Número 158: Hechos 28, Mateo 8, Israel y la Iglesia, Para nuevos convertidos, Pecado de muerte, y más …
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Hechos 28:16-31
J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Y como llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de los ejércitos, mas a Pablo fue permitido estar por sí, con un soldado que le guardase. Y aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos; a los cuales, luego que estuvieron juntos, les dijo; yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra los ritos de la patria, he sido entregado preso desde Jerusalem en manos de los romanos; los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mi ninguna causa de muerte. Mas contradiciendo los judíos, fui forzado a apelar a César; no que tenga de qué acusar a mi nación. Así que, por esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena” (versículos 16-20).
“La esperanza de Israel” es el Señor Jesucristo, su gran Mesías; así fue escrito de Él en el Antiguo Testamento: “¡Oh Jehová, esperanza de Israel! todos los que Te dejan, serán avergonzados; y los que de Mí se apartan, serán escritos en el polvo; porque dejaron la vena de aguas vivas, a Jehová” (Jeremías 17:13). Jehová del Antiguo Testamento es Jesús del Nuevo.
“Llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). ¿El pueblo de quién? ¡Israel el pueblo de Jehová!
Desde la conversión de Saulo de Tarso, hasta su llegada a Roma, su predicación de Cristo, que es el Hijo de Dios, fue contradicha por los judíos, los cuales, además, procuraron matarle.
Ahora, ¿cuál fue la actitud de los judíos vueltos a Roma algunos años después del edicto del emperador Claudio, que los había echado fuera de Roma?
“Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido cartas tocante a ti de Judea, ni ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti. Mas querríamos oír de ti lo que sientes; porque de esta secta notorio nos es que en todos lugares es contradicha. Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo concerniente a Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana hasta la tarde. Y algunos asentían a lo que se decía, mas algunos no creían” (versículos 21-24).
Cuando el Señor Jesús, ya resucitado de entre los muertos, reprendió la insensatez de los dos discípulos en el camino hacia Emaús, Él, “comenzando desde Moisés, y de todos los profetas, declarábales en todas las Escrituras lo que de Él decían” (Lucas 24:27). Y Pablo habló en la misma forma a los judíos en Roma, pero ellos eran inconversos, no discípulos, y sólo una parte de ellos recibieron la palabra con fe.
“Y como fueron entre sí discordes, se fueron, diciendo Pablo esta palabra: Bien ha hablado el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis; porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y de los oídos oyeron pesadamente, y sus ojos taparon, porque no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane. Séaos pues notorio que a los gentiles es enviada esta salud de Dios; y ellos oirán. Y habiendo dicho esto, los judíos salieron, teniendo entre sí gran contienda” (versículos 25-29).
Cuando los pobres judíos oyeron que Dios iba a bendecir a los gentiles en vez de ellos, no quisieron oír más, y se fueron. Así terminó su triste historia de incredulidad escrita en el libro de los Hechos, la de una oposición tenaz a la gracia de Dios.
“Pablo empero, quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesucristo con toda libertad, sin impedimento” (versículos 30-31).
Pablo estaba impedido de moverse libremente, pero seguía predicando el reino de Dios y lo tocante del Señor Jesucristo, a pesar de la cadena de César; y los animaba a los creyentes en Roma: “muchos de los hermanos en el Señor, tomando ánimo con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor” (Filipenses 1:14). Sentía pena también, puesto que algunos predicaban a “Cristo por envidia y porfía” (Filipenses 1:15). Pero dijo: “¿Qué pues? Que no obstante, en todas maneras, o por pretexto, o por verdad, es anunciado Cristo; y en esto me huelgo, y aun me holgaré” (Filipenses 1:18).
Durante su prisión en una casa alquilada, él escribió las siguientes epístolas: Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón y Hebreos (ésta es anónima, pero su contenido revela quién fue el autor). ¡Cuánto bien resultó del encarcelamiento de Pablo para la Iglesia del Señor!
De dos o tres pasajes en estas epístolas, deducimos que Pablo fue libertado después de haber aparecido la primera vez ante Nerón: “fui librado de la boca del león” (2 Timoteo 4:17). Léanse Filipenses 1:23-26; Filemón 22; Hebreos 13:23.
Así se cumplió la palabra profética del Señor Jesús: “instrumento escogido Me es éste, para que lleve Mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque Yo le mostraré cuánto le sea menester que padezca por Mi nombre” (Hechos 9:15-16).
El increíble hígado humano
Fred John Meldau
Consideremos unos cuantos hechos acerca del “increíble hígado humano”. Es el órgano interno más grande del cuerpo y puede pesar hasta casi dos kilos.
Su oficio es reconocido como uno de los misterios más maravillosos del mundo científico. Más de 500 funciones del hígado han sido catalogadas y constantemente hay nuevos descubrimientos. Es un fenómeno casi inimaginable.
