Número 152: Mateo 5, Hechos 27, Israel y la Iglesia, Matrimonio, Cena del Señor, y más…

Table of Contents

1. Un himno nuevo: HMAD número 482
2. Hechos 27:1-9
3. Las aves: Criaturas milagrosas: Sus huesos y esqueletos
4. La institución del matrimonio (Parte 19): Una herencia del Señor
5. Mateo 5:17-48
6. Contrastes entre Israel y la Iglesia: Parte 1
7. La resurrección de Jesucristo
8. La Cena del Señor
9. Notas misceláneas: Número 152

Un himno nuevo: HMAD número 482

Este himno nuevo, FE SALVADORA, es una poesía compuesta por J. H. Smith. Se halla solamente en el Himnario Mensajes del Amor de Dios (Núm. 482). Es de metro irregular. Se imprime aquí la única melodía, ST. CATHERINE, compuesta por H. F. Hemy, 1874.
1. ¡Fe salvadora!... tu don, nuestro Dios,
Fe que librónos de pena atroz;
Que aun cuando estábamos “muertos” en mal
—Su siervo— obrando Él en cada cual —
“Rico en misericordia”, ¡oh Dios!,
“Por gracia” Tú salvástenos.
2. ¡Fe verdadera!... hay que contender
“Eficazmente”, en nada ceder;
De salvación la verdad declarar
Que “una vez” Dios nos dio a guardar.
¡Fe verdadera, alúmbranos!;
Claro haznos siempre oír tu voz.
3. ¡Fe victoriosa!, que vence en redor
Al mundo, su odio, engaño y error;
Al reino gana, —justicia es su obrar—
Aun puede boca de león cerrar.
¡Fe victoriosa, esfuérzanos!
Siempre a seguir de Cristo en pos.
4. Fe anhelante! que espera a Jesús,
Firme y constante, alzando la cruz,
Que va creciendo en santa obra de ardor…
Cristo dará su premio en fulgor.
¡Fe salvadora!, ¡fe veraz!,
¡Fe victoriosa!... ¿el fin?: ¡solaz!
Los pensamientos expresados en las estrofas del himno se hallan en las siguientes Escrituras y en muchas otras: Efesios 2:8; Judas 3; Proverbios 8:1-7; 1 Juan 5:4; Hebreos 11:33; 1 Tesalonicenses 1:9-10; Mateo 16:24-25; 1 Corintios 15:57-58; Hebreos 10:35; 4:9.
Registrado ® 1958 “EMAD” en el “HIMNARIO DE LOS MENSAJES DEL AMOR DE DIOS”. Registrado internacionalmente. Quedan asegurados todos los derechos.

