Número 19: Ocúpate en la lectura - Nuevo Testamento - meditaciones y preguntas

Table of Contents

1. Carta del editor - Número 19
2. Mateo 6:19-21: Tesoros
3. Mateo 14:22-34; 15:21-28: FE: ¿grande o poca?
4. Mateo 25:1-13: La venida del Señor
5. Marcos: El siervo
6. Marcos 12:41-44: La viuda
7. Marcos 16: La resurrección
8. Lucas 9:27-36: La transfiguración
9. Lucas 15:11-32: El hijo pródigo
10. Lucas 22:19-20: Haciendo memoria del Señor en Su muerte
11. Juan 6:22-35: ¿Qué puede satisfacernos?
12. Juan 10:14-39: Seguridad eterna
13. Juan 19:30: Consumado es
14. Hechos 9: La conversión de Pablo
15. Hechos 16: El carcelero de Filipos
16. Hechos 26: Pablo ante Agripa
17. Romanos 5: Los pecados y el pecado
18. 1 Corintios 1:10-13; 3:1-8: El orgullo
19. 1 Corintios 12: El cuerpo de Cristo: Su sustento
20. 2 Corintios 8-9: Riquezas de generosidad
21. Gálatas 5:22-23: El fruto del Espíritu
22. Efesios 1:3-14: Bendecidos
23. 1 Tesalonicenses 4:13-18: Seremos arrebatados
24. 2 Timoteo 3:14-17: Un recurso en el día malo
25. Hebreos 10:1-18: Una vez para siempre
26. 1 Pedro 3:1-9: Maridos y mujeres
27. Apocalipsis 2-3: Las siete iglesias

Carta del editor - Número 19

D.E. Rule
Amados hermanos y amigos:
Quiero hacerles dos preguntas: ¿Han leído todo el Nuevo Testamento? ¿Han leído toda la Biblia? Dios nos ha dado un libro que es esencial para nuestras vidas, pues son “ ... las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17). Es esencial que leamos toda la Palabra de Dios. En este librito estamos suministrando algunas preguntas cuya finalidad es ayudarnos a escudriñar las Escrituras y leer detenidamente; también hay una meditación para cada dos semanas. Es importante formar el hábito de no solo leer la Biblia, sino meditar en su contenido, reflexionar sobre lo que leemos, atesorarlo en nuestro corazón y aplicarlo a nuestra vida cotidiana.
Además, hemos incluido un versículo para memorizar con cada meditación. Salomón en el Salmo 118:11, escribió: “En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti”. Para que la Palabra de Dios llegue al corazón es necesario que primero pase por la mente. ¡Qué bueno cuando empezamos a guardar los versículos en nuestra memoria! “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). El Espíritu Santo puede ayudarnos a recordar algo específico cuando lo necesitamos: de aquello que hemos leído, oído y/o memorizado.
Para quienes completen toda la lectura del Nuevo Testamento, contesten todas las preguntas y nos manden por correo su librito, les devolveremos el librito revisado con un premio.
Se puede seguir las fechas en la lectura o su propio cronograma; pero es recomendable leerla de manera consecutiva para así asegurarnos de que hemos leído todo. Aparte, siempre hay oportunidad de escudriñar temas y porciones específicas.
Tu hermano por gracia,

Mateo 6:19-21: Tesoros

¿Dónde están nuestros tesoros? ¿Necesitamos echar llave para protegerlos? ¿Cuánto van a durarnos hasta que tengamos que reemplazarlos? ¿Nos satisfacen? Estas preguntas son importantes. Muchas veces he visto a personas que con su ropa nueva no se meten en el lodo y luego empiezan a jugar, otros en cambio saltan sobre los charcos con sus zapatos nuevos, pues tratan de cuidar bien las cosas que para ellos son preciosas. Es importante cuidar las cosas que Dios nos ha dado, pero finalmente la ropa se ensucia y las cosas de metal como el carro o la bicicleta nueva se oxidan. Aun más, los ladrones entran en las casas para llevarse las cosas de valor. Estar preocupado por todo esto es pecado.
Nuestros tesoros genuinos deben estar en los cielos, pues allí no puede entrar algo que los corrompa, ya que Dios cuida bien las cosas que Son suyas y no se dañan y jamás se pierde algo. Por eso, la fe que se ha depositado en Él no está mal puesta.
Nuestro Señor Jesucristo es el mejor ejemplo. Mira cómo usó su tiempo en Mateo capítulos 8 al 10. ¿Estás aumentando tesoros terrenales o celestiales? Considera la manera en que invirtió su tiempo con las personas. Hizo milagros que testifiquen de su Padre y vemos que siempre está ante otros. A manera de ejemplo mira Mateo 9:36, donde leemos sobre la compasión por su pueblo, pues Su corazón de amor estaba pendiente de sus necesidades y en varias ocasiones habló con sus discípulos acerca de ellas. Él estaba pensando en la necesidad eterna de las almas de los hijos de Israel e hizo Su obra para el bien de ellos. En todo estaba buscando las cosas de arriba.
En Mateo 9:10 leemos que el Señor estaba sentado a la mesa y que necesitaba comer como cualquier hombre. La palabra dice que muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con Él y con sus discípulos. Entonces, los fariseos empezaron a quejarse de inmediato: ¿Cómo podía ser que el Señor Jesucristo pasase tiempo con pecadores e interesarse por ellos? Pero en el versículo 13 Él revela lo que pensaron en secreto cuando dice: “Misericordia quiero y no sacrificio”. En verdad estaba más interesado por sus almas que por los actos externos, ya que si el alma está bien de salud entonces la persona va a actuar de manera correcta. El Señor actuó en amor hacia los pecadores y de esta manera mostró que su tesoro no era tener una buena reputación para con los fariseos, ni una comida excelente; sino las almas de los pecadores. Como dice en el versículo 13: “Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”. Vino a buscarnos a los pecadores para llevarnos a su hogar en el cielo: es allí donde guarda Sus tesoros. También nosotros tenemos el privilegio de apreciar aquellas cosas celestiales que para Él son preciosas.

Mateo 14:22-34; 15:21-28: FE: ¿grande o poca?

A veces, pensamos que la fe es un sentimiento muy deseable: que si tenemos una fe fuerte y grande, entonces tendremos la confianza, la certeza y el gozo; pero que si es poca, pasaremos los días temblando, llenos de temor e incertidumbre. Como consecuencia tratamos de tener los mejores sentimientos, pero en realidad esto es muy difícil, porque los problemas de la vida nos acechan y los quehaceres nos preocupan; además las dificultades llenan nuestras mentes y empezamos a hundirnos y llenarnos de sentimientos tristes. Y así podemos empezar a lamentarnos: ¡Qué lástima que mi fe no sea tan grande como la de otros! ¿Pero qué dice la Biblia de la fe? ¿Tiene que ver con nuestros sentimiento o es por mirar a Cristo? Veamos la respuesta en Mateo 14:22-34 donde el Señor habla de “poca fe” y en Mateo 15:21-28 donde Jesús dijo: “grande es tu fe”.
En Mateo 14 leemos que los discípulos estaban en medio del mar, en la oscuridad de la noche, en una barca azotada por las olas. ¿Has estado en una barca? Debo decirte que si has tenido esa experiencia estarás de acuerdo conmigo en que no hay algo mejor que pisar tierra firme; quizá te sentiste mareado y si estuviste en medio de una tormenta la situación seguramente fue aun más difícil. Así, el temor creció cuando ellos vieron que alguien estaba caminando sobre el mar y gritaron de miedo: ¡Un fantasma! Pero en ese instante oyeron la sublime voz de Jesús que les dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” ¡Cómo cambia la situación! Al escuchar la voz del Señor, Pedro dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Y cuando recibió la respuesta: “Ven”, empezó a andar sobre el mar. Luego de verle y escuchar su invitación, Pedro fue hacia él en medio de la tormenta: sus oídos estaban llenos de la palabra de Dios y sus ojos estaban viendo la forma del Señor en la oscuridad de la noche. Pero ¿por qué comenzó a hundirse? ... Hemos pasado por alto algo muy importante: luego de haber salido de la barca y antes de que empiece a hundirse, Pedro cambió su punto de vista. Vio el viento y su corazón se llenó de temor. El Señor le dijo: “¡Hombre de poca fe!” porque cambió su punto de vista, no porque tuvo temor: el temor surgió luego que dejó de mirar a Cristo.
En Mateo 15 vino una mujer cananea a Jesús diciendo: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Su hija era atormentada por un demonio pero aquella mujer no era israelita, así que no tenía derecho a recibir la bendición a través del rey de Israel, el Hijo de David; y, por eso el Señor no contestó su petición: quería que ella acepte su posición como una pecadora que no tenía derecho alguno. Los discípulos trataron de mandarle, mas no pudieron; entonces escuchó del Señor que había sido enviado solo a los hijos de Israel y tuvo que cambiar su clamor y dijo: ¡Señor, socórreme! Dios siempre quiere que vayamos a Él tal y como somos. El Señor le respondió: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”, ya que los gentiles eran como perros para los judíos. Pero ella aceptó ser como un perrillo y en esa condición pidió ayuda a Dios, pues sabía que Él era el único que podía salvarle y que Su corazón estaba lleno de amor y bendición aun para aquellos que no tenían derecho. Se apoyó en la fidelidad de Cristo y no apartó su mirada de Él; se postró ante Su presencia, sin ningún derecho; mas al descansar en Su amor Dios le bendijo de inmediato. Jesús le contestó: “Oh mujer, grande es tu fe”. La fe grande no es un sentimiento, sino la certeza que tiene como fundamento la Palabra de Dios, pues el Señor es el único que puede ayudarnos y además está dispuesto a darnos lo mejor. Las acciones demuestran la confianza y muchas veces los sentimientos siguen a las acciones; pero esto en sí no es fe, pues la fe es un don de Dios que se agarra de la Palabra de Dios y de esta manera es mucho más estable que los sentimientos.

