Número 4: Coronas, Romanos 1, Venida y reino de Cristo
Table of Contents
Las coronas del Señor y las nuestras
Podemos contemplar las coronaciones de nuestro Señor con corazones llenos de asombro y adoración.
En el Salmo 8:5 como HIJO DEL HOMBRE, la corona del dominio, perdida para Adán, es conferida sobre el Segundo Hombre, quien dignamente usa su “gloria y honor”, habiendo manifestado una obediencia perfecta y una dependencia perfecta en la misma escena donde el primer hombre fracasó.
En Juan 19:2-5, Él es coronado como SALVADOR. “Los soldados entretejieron de espinas un corona, y pusiéronla sobre Su cabeza ... Y salió Jesús, llevando la corona de espinas”.
En Hebreos 2:9, Él es coronado como VICTORIOSO sobre Satán, el pecado, la tumba: “Vemos a Jesús ... coronado de gloria y de honra”.
Apocalipsis 19:12 lo demuestra a Él como REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. “Y había en Su cabeza muchas diademas”. Las diademas reales proclaman Su derecho al homenaje universal.
Tracémosle por Sus sufrimientos a la gloria, y estemos seguros que somos llamados a seguir el mismo camino que Él anduvo.
Las coronas del creyente
La meta está en prospecto (Filipenses 3:14), pero los redimidos podrán usar una CORONA ACTUAL. “Él que te corona de favores y misericordias” (Salmo 103:4). La guirnalda de Sus “favores y misericordias” agraciando la frente de todo cristiano, ciertamente alegrarán cada milla de la jornada rumbo al hogar; pero se nos ha dicho que muchos, desafortunadamente, pierden el gozo de su posesión: “Cayó la corona de nuestra cabeza ... porque pecamos” (Lamentaciones 5:16). ¡Bendito Señor, benignamente restaura en las almas de Tus redimidos la delicia de Tus favores y misericordias, ministra a Tu heredad fatigada!
LA CORONA INCORRUPTIBLE (1 Corintios 9:24-27), porque el dominio de sí mismo, está al alcance de todos (Hebreos 12:1). Debe haber el negarse a sí mismo, la sujeción, nuestro hombre viejo quitado (Mateo 16:24; Efesios 4:22-24). El entrenamiento del creyente para la eternidad debe ser bienvenido.
LA CORONA DE VIDA (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10) La vida ya la tenemos en Cristo; este galardón es para aquellos que VIVEN COMO CRISTO. Segunda de Timoteo 2:12 nos dice que los que sufren y perseveran, “reinarán”. En los días de Hechos 14:22; Filipenses 1:29; 2 Corintios 12:10, el privilegio de ganar una corona semejante a ésta lo abrigaban los corazones leales, y todavía debe ser así hasta que Él venga. Gálatas 6:9 nos anima en seguir ese camino.
LA CORONA DE JUSTICIA nos es prometida en 2 Timoteo 4:8. La justicia la tenemos en Cristo, y no hay ninguna corona para eso; pero para la carrera de justicia que nos cuesta algo mantener, Él otorgará una corona. Habiendo guardado la “mayordomía”, y llevado a cabo la “carrera”, esta corona, entonces, es para aquellos que, “amando Su venida”, han fielmente obrado justicia a la vez que se apresuraban al blanco.
LA CORONA DEL REGOCIJO de 1 Tesalonicenses 2:19 es la guirnalda del que gana almas. ¡Oh, que gozo será cuando el ganador de almas y el alma ganada se encuentren juntos en el día de la coronación! Entonces, también el Buscador Divino y aquellos que Él buscó se regocijarán juntos. Su regocijo excederá, porque leemos: “He aquí, Yo y los hijos que Me dió Dios” (Isaías 8:18; Hebreos 2:13).
