Número 10: Venida y reino de Cristo (la apostasía), Romanos 4, Nuestro lugar en la tierra y más …

Table of Contents

1. La venida y reino de nuestro Señor Jesucristo: La apostasía (Parte 10)
2. Romanos 4:24-25
3. Nuestro lugar en la tierra
4. Una respuesta maravillosa
5. ¡Que gracia tan admirable!
6. Notas misceláneas: Número 10

La venida y reino de nuestro Señor Jesucristo: La apostasía (Parte 10)

E. H. Chater
(continuado del número anterior)
Ha sido una doctrina ampliamente esparcida y muy recibida entre aquellos que profesan el nombre de Cristo que el mundo se está mejorando, y que la predicación del evangelio actual será usado de Dios para la conversión del mundo, y el establecimiento de un reino espiritual de Cristo en los corazones de los hombres. Miles, satisfechos con una vista superficial de las cosas, han aceptado lo que sus maestros les han enseñado, olvidando la exhortación: “Examinadlo todo” (1 Tesalonicenses 5:21); y realmente nunca han escudriñado la Palabra de Dios para sí mismos.
Algunos de los que lean la siguiente declaración se sorprenderán al principio, pero sin embargo es cierto, que no hay un solo versículo de la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis, que insinúe alguna vez el pensamiento de que el mundo mejoraría durante la hora actual de la ausencia de Cristo, pero sí varios que declaren de una manera clara exactamente lo contrario.
Es enteramente cierto que el reino de Cristo será establecido por todo el mundo, pero no de una manera espiritual en los corazones de todos (aunque indudablemente grandes cantidades de gentiles, tanto como todo Israel, serán salvos entonces: Isaías 11:9; Hebreos 8:10-12), pero realmente en poder y gloria, todos los reyes cayendo ante Él y todas las naciones sirviéndole. Pero esto no será efectuado por medio de la predicación del evangelio de la gracia de Dios, sino por el despliego del poder de Dios en juicio.
El objeto de la predicación del evangelio ahora no es convertir al mundo, sino tomar un pueblo para Su nombre (Hechos 15:14). Dios no está salvando al pueblo para la bendición terrenal, sino tomando un pueblo celestial para bendición celestial (1 Corintios 15:48); no subyugando a las naciones a la fe de Cristo, sino uniendo una compañía de entre los judíos y gentiles para Cristo en gloria, como Su cuerpo y Su esposa, por el Espíritu Santo enviado del cielo (1 Corintios 12; Efesios 1:22-23).
Cuando el Señor descienda y Sus santos sean arrebatados a encontrarle en el aire, el testimonio actual de gracia, el evangelio de la gloria de Cristo, como el apóstol Pablo lo llama expresamente “mi evangelio”, cesará (Romanos 2:16; 2 Timoteo 2:8). Entonces, durante el corto período al cual ya nos hemos referido más de una vez en estos periódicos, que transcurrirá entre el arrebatamiento de los santos y su manifestación en gloria con Cristo cuando Él venga a reinar, un testimonio nuevo saldrá, y el evangelio del reino será predicado como un testimonio a todas las naciones, y entonces el fin (esto es, de la época, no del mundo) vendrá (Mateo 24:14).
La predicación del reino de Dios se incluye en las buenas nuevas ahora, y aquellos que ahora creen serán manifestados en la esfera celestial de él, cuando sea desplegado. Pero el evangelio del reino del cual aquí se habla será el testimonio que el reino pronto será establecido abiertamente en la mano de Cristo, cuyos derechos son ahora rehusados por el mundo en su mayor parte.
Ahora, mientras que Dios en gracia en el tiempo actual está tomando de los gentiles un pueblo, los cristianos, el mundo en sí mismo está empeorando. Avivamientos de la verdad han tenido lugar en diferentes períodos desde que Cristo fue crucificado y desechado de esta escena, pero el mundo mismo, las masas, se revuelca en el pecado. La cristiandad profesante, cobijándose con una forma de piedad, pero negando la eficacia de ella, está pecando en contra de la luz y la paciencia y la gracia de Dios.