Mateo 25:1-13: La venida del Señor

Los Israelitas en el tiempo del Señor tenían en sus bodas costumbres que eran muy interesantes. El esposo salía de su casa rumbo a la de su esposa e iba para traerla a su propia casa. Cuando salía, los invitados gritaban: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Todo esto se realizaba en la noche y todos tenían que estar preparados con sus lámparas para alumbrar el camino.
Dios nos da una historia llena de figuras emocionantes en Mateo 25:1-13. La noche, como sabemos, es un tiempo sin mucha luz. En este mundo muchos ya viven sin la luz de la Palabra de Dios, pues actúan como quieren sin pensar en el Dios que dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12). Él nos ha llamado para que seamos luces en medio de estas tinieblas espirituales. También las vírgenes de este hermoso relato conocían su responsabilidad, pues debían estar despiertas, atentas y preparadas para la venida del esposo. Parece que empezaron muy bien, porque dice que las cinco prudentes tomaron aceite en sus lámparas y se prepararon cuidadosamente para la venida del esposo. ¿Tiene el aceite algún significado espiritual? En la Palabra de Dios muchas veces vemos que se usa el aceite como una figura del Espíritu Santo.
Los sacerdotes eran ungidos con aceite y sangre (léase Levítico 8:23-30). Primero pusieron la sangre de un animal, figura de la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo pecado y después rociaron el aceite sobre el sacerdote. Un cristiano primero acepta la salvación basada en la sangre del Señor Jesucristo y entonces Dios le da Su Espíritu Santo para que more en el nuevo creyente (léase Efesios 1:13). También la Palabra dice en 1 Juan 2:20: “Pero vosotros tenéis la unción del Santo”. Los judíos tenían la costumbre de ungir con aceite; nosotros, en cambio, somos ungidos con el Espíritu Santo. Entonces, la preparación para la venida del Señor es la salvación, cuando el Señor nos da gratuitamente Su Espíritu Santo. Las vírgenes que se quedaron sin aceite no tuvieron tiempo suficiente para ir a comprar cuando escucharon el grito; pero tenían las lámparas y parecía que tenían un verdadero interés en la venida del esposo. Sin embargo, esto no era la verdad, pues jamás pudieron entrar y disfrutar de las bodas. ¿Estás preparado? ¿Le conoces a Él como tu propio Salvador?
Las vírgenes tenían una responsabilidad: mirar a qué hora viene el esposo. ¿Pero qué hicieron? En Mateo 25:5 leemos que ellas se durmieron. Ellas dejaron de esperar con una anticipación sencilla. En verdad, no hay manera alguna de pensar en el esposo, prepararse para su venida o tener la luz prendida en la obscuridad si alguien está durmiendo. Dios nos dice en 1 Tesalonicenses 1:10: “y esperar de los cielos a su Hijo”.
Es nuestro gran privilegio esperar al esposo de la iglesia: el Señor Jesucristo. Y mientras esperamos Dios nos dice en Filipenses 2:15: “para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. Así como las vírgenes, nosotros tenemos el privilegio de iluminar un mundo obscuro con la luz de Dios, mientras esperamos con gozo la venida del esposo de la iglesia. Si estas cosas no son importantes para nosotros estamos dormidos espiritualmente. ¡Qué bueno si el Señor viene y nos halla esperando su venida!

Marcos: El siervo

“Cristo Jesús: El cual, siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios; sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en la condición como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8, RVR 1909).
Aquí, tenemos dos cosas que Cristo hizo consigo mismo: despojarse de su vestidura divina (pero no dejar de ser Dios) para tomar forma de siervo y como hombre (sin naturaleza pecaminosa) se humilló haciéndose obediente hasta la muerte.
El segundo evangelio, según Marcos, presenta a Cristo en su forma de Siervo. Cristo es el Siervo incansable de Dios y de los hombres. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Y le buscó Simón, y los que con él estaban; y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. Él les dice: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido” (Marcos 1:35-38). Sí, el Hijo de Dios vino para servir y no para ser servido. ¡Qué extraordinario, Dios hecho hombre para servir! Cristo fue la demostración pública de lo que Dios esperaba de Su pueblo. ¿Y qué esperaba? Un pueblo que amara Su voluntad y que no solo hiciera lo que Les dijese. ¿Pero qué encontró Dios? Un “pueblo de dura cerviz” (Éxodo 32:9). Todo lo contrario se hallaba en la persona de Cristo, como dice en Isaías 50:5: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. La senda del verdadero siervo es andar en obediencia delante de Dios oyendo su voz.
Cristo amó hacer la voluntad de Dios, como lo menciona Lucas 22:42: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Un siervo no tiene voluntad propia, sino que hace todo lo que su Señor le dice, pues tiene un oído fiel y hace exactamente lo que escucha. Cristo como Siervo fiel, hizo siempre lo que oyó del Padre: su voluntad perfecta. Cristo se hizo siervo por su propia voluntad, dándonos un gran ejemplo a seguir. Cada paso marcó un servicio genuino: sin lamentos, ni murmuraciones; no hubo pensamiento alguno en contra de los deseos del Padre, antes armonizaban con los suyos. En el evangelio según Marcos encontramos que mucha gente recurría a Él: enfermos, endemoniados, paralíticos, leprosos y Él estaba allí para servir con amor a todos por igual. Para dar pronto socorro, cuando calmó la mar; para apaciguar el hambre de la multitud; para dar salvación a todo aquel que en él cree.
¿Por qué Su servicio? Dios mostró al hombre el deseo de servirle desde que empezó Su relación con él. El Cristo Hombre fue la revelación perfecta de las delicias del Padre en un mundo de pecado; sin embargo, la humanidad continuó dura de cerviz. Todos disfrutaron los favores de Cristo y en verdad los necesitaban; pero habían olvidado contemplar la bondad de Dios, de manera que Cristo fue rechazado y nadie consideró su servicio de amor y paciencia. Mas su servicio no concluiría, ya que Él fue fiel y obediente hasta el fin. La cruz símbolo de horror, vergüenza y maldición fue Su mayor obra a favor de los hombres y completa como para satisfacer las exigencias de un Dios tres veces Santo. La obediencia llegó entonces a su clímax cuando Cristo tuvo que depender en los propósitos eternos de Dios para con Él y se humilló, sin decir nada en contra de la voluntad suprema; pues fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Cristo es visto por Dios como el Siervo Perfecto, con toda una vida impecable dedicada a Dios. ¡Qué servicio! ¡Qué obediencia! Aun lo más grandioso fue que amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella y por este amor permanecerá como Siervo para siempre. “Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre; entonces su amo lo llevará ante los jueces, y le hará estar junto a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre” (Éxodo 21:5-6). Nuestro Señor Jesucristo será Hombre perfecto por toda la eternidad. ¡La gloria y honra sean para Él!
Que el servicio en la vida del Señor Jesús nos anime y esfuerce en gran manera para la labor que tenemos por delante. ¿Qué crees? ¿Producirá algún efecto la vida de Cristo en nosotros ¡Nuestro Señor se lo merece! Dios espera de nosotros una vida de servicio en amor y gratitud.

Marcos 12:41-44: La viuda

Imagínate por un momento estar en la situación de la viuda. Ves los precios de la comida: todo cuesta caro. ¡Y la plata no alcanza! Incluso los pajarillos, tal vez la carne más barata que había en aquel entonces, se vendían dos por un cuarto. Pero en tu bolsillo tan solo hay lo suficiente como para comprar apenas la octava parte de uno de ellos. Ni siquiera lo suficiente para un pajarillo entero. ¿Y de dónde vas a sacar más plata si eres una viuda pobre que vives en un país ocupado por un poder extranjero? ¿Tal vez de los líderes religiosos? Pero ellos según lo que leemos en Marcos 12:40: “devoran las casas de las viudas”. Esta era la situación de una viuda muy pobre que vivió cuando el Señor estaba aquí en la tierra. Dos blancas, el pago de ocho minutos de trabajo, era “todo lo que tenía”. Pero Dios escogió a ella, quien dio “todo lo que tenía” para la ofrenda de Dios y no para los líderes poderosos y ricos, a fin de darnos una lección preciosa acerca de lo que a Él le agrada. Cuando Jesús vio lo que ella hizo, llamó a sus discípulos para enseñarles. Y de igual manera, Él también quiere enseñarnos por su ejemplo.
Dios no pide de nosotros lo que no tenemos, sino lo que tenemos. 2 Corintios 8:12 dice: “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene”. Dios siempre está buscando una voluntad dispuesta a hacer Su obra. No necesita dinero, pues Él hizo el universo y todo le pertenece: “ ... mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados” (Salmo 50:10). Dios nos pide la ofrenda para darnos la oportunidad de tener comunión con Él en Su obra. Los santos de Macedonia captaron bien esta actitud. Ellos, así como la viuda, eran muy pobres y ofrendaron “aun más allá de sus fuerzas”. En 2 Corintios 8:5, Dios nos explica cómo sucedió esto: “a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”. Ellos dieron al Señor todo lo que tenían y lo hicieron de corazón; así estaban dispuestos a compartir también para las necesidades de los hermanos.
Dios conoce los recursos de cada uno, pues Él nos ha dado todo lo que tenemos. Por ello, estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, sabía exactamente la cantidad de dinero que cada persona daba para las necesidades de su casa. Y sabía muy bien que la mayoría daban “de lo que les sobra”. Pusieron en primer lugar sus intereses y luego ofrecieron tan solo lo que no necesitaban: aquella parte extra que les sobraba era para el Señor. Tal vez, los demás podían escuchar muy bien cómo sonaban todas las monedas gruesas al chocar contra el arca; sin embargo, la viuda echó todo lo que tenía y aunque no quedó nada para ella, había dado primero para el Señor. “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre” (Hebreos 6:10). La viuda mostró confiar en el amor y fidelidad de Dios, quien vio su contribución y amor; y, siempre cuidó de ella. Nosotros también tenemos el privilegio de ofrecer lo mejor de nuestro tiempo, dinero, esfuerzo y energía para Él. Ofrendemos al Señor, no de lo que nos sobra; sino hagámoslo aun en medio de nuestras necesidades. ¡Él cuidará de nosotros! Así, descansando completamente en Su gracia sabemos que nos ama y que proveerá para nuestras necesidades.