De LA CORONA DE GLORIA se habla en 1 Pedro 5:3-4. La Gloria es la porción de todo creyente en Cristo, pero la corona de gloria es para aquellos que “ponen su vida por los hermanos”; que son “ejemplos para el rebaño”, que “alimentan al rebaño”, y comparten del Pastor Principal el interés amoroso en cada uno y en todos los que componen el “pequeño rebaño”; teniendo “en estima la recompensa del galardón”, consideran todos los honores terrenales y que se marchitan como nada comparados con la “corona incorruptible”, teniendo en alto precio la promesa de ser coronados como un amoroso aliciente de los labios del glorioso Señor que lo promete (Hebreos 6:10; Marcos 9:41; Jeremías 31:16). A la promesa de Su venida, Él ha unido “Mi galardón” (Apocalipsis 22:12).
Deben observarse las REGLAS, de otra manera no puede haber corona (2 Timoteo 2:5). Solamente aquellos que terminan bien son coronados. Los que corren deben obedecer los estrictos requisitos, las instrucciones divinas (1 Corintios 9:24-25; Hebreos 12:1-2).
“UNA cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, PROSIGO AL BLANCO, AL PREMIO de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).
Y el éxtasis más grande en el cielo no será cuando los redimidos USEN coronas, sino cuando PONGAN SUS CORONAS DELANTE DE DIOS EN SU TRONO (Apocalipsis 4:10).
(Adaptado por el editor en 2025)
Romanos 1:17-32
C. Stanley
(continuado del número anterior)
La pregunta para el que descubre que se está deslizando indefensamente hacia las cataratas, o las rocas, o que es un pecador culpable bajo pena de juicio, sin fuerza, al tal la pregunta es ésta: ¿Cómo puedo ser salvo? ¿Cómo puedo yo, un pecador bajo condenación, ser justificado?
Esta es entonces la pregunta exacta tomada y explicada en esta primera sección de la Epístola. Sí; la razón exacta por qué Pablo no se avergonzaba del evangelio. “PORQUE EN ÉL la justicia de Dios se descubre de fe (o sobre el principio de fe) en fe: como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe”. No es por la justicia del hombre, porque él no tiene ninguna. ¿Cómo puede él tenerla si es culpable, bajo juicio? Y si la tuviese, sería la justicia del hombre, no de Dios.
Encontraremos que la justicia de Dios está en contraste directo a la justicia del hombre. Ni tampoco puede ser por ley, porque Dios no puede estar bajo la ley. Él fue el dador de la ley. Si hubiera dicho “la justicia de Cristo”, esa hubiera sido otra verdad. Pero es la justicia de Dios revelada en el evangelio, sobre el principio de fe, en fe. Fue anunciada repetidamente en el Antiguo Testamento, pero ahora es explicada, o revelada. “Y no hay más Dios que Yo; Dios justo y Salvador: ningún otro fuera de Mí. Mirad a Mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. “Y diráse de Mí: ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza” (Isaías 45:21-24). “En Tu nombre se alegrarán todo el día; y en Tu justicia serán ensalzados” (Salmo 89:16).
Nótese que la justicia de Dios es la primera cuestión y la mayor de nuestra epístola. Es el primer tema, y luego el amor de Dios. La cuestión de la justicia viene inmediatamente. “Porque manifiesta es la ira de Dios desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia”. Esa ira todavía no se ha ejecutado, pero no puede haber ninguna duda de la ira de Dios en contra de toda la impiedad de los hombres, en contra del pecado. Se vio en el diluvio; en la destrucción de Sodoma; y en el Santo hecho pecado por nosotros. También es revelado de que Él viene en juicio, tomando venganza. Los impíos ciertamente serán lanzados al lago de fuego. ¿Y soy yo un pecador culpable? Entonces ¿de qué me serviría el amor de Dios solamente en el día de la justa ira en contra de toda impiedad? Entonces debe ser evidente de que la primera gran pregunta es la justicia de Dios en justificar al que cree. ¿Cómo puede Dios ser justo en contar a un pecador como yo como justo delante de Él? ¡Qué pregunta!