En las epístolas a Timoteo tenemos un testimonio solemne en cuanto a la condición final de la (así llamada) cristiandad. En 1 Timoteo 4:1, leemos: “Empero el Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe” (no que vendrán a ella), “escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios”, etc. En 2 Timoteo 3, “Esto también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos ... Mas los malos hombres y los engañadores, irán de mal en peor (no mejor y mejor), engañando y siendo engañados”. 2 Timoteo 4:3: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina: antes teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído, y se volverán a las fábulas”. De 1 de Juan 4:3 encontramos que el espíritu del anticristo ya estaba en el mundo en ese período temprano; y Pablo, escribiendo a los Tesalonicenses, les recuerda que “ya está obrando el misterio de iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7).
Todos estos males están obrando en nuestro derredor en este momento; diariamente ganan terreno, y los hombres son llevados al remolino del error y del engaño. El racionalismo, el ritualismo, la incredulidad (en contra de cuyo germen se le amonesta muy especialmente al santo en Colosenses 2), están caminando a pasos gigantescos. La Palabra de Dios es hecha a un lado por la tradición, la enseñanza de los padres, y de la Iglesia, y es hecha que no tenga ningún efecto, a menudo dudada, a veces aun negada. Los hombres se hacen más atrevidos en su iniquidad. Miles están dejando el único salvaguardia: “Escrito está”, son llevados por la terrible corriente, para encontrarse a sí mismos eventualmente afuera de la puerta de la gracia para venir a estar bajo el terrible juicio de Dios. La apostasía predicha (2 Tesalonicenses 2) pronto llegará a su clímax. Los corazones de los hombres puestos sobre el avance del comercio, la manufacturaría, la civilización, las artes, ciencias, en el poder militar y naval y la religión humana, no tiene lugar para el Cristo verdadero de Dios. Las masas están tan embebidas con los asuntos de esta vida y engañadas por Satán, que no ponen atención a la voz de amonestación de los siervos de Dios que fielmente proclaman su verdad, y les amonestan a huir de la ira venidera. Los hombres, querido lector, están poniéndose del lado de Cristo o del anticristo.
Pero antes de que siga hablando de este anticristo, quien será uno de los actores principales en la apostasía, sería bueno, para poder simplificar estas cosas para ayuda de aquellos que no están bien familiarizados con esta parte de la verdad, aludir brevemente a la profecía de Daniel, generalmente llamada “las setenta semanas”, como es durante la última de estas semanas cuando la apostasía tiene lugar.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)

Romanos 4:24-25

C. Stanley
(continuado del número anterior)
Pero podrá preguntarse: ¿No confían muchos todavía para la salvación de su alma en las promesas? ¿Qué diría Ud. si una esposa confiase en la promesa anterior de su esposo como una evidencia de que ella era su esposa? ¿No demostraría esto que ella estaba dudosa en cuanto si el matrimonio realmente se había efectuado o era válido; o, a decir lo menos, que ella no lo entendía? ¿No es algo así como esto cuando procuramos descansar en las promesas? Debe haber en nuestras mentes alguna duda o mal entendimiento acerca de estos dos hechos efectuados. Indudablemente hay muchas promesas preciosas en las cuales hacemos bien en confiar. ¡Pero esto no es ahora una promesa! La justicia es atribuida a nosotros, creyendo en Aquel que levantó a Jesús, Señor nuestro, de los muertos. Es atribuida: eso no es una promesa. No, si somos creyentes, la justicia de Dios está sobre nosotros. Somos contados como justos. Además, también, la resurrección de nuestro Señor no es ahora una cuestión de promesa. Dios le ha levantado de los muertos. Si no, no hay evangelio, y estamos aún en nuestros pecados. (Véase 1 Corintios 15:14-17).