Marcos 16: La resurrección

Satanás parecía tener el triunfo asegurado pues un soldado romano metió su lanza en el costado del Señor Jesucristo y salió agua y sangre. Era evidente que Jesús había muerto y según la apariencia a los ojos del ser humano Satanás al fin había logrado matar al Hijo de Dios. Decimos “según la apariencia” porque Dios muchas veces esconde las cosas de la vista del ser humano. En aquellas tres horas de tinieblas Cristo padeció “una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne...” (1 Pedro 3:18) Es importante recordar que “el aguijón de la muerte es el pecado” (1 Corintios 15:56). Todos los seres humanos de una u otra manera le temen a la muerte, la cual es consecuencia del pecado y su fin, ya que entró en el mundo por medio de la desobediencia de Adán y aun ahora sigue reinando como el Rey de los Terrores. El centurión había informado a Pilato que Cristo en verdad estaba muerto. Además, José de Arimatea bajó de la cruz el cuerpo del Señor, lo envolvió en una sábana nueva, lo puso en un sepulcro cavado en una peña, luego cerraron la puerta de la cueva con una piedra grande y se fueron entristecidos, quizá pensaron: ¿Quién podría resucitar de los muertos?
Cristo dijo que iba a resucitar al tercer día, pero parece que María Magdalena no entendió el mensaje y vino trayendo especias aromáticas para ungir el cuerpo del Cristo muerto. Ella tuvo el gran deseo de ver al menos el cuerpo de su Señor, de la persona que tanto hizo por ella; pero Cristo le concedió el privilegio de ser la primera persona en verle resucitado: “apareció primeramente a María Magdalena” (Marcos 16:9).
El Señor Jesucristo dijo claramente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). Él es vida en Sí mismo y aunque murió en la carne no fue posible que la tumba pudiera retenerle, pues la vida triunfó sobre la muerte y Dios Le levantó en victoria. Aunque la muerte del Señor pareció ser una completa derrota, para Dios no fue así; sino que allí Satanás fue totalmente vencido pues Dios le quitó el arma más poderosa que tenía: la muerte y después mostró que Él tiene poder sobre ella. Vemos que Dios quedó tan satisfecho con la obra de su Hijo en la cruz que Le resucitó de entre los muertos, como dice Romanos 6:4: “Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre”. La obra de Cristo en la cruz satisfizo a Dios y por eso Le resucitó para mostrar Su inmensa complacencia.
Es como si tuviéramos una deuda tan enorme que no podemos pagarla y alguien viene, nos dice que tiene para pagarla y que quiere cancelarla; entonces va a quien le debemos y entra en su casa, entre tanto nosotros nos quedamos fuera. Es posible que haya pagado la deuda, pero no lo sabremos hasta que nuestro amigo y el acreedor salgan a la puerta; finalmente salen y el acreedor en señal de completa satisfacción da un abrazo a nuestro amigo, quien tiene el recibo de pago en su mano. Entonces nosotros podemos regocijarnos porque no quedó ni un centavo por pagar. En las cosas espirituales es algo así, pues Dios ha dicho que la obra redentora de Cristo fue de su completo agrado y que no hay nada que podamos añadir o hacer. Nuestra deuda en cuanto al pecado está pagada, pues Cristo salió de la tumba: ¡Él resucitó! ¡Qué gozo para nosotros! Ahora, no solo podemos creerlo, sino también regocijarnos. ¡A Dios sea la Gloria!

Lucas 9:27-36: La transfiguración

El mundo, en la actualidad, no tiene paz; sino que está lleno de guerras, conflictos, disensiones, huelgas y temor; es más, muchos se quejan de su gobierno y desearían tener uno perfecto. El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la tierra como el Mesías de Su pueblo Israel y le ofreció paz y sanó a muchos, pues todos los que acudieron a Él fueron sanados de sus enfermedades. Faltaba tan solo una cosa: que los judíos, Su pueblo, le reconozcan como su Señor, obedezcan y honren; pero, en vez de esto, llenos de celos y envidia le rechazaron. Sin embargo, Dios nunca ha fracasado en sus planes y tan solo postergó el reinado de Cristo, el Mesías; pero muy pronto llegará aquel día en que Él va a reinar sobre toda la tierra con justicia.
Para animar a algunos de sus discípulos, el Señor Jesucristo les dio una pequeña visión de la gloria futura, como leemos en Lucas 9:27: “hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios”. Los discípulos pasaron junto al Señor mucho tiempo porque le amaban y creían que Él era su Mesías; mas no habían entendido lo que les había dicho: iba a padecer, morir y resucitar de entre los muertos y necesitaban ser animados; fue así que por la misericordia de Dios gustaron un poco de aquella gloría venidera del reino de Dios.
En el monte donde Jesús les invito a subir los discípulos reconocieron a Moisés y a Elías. Moisés era el gran líder del pueblo de Israel en el desierto y quien además recibió la Ley de Dios y Elías era el gran profeta que ascendió al cielo en un carro de fuego. Ellos también vieron el rostro del Señor y sus vestidos resplandecientes, cubiertos de gloria. Impresionados con este acontecimiento y no sabiendo qué hacer, Pedro cometió el error de sugerir que se construyan tres enramadas para aquellas tres personas importantes: Moisés, Elías y Jesús. Si lo tomamos a la ligera parecía una buena idea, porque honrarían a personas importantes; pero nadie que haya vivido en la tierra, merece la gloria que le pertenece a nuestro Señor Jesucristo y Dios no lo permitió.
Y mientras Pedro continuaba hablando una nube los cubrió; entonces Moisés y Elías desaparecieron y tan solo quedó Jesús, luego se oyó desde los cielos estas palabras: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Lucas 9:35). Nadie en absoluto puede compartir este puesto de gloria, honra y adoración que solo pertenece al Hijo. Dios el Padre expresa Su deleite en Su “Hijo amado” y quiere que escuchemos muy bien a aquella Persona que siempre ha hecho Su voluntad perfecta. Nadie debe reemplazar a Cristo en nuestros corazones, aunque sean personas tan destacadas como lo fueron Moisés y Elías, no deben ocupar este lugar. A veces vemos personas que sirven a Dios y queremos imitarles, pues imitemos su fe y recordemos que el único que merece ser imitado es nuestro Señor Jesucristo. Esta lección quedó desde entonces grabada en la memoria de Pedro y la comparte con nosotros en su segunda epístola: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2 Pedro 1:16-17).

Lucas 15:11-32: El hijo pródigo

Todo está listo para una gran fiesta: vestido nuevo, un anillo en su mano, calzado en sus pies y el becerro más gordo. Pero ¿quién podría tener el privilegio de disfrutar estas cosas? Parece que se trata de una persona muy importante, quizás una eminencia a quien se le rinde homenaje. Con toda seguridad podríamos decir que cualquiera de nosotros desearíamos tener tal privilegio.
“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes” (Lucas 15:11-12). Un día el más joven decidió que era tiempo de recibir por adelantado su herencia. En la casa de su Padre nada le faltaba, pero quiso vivir independiente y muy confiado se fue lejos, a una provincia apartada, para hacer lo que quisiera con su vida. ¿No sucede lo mismo con la humanidad que no busca una relación con Dios, sino que vive muy lejos de Él? Pasó el tiempo y aparentemente disfrutaba todo lo que podía: diversiones, mujeres, banquetes y de esta manera desperdició vanamente todos sus bienes, hasta que quedó abandonado a su suerte. Hubo hambre en aquella provincia y no tenía nada para comer: en la casa de su padre había tenido todo, pero ahora no tenía nada.
En la actualidad la gente no quiere admitir su necesidad de Dios. Tienen hambre y sed; pero viven en un mundo de apariencias, lleno de pecado y maldad que no puede ofrecerles algo que satisfaga las necesidades del alma, puesto que la respuesta está solo en Dios. La humanidad prueba de todo a fin de satisfacer su hambre, hasta que finalmente adormece sus sentidos para no buscar a Dios, lo mismo que le sucedió al hijo menor. “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba” (verso 16). Para los judíos era prohibido comer carne de cerdo, pues les era inmundo; sin embargo, en su condición él llegó a estar con los cerdos y a considerarse como ellos. Y en ese momento la gracia de Dios le hizo volver en sí.
Al verse en esta humillante condición se arrepintió y dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (versos 17-19) En realidad solo Dios puede obrar un verdadero arrepentimiento. Notemos lo que dijo antes de ir para hacer las paces con su padre: “He pecado contra el cielo”, reconoció que Dios todo lo descubre y que ante sus ojos se ha pecado. ¿No es esta la gran responsabilidad que tiene el hombre: compungirse y arrepentirse de sus pecados delante de un Dios tres veces Santo?
En ese instante se levantó y dirigió al encuentro con su padre; ya no llevaba excusas consigo, tan solo un triste argumento, pero válido para que pueda disfrutar de paz y perfecta comunión. Sin embargo, el padre por la gracia de Dios le vio de lejos, corrió y con gran misericordia abrió sus brazos y le besó. Esta gracia representada en el amor del “padre”, un amor perfecto y sin igual que espera, no por lo que somos sino por lo que él es. ¡Qué encuentro! ¡Qué momento! “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). ¡Qué gran invitación para el corazón cargado de pecado! El amor de Dios está dispuesto a perdonar en este momento, sin importar cómo sea nuestra vida. Es interesante notar que el hijo confiesa ante su padre lo que se propuso en la presencia de Dios y dice: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (verso 21). ¡Qué gracia la de nuestro Dios que obra arrepentimiento para salvación! El hijo pecó y fue humillado, pero nunca perdió su parentesco ni dejó de ser amado y por eso el amor del padre no dejó que continúe hablando. Él tiene sumo gozo y desea demostrarlo a su hijo para que no quede duda, ni siquiera un sentimiento de culpa, sino restauración y comunión plena. ¡Qué amor!
“Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (versos 22-24) ¿Podemos imaginarnos este grandioso momento? ¡Qué privilegio! El vestido nuevo habla de una nueva vida; el anillo en su mano es símbolo de un amor puro, perfecto y eterno hacia él; los zapatos en sus pies, que cubrirían la vergüenza de su mal andar, hablan de una nueva senda en la gracia de Dios; y, el becerro gordo que había sido guardado para un momento tan especial, habla de la comunión y el reconocimiento de que es parte de esta alegría. No era para menos, pues él está vivo y también ha sido hallado. ¿Cuánto más crees que será el amor de Dios hacia cada hombre pecador que busca su perdón? “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:10).

Lucas 22:19-20: Haciendo memoria del Señor en Su muerte

Al principio de este capítulo podemos leer del odio y desprecio que los líderes religiosos del pueblo de Israel tuvieron contra Jesús. Un día acordaron con Judas, compañero de Jesús por tres años, capturarlo y matarlo. Los años del ministerio de Jesús estuvieron llenos de amor y luz; y, durante ellos salió a flote el enojo escondido dentro del corazón del ser humano. La Palabra de Dios dice que cuando Judas anunció su deseo de traicionar al Hijo de Dios, los principales sacerdotes y los escribas “se alegraron, y convinieron en darle dinero” (Lucas 22:5).
En medio de todo esto el Señor demostró una completa calma; pues antes de padecer tuvo el gran deseo de sentarse con sus discípulos para disfrutar de la comunión y les pidió que buscasen un sitio que señaló previamente: era un lugar apartado de la confusión del mundo, donde Él podía descansar con sus discípulos. Jesús dio instrucciones respecto al dueño del lugar diciendo a sus discípulos: “él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí” (Lucas 22:12).
En el aposento alto el Señor celebró la Pascua (una fiesta judía) con sus discípulos. Y allí Se rehusó a beber del vino que representa el gozo del reino venidero; pues cuando el reino de Dios venga, entonces lo compartirá con ellos. Sus discípulos en aquel entonces esperaban verle como rey, pero Su plan no era ese, ya que tenía que morir en la cruz, resucitar y ascender a los cielos para estar a la diestra de su Padre.
Entonces el Señor Jesucristo estableció algo completamente nuevo: hacer memoria de Él en su muerte, para lo cual escogió dos símbolos sencillos: un pan para representar Su cuerpo entregado a la muerte y el vino para Su sangre derramada en la cruz. Él compartió estas cosas con sus discípulos y les pidió que hicieran lo mismo, como leemos en 1 Corintios 11:25-26: “haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”. El Señor no nos ha dejado reglas, pero sí ejemplos. En Juan 20:19,26 y Hechos 20:7 leemos que los discípulos solían reunirse cada primer día de la semana para partir el pan en memoria del Señor. Nosotros también tenemos este privilegio de acercarnos a la mesa del Señor para partir el pan en memoria de su muerte, porque Él dijo: “haced esto... en memoria de mí”. No nos está exigiendo obediencia como si estuviésemos bajo la ley de Moisés, ni nos está proponiendo algo difícil de cumplir, tampoco nos ha pedido gran conocimiento de su palabra, tan solo quiere que estemos alrededor de Él quienes apreciamos su sacrificio redentor.
Ahora ya le conocemos como ascendido y sentado a la diestra de su Padre; pues nuestra relación es con un Señor vivo, eficaz y glorificado a Quien honramos, pero esto que es actual para nosotros no tenemos que recordarlo, porque por fe está ante nuestra vista. Sin embargo, hasta que venga tenemos el privilegio de hacer memoria de Él en sus sufrimientos, lo que ocurrió en el pasado; algo que sigue siendo tan precioso en nuestro presente y que será recordado para siempre. Hoy en día tenemos el inmenso privilegio de acceder a su petición y tomar de esos sencillos emblemas para hacer memoria de Él; pues llegará un día cuando no los necesitemos para recordar su muerte, ya que estaremos cara a cara con aquel Jesús que fue crucificado en el Calvario y veremos aquellas dolorosas marcas en sus manos y en su costado que soportó por amor a nosotros. ¡Cuán grandioso será aquel día!