Esta pregunta, la justicia de Dios, es tratada de nuevo en el capítulo 3:21. ¿Cuál es entonces el objeto del Espíritu en esta gran porción de la Escritura, del capítulo 1:17 a 3:21? ¿No es principalmente hacer a un lado toda pretensión de la justicia en el hombre, ya sea sin la ley, o bajo la ley? Esto debe hacerse, porque el hombre no se apegará a ninguna otra cosa como a los esfuerzos de establecer su propia justicia. Por lo tanto todo reclamo del hombre es examinado. El poder eterno de Dios fue manifiesto en la creación, y de nuevo en el diluvio. Dios ciertamente era conocido a Noé y a sus descendientes. “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias”. En una palabra, se hundieron en la idolatría. Apostataron de Dios hasta que Dios los dejó. Esto se repite tres veces. “Por lo cual también Dios los entregó a inmundicia”, (versículo 24); “por esto Dios los entregó a afectos vergonzosos” (versículo 26); “y como a ellos no les pareció tener a Dios en su noticia, Dios los entregó a una mente depravada”, (versículo 28). Léase el terrible catálogo de impiedad en la cual se sumergió el mundo gentil entero. ¿Dónde pues estaba entonces la justicia del hombre? Entregarlos es el acto de Dios en el juicio judicial. Él de esta manera entregó a los gentiles y vemos lo que llegó a ser el hombre. También sabemos que cuando los judíos hubieron rechazado completamente al Espíritu Santo, Dios los dejó, por el tiempo presente, como pueblo. También así será el fin de todos los que profesan ser cristianos: “Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por tanto, pues, les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira; para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:10-12). El hecho, entonces, de que Dios entregase a los gentiles a las temibles concupiscencias de su corazón prueba su completa apostasía de Dios. Y toda la historia profana corrobora esta descripción inspirada de la impiedad humana.
Podía preguntarse, ¿pero no había gobernantes, reyes y magistrados que hacían leyes en contra de la impiedad y castigaban el crimen? “Que habiendo entendido el juicio de Dios que los que hacen tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, mas aun consienten a los que las hacen”. De manera es que entonces, como ahora, la mayor impiedad está en los gobernantes o jefes. Para prueba tenemos nada más que leer a cualquiera de los historiadores antiguos. Si se le deja al hombre a sí mismo, mientras más poder tiene, mayor es su impiedad. Es espantoso contemplar la crueldad y la temible impiedad del paganismo. Tal era el mundo al cual Dios en Su misericordia envió a Su Hijo. En el mundo gentil no se encontraba la justicia. Multitudes se apresuraban juntamente a los anfiteatros a festejar sus ojos en la crueldad impía.
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)
La venida y reino de nuestro Señor Jesucristo: El arrebatamiento (Parte 4)
E.H. Chater
(continuado del número anterior)
En contraste con esto —la exhortación del Señor a Sus siervos durante Su ausencia, y las dulces y preciosas promesas de lo que Él hará por aquellos que son obedientes a Su palabra, y en amorosa sujeción se encontrarán haciendo estas cosas a Su regreso— tenemos, por otra parte, una amonestación solemne para todos los que toman el lugar de siervos del Señor, pero cuyos corazones están lejos de Él.
“Mas si el tal siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir: y comenzare a herir a los siervos y a las criadas, y a comer y a beber y a embriagarse; vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera, y a la hora que no sabe, y le apartará, y pondrá su parte con los infieles. Porque el siervo que entendió la voluntad de su señor, y no se apercibió, ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho” (versículos 45-47).
Y luego se habla de otra clase no mencionada baja el término “siervo”. “Mas el que no entendió, e hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco” (versículo 48).