Se ha dicho que esta glándula misteriosa es el laboratorio maestro del cuerpo ... . Las células del hígado elaboran una química vasta, variada y esencial para el funcionamiento eficiente de todos nuestros órganos. Algunos ejemplos: nuestros riñones no podrían disponer de exceso de nitrógeno si el hígado no lo convirtiera en urea para excreción. El hígado almacena las vitaminas necesarias para dar formación a la sangre en el meollo de los huesos. El hígado fabrica aminoácidos y los incorpora en la albúmina que regula el balance entre la sal y el agua sin el cual no podríamos vivir. Y el hígado fabrica también la bilis que activa la función intestinal a fin de que no seamos envenenados por los productos de nuestra propia digestión.
El hígado es el órgano más fantásticamente complejo y eficiente del cuerpo humano. Entre otras funciones regula la consistencia precisa de la corriente sanguínea. Lo hace produciendo tres sustancias distintas y entregándolas a la sangre en las proporciones justamente necesarias. COMO lo hace nadie ni siquiera puede conjeturar ... . Una de estas sustancias es el fibrinógeno, que precipita el coágulo cuando la sangre se expone al aire. Esta sustancia es tan compleja que los científicos no han podido reproducirla en el laboratorio. La segunda es la protrombina; mantiene el espesor de la corriente sanguínea a fin de evitar hemorragias internas a través de las paredes de las arterias, las venas y los órganos. Y la tercera es la heparina que contrarresta cualquier tendencia de las otras dos de espesar demasiado la sangre.
Cada segundo esta glándula incomparable hace maravillas casi increíbles. El hígado convierte su abastecimiento en reserva de glicógeno (almidón animal) en glucosa requerida para la energía física y para los músculos, y la transmite a la corriente sanguínea. Cuando los músculos consumen la glucosa, producen ácido láctico, el cual envenenaría el cuerpo si quedara estancado; pero el hígado convierte el ácido láctico en glicógeno otra vez, cumpliendo un ciclo sanador, cada etapa del cual es vital para la vida y la salud.
Que sea el hígado el producto final de una serie de mutaciones realizadas al azar es una teoría tan irracional como sería el afirmar que un avión “jet” se puede fabricar por sí mismo.
(seguirá, Dios mediante)
(Traducido e impreso con permiso de WHY WE BELIEVE IN CREATION, NOT IN EVOLUTION [POR QUÉ CREEMOS EN LA CREACIÓN, NO EN LA EVOLUCIÓN], por Fred John Meldau, páginas 233-234, 339).
Timoteo y Maura
Durante la décima etapa de las persecuciones llevadas a cabo por mandato del emperador Diocleciano, miles de los cristianos sufrieron martirio en todas partes del imperio romano.
Timoteo, un diácono de Mauritania, y Maura su esposa, recién casados, fueron separados por la persecución. Timoteo, arrestado como un cristiano, fue llevado ante Arriano, el gobernador de Thebais, el cual, sabiendo que Timoteo era el guardián de las Sagradas Escrituras, le mandó entregárselas para ser quemadas, a cuya orden Timoteo replicó: “Si yo tuviera hijos, los entregaría para ser sacrificados, antes que entregarle la Palabra de Dios”. El gobernador, muy encolerizado por esta respuesta, mandó extirparle los ojos con fierros candentes, diciéndole: “En adelante los libros no tendrán ningún valor para ti, pues no podrás leerlos”. Con tanta paciencia soportó el joven la tortura, que el gobernador se exasperó a lo sumo; por lo tanto quiso vencer la firmeza de Timoteo, y para ello mandó colgarlo por los pies, con un peso atado a su cuello y una mordaza en su boca. Torturado de tal suerte, Maura, su esposa, cariñosamente le instó a retractarse por amor de ella; pero él, cuando la mordaza fue quitada de su boca, en vez de consentir a los ruegos de su esposa, la censuró mucho por su amor equivocado, y declaró su resolución de morir por la fe. Contagiada, Maura resolvió imitar su coraje y fidelidad. El gobernador, después de haber procurado cambiar su resolución, mandó torturarla con gran severidad. Después Timoteo y Maura fueron crucificados codo a codo, en el año 304 d. C.”.
(Entresacado y traducido de FOXE’S BOOK OF MARTYRS [EL LIBRO DE MÁRTIRES, por John Foxe], página 29).
Mateo 8:18-34
J.H. Smith
(continuación del número anterior)
“Y viendo Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó pasar a la otra parte del lago” (versículo 18). El Señor no estaba dejando Su puesto de trabajo —¡lejos sea tal pensamiento!— pues Él acababa de echar fuera a los demonios y de sanar perfectamente a los enfermos (véase los versículos 16-17). Había trabajo esperándole a la otra orilla del lago. La narración es continuada desde el versículo 23 en adelante. Mientras tanto dos hombres expresan el deseo de seguir a Jesús:
“Y llegándose un escriba, le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste Su cabeza” (versículos 19-20).
Ese escriba, sin darse cuenta de la situación, se ofreció cual seguidor de Jesús, pensando tal vez que tendría buen puesto en el reino del Mesías, pero el Señor le dio a conocer el costo de ello, pues el “Hijo del hombre” (su título en humillación o en exaltación, aquí claramente en humillación y mencionado por la primera vez en este evangelio) tenía menos comodidad que las aves en sus nidos o que los animales más malos en sus guaridas.