Juan 6:22-35: ¿Qué puede satisfacernos?

Nadie puede vivir sin comer. ¿Y qué otra comida es más común que el pan? Muchas veces comemos el pan en la mañana y también en el almuerzo. Asimismo oramos a Dios pidiéndole que nos dé el pan diario. Son por estas razones que en el capítulo sexto de Juan, Dios hace uso del pan como una figura de lo que sostiene la vida. Al principio de este capítulo, el Señor Jesucristo hizo un gran milagro: dio de comer a cinco mil varones, y solo tenía cinco panes de cebada y dos pececillos. ¡Además sobró comida! ¡Qué milagro tan impresionante! La gente dijo: “Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14). Ellos quedaron sorprendidos y emocionados con tal milagro. Tal vez pensaron que de ahora en adelante sus vidas serían mucho más fáciles con la ayuda de alguien tan poderoso. ¿Qué crees? ¿Será así con nosotros? ¿Será que creemos que el Señor es un recurso fantástico para hacer más fácil nuestra vida?
Después que el Señor cruzó el mar la gente lo buscó con diligencia, preguntándose cómo había podido llegar allí. Ante los ojos de los hombres parecía un verdadero interés por el Señor; sin embargo debemos tomar en cuenta que Él en realidad no es cualquier hombre para que pueda ser engañado, pues es el Hijo de Dios y puede ver el corazón y conoce las intenciones que hay en el fondo: “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Él sabía que ellos, más que nada, estaban tan solo preocupados por sus estómagos y por sus vidas naturales.
El Señor Jesucristo, luego de sacar a la luz lo que en realidad les motivaba, les dio este consejo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece” (Juan 6:27). ¿Y cuál será el trabajo que necesitamos hacer para obtener esta comida? La respuesta es sencilla: solo creer, pues el Señor Jesucristo es el objeto de nuestra fe y por Él vivimos. Solo tenemos que contemplarle y tendremos todo el sustento necesario para nuestras vidas espirituales. No acudimos a Él en busca de una dádiva material o una vida cómoda, ya que Él no nos promete esto, sino que quiere darnos muchísimo más: desea darse a Sí mismo como nuestro sustento diario. La diferencia entre lo que ellos buscaban y lo que el Señor quiso darles es útil e inmensa a la vez. ¿Acaso no hemos tenido amigos que suelen asomarse para pedirnos favores y que luego de conseguirlos desaparecen de inmediato? Bueno, ¿es eso lo que queremos? Sinceramente creo que preferimos tener amigos que muestren un verdadero interés en nosotros, ¿verdad?
“Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). El Señor Jesús, Su persona, llena al creyente a fin de que no busque en otro lugar lo que necesita para vivir. El mundo ofrece todo tipo de cosas para que podamos vivir bien; es así que diariamente somos bombardeados con publicidad, pues las compañías ofrecen carros, productos de belleza, vacaciones, comidas, electrodomésticos y mucho más con la promesa de que obtendremos una vida feliz; pero esto jamás nos llenará, porque siempre quedará en el corazón un vacío que tan solo Jesucristo puede llenarlo y cuando le contemplamos por fe entonces somos saciados, nos sentimos en realidad completos y llenos de satisfacción, la cual nunca acabará. Las palabras que dijo el Señor Jesús son sencillas, claras y profundas: nunca tendremos hambre y jamás tendremos sed si creemos en Él. Y sabemos que no está hablando del hambre físico, sino del hambre del alma. La obra que nos pide, digámoslo así, es sencilla; pues creer en Él significa aceptar que ha dicho la verdad y descansar tan solo en Su fidelidad. ¡Que hoy mismo le aceptemos!

Juan 10:14-39: Seguridad eterna

Nuestra salvación no se fundamenta en nuestras propias obras; sino que toda nuestra seguridad y esperanza dependen de la obra consumada de Cristo. Si Su obra es perfecta, entonces tenemos paz para con Dios. Si algo de la obra de Cristo en la cruz no estuviese bien, entonces nuestras almas estarían perdidas: ¡Qué pensamiento tan horrible y que no cabe! La palabra de Dios dice que “somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre ... Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:10,12).
Nuestra santificación depende de la ofrenda de Jesucristo hecha una vez para siempre. El Señor no va a morir de nuevo nunca más y ahora está sentado a la diestra de Dios, Quien odia el pecado; pero que ha aceptado el sacrificio que Cristo ofreció en la cruz y quedó tan satisfecho que ha resucitado a su Hijo y le ha dado el primer lugar en el cielo. Sabemos que nosotros también estamos libres de condenación, porque somos “aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Nota bien esto: no somos aceptos por lo que hemos hecho o por lo que vayamos a hacer, sino en el Amado. La seguridad del creyente reposa en la perfección de Cristo y su obra redentora. Sabemos que Él “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). ¿Cuántos pecados cometiste antes que haya muerto Cristo? ¡Ninguno! Pero Dios cargó en su propio Hijo toda la inmensa carga del pecado de cada creyente, para que podamos ser salvos; no faltó ni uno solo.
En Juan 10:27-28 leemos: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Dice que Él da vida eterna a sus ovejas. Es obvio que alguien con vida eterna (en el sentido espiritual) no morirá jamás. ¿Cómo puede ser eterna si no dura para siempre? No podemos perder la vida eterna así como perdemos un billete de nuestro bolsillo; pues no es un objeto que se pueda perder, sino una calidad de vida que recibimos cuando creemos en Cristo. Adán cuando estaba en el huerto del Edén no tenía vida eterna y cuando pecó perdió la vida que tenía. Dios sabía que nosotros somos como Adán y nos dio vida juntamente con Cristo. Él no puede fallar y perder a uno de los suyos, pues nadie puede arrebatarnos de la mano de Cristo; además nosotros mismos somos incapaces de salir de Su mano porque hemos sido hechos hijos de Dios. (Véase Gálatas 4:1-7). Un hijo no puede cambiar de padres. Por más que se porte mal no hay cómo cambiar su naturaleza: sigue siendo hijo. Nosotros también seguimos siendo hijos de Dios aun cuando pecamos.
Ahora surge una pregunta que merece nuestra consideración: ¿Podemos pecar sin temer las consecuencias porque nuestro destino es seguro? ¡De ninguna manera! Así como un padre natural corrige a sus propios hijos según la carne, Dios también corrige a sus hijos espirituales. La vida eterna que recibimos cuando creemos en Él no puede pecar: odia al pecado, pero tiene una lucha con la carne que todavía quiere pecar. Dios nos ayuda en nuestras debilidades para que no pequemos, así que Él no es quien anima al creyente para que siga andando en pecado. Es cierto que algunos, como Judas, hacen una profesión de creer en Dios pero no es verdadera. Nuestras obras muestran lo que está dentro de nuestros corazones. ¿Estamos demostrando que somos hijos de Dios?

Juan 19:30: Consumado es

“¡Cómo me angustio hasta que se cumpla!” (Lucas 12:50).
“Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30).
En el versículo de Lucas 12 el Señor habla un poco de la angustia de su alma al contemplar el ser hecho pecado por nosotros. Él era y es santísimo: nunca pecó ni puede pecar, es más, odia el pecado; por eso contemplar la cruz angustió su alma perfecta. Ni siquiera podemos imaginarnos el costo total de sus sufrimientos. Continuando la lectura en el libro de Lucas, más adelante leemos sobre su angustia en Getsemaní cuando “era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Allí le vemos en su agonía, tuvo que poner a un lado su voluntad y entregarse al cumplimiento de la voluntad de Dios. Toda su vida anduvo en la luz pero iba a pasar a las tinieblas y sufrir el castigo de nuestros pecados. Toda su vida caminó en comunión con Dios; pero en la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).
Nuestra salvación costó mucho más que sus sufrimientos a manos de hombres injustos; pues el pago de nuestro rescate fue tres horas de sufrimiento inexpresable bajo el látigo de un Dios santo y justo. Se puede entender algo de lo que Él sufrió cuando somos menospreciados. Tal vez algunos de nosotros hemos experimentado el ser insultados o golpeados por enemigos, lo cual nos ayuda a sentirnos identificados y comprender mejor Sus sufrimientos a manos de hombres injustos. La única forma de aprender algo de lo que Él sufrió al cargar sobre Sí mismo nuestros pecados es contemplar un poco de su santidad. Los siguientes versículos nos muestran su odio al pecado: “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22); “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21); “Y sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él” (1 Juan 3:5).
Los dos versículos al principio de este artículo tienen en común algo interesante: el Espíritu Santo utilizó el mismo verbo en el idioma original para “se cumpla” y para “consumado es”. Lucas 12:50 expresa lo que hemos indicado en el párrafo anterior y Juan 19:30 nos hace entender que toda la obra de la salvación ya fue realizada, puesto que las Escrituras se cumplieron y la obra de redención está completa. Cuando dice: “Consumado es”, quiere decir que la obra de la cruz fue completa y que la bendición ya podía ser compartida con todos. Este gran clamor dura en sus efectos para siempre; jamás será cambiado. Nunca podremos añadir algo de valor a Su obra perfecta: no hay algo más que añadirle, pues Él ya hizo todo lo necesario. Dios ya agotó toda Su ira hacia mis pecados en Él y ya no queda ni una gota del juicio para mí. Cuando los hombres hacen algo siempre necesita ser renovado o mejorado. Desde mi ventana puedo ver una casa pintada hace un año; sin embargo, la pintura de la pared ya se está resquebrajando; siempre acontece así con las cosas que hacen los hombres. Pero el Señor Jesucristo hizo su obra sin tener que repetirla. Hebreos 10:12 nos indica el alcance de su triunfo cuando dice: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”. La única respuesta que nos conviene es alabanza porque Él es merecedor de todo.