Hechos 27:1-9

J. H. Smith
(continuación del número anterior)
“Mas como fue determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión, llamado Julio, de la compañía Augusta. Así que, embarcándonos en una nave adrumentina, partimos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica, para navegar junto a los lugares de Asia” (Hechos 27:1-2).
Pablo había apelado a César y a él se encaminaba. Lucas (el historiador) “el médico amado” estaba con él (pues escribe, “embarcándonos), también “Aristarco, macedonio de Tesalónica”. Ambos no estaban obligados a acompañar a Pablo, pues no eran presos. Su amor para con su amado hermano Pablo les motivó a identificarse con el siervo fiel del Señor en cadenas, aceptando cualquier circunstancia que se presentase.
Hoy en día “Pablo”, simbólicamente, aún está llevado cautivo por los hombres: quiere decir que la “doctrina” que el Señor, la cabeza de la Iglesia, dio a Pablo por “revelación” (Efesios 3:3) está siendo rechazada por la cristiandad. Los jerarcas religiosos no quieren reconocer a Cristo como “la Cabeza”: ellos quieren “tener el primado” (3 Juan 9). Tampoco se someten a la guía del Espíritu Santo, el cual no tiene voz en sus concilios ni en sus directivas. De la “vocación celestial” (Hebreos 3:1) no quieren saber nada: “sienten lo terreno” (Filipenses 3:19). ¡Cuán pocos están decididos a acompañar a Pablo el preso!
“Y otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando a Pablo con humanidad, permitióle que fuese a los amigos, para ser de ellos asistido” (Hechos 27:3).
¡Imagínense un preso que había de ser llevado a César, el gran emperador, teniendo libertad para tomar refrigerio espiritual con sus “hermanos en Cristo” en el puerto de Sidón! El Señor había inclinado el corazón del centurión Julio de manera maravillosa, pues un soldado romano encargado de la custodia de un preso si se le escapaba, pagaba la negligencia con su propia vida (compárese con Hechos 16:27).
“Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos bajo de Cipro, porque los vientos eran contrarios” (Hechos 27:4). El capitán de la nave se había propuesto “navegar junto a los lugares de Asia”, es decir, navegar costeando, tocando tal vez varios puertos; pero los vientos contrarios le obligaron a cambiar de rumbo y escapar de la fuerza de los vientos “bajo de Cipro”, una isla grande en medio del Mar Mediterráneo. A veces en nuestro viaje de la vida tenemos que abandonar ciertos propósitos a causa de los vientos contrarios.
“Y habiendo pasado la mar de Cilicia y Pamphylia, arribamos a Mira, ciudad de Licia. Y hallando allí el centurión una nave alejandrina que navegaba a Italia, nos puso en ella. Y navegando muchos días despacio, y habiendo apenas llegado delante de Gnido, no dejándonos el viento, navegamos bajo de Creta, junto a Salmón. Y costeándola difícilmente, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea” (Hechos 27:5-8).
A pesar de todas las dificultades y los vientos contrarios, la nave pudo llegar a “Buenos Puertos”. En los primeros días de los apóstoles, a pesar de la oposición de Satanás y de “hombres importunos y malos”, la “nave evangelista” seguía su ruta.
Ahora, para comentar sobre el viaje desde “Buenos Puertos” hasta la isla de “Melita”, vamos a aprovechar la mayor parte de un folleto llamado EL VIAJE DE PABLO DESDE LOS BUENOS PUERTOS A MELITA, Y SUS LECCIONES, escrito sobre el significado espiritual de esta travesía, pues el autor expresa la verdad doctrinal cristiana en buena forma.
La primera parte del viaje desde Cesarea a los Buenos Puertos (versículos 1-7) es descrita en pocas palabras, mas en la segunda etapa desde los Buenos Puertos hasta la llegada a Melita (Hechos 27:9-44), se escribe con tantos detalles que nos brinda profunda instrucción. Podemos considerar la nave como una figura del testimonio cristiano, la gente a bordo como la de los cristianos, y a Pablo mismo como representando la verdad llamada la ‘doctrina de Pablo’ acerca de la Iglesia (compárese 2 Timoteo 3:10), la cual comprende todo lo que es propiamente cristiano. Cuando decimos ‘propiamente cristiano’, significamos esa porción de la verdad como distintiva y peculiar a esta era de la Iglesia y que nos relaciona con el cielo y con Cristo la Cabeza allí de la Iglesia.
Los de a bordo de la nave decidieron zarpar de los Buenos Puertos —no conforme al consejo de Pablo, sino de los otros—. Los ‘Buenos Puertos’ nos hablan del principio —de la unidad feliz evidenciada en los ‘buenos’ tiempos de la historia de la iglesia primitiva—. Todo marchaba bien mientras los cristianos andaban en la verdad, y en el temor del Señor (compárese Hechos 9:31); pero tal posición nunca es agradable a la carne, y sólo se puede mantener si andamos con Dios. El ‘tiempo’ lo pone todo a prueba; así leemos: ‘Y pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, porque ya era pasado el ayuno, Pablo (les) amonestaba’ (5:9).
Siempre es comparativamente fácil entrar en el camino de la fe, pero la carne nunca puede continuar en él. ‘La navegación’ dirigida por la sabiduría humana es siempre ‘peligrosa’; por lo tanto precisamos de la Palabra de Dios para guiarnos. Debemos tener nuestras conciencias guiadas por las Escrituras en todo tiempo, pues sólo de tal manera podemos reclamar Su promesa, ‘Andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará’ (Proverbios 3:23).
Hay algo muy triste en las palabras, ‘ya era pasado el ayuno’. Aquella devoción primitiva, aquel ‘ayuno y oración’ que caracterizaba a la iglesia al principio (compárese Hechos 13:3) se pasó. Uno se acuerda del comentario de otro: ‘No hay ningún sustituto para la comunión con el Señor’. Cuando no hay la reposada comunión con Dios y el esperar en su presencia, estemos seguros de que la turbación nos acecha. ¡Ojalá estas cosas ejerciten cada uno de nuestros corazones, a fin de que andemos en el poder del Espíritu de Dios, más bien que en los caminos de la prudencia humana!
(seguirá, Dios mediante)