“Y otro de Sus discípulos le dijo: Señor, dame licencia para que vaya primero, y entierre a mi padre. Y Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (versículos 21-22).
El significado de la palabra del Señor es muy claro. El llamado del Señor es supremo: “Sígueme tú”. Pero el discípulo (pues éste sí era un discípulo, no un judío carnal como aquel escriba) quería anteponer los reclamos familiares al mandato del Señor, el cual le dijo que los pecadores sin vida espiritual podían sepultar a sus familiares también sin vida espiritual, pero que Su discípulo tenía el privilegio y la responsabilidad de seguirle ante todo.
“Y entrando Él en el barco, Sus discípulos le siguieron. Y he aquí, fue hecho en la mar un gran movimiento, que el barco se cubría de las ondas; mas Él dormía. Y llegándose Sus discípulos, le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. Y Él les dice: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y a la mar; y fue grande bonanza. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y la mar le obedecen?” (versículos 23-27).
En el libro de Job leemos que Satán —si Dios se lo permite— puede ejercer cierto poder sobrenatural, hasta levantar “un gran viento” (Job 1:12-19). Entrado Jesús en el barco con Sus discípulos, luego “se levantó una grande tempestad de viento” (Marcos 4:37), probablemente la obra del “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2), el diablo; porque él quería destruir a Jesús. Pero su tentativa sólo resultó en la manifestación del poder de Aquel que era mucho más fuerte que el diablo: Jesús el Señor increpó a los vientos y a la mar; y fue hecha gran bonanza. Los discípulos se maravillaron; sus corazones no estaban preparados todavía para reconocerle cual “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
Tan pronto que desembarcó en la ribera opuesta del lago, encontró otro caso de necesidad: “le vinieron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, fieros en gran manera, que nadie podía pasar por aquel camino. Y he aquí clamaron, diciendo: ¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” (versículos 28-29).
“A lo Suyo vino [Jesús], y los Suyos [los judíos] no le recibieron” (Juan 1:11); pero los demonios sí le reconocieron (véase Marcos 1:23-26). Esos demonios eran espíritus desobedientes que Dios no podía perdonar: ellos sabían que habían de ser castigados, pero sabían también que el tiempo no había llegado (véase Mateo 8:29). Así que en vez de arrepentirse (como si eso hubiese sido posible), seguían con sus malas obras, apoderándose de dos seres humanos.
“Y estaba lejos de ellos un hato de muchos puercos paciendo. Y los demonios le rogaron, diciendo: Si nos echas, permítenos ir a aquel hato de puercos. Y les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de puercos; y he aquí, todo el hato de los puercos se precipitó de un despeñadero en la mar, y murieron en las aguas” (versículos 30-32).
Parece que les gusta a los demonios incorporarse en cuerpos físicos. Aquellos presentían que Jesús iba a echarlos fuera de los hombres afligidos y pidieron permiso de entrar en los puercos, “los cuales eran como dos mil” (Marcos 5:13); ¡qué pensamiento degradado!
“Y los porqueros huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y he aquí, toda la ciudad salió a encontrar a Jesús; y cuando le vieron, le rogaban que saliese de sus términos” (versículos 33-34). Podían soportar la presencia de los demonios, pero no la santa presencia del Hijo de Dios. ¿Por qué? Porque habían perdido dos mil puercos; pero ¿qué hacían ellos, criando puercos, cuando la ley de Moisés prohibía a los israelitas comer carne de cerdo (léase Levítico 11:4,7-8)?
Y ¿qué de los hombres librados de los demonios? Marcos nos narra que uno “que había sido atormentado del demonio”, estaba “sentado y vestido, y en su juicio cabal” (Marcos 5:15). Luego Jesús le mandó evangelizar en su casa, entre sus parientes y alrededor en su pueblo (véase Marcos 4:19-20).
(seguirá, Dios mediante)
Contrastes entre Israel y la Iglesia: Parte 6
(continuación del número 156)
Bendiciones
Las bendiciones características del israelita eran terrenales. Hay muchas Escrituras que las describen, por ejemplo:
“Apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu simiente daré esta tierra (la) de Canaán” (Génesis 12:5,7). Jacob y sus doce hijos eran la “simiente” de Abram, llamados “los hijos de Israel”. “Jehová dijo a Moisés: Ve, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac, y Jacob, diciendo: A tu simiente la daré” (Éxodo 33:1).
“Y será que, si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos Sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te pondrá alto sobre todas las gentes de la tierra; y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, cuando oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu bestia, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Bendito tu canastillo y tus sobras. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” (Deuteronomio 28:1-6).
Pero los hijos de Israel no obedecieron los mandamientos del Señor; por lo tanto perdieron Sus bendiciones y la tierra de Canaán (o sea Palestina). Las diez tribus fueron esparcidas entre las naciones (léase 2 Reyes 17) y nadie sabe dónde se hallan hoy día. Las otras tribus, Judá y Benjamín, fueron llevados cautivas a Babilonia después. Un remanente volvió a Jerusalem. Sus descendientes crucificaron a su Mesías, Jesús. Luego los romanos destruyeron a Jerusalem en el año 70 y los sobrevivientes de los judíos fueron esparcidos y hasta hoy existen en todas partes del mundo. Hoy en día hay dos ó tres millones en Palestina y la nación se llama “Israel”. Materialmente están haciendo grandes progresos, pero todavía son incrédulos y sin arrepentimiento; por lo tanto serán castigados más que nunca en los días de la gran tribulación que han de venir (Mateo 24:21-22). Entonces algunos de ellos —el remanente— se arrepentirán y recibirán a su gran Mesías, Jesucristo, cuando Él venga (léase Zacarías 12:10-14; Mateo 24:30; Mateo 26:64).