Hechos 9: La conversión de Pablo

Es un privilegio poder ver y leer, pues podemos disfrutar de mucho en la vida si hay cómo ver bien. Muchos piensan que también pueden ver espiritualmente. Sacan sus ideas morales de sus propias cabezas y hablan de la sabiduría del ser humano. Otros tienen sus ideas bien desarrolladas acerca de cosas “religiosas”. Piensan que han sacado sus ideas de las escrituras y por esta causa son muy celosos; pero si reconocieran su falta de vista espiritual sería el primer paso hacia Dios, pues tenemos que reconocer una necesidad antes que busquemos ayuda. Hablando a unos fariseos en Juan 9:41, el Señor dijo: “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece”. Si insistimos en que vemos y andamos en nuestros propios caminos, nuestro pecado permanece. Así estaba caminando el apóstol Pablo, pues en aquel entonces se llamaba Saulo y perseguía al pueblo de Dios: llevó presos a muchos creyentes con un celo equivocado por la ley de Moisés y pensaba que estaba sirviendo a Dios. ¡Qué tan equivocados estamos cuando seguimos caminando como ciegos, sin la luz de Dios!
Saulo se dirigía hacia la ciudad de Damasco con ordenes de prisión para los creyentes de allá; pero aquel día todo cambió para él: “repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:3,4). Por primera vez Saulo reconoció que Jesús era verdaderamente Dios y que al perseguir a quienes seguían a Jesús, estaba persiguiendo a Dios mismo. ¡Qué horror! Sin embargo, vemos de inmediato una muestra del cambio que sucedió en aquel momento, cuando Pablo contestó: “¿Quién eres, Señor?... Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. La respuesta cabal a la voz de Dios es la obediencia. Saulo quiso hacer la voluntad de aquella persona que le llamó de la gloria para servirle. La vida nueva tiene una característica destacada: obedece a un nuevo amo; si actúa en nosotros, vamos a obedecer al Señor sin quejas y con diligencia.
Cuando Saulo se levantó del camino dice que “abriendo los ojos, no veía a nadie” (Hechos 9:8). Muchas veces caemos en el error de ver los instrumentos de Dios y no a Dios mismo. Saulo quedó ciego con la visión de la gloria impresa en su mente y sus compañeros tuvieron que tomarle de la mano para guiarle a Damasco. En realidad no captamos todo en el instante en que conocemos a Cristo. Pero, es así como Saulo recibió en aquel momento la vida nueva que quiere obedecer; aunque pasó algunos días ciego hasta que Ananías fue a verle. El Señor mandó a Ananías para que Saulo recobre la vista y reciba el Espíritu Santo. Con el Espíritu, quien mora en cada persona salvada, Saulo se levantó con ánimo. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26). Es con el Espíritu Santo que vemos con claridad; pues sin Él no percibimos las cosas como es debido.
Con la vida nueva que obedece y el Espíritu que aclara todo, Saulo salió con un mensaje de altísimo valor: “predicaba a Cristo” (Hechos 9:20). No se predicó a sí mismo, ni siquiera de su milagrosa conversión; sino que predicó a Cristo: no tenemos algo más precioso para compartir. ¿Le conocemos a Él? ¿Estamos compartiendo sus glorias con otros?

Hechos 16: El carcelero de Filipos

Pablo y Silas llegaron a la ciudad de Filipos, una colonia romana, con el gran deseo de compartir el evangelio de Dios. De inmediato, Satanás mostró su oposición de una manera extraña. El enemigo de nuestras almas siempre es sutil en su forma de obrar y trata de desviar al ser humano de las cosas de Dios; pero no siempre actúa como un ogro, sino a veces como un ángel de luz: “el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). ¿Estás tratando de convencerte que estás bien en tu vida religiosa? A Satanás no le importa si conocemos a Cristo como nuestro Salvador, o si somos religiosos o no. En esta ocasión, Satanás envió a una muchacha que tenía un demonio. El demonio, a través de la muchacha, dijo: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación” (Hechos 16:17). Nota bien que el demonio no honró al Señor Jesucristo, sino que habló de sus siervos en una forma que suena bien. Trató de unirse a la obra del Señor. Mucho de este carácter lo hallamos en el mundo actual; pero una forma religiosa jamás salvará a nadie, ya que asistir a la iglesia u orar vanas repeticiones no salvan. Solo la fe en Jesucristo y su obra consumada salva. Mira cómo Pablo respondió: “se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora” (Hechos 16:18). No permitió que Satanás se meta a sí mismo en las cosas de Dios.
Después Satanás trató de usar la violencia para impedir la obra de Dios. Pablo y Silas fueron azotados y echados en la cárcel. A veces parece que los creyentes son débiles e inútiles. Tal vez sea la verdad, pero el poder de Dios actuó a través de Pablo y Silas. Dios mandó un terremoto que abrió las puertas de la cárcel. En aquel entonces, un carcelero que perdía un preso perdería su vida en una forma cruel. El carcelero trató de matarse, pero Pablo se lo impidió. Entonces el carcelero hizo la pregunta más importante de su vida: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30). No hay un asunto más urgente para un pecador. ¿Tienes que rezar tres veces al día, asistir a la iglesia, y guardar la ley para tener un poquito de esperanza de ir al cielo? Si esto te suena bien, escucha la respuesta de Pablo y Silas: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). La única salvación verdadera la hallamos en la obra consumada de una persona perfecta: el Señor Jesucristo, pues “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
En ese momento el carcelero de Filipos aceptó al Señor como su Salvador y fue salvo. No fue al templo; no hizo buenas obras; no hizo algo religioso; simplemente creyó que Cristo ya había hecho todo lo necesario para su salvación. Suena demasiado fácil para algunos, pero no fue así para Cristo. Él fue a la cruz y sufrió allí de un Dios justo y verdadero por mis pecados y para quitar el pecado del mundo. Cuando pensamos en los sufrimientos de Cristo, no podemos decir que la salvación que Él nos ofrece gratuitamente es barata, pues tuvo un gran costo para Él; sin embargo, Él sabe que no podemos pagar nada y nos ofrece la salvación sin costo alguno. ¿Le conoces como tu Salvador? Si no es así, por favor acéptale hoy; ya que no sabes si será tu última oportunidad. Él te espera con el deseo de mostrarte amor y gracia.

Hechos 26: Pablo ante Agripa

“¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” (Hechos 26:29). ¿Quién dijo estas palabras tan fervientes? ¿Tal vez un rico durante sus vacaciones? ¿O acaso un rey con un ejército grande y mucho poder, fama y gloria? ¡No! Era un hombre que en ese momento se hallaba encadenado: el apóstol Pablo y estaba parado delante de un rey vestido lujosamente. Su gozo provenía de una fuente que está mucho más allá de este mundo y su anhelo era compartir su alegría con todo el mundo. En el camino hacia Damasco, al ser todavía un incrédulo, poseía muchas más razones naturales para ser feliz: tenía poder, autoridad, orgullo de religión, una causa honrada por sus demás compatriotas, y una educación codiciada por muchos; sin embargo era un esclavo en alma y espíritu. Ahora, después de mucha persecución, estaba delante del rey como alguien preso en su cuerpo, pero con su alma y espíritu libres. ¿Qué le hizo a este hombre sentirse tan rico y bendecido, a tal punto que deseaba que todos fuesen como él, excepto sus cadenas? Conoció en el cielo al hombre exaltado, el Señor Jesucristo.
Tal vez ninguno de sus compañeros, aquel día en su audiencia ante el rey Agripa, conocía las riquezas de ser hecho hijo de Dios por la fe en Jesucristo y Pablo quería compartirlo con ellos. Él escribió las siguientes palabras: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7). Dios nos ha dado una vida completamente nueva en Cristo y por Él somos miembros de la familia de Dios; ya estamos en verdad libres del poder de las tinieblas y unidos a Cristo. Tenemos una posición privilegiada que los santos de ninguna otra época jamás conocieron. La nueva vida que tenemos es la vida de Cristo y al vivir así, tenemos plena comunión con Dios el Padre, como leemos en Romanos 5:11: “Nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo”. Aun en el cielo no tendremos un privilegio mayor que este; Pablo disfrutaba de esta bendición y quería compartirla con todos.
Pablo caminó por doquier compartiendo con muchos la verdad de la iglesia de Cristo. Pues todos los verdaderos creyentes forman parte del cuerpo de Cristo y estamos unidos a Él en una forma muy íntima. No hay una relación más estrecha que la de la iglesia con su cabeza, Cristo; y Pablo tuvo el privilegio de recibir esta doctrina directamente del Cristo glorificado y compartirla con quien quiera recibirla. En Colosenses 1:18 dijo: “y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, Él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. La responsabilidad especial del apóstol Pablo fue difundir estas noticias, ya que no fue algo revelado de antemano en las escrituras; pues era un misterio escondido en Dios para ser revelado después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo. En Colosenses 1:23 Pablo dice que él fue “hecho ministro” de estas cosas y su ministerio le trajo represalias por parte de los judíos: le apedrearon, azotaron, escarnecieron, maldijeron y atacaron por su fidelidad al evangelio de la gracia de Dios hacia todos. En medio de todo esto pudo decir: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24). Aquí vemos el secreto de Pablo: servía a Cristo y a los que antes perseguía. En el camino a Damasco aprendió algo de la unión de Jesús con su pueblo. Ahora quería compartir el gozo de esta unión con el rey Agripa y todos sus compañeros. ¡Nosotros también participamos de esta bendición!