Las aves: Criaturas milagrosas: Sus huesos y esqueletos

Fred John Meldau
(continuación del número 148)
Las aves son criaturas “milagrosas” que manifiestan la evidencia más patente de un diseño especial; son la obra de un maestro de construcción.
Los huesos y esqueletos de las aves
El hueso de un animal es pesado y denso; pero los huesos de las aves son formados por dentro de una materia esponjosa y diseñada con dos propósitos: para dar fuerza y para retener aire. Mientras el ave respira, ¡el aire penetra hasta el meollo! Las cavidades para el aire en los huesos son conectadas directamente con sus pulmones. Sin embargo, no se ha sacrificado la fortaleza, pues los huesos livianos y huecos son atiesados con “costillas” ubicadas conforme a los principios más modernos de la ingeniería. Hemos visto un grabado de la sección longitudinal del hueso metacarpiano de un buitre, mostrando la estructura interna. “El sistema de reforzamiento dentro del hueso es casi idéntico en proporción geométrica con la estructura [armazón] usada comúnmente en construcciones de acero”. “Aunque el esqueleto de un ave es extremamente liviano, no obstante es también muy fuerte y elástico, características imprescindibles en una armazón aérea sujeta a las tensiones grandes y repentinas de la acrobacia aérea” (Carl Welty).
Los evolucionistas —según su teoría— no pueden explicar el fenómeno de la liviandad de la estructura del hueso del ave. C. H. Waddington, escribiendo en la revista SCIENTIFIC AMERICAN, dice: “Hay adaptaciones de tal suerte que es difícil ver cómo se producirían jamás reacciones a las circunstancias externas. Por ejemplo, las aves tienen huesos huecos, por lo cual se reduce el peso sin perder la fortaleza. Es imposible ver cómo las condiciones externas podrían producir el hueco de sus huesos”.
(Traducido e impreso con permiso, de WHY WE BELIEVE IN CREATION, NOT IN EVOLUTION [POR QUÉ CREEMOS EN LA CREACIÓN, NO EN LA EVOLUCIÓN], por Fred John Meldau, páginas 151-152).
(seguirá, Dios mediante)