Vamos entonces a proseguir muy cuidadosamente aquí. Solamente fijémonos que hay un cambio en el lenguaje. No es ahora la visión propiciatoria de la muerte de Cristo, como en el capítulo 3:22-26. Allí, esa muerte ha glorificado primeramente a Dios. La sangre ante Él, Su justicia es sostenida, establecida en Su trono, el propiciatorio; y así de esta manera la misericordia hacia todo sin infringir en la justicia de Dios. Pero aquí (Romanos 4:24-25), Cristo es el Sustituto de Su pueblo, respondiendo al segundo macho cabrío de la expiación. Los pecados de Israel eran trasladados a ese macho de cabrío —puestos sobre él y llevados lejos—. “Después tomará los dos machos de cabrío, y los presentará delante de Jehová a la puerta del tabernáculo del testimonio. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos de cabrío; la una suerte por Jehová, y la otra suerte por Azazel. Y hará allegar Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y ofrecerálo en expiación. Mas el macho cabrío, sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová, para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto ... . Y cuando hubiere acabado de expiar el santuario, y el tabernáculo del testimonio y el altar, hará llegar el macho cabrío vivo: y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada: y dejará ir el macho cabrío por el desierto” (Levítico 16:7-10,20-22). Exactamente lo mismo sucede aquí: “Quien fué entregado por nuestras ofensas”. ¿Fue Él entregado por los pecados del mundo entero como Substituto, para quitarlos y llevarlos? Entonces claramente habrían sido llevados lejos; porque Dios ha aceptado al Substituto. Esto es cierto, porque le ha levantado de los muertos. Esto enseñaría el error fatal de la redención universal. De aquí la necesidad de fijarse cuidadosamente que estas palabras son limitadas claramente a los creyentes. “Si creemos” o “creyendo”. Abraham creyó a Dios, y le fue atribuido a él como justicia. Nosotros creemos a Dios de que “levantó de los muertos a Jesús Señor nuestro, el cual fué entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación”. El capítulo siguiente también demostrará que esto debe limitarse a los creyentes. “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Aplicar estas palabras, entonces, a todos, es destruir su efecto para todos, o enseñar lo que es falso en la faz de ello, que todos serán salvos.
Vamos, entonces, a tomar los hechos en su orden. Dios nos está hablando a nosotros aquí. ¿Podemos creer que Él levantó a Jesús de entre los muertos? Eso no fuera suficiente, los demonios saben que es así, y muchos hombres inconversos no dudan de eso. Pero note el siguiente hecho: “el cual fué entregado por nuestros delitos”. Si hubiera dicho por “nuestras rebeliones”, no hubiera incluido a los gentiles, los cuales no estaban bajo la ley; pero ésta es una palabra que toma todos nuestros pecados bajo la ley como transgresores, o pecadores sin la ley. Ahora ¿Ud. en verdad cree que Jesús fue entregado en manos de hombres crueles, si, clavado a la cruz, y allí, para llevar, y llevó, la ira de Dios, a causa de sus mismos pecados? Antes de que lea otra línea, le imploramos que conteste esta pregunta en la presencia de Dios. ¿Puede Ud. ver hacia atrás, y ver al Santo de Dios llevando sus pecados, tan real como si no hubiera otro por el cual Él llevara sus pecados en la cruz? ¡Oh, qué escena, y su substituto!
Y, si podemos usar la palabra, no sólo Su muerte hizo el infinito pago que la infinita justicia demandaba, sino que Él “fué resucitado para nuestra justificación”. Así Dios demostró Su aceptación de nuestro rescate —la muerte de nuestro substituto—; pero no pudiera más claramente haber demostrado nuestra eterna disculpa que haber levantado al Substituto para nuestra justificación. ¡Oh, qué maravilloso! Él fue levantado de entre los muertos para que, creyendo en Dios, fuéramos justamente considerados, contados justos delante de Dios; nuestros pecados tan realmente quitados, nunca mencionados a nosotros, como si nunca hubiéramos pecado —justificados, considerados justos delante de Dios nuestro Padre, y por Él.