Romanos 5: Los pecados y el pecado

Hemos cometido muchos pecados y hemos sido declarados culpables delante de Dios; cada acto de rebelión y desobediencia a nuestro Dios es un pecado. En el capítulo 3 del libro de Romanos vemos un retrato del ser humano como pecador. Es un retrato muy feo que termina con estas palabras: “Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22,23). Todos somos culpables delante de Dios porque hemos pecado y por nuestros propios méritos no tenemos la oportunidad de pasar la eternidad con Dios en la gloria; pero es precisamente bajo está condenación que hallamos en la obra redentora de Cristo en la cruz, nuestro rescate. El Señor Jesucristo pagó en la cruz por cada uno de los pecados de los creyentes, con su propia sangre. En 1 Juan 1:7 leemos que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Y no queda ni uno solo por el cual Él no ha pagado. Apropiémonos de esta bendición por la fe en Jesucristo, quien es el don de Dios; pues toda esta obra de Dios limpia nuestras conciencias. Antes no teníamos paz con Dios en nuestros corazones. Un pecador que lleva sus pecados sobre sus propios hombros tan solo espera a un Dios dispuesto a castigar el pecado. No hay cómo gozar de comunión con alguien a Quien hemos ofendido en una forma tan grave. Pero ahora, al encontrar que nuestros pecados están lavados en la sangre de Jesucristo, tenemos paz para con Dios; y es así que en Romanos 5:1,2 nos dice que “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Ya gozamos de la justificación por medio de la fe en Jesucristo y de la paz que Él consiguió.
Pero ahora surge un gran problema: ¿Cómo vamos a caminar sin pecar? Puesto que en nuestras vidas antes existió un poder llamado pecado, en singular. El pecado es como la raíz de una planta, mientras que los frutos que la planta produce son como los pecados, en plural. La planta puede producir muchos frutos si la raíz lleva los nutrientes y agua al resto de la planta; pero si tan solo sacamos todos los frutos y no sacamos la raíz, la planta va a producir más frutos. ¿Qué haremos pues, para que la planta no produzca más frutos malos? Sacaremos toda la raíz. Dios ha hecho algo semejante con nosotros.
Primero es importante que reconozcamos que todos nosotros tenemos esta raíz de pecado. Romanos 5:12 dice: “Por tanto como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte”. Así pues, el pecado entró en el mundo y en cada uno de nosotros y al final llegó a ser nuestro amo. En la práctica no podríamos hacer más que pecar bajo el dominio de este mal amo; no obstante somos seres responsables por nuestras acciones y debemos reconocer que una raíz mala produce malos frutos.
Pero Dios en su gran misericordia ha provisto algo mucho mejor que este mal amo. En Romanos 5:19 leemos las siguientes bellas palabras: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”. El Señor Jesucristo fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz; allí Él tomó nuestro lugar y murió por nosotros. En un sentido, como seres responsables delante de Dios, morimos con Él, Quien ha terminado con el poder de aquel mal amo: el pecado, para que podamos servirle tan solo a Él. La sangre del Señor Jesucristo me limpia de todo pecado; Su muerte me libra del mal amo, el pecado, para que yo pueda producir buenos frutos por mi nuevo amo, el Señor Jesucristo.

1 Corintios 1:10-13; 3:1-8: El orgullo

“Ciertamente la soberbia concebirá contienda” (Proverbios 13:10). En este versículo vemos que la tendencia de la carne es causar problemas; pero si fuésemos humildes no tendríamos contiendas; es más, si la opinión que tenemos de los demás fuese mayor que la que tenemos de nosotros mismos, entonces nuestros conflictos acabarían. Muchas veces creemos que estamos en lo correcto y menospreciamos a los demás; y, por lo general es por nuestro orgullo, ya que enfocamos nuestra mirada en el ser humano y de manera especial en nosotros mismos, en vez de que sea Dios el centro de nuestra atención. Todo lo que exalte al hombre quita el puesto a Dios, Quien debe tener el primer lugar en todo.
En las porciones de la Palabra de Dios indicadas en esta meditación vemos algo de la reacción de la carne en vez de la acción del Espíritu Santo. “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10). El apóstol Pablo tiene el ferviente deseo de que todos los hermanos en Cristo estén perfectamente unidos, pero la única manera de lograrlo es exaltar a Cristo en vez de a nosotros mismos; pues si el centro de nuestra atención es Él, entonces vamos a reconocer que Él merece toda la gloria y ya no queda lugar para nuestra carne. Las divisiones entre hermanos vienen cuando olvidamos esto. En este pasaje vemos que los de Corinto escogieron a sus líderes favoritos y dijeron: “Yo soy de Pablo; y yo de Apolos... y yo de Cristo” (1 Corintios 1:12). Pablo y Apolos eran buenos siervos del Señor; sin embargo no hay nadie como Cristo. El problema de fondo es que los corintios se estaban jactando de su estado espiritual, ya que algunos incluso dijeron que se aferraban a Cristo más que los demás; pero en esto no exaltaron al Señor, sino a su propia espiritualidad. En todo esto vemos que la raíz del orgullo estaba contaminando la armonía entre los creyentes.
En el capítulo tres de 1 Corintios vemos más sobre este tema. A veces podemos pensar que nuestros dones espirituales o el servicio para el Señor nos hacen buenas personas. Por ejemplo, si creemos que somos espirituales por compartir el evangelio: esta actitud no deja de ser orgullo y debemos reconocerlo con tristeza. Los de Corinto se hallaban en esta situación: llenos de celos, contiendas y disensiones, al mismo tiempo que se jactaban de sus dones espirituales. Pablo tuvo que decirles: “Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3:4). Como otros han dicho: los hombres fieles no tienen seguidores. Así también, Pablo no quería tener seguidores de sí mismo, sino de Cristo; pues es la carne la que desea tener ídolos, ya que ellos dejan un pequeño lugar para el orgullo. Mas Pablo en los versículos 5 y 6 muestra el lugar del siervo: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”. Tenemos que recordar siempre que toda bendición viene de Dios y no del hombre, en virtud de que tan solo somos siervos. Él lo planifica todo y es Quien da así la vida como el crecimiento. La persona que planifica un jardín y lo hace crecer recibe la gloria y no el siervo que lo riega. Mantengamos en nuestras mentes las palabras de Proverbios 16:18: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”. Al estar ocupados con Cristo no vamos a caer en el orgullo, ni en las contiendas que él conlleva.

1 Corintios 12: El cuerpo de Cristo: Su sustento

Si andamos por las calles de nuestra ciudad, vemos que hay muchos edificios con letreros que exhiben nombres de grupos de creyentes; de allí se puede notar que ellos han escogido esos nombres para anunciar su afiliación los unos con los otros. Ahora bien, si examinamos nuestros corazones vemos la misma tendencia: queremos identificarnos con un pequeño grupo de otros creyentes que compartan las mismas ideas que nosotros tenemos. ¿Qué dice Dios acerca de esta situación? Veamos la respuesta en 1 Corintios 12.
“Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13). En estos versículos podemos notar que Cristo tiene un solo cuerpo, lo cual no es extraño, pues en este mundo no vemos que haya una variedad de cuerpos ligados a una cabeza; así también, Cristo dice que todos los suyos, los verdaderos creyentes en Él, forman parte de un solo cuerpo. Él da Su Espíritu Santo a todos los que creen en Él y es el Espíritu Quien une a todos en un solo cuerpo: no tratamos de unirnos en este cuerpo, sino que somos unidos por el Espíritu Santo quien hace la obra. En el cuerpo natural, cada miembro tiene su propia función esencial y aunque tenemos un solo cuerpo, tenemos muchos miembros distintos; por ejemplo: tenemos ojos, lengua, manos, pies y muchos más. Cada uno tiene su uso particular e importante para el bien del cuerpo entero y todos los miembros deben cumplir con su propia función, para que todo el cuerpo funcione muy bien.
Al momento me encuentro sentado en un sofá, estoy escribiendo y tengo sed. Pero para beber primero debo levantarme, para lo cual utilizo mis brazos, manos y pies; entonces camino usando mis piernas, pies y ojos para dirigirme al lavabo; luego me sirven las manos para coger un vaso con agua y llevármelo a la boca para beber; sin embargo es todo mi cuerpo el que se beneficia con este acto. El cuerpo de Cristo actúa de la misma manera: necesita de cada miembro con su función distinta. Imagínate tratando de leer sin ojos. Sería difícil, ¿no es cierto? Los ojos son muy importantes. Pero ¿son más importantes que los pies? ¿Acaso, podríamos andar sin los pies? Los pies no pueden leer y los ojos no pueden andar, mas se necesitan los unos a los otros. Así es el cuerpo de Cristo. ¡Y Su cuerpo no tiene miembros desechables!
Dios da la manifestación de Su Espíritu para el bien del cuerpo entero: todos los creyentes. Por ejemplo: palabra de sabiduría a algunos y a otros discernimiento de espíritus. El Espíritu reparte “a cada uno en particular como Él quiere” (1 Corintios 12:11). No escogemos la manifestación del Espíritu, el don espiritual, sino que recibimos de Dios lo que Él nos quiere dar. También es importante notar que todos reciben al menos un don espiritual. Esto lo vemos en 1 Corintios 12:7: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. Si tan solo un miembro del cuerpo de Cristo deja de utilizar su don espiritual para el provecho de los demás, todos sentirán la falta de este don y no se podrán beneficiar; pues no hay ni siquiera uno que no sea necesario: “para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Corintios 12:25). Es fácil formar un grupito para escuchar a alguien que enseñe con destreza la palabra de Dios; pero en vez de ello, todos nosotros debemos apreciar y valorar a cada uno de nuestros hermanos.

2 Corintios 8-9: Riquezas de generosidad

Muchos creyentes han tenido problemas con la administración del dinero. Así, a manera de ejemplo, podemos mencionar que hay personas que exigen el diezmo como si estuviéramos bajo la ley, lo cual a veces causa resentimientos y rencor; pero también hay quienes pasan su tiempo sin siquiera pensar en las necesidades de otras personas. El dinero en sí no es bueno ni malo. Tal vez una ilustración nos ayude a entender el asunto: puedo coger un martillo y usarlo para edificar una casa o con él matar a golpes a alguien; pues es tan solo un instrumento y debo usarlo para bien y no para mal. De igual forma es con el dinero: puedo usarlo para el Señor o para mis propios antojos. Veamos las instrucciones que Dios nos da en 2 Corintios 8-9.
Cristo es el ejemplo perfecto: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Su inmenso amor y nuestra necesidad conmovieron Su corazón, de tal manera que dejó su lugar en la gloria y vino al mundo. El Verbo hecho carne vivió como un hombre humilde; fue a la cruz y sufrió lo que no merecía y además fue visto por los hombres como un criminal común. Todo esto fue para enriquecernos y no para proteger sus propias riquezas: no pensó en Sí mismo. ¿Cuál fue el resultado? Invirtió todo lo que tenía en nuestro futuro y así ganó las almas de millones para siempre.
Pablo usa también el ejemplo de los macedonios para ganar el corazón de los corintios. A veces pensamos que Dios necesita el dinero de los ricos; pero no es así, lo que Él quiere es un corazón disponible, dispuesto a darse a Dios. Los macedonios no eran ricos sino pobres, no obstante: “la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad” (2 Corintios 8:2). Profunda pobreza no suena como tierra fértil para las riquezas; mas Dios halló allí una generosidad refrescante. Los de Macedonia con su generosidad demostraron compasión para los santos pobres de Jerusalén y de esta manera mostraron el amor de Cristo a sus hermanos. En 2 Corintios 8:4, leemos: “pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos”. Si recordamos que el dinero es como una herramienta, entonces lo utilizaremos en este “servicio para los santos”. Será un privilegio dar este dinero que nos ha sido encomendado para el bien de los demás.
A veces podemos pensar que si damos al Señor nos va a faltar las cosas esenciales para nuestro sustento; pero jamás es así, ya que es imposible dar al Señor de corazón y quedar empobrecidos. Para ilustrar esto Dios usa el ejemplo del granjero: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Corintios 9:6). Un granjero que solamente siembra dos metros cuadrados de choclo y que se come el resto de la semilla no segará mucho; en cambio el que siembra todo lo que tiene tendrá mucho más al final. Dios no nos promete riquezas en esta vida si invertimos en el bien de nuestro hermano. Sin embargo, a los filipenses (quienes eran de Macedonia) se les escribió: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Dios tan solo quiere que nos entreguemos a Él y entonces compartiremos de corazón nuestros bienes con otros.