La institución del matrimonio (Parte 19): Una herencia del Señor

Paul Wilson
(continuación del número anterior)
El plan divino de la redención no fue un pensamiento tardío de parte de Dios. No fue algo que Él ideó para afrontar una emergencia cuando el pecado entró en el mundo, antes bien fue un plan bien determinado en sus consejos eternos. El amor de Dios requería para Su plena satisfacción que se tuviese hijos y que ellos pudiesen responder al afecto divino como partícipes de Su gran plenitud. Él sabía que el pecado echaría a perder la raza adámica, pero mucho antes de que la tierra existiera, Sus designios de amor eterno prescribieron el encumbramiento de los degenerados hijos de Adam, para traerlos a Sí mismo en justicia. Podemos exultar con el apóstol Pablo y decir: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad... conforme a la determinación eterna que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 1:4-5; 3:11).
El poeta cristiano G. W. Frazer expresó hermosamente esta verdad en las palabras siguientes:
¡Oh! Padre, en Tu eterno y profundo consejo
Nos predestinaste al celeste favor,
Pues antes de que fuese puesto el cimiento
Del mundo o creado el orbe al redor,
Tú nos escogiste ya en Cristo el Amado,
A fin de que fuésemos ante Tu faz
Conformes, cual hijos, en todo a Tu Hijo:
¡Pronto, ese designio Tú ejecutarás!
Contemplamos la sublimidad del amor de Dios en el don inefable de su Hijo amado: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por Él” (1 Juan 4:9). Pero hubo algo más: Dios sólo podía traernos a Sí mismo en conformidad con Su propia santidad: era imprescindible que nuestros pecados fuesen quitados. Su Hijo tuvo que sufrir el abandono de Dios en esas tres horas terribles de oscuridad, y morir; no obstante ser sin pecado, fue hecho pecado por nosotros (compárese 2 Corintios 5:21). “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó a nosotros, y ha enviado a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
¿De qué otra manera podríamos haber conocido el amor que Dios tiene para con nosotros? o ¿conocido como Él podría salvarnos y no obstante mantener todavía Su santidad absoluta? El envío de Su Hijo nos participa de lo primero; y la muerte propiciatoria nos muestra lo último.
¡Oh insondable maravilla!
¡Oh misterio divino!
Así en sublime amor el corazón de Dios Padre ha podido manifestarse, atrayendo a los pobres pecadores a Sí mismo, justificados de todas las cosas y hechos hijos suyos. Sí, cual hijos adoptados, somo traídos cerca de Él mismo en justicia donde podemos disfrutar de la plenitud de ese amor, y en alguna medida manifestar nuestro agradecimiento: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19). ¡Bien exclamó el mismo apóstol: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1)!
Lector cristiano, meditemos sobre estas verdades preciosas. Regocijémonos en la manifestación hacia nosotros del corazón del Padre, y al pensar así en Su amor incomparable, que el Espíritu Santo encienda en nuestros corazones el afecto recíproco que le debemos.
Dios, habiéndonos introducido en este parentesco filial en el que tenemos una vida —vida eterna— y una naturaleza sin pecado capaz de gozar comunión con Él, también nos muestra los afectos paternos. Nos corrige y disciplina como Sus hijos, con el fin de que seamos partícipes de Su santidad (compárese Hebreos 12:7-11; 1 Pedro 1:17). También se compadece de Sus hijos (véase Salmo 103:13) y les consuela como lo haría una madre (véase Isaías 66:13).
Estas meditaciones nos conducen a considerar la consanguinidad de los padres y los hijos. En este parentesco aprendemos algo del amor de nuestro Padre Dios hacia nosotros, y de la satisfacción que sentimos del amor filial de nuestros hijos.
¡Qué momento es aquel en que los padres jóvenes ven a su propio hijo por primera vez! ¡Qué sentimientos de embeleso se encienden en sus corazones cuando toman en sus brazos a ese pequeño ser viviente: su misma carne y sangre! Oleadas de afecto paterno inundan su ser.
Bien dijo el salmista: “He aquí heredad de Jehová son los hijos: Cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud” (Salmo 127:3,4). “Quiero pues, que las que son jóvenes se casen, críen hijos” (1 Timoteo 5:14).
Es reprensible cuando los esposos jóvenes cristianos procuran evadir las responsabilidades de ser padres. Sería mejor permanecer sin casarse que procurar frustrar las responsabilidades paternas, un propósito principal del matrimonio, y más tarde sufrir las consecuencias. Tales prácticas son del mundo, pero el hijo de Dios debe pedir sabiduría de Dios.
A unas pocas parejas, Dios no ha dado hijos, pero esto debe tomarse como una de Sus prerrogativas de amor y sabiduría, y no recibirla con rebelión. También podrán brotar dificultades físicas que limitan la prole, pero esto no está dentro de nuestra incumbencia discutir.
Hemos conocido a algunos padres que han tenido duras luchas económicas mientras estaban criando una familia, pero la provisión de Dios fue suficiente para remediarlo todo; al cabo de un tiempo sus circunstancias fueron aliviadas. Con sus hijos ya mayores tuvieron gozo y consuelo; ¡cuánto les hubiera faltado a muchos padres en su vejez si no hubiera sido por las debidas atenciones bondadosas de los hijos que Dios les dio en su juventud!
Conviene dar énfasis al privilegio y la bendición de ser padres. Tienen sus problemas, dificultades y pruebas; muchas y variadas son las lecciones que nuestro Padre Dios nos enseña en la crianza de los hijos. Este es a menudo uno de los cursos más instructivos en la escuela de Dios.
(seguirá, Dios mediante)