Así es que tenemos más que promesa —todo es un hecho cumplido—. Todos nuestros pecados —porque eran todos futuros en aquel tiempo— han sido llevados por Jesús. “El cual fué entregado por nuestros delitos”. Dios le resucitó para nuestra justificación. Creyendo en Dios, somos justificados, considerados justos. Note, “resucitado para nuestra justificación”, no puede en ninguna manera significar porque éramos justificados; este pensamiento pone a la fe enteramente a un lado. Es evidentemente “para”, en el sentido de, por el propósito de nuestra justificación: esto es, cuando, por gracia, creemos. “Justificados pues por la fe” —siendo considerados justos por el principio de la fe— “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Muchas almas están en perplejidad de si tendrán la verdadera fe —“justificados por la fe”—. Si separamos este verso del fin del capítulo anterior, nos ocupamos de la fe como algo abstracto; y verdaderamente hacemos de la fe eso que, de alguna manera, merece justificación, y muy pronto se hace una cuestión de examinar nuestros propios sentimientos. Y se puede decir, que ¿no creyeron muchos “en Su nombre, viendo las señales que hacía; mas el mismo Jesús no se confiaba a Sí mismo de ellos, porque Él conocía a todos”? (Juan 2:23-24). Exactamente así pero ¿qué creían? No hay duda de que creían que era el Mesías, cuando veían las maravillas que hacía. Pero ese es un asunto muy diferente del que tenemos aquí nosotros. “Bueno”, Ud. dice, “yo estoy seguro de que quiero tener paz con Dios, pero no estoy seguro de tenerla”. ¿Cómo es esto? Ud. dice, “en parte porque me pregunto a mí mismo, ¿tengo ya la verdadera fe? Pero el hecho es, mis terribles pecados e iniquidades vienen delante de mí, y me oprimen, hasta que casi concluya que no tengo parte en Cristo. Mi conciencia también dice que todo es así”.
(para continuarse, Dios mediante)
Fija tus ojos en Cristo,
Su rostro sin velo al mirar,
Y las cosas terrestres se desharán
A su luz que siempre ha de brillar

Nuestro lugar en la tierra

E. Dennett
Mi Querido————:
En mi última carta yo procuré enseñarle nuestro lugar —como creyentes— delante de Dios; y ahora deseo dirigir su atención a nuestro lugar aquí en la tierra; y vamos a ver, yo creo, que esto también está conectado con Cristo. Así, también, como estamos identificados con Cristo delante de Dios en cuanto a nuestro puesto, también estamos identificados con Cristo delante del mundo. En otras palabras, somos puestos en Su lugar aquí en la tierra así como estamos en Él delante de Dios; y yo no puedo menos que pensar que fuera muy provechoso para todos nosotros tener esta verdad continuamente delante de nuestras almas. Pero hay dos aspectos de nuestro lugar aquí en la tierra, y es muy importante que los dos se entiendan; le primero en relación con el mundo, y el segundo en relación con “el campamento”, es decir, el cristianismo organizado profesante, que ha sucedido en esta dispensación al lugar del judaísmo, como los que profesan ser testigos de Dios. (Véase Romanos 11 y compárese Mateo 13).
1. Nuestro lugar en relación con el mundo.
El Señor Jesús, hablando a los judíos, dijo, “Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo” (Juan 8:23). Después, cuando presentó a los Suyos delante de Su Padre, Él dijo: “No son de este mundo, como tampoco Yo soy del mundo” (Juan 17:16), y usted va a ver que, en la sección de los versículos 14 al 19 [de Juan 17], Él esencialmente pone a Sus discípulos en Su mismo lugar en este mundo, así como en el párrafo anterior (de los versículos 6 al 13) los pone en Su mismo lugar delante del Padre. Y ellos tienen el lugar de Él en el mundo, como dice, porque no son del mundo como Él tampoco era de él; porque habiendo nacido otra vez no eran ya más de la tierra. Así es que ellos tienen que encontrarse continuamente con el mismo odio, y la misma persecución que Él tuvo. Así para citar un ejemplo, Él dice: “Si el mundo os aborrece, sabed que á Mí Me aborreció antes que á vosotros. Si fuerais del mundo el mundo amaría lo suyo; mas porque no sois del mundo, antes Yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo. Acordaos de la palabra que Yo os he dicho: No es el siervo mayor que su señor. Si á Mí Me han perseguido, también á vosotros perseguirán: si han guardado Mi palabra, también guardará la vuestra” (Juan 15:18-20). El apóstol Juan de esta manera indica el contraste entre los creyentes y el mundo, cuando dice, “Sabemos que somos de Dios, y todo el mundo está puesto en maldad” o “en el maligno” (1 Juan 5:19).