Gálatas 5:22-23: El fruto del Espíritu

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Es importante notar que este versículo se refiere al fruto del Espíritu en singular; no habla de frutos, aunque da una lista de nueve características, las cuales muestran los diferentes aspectos del mismo fruto. En cierto sentido es como una naranja: si la abres es posible que veas las distintas secciones del mismo fruto; así es con el fruto del Espíritu. El Espíritu de Dios obra en nuestras vidas para producir estas características, lo cual marca un contraste total con la vida que obra en la carne. Es una consolación que el Espíritu produzca todo esto en el corazón y vida del creyente; no es algo que tratemos de producir por nosotros mismos, sino que tan solo nos rendimos a Su obra. Veamos los aspectos del fruto en más detalle:
El amor divino no necesita algún motivo agradable para amar. Un niño simpático es fácil de amar, pues hay un motivo para amarle y no se precisa del amor divino para hacerlo. Mas Dios nos amó cuando todavía estábamos muertos en pecados; cuando por naturaleza le odiábamos, Él nos seguía amando sin reserva alguna. ¡Y ahora produce este mismo tipo de amor en nosotros! El vecino que nos molesta, el compañero fastidioso del trabajo y el niño travieso pueden ser receptores del amor divino. Este amor que nace en el corazón de Dios y que fluye a través de nosotros por medio del Espíritu.
El gozo no necesita de circunstancias externas para estar feliz. Pablo, al escribir su carta a los Filipenses estaba preso en Roma, pero en ella menciona muchas veces gozo, pues aunque estaba encadenado podía regocijarse por medio del Espíritu. Cristo Jesús dijo: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). Es el resultado de la obediencia a Dios, en vez de buscar circunstancias agradables.
La paz tampoco depende de la tranquilidad del mundo a nuestro alrededor. El Señor dijo a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Y dijo esto horas antes de morir en la cruz: allí sufrió la carga de nuestros pecados; pero a pesar de estas circunstancias tuvo paz.
La paciencia implica poder soportar o aguantar situaciones difíciles: no tenemos que tener paciencia con una persona que nos está felicitando de corazón. La benignidad se muestra en las acciones de cada día, así que mostramos benignidad hacia los necesitados. La bondad en cambio, puede ser un contraste completo con la maldad de este mundo.
La fe en este versículo implica una constancia de carácter. Alguien en quien está obrando la gracia de Dios y en quien los demás pueden confiar: si dice algo, lo cumple. Los mansos no se ofenden: otros pueden insultarles, pero ellos responden sin amargura ni enojo. La templanza implica dominio propio o control de sí mismo: las acciones de la carne no salen de un hombre que puede refrenarse a sí mismo. Al final, debemos reconocer que es tan solo la obra del Espíritu Santo lo que permite que Su fruto crezca en nosotros y que no lo logramos por nuestras propias fuerzas.

Efesios 1:3-14: Bendecidos

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Las riquezas de este versículo son inagotables y vamos a disfrutar estas bendiciones durante toda la eternidad junto a Cristo. Hay varias cosas que valen la pena considerar en este verso: Habla del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Cristo como un ser divino, el Hijo desde la eternidad, se deleita en su relación con el Padre; y al haberse hecho hombre, se regocija en su relación perfecta con Dios. Por medio de Él, nosotros también ya entramos en estas relaciones. Cristo dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17).
Nuestro Señor Jesucristo nos ha introducido, por medio de su muerte, a las mismas relaciones que Él tiene; pero esto no quiere decir que lleguemos a ser iguales a Dios. ¡Absolutamente no! Sino que entramos, por medio de Cristo, al mismo lugar de favor que Él tiene. Y en el universo no existe un puesto más favorecido que este. Nota también que nos bendijo está en tiempo pasado: esto significa que es algo cumplido, algo ya realizado; por lo que no tenemos que esperar hasta que llegue un día venidero para disfrutar de nuestras bendiciones, pues ya las tenemos en Cristo. Es importante notar que las bendiciones están en los lugares celestiales en Cristo; no tenemos una promesa de bendiciones terrenales como el pueblo de Israel. Así que el Señor no nos ha prometido casas grandes, carros de lujo, ni nada por el estilo; pero en vez de esto nos ha dado toda bendición espiritual; sin embargo no la tenemos de manera aislada del dador.
De allí en adelante en esta serie de versículos, el Espíritu desarrolla las bendiciones que nos han sido dadas: es como una escalera que baja del cielo para alcanzarnos en nuestra necesidad. Ciertamente “nos escogió en Él antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4). Antes que hayamos fracasado, sabiendo cómo seríamos, nos escogió para ser santos. Él nunca ha fallado en sus propósitos y seremos perfectos delante de Él en justicia.
“En amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (Efesios 1:5). Fuimos predestinados para ser parte de la familia de Dios. En este mundo vale pertenecer a una familia importante que tenga renombre. ¿Hay acaso una familia más distinguida que la familia de Dios? Podemos andar por las calles con la certeza que Dios nos ha hecho parte de su familia.
También “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Muchas personas piensan que nunca podrán hacer lo suficiente para ser aceptables ante los ojos de demás; pero nosotros somos aceptos, sin merito alguno, en el Amado. No tuvimos que trabajar para recibir este bien, ya que lo recibimos tan solo con gozo de Su mano de amor. ¡Qué lo disfrutemos junto con Él!
Para poder disfrutar de su corazón de gracia necesitábamos la redención. Esto quiere decir que Él nos ha comprado por medio de su sangre y nos ha hecho libres. Estábamos presos al pecado y bajo la condenación de la muerte, también teníamos una conciencia sucia y éramos culpables delante de Dios; sin embargo nos perdonó abundantemente según sus riquezas inexpresables: “en quien tenemos la redención por su sangre, el perdón de pecados” (Efesios 1:7). Hoy podemos darle gracias por todas las bendiciones que tenemos en Él.

1 Tesalonicenses 4:13-18: Seremos arrebatados

Dos novios que se aman mucho han vivido durante bastante tiempo muy lejos el uno del otro; mas debido a varias razones tan solo han podido escribirse unas pocas cartas durante su extenso noviazgo. Finalmente, el novio ha anunciado que vendrá en breve para la boda; pero hay cierta incertidumbre en los buses y la novia no sabe exactamente la hora de su venida. ¿Qué hará ella? Sin duda, muy emocionada, se preparará para la boda con un corazón lleno de amor por su novio, a fin de agradar a su amado y estar lista para cuando él venga.
Nosotros, como creyentes en el Señor Jesucristo, somos miembros de su iglesia, a la que Él llama “su esposa” (Apocalipsis 19:7). Y Él ha dicho: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20). Si Dios ha prometido algo es cierto que lo va a cumplir; así que Su venida es, sin lugar a dudas, la esperanza principal de Su pueblo. Al igual que el novio que anhela estar con su novia, nuestro Señor Jesucristo anhela estar con Su pueblo, nosotros. Cuando contemplamos esto por fe, debe producir en nuestros corazones la misma emoción, ya que nosotros también deseamos estar con nuestro Amado Redentor.
¿Quién viene por los suyos? “El Señor mismo” (1 Tesalonicenses 4:16). Cuando una misión no es de suma importancia, entonces el presidente manda a un mensajero, tal como un embajador o ministro de gobierno; si es muy importante, manda a un alto funcionario o tal vez al vicepresidente; pero si es de la más alta importancia va el presidente personalmente. Jesucristo podía mandar a un ejército de ángeles, pero para Él somos tan apreciados e importantes que va a venir Él mismo. Él es el Rey de Reyes y el Señor de Señores, el Creador, el Todopoderoso, el Príncipe de Paz, el Amador de nuestras almas. Al venir a este mundo tomó forma de siervo y el tiempo que pasó aquí fue de humillación, para que ahora pueda ser nuestro fiel sumo sacerdote. Por eso Él entiende los sufrimientos de la vida y da la consolación necesaria en todos los problemas. Está a la diestra del Padre en la gloria con las heridas en sus manos y costado como pruebas de su amor. Hebreos 7:25 dice: “viviendo siempre para interceder por ellos” y Filipenses 2:8 dice que nos ama tanto que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Así que ya no cabe duda de Su amor.
¿Pero cómo vendrá el Señor? La palabra de Dios dice: “con voz de mando” (1 Tesalonicenses 4:16). Tiene poder sobre la muerte porque es el Señor y por lo tanto tiene todo el derecho de sacar a los muertos en Cristo de sus tumbas, para que todos los suyos puedan estar juntos en el cielo. Algunos dicen que esta voz de mando es como la de los generales cuando llaman a su ejército, esto es, con autoridad. Nadie impedirá su venida en las nubes; pero no pisará la tierra ya que viene tan solo por su pueblo celestial, la iglesia y no por su pueblo terrenal, Israel.
¿Y cuánto tiempo durará nuestra estadía con el Señor? Según la Biblia “estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17). Nada nos estorbará allí en el cielo. Tendremos la eternidad para disfrutar de la comunión con Él. ¡Qué gozo será encontrarle y jamás tener que despedirnos!

2 Timoteo 3:14-17: Un recurso en el día malo

Simón Bolívar, el Libertador de Venezuela, Ecuador, Perú, Panamá y Colombia, ganador de decenas de batallas y presidente de Colombia, descansó en su cama a fines de 1830. Su visión de una Gran Colombia yacía en ruinas; había ya gastado su energía y estaba muriendo. Y dijo las famosas palabras: “He sembrado en el viento y arado en el mar”. Ahora, muchos honran su memoria, mas debemos considerar con seriedad sus palabras. En nuestros días, podemos darnos cuenta que hay muy poca estabilidad en todas las cosas; pues aun dentro de la casa de Dios vemos mucha confusión y desobediencia. Entonces, ¿en qué podemos confiar?
Dios nos dio un recurso que jamás fallará: su palabra. Los pensamientos de los hombres pasan de moda, pero la palabra de Dios sigue siendo tan poderosa como siempre. En las páginas de la Biblia hallamos una fuente de sabiduría que jamás cambiará. Pablo al escribirle a Timoteo le dijo: “has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). En ningún otro libro hallaremos la manera en que podemos ser salvos, ya que la salvación en cada uno de sus tres sentidos está en la Palabra de Dios. El mensaje de la salvación eterna nos dice cómo podemos ser limpios de todo pecado por la fe puesta en Cristo Jesús y su sangre derramada en la cruz. También en la Biblia hallamos una guía para poder atravesar este mundo sin pecar, ni contaminarnos. Cada palabra de las Sagradas Escrituras fue inspirada directamente por el Espíritu Santo, esta verdad la encontramos en 1 Corintios 2:13: “lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu”. Y en verdad esto se convierte en un tesoro para vivir en medio de un mundo en el que tan solo se puede hallar decepción.
La Escritura tiene muchos buenos usos, algunos de los cuales los hallamos en 2 Timoteo 3:16: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. La enseñanza nos hace entender la doctrina de la Biblia; así como en la escuela aprendemos a leer, sumar, restar y mucho más, en la Palabra de Dios aprendemos a conocerle a nuestro Dios. En el libro de Hebreos, por ejemplo, el autor, guiado por el Espíritu Santo, cita versículos del Antiguo Testamento para enseñar la excelencia de Cristo que supera al sistema de sacrificios y todas las demás cosas que estaban relacionadas con ello. En la epístola a los Gálatas el apóstol Pablo usa figuras de Génesis y otros libros para reprender a los santos que estaban retornando a la ley como el medio que les dé poder para vivir sus vidas. En 1 Corintios vemos que Pablo cita la Palabra de Dios para corregir la conducta de los de Corinto, pues necesitaban ver cómo cambiar su conducta y Pablo usa la Biblia para mostrarles aquellos cambios necesarios. En la epístola a los Romanos tenemos un excelente ejemplo del uso del Antiguo Testamento para instruir en justicia: primero enseña la justicia de Dios cuando perdona al pecador y después da instrucciones para vivir una vida justa delante de Dios.
“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Dios quiere que hagamos buenas obras y nos da un recurso infalible para ayudarnos a identificarlas: Su Palabra. Con ella el hombre de Dios es “enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17). Así, la Palabra de Dios resulta ser un alimento perfectamente balanceado para nuestras almas.