Mateo 5:17-48

J. H. Smith
(continuación del número anterior)
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir. Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas” (versículos 17-18). El Señor Jesús fue el único hombre que cumplió la ley. Todos los demás la hemos quebrantado. Además, la sentencia de la ley pronunciada sobre el pecado fue la muerte, y ejecutada —no en nosotros los que hemos creído en Cristo, sino— en nuestro bendito Sustituto. Cristo no sólo cumplió con la ley, magnificándola, sino también murió bajo su sentencia, la pena de muerte, para que la sentencia no fuese ejecutada en nosotros, los culpables. ¡Oh qué gracia infinita, qué amor incomparable!
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; mas cualquiera que matare, será culpado del juicio” (versículo 21). Eso fue el castigo justo decretado por la ley para el homicida. Pero el Señor Jesús agregó: “Mas Yo os digo, que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio” (versículo 22). Eso nos da a entender que la ley es espiritual y no juzga sólo los hechos, sino las intenciones del corazón.
“Oísteis que fue dicho: No adulterarás; mas Yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (versículo 29). Otra vez el Señor expresó la aplicación espiritual de la ley a “los pensamientos e intenciones del corazón” (Hebreos 4:12), y el propósito por el cual la ley fue impuesta tenemos en Romanos 3:19: “para que toda boca se tape, y que todo el mundo se sujete a Dios”.
La reconciliación fraterna: “Si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente” (versículos 23-24). Nuestro Padre Dios es “Dios de paz” y Dios perdonador. Quiere, por lo tanto, que seamos “imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5:1).
El divorcio: “Fue dicho: Cualquiera que repudiare a su mujer, dele carta de divorcio: mas Yo os digo, que el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio” (versículos 31-32). “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres: mas al principio no fue así” (Mateo 19:8). Un cristiano no va a repudiar a su esposa virtuosa, y aun cuando ella haya sido una vez infiel, él tiene el derecho divino de perdonarla, como también Dios le perdonó en Cristo (compárese Efesios 4:32).
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente. Mas Yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra” (versículos 38-39). Se requiere mucho de la gracia de Dios para cumplir con este mandamiento del Señor Jesús.
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen: para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que Su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos” (versículos 43-45). En los versículos 38 y 39, la debida actitud del cristiano es pasiva; pero en estos versículos posteriores se ve que la debida actitud del cristiano es también activa, volviendo el bien por el mal.
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (versículo 48). Esta perfección consiste en manifestar el amor y la gracia de Dios hacia otros, aun hasta el enemigo más acérrimo.
(seguirá, Dios mediante)

Contrastes entre Israel y la Iglesia: Parte 1

J. H. Smith
El llamamiento
El de Israel, cuyo progenitor fue Abraham, era terrenal: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra” [Canaán] (Génesis 12:7). Jehová dijo a Jacob (Israel): “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac: la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu simiente” (Génesis 28:13).
El de la Iglesia (es decir, el conjunto de todos los pecadores salvos por la gracia soberana de Dios desde el día de Pentecostés hasta el momento de la venida del Señor), es celestial. “... Hermanos santos, participantes de la vocación celestial” (Hebreos 3:1). “Nuestra vivienda es en los cielos” (Filipenses 3:20). “... La esperanza que os está guardada en los cielos” (Colosenses 1:5), “que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). Bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3).
¿Cuándo fue hecho el llamado?
Abraham fue llamado por Jehová casi dos mil años a. C. (Según las genealogías en Génesis, fijada la fecha de la creación de Adam a 4004 a. C.). La Iglesia fue escogida en Cristo antes de que el mundo fuese creado: “según nos escogió en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad” (Efesios 1:4-5). ¡Bien podemos exclamar con reverencia y adoración! “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos [o: “nos favoreció”] en el Amado” [en Cristo] (Efesios 1:6).
El sacrificio por el pecado
Los sacrificios de animales limpios y de aves ofrecidos por los israelitas eran provisionales y no podían borrar de una vez los pecados, como leemos en Hebreos 10:1-4: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan. De otra manera cesarían de ofrecerse; porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado. Empero en estos sacrificios cada año se hace conmemoración de los pecados. Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”.
Pero es el sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios, que ahora perfecciona para siempre al pecador arrepentido, al conjunto de los pecadores salvos por la gracia de Dios —la Iglesia—. “Somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez ... éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios... Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:10-14).
Para Israel, entonces, era un sacrificio en su eficacia temporal; para la Iglesia un sacrificio en su eficacia eterna.