Pero todavía hay más de lo que parece de estas importantes escrituras. Todo creyente es considerado por Dios como siendo muerto y levantado con Cristo (Romanos 6; Colosenses 3:1-3). Él ha sido así traído por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, tan completamente fuera del mundo, ante la vista de Dios, como Israel fue traído fuera de Egipto a través del Mar Bermejo. Así es que no es más del mundo, aunque ha sido traído otra vez a él (Juan 17:18) para ser de Cristo en medio de él. Por lo cual Pablo podía decir, mientras estaba activo en el servicio por Cristo en la tierra: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14). Por la cruz de Cristo él veía que el mundo ya era juzgado (Juan 12:31); y por aplicarse la cruz a sí mismo se consideraba como muerto —crucificado al mundo— de tal modo que había una separación tan completa entre los dos como la muerte misma.
Para resumir estas enseñanzas, entonces vemos que el cristiano aunque está en el mundo no es de él —no es del mundo en el mismo sentido que Cristo no era de él; pertenece a otra esfera— porque “si alguno está en Cristo, nueva criatura es”; ha sido sacado fuera del mundo, como ya hemos visto, por la muerte y la resurrección de Cristo. De tal manera debe estar separado completamente de él; no debe de conformarse con este mundo (Gálatas 1:3; Romanos 12:2) en espíritu, en hábitos, en la manera de andar, en su porte; en todo debe demostrar que no es de este mundo. Aún más por la aplicación de la cruz debe de considerarse crucificado al mundo; y no puede haber ninguna atracción o semejanza entre dos cosas juzgadas. Pero además, él está en el mundo en el lugar de Cristo; es decir, está en él por Cristo, y como identificado con Cristo. Por lo consiguiente debe ser testigo de Cristo, andar como Cristo anduvo (Filipenses 2:15; 1 Juan 2:6, etc.) y debe esperar el mismo trato que Cristo recibió. No que nosotros esperemos ser crucificados como Cristo fue; pero si somos fieles vamos a encontrar el mismo espíritu en el mundo que Él encontró: en la proporción en que seamos como Cristo así va a ser el grado de nuestra persecución; y el hecho de que los creyentes encuentran tan poco odio del mundo es porque están muy poco separados de él.
Antes de pasar al otro ramo de nuestro tema, no puedo menos de instarle de la importancia de quebrar con todo enlace que lo conecte con el mundo. No se necesita pensar mucho para poder percibir que el espíritu del mundo, la mundanalidad, está entrando rápidamente en las asambleas de Dios, y con jactancia proclamándose aun en la mesa del Señor. ¡Qué deshonra, sí, qué dolor para Él cuya muerte nos congregamos a demostrar! ¡Y que llamamiento a todos los santos a humillarse delante de Dios, y buscar de nuevo la gracia para ser más devotos, y más separados, para que el mundo mismo pueda ver que pertenecemos a Él, a quien el mundo rechazó, arrojó y crucificó! ¿Cuántos de nosotros tenemos el espíritu de Pablo, quien deseaba “la participación de Sus padecimientos, en conformidad a Su muerte” en vista de un Cristo glorificado, el objeto de su corazón, y la meta de todas sus esperanzas? Quiera el Señor restaurarnos a nosotros y a todos Sus amados santos más de esta devoción a Él con una completa separación del mundo.