En contraste con todo aquello, las bendiciones de la Iglesia son muy distintas y elevadas: bendecida “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo: según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor; habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo a Sí mismo, según el puro afecto de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado; en el cual tenemos redención por Su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de Su gracia” (Efesios 1:3-7).
¡Qué contraste más marcado! Los creyentes en Cristo Jesús, pecadores salvos por la gracia infinita de Dios y limpiados del todo por la sangre preciosa de Cristo, son bendecidos —no con los frutos de una porción de la tierra en Canaán, sino— con toda bendición espiritual. Hay muchas, y los creyentes son bendecidos con todas. Además, todas son de categoría altísima. Hablando reverentemente, Dios Padre mismo no hubiera podido concebir bendiciones más altas, más sublimes y más dignas de Su persona que éstas. Basta meditar en este pasaje en Efesios para poder comprender y apreciar cuáles son las bendiciones celestiales derramadas en los que son hechos hijos de Dios por adopción a Sí mismo por medio del Señor Jesús.
Aquí en la tierra Dios nos promete a los creyentes sólo tres cosas: comida para sostener nuestra vida; vestido para cubrir el cuerpo; y persecución por cuanto estamos en un mundo opuesto a Cristo, nuestro Salvador y Señor. Él está arriba en el cielo; allí está nuestro hogar; y allí nuestra herencia: bendecidos “con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo”.
(seguirá, Dios mediante)
Prefiero sufrir pérdida
Un zapatero, señalando un rinconcito en su pequeño taller, dijo: “Allí mismo, hace seis años, el Señor me dio la paz para mi alma atribulada; cuán bondadoso y bueno es Él”.
Después de haber conversado juntamente nosotros, gozando de comunión dulce en las cosas preciosas de nuestro Salvador y Señor, justamente antes de despedirnos el uno del otro, el zapatero dijo: “Quisiera hacerle saber algo de los ejercicios de mi alma hace poco tiempo”. Consentimos en escucharle. Luego él narró este relato:
Cuando me convertí a Dios, y conocí al Señor Jesús Su Hijo como mi Salvador, pensé que iba a prosperar en mi negocito; pero estaba muy equivocado, porque mis ganancias iban disminuyéndose. Durante el primer año gané menos que antes, durante el segundo menos aun, durante el tercero menos que nunca, y últimamente por fin he ganado tan poco que estaba al punto de dejar el taller y buscar otro empleo en una fábrica, aunque había disfrutado tanto de la presencia del Señor conmigo en este pequeño sitio. Entonces, conociendo al Sr. M., un hombre bondadoso que ocupaba un buen puesto en una gran fábrica cerca de aquí, le pregunté si sería posible conseguir un trabajo, y él me prometió que me avisaría cuando se presentara un empleo.
Pero después tuve un ejercicio profundo acerca de mi propósito. ¿Estaba buscando mi propia voluntad o la del Señor Jesús? ¿Quiere Él que abandone mi vocación actual para buscar otra?, pues he disfrutado mucho de dulce comunión con Él mientras trabajaba yo solo en este rinconcito. Entonces parecía que el Señor me decía: “¿Qué quieres? ¿Trabajar en la fábrica, y asociarte con la multitud impía y con pingüe sueldo, o quedarte en este rincón y gozar de Mi presencia con pocas ganancias?”. Fue un momento solemne. Reflexioné sobre todo ello: cuán débil soy, cuán propenso a ser desviado, cuán fácilmente podría perder la compañía dulce de mi bendito Señor. Luego le dije: “Señor, déjame disfrutar de Tu amistad aunque sea con pocas ganancias; prefiero sufrir pérdida material, que dejar de gozar de Tu presencia conmigo”. Desde luego estaba perfectamente tranquilo, y avisé al Sr. M. que no se preocupara más por conseguirme un empleo. Ahora bien, es notable que desde aquel tiempo mi trabajo fue aumentándose.
“Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). El deseo de alcanzar prosperidad económica es un gran impedimento al bienestar del alma. El resultado es que el Señor no tiene Su debido lugar en el corazón; y a pesar de las excusas ofrecidas, realmente la cuestión es: “¿Estoy buscando ganancia terrenal, o el disfrute de la presencia del Señor? ¿Es la comunión personal con Él el anhelo supremo de mi corazón?”. Para el creyente está escrito: “Porque a vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él” (Filipenses 1:29).
