Número 157: La venida del Señor, La mente del hombre, Mateo 8, Hechos 28, Matrimonio, y más …
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La venida del Señor tendrá lugar antes de la Gran Tribulación
Hoy en día hay, como los hubo antaño, maestros cuyas enseñanzas son erróneas. Uno que se tiene por “Doctor” solía creer que la Iglesia sería arrebatada al encuentro del Señor en las nubes antes de que el anticristo fuese manifestado y los juicios del Apocalipsis fueren derramados en la tierra; pero ahora él ha cambiado de pensamiento y cree, y predica, que la Iglesia será dejada en la tierra hasta “el último momento de la tribulación”.
Para dar apoyo a su idea, cita el siguiente pasaje incompleto (con palabras suyas intercaladas entre paréntesis): “Hermanos, cuanto a la VENIDA de nuestro Señor Jesucristo, y nuestro RECOGIMIENTO a Él [el arrebatamiento] ... no os engañe nadie en ninguna manera; porque él [aquel día] NO VENDRÁ sin que venga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses 2:1,3).
El primer paréntesis, (el arrebatamiento), es interpretación correcta, pues la venida del Señor Jesús, según Juan 14:1-3 y 2 Tesalonicenses 4:13-18, es para recoger y arrebatar de la tierra todos “los que son de Cristo, en Su venida” (1 Corintios 15:23).
El segundo paréntesis, (aquel día), es interpretación incorrecta, pues según este maestro se refiere al arrebatamiento del versículo 1, el primer paréntesis que él introdujo dentro de la cita. Pero “aquel día” en la Biblia no se refiere al arrebatamiento del versículo 1, sino al “día del Señor” del versículo 2 que ¡el maestro eliminó de su cita de la Palabra de Dios!
Leamos ahora el pasaje completo, para que no seamos engañados: “Empero, os rogamos, hermanos, cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestro recogimiento a Él, que no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni os conturbéis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como nuestra, como que el DÍA DEL SEÑOR esté cerca. No os engañe nadie en ninguna manera; porque no vendrá sin que venga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, oponiéndose, y levantándose contra todo lo que se llama Dios, o que se adora; tanto que se asiente en el templo de Dios ... haciéndose parecer Dios” (2 Tesalonicenses 2:1-4).
Tal vez el maestro errado haya confundido “la venida del Señor” (un evento que será consumado “en un abrir de ojo”; 1 Corintios 15:52), con “el día del Señor” que comenzará con los juicios proféticamente anunciados en el Antiguo Testamento y también anunciados en el Apocalipsis, eventos que tendrán lugar progresivamente durante algunos años antes del establecimiento del reino milenario de Cristo, “el Hijo del hombre”. Se menciona “el día del Señor” no menos de 25 veces en el Antiguo Testamento y muchos otros pasajes aluden a él. Para discernir cuál será su carácter, es suficiente citar dos pasajes: “Aullad, porque cerca está el día de Jehová [“Jehová” del Antiguo Testamento equivale “Señor” del Nuevo]; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, se enervarán todas las manos, y desleiráse todo corazón de hombre; y se llenarán de terror ... . He aquí el día de Jehová viene, crudo, y de saña y ardor de ira, para tornar la tierra en soledad, y raer de ella sus pecadores” (Isaías 13:6-9).
“¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso ... . Delante de Él temblará la tierra, se estremecerán los cielos: el sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor. Y Jehová dará Su voz delante de Su ejército: porque muchos son sus reales y fuertes, que ponen en efecto Su palabra; porque grande es el día de Jehová, y muy terrible; ¿y quién lo podrá sufrir?” (Joel 1:15; 2:10-11).
Pero la bienaventuranza de la venida del Señor para los Suyos está expresada en este pasaje del Nuevo Testamento: “esperando [no, ‘el día de Jehová’, sino] aquella esperanza bienaventurada” (Tito 2:13), que corresponde con 1 Tesalonicenses 1:9-10: “cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a Su Hijo de los cielos, al cual resucitó de los muertos; a Jesús, el cual nos libró de la ira que ha de venir”.
Así es cierto que la venida del Señor Jesús para recoger a los Suyos es la debida esperanza del creyente y rige su comportamiento en este mundo de maldad mientras él espera, como una novia, a su Esposo celestial, pues el que vive en la expectación ferviente de la venida de su Señor no va a vivir en el pecado. ¡Imposible!
Ahora bien, los que por sus enseñanzas erróneas postergan la venida del Señor hasta después de la manifestación del “hijo de perdición”, el anticristo, y después de la gran tribulación, automáticamente le quitan al creyente su esperanza bienaventurada, y en cambio le presentan una perspectiva sin esperanza y llena de desventura.
En 1 Tesalonicenses el apóstol Pablo les habló de su “fe ... amor y esperanza” (1 Tesalonicenses 1:3). Pero en 2 Tesalonicenses habló solamente de su “fe y ... caridad” (2 Tesalonicenses 1:3), no de su esperanza. Los nuevos creyentes en esa asamblea pasaban por dura persecución (léase 2 Tesalonicenses 1:4). El enemigo de sus almas, el diablo, puso en la mente de alguien procurar engañarles, diciendo que el día de Jehová ya había llegado. Entonces, en vez de estar gozosos con la perspectiva viva de la venida del Señor Jesús, se llenaron de dudas y de miedo. Tal vez fue la maquinación de un espíritu malo, o por una comunicación verbal, o aun por una carta con la firma falsificada de Pablo mismo.