2. Nuestro lugar con relación al “real” [“campamento”].
En la epístola a los Hebreos leemos: “Porque los cuerpos de aquellos animales, la sangre de los cuales es metida por el pecado en el santuario por el pontífice, son quemados fuera del real. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo por Su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos pues a Él fuera del real, llevando Su vituperio” (Hebreos 13:11-13). Dos cosas son muy evidentes en este pasaje: la sangre de la ofrenda por el pecado era llevada al santuario, y los cuerpos de los animales que eran sacrificados eran quemados fuera del real; y el apóstol señala que estas dos cosas tienen sus correspondencias en la muerte de Cristo, el prototipo en verdad de estas ofrendas. Por lo tanto, tenemos el lugar doble del creyente: su lugar ante Dios siendo en el santuario, donde fue llevada la sangre; y su lugar en la tierra fuera del real, donde Cristo sufrió. En otras palabras, como se explicó antes, si estamos en Cristo ante Dios, identificados con Él allí en todo el olor de Su propia aceptación, también somos identificados con Él en la tierra en Su lugar de vergüenza, reproche y rechazamiento. El lugar del creyente en la tierra es, por lo consiguiente, fuera del real; como dice el escritor de esta epístola: “Salgamos pues a Él fuera del real, llevando Su vituperio”.
Tal vez Ud. me preguntará: “¿Qué es el real?”. En el pasaje que acabo de citar, es evidente, de la conexión entera, que es el judaísmo. Entonces, ¿qué corresponde con ello ahora? El judaísmo era de Dios, y ocupaba el lugar del testimonio para Él sobre la tierra. El judaísmo fracasó; y después del Pentecostés, siendo rechazado por completo la predicación de Cristo por los apóstoles, fue hecho a un lado. El cristianismo tomó su lugar, como se enseña en Romanos 11. Ahora el real es el cristianismo organizado, la iglesia exterior profesante, que incluye a todas las denominaciones, desde el Catolicismo Romano hasta las sectas más minúsculas del protestantismo. ¿Sobre qué fundamento, me podrá Ud. preguntar, somos llamados a salir fuera de este real? En el fundamento de su completo fracaso como un testimonio para Dios. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:11, etc.). Esta es nuestra garantía, y, en verdad, nuestra responsabilidad de medir todo lo que reclama ser de Dios por la Palabra escrita; y probando así todas estas denominaciones, todas son convictas de desobediencia y fracaso. Para el creyente, por lo tanto, que desee obrar de acuerdo con la mente de Dios, no resta más sino tomar lugar fuera de todas éstas, aparte de la confusión y el error de este día malo, con aquellos que se reúnen sencillamente al nombre del Señor Jesús, en obediencia a Su Palabra. Éxodo 33 es muy instructiva en esta conexión. Cuando Moisés descendió del monte (Éxodo 32), encontró que el real entero había caído en la idolatría, y después de volver a interceder por Israel, volvió con “malas noticias” para el pueblo. Y “tomó el tabernáculo, y extendiólo fuera del campo, lejos del campo, y llamólo el Tabernáculo de Testimonio. Y fué, que cualquiera que requería a Jehová, salía al tabernáculo del testimonio, que estaba fuera del real” (versículo 7). Moisés se portó así, porque tenía un concepto de lo que Dios sentía al ver el fracaso de Su pueblo; aquí mismo encontramos en esta escena un cuadro moral de nuestros tiempos. Permítame encomendarlo a su cuidadosa consideración.
Hemos dicho bastante para que Ud. pueda comprender el lugar que tiene el creyente en la tierra. Por una parte es estar separado del mundo y por otra, es estar fuera del real. Para ocupar ese lugar habrá odio del primero, y reproches del último. Pero si es así, vamos a ser verdaderamente identificados con nuestro bendito Señor. En Hebreos es llamado así, “Su reproche”. No debemos de huir de uno, ni avergonzarnos del otro; no, deberíamos de poder regocijarnos cuando somos contados dignos de sufrir vergüenza por Su nombre (Hechos 4:41).
Créamelo, querido———-,
Con amor en Cristo, E. Dennett.

Una respuesta maravillosa

Ciro, rey de Persia, había llevado cautivo a un joven príncipe, con su esposa y los de su casa. Después de aprender de sus mismos labios una cuenta de sus posesiones, le preguntó qué daría él como un rescate por sus hijos. “Tanto como tenga”, fue su presta respuesta. “¿Y cuánto por su esposa?” “Tanto como tenga yo,” fue otra vez su respuesta.