Hebreos 10:1-18: Una vez para siempre

¿Sientes la carga de tus pecados? Tal vez ni siquiera pensamos en el pecado y buscamos entretenernos en algo para que podamos estar tranquilos en nuestro interior. Buscamos conseguir placer en la buena comida, la conversación o los programas de la televisión. Nos ocupamos en trabajar duro y tratamos de salir de paseo cuando haya un poco de tiempo a fin de que nuestra mente no tenga tiempo para meditar en las cosas de Dios. Pero detente por un momento para contestar esta pregunta: ¿tienes una profunda paz y certidumbre respecto a donde pasarás la eternidad? Si tienes aunque sea una pequeña inquietud, bien vale la pena sentarte y escuchar lo que la palabra de Dios tiene que decirte acerca de tus pecados y la obra de Cristo en la cruz.
Nuestros padres, Adán y Eva, empezaron a trabajar y elaboraron ropa con las hojas de la higuera para cubrirse luego de que pecaron; pero eso no les ayudó a sentirse felices en la presencia de Dios y se escondieron de Él. Ya han pasado miles de años desde aquel acto de desobediencia; sin embargo nada ha cambiado en lo que respecta al carácter de sus descendientes, nosotros. Tratamos de hacer varias cosas para que podamos sentirnos cómodos en la presencia de Dios: asistimos a reuniones religiosas, rezamos y de vez en cuando mostramos bondad hacia nuestros vecinos; mas en lo profundo de nuestro ser, sabemos que estos actos no quitan nuestra culpa por nuestra desobediencia a un Dios infinitamente justo. ¿Qué haremos pues para obtener aquella paz de corazón que anhelamos? La respuesta a esta pregunta es muy sorprendente, pues no tenemos que hacer nada, porque Dios ya lo ha hecho todo. Veamos lo que Dios ha hecho para darnos paz y hacernos aceptables ante Él en el capítulo 10 del libro de Hebreos.
Primero, Dios mandó a su Hijo a este mundo. Él tomó la forma de un ser humano y así vivió aquí en la tierra. Su manera de vivir la hallamos en Hebreos 10:7: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Entre tanto el Hijo de Dios, Jesucristo, estuvo en el mundo, cumplió cada día a la perfección la voluntad de Dios el Padre: nunca desobedeció, ni siquiera en algo muy leve. Cuando otros le insultaban, Él respondía con amor; aun la noche antes de su muerte, mientras contemplaba aquella vergonzosa muerte en la cruz, dijo: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Lo importante es que su vida no es simplemente un buen ejemplo para nosotros; pues al resucitar luego de cumplir su obra en la cruz, quedó demostrado que su sacrificio fue acepto por el Padre y que era el único digno para hacerlo.
Segundo, este hombre perfecto, Jesucristo, se ofreció a sí mismo como el sacrificio por nuestros pecados. En Hebreos 10:12 dice: “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”. Nota bien que Cristo se ofreció a sí mismo “una vez para siempre” para quitar nuestros pecados. Debemos reconocer que cada cosa que hacemos dura poco tiempo: así, por ejemplo, si comemos el lunes, el martes necesitamos comer de nuevo. El acto de comer el lunes no nos satisface para el día siguiente. Y si el pago por nuestros pecados dependiera de nuestras obras, jamás lograríamos quitar nuestra culpa. Reconociendo esto, Dios mandó a Su Hijo perfecto para remover por completo nuestros pecados “una vez para siempre”. Al ser perfecta Su obra no necesita repetición y por eso “se ha sentado a la diestra de Dios”. Dios aceptó completamente la obra redentora de Cristo y quedó satisfecho con lo que Jesucristo hizo en la cruz. Repito la pregunta: ¿qué haremos pues para obtener aquella paz de corazón que anhelamos? Aceptamos que Cristo hizo todo lo necesario y no tratamos de mejorar lo que Dios dice que es perfecto. Confesamos que somos pecadores y le damos gracias por Su obra y luego descansamos en Su amor con una conciencia limpia. ¿Descansarás en Cristo y su obra perfecta hoy o seguirás tratando de hacer lo imposible, para mejorar aquello que es perfecto?

1 Pedro 3:1-9: Maridos y mujeres

Hoy en día, somos bombardeados con publicidad, pues de cada dirección vienen mensajes que piden nuestro dinero y muchos de ellos tienen fotos de gente joven, bien vestida y atractiva. Los mensajes insisten en que estas cosas van a darnos felicidad en la vida y también en que cada persona tiene el derecho de hacer lo que le da la gana, porque merecemos “lo mejor” de todo, incluyendo la independencia. ¿Cómo influyen estos mensajes en nosotros y cómo afectan a nuestros matrimonios? El mundo dice que la mujer es explotada si se somete a su marido y que el hombre puede mostrar su machismo al desentenderse de las emociones y necesidades de su esposa. Pero ¿qué dicen las Escrituras? Veamos la respuesta en el tercer capítulo de la primera epístola de Pedro.
En los primeros 6 versículos de este capítulo el apóstol Pedro nos da, por medio de la inspiración divina, instrucciones sobre cómo deben comportarse las mujeres: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (1 Pedro 3:1). Aquí vemos que la sujeción al marido es la expectativa de Dios para la mujer. Nuestro mundo nos ha entrenado para pensar que esta sujeción implica inferioridad, pero no es así. Dios estableció un orden para las relaciones de su creación que no tiene nada que ver con la superioridad, según el cual los hombres deben ejercer su autoridad para liderar. En un equipo de fútbol, los niños piensan que el delantero es más importante que el arquero y pocos quieren asumir este humilde papel; sin embargo, imaginémonos lo que sería un equipo sin arquero. Esta percepción que el uno es más importante que el otro resulta ser falsa, pues ambos roles son sumamente importantes, aunque sean tan distintos. El mundo también está en contra de estas claras instrucciones: “Vuestro atavío no sea el externo... sino el interno, el del corazón...” (1 Pedro 3:3,4) pues lo incorruptible es el “espíritu afable y apacible”. Muchas veces prestamos más atención a lo exterior: lo que los hombres aprecian y somos negligentes en cuanto a lo interior: lo que en verdad Dios aprecia; pero Su aprobación debe satisfacernos más que la del hombre, pues durará para siempre.
Los hombres tienen esta instrucción: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7). Los hombres tenemos la tendencia de excusarnos por no entender a nuestras esposas, porque exigen cosas extrañas para nuestras mentes y en ocasiones conversamos entre hombres acerca de las mujeres emocionales; pero en vez de esto Dios pide que vivamos “sabiamente” con ellas. Él nos da en Cristo la sabiduría necesaria y que tanta falta nos hace para entenderlas (véase 1 Corintios 1:30); pues nos han sido dadas como una bendición y también nos pide que honremos y consideremos a nuestras esposas. No cabe expresiones de queja como “mi vieja es” tal y cual cosa. Debemos honrarlas como personas preciosas según las instrucciones de un Dios que las conoce perfectamente. En los últimos versículos (8 y 9) vemos que la relación debe estar llena de amor y cariño.

Apocalipsis 2-3: Las siete iglesias

“Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas” (Apocalipsis 1:19). Este versículo da un bosquejo del libro de Apocalipsis. El capítulo uno nos indica “las cosas que has visto” o las cosas pasadas; los capítulos 2 y 3 “las que son” hoy en día, durante la época de la iglesia y del capítulo 4 en adelante tenemos “las que han de ser después”, es decir describe el futuro de este mundo.
En este pequeño estudio nos concentraremos en los capítulos 2 y 3, los cuales describen la historia de la iglesia durante el período presente, lo que llamamos el día de la gracia. Cada una de estas iglesias son iglesias históricas ubicadas en ciudades de la actual Turquía; sin embargo, en cada una tenemos una enseñanza espiritual que debe tocar nuestras conciencias y además en forma profética es la historia de la iglesia en la edad presente. Nuestro deseo es que este pequeño bosquejo sea de ayuda en el estudio de esta importante porción de las Escrituras.
Éfeso: La iglesia al final de los días de los apóstoles. Dios tuvo que decir: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). Esto debe servirnos para examinar nuestros corazones.
Esmirna: La iglesia en los días de la persecución que tuvo lugar luego de la muerte de los apóstoles. Dios anima a quienes están en estas condiciones con las siguientes palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
Pérgamo: La iglesia que florece luego de la persecución, cuando se mezcló a sí misma con el mundo. Dios les amonesta con estas palabras: “... tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco” (Apocalipsis 2:15). Los nicolaítas profesaban fe en Dios, pero vivían desordenadamente.
Tiatira: La iglesia de la edad media hasta la Reforma. Recibieron corrección por permitir la idolatría.
Sardis: La iglesia un poco después de la Reforma, cuando empezaron a combatir los “protestantes” con los católicos en vez de aferrarse de la Palabra de Vida como fue al principio. Dios les dijo: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Apocalipsis 3:1). Tenían buenas palabras, sin embargo habían perdido el sentido de su eficacia.
Filadelfia: La iglesia que surge cuando el Señor restauró la verdad respecto a su iglesia y muchas otras cosas más. Recibieron la promesa de no pasar por la tribulación: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero...” (Apocalipsis 3:10).
Laodicea: La iglesia que aparece más tarde, cuando se tolera una gran variedad de doctrinas que no se ajustan de manera cabal a la verdad que hallamos en las Escrituras: la palabra inspirada por Dios. Reciben esta amonestación: “... por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16).