento del amor de Dios, con el cual él está reconciliado. Le conoce y le llama “Padre” (Romanos 8:15), quién le ha hecho Su hijo, y le cuida como Padre.
Él sabe, también, porque Dios le ha dicho en Su Palabra, que es un ciudadano del cielo (Filipenses 3:20), que no es del mundo, así como Cristo tampoco es del mundo (Juan 17:16); y ha sido llamado a ser un seguidor de aquel Bendito, negándose a sí mismo y tomando su cruz (Lucas 9:23). Descubre que está aquí abajo en un mundo que ha rechazado, desechado y crucificado a su Señor. Por lo tanto, no puede tener compañerismo con el mundo, sino que debe testificar en su contra (Efesios 5:11). Esto trae la enemistad del corazón humano. Como su Maestro, así el siervo, y así es que tiene que sufrir por Su nombre (1 Pedro 2:21).
¡Cuán benigno es entonces que su Señor le haya dejado la dulce promesa de Su regreso, y mientras está ausente, de darle ese otro Consolador! Él Mismo también viniendo a él para que no esté sin consolación, o como un huérfano en esta escena triste (Juan 14:16-18).
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)

Notas misceláneas: Número 1

Extracto: Dios no nos ama por lo que somos, sino POR LO QUE ÉL ES.
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“Llévame en pos de Ti, correremos” (Cantares 1:4).
Mientras más sepamos de Cristo, más desearemos conocerle. Mientras más cerca estemos de Él, desearemos allegarnos más a Él todavía. Como Pablo dice: “A fin de conocerle”; sin embargo, ninguno en la tierra le conocía tan bien. Y, otra vez, “para ganar a Cristo”; sin embargo, nunca hubo otro santo más seguro de su premio que Pablo. Podía decir en verdad, que aun cuando era un prisionero en Roma y estaba en necesidad: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. ¡Qué experiencia tan rica! ¡Qué confianza tan quieta, qué gozo tan sin límites, brilla en su carta a los Filipenses! (Cantar de los Cantares, por Andrew Miller).
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CRISTO
VIDA.— Filipenses 1:21.
EJEMPLO.— Filipenses 2:5-8
OBJETO.— Filipenses 3:7-14
FORTALEZA.— Filipenses 4:13.
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Demasiado poco a solas con Dios
Ah, hermano mío, estamos demasiado poco A SOLAS CON DIOS; y esto, estoy persuadido, es uno de los rasgos más tristes de nuestra vida cristiana moderna. Es trabajar, TRABAJAR, TRABAJAR —a lo mejor un servicio bien intencionado semejante al de Marta; pero ¿dónde, dónde están las más devotas Marías, que encuentra el camino más corto y seguro hacia el corazón de Jesús, cesando de las faenas voluntarias y señaladas por sí mismas, y sentándose humildemente a los pies de Cristo, para permitirle que Él lleve a cabo Su bendita obra dentro de nosotros? Si el método semejante al de María se llevase a efecto más, pudiera ser que abreviase de una manera muy considerable la cantidad de trabajo efectuada aparentemente; pero de una manera incomparable realizaría la calidad. ¿Qué si perdiésemos cien libras, y obtuviésemos en lugar de ello solamente una libra —si las cien libras de peso fuesen solamente plomo, y la libra obtenida fuese ORO puro?
[Sacado de “Palabras de Fe, Esperanza y Amor” por J.N. Darby].
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Cerca de Dios
Un tiempo de retiro es una cosa buena en nuestro servicio; nos pone delante de Dios en vez de poner nuestro trabajo delante de nosotros; y también nos hace sentir que nuestra obra está en las manos de Dios y no en las nuestras. Recuerdo cuando solía estar enfermo cada año. Siempre he sentido que si hubiera estado bastante cerca de Dios, no lo hubiera necesitado.
[Sacado de “Porciones del Peregrino” por J.N. Darby].
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Extracto: Cuando uno está cerca del cielo, cuando Jesús es todo, un lugar casi no es diferente de otro; Dios permanece siendo Dios, santo y amor, y el hombre permanece siendo hombre.