La resurrección de Jesucristo

Simon Greenleaf
[Traducido de “An Examination of the Testimony of the Four Evangelists by the Rules of Evidente Administered in the Courts of Justice”, “Un examen del testimonio de los cuatro evangelistas según las reglas de evidencia administradas en las cortes de justicia”, escrito por Simon Greenleaf, 1847]
Las grandes verdades declaradas por los apóstoles eran que Cristo había resucitado de los muertos, y que solamente por medio del arrepentimiento del pecado, y la fe en Él, podían los hombres obtener la salvación. A una voz ellos afirmaron esta doctrina, por todas partes, no sólo bajo las más grandes dificultades, sino también en faz de la más tremenda oposición... Su Maestro había muerto como un malhechor, bajo la sentencia de un tribunal público. Su doctrina procuraba derrotar todas las religiones del mundo entero. Las leyes de todos los países estaban opuestas a las enseñanzas de Sus discípulos, y en su contra también estaban los intereses y las pasiones de los reyes y grandes hombres del mundo. La corriente del mundo estaba en su contra. Propagando esta nueva fe, aun en la manera más inofensiva y pacífica, ellos no podían esperar nada, sino solamente desprecio, oposición, maldiciones, persecuciones, latigazos, encarcelamientos, tormentos y muerte cruel.
No obstante propagaron celosamente esta fe; y soportaron todas estas miserias sin desmayar; más, regocijándose. Mientras uno tras otro fue muerto miserablemente, los sobrevivientes prosiguieron su labor con acrecentado vigor y resolución. Los anales de guerra militar apenas presentan un ejemplo de tan heroica perseverancia, paciencia y coraje indomable.
Ellos tenían motivos suficientes para repasar cuidadosamente los fundamentos de su fe, y las evidencias de los grandes hechos y verdades que afirmaron; y estos motivos les presionaban con frecuencia aterradora. Por lo tanto era imposible que ellos persistieran en afirmar las verdades que habían narrado, si Jesús no hubiera resucitado antes de los muertos, y si ellos no hubieran conocido este hecho con la misma certidumbre con la cual conocían cualquier otro hecho. Si hubiera sido moralmente posible el engañarse en este asunto, todo motivo humano habría operado para inducirles a descubrir y dejar su error. El haber persistido en la propagación de una mentira tan reprensible, después de haberla reconocido, hubiera sido no sólo soportar durante toda su vida mortal todos los males que el hombre podría recibir, sino también sentir las agonías personales de culpabilidad consciente; sin esperanza alguna de paz venidera, sin testimonio de una buena conciencia, sin expectativa de honra y estima entre los hombres, sin esperanza de felicidad en esta vida, ni en la venidera.
Además tal conducta de parte de los apóstoles hubiera sido irreconciliable con el hecho de que poseían las características hereditarias de nuestra naturaleza humana. Sin embargo sus vidas demostraban que eran hombres semejantes a otros de nuestra raza; influenciados por los mismos motivos, animados por las mismas esperanzas, conmovidos por los mismos goces, abatidos por las mismas tristezas, agitados por los mismos temores, y sujetos a las mismas pasiones, tentaciones y enfermedades. Y sus escritos muestran que eran hombres de inteligencia vigorosa. Ahora bien, si su testimonio no era verdadero, no existía ningún motivo posible para inventar los acontecimientos que narran en los evangelios.