“Pues”, dijo Ciro, “Ud. ha dado eso por sus hijos; qué daría para salvar a su esposa de la esclavitud?” “Mi vida”, respondió el príncipe, “para que mi esposa no sea una esclava”. Ciro le dijo que él era libre, y su esposa y sus hijos; y, habiéndolos hospedado de una manera hospitalaria, los despidió sin rescate.
Al regresar al hogar, es innecesario decir que su tema era “Ciro”. Uno habló de su valor; otro de su generosidad; uno de su cortesía, y otro de su belleza varonil. Toda lengua era elocuente acerca de Ciro, excepto la princesa, que estaba callada.
Su esposo la reprochó por su silencio. “Debes tener algo que decir acerca de Ciro. ¿Qué fue lo que más admiraste?” “Yo no me fijé con especialidad en ninguna cosa”. “¡No te fijaste en nada con especialidad! ¿Pues de qué otra cosa podrías haber pensado?” Su respuesta fue: “Solamente pensé en él que dijo que daría su vida para que yo no fuera una esclava”.
Qué respuesta tan admirable fue esa: Bien pudiera escribirse en letras de oro. “SOLAMENTE PENSÉ EN EL QUE DIJO QUE DARÍA SU VIDA PARA QUE YO NO FUERA UNA ESCLAVA”. Cuánto nos recuerdan estas palabras de Jesús quien realmente dio Su vida en la cruz del Calvario para que yo no fuera un esclavo, o más bien para que Él pudiese rescatarme de la servidumbre en que me encontraba.
El Señor Jesús dio “todo lo que tenía”. Puso Su preciosa vida: Él fue quien me amó y se dio a Sí mismo por mí. ¿Qué más pudiera haber hecho? Él sabía que esa era la única manera de rescatarme de la esclavitud de Satán, del dominio del pecado y de la muerte que es la paga del pecado. ¿Podemos decir: “Mis pecados merecían muerte eterna, pero Jesús murió por mí”?
Al morir Jesús pagó el precio de rescate para que yo pudiese ser libre —libre de la servidumbre y esclavitud, de mis pecados, de mi culpa, de mis ofensas y de mis iniquidades—. Esto hizo Él para que yo pudiese ser libre para servirle a Él, para seguirle, para vivir por Él, para agradarle a Él, y sobre todo para amar al que ha hecho todo por mí.
Tal vez podemos ahora entender cuánta razón tenía la princesa en sus sentimientos cuando dijo: “Solamente pensé en él que dijo que daría su vida para que yo no fuera una esclava”. Como se deleitaría en respetar y amar a su esposo que estaba listo para probar su amor para ella de esa manera.
¿Cuáles son nuestros pensamientos acerca del Señor Jesús? ¡Él es el que no solamente dijo QUE DARÍA SU VIDA POR NOSOTROS, sino que realmente lo hizo!

¡Que gracia tan admirable!

El Hijo de Dios vino del cielo en gracia; ascendió en justicia; Él viene en gloria.
El Padre envió al Hijo; el Hijo se dio a Sí mismo por nosotros, y fue por medio del Espíritu eterno que Él se ofreció a Sí mismo. Ahora Dios es por nosotros, Cristo en nosotros, y el sello del Espíritu sobre nosotros. Somos hijos de Dios, miembros del cuerpo de Cristo, y templos del Espíritu Santo.
Tenemos justicia, y aguardamos su esperanza. Tenemos las arras, y esperamos la posesión de la herencia. Tenemos redención en cuanto a nuestras almas, y esperamos la redención de nuestros cuerpos.
Tenemos la salvación de nuestras almas, y miramos hacia el Salvador para que cambie nuestros cuerpos viles. Hemos recibido el Espíritu Santo y esperamos al Esposo.
¡Qué gracia tan maravillosa la que pudo así ponernos en esa bendición!
Queridos Hermanos: ¿Todavía tenemos pensamientos de ansiedad a veces? ¿Procuramos llevar nuestras cargas solos? ¿Dudamos a veces de la bondad del Señor porque las circunstancias son extremadamente exasperantes y la perspectiva se ve muy lúgubre a los ojos humanos? ¿Ha arrojado la guerra su influencia marchitez sobre todas nuestras esperanzas?