Pero, lejos de tener que pasar por la gran tribulación, ellos estarían con el Señor en el cielo “cuando se manifestará el Señor Jesús del cielo ... cuando viniere para ser glorificado en Sus santos” (2 Tesalonicenses 1:6-10; léase el pasaje entero, por favor).
Corroborando la doctrina del Nuevo Testamento, tenemos tipos muy marcados en el Antiguo. Por ejemplo, “Enoc” es un tipo de la Iglesia arrebatada al cielo. Enoc no murió. Fue llevado al cielo sin morir. La iglesia (cuerpo celestial) será arrebatada al cielo, pues los muertos en Cristo resucitarán y nosotros, los que quedamos, los que vivimos, seremos transformados y juntamente seremos arrebatados al cielo sin morir. “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte” (Hebreos 11:5). Así Enoc tenía una esperanza celestial. Es tipo, o figura, de la Iglesia.
En cambio “Noé” tuvo que pasar por el diluvio con su familia. Ellos fueron preservados del juicio abrumador de las aguas que sumergieron al mundo, y entraron en el mundo purgado por el juicio divino. Ellos constituyen un tipo del remanente de los judíos (pueblo terrenal) que se convertirán después del arrebatamiento de la Iglesia, no habiendo nunca rechazado el evangelio de la gracia de Dios, pero oyendo y creyendo el evangelio del reino, las nuevas de que Cristo, su gran Mesías, ha de volver.
Así que Enoc es tipo de la iglesia arrebatada antes de que empiecen los eventos proféticos en la tierra. Noé es un tipo de los judíos creyentes que pasarán por la Gran Tribulación: “habrá entonces grande aflicción, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será” (Mateo 24:21).
Otra corroboración de la doctrina apostólica se presenta en la historia de José en Egipto: de Cristo él es el tipo más destacado. Fue el hijo muy amado de su padre. Fue rechazado y vendido por sus hermanos. Fue entregado a los gentiles, falsamente acusado y encarcelado. Por la providencia divina, 13 años después, él fue sacado del calabozo y ensalzado a la diestra del Faraón de Egipto. José es tipo de Cristo muerto, resucitado y glorificado a la diestra de Dios. Luego Faraón le dio una princesa por esposa y compañera, “Asenath”, una mujer escogida de entre los gentiles. Ella es tipo de la Iglesia escogida por el Padre y dada a Cristo durante esta época cuando Sus hermanos, los judíos, que le crucificaron, aún no le reconocen. Llegaron los siete años de hambre, que corresponden, figurativamente, al tiempo de la gran tribulación que ha de venir. José trató muy sabia y fielmente con sus hermanos. Se arrepintieron y luego José se reveló a sí mismo a ellos y les perdonó. Así que viene el día, después del arrebatamiento de la Iglesia para estar con Cristo, su esposo celestial, pero también el gran administrador del siglo venidero, cuando Él va a humillar a los judíos y luego perdonarlos.
En resumen, los redimidos del Señor de esta dispensación de la gracia de Dios, la Iglesia, tendrán que subir al encuentro del Señor para estar con Él; de otra manera ¿cómo podrían acompañarle cuando Él salga del cielo acompañado por Sus redimidos para juzgar al mundo y establecer Su reino? “¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? ... no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1 Corintios 6:2-3). Por haber sido arrebatados previamente al cielo para acompañar a Cristo, “El Rey de reyes, y Señor de señores” (Apocalipsis 19:16), cuando baje al mundo para juzgarlo.
La mente del hombre
Fred John Meldau
Hay que distinguir entre “la mente” —la habilidad mental del hombre— y el “cerebro” —el órgano físico que es el sitio donde la mente funciona.
Es evidente que no hay nadie que haya visto una mente. Un cirujano haciendo una incisión en el cerebro puede ver nervios y vasos sanguíneos; mas para saber lo que pasa en el cerebro tiene que preguntar al paciente.
La naturaleza física del cerebro
El cerebro humano pesa un promedio de 1500 gramos. Es una masa de un color gris rosado y de sustancia parecida a cuajada y compuesta de diez mil hasta quince mil millones de células nerviosas.
El cerebro, considerado aparte del cerebelo, es la parte principal de la masa encefálica. Se divide en dos partes; cada una tiene muchas circunvoluciones. Aproximadamente el 65% de la superficie del cerebro está escondido en los repliegues de las fisuras que forman las circunvoluciones; así que el Creador, haciendo uso de circunvoluciones macizas, aumentó al triple la eficiencia del cerebro. Este, con su envoltura de “materia gris” o sea la corteza cerebral (que es de sólo 2½ mm de grueso, pero de 2600 centímetros cuadrados de superficie), es la localización del conocimiento, de la memoria, de la imaginación y de la razón.
Las diez mil hasta quince mil millones de células nerviosas en esta corteza cerebral constituyen el centro de operaciones. Cada uno de los órganos del sentido en el cuerpo presenta informe de su actividad a regiones específicas y bien definidas de operaciones. Aquellas para los ojos están situadas en la parte atrás del cerebro, las de los oídos en la parte inferior a cada lado del cerebro, etc.