La Cena del Señor

J. H. Smith
(Adaptado)
Pablo escribió: “Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es Mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de Mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de Mí. Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga” (1 Corintios 11:23-26).
Acabamos de leer un artículo intitulado, “¿SOY YO CRISTIANO?” (redactado, tal vez, por un hermano del Canadá, llamado Arturo Vicente Cantero, cuyo nombre y señas aparecen al pie del artículo). Dice así: “No se usa el pan con levadura ni vino fermentado en la CENA del Señor, sino los ázimos y el jugo de la vid como en la PRIMERA CENA”.
Es lo que dice el artículo, pero no se cita ni un texto bíblico que confirma lo dicho, porque no lo hay. Si el Señor Jesús hubiera querido que sus redimidos comiesen de pan ázimo (pan sin levadura), se lo habría dicho especificadamente; pero no encontramos nada al respecto en Mateo 26:26; Marcos 14:22; Lucas 22:19; tampoco en la instrucción que Él dio al apóstol Pablo.
Lo que está escrito literalmente en el Antiguó Testamento acerca de la Pascua, y el pan sin levadura, nos sirve, siendo cristianos, solamente para instrucción espiritual. Leamos en 1 Corintios 5:7-8: “Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura: porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros. Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad”. La “vieja levadura” es el pecado. Los creyentes, un solo cuerpo en Cristo, son “la masa”. Nuestra “pascua” es Cristo mismo. Los “ázimos” son de sinceridad y de verdad. El creyente más joven en la fe puede entender esta enseñanza espiritual. La palabra en 1 Corintios 5:8 es “ázimos”, pero la palabra en 1 Corintios 11:23 es “pan”. Si el Señor hubiera querido que comiéramos de pan ázimo, o sea de pan sin levadura, nos lo habría dicho, ¿no es cierto?
En cuanto al jugo de la uva, en aquel entonces no había medios para pasteurizar y conservar dulce el jugo en botellas herméticamente tapadas. Poco tiempo después de pisar las uvas en el lagar, el jugo se fermentaba. Además, el tiempo de la cosecha de las uvas es corto; dura tal vez un mes. Y las vides no crecen por todas partes, sino sólo en ciertas regiones. Por lo tanto, no hubiera sido posible beber de jugo dulce sino solamente durante unos pocos domingos consecutivos mientras durase y donde hubiese cosecha, y nunca donde no había parras.
La palabra empleada en la Biblia para el jugo de la vid es “vino”, y no quiere decir “jugo dulce” en un pasaje y “jugo fermentado” en otros. Ocurre 230 veces. Cualquier joven puede entender que se trata de jugo fermentado. Léase, por ejemplo, la primera referencia: “Y comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña; bebió del vino, y se embriagó (Génesis 9:21); y otra cita: “No os embriaguéis de vino, en lo cual hay disolución” (Efesios 5:18).
No es que el vino sea malo, sino el mal uso que se haga de él. Pablo, como médico sabio, recetó el vino para Timoteo: “Usa de UN POCO de vino por causa del estómago, y de tus continuas enfermedades” (1 Timoteo 5:23).
Por el pan que hoy ‘partimos’,
Recordamos con dolor
Que ofreciste por nosotros
Aun Tu cuerpo, ¡oh Salvador!
Y la copa, bendecida,
Habla de ‘la comunión’
De Tu sangre derramada;
Del pecado... ‘remisión’.
(Himno 300, Himnario Mensajes del Amor de Dios)