Dando ejemplo
No es necesario que los niños lleguen a una avanzada edad para ser aptos en discernir la verdadera sinceridad o la falta de ella en sus mayores. Ellos tal vez no dan expresión a sus reacciones; sin embargo son influenciados por lo que observan. Por lo tanto es muy importante que los padres se den cuenta de que sus niños les están vigilando en su persona y en su manera de obrar. Deben tener mucho cuidado de no caer en lapsos de andar defectuoso, pues los ojitos y los oiditos ven y oyen mucho. Ellos discernirán si la profesión cristiana de sus padres está prácticamente puesta por obra en su vida. Su porvenir puede depender más de lo que sus padres hagan, que de lo que aconsejen. Claro, hay que instruirlos en “los caminos rectos del Señor”, pero es la verdad prácticamente puesta por obra la que da énfasis a la enseñanza.
¿De qué serviría instruir a los niños de que “los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15:3), y de que Dios los ve cuando engañan a sus compañeros de juego, si ellos viesen a sus padres tomando aprovechando al vecino? Asimismo sería sin buen resultado decir a los niños que Dios oye las mentiras, si ellos ven en sus padres la práctica del engaño. Con todo eso, el fracaso de los padres no es una excusa justa para que los hijos pequen.
El apóstol Pablo fue un instrumento usado por el Señor para la salvación de muchas personas, y escribió a los corintios: “En Cristo Jesús yo os engendré por el evangelio” (1 Corintios 4:15). Ellos eran sus amados hijos, y como a hijos él los amonestó por carta (1 Corintios 4:14); pero les envió a Timoteo para amonestarles de sus caminos cuáles eran en Cristo (1 Corintios 4:17). Era un padre amoroso, enseñando a sus hijos, por palabra y por ejemplo, cómo debían de andar.
Timoteo era también hijo en la fe de Pablo, el cual ejercía un cuidado celoso por el bienestar espiritual de Timoteo; le escribía íntimamente y hablaba afectuosamente de él a otros hermanos. Le dio “palabras de edificación, exhortación y consolación”, pero hizo también referencia a su vida: “tú has comprendido mi doctrina, instrucción (o sea conducta), intento, fe, largura de ánimo, caridad (o sea amor), paciencia” (2 Timoteo 3:10). La doctrina (o sea enseñanza) de Pablo era importante, y lo es hoy, porque expone toda la verdad distintiva de la Cristiandad; pero Pablo le recordó a su hijo amado y colaborador que su conducta, o manera de vivir era la de veracidad, rectitud e integridad. Su intento (o sea propósito) fue igualmente edificante, pues tenía por meta vivir en este mundo para gloria de Dios y para conocer más y más del Cristo quien había cautivado su ser entero. Él poseía esa fe que dependía de Dios constantemente en cualquier circunstancia. Vemos muchos ejemplos de su largura de ánimo en los Hechos y en sus epístolas; amaba a los corintios, aunque mientras más los amaba él, menos le amaban ellos. En cuanto a la paciencia, él podía decirles: “Con todo esto, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia” (2 Corintios 12:12), la cual, sin embargo, no restringía su autoridad apostólica.
Ojalá que los padres cristianos consideren sus caminos, y que imiten el ejemplo de Pablo para con sus hijos en la fe. Los padres ocupan una posición algo parecida, pues deben ser guías espirituales para con sus hijos.
No hay lugar en que tenemos que ejercer más cuidado de no complacer a la carne, ni permitir lapsos en la conducta cristiana, que en el hogar. Alguien ha dicho: “Si quieres conocerme, ven y vive conmigo”. Es en el ambiente hogareño donde nuestro verdadero yo se manifiesta abiertamente. ¡Ojalá que los padres puedan darse cuenta de la gran importancia de vivir como verdaderos cristianos delante de sus hijos! Cómo se hacen las cosas pequeñas de la vida es de gran peso.
(seguirá, Dios mediante)
El zorro
Todos Uds. saben algo del zorro, animal pícaro, mañoso y astuto que arrebata las gallinas de noche. Saben también que se esconde y duerme durante el día en cuevas u hoyos en la tierra. Tiene una nariz puntiaguda, muy lista para olfatear, y orejas puntiagudas también e inclinadas hacia adelante para percibir cada pequeño sonido.
Vamos a ver cuáles lecciones podemos aprender de las Escrituras en cuanto a este animal.
1. “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; pues que nuestras viñas están en cierne” (Cantares 2:15). Si Uds. alguna vez han cultivado una vid con mucho cuidado, han esperado disfrutar de su fruto. ¿Qué dirían al descubrir alguna mañana que “las zorras pequeñas” habían echado a perder la vid?
Cuando Jesús, el Mesías, vino a Su propio pueblo terrenal, los judíos, Él buscaba fruto y no halló ninguno. Ese, Su pueblo antiguo, fue comparado a una vid: léase Salmo 80:8. Asimismo, Él busca fruto AHORA de Su pueblo celestial, que es la iglesia. “En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto y seáis así Mis discípulos” (Juan 15:8). ¿Crees en Jesús como tu propio Salvador? ¿Quisieras ser Su discípulo y llevar fruto para Él? Pero preguntarás: “¿Qué es fruto?” En la epístola de Gálatas 5:22-23, hallamos esta lista hermosa: “el fruto del Espíritu es: caridad [amor], gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”; estas virtudes pueden hallarse en medio de los deberes más sencillos de la vida cotidiana, si todo es hecho de corazón como para el Señor. Pero si no son hechos así, más bien con indiferencia y un puchero ‘No quiero hacer esto’, entonces no hay fruto llevado para Dios. “Las pequeñas zorras” por voluntad propia, o por indolencia, han echado a perder la vid. Faltan las uvas en cierne. Así que vigilemos en oración: “cazadnos las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”.