Tomemos aliento de esto: ¿Qué clase de futuro tenía Abraham delante de sí cuando el SEÑOR le dijo que dejara “país”, y “parentela”, y la “casa de su padre”? Aparte del “llamamiento de Dios” y Dios con él en obediencia a ello, él no tenía absolutamente nada. ¡Pero su Dios es nuestro Dios! Y, ¡feliz leerlo! Él es el Dios que es “todo suficiente”. “El Shaddai” es el nombre por el cual Dios se reveló a Sí mismo a Abraham. Significa “Todopoderoso”. “Aparecióle JEHOVÁ y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de Mí, y sé perfecto” (Génesis 17:1). Se nos dice que este nombre de Dios se deriva de una palabra que significa “el pecho”, que sugiere al impotente infante extrayendo su nutrición del pecho de su madre. ¡Cuán instructivo! Dios quiere prácticamente que aprendamos que somos tan incapaces como infantes, pero que Él es todo suficiente para nosotros en cualesquiera circunstancias. ¡Quiera Él conceder que nuestros pobres corazones descansen en esto! Es en la senda de la separación con Él cuando se comprende o se realiza esa porción tan pacífica; es el “Señor Todopoderoso” quien se compromete a hacer la parte de un Padre para Sus “hijos e hijas” (véase 2 Corintios 6:14-18 donde la renuncia voluntaria de lo que Él desaprueba es más que recompensada por lo que es Él Mismo para nosotros).
Alabanzas al Señor
Al Señor Jesús löemos
Porque tanto Le debemos;
Lo que somos y tenemos,
Sólo es nuestro en Él.
Es Jesús Su nombre amado,
A Su pueblo Él ha salvado;
Es el triunfo asegurado
Por Su gran poder.
¡Oh, confiad en este amigo!
Nos liberta del peligro,
Nos es hoy un fuerte abrigo
Y hasta el fin será.
Cumpliráse nuestro anhelo,
En el día en que sin velo
Le veremos en el cielo
Al Señor Jesús.

Notas misceláneas: Número 10

Fragmento: ¿Somos moradores de la tierra, o tenemos nuestro corazón en el cielo? ¿Estamos tan ocupados con lo terrenal que parece que somos de aquí, o tenemos el carácter de Cristo? Él estaba separado tan cabalmente de las cosas de este mundo que no podía encontrar Su gozo aquí. Este mundo no debe ser el lugar donde su corazón tenga su alimento y su ocupación. No ha de ser así si el Espíritu lo ocupa con las cosas de Cristo, y su corazón está puesto en Cristo; El que está en el cielo será su objeto, y las cosas de este mundo no podrán tener su cariño.
*****
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos á la verdad corren, mas uno lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Y todo aquel que lucha, de todo se abstiene: y ellos, á la verdad, para recibir una corona corruptible; mas nosotros, incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como á cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere el aire” (1 Corintios 9:24-26).
Extracto: “Así era como ellos deberían correr, y, para poder correr así, uno debe negarse a sí mismo. De esta manera obraba el apóstol. Él no corría con pasos inciertos, como uno que no veía el fin cierto, o que no lo perseguía seriamente como una cosa sabida. Él sabía bien lo que estaba siguiendo, y lo perseguía verdadera y evidentemente, de acuerdo con su naturaleza. Todos lo podían juzgar por su manera de andar. Él no jugueteaba como uno que hiere el aire —hazaña fácil—. Al buscar aquello que era santo y glorioso, él conocía las dificultades que resistía en el conflicto personal con el mal que procuraba obstruir su victoria ... . Había realidad en su carrera para el cielo; él no toleraría nada que se opusiera a ello”.
*****
Extracto: “Respondió Jesús, y díjole: El que Me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (Juan 14:23). El Padre y el Hijo vienen y hacen Su morada con nosotros. Cuán poco tenemos esta manifestación. El corazón del Señor está en ellos, y no pueden ser felices aquí, y tienen la osadía de esperar la bienaventuranza de estar con el Padre, y “vendremos y moraremos con vosotros, hasta que vosotros podáis venir y morar con nosotros”.