Todos los mensajes enviados al cerebro son descifrados y clasificados, las decisiones son hechas y los órdenes son transmitidos a las apropiadas estaciones del cuerpo. EL CEREBRO LLEVA A CABO ESTAS OPERACIONES CON TANTA EFICIENCIA QUE NUESTRA IMAGINACIÓN QUEDA PERPLEJA DE ASOMBRO. SIN NINGUNA SUPERVISIÓN las microscópicas células cerebrales —en número tal como cuatro o cinco veces el total de los habitantes del mundo entero— funcionan a la perfección, sea cual sea el informe enviado por las células tal como ‘la comida está servida’, o ‘¡fuego!’, o ‘¡huya!’ o presenta a la vista un horno, o un paisaje magnífico, o una radiación de luz de una estrella lejana, o la luz roja de un semáforo de tráfico.
NI SIQUIERA EMPEZAMOS A COMPRENDER el significado funcional del diseño tan intrincado y complejo en extremo de los varios tipos de neuronas (o células nerviosas) en sus respectivas colocaciones e interconexiones en la media docena de láminas de la estructura fina y muy densa de la corteza cerebral ... . ¡Cada uno de los diez mil millones de neuronas tiene conexiones con, tal vez, otras cien neuronas, y éstas con cien más! LA PROFUSIÓN DE INTERCONEXIONES ENTRE LAS CÉLULAS DE LA MATERIA GRIS ESTA MAS ALLA DE TODA IMAGINACIÓN. En fin, es tan rica en contenido que se puede considerar que la corteza entera es una gran unidad de actividad integrada. Ahora bien, si insistimos en llamar el cerebro una máquina, entonces tenemos que concluir que es infinitamente más intrincada que la máquina más compleja fabricada por el hombre: la computadora electrónica.
Cada uno de los diez mil millones de neuronas es una unidad viva e independiente. Recibe impulsos de otras células por medio de las dendritas fibrosas que brotan en intrincadas ramificaciones de su cuerpo central; transmite impulsos a otras células por una sola fibra delgada, el axón, que tiene una profusión de ramitas que hacen contacto con numerosas células receptoras a través de sus dendritas ... . Las conexiones entre las células son establecidas por las sinapsis —junturas especializadas— ... . En estas sinapsis la célula transmisora segrega sustancias químicas muy específicas, cuya reacción rapidísima transmite la señal de una célula a otra. Este proceso importantísimo en su totalidad se produce en una escala infinitamente pequeña. Una neurona funciona con una potencia de aproximadamente una milésima de millonésimo de un vatio.
Para comprender mejor cuán superior es el cerebro humano, se presenta esta comparación: Para hacer una central telefónica con diez mil líneas, se requieren 500 toneladas de aparatos. Se necesitan 62.000 horas de trabajo para instalar la central. Hay que instalar 128 kilómetros de cables y soldar sus 2.600.000 conexiones.
Pero el cerebro humano, por supuesto, hace infinitamente más que cualquier central telefónica, la cual solamente transmite mensajes, pero no puede dar órdenes, no puede razonar, hablar, imaginar o sentir.
(Arreglado y traducido con permiso de WHY WE BELIEVE IN CREATION, NOT IN EVOLUTION [POR QUÉ CREEMOS EN LA CREACIÓN, NO EN LA EVOLUCIÓN], por Fred John Meldau, páginas 238-240).
Mateo 8:1-17
J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Y como descendió del monte, le seguían muchas gentes. Y he aquí un leproso vino, y le adoraba, diciendo: Señor, si quisieres, puedes limpiarme. Y extendiendo Jesús Su mano, le tocó, diciendo: Quiero, sé limpio. Y luego su lepra fue limpiada. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; mas ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece el presente que mandó Moisés, para testimonio a ellos” (versículos 1-4).
“Le seguían muchas gentes”, pero no nos dice que creían en Él o Le adoraban. Sólo un pobre leproso, sintiendo profundamente su necesidad, vino a Jesús, adorándole; y no solamente eso, sino que expresó su confianza en Su poder de limpiarle de su enfermedad incurable: “Señor, si quisieres, puedes limpiarme”. Pero cabía una duda: “¿Es posible, (podía preguntarse), que Él tenga misericordia de un hombre tan asqueroso como yo?”. Pronto quedó despejada la incógnita: enseguida Jesús le contestó: “Quiero; sé limpio”.
Ese hombre es un tipo de cualquier pecador preso de la lepra del pecado y sin esperanza de curación, aparte de la intervención del Señor Jesús, el buen Salvador quien murió para expiar sus muchos pecados y hacerle limpio de una vez delante del Dios tres veces santo.
El leproso es también un tipo de la nación de Israel, cuya única esperanza es Cristo, su Mesías, al cual rechazó. Vendrá el día cuando la nación se arrepentirá de su grave pecado y recibirá al Redentor: “Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalem, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a Mí, a quien traspasaron” (Zacarías 12:10).
“Y entrando Jesús en Capernaum, vino a Él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi mozo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Y respondió el centurión, y dijo: Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di la palabra, y mi mozo sanará. Porque también yo soy hombre bajo de potestad, y tengo bajo de mí soldados: y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Y oyendo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tanta. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, e Isaac, y Jacob, en el reino de los cielos: mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste te sea hecho. Y su mozo fue sano en el mismo momento” (versículos 5-13).
El corazón de Jesús fue consolado por la fe implícita de ese centurión romano, uno de los gentiles que no tenían ningún derecho a las bendiciones propuestas a los judíos, pero menospreciadas por éstos. El Señor, conforme a Su bondad que se extendió más allá de los confines de Israel (“José ... cuyos vástagos se extienden sobre el muro” — Génesis 49:22), se maravilló de la fe del centurión, y sanó a su mozo a varios kilómetros lejos de Él.