2. Jesús dijo, “Id, y decid a aquella zorra”, en respuesta a los fariseos que Le advirtieron: “Sal y vete de aquí, porque Herodes Te quiere matar”. Luego, dirigiéndose a la ciudad favorecida de Dios, dijo: “¡Jerusalem, Jerusalem! que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti: ¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina sus pollos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lucas 13:31-34).
Una “zorra” viene sólo para matar y destruir. Herodes, “aquella zorra”, (una figura de Satanás), hubiera querido destruir a Jesús —el bendito Jesús el cual anhelaba recoger Su pueblo para Sí mismo, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas.
Ahora bien, ¿qué pensarían Uds. de un polluelo que no quisiera refugiarse debajo de las alas de la madre gallina, más bien tardar donde la zorra podría devorarlo? Igualmente necio es cualquier niño o adulto que rehúsa venir a Jesús, prefiriendo permanecer entre los inconversos, expuesto a la saña de Satanás. Jesús tuvo que decir a Su pueblo terrenal: “no quisiste”. Y todavía tiene que decir a los que le rechazan: “Yo quise, mas vosotros no quisisteis”.
3. “Las zorras tienen cavernas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza” (Mateo 8:20). ¡Piensen en esto! El que creó todas las cosas, que dio a los conejos las hendiduras en las rocas, a las aves sus nidos, y aun a las crueles zorras cavernas en que se esconden, no tuvo donde recostar Su cabeza.
“El vino a morir”. No hubo lugar para Él aquí abajo donde no halló ningún fruto en Su propia viña, donde Su pueblo no quiso ser juntado en uno. No, pues Su hogar, Su lugar de descanso estaba en el cielo —en la casa del Padre— pero tuvo que morir, para que otros estuviesen con Él allá. ¡Ojalá que Uds. Le reciban, sean juntados por Él, llevando fruto para Él y esperando Su venida para llevarlos a la casa del Padre!
(E.G.B.)
Exhortación a los nuevos convertidos: Hechos 11:23
J.N. Darby
Morad con el Señor de todo vuestro corazón. Depended de Él. Después que hemos creído nos es dado a algunos tener un largo período de gozo, al principio de nuestra vida cristiana; pero Dios que conoce nuestros corazones sabe que estamos en peligro de depender más pronto de nuestro gozo que de Cristo. Él debe ser nuestro Objeto, no el gozo. Es verdad que después de vuestra conversión el pecado no domina más sobre vosotros, pero la carne está en vosotros y lo estará hasta el fin. Ella está siempre a la brecha y experimentaréis que, si no estáis alerta, si la vida divina no está cultivada en vuestros corazones, si no tenéis puesta vuestra mirada en Cristo, y no os alimentáis de Él, el pecado empezará de nuevo a germinar y echar raíces. En este caso, hay que destruirlas en cuanto aparezcan; la vieja naturaleza nunca puede producir buenos frutos; es la nueva la que lleva buen fruto para Dios. Pero, aunque la carne esté en vosotros, no os ocupéis en ella; ocupaos sólo en Cristo. ¡Que Cristo sea vuestra vida!
A medida que vayáis creciendo en Su conocimiento, también crecerá en vosotros un gozo más precioso que aquel de vuestra conversión. Yo he conocido a Cristo desde hace unos treinta o cuarenta años y puedo decir que tengo diez mil veces más gozo ahora que al principio. Es un gozo más profundo y más apacible. Es espectacular ver cómo el agua se precipita en cascadas con su imponente ruido; pero aquella que transcurre por la llanura es más profunda, llena de calma y útil para fertilizar la tierra.
Morad todos con el Señor de todo vuestro corazón. Un corazón descuidado es un azote para el cristiano. Cuando nos ocupamos en cosas fuera de Cristo, perdemos la fuente de toda energía. Cuando el corazón está lleno de Cristo, no hay cabida, ni deseo, para las vanidades del mundo. Si Cristo habita en vuestros corazones por la fe, alguien no os preguntaréis, como tan a menudo se suele oír: ¿Qué mal hay en hacer esto o aquello?, sino que os preguntaréis más bien: Lo que estoy haciendo, ¿lo hago para Cristo, y puede Él aprobármelo? No dejéis que el mundo intervenga en vuestras vidas, ni que cautive vuestros pensamientos. Me dirijo en especial a vosotros, los jóvenes recién convertidos. Los que ya somos en, tenemos más experiencia de lo que el mundo es y de lo poco que vale. Por delante os presenta todos sus atractivos y se esfuerza por atraeros a sí. Las sonrisas del mundo son engañosas, sin embargo os sonríe. Hace muchas promesas que no puede cumplir; sin embargo las hace. El hecho es que vuestros corazones son demasiado grandes para el mundo; éste no puede llenarlos. En cambio son demasiado pequeños para Cristo; pero no obstante, Aquel que ha henchido el cielo, los llenará hasta hacerlos rebosar.