Cuan solemne es oír, como es el caso a menudo, a los que profesan ser cristianos decir: “El Señor no vendrá todavía; no vendrá en nuestro día”, y encontrarlos festejándose con el mundo en olvido de Él, ¡con estas palabras tan escudriñadores ante nosotros de sus propios labios! “Mi señor tarda en venir;” el siervo que profesa reconociendo Su autoridad, pero haciendo a un lado Su regreso; viviendo para sus propios fines egoístas, siguiendo su propia voluntad, y no teniendo corazón para Cristo. El juicio con los infieles debe ser la terrible porción de todos esos. Otro, conociendo la voluntad de su señor, pero haciendo la suya propia y no se preparaba para el regreso de su señor. ¡Cuántos de esta clase nos rodean por todos lados! Las Biblias abiertas en cada casa, la voluntad del Señor expresada claramente allí, pero miles desobedientes y sin preparación. Lector, ¿cómo sucede contigo? Muchos azotes serán la porción de ellos. Otros por todo este vasto globo que no saben la voluntad del Maestro, pero que viven en sus pecados, pocos azotes recibirán, dice el Señor. Ellos nunca tuvieron los privilegios del que supo la voluntad de su señor, y así un castigo menor les será otorgado por el justo Juez. (Todos los impíos serán castigados eternamente: Apocalipsis 21:8; 14:10-11; Mateo 25:46; aunque hay diferentes grados de castigo en cuanto a su severidad, como lo demuestran éstos y otros pasajes claramente: Mateo 10:15; 11:22-24; 23:14). Cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí (Romanos 14:12).
Hasta aquí en cuanto al glorioso hecho de que nuestro Señor volverá otra vez y lo que ha de caracterizar a aquellos que esperan Su venida. Ahora vamos a volver a las epístolas de Pablo, y trazar la revelación que Dios nos ha dado en cuanto a la manera en que se efectuará; porque en sus escritos solamente lo encontramos.
En 1 Tesalonicenses 1:9, leemos del efecto de la predicación del evangelio a los idólatras de Tesalónica. Ellos “se convirtieron a Dios de los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a Su Hijo de los cielos, al cual resucitó de los muertos: a Jesús”. Se volvieron a Dios de los ídolos (no de los ídolos a Dios), para servirle de ahí en adelante, y esperar, no a la muerte (esto nunca se presenta al cristiano en la Escritura), sino por el Hijo de Dios del cielo, para esperar Su regreso. También en el capítulo 2:19, Pablo les dice a ellos: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? No sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo en Su venida?” (parousia, presencia).
Mientras que ellos estaban de esa manera sencillamente esperando el regreso de su Señor, pero sin inteligencia todavía en la manera cómo Él vendría (porque aunque habían sido enseñados a esperarle, todavía no habían sido instruidos en cuanto a la manera de Su venida), para sorpresa suya algunos de su compañía se durmieron. El apóstol les escribe: “Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Él a los que durmieron en (por medio de) Jesús” (1 Tesalonicenses 4:13-14).
Habiendo sido enseñados a esperar al Hijo de Dios del cielo, se estaban entristeciendo por aquellos que habían dormido, como si hubiesen perdido su esperanza. Pablo los anima diciéndoles que si creemos que Jesús murió y se levantó, Dios ciertamente traería con Él a aquellos que habían dormido. Si Jesús había resucitado, Él era las primicias de aquellos que durmieron (1 Corintios 15:20), y Dios ciertamente los resucitaría a ellos también, y los traería con Su Hijo cuando Él viniese a reinar en Su gloriosa manifestación, de la cual ya hemos hecho la observación que es una parte importante de la esperanza cristiana.