Típicamente, el centurión figura a los gentiles ingeridos en lugar de Israel en “la oliva” de la promesa (Romanos 11:17).
“Y vino Jesús a casa de Pedro, y vio a su suegra echada en cama, y con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó: y ella se levantó, y les servía” (versículos 14-15).
Es interesante notar, de paso, que Pedro tenía una esposa. El supuesto primer papa (aunque jamás lo fue) era hombre casado, y no tuvo por su misión servir al Señor entre los gentiles, sino entre los judíos (véase Gálatas 2:7-9 y 1 Pedro 1:1).
La suegra de Pedro estaba “con fiebre”. Muchas veces los hijos de Dios también están “con fiebre”. Sus espíritus están excitados por muchas cosas y no están en las condiciones tranquilas que exige la comunión dulce y sosegada con su Señor; por lo tanto precisan de Su toque calmante y sanador. “Marta” estaba con esa fiebre cuando “se distraía en muchos servicios” y perdió la bendición de la cual María disfrutaba. (Véase Lucas 10:39-42).
“Y como fue tarde, trajeron a Él muchos endemoniados; echó los demonios con la palabra, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: Él mismo tomó nuestras dolencias” (versículos 16-17).
Cuando se puso el sol y los hombres ya habían dejado de trabajar, Jesús seguía bendiciendo a la pobre humanidad. Con Su palabra poderosa echó fuera muchos demonios; curó a todos los enfermos; cumplió así la profecía de Isaías, que dijo: “Él mismo tomó nuestras dolencias”. Así Él se acreditó como el Sanador de Israel. Pero hoy en día en esta dispensación de la gracia de Dios, la sanidad del alma es la cosa imprescindible: “porque ¿de qué aprovecha al hombre, si granjeare todo el mundo, y perdiere su alma? O ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?”.
Pero en el mundo actual se hace mucho despliegue propagandístico anunciando taumaturgos que pretenden usar dones de sanidad, pero vemos que el mismo Pablo, el apóstol a los gentiles y ministro a la iglesia, no sanó a Timoteo, su hijo espiritual y compañero de milicia, sino le recetó una medicina (1 Timoteo 5:23). Dejó a Trófimo enfermo en Mileto (2 Timoteo 4:20). Tuvo a “Lucas, el médico amado”, por compañero (Colosenses 4:14). Así que Pablo no empleaba sus dones de sanidad para el bienestar físico de sus compañeros, sino para testimonio a los inconversos (véase Hechos 14:6-10).
(seguirá, Dios mediante)
Hechos 28:1-16
J.H. Smith
“Y cuando escapamos, entonces supimos que la isla se llamaba Melita. Y los bárbaros nos mostraron no poca humanidad; porque, encendido un fuego, nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que venía, y del frío. Entonces habiendo Pablo recogido algunos sarmientos, y puéstolos en el fuego, una víbora, huyendo del calor, le acometió a la mano. Y como los bárbaros vieron la víbora colgando de su mano, decían los unos a los otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado de la mar, la justicia no deja vivir. Mas él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún mal padeció. Empero ellos estaban esperando cuándo se había de hinchar, o caer muerto de repente; mas habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, mudados, decían que era un dios” (versículos 1-6).
El Señor Jesús, desde el cielo, reveló al apóstol Pablo (y a ningún otro) las verdades celestiales características de la iglesia a fin de que él, mediante sus enseñanzas verbales y escritos inspirados, las comunicara a los cristianos de aquel entonces y hasta que venga el Señor para arrebatar a la iglesia al cielo, poniendo fin a esta dispensación de la gracia de Dios. El diablo siempre procuraba matar a Pablo: en Jerusalén los judíos le atacaron (Hechos 21:30-31); en el viaje hacia Roma los soldados intentaron matarle (Hechos 27:42-43); y en la isla de Melita una víbora (figura de saña diabólica) le acometió. Pero el Señor siempre protegía a Su siervo, conforme a Su promesa fiel (véase Hechos 23:11). Y cuando Pablo no sufrió ningún mal, el Señor aprovechó el incidente, permitiendo que los bárbaros viesen la potencia de Dios manifestado en Pablo. Luego, en vez de ser una víctima de la serpiente, fue muy respetado por todos.
“En aquellos lugares había heredades del principal de la isla, llamado Publio, el cual nos recibió y hospedó tres días humanamente. Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebres y de disentería: al cual Pablo entró, y después de haber orado, le puso las manos encima, y le sanó. Y esto hecho, también los otros que en la isla tenían enfermedades, llegaban, y eran sanados; los cuales también nos honraron con muchos obsequios; y cuando partimos, nos cargaron de las cosas necesarias” (versículos 7-10).
Pablo, después de haber orado, usó su don de sanidad para curar al padre de Publio y a otros tantos enfermos, acreditando así las buenas nuevas de Dios que anunciaba por dondequiera. Aunque no está escrito que Pablo predicó el evangelio en Melita (o aun durante el viaje marítimo), podemos estar seguros de que él no callaba.
“Así que, pasados tres meses, navegamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por enseña a Cástor y Pólux. Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres días. De allí, costeando alrededor, vinimos a Regio; y otro día después, soplando el austro, vinimos al segundo día a Puteolos: donde habiendo hallado hermanos, nos rogaron que quedásemos con ellos siete días; y luego vinimos a Roma; de donde, oyendo de nosotros los hermanos, nos salieron a recibir hasta la plaza de Appio, y Las Tres Tabernas; a los cuales como Pablo vio, dio gracias a Dios, y tomó aliento. Y como llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de los ejércitos, mas a Pablo fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardase” (versículos 11-16).
Se terminó el viaje marítimo cuando arribaron a Puteolos. Al desembarcar Pablo y sus compañeros, encontraron un grupo de hermanos en Cristo. Ellos rogaron que los viajantes se quedasen con ellos una semana. ¡Qué maravilla! Parece que el centurión accedió a su deseo, aunque su deber era llevar a los presos sin demora innecesaria a la jurisdicción del emperador. (Léase Proverbios 21:1).
Hacía tiempo que Pablo les había escrito su epístola a los hermanos en Roma. Ahora, al ver algunos de ellos, “tomó aliento”. ¡Qué gran consuelo!
(seguirá, Dios mediante)
La persona de Cristo
“Viéndole ellos, que andaba sobre la mar, pensaron que era fantasma, y dieron voces; porque todos le veían, y se turbaron. Mas luego habló con ellos, y les dijo: Alentaos, YO SOY, no temáis” (Marcos 6:49-50).
En la oscuridad de la noche los discípulos, bogando en un mar tempestuoso, estaban fatigados. Cristo se acercó a ellos, andando sobre el mar. No le reconocieron enseguida; pensaron que era un fantasma. Conceptos falsos de Cristo no nos bendicen ni nos consuelan; pero cuando Él se manifiesta como el Cristo, el Hijo eterno de Dios, todopoderoso e incambiable en Su Persona, hay para el alma consuelo, satisfacción y aliento.
Él se acerca a nosotros en medio del mar turbulento de la vida aquí. En derredor nuestro en estos tiempos peligrosos hay confusión, inquietud e incertidumbre. Él —el siempre vivo y amante Cristo— se aproxima a nosotros. En todas las circunstancias de la vida Él viene con Su comunión, presencia y poder. Se presenta con la certidumbre de poder, protección y seguridad, diciéndonos: “YO SOY; no temáis”.
El ocultismo
El diccionario define la palabra “oculto” en estos términos: ‘‘más allá que los límites de los conocimientos ordinarios; misterioso; escondido u ocultado de la vista; perteneciendo a ciertas supuestas ciencias, tales como la magia, la astrología, y otros artes y prácticas haciendo uso de la adivinación, del encantamiento, de las fórmulas mágicas, etc.”.
El primer mandamiento de la ley de Dios dice: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí” (Éxodo 20:3). Entonces, el buscar experiencias sobrenaturales de cualquier otra fuente es idolatría. Leamos Deuteronomio 18:10-12: “No sea hallado en ti quien haga pasar su hijo o su hija por el fuego, ni practicante de adivinaciones, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni quien pregunte a pitón, ni mágico, ni quien pregunte a los muertos. Porque es abominación a Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios las echó delante de ti”.
La hechicera había de ser castigada con la muerte: “A la hechicera no dejarás que viva” (Éxodo 22:18). “Y el hombre o la mujer en quienes hubiere espíritu phitónico o de adivinación, han de ser muertos: los apedrearán con piedras; su sangre sobre ellos” (Levítico 20:27).
Y los que hacen horóscopos debieran prestar atención a la advertencia que les hace el Señor, y meditar en su suerte calamitosa: “Parezcan ahora y defiéndante los contempladores de los cielos, los especuladores de las estrellas, los que contaban los meses, para pronosticar lo que vendrá sobre ti. He aquí que serán como tamo; fuego los quemará, no salvarán sus vidas del poder de la llama” (Isaías 47:13-14).
(Adaptación de un extracto).
La institución del matrimonio (Parte 22): Responsabilidades nuevas
Paul Wilson
(continuación del número 154)
Padres cristianos, ¡cobren nuevo aliento! encomienden a sus pequeñitos al Señor con fe; protéjanlos de malas influencias; llenen sus mentes receptivas con la sabiduría de la Palabra de Dios; instrúyanlos acerca de la vanidad y del carácter pasajero de todo lo de aquí, y a la vez recuérdenles de las glorias celestiales que esperan a todos los que ponen su confianza en el Señor Jesús.
Repetimos nuestra amonestación con respecto a los muchos libros y revistas que están de venta en las librerías comerciales, los cuales ofrecen consejos para la crianza de los niños. En su mayoría estos libros y revistas no sólo enseñan cosas erróneas, sino también perjudiciales. Procedan de las enseñanzas incrédulas del día que dicen que un niño no tiene una naturaleza mala, sino que es inherentemente buena y sólo el ambiente es malo. Esta es una mentira descarada que tuvo su origen con el “padre de la mentira”, el diablo.
Según este “consejo de malos” (Salmo 1:1), un niño solamente precisa de un poco de instrucción, pero no de corrección ni de disciplina. El método moderno es dejar que el niño se desarrolle sin ser controlado, y llamar a toda su maldad por otro nombre diminutivo o disimulado. Él ha de seguir su propia inclinación natural sin restricción. Un nombre eufemístico se ha inventado para ello —“expresión propia”— pero, llámenla como quieran, es una de las causas principales de toda la delincuencia juvenil en el mundo. Por medio de la “expresión propia” Satanás está echando el cimiento para los días de desorden total que pronto vendrán.