Morad con el Señor de todo vuestro corazón. Él conoce cuán errante es nuestro corazón, y cuán pronto reemplazaría a Cristo por cualquier otra cosa. Estando cerca de Dios, aprenderéis a conoceros mejor a vosotros mismos, bajo la influencia de Su gracia; de otra manera lo tendréis que aprender amargamente con el diablo, si os dejáis vencer por sus tentaciones.
Pero Dios es fiel, y si os habéis alejado de Él, si otras cosas han intervenido, formando una zona insensible alrededor de vuestro corazón, si al fin deseáis volver, Dios os dice: ¿cuál es el obstáculo? Es necesario que os ejercitéis en ello para ser librados del todo. Acordaos que Cristo os ha comprado a precio de Su propia sangre a fin de que os alleguéis a Él y no al mundo.
No dejéis que el diablo se interponga entre vosotros y la gracia de Dios. Si por causa de negligencia de vuestra parte os habéis alejado de Dios, venid de nuevo a Él, y confiad en Su amor. No dudéis de Su gozo en recibiros de nuevo. Aborreced al pecado que os ha arrastrado, pero no injuriéis el amor de Dios por una falta de confianza en Su amor. ¡Ojalá pudieseis perder toda confianza en vosotros mismos! Pero no dudéis ni de Su obra, ni de Su amor. Él os ha amado, Él os amará hasta el fin. Hablad a menudo, hablad mucho, con Jesús. No os sintáis satisfechos, a menos que seáis capaces de andar con Él y conversar con Él como lo haríais con vuestro mejor amigo. No os conforméis a unas relaciones superficiales con Aquel que os amó y que os ha lavado de vuestros pecados con Su sangre.
La sustitución
En la Palabra de Dios la sustitución se relaciona con los convertidos, o sea los que forman la familia de fe, y jamás con los inconversos.
La propiciación es para todo el mundo (1 Juan 2:2). Es decir, Cristo ha cumplido con los reclamos de la naturaleza santa de Dios y ha llevado el juicio total del pecado en la cruz, de manera que Dios puede en justicia perdonar a cualquier pobre pecador que acepte el mensaje de Su gracia.
Pero la Palabra de Dios nunca dice que Cristo llevó los pecados de todo el mundo.
La Escritura dice, “habiendo Él llevado el pecado de muchos” (Isaías 53:12); y este pasaje es confirmado por Hebreos 9:28.
Pedro dice (hablando a los creyentes): “el cual mismo llevó NUESTROS PECADOS en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Él fue nuestro sustituto.
¡Cuán bendita la verdad divina que todo creyente, delante de Dios, es judicialmente PERDONADO! “Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades” (Hebreos 10:17). “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os son perdonados por Su nombre” (1 Juan 2:12).
¡Alabémosle por Su gracia infinita!
(seguirá, Dios mediante)
El pecado de muerte
Edward B. Dennett
Basta examinar cuidadosamente el texto de las Escrituras para ver lo que significa el “pecado de muerte”. Está descrito así: “Si alguno viere cometer a su hermano pecado no de muerte, demandará, y se le dará vida, digo, a los que pecan no de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que ruegue” (1 Juan 5:16).
La cuestión aquí es la del pecado cometido por un creyente: “Si alguno viere cometer a su hermano”. Y ya que es un creyente de quien se trata, el texto no puede aludir a la muerte eterna. En realidad aquí se trata de la muerte corporal. Así Ananías y Safira cometieron un pecado de muerte (Hechos 5). Tal era el carácter de su pecado, que Dios intervino y los apartó de la escena terrestre; ¡misericordioso castigo para ellos, y solemne advertencia para los demás! Pero, aunque pecaron de muerte, su posición eterna de redimidos “con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:19) no fue alterada, si eran verdaderos creyentes. Su muerte fue el resultado de la intervención disciplinaria de Dios en la Iglesia en este mundo. El Apóstol, escribiendo a los Corintios, alude a otras cosas similares. Con respecto a los abusos de la Cena del Señor, dijo: “ ... el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen” (1 Corintios 11:29-30); o sea que, por la intervención de la disciplina de Dios, muchos habían muerto.
Las explicaciones precedentes enseñan como no es posible saber de antemano lo que constituye el “pecado de muerte”, porque el Señor solo lo juzga. En realidad, el mismo acto no denota siempre el mismo grado de pecado, si las circunstancias difieren; no hay duda de que muchos han sido los Ananías y Safiras (léase Hechos 5:1-11) desde aquel día. Como lo hemos enseñado, ese pecado es el de un creyente y se refiere a la muerte corporal y no a la muerte eterna.
Notas misceláneas: Número 158
“Mas a vosotros los que oís, digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lucas 6:27-28).
Nunca abrigues resentimiento en tu corazón, no importa cuán malo sea el trato que hayas recibido de tu injuriador. Si le perdonas, serás mucho más feliz. Recuerda las palabras de verdad: “su honra es disimular la ofensa” (Proverbios 19:11). El Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “Perdona, si deseas ser perdonado” (compárese Marcos 11:25). La actitud perdonadora trae la verdadera felicidad, pero el resquemor acarrea el remordimiento.