Notas misceláneas: Número 152

“Una lámpara... sobre el candelero... alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:15,16).
Un ateo pasó unos días con Fenelón, un cristiano piadoso. El incrédulo fue tan conmovido que dijo, “Si me quedo aquí más tiempo, me haré cristiano a pesar de mí mismo”.
Fenelón no había usado palabra alguna de controversia o ruego. Fue solamente el argumento quieto y convincente de su vida santa, un andar y conversación en conformidad.
Otro cristiano fiel, Cecilio, dijo: “Procuré hacerme escéptico cuando yo era joven pero la vida de mi madre era demasiado ejemplar para mí”.
Un anciano predicador africano, decía: “Un buen ejemplo es la predicación más elocuente”. Tenía razón.
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“¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas, como en obedecer a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22).
Cuando el profeta Samuel habló estas palabras al Rey Saúl, quería hacerle comprender el lugar importantísimo que la obediencia tiene en la vida de cada persona que hace profesión de servir al Señor. El Señor Jesús dio énfasis al mismo principio. El que no es obediente sólo se engaña a sí mismo diciendo que está siguiendo al Señor. Él afirmó enfáticamente: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de Mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
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La prosperidad material quitada
Hace poco un ciclón terrible arrasó las propiedades de muchos campesinos, destruyendo sus cosechas, etc. Entre ellos había creyentes en el Señor Jesús. Para ellos y otros tantos que sufren adversidad en este mundo es muy consolador el pasaje en Habacuc 3:17-18: “Aunque la higuera no florecerá, ni en las vides habrá frutos; mentirá la obra de la oliva, y los labrados no darán mantenimiento, y las ovejas serán quitadas de la majada, y no habrá vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salud”.
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No ya yo, mas Cristo
“Díceles Simón: A pescar voy. Dícenle: Vamos nosotros también contigo” (Juan 21:3).
Pedro dio la voz y todos los demás le siguieron. Basta un solo hermano voluntarioso para hacer desviar una compañía entera. Si una sola persona prominente se extravía, a menudo todas las demás le siguen. Por lo tanto, se ve que la influencia que ejercemos, el uno al otro, es un asunto serio. Desembocará a una cosa grave si la iniciativa no es acertada. No hablamos tanto de nuestras palabras como de nuestros caminos, porque “los hechos hablan con más elocuencia que las palabras”, y el espíritu de un hombre pesa más que sus comunicaciones. Su comportamiento influirá en otras personas mucho más que sus palabras, porque las palabras se olvidan; pero el hábito general, la vida de la persona, es la que impresiona a otras.
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PUNTO: Hay una cosa que el Señor desea sobremanera para cada uno de nosotros: que estemos en amistad íntima con Él y también con nuestros hermanos.
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PUNTO: La incorruptibilidad, la pureza, la preservación, la perpetuidad, son todas las cualidades expresadas por la SAL. “Sea vuestra palabra siempre con gracia sazonada con sal” (Colosenses 4:6).
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Después de la muerte ¿qué?
Recibimos una carta con muchas citas de las Sagradas Escrituras, procurando establecer lo siguiente: “En estos pasajes, Job 3:11-19; Eclesiastés 9:4-6,10; e Isaías 38:12-19, vemos que los muertos nada saben y dejan de existir, por tanto no puede haber infierno después de la muerte”.
Refutando la idea de aquel caballero, acordémonos de que aquellos hombres de los tiempos antiguos hablaban de cosas “debajo del sol” (Eclesiastés 9:9).
Con raras excepciones no tenían una revelación de lo que había en el otro mundo más allá que sus conocimientos. Nuestro Señor Jesús, Dios omnisciente, dijo del rico así: “Fue sepultado. Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos” (Lucas 16:22-23). El pasaje entero (Lucas 16:19-31) demuestra que el rico poseía todos sus sentidos: podía ver, oír, hablar, y sentir. Además tenía memoria aguda. Jesús, refutando la doctrina falsa de los saduceos que negaban la resurrección, dijo también, “Dios no es Dios de muertos, mas de vivos: porque todos viven a Él” (Lucas 20:38). Agregó también esta palabra solemne: “Todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Y en Hebreos 9:27 leemos así: “Está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio”.
Job mismo, cuya queja lastimosa fue citada, tenía fe cierta de lo que habría de suceder “más allá del sol”. ¡Habló de la resurrección y del Redentor! “Yo sé que mi Redentor vive”. Léase Job 19:23-27.
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Fructificando en humildad
Cuando el trigo y la cizaña crecen juntos, pronto muestran cuál de los dos tiene la bendición de Dios. El trigo inclina la cabeza bajo el peso de cada grano; cuando fructifica mucho, inclina la cabeza más. Pero la cizaña yergue la cabeza arriba de la del trigo y no lleva buen fruto. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
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Nombres aplicados a los creyentes en la Primera Epístola de Pedro
Son llamados: extranjeros, elegidos, hijos, niños, piedras vivas, casa espiritual, sacerdocio santo, linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, pueblo de Dios, peregrinos (1 Pedro 1:1,2,14; 2:1,5,9,10,11).
¡Quién hubiera pensado jamás que un pobre pecador, extraviado de Dios y muerto en sus pecados, fuese introducido al estado bendito de un hijo adoptivo de Dios!
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PUNTO: Esta era cristiana empezó con un gran sonido del cielo y terminará con otro igualmente fuerte (compárese Hechos 2:2 y 1 Tesalonicenses 4:16).
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PUNTO: La verdad no hiere a menos que sea necesario: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos” (Hebreos 4:12).
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PUNTO: “Los que moran en la tierra” son las gentes que no quieren, ni querrán, saber nada de Dios y de Su Cristo. La expresión se halla no menos de 12 veces en el Apocalipsis.
“Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:1-4).
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EXTRACTO: Cuando Pedro fue hinchado de confianza en sí mismo, él fracasó. Cuando ese sentimiento de confianza propia había sido quebrantado, desde luego Cristo podía confiar en él.
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Núm. 152. — Para enero y febrero de 1975. — 1 de enero de 1975. Palabras de Edificación, Exhortación y Consolación. — Publicación bimestral. — Oficinas editoriales y de impresión, Tipográfica Indígena, Domingo Diez 503-M, Cuernavaca, Mor., México. Director, A. Farson A. — Reg. artículo 2a clase, 28 de enero de 1963. — Consta de 32 Páginas. — Tiro 4000.