Padres cristianos, no sean mal guiados por el así llamado método psicológico para la crianza de los niños. Es mucho mejor aprovechar la sabiduría que viene de lo alto. Se halla en ese inestimable tesoro, la Palabra de Dios; y si se les presentan problemas que no saben solucionar, tienen un recurso inagotable en donde se puede encontrar la sabiduría perfecta —en Dios mismo—. “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela de Dios” (Santiago 1:5).
Estén seguros de esto, Dios sabe mejor cómo deben de criarse a los niños.
Su Palabra dice: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece: mas el que lo ama, madruga a castigarlo” (Proverbios 13:24). ¿Desearíamos nosotros ser privados del castigo de nuestro Padre Dios? ¿Quisiéramos que se nos dejase a nuestra propia inclinación? No, pues nosotros mismos somos castigados a veces, y ¿por qué? “Porque el Señor al que ama castiga” (Hebreos 12:6). Otro versículo dice: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se excite tu alma para destruirlo” (Proverbios 19:18). El uso de la vara (ramo delgado, largo y limpio de hojas y liso) es una de las recomendaciones de la Biblia que se ha echado muy a menos. Hay creyentes que la usan con muy buenos resultados.
Pero la vara no debe de usarse con ira, ni con brutalidad, sino en el temor de Dios y verdadero amor para con el niño. La disciplina es una solemne responsabilidad que no se puede pasar por alto sin perjuicio del niño y aun con deshonra al Señor. Cualquier manera áspera e insensible en aplicar la disciplina puede desanimar a los niños, de modo que es preciso ejercerla con corazón vivamente deseoso de su bien.
Podemos aprender algunas lecciones importantes en disciplinar a los niños, al considerar cómo nuestro Padre, con toda sabiduría y todo amor, nos disciplina a nosotros. Leemos que nuestros padres “nos castigaban como a ellos les parecía” (Hebreos 12:10), pero a ellos les podría haber faltado sabiduría; pero no es así con nuestro Padre Dios quien nos castiga “para lo que nos es provechoso, para que recibamos Su santificación”. Así que la disciplina debe de hacerse para el bien del niño, con sabiduría y con oración, y con el fin de glorificar a Dios. La irreflexión y la dureza en la disciplina debe evitarse cuidadosamente. El niño debe sentir que a los padres no les gusta castigarlo y que si lo hace es hecho con amor y a fin de criarlo bien.
Se cuenta que un padre sabio que daba un paseo con su hijo observó un viejo árbol torcido. Se detuvo, llamó la atención de su hijo al árbol mal formado y sugirió a su pequeño hijo que entre los dos procurasen enderezar ese árbol. El hijo ya tenía suficiente edad para saber que no podía hacerse y dijo a su padre que era muy tarde ya para hacerlo. Eso le dio al padre una admirable oportunidad para explicar que era necesario corregir a los hijos cuando eran pequeños, y que esa era la razón por la cual él mismo a menudo le corregía, porque él no quería que él creciera como ese árbol torcido.
Es cierto que los hijos deben obedecer a sus padres sin hacerles preguntas, pero no es sabio que los padres ejerzan su autoridad arbitrariamente sin razón o explicación. El niño se da cuenta prestamente si la disciplina fue hecha con peso y consideración, o tal vez fue injusta.
Un padre puede tener ocasión de prohibir al niño que haga algo o que vaya a alguna parte; pero ¿no es mucho más efectivo incorporar el temor de Dios en la amonestación? ¿No sería mejor darle una cita apropiada de las Escrituras como la base de su amonestación?
Pablo, escribiendo a los tesalonicenses, dijo: “Así como sabéis de qué modo exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, como el padre a sus hijos” (1 Tesalonicenses 2:11). Pablo mostró un corazón paterno a los santos, y su declaración muestra la actitud que un padre debe exhibir al instruir a sus hijos. La manera paterna de Pablo con aquellos creyentes era exhortarlos o animarlos, aplicando la Palabra de Dios a su conducta; él también los consolaba, y ¿cómo podía hacerlo aparte de hablar del “Dios de toda consolación”? Como un apóstol, él podía encargarles y testificar cuáles debían de ser sus caminos para la gloria de Dios. Lean Uds. su exhortación: “Resta pues, hermanos, que os roguemos y exhortemos en el Señor Jesús, que de la manera que fuisteis enseñados de nosotros de cómo os conviene andar, y agradar a Dios, así vayáis creciendo” (1 Tesalonicenses 4:1).
Si los padres leyeran las epístolas de Pablo, aprenderían cómo él, cual padre, amonestaba e instruía a los santos. Quiera Dios conceder a los padres jóvenes más de su espíritu en la disciplina de sus hijos.
Pablo también desempeñaba el deber de una madre cariñosa hacia aquellos santos: “Fuimos blandos entre vosotros como la que cría, que regala a sus hijos” (1 Tesalonicenses 2:7). ¿Quién puede tener la ternura de una madre, sino una madre? Sin embargo Pablo en su medida tenía tal afecto para con aquellos queridos cristianos.
¿No hay padres que habiendo criado hijos reconozcan que han fracasado en el desempeño de su responsabilidad paterna? ¿Y no confesarán todos que su fracaso ha sido en gran parte debido a la falta de atención a esos principios divinos expuestos en las Sagradas Escrituras? Por lo tanto, es importante que los padres jóvenes escudriñen la Palabra de Dios para recibir la sabiduría que viene de arriba, para que puedan resguardar a sus queridos hijos de las temibles influencias que hay en el mundo. La corriente del mundo se está corrompiendo más y más; se ven por todas partes los rasgos característicos del mundo antediluviano y de Sodoma, tal como el Señor mismo predijo que sucederían (véase Lucas 17:26-30).
Quiera Dios conmover los corazones de Su pueblo a darse cuenta de la gravedad de los tiempos en que vivimos y de los peligros que acechan a nuestros hijos.
(seguirá, Dios mediante)
Notas misceláneas: Número 157
Una carta paterna
Un padre escribió a su hija, “Yo desearía que tú te dijeras mil veces a ti misma, ‘Yo no soy mía; soy del Señor’. Un honor infinito, una grandeza incomparable de posición se incluye en esta relación. ¡Oh que yo sepa estimarla en su valor justo. Yo soy del Señor para tener el beneficio de Su sabiduría y consejo infalible. Soy del Señor ... para ser preservado y defendido por su tierno cuidado en este mundo lleno de baches, lazos y cosas seductoras y espíritus malignos. Soy del Señor para escuchar su voz y atesorar sus dichos divinos. Soy del Señor para la obra que Él me ha encomendado por la designación de su providencia, y para desempeñarla con toda diligencia, humildad y alegría. Soy del Señor no solamente para vivir, sino también para morir por El. Esto es lo que con todo mi corazón puedo desear para ti. Que tú, ya sea que vivas o que mueras, seas del Señor”.
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Enoc
¿Qué caracterizaba a Enoc “antes que fuese traspuesto”? “Tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5). ¿Qué quiere decir eso? Que él estaba consciente en su propia alma que hacía lo que era agradable a Dios. ¿No deseamos eso todos nosotros? Preguntémonos: ¿Se agrada Dios con mis pasos y conducta diaria? Es de mucho valor el testimonio que Enoc tuvo de Dios.
(R.F. Kingscote).
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PUNTO: Lo que nutre al “YO” —honores, talentos, erudición, riquezas, respetabilidad y cualquier otra cosa que deleite al hombre animal— hace que Cristo sea menos precioso, y menor nuestro disfrute de Su amor. Bendigamos a Dios por todo lo que suprime al YO.
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PUNTO: Una “buena conciencia” nos capacita para andar delante de Dios; y una “fe no fingida” para andar con Dios. (Léase 1 Timoteo 1:5).
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Juicio discriminativo
Las naciones, tanto como los individuos, serán tenidos por responsables cuanto a la profesión que hacen; por lo tanto las naciones que profesan ser y se llaman cristianas serán juzgadas no solamente por la luz de la creación, tampoco por la ley mosaica, sino por la plena luz de la cristiandad que ellas profesan creer por la total verdad contenida entre las tapas del bendito Libro que poseen, y en la cual se glorían. Los paganos serán juzgados sobre el terreno de la creación; el judío sobre el terreno de la ley; el cristiano nominal sobre el terreno de la revelación cristiana.
Ahora bien, este tan solemne hecho hace muy grave la posición de todas las naciones llamadas cristianas. Dios de seguro tratará con ellas a tenor de su profesión. Es inútil decir que no entienden lo que profesan ser; pues ¿por qué profesar lo que no entienden ni creen? El hecho es que profesan entender y creer; y por este hecho serán juzgadas.
(C.H. Mackintosh)
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Dios es el que reúne
Dios reunió antaño a Su pueblo. “Reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro cantones de la tierra” (Isaías 11:12). “No será quitado el cetro de Judá, y el legislador de entre sus piés, hasta que venga Shiloh; y a Él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:10). “Shiloh” habla proféticamente de Cristo.
Ahora bien, en el Nuevo Testamento leemos que el Señor todavía está reuniendo a los Suyos alrededor de Sí. “Porque donde están dos ó tres congregados en Mi Nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mateo 18:20). Hay un solo Nombre para ser salvo: “en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre [salvo el Nombre de Jesús] debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Asimismo hay un solo Nombre en que podamos ser congregados, o reunidos: el Nombre del Señor Jesús.
El Espíritu Santo no puede dirigir a los pecadores a otro nombre alguno, sino solamente al Nombre del Señor Jesucristo para la salvación. Tampoco puede dirigir a los creyentes, que son “miembros” del “cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:27), a identificarse con otro nombre alguno, sino solamente con el Nombre del Señor Jesucristo, el centro divino de reunión. Los nombres y títulos de las denominaciones y de las sectas no unen, sino separan. Dios tiene un solo centro de reunión y éste es el Nombre de Su Amado Hijo, el Señor Jesucristo.
(Adaptación de un extracto).
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PUNTO: No hay ningún poder espiritual sin que haya afecto para el Señor Jesús.
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Andando humillado
Conviene que cada uno de nosotros tenga muy en cuenta que si no somos guardados cada momento por la gracia de Dios, somos capaces de cualquier cosa. Dentro de nosotros mismos se hallan los elementos para cualquier magnitud o carácter de maldad; y cuando oímos a alguien decir: “Jamás haría yo eso”, estemos seguros de que él no conoce su propio corazón. Y no sólo eso, sino que está en peligro inminente de caer en algún pecado grave. Es bueno andar humillado ante nuestro Dios, desconfiando de nosotros mismos y apoyándonos sólo en Él. Este es el verdadero secreto de la seguridad moral en todo tiempo.
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PUNTO: El cristiano no está arruinado por vivir en el mundo, sino porque el mundo está viviendo en él.
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La expiación
La palabra “expiación” en el hebreo literalmente significa “cubrir”, y se refiere al ocultar la culpabilidad de la vista de Dios.
La expiación, entonces, se refiere a la cruz donde la paga completa por el pecado fue hecha por la obra sacrificadora y redentora de Cristo.
La santidad de la naturaleza de Dios reclamó el juicio del pecado. El amor de Dios proveyó el sacrificio.
Todas las santas exigencias de Dios como “luz” fueron satisfechas en la cruz, de modo que Dios puede mostrarse en la plenitud de Su gracia; por lo tanto las riquezas de Su gracia son hechas notorias ahora en la bendición presente de todo aquel que haya creído el Evangelio.
Esta plenitud de bendición es dada a conocer por el Espíritu mediante los apóstoles en las epístolas neotestamentarias. Es Cristo hablando del cielo (compárese Hebreos 12:25).
El conocimiento de todo ello es por fe en la Palabra de Dios. El disfrutar de estas bendiciones es el resultado de andar en el camino de la obediencia a la Palabra; y así el Espíritu Santo sin estorbo puede llenar nuestros corazones con el amor precioso de Cristo, y nuestras mentes con el fruto de Su obra expiatoria que ha glorificado a Dios al quitar nuestros pecados.
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PUNTO: No hay ningún medio por el cual conocer la realidad de la experiencia cristiana, excepto por tener presente a Dios en todos los detalles de la vida cotidiana.
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PUNTO: El Señor Jesús le preguntó a Pedro una sola cosa: “¿Me amas?”. Luego le dijo: “Sígueme tú”.
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Paz inmutable
Cristo muerto y resucitado es el fundamento de la salvación: “el cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). El contemplar, bajo la mirada de la fe, a Jesús clavado en la cruz, y luego coronado en el trono, debe impartir paz profunda a la conciencia y libertad perfecta al corazón. Podemos mirar Su tumba y verla vacía; podemos mirar el trono y verlo ocupado; luego seguir la senda con gozo. El Señor Jesús solventó todo en la cruz a favor de Su pueblo; y la comprobación de esta obra redentora es que Él está a la diestra de Dios. El Cristo resucitado es la evidencia eterna de una redención consumada; consecuentemente la paz del creyente es una realidad inmutable.
Nosotros no hicimos la paz y jamás podríamos hacerla. Pero Cristo, habiendo hecho la paz por la sangre de Su cruz, se sentó en el lugar más alto del cielo, triunfante sobre todo enemigo. Por medio de Él Dios pregona la paz. La palabra del Evangelio trae esta paz. El alma que cree el Evangelio tiene paz, inconmovible paz ante Dios; porque Cristo es su paz (léase Hechos 10:36, Romanos 5:1, Efesios 2:14, Colosenses 1:20). De esta manera no sólo han sido satisfechas las santas exigencias de Dios, pero al hacerlo Él ha hallado un medio divinamente justo por el cual Sus afectos infinitos puedan manifestarse al más culpable de la prole culpable de Adam.
(C.H. Mackintosh)
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El secreto del poder
No hay nada que dé al alma tan maravilloso poder sobre los enemigos como un andar santo y obediente. Cada paso que tomamos en obediencia real a Cristo es, una victoria ganada sobre la carne y el diablo; y cada nueva victoria proporciona renovado poder para el próximo conflicto; así vamos creciendo en nuestra santísima fe. Por otra parte, cada batalla perdida solamente sirve para debilitarnos mientras da poder a nuestros enemigos para volver a atacarnos. Vemos pues que el hombre cuyo corazón está verdaderamente consagrado al Señor, tendrá poder para enseñar y poder para adorar. Él se gozará más del favor de Dios y de la luz de Su rostro, porque Él honrará a los que Le honran; y como consecuencia dispondrá de más poder contra las acechanzas de los enemigos. Este es el verdadero secreto del poder.
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¿Cómo está tu fe?
Dos niñas, amigas, contaban sus monedas. Una dijo, “Tengo cinco centavos”.
La otra dijo, “Tengo diez”.
“No”, le replicó la primera viéndole la mano, “tú tienes justamente cinco, igual que yo”.
“Pero”, la otra le contestó enseguida, “mi padre me dijo que esta noche me daría cinco centavos más, así que tengo diez centavos”.
La fe de la niña le daba la seguridad de poseer lo que aún no veía, y ella lo contó ya como suyo, porque su padre se lo había prometido.
“Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven” (Hebreos 11:1).
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PUNTO: Como creyentes, nuestra primera lección es aprender nuestra total insignificancia en la presencia de Dios, en la cual seremos pesados y medidos allí.
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Núm. 157. — Para noviembre y diciembre de 1975. — 12 de noviembre de 1975. — Palabras de Edificación, Exhortación y Consolación. — Publicación bimestral. — Oficinas editoriales y de impresión, Tipográfica Indígena, Domingo Diez 503-M, Cuernavaca, Mor., México. — Director, A. Farson A. — Res. artículo 2a clase, 28 de enero de 1963. — Consta de 32 Páginas. — Tiro 3200.