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“¿A quién tengo yo en los cielos? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25).
Mientras el salmista meditaba sobre la porción que era suya en el Señor, y a la vez anhelaba disfrutar de su herencia celestial, él perdió su apetito para las cosas terrenales y no codició más de lo que era meramente temporal y transitorio.
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PUNTO: La humildad delante del hombre es a menudo la mejor prueba de la restauración del alma para con Dios.
(J.N. Darby)
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“Sabe el Señor librar de tentación a los píos” (2 Pedro 2:9).
Dios tiene mil llaves para abrir mil puertas en rescate de los Suyos aun cuando se presente aun el caso más extremo. Pero si procuramos meter la mano en Su accionar y preguntarle: “¿Cómo vas a hacer Tú eso o aquello?”, estamos errados. No tenemos nada que ver con el asunto: hay que dejar al Todopoderoso ejercer Su propio oficio y manejar su propio timón.
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Extracto: El Cristo resucitado es la demostración de la redención consumada; y si la redención es un hecho cumplido, entonces la paz del creyente es una realidad perfectamente fundamentada.
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“Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa ... ”.
“Discerniendo el cuerpo del Señor” ... “que si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:28-29,31).
La preparación esencial para comer la Cena del Señor es examinarse y discernirse a sí mismo. No es un descubrimiento agradable; efectivamente, lo que hallamos por medio de este juicio propio nos puede dejar pensando: “¿Participaré de la Cena?”. Pero habiéndonos juzgado a nosotros mismos previamente, somos exhortados a “comer”. Este ejercicio nos capacita a discernir el cuerpo del Señor: “Este es Mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lucas 22:19), aun siendo nosotros tales, cual hemos hallado ser, por medio del juicio propio. Tal realización debe animarnos a adorar al Señor de todo corazón.
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“Teniendo deseo de ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23).
Una anciana yacía en su lecho de muerte y las amigas que rodeaban la cama estaban llorando; pero ella no lloraba. Mirándolas, con calma les dijo, “Me voy”. Luego, mirando hacia el cielo, dijo, “Ya vengo”, y enseguida estuvo con su Señor.
¡Cuán diferente el fin del ateo notorio que gritó, “Quédese conmigo, pues no puedo soportar estar solo! Mande venir acá siquiera un niño, porque es un infierno el estar solo”. ¡Solitaria de veras el alma que, sin Cristo, ha de enfrontar a la Muerte y a la Eternidad!
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UNA PREGUNTA: Si Jesús murió a las tres de la tarde de viernes, y resucitó por la mañana del domingo, ¿cómo se entiende el dicho que estaría “el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mateo 12:40)?
UNA RESPUESTA: Es de notar que los judíos, por lo común, consideran cualquier parte de un día, o período de tiempo, como si fuera el todo. Así, desde la hora de nona (las tres de la tarde) de viernes hasta la madrugada del domingo, el intervalo sería llamado “tres días”, o aun “tres días y tres noches”, las noches no literal y numéricamente significadas, sino que el término, “día y noche” significa un día sencillo o sea un período diurno.
Jesús estuvo en el sepulcro una parte del viernes, todo el día sábado, (desde la puesta del sol al fin del viernes hasta el principio del primer día de la semana al ponerse el sol el sábado) más unas horas del domingo. Desde la creación del mundo el período diurno empezó de tarde, no de mañana: “fue la tarde y la mañana un día” (Génesis 1:5). Los dos discípulos, que iban caminando de Jerusalén hacia Emaús el domingo de la resurrección, dijeron al Señor: “esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora sobre todo esto, hoy es el tercer día que esto ha acontecido” (Lucas 24:13,21). Ellos contaban viernes por el primer día, el sábado por el segundo, y el domingo por el tercero. Otro ejemplo: “ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro” (Juan 20:26). Los judíos, refiriéndose a un intervalo transcurrido de una semana de días, o sea siete, dicen: “ocho días después”. Hay otros pasajes de la Biblia que demuestran la misma costumbre.
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“Dios ... nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a los que están en cualquiera angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” (2 Corintios 1:3-4).
El que quiere consolar a otros tiene que aprender el arte en el horno de aflicción. De nuestro bendito Señor Jesús está escrito que “en cuanto Él mismo padeció ... es poderoso para socorrer” (Hebreos 2:18).
Cuando pruebas y aflicciones se presenten, llevémoslas al Señor para poder aprender el secreto de Su consolación y de Su victoria. Siendo instruidos por Él, podremos compadecernos de otros y consolarles en verdad.
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Núm. 158. — Para enero y febrero de 1976. —1 de enero de 1976. — Palabras de Edificación, Exhortación y Consolación. — Publicación bimestral. — Oficinas editoriales y de impresión, Tipográfica Indígena, Domingo Diez 503-M, Cuernavaca, Mor., México. — Director, A. Farson A. — Reg. artículo 2a clase, 28 de enero de 1963. Consta de 32 Páginas. — Tiro 3200.