Hasta entonces los Tesalonicenses estaban ignorantes de esto; él no quería que siguieran así. Pero note, querido lector cristiano (porque es un punto muy importante que comprender para poder obtener un claro entendimiento con respecto a la venida del Señor), hasta este punto los Tesalonicenses estaban aun en tinieblas en cuanto a cómo llegarían a la gloria. Esperaban a Cristo; pero como vendría Él, ellos todavía no sabían. Los siguientes versículos, 15-18, nos dan luz sobre este tema. Otras partes de la Escritura hablan de los santos siendo transformados (1 Corintios 15:51), lo mortal siendo absorbido por la vida (2 Corintios 5:4); pero esto solamente nos da detalles de lo que sucederá cuando el Señor venga por Su pueblo. Sin esto todavía estaríamos en la oscuridad sobre este punto, y por lo tanto la importancia de dar atención especial a esta admirable comunicación. Viene entre paréntesis, y es una revelación directa de lo que acontecerá en ese admirable momento —una cosa enteramente distinta, aunque preliminar a la gloriosa aparición o manifestación del Señor Jesús con todos Sus santos.
“Por lo cual, os decimos esto en palabra del Señor”. Note, no es una comunicación por medio de un profeta del Antiguo Testamento, sino una revelación por medio de Pablo de las trasladación de los santos a encontrar al Señor. “Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no seremos delanteros a los que durmieron. Porque el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero; luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir (o a encontrar) al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, consolaos los unos a los otros en estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:15-18).
(para continuarse, mediante la voluntad de Dios)
Nada bueno hay en mi
Mientras más cabalmente conozcamos lo indigno de la carne, más apreciaremos el valor de Cristo, y mejor comprenderemos la obra del Espíritu Santo. Cuando la depravación total de la naturaleza humana no sea una realidad establecida en el alma, siempre habrá confusión en nuestra experiencia, en cuanto a las vanas pretensiones del alma, y las operaciones divinas del Espíritu.
No hay nada bueno en nuestra naturaleza carnal. El más avanzado en la vida divina ha dicho: “En mí (es a saber, en mi carne) no mora el bien”. ¡Qué golpe! “Nada bueno”. ¿Pero no puede mejorarme por la diligencia en la oración y la vigilancia? No, nunca: es enteramente incurable. Hace mucho, mucho tiempo, esto fue afirmado por el Dios de verdad (véase Génesis 6). “Y vió Jehová que la malicia de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal ... Y dijo Dios a Noé: El fin de toda carne ha venido delante de mí”. Ahora ¿cuál es el fin, o el resultado de toda carne? El “mal”, solamente el “mal” y el “mal continuamente”. Esto es claramente el mal sin nada de bien, y mal sin cesar, y esto se dice de toda carne, obsérvese que no de algunos nada más. Todos están incluidos. Es cierto que en algunos podremos encontrar la naturaleza pulida, cultivada y refinada; en otros áspera, ruda y dura, pero la naturaleza carnal en ambos. No podremos doblar una barra de hierro, sin embargo, puede ser batida hasta llegar a ser flexible, pero es el mismo hierro todavía; su apariencia ha cambiado, pero su naturaleza es la misma.
(A. M.)
Un día que el cielo
1. Un día que el cielo sus glorias cantaba,
Un día que el mal imperaba más cruel;
Descendió Cristo y nació de una virgen,
Y aquí morando mi ejemplo fue Él.
Vivo, me amaba; muerto, salvome;
Y en el sepulcro mi mal enterró;
Resucitado es mi eterna justicia;
Un día Él viene, pues lo prometió.
2. Un día, lleváronle al monte Calvario,
Un día claváronle allí en la cruz;
Pena y dolores sufrió y la muerte,
Por redimirme, potente Jesús.
3. Un día dejáronle solo en el huerto;
Un día la tumba su cuerpo abrigó,
Ángeles sobre el guardaban vigilia,
Mientras el Dueño del mundo durmió.
4. Un día la tumba ocultarle no pudo,
Un día Su espíritu al cuerpo volvió;
Y de la muerte ya había triunfado,
Y a la diestra de Dios se sentó.
Notas misceláneas: Número 4
Extracto: La independencia y la desobediencia van juntas. La obediencia y la felicidad van juntas.
*****
Extracto: El corazón es muy traicionero; y es a menudo verdaderamente asombroso ver cómo nos engaña cuando deseamos ganar algún